Вы находитесь на странице: 1из 13

Eteocles en contexto político: Siete contra Tebas

y la representación de la barbarie anti-política

Martín Cifuentes

Resumen: En esta ponencia nos concentraremos en analizar la figura del héroe


trágico, como parte de una construcción política discursiva propia del teatro griego.
Esto implica que trabajaremos la figura heroica, revisando el contexto histórico con el
que se vincula y el impacto que este tiene en la construcción de valores identitarios.
Dada la vastedad del tema, nos concentraremos en trabajar con Siete contra Tebas y
particularmente con la figura de Eteocles, bajo el contexto de ascenso político de
Cimón frente a la permanencia de la guerra contra los persas.
A partir de Persas de Esquilo, la figura del bárbaro adquiere un conjunto de
características que lo ubican como un concepto político propio de los enunciados
discursivos del teatro trágico. Esta concepción, en torno a los valores políticos que
sustenta el bárbaro en oposición al griego se reproduce desde Persas de Esquilo hasta
Bacantes de Eurípides.
Por ello, planteamos que la figura heroica de Eteocles puede ser leída a la luz de la
conceptualización política que realiza el teatro trágico en torno a la dicotomía heleno-
bárbaro. En esa contraposición Tebas no solo representa la ciudad de la fatídica familia
de Layo, sino también a la polis que luchó junto a los persas contra los helenos. Esta
situación particular habilita un juego entre pasado y presente en donde el rol de Tebas
como la ciudad trágica de la tiranía se vincula con las prácticas anti-políticas propias de
los bárbaros.

1- El contexto histórico
La guerra contra los persas no culminó con los triunfos emblemáticos de
Salamina y Platea en el 479 a.C. Tras la avanzada fallida del imperio persa por
controlar las islas del Egeo y el territorio continental (499-479 a.C.) fue Atenas
quien tomó la ofensiva sobre los dominios egeos que controlaba el persa.
El inicio de la estrategia de control del Egeo por parte de Atenas comenzó
con la conquista de Sesto (478 a.C.) inaugurando una década de constantes
campañas navales contra los persas que culminó en la batalla de Eurimidonte
(469-468 a.C.). La primera ofensiva contra los persas se produjo
inmediatamente después del triunfo en Platea con la destrucción de la plaza
fuerte persa en la región (Her. IX 70) y luego el sitio de la ciudad de Tebas.
(Her. IX 86). En este proceso inicial de ofensiva se ponía de manifiesto que la
guerra contra el persa llevaba aparejada la lucha contra las facciones griegas
que apoyaran la política del Gran Rey. El sitio de Tebas fue emblemático,
porque implicaba derrotar a la ciudad que había liderado a los griegos que
lucharon junto a Jerjes.
Finalmente los aliados persas se entregaron y se puso fin al sitio de la ciudad,
liberando Atenas y Esparta a los ciudadanos tebanos de la influencia persa. Así,
los líderes filo-persas se presentaban como los tiranos a los que se los
expulsaba de la ciudad. Aunque el Heródoto no es explícito al respecto, esta
imagen puede remitirnos a los pisistrátidas expulsados tiempo atrás en la
propia Atenas. La expulsión de Timegénidas y Atagino, y su posterior
ejecución, parece representar también el triunfo de las ambiciones de retorno
de los pisistrátidas.
A partir de esta nueva etapa ofensiva que acompaña la creación de la liga
délico-ática, la lucha contra el persa también implicaba una contienda con
aquellas ciudades griegas que apoyaran al Gran Rey o se negaran a acompañar
el proyecto militar de Atenas. En el contexto de esta etapa ofensiva bajo el
mando de Cimón, se esclavizó la población de ciudades que estaban bajo el
control persa como Eon (476/475 a.C.) y Esciros (472 a.C.). De esta manera,
llevaron adelante un comportamiento que los griegos habían presentado como
propio de los valores bárbaros y ajenos al ideal político heleno.
El punto de inflexión de este proceso se inicia con la conquista de Caristo de
Eubea (472 a.C.) y la brutal represión a la sublevación de Naxos (470 a.C.)
ocurrida poco antes de la toma de Eurimidonte (469-468 a.C.). La conquista
de Caristo y principalmente la rendición de Naxos inauguraban el
acontecimiento de una ciudad griega sitiando y conquistando a otra ciudad
griega. Esta ciudad era todo un símbolo, pues ella justamente había sido la
primera polis en resistir la avanzada persa sobre el Egeo cuando estos sitiaron
su ciudad (499 a.C.).
A través de las campañas en el Egeo y bajo la conquista de Naxos se daban
los primeros pasos para el imperio marítimo y la tiranía creciente de Atenas
sobre sus aliados bajo el mando indiscutible de Cimón. Este no era un tirano
como lo habían sido los deldel siglo VI a.C. y se distinguía de ellos por el hecho
de luchar contra el persa en lugar de buscar su apoyo. Sin embargo, es a
través de esta lucha en donde Cimón en nombre del demos y la libertad de las
ciudades griegas construye un tipo de poder personalizado de nuevo cuño
(GALLEGO: 2008).
Bajo el mando de las campañas militares logró incrementar su ya
excepcional riqueza personal y aumentar su prestigio como militar victorioso,
lo que le permitió acrecentar sus clientelas políticas tanto en el espacio urbano
como en el ámbito rural (GALLEGO: 2008, 191-195). Podemos apreciar que, a
pesar de no conducirse como Pisístrato, Cimón utiliza algunas prácticas de
corte aristocrático, que podrían compararse con las que antaño utilizaron los
tiranos. A través de la ofensiva militar y el sometimiento de los territorios
limítrofes pertenecientes a los persas logró encumbrarse en un puesto único
para su tiempo siendo considerado como el primer ciudadano.
En ese contexto de consolidación de su autoridad política, comenzará a
llevar adelante una importante impronta constructiva de claro corte
propagandístico, un mecanismo de legitimidad ya emprendido en su tiempo
por Pisístrato. A través de la construcción del Teseón, Cimón conformaba sus
propios mecanismos de emulación heroica que le permitirían un fuerte apoyo
popular en la población. (HERNÁNDEZ DE LA FUENTE: 2015, 131).
La muestra máxima la tendremos tiempo después a través de la
construcción del Stoa Poikile, obra costeada por su cuñado Pisianacte y en la
que según el registro tardío de Pausanias, (I, 15, 1-3) se puede apreciar el
reforzamiento del culto a Teseo. Figura con la cual buscaba asociar su imagen,
ya que representaba la esencia misma del ateniense autóctono (LORAUX: 2007,
60). En su ligazón con las hazañas míticas de Teseo contra las amazonas y la
guerra de Troya construía una genealogía heroica nueva 1. De esta forma,
Cimón se emulaba a Milcíades, Temístocles y Pausanias, los héroes de Maratón,
Salamina y Platea, presentando el triunfo de Eurimidonte como el punto
culminante de la guerra contra el persa.

1
De esta forma Cimón oponía el ideal hoplítico representado en Maratón al del triunfo naval de
Salamina representado en Temístocles su competidor (PELLING: 1997, 11), a pesar que en su
carrera militar fue central el uso naval para
Si tenemos en cuenta este contexto, es importante preguntarnos porque
Esquilo, un claro partidario del grupo del exiliado Temístocles 2 (473-471 a.C.),
elige representar Siete contra Tebas (467 a.C.) en ese tiempo. La obra se
vincula en su cercanía temporal con el triunfo de Eurimidonte (469 a.C.), pero
también sobre el episodio de Naxos (470 a.C.) en donde Atenas ha sitiado a
una ciudad griega que se ha negado a obedecerle. Cimón se emula a la figura
de Teseo, el héroe del sinecismo ático y Esquilo elije representar a la ciudad
dividida por la contienda entre de Eteocles y Polínices.

2-Las Guerras Médicas mitificadas


Este contexto histórico político que hemos presentado, tuvo una
representación muy distinta en el imaginario cultural del mundo griego. El
impacto del triunfo sobre los persas fue una verdadera conmoción en la Hélade
y dejó una fuerte huella en Atenas, quien comenzaría a representarse como
abanderada de este triunfo. Contrariamente, Argos y principalmente Tebas
fueron recordadas como las ciudades que abandonaron a los helenos y se
comportaron políticamente como bárbaras.
A través de esa construcción que fue tomando forma a lo largo del siglo V a.C.,
la representación del demos ateniense como originario implicó una
homologación con la concepción de una superioridad política frente a los otros
griegos. Que se convertirán en griegos por ley, pero seguirán siendo bárbaros
de origen (LORAUX: 2007, 50) y por lo tanto incapaces de alcanzar la
legitimidad de Atenas para sustentar el liderazgo de la Hélade. En ese
recorrido, Atenas ligó la lucha contra el persa a su propia tradición, y construyó
una ligazón que vinculaba el triunfo de Teseo sobre las amazonas como el
antecedente del triunfo contra el persa bárbaro e invasor.
El trabajo de Anne Bovon (1963, 579-87) muestra como al menos desde la
batalla de Maratón (490 a.C), en las cerámicas áticas el acontecimiento
reciente de la guerra con el persa se fusionó en su representación con la
tradición mítica en torno a las amazonas. Podemos observar que en la propia
Persas de Esquilo, se encuentra también presente una suerte de mitologización
del conflicto (HALL, 1989, 68-69).
Esquilo presenta al ejército persa como “…un sanguinario dragón en sus ojos,
al mando de miles de brazos y miles de naces…· (v. 83-84), y luego afirma el
peso de Zeus en auxilio de los griegos con la cual, la lucha en el plano humano
entre griegos y persas pasa a disputarse en el plano divino entre gigantes
centímanos y olímpicos. También se realiza una suerte de presentación con
ribetes épicos de los guerreros persas que retoma un aire homérico (S.SAID:
1988, 326). Desde las cerámicas áticas, pasando por los versos de Píndaro,
Simónides y por supuesto Esquilo, la contienda contra el persa se representó
como una hazaña épica a la altura de los antiguos tiempos heroicos.
Ante la dimensión de tales acontecimientos los griegos sacralizaron estos
sucesos creando con cada despojo persa, una ofrenda a los dioses de tamaña
victoria. En ese tiempo Temístocles dedicó el “pórtico de los atenienses” como
ofrenda en Delos (MARIN VALDES, 2008: 168). La guerra contra el persa había
implicado una tarea humana colectiva que se hallaba condicionada por la
intervención divina, sin la cual hubiera sido imposible esta hazaña. El triunfo
sobre el persa era un hecho reciente que la mentalidad de ese cosmos político
2
Prueba de esto parece ser que Cimón influyó sobre el concurso que Sófocles ganó en el 468
a.C. frente a Esquilo, según los planteos de Sommerstein (1998, 51-52).
sagrado solo podía explicarlo dentro de esa estructura mental que remitía al
pasado heroico.
Esta es la forma en que Atenas comienza a construir una imagen de sí misma
como legítima portadora de la representación de la Hélade, capaz de vencer al
enemigo asiático en la batalla y de representarlo a través del teatro trágico. En
la construcción de ese imaginario que va ligando la guerra de Troya con la
guerra al persa se construye la imagen de una contienda entre griegos y
bárbaros que según Heródoto (I, 1 y ss.) tiene antecedentes que se hunden en
el pasado mítico. Así la incorporación de la guerra contra el persa al universo
cultural griego y ateniense implicaba su fusión en las antiguas tradiciones
míticas.

3-La ciudad bárbara


La imagen de Tebas se presenta con un conjunto de valores especulares a
los de Atenas, siendo considerada acertadamente como la “anti-Atenas” por
Fromma Zeitlin (1990: 144). Frente a la autoctonía ateniense, Tebas es la
ciudad fundada por un asiático, el fenicio Cadmo. El hogar de Dionisos, el más
asiático de los dioses griegos, quien en Tebas lleva a la stasis bajo sus
ménades y en Atenas se encuentra controlado en el contexto de las fiestas
cívicas panateneas. La ciudad cadmea de la stasis permanente y la tiranía
frente a la ciudad ática del sinecismo y los tiranacidas.
Junto a estas imágenes la genealogía mítica también vuelve en auxilio de los
atenienses para construir esta visión de Tebas como anti-Atenas. Así como
Tebas vinculaba su origen a la fundación de un extranjero, en Atenas el
gobierno de Teseo se ligaba justamente a la expulsión de un extranjero que
intentaba ocupar su trono: Medo. Un personaje que recoge Heródoto (VII, 62, 1)
y que tradiciones posteriores ubican como hijo de Egeo y Medea (D.S.IV, 55, 4-
5) que intentara tomar el trono de Atenas pero finalmente fuera expulsado de
la ciudad por Teseo. La tradición mítica ateniense, reactualizada al calor del
siglo V a.C. planteaba que el primer gobernante de Asia, y descendiente de los
persas, ya había sido derrotado por Teseo mucho tiempo atrás.
Mientras que en Tebas a partir de Cadmo se perpetúa una genealogía de
reyes de origen asiático que gobierna sobre los habitantes autóctonos, en
Atenas Teseo evita que el trono lo ocupe un bárbaro extranjero. Egeo hereda su
trono a Teseo, el rey autóctono y este trae para Atenas el sinecismo del Ática,
el triunfo frente a la amenaza bárbara de las amazonas y la creación de la ley
en el Areópago. Contrariamente Cadmo hereda a Penteo y este trae la stasis y
un linaje condenado a luchas fratricidas que ponen permanentemente en
riesgo la supervivencia de la ciudad beocia.
Detrás de estas representaciones míticas que se vinculan con el contexto del
siglo V a.C. se encuentra presente claramente un enunciado político: Tebas es
la ciudad bárbara frente a la Atenas autóctona. Tebas es la polis en donde la
discordia originaria de los autóctonos los ha llevado a ser gobernados por un
rey bárbaro. El origen asiático del fundador de Tebas, proyectado al tiempo
heroico, es la forma de representar el peligro de la ciudad griega que se vuelve
bárbara producto de adoptar costumbres políticas que no son propias de los
griegos.
La Tebas que representa la tradición nos muestra a través de Edipo la figura
del parricidio y el incesto, así como con la disputa entre Eteocles y Polínices la
lucha fratricida entre hermanos por el poder. Nos presenta una ciudad que se
encuentra gobernada por sucesivos tiranos, arrastrada por luchas de poder
producto de las ambiciones familiares y el peso de la venganza de sangre
sobre la ley.
En la representación que realiza de Tebas el teatro trágico y la tradición
griega, se encuentran reflejados los valores bárbaros de los reyes persas,
quienes intrigan entre hermanos y padres por el poder y mantienen relaciones
incestuosas prohibidas por los dioses griegos. Una visión del gobierno persa
que a partir de Heródoto irán desarrollando a través de tiempo otros autores
clásicos como Jenofonte e Isócrates en el siglo IV a.C. (GARCIA SANCHEZ:
2009).
En este marco de representaciones que ligan la tradición mítica a
conceptos políticos, los atenienses resituarán a través del teatro trágico el
problema de la tiranía. Ya que esta se encuentra estrechamente vinculada a la
presencia de los persas en el Egeo y sus estrategias de creciente hegemonía
sobre las poleis griegas. Desde Polícrates de Samos o Aristágoras de Mileto, los
tiranos griegos se encontraban en estrecho contacto y apoyo por parte del
Gran Rey y sus sátrapas en Asia Menor para mantener el control sobre sus
ciudades.
Esto no solo ocurría con los tiranos de Asia Menor, que gobernaban con el
apoyo persa, sino que las facciones filo-persas se encontraban presentes en
cada ciudad griega y Atenas no fue la excepción ya que mantuvo contacto en
tiempos del gobierno de Hipias. Tanto los tiranos posteriormente exiliados,
como las facciones oligárquicas filo-persas buscaban apoyo en el Gran Rey
para luchar contra las facciones democráticas de sus respectivas ciudades. Con
lo cual el imperio persa no era ajeno a las contiendas internas de las poleis
griegas, sino que de forma velada participaba activamente en las mismas.
A pesar de que las simpatías pro-persas estaban más extendidas de lo que
tradicionalmente se supone (GARCIA SANCHEZ: 2009, 45), el caso emblemático
es sin dudas el de Tebas. La ciudad hegemónica de Beocia, a través de sus
ciudadanos más influyentes, se alió a los persas y le abrió sus puertas antes de
la batalla de Platea brindándoles hospedaje. Los tebanos estuvieron en
primera fila luchando en el bando persa junto a otros griegos, contra los aliados
helenos encabezados por Atenas y Esparta (IX 69, 1).
Estos hechos se convirtieron en una marca que la proyectó a la polis beocia
como la contracara de Atenas, que había luchado para liberar a las poleis
griegas. Así como Atenas mitologizaba su propio triunfo en Salamina
proyectándose como salvadora de la Hélade en una hazaña de tinte épico 3,
probablemente la imagen de los “traidores griegos” también se mitificara en la
representación de Tebas. De esta forma la ciudad de las luchas intestinas y la
discordia de tiempos homéricos, comenzaba a fundirse con la imagen de la
ciudad que se había entregado al bárbaro.
Como señalábamos arriba, todos los avatares de la familia de los labcidas que
eran propios del ciclo épico tebano, se fusionaron con la representación que
los griegos irían construyendo de las forma de gobierno persa, asociada al
despotismo y la corrupción. Los griegos homologaron la experiencia de sus
gobiernos en la época de los tiranos con la forma de gobierno que ejercía el
Gran Rey sobre su imperio, aunque en la práctica fueran dos tipos distintos de

3
Heródoto recupera esta visión cuando en la víspera de la batalla en Platea los atenienses
disputan con el contigente de Tegea y le presentan el triunfo de Maratón como una gesta
superior a la de la lucha con las amazonas (Her. IX, 27, 5)
gobierno. Esto no solo se debe a que solo conocían la experiencia tiránica
reciente, sino porque los tiranos griegos en las guerras médicas buscaron el
apoyo persa para mantenerse en sus ciudades o para regresar del exilio.
La imagen de la Tebas sitiada por los griegos luego de la batalla de Platea se
mitifica también en la representación de la ciudad cadmea sitiada por los
árgivos. La figura de la tiranía tebana se remontaba a los tiempos de la familia
de Layo y Polínices encarnaba la figura del tirano que atacaba su propia ciudad
en busca de acceder a su gobierno apoyado en un poder extranjero. La Tebas
histórica que se somete al Gran Rey se funde con la Tebas mítica que acepta un
rey extranjero con Cadmo y se gobierna con reyes que anteponen su voluntad
a la ley de la ciudad. Tebas es más que la anti-Atenas que plantea Zeitlin, es la
ciudad de la “autoctonía de la discordia” en donde los hombres sembrados
disputan entre ellos y son sometidos por un extranjero.
La tiranía entendida como producto de la colaboración con un poder
extranjero despótico para controlar la propia ciudad, lejos de ser una amenaza
externa, se encontraba presente potencialmente en cada ciudad griega. La
sentencia estigmatizante de “medismo” es un reflejo de la existencia de
ciudadanos pertenecientes a los sectores oligárquicos que seguían siendo
filopersas (GARCIA SANCHEZ: 2009, 45). Mitologizar este peligro no resuelto y
desplazarlo hacia Tebas, la ciudad maldita por la Erinis (ZEITLIN: 1990) era una
estrategia política propia de la representación teatral.

4-Tebas sitiada
La ciudad sitiada se conforma con un tema central en la tragedia griega y
desde sus orígenes se traslada al terreno mítico y evita presentar a la propia
Atenas en escena. También al trasladarse al tiempo épico deposita los debates
políticos en torno a la tiranía en la inicial figura de Jerjes o luego en los
antiguos reyes del ciclo épico. De esta forma, la tiranía se proyecta en el
tiempo de la ciudad épica y en la figura individual de la realeza y Atenas queda
excluida de la representación teatral.
Al adentrarnos en la presentación de la ciudad sitiada en Siete contra Tebas,
nos encontraremos en el complejo escenario de una ciudad griega atacada por
otro ejército griego. Sin embargo, esta representación presenta un conjunto de
ambigüedades que nos parece importante tener en cuenta. En primer lugar los
árgivos atacan a Tebas, encontrándonos con griegos sitiando la ciudad
“bárbara” de la “autoctonía de la discordia” que se somete a un linaje real
extranjero. Pero por otro lado, Esquilo presenta al tebano Eteocles como
defensor de las valores helenos y representa a los árgivos capitaneados por
Polínices como bárbaros.
La obra no presenta el combate directo, sino que el mismo se vaticina a
través del agón que se va desarrollando a medida que el mensajero va
narrando que guerrero se encuentra detrás de cada puerta y Eteocles
contrapone un contendiente. En una suerte de pequeño catálogo, Esquilo nos
presenta las figuras altivas y desmesuradas de Tideo quien es comparado con
una serpiente (vv.380 y ss.), Capaneo presentado como un gigante capaz de
desafiar al propio Zeus en su soberbia (vv. 422-429) o Etecleo dispuesto a
enfrentar al propio Ares (vv. 468-469). Otra figura emblemáticas son las de
Hipomedonte y Partenopeo ya que el primero presenta en su escudo la figura
de Tifón y el segundo la de la esfinge. Pero por otro lado, Partenopeo es un
mercenario arcadio, una figura muy común en la compañía de los tiranos y
posteriormente de los reyes persas.
En la representación que hace Esquilo de los atacantes árgivos se encuentran
presentes elementos que remiten al comportamiento bárbaro. El primero de
ellos se presenta a través de imágenes monstruosas, como estas alusiones a la
figura de gigantes, serpientes o seres míticos como Tifón y la esfinge, dando a
estos guerreros una dimensión feroz (DE LA COMBE: 1988, 219). Por otro lado,
esta imagen se legitima con el carácter desmedido y jactancioso que traen
estos guerreros que se presentan dispuestos a desafiar a los dioses mismos si
fuese necesario.
El último de estos elementos, pero a nuestro entender el más importante es
el hecho que todos ellos vociferan y gritan, mostrando que su lengua no es
clara y por lo tanto no es griega. Esquilo en las invocaciones que se realizan a
los dioses en defensa de la ciudad, presenta a Tebas como: “…a una ciudad
griega [que habla igual lengua…” (vv. 74) a punto de: “…ser atacada por un
ejército de lengua distinta…” (vv. 170). Un recurso que Esquilo también utiliza
en Persas cuando en el momento del choque crucial en Salamina contrapone al
canto griego con: “el rumor de la lengua de Persia” (vv. 406).
También vuelve a repetirse el juego de las figuras monstruosas que
preanuncian su derrota a manos del Zeus defensor de los griegos a través de
un recurso ya utilizado por Esquilo en Persas. Al igual que la figura del ejército
persa representado como un gigante centímano, ahora el Tifón de
Hipomedonte y sus monstruosos compañeros van a ser derrotados por el Zeus
defensor de los griegos que se representa en el escudo de Hiperbio (vv. 520).
Anfiarao reprocha a Polínices: intentar “¡Destruir la ciudad de tus padres y a
los dioses de tu propia raza! ¡Atacarlos con tropas extrañas!” (vv. 582-583)
anunciándole que solo va a lograr gobernar con la tiranía como si él fuera un
extranjero. Contrariamente, Eteocles elije campeones que se distinguen por su
autoctonía, que parece ser más griega (y ateniense) que la que el mito
representaba en torno a Tebas. Como podemos apreciar, detrás de estas
cuestiones se encuentra, una verdadera batalla narrativa (GOLDHILL: 2002, 59)
entre griegos y bárbaros (HARRISON, 2000) presente en Persas y que se vuelve
a repetir en Siete contra Tebas.
En este caso, esta batalla narrativa que antecede, anuncia y oculta la batalla
verdadera, no opone el peligro de la tiranía en la lucha con un rey extranjero,
sino que nos presenta al tirano exiliado que ataca su ciudad natal acompañado
de bárbaros. En algún sentido, en esta representación del sitio de Tebas, se
encuentra el recuerdo de la Atenas sitiada y el peligro de los tiranos
acompañados por el ejército persa. Pero también la ambigüedad de una ciudad
griega atacada por griegos que finalmente se comportan como bárbaros y su
líder lejos de ser un liberador se convierte en un tirano.
Tebas y Argos, aunque poseen diferente tratamiento en el teatro trágico
(ZEITLIN: 1990, 145-146) son las ciudades de la Erinis en donde se suceden
dinastías de tiranos y crímenes dinásticos. Son las ciudades que rechazaron por
distintos motivos unirse a los helenos en la guerra contra el persa y poseen
vínculos de amistad con el Gran Rey (Her VII, 151). Dos ciudades en donde su
compleja tradición mítica se conjuga con su reciente pasado político en las
guerras médicas. Detrás de este sutil juego de ambigüedades se conjuga una
reversibilidad, un constante desplazamiento entre la identidad helena y la
bárbara, o para decirlo de otro modo entre los valores políticos griegos o anti-
políticos bárbaros.

5-El héroe enfrentado


Con lo trabajado hasta aquí podemos ver que la tensión entre los valores
políticos contrapuestos que representan lo heleno y lo bárbaro se proyectan e
inciden son la representación de la Tebas teatral en Esquilo. Los valores
negativos y ambiguos que se construyen en torno a la ciudad de los cadmeos
también se encuentran presentes en la figura de Eteocles. Pero, el defensor de
Tebas no solo se ve condicionado por el destino que porta su ciudad y los
imperativos divinos, sino que su figura se encuentra ligada al destino de su
propio hermano.
Por ello, nos parece importante plantear que es posible pensar que en
realidad Eteocles y Polínices componen ambos un “héroe trágico enfrentado
consigo mismo”, como una contracara de la stasis que vive la ciudad. Así
como señalaba Vernant que el “yo” griego no puede mirarse a sí mismo si no lo
hace a través de otro (VERNANT: 2001, 24-25), el héroe trágico tampoco puede
reflexionar sobre su propio yo. Siendo una representación de los valores de su
sociedad, el héroe trágico tampoco puede mirarse a sí mismo. Por ello, Eteocles
se ve reflejado en la figura de su hermano, y es esta la que le proyecta en su
accionar desmedido su propia falta al anteponer su deseo de gobierno por
encima de las necesidades de la ciudad.
Anfiarao reprocha a Polínices atacar el suelo materno por la ambición de
conquistar un trono, sin embargo el atacante presenta en el blasón de su
escudo una invocación a la justicia (vv.645-646). A pesar que su figura cobra
altura tiránica y desmedida, su pedido es razonable, pues quien ha incumplido
el acuerdo para gobernar es su hermano. Es Eteocles, quien se representa
como salvador de la ciudad el que carga con la culpa de haber roto un pacto y
ser por su ambición personal responsable del ataque que sufre la ciudad.
No existe para el varón griego una idea de introspección como la conocemos
nosotros y por lo tanto su propia percepción de una “interioridad” se encuentra
limitada. La dimensión de la acción política en el ciudadano constituye una
primera forma de identidad, pero esta no se completa en su interioridad como
nos marcan Vernant y Vidal Naquet:

“En la Atenas del siglo V, el individuo se ha afirmado, en su particularidad,


como sujeto de derecho…(…) Pero ni el individuo ni su vida interior han
adquirido suficiente consistencia y autonomía como para constituir al sujeto
en centro de decisión del que emanaría sus actos. Separado de sus raíces
familiares, cívicas, religiosas, el individuo no es ya nada: no se reencuentra
solo, cesa de existir.” (VERNANT-VIDAL NAQUET: 1987, 74)

La pérdida de este marco social de la ida política anula la humanidad del


varón griego y por supuesto, la del héroe trágico, entendido este como una
representación de los valores políticos de la polis. Eteocles posee una tensión
que se vincula con la contradicción entre el imperativo divino y el margen de
decisión personal para actuar y salvar a su ciudad patria. Se encuentra
atrapado entre cumplir con el imperativo divino que representan los valores
helenos o evadirlos y caer en los desvalores anti-políticos bárbaros, que sería
una forma de eliminar su existencia como griego.
Aunque Esquilo no lo menciona, Eteocles carga con el peso de ser quien ha
iniciado este conflicto al romper la ley de la ciudad y negarle el gobierno
compartido a su hermano. Pero frente a ese acto tiránico, no solo enfrenta al
destino inexorable de las Erinis, sino que finalmente se comporta como un
griego y enfrenta al agresor y defiende la ciudad.
El coro lo pone a prueba y le presenta opciones para que evite el combate
(vv. 697-700) o que cambie de puerta para enfrentar otro adversario. El héroe
griego no puede elegir la evasión o la huida, no tiene otro camino que elegir el
terreno de la acción, y este siempre se encuentra condicionado por el
imperativo de los dioses (VERNANT: 1987, 66) 4. El rey de Tebas, puede ser
víctima de las Erinis al tener que enfrentar a su hermano, pero la contienda
tiene que ser líder contra líder, no puede ser de otra manera.

“Confiado en eso iré y lucharé yo mismo con él. ¿Qué otro podría hacerlo
con mayor legitimidad? ¿Rey contra rey, hermano contra hermano, y
enemigo contra enemigo me voy a medir.” (vv. 673-675)

Más que enfrentar a la fatalidad, Eteocles se ve obligado a mantener su honor


(DE VITO: 1999, 169) y ser quien enfrente al principal guerrero de los agresores
a la ciudad.

“Si hay que soportar la desgracia, sea al menos sin deshonor; es la única
ganancia que queda a losmuertos, mientras que de sucesos infaustos y
faltos de honra, ninguna gloria celebrarás.” (vv. 683-685)

El coro le presenta el camino de la evasión, pero esa elección representa a las


temerosas mujeres de la ciudad a las que se contrapone la varonil imagen de
Eteocles. Un varón griego no puede rehusarse a cumplir con su destino. La
huida es el camino de Jerjes, que regresa solo y desposeído de gloria a su
palacio de Susa convertido en un ser feminizado, al que solo le queda el llanto
misio propio de las mujeres (vv. 1054).
Contrariamente, Eteocles enfrenta su destino, que no implica solo luchar
contra su hermano Polínices, sino enfrentar la desmesura de sus propios actos
que han puesto en riesgo la ciudad. Eteocles vence la traición patria de
Polínices y este hace justicia frente a su hermano y el héroe trágico se concilia
en la acción de la muerte cuando el coro anuncia: “El odio ha cesado, y en la
tierra empapada en su sangre se han mezclado sus vidas. -Ahora sí que son de
una sangre!” (vv. 939-940) y finalmente: “la ciudad se ha salvado” (vv. 821).

6-El héroe ante el público


La tradición mítica en torno al fatal destino impuesto por las Erinis
enmascara el contradictorio enunciado político que parece desplegar la obra en
torno a esa ambigua figura heroica encarnada en Eteocles y Polínices. La
fatalidad de las leyes religiosas parece ocultar la potencialidad de una fatalidad
4
Es interesante la definición que nos vuelve a presentar Vernant y Vidal Naquet (1987,72) al
respecto tomando como caso a Edipo: “Solo al final del drama se aclara todo para el agente. Al
sufrir lo que creía haber decidido por sí mismo, comprende el sentido real de lo que se ha
realizado sin que él lo quiera o lo sepa. El agente no es, en su dimensión humana, causa y razón
suficiente de sus actos; es , por el contrario, su acción la que volviendo sobre él según lo que los
dioses hayan dispuesto soberanamente, le descubre a sus ojos y le revela la verdadera
naturaleza de lo que es, de los que hace.”
política. Atenas emprende la liberación de la Hélade contra el persa bajo el
mando de Cimón y esta tarea la lleva a enrolarse en una escalada
conquistadora. De esa forma, en pos de vencer al bárbaro, es tan legítima la
victoria sobre el Eurimidonte persa, como el sitio y conquista de un baluarte
griego como Naxos.
El imperativo político de Cimón lo acerca a la compleja figura del liberador
que se convierte en tirano en ese proceso de luchar contra el persa. El
proyecto al que adscribe Esquilo enuncia en Persas que así como los griegos
deben gobernar en Europa: “…Zeus soberano concedió este honor: que un
hombre solo ejerciera el poder con el cetro propio del gobernante sobre Asia
entera criadora de ovejas.” (vv. 762-764). Esquilo exalta al héroe colectivo de
Salamina y advierte que: “…cuando se es mortal no hay que abrigar
pensamientos más allá de la propia medida.” (vv. 820-821).
Esquilo es parte del partido democrático que comandan en ese tiempo
Temístocles y Efialtes, y a través de Persas parece anunciar la existencia de
una división geográfica que es también política. Un equilibrio impuesto por
Zeus, y que posiblemente se acerca a un ideal del partido democrático que
prefería un acuerdo de paz con los persas para concentrar sus ojos en Esparta
(LOMBARDI: 2008, 11-12). No casualmente Esquilo menciona a los pueblos de
Grecia y Persia representados en la figura de antiguas hermanas del mismo
linaje (vv.185).
Contrariamente, el proyecto de Cimón es filoespartano y se construye en
constante guerra contra el persa adentrándose en sus territorios asiáticos,
rompiendo ese equilibrio que anunciaba Esquilo. La lucha contra el bárbaro,
lleva a que el libertador se convierta en una polis-tyrannos, una nueva forma
de tiranía que solo puede legitimarse luchando contra el rey asiático. Pero en
última instancia, el nuevo dominador heleno, por su carácter opresivo deviene
en bárbaro, ya que (GALLEGO: 2001, 9-10) la barbarie es un desplazamiento
político que excede los límites étnicos y geográficos.
Precisamente en ese marco, Cimón construye un sistema propio de
propaganda política que se contrapone al utilizado por Temístocles,
mostrándose como un príncipe dentro del colectivo ciudadano emulándose a
Teseo. En ese contexto Esquilo elije representar a Tebas, la antítesis de Atenas
en el teatro y a Eteocles y su hermano, ese “héroe enfrentado consigo mismo”
que puede actuar como contracara de Teseo “el héroe íntegro” que utiliza
Cimón para construir su propia imagen heroica.
Hay un conjunto de elementos especulares, de ambigüedades que pueden
proyectar un dilema político que comienza a emerger en la polis y que el
ciudadano aun no puede enunciar políticamente en su práctica cotidiana. En
Siete contra Tebas emerge el lamento del coro de mujeres que alerta del
peligro de la ciudad griega (Tebas) tratada como bárbara al ser sitiada por
griegos que se comportan como bárbaros. El peligro es que emerja un nuevo
tipo de tiranía en donde no bajo el auxilio del persa, sino en lucha contra este,
se construya un nuevo poder despótico que esclavice a los propios griegos.
El poeta toma a la ciudad filobárbara por excelencia pero la representa como
griega y carga los elementos de barbarie en sus atacantes árgivos. Sin
embargo, Anfiarao es el único que presenta la imagen de mesura griega en los
atacantes árgivos. En este caso, no se trata solo de mostrar un indicio de
“helenidad” en estos personajes, sino justamente, utilizarlos para proyectar la
propia tiranía. Así como en Anfiarao se encuentra la mesura, en Eteocles
también se proyecta la desmesura de cometer actos que lo lleven a abandonar
los valores políticos helenos.

Conclusión
Podemos apreciar en Siete contra Tebas, que la figura del héroe trágico se
encuentra condicionada por otros aspectos que se vinculan con la tensión entre
sus decisiones personales encorsetadas por los imperativos divinos. Por un
lado, la figura heroica, al ser una representación de un discurso político, se
encuentra estrechamente vinculada a la representación de la ciudad en donde
se compone la escena teatral. Por el otro, en tanto que representación, se
encuentra estrechamente ligada al clima político de su contexto de producción,
siendo el dilema en torno a la tiranía-barbarie el mecanismo utilizado para dar
una respuesta.
Sostenemos que la ausencia de una capacidad propia de introspección y de
autodefinición no solo llevó al varón griego a construir su personalidad y su
identidad en torno al colectivo cívico. La propia auto-representación de una
identidad helena y un conjunto de valores cívicos no pudo percibirse de forma
nítida, sino que fue a través de la construcción de la figura del bárbaro como
emergente constitutivo de la identidad.
El varón ateniense encontró una primera aproximación de sí mismo en su
práctica cotidiana política. Es allí, donde la imagen del bárbaro ocupó un lugar
central, porque se presentó como lo ajeno, pero también como un reflejo
propio, una potencia de lo que puede ser el devenir político griego. La tiranía se
representó doblemente expulsada a través de los tiranicidas y luego las
guerras médicas, pero la ausencia de una “introspección política” no
permitió representar la emergencia de nuevas formas de tiranía.
El teatro posee un lenguaje polifónico, porque a través de un mensaje claro
pero diverso, puede dialogar con cada uno de los presentes y reconstruir el
equilibrio en esa tensión de voces recuperando el sentido de comunidad
política. Las figuras de las ciudades míticas y los héroes épicos devenidos en
trágicos construyeron una máscara discursiva que concentró la representación
de la tiranía en el individuo y no en el colectivo político. El teatro trágico no
pudo hablar explícitamente a la ciudad sobre el problema del demos-tirano,
pero probablemente logró interpelar con estos interrogantes a cada ciudadano
ateniense.
Eteocles como una representación discursiva política, no proyecta de forma
directa la figura real de Cimón, sino más bien los peligros a los que se expone
la ciudad si adopta el camino del imperialismo sostenido por la facción
aristocrática, apoyada en el demos. El héroe dividido que se opone a Teseo,
como personaje ideal, pone en discusión el peligro de caer en la barbarie
producto de luchar contra el bárbaro. Así, Atenas que se encuentra ausente de
representación en la escena teatral, se encuentra tensionada en la figura de
Tebas que Esquilo pone en escena entre la ciudad bárbara y la ciudad helena.

Bibliografía:
-BOVON, A. (1963) Les représentation des guerriers perses et la notion de
barbare dans la 1er moitié du Ve siècle BCH. 87, p. 579-602, 1963.
-DE LA COMBE, Pierre Judet, “La langue de Thèbes”, In: Mètis. Anthropologie
des mondes grecs anciens. Volume 3, n°1-2, 1988. pp. 207-230.
-DE VITO, Ann (1999), “Eteocles, Amphiaraus, and Necesitty in
Aeschylus’ Seven against Thebes”, en Hermes 127, 2: 165-171.
-EASTERLING, P.; (1996) “Weeping, Witnessing, and the Tragic Audience”, en
Silk, M. S. (ed.) Tragedy and the Tragic. Greek Theatre and Beyond, Oxford,
173-181.
-GALLEGO, Julián, (2008) “Control social, participación popular y patronazgo en
la Atenas Clásica”, en: Circe, Nº 12 pp. 187-206
-GALLEGO, Julián, La democracia en tiempos de la tragedia, Madrid, Miño y
Dávila, 2003
-GARCÍA SÁNCHEZ; M. (2009) El gran rey de Persia: Formas de Representación
de la alteridad persa en el imaginario persa, Edicions Universitat Barcelona,
-GEORGES; P.; (1994); Barbarian Asian and Greek Experience. From The
Archaid Period to the Age of Xenophon; London; The Johns Hopkins Press.
-GOLDHILl, S.; (1990) "The Great Dionysia and Civic Ideology", en Winkler, J.J. y
Zeitlin, F.I. (eds.) Nothing to do with Dionysos? Athenian Drama in its Social
Context, Princeton,
-HALL, Edith, (1989), Inventing the Barbarian. Greek self-Definition through
Tragedy. Clarendon Press. Oxford.
-HARRISON. T. (Ed.), (2002); Greeks and Barbarians, Ediuburgh University
Press,
-HERNÁNDEZ DE LA FUENTE, David, (2015) “Cimón y el cadáver de Teseo.
Mito y manipulación política en la democracia ateniense”, en: G. M.
Cappelli, A. Gómez Ramos, (Eds.) Tiranía: aproximaciones a una figura
del poder, Publisher: Dykinson, Editors: pp.123-138
-LESKY, A. (1989), Historia de la literatura griega, Madrid, Gredos
-LESKY, A. (1966), “Decision and Responsability in the Tragedy of Aeschylus”,
en JHS 86: 78-85.
-LORAUX, N. (2007); Nacido de la tierra, Buenos Aires; El cuenco de plata.
-MARIN VALDES, Fernando, (2008), Plutarco y el arte hegemónico de Atenas,
Ediciones Universidad de Oviedo (versión google.books)
-MILLER, M. C. (2004); Athens and Persia in the Fifth Century BC. A study in
cultural receptivity.Cambridge: Cambridge University Press, (version
google.books)
-PELLING, Christopher, (1997), Greek Tragedy and the Historian, Clarendon
Press. Oxford
-PODLECKI A.J., (2013), “Aeschylean Opsis”, Edited by GeorgeW.M. Harrison
and Vayos Liapis, Performance in Greek and Roman Theatre, Leiden • Boston
pp. 131-148
-PODLECKI, Anthony (1964), “The Character of Eteocles in Aeschylus’ Septem”,
enTAPA 95: 283-299.
-SEWELL-RUTTER, N. J. (2007), “Fate, Freedom, Decision Making: Eteocles and
Others”, en Guilt by Descent. Moral Inheritance and Decision Making in Greek
Tragedy, Oxford, Oxford University Press: 136-171
-SOMMERSTEIN, Alan H., (1998) “The Theatre and Its Audience”, en López
Férez, J.A. (ed.) La comedia griega y su influencia en la literatura española,
Madrid.
-TORRES, J. (1996), “¿Un drama histórico en Grecia?, en: academia.edu. 2015
-VERNANT, Jean Pierre (1987), “Esbozos de la voluntad en la tragedia griega”,
en Vernant, J.-P. y Vidal-Naquet, P. (eds.), Mito y tragedia en la Grecia antigua I,
Madrid, Taurus: 45-76.
-VON FRITZ, Kurt (2007), “The Character of Eteocles in Aeschylus’ Seven
against Thebes”, en Lloyd, M. (ed.), Oxford Readings in Greek Tragedy.
Aeschylus, Oxford, Oxford University Press: 141-173.
-WINKELR, J.-ZEITLIN, F. (eds.) (1990), Nothing to do with Dionysos? Athenian
Drama in its Social Context. Princeton:Princeton University Press.

Вам также может понравиться