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Una ama como uno puede

Entra Luisa, transexual. Camina con pasos cansados, deja


caer la cartera, se desploma sobre una silla.

-¡Qué viaje! Medio día para ir, medio día para volver. Sufrí
frío, tragué polvo. ¿Para qué? Estoy vencida. Tan vencida
como uno a quien noquearon sobre el ring. Con las bestias
aplaudiendo. Como una que hace una prueba de canto
que esperó toda su vida... Canta... ¡Y le sale un gallo! (Ríe ácidamente)

Así estoy. (Se rearma) No. Me salva la bronca. ¡Los odio!


Les tengo tanto odio que... ¿Por qué no me dejaron verlo?
¿Qué les costaba? Se la desquitaron con él, que nunca hizo
mal a nadie, o muy poquito. Está en la cárcel, maleante
de poca monta, ¡estúpido! Yo le dije: Tonio, nos arreglamos,
yo tiro las cartas, adivino el porvenir.
No adivino nada, pero la gente cree, se queda tranquila, más feliz.
Nos basta para los dos, le dije. Pero él quería darme...
comodidades, tenía la idea de que yo... era más valiosa que
otras mujeres porque... ¿se dan cuenta, no?
(Se alza las faldas) Las piernas son un poco toscas,
pero... los músculos están. También tengo pies grandes,
brazos fuertes. A él no le importaba. Al contrario. Porque
me decía, tu femineidad siempre resulta una sorpresa.
(Sonríe)
Se le ocurren pensamientos tan... (Suspira)
Asaltó un quiosco con un cuchillo y el quiosquero,
sacó un bufoso y
casi más lo mata. Fue a parar al hospital y cuando salió, le
dieron ocho años por la cabeza. ¡Ocho años!, y no me dejan verlo.

¿ Usted quién es?


Su mujer.
¿Su mujer? ¿Luis González?

Creí que iban a reírse, a preguntarme ¿cómo?

La burla no me hubiera importado. Pero no. Pusieron cara de piedra.


Raja, loca, de acá. ¡Rajá!

El Tonio me espera. ¿Quién va a llevarle la ropa limpia, la


comida? Quién va a mirarlo a los ojos y decirle te quiero,
te voy a esperar ocho años sin cansarme, te quiero.
¡Qué ocurrencia la tuya con el cuchillito, Tonio! ¿Cómo
les hago entender? El amor puede tener todas las caras. y
todas son buenas, basta que no dañe.
. Pero a ésos de la cárcel no hay
quien los convenza. Se habrán comido la tortilla, los buñuelitos.
Confiscados. ¡Ojalá se envenenen!
La gente es un adoquín. Por eso son tan tristes todos, tan resentidos.
Hacen el amor aburridos, como una ley que se cumple, y
apenas ven un amor que no se les parece, se aterran.

Yo también me aterré una vez. Entonces no comprendía.


Quería ser como todosEstaba en
la playa, solo, la única compañía era la piltrafa que era.
Tomaba mate todo el día, pensando, pensando... Siempre
en camisa, porque... ¿qué malla me iba a poner
Y una mañana los vi.
Primero lo vi a él, un muchacho buen mozo jugando con
una nenita. Yo soy corta de vista, al principio pensé que
era el papá jugando con su nena, pero aun corta de vista
me pareció, no sé, que las caricias, los besos... tenían una
cualidad tan... Me acerqué y...
No era una nenita. Era..una mujer...Como yo,
¿qué soy también? Una mujer, pero no quieren que lo sea.
Soy... un caso extraño, se les salen los ojos de las órbitas,
quisieran desnudarme, ver cómo quedé.

Esta era un mujer enanita, o... qué sé yo. El rostro de una mujer
y el busto de una mujer, amplio, generoso, y el resto...
(Se tienta, ríe) ¡El resto!... (Se domina) Un desastre.
Pensé: deforme. Porque de los hombros partían dos
brazos escuálidos, y debajo de la cintura dos muslos como
peras secas y las piernas como cabitos de pera, y unos pies de
muñeca. y el, dale que dale; Jugando con ella, como un
enamorado.

Esto vi, sin convencerme, que estaban enamorados.


Yo me llevé el mate más cerca, y los miraba, y
casi todo el mundo hizo lo mismo. Nadie podía entender
que estuvieran enamorados. Ni yo. Y lo estaban.
Lo vi patente en la manera en la que él la levantó en brazos,
y entró
al agua con ella. La salpicó con una mano inclinándose
sobre las olas mientras ella lanzaba unos iji, ji!, de
placer. De regreso a la playa, la secó y la peinó. Y ella, iji,
ji! Y estaban solos en esa multitud de mirones.Yo estaba ahí, cubierto, cubierta de ropa,
y ellos impúdicos,
esplendorosos. Daban ganas de tirarles arena, sepultarlos en el mar,
¡quitarlos del medio! Se besaron en la boca.
Y ella, con una mano errante que no dominaba bien,
lo acariciaba. (Imita, se pega en el rostro)
Se me había acabado el agua del termo, pero no podía dejarlos.
No era sólo curiosidad, era... como si ellos estuvieran a
punto de decirme lo que yo podía hacer conmigo
misma dentro de un cuerpo que apuntaba para dos lados
a la vez, aunque yo supiera de qué lado quería estar.

Yo pensé que hacia la tarde, él la pondría en la silla de ruedas


y se la llevaría, apartaría de toda la gente la visión de
esa felicidad insoportable, porque no era la acostumbrada,
no era la compartible ni permitida.
Él tendría que estar tendido junto a una rubia despampanante y ella sola,
melancólica en su silla de ruedas, llena de odio por ese
castigo de la naturaleza. Los dos eran felices. j}i, ji!, se oía
de vez en cuando.
En un principio supuse, tonta de mí, que ella debía de ser
muy inteligente, que escribía poemas, y que lo tenía
agarrado por el espíritu. ¡Qué espíritu!
Por la manera de reírse, era una boba. No sé el grado,
pero era boba. j}i, ji!
Cómo había nacido el amor entre esos dos, él
tan buen mozo y ella... Sin palabras.
Quizás a él le gustaran las nenitas, y ella podía pasar por una si...
No. Se amaban. Se veía.
Cuando vi que él la depositaba sobre la silla de ruedas,
colgaba el bolso del respaldo, pensé que se marchaban, y
lo lamenté porque todavía no había descubierto qué hacer
conmigo misma. Sin embargo, no se marcharon.
La playa estaba hermosa. Se pusieron a jugar. ¿Ya qué? ¡A la
pelota paleta! (Ríe) Increíble pero cierto. Él, grande, fuerte,
tiraba la pelotita con cuidado para encajarla en la paleta
que ella sostenía entre los deditos. Así, con este vaivén.
(Movimiento espasmódico)
Ella no devolvía los tiros ni por casualidad.
La pelota rozaba la paleta y caía a los pies
de su silla. Invariablemente él gritaba: ¡Ganaste! Yo no lo aguantaba.

Esto era el amor.


Nadie había podido apartar los ojos de ellos. Los
mirones se perdieron el baño, tuvieron frío bajo la sombrilla,
o se asaron sin sombrilla, pero ninguno se movió.
No podían. Una multitud paralizada. Se les desarmó la
cara, los ojos atónitos o aterrados, y la boca con un rictus
siniestro. La burla de lo que no se comprende.
Pero los ojos no pueden nada. La boca, que es la que tiene las
palabras, vence con el rictus siniestro.
Dice: ¡No podrás verlo! ¡En ocho años no podrás verlo! Rajá, loca, de aquí.
¡Raja, loca, rajá!

(Llora)

Telon

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