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Centro de estudios de GÉNERO y DIVERSIDAD SEXUAL

PORNOGRAFÍA: MUTILACIÓN Y RECOMBINACIÓN DE LA CARNE

Lic. Ruben Campero

"Querido coleccionista: Le odiamos. La sexualidad pierde su fuerza y su magia cuando


se hace explícita, automática, exagerada, cuando se convierte en una obsesión
mecánica. Llega a ser aburrida. Usted nos ha enseñado mejor que nadie lo erróneo que
es no combinarla con la emoción, la sed, el deseo, la lujuria, los antojos, los caprichos,
los lazos personales, las relaciones más profundas, que cambian su color, su sabor, sus
ritmos y sus intensidades. No sabe usted lo que se pierde con su análisis microscópico
de la actividad sexual y la exclusión de todo lo demás, sin el combustible que la
enciende: lo intelectual, lo imaginativo, lo romántico, lo emotivo. Es todo esto lo que da
a la sexualidad sus sorprendentes texturas, sus sutiles transformaciones, sus elementos
afrodisíacos. Usted reduce el mundo de sus sensaciones. Lo está marchitando, lo hace
pasar sed, lo deja sin sangre...”
Este texto es parte de una carta que la escritora Anaïs Nin le envió a un coleccionista de
cuentos, para quien escribía relatos eróticos junto a Henry Millar. Dicho coleccionista
no percibía el estilo de l*s autor*s, y comenzó a pedirles que se “saltaran la filosofía”,
quería menos análisis, menos poesía, y exigía descripciones físicas explícitas.

Una magistral mirada sobre el erotismo como la de Anaïs Nin, puede ser tomada para
pensar que lugar ocupa lo erótico en nuestras vidas y preguntarnos, ¿Cuántas veces
hemos creído estar ante el erotismo, y tal vez simplemente estemos consumiendo
pornografía? ¿Cuál es entonces la diferencia? La pornografía, ¿simplemente se
encuentra en un “video porno”, o puede estar también presente en cualquier producto
mediático de consumo masivo? ¿En base a qué catalogamos algo como pornográfico?

PROVOCACIÓN PORNOGRÁFICA

Si estamos en un museo y vemos una vasija griega en la cual aparecen personas


desnudas interactuando sexualmente, ¿pensamos que eso es pornografía? Si tomamos
una enciclopedia de la vida sexual, en donde aparecen fotos de desnudos para explicar
la anatomía, o posiciones sexuales que detallan un ejercicio terapéutico, ¿las vemos
como pornográficas? ¿Y si estamos ante un cuadro de un renombrado pintor
renacentista que posee imágenes de desnudos y poses sensuales?

Parece que ante estos ejemplos es muy fácil saber cuando estamos realmente ante un
material pornográfico y cuando no, especialmente si los comparamos con una “revista
porno”. Pero, ¿y si quien viera esa misma vasija, esas mismas fotos, y ese mismo
cuadro, fuera una persona musulmana, para quien está prohibido que una mujer muestre
cualquier sector de su piel? Seguramente se indignaría, y clasificaría a esos materiales
de obscenos. ¿Y si quién los viera fuera una persona perteneciente al clero en la Edad
Media?

Por tanto, ¿que hace que algo sea pornográfico? Pornografía sería todo material,
ya sea gráfico, audiovisual, literario, etc., que se define principalmente por el efecto
subjetivo que provoca, es decir por lo que interpretamos y sentimos sobre lo que
estamos percibiendo. La calidad de pornográfico de un material va más allá de sus
características concretas, ya sea si en una imagen se ven o no los genitales, si hay o no
un coito, o si en un texto se dan o no descripciones más o menos explícitas de un acto
sexual.

Aunque no la sepamos definir, en general “sabemos” cuando estamos frente a la


pornografía, justamente por lo que nos provoca. Por tanto, eso que “nos provoca” va a
depender del momento histórico y social en el que vivamos, de nuestros valores y
creencias, así como del contexto en el cual se presentan esos contenidos sexuales, ya
que por ejemplo un mismo desnudo “provoca” cosas diferentes si se encuentra en una
enciclopedia o en una revista XXX.

Pongamos un ejemplo: Hasta no hace mucho tiempo la imagen de una mujer


semidesnuda en posición cuadrúpeda, con un varón desnudo por detrás, se consideraba
pornografía y se vendía envuelta en nylon negro. Sin embargo hoy, esa misma imagen
se puede ver en los kioscos como portada de cualquier revista de chismes de la
farándula argentina. ¿Qué ha pasado entonces? ¿El hecho de que esa misma imagen
aparezca en una revista de libre venta, hace que deje de ser pornográfica? ¿Y qué pasa
con los criterios de prohibición para menores de 18 años que generalmente se tenían?

Como vemos, la calidad “porno” de un material depende de “los ojos de quién mira”, ya
que la forma en que aprendemos a mirar, y por tanto lo que podemos “ver”, depende del
momento socio-histórico en el que adiestramos la mirada. Porque en definitiva, y si bien
no todo, gran parte de las cosas del mundo “dependen del cristal con que se miran”.
Otra historia es ver cuantos cristales existen y quienes los fabrican para que miremos a
través de ellos y no de otros.

ESTÉTICAS DIFERENTES

Aún así, en algún lugar nuestro sabemos que erotismo no es igual a pornografía.
Intuimos una estética diferente en lo erótico que nos habla de la imponencia de lo sutil,
de aquello que nos enciende en la promesa del placer por venir. Señales empapadas de
simbolismo, que gritan la inminencia del desenfreno, ese que nos empuja a la aventura,
a riesgo de perecer, en busca del atrayente misterio.
Misterio que a modo de exquisita amenaza, espera ser descubierto en el otro, en cuyo
espejo desentrañamos por un instante el enigma de nuestro propio ser.

La estética porno en cambio es mero destape del detalle, del culto a lo nítido. Muestra
petrificada y eterna del fin de la posibilidad de sentir y percibir. Imagen desnuda que
pierde toda chance de mostrar, porque ya lo ha mostrado todo, dejando a quien mira en
el consumo eterno de seguir devorando imágenes, ya que ninguna logra llenar. La
pornografía es una exhibición de estilo microscópico y de apropiación violatoria de lo
mirado, que profana el misterio de algo que debería haber permanecido velado, matando
la posibilidad de fantasear.

Con la expresión “velado” no se hace referencia a una cierta apología de la represión


sexual. Sino más bien al enigma que toda experiencia humana entraña, enigma que nos
empuja a simbolizar dicha experiencia, constituyéndola en sagrada por ser, justamente,
una expresión humana. A su vez se reconoce que la pornografía, también puede ser
usada para denunciar la violencia que se ejerce, al imponer como “normal” y “visible”
las formas consagradas de sexualidad, visibilizando aquellas que han quedado
proscriptas.

Pero lo que define a la pornografía hoy por hoy, va más allá de si se exhiben o no
geniales de personas o sus prácticas sexuales. Tiene más bien que ver con una forma de
organizar la percepción, desde donde se despliegan mandatos de qué ver y como ver, en
sintonía con la cultura posmoderna (y androcéntrica) de la imagen.

Allí la actividad sexual se extingue en sí misma, porque solo por ella se justifica su
exhibición. Alejada de cualquier contexto humanizado que explique su presencia, la piel
es desnudada (desollada) de todo misterio, negándole la posibilidad de subjetivarse, y
presentando al cuerpo como “carne” sin metáfora y sin símbolo, para justificar su
explotación (particularmente hacia las mujeres).

Es por eso que los videos porno no tienen argumento, ya que argumentar la escena sería
colocarla en un contexto humano de espacio y tiempo, que “distraería” la atención del
foco sexual. Foco que debe ser presentado como efímero, para ser renovado
eternamente en base a las lógicas de consumo del mercado sexual.

La pornografía es una forma de apropiarse de la imagen, de dominarla, perforándola,


descuartizándola y recombinándola a la modalidad de Frankenstein. Pensemos sino en
una imagen en donde aparece una pelvis cuyo ano y vagina son penetrados por dos
penes simultáneamente. Allí no hay “personas”, sino órganos amputados que han
cobrado vida propia en esa nueva organización visual.

Y esta estética de procesamiento de las imágenes, no es más que la expresión de una


mirada particular, la de un y solo un sector de las diversas masculinidades: La mirada
masculina, esa que conquistando y profanando significados, se auto presenta como la
universal y hegemónica. Desde ahí, dicha óptica presenta a los cuerpos como fetiches
(particularmente el de las mujeres) para rebajarlos de categoría y poderlos dominar
desde las relaciones de poder con las que se construye la sexualidad occidental y
patriarcal.

Particularmente, el descuartizamiento visual que sufren los cuerpos de las mujeres, para
ser presentados como “eróticos” en la publicidad, la televisión, la pornografía, etc. (a lo
cual la mayoría de las personas vemos como “natural”), podría interpretarse como la
expresión de un miedo primario que sufre esa mirada masculina hegemónica, hacia lo
que visualiza como “mujer”. Miedo que explicaría la necesidad evidente de convertirla
en objeto para poderse excitar, y así inmovilizar la perturbante idea de que sea un sujeto
humano y autónomo.

Según esto último se abriría todo un campo para reflexionar sobre cuales son los
significados que se nos imponen como “eróticos”, para todas las personas, desde la
cultura dominante. ¿Son realmente eróticos o mera pornografía? En base a esto, los
programas que vemos procedentes de la vecina orilla, con sus despliegues de cuerpos
desnudos y bailes sensuales supuestamente dirigidos a “todo” público, ¿nos serán acaso
una expresión más de esa mirada masculina (pornográfica) que mutila y recombina los
cuerpos para presentarlos como “eróticos”?
Lic. Ruben Campero
Psicólogo – Sexólogo – Comunicador
rucabal@adinet.com.uy

Artículo publicado en Revista FACTOR SOLIDARIO. Año VI. Nº 60.


Septiembre 2007. Montevideo - Uruguay

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autorización previa de los autores.

En: http://www.generoydiversidad.org/articulos/verarticulos.php?id=21

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