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Martín Cifuentes
1- El contexto histórico
La guerra contra los persas no culminó con los triunfos emblemáticos de
Salamina y Platea en el 479 a.C. Tras la avanzada fallida del imperio persa por
controlar las islas del Egeo y el territorio continental (499-479 a.C.) fue Atenas
quien tomó la ofensiva sobre los dominios egeos que controlaba el persa.
El inicio de la estrategia de control del Egeo por parte de Atenas comenzó
con la conquista de Sesto (478 a.C.) inaugurando una década de constantes
campañas navales contra los persas que culminó en la batalla de Eurimidonte
(469-468 a.C.). La primera ofensiva contra los persas se produjo
inmediatamente después del triunfo en Platea con la destrucción de la plaza
fuerte persa en la región (Her. IX 70) y luego el sitio de la ciudad de Tebas.
(Her. IX 86). En este proceso inicial de ofensiva se ponía de manifiesto que la
guerra contra el persa llevaba aparejada la lucha contra las facciones griegas
que apoyaran la política del Gran Rey. El sitio de Tebas fue emblemático,
porque implicaba derrotar a la ciudad que había liderado a los griegos que
lucharon junto a Jerjes.
Finalmente los aliados persas se entregaron y se puso fin al sitio de la ciudad,
liberando Atenas y Esparta a los ciudadanos tebanos de la influencia persa. Así,
los líderes filo-persas se presentaban como los tiranos a los que se los
expulsaba de la ciudad. Aunque el Heródoto no es explícito al respecto, esta
imagen puede remitirnos a los pisistrátidas expulsados tiempo atrás en la
propia Atenas. La expulsión de Timegénidas y Atagino, y su posterior
ejecución, parece representar también el triunfo de las ambiciones de retorno
de los pisistrátidas.
A partir de esta nueva etapa ofensiva que acompaña la creación de la liga
délico-ática, la lucha contra el persa también implicaba una contienda con
aquellas ciudades griegas que apoyaran al Gran Rey o se negaran a acompañar
el proyecto militar de Atenas. En el contexto de esta etapa ofensiva bajo el
mando de Cimón, se esclavizó la población de ciudades que estaban bajo el
control persa como Eon (476/475 a.C.) y Esciros (472 a.C.). De esta manera,
llevaron adelante un comportamiento que los griegos habían presentado como
propio de los valores bárbaros y ajenos al ideal político heleno.
El punto de inflexión de este proceso se inicia con la conquista de Caristo de
Eubea (472 a.C.) y la brutal represión a la sublevación de Naxos (470 a.C.)
ocurrida poco antes de la toma de Eurimidonte (469-468 a.C.). La conquista
de Caristo y principalmente la rendición de Naxos inauguraban el
acontecimiento de una ciudad griega sitiando y conquistando a otra ciudad
griega. Esta ciudad era todo un símbolo, pues ella justamente había sido la
primera polis en resistir la avanzada persa sobre el Egeo cuando estos sitiaron
su ciudad (499 a.C.).
A través de las campañas en el Egeo y bajo la conquista de Naxos se daban
los primeros pasos para el imperio marítimo y la tiranía creciente de Atenas
sobre sus aliados bajo el mando indiscutible de Cimón. Este no era un tirano
como lo habían sido los deldel siglo VI a.C. y se distinguía de ellos por el hecho
de luchar contra el persa en lugar de buscar su apoyo. Sin embargo, es a
través de esta lucha en donde Cimón en nombre del demos y la libertad de las
ciudades griegas construye un tipo de poder personalizado de nuevo cuño
(GALLEGO: 2008).
Bajo el mando de las campañas militares logró incrementar su ya
excepcional riqueza personal y aumentar su prestigio como militar victorioso,
lo que le permitió acrecentar sus clientelas políticas tanto en el espacio urbano
como en el ámbito rural (GALLEGO: 2008, 191-195). Podemos apreciar que, a
pesar de no conducirse como Pisístrato, Cimón utiliza algunas prácticas de
corte aristocrático, que podrían compararse con las que antaño utilizaron los
tiranos. A través de la ofensiva militar y el sometimiento de los territorios
limítrofes pertenecientes a los persas logró encumbrarse en un puesto único
para su tiempo siendo considerado como el primer ciudadano.
En ese contexto de consolidación de su autoridad política, comenzará a
llevar adelante una importante impronta constructiva de claro corte
propagandístico, un mecanismo de legitimidad ya emprendido en su tiempo
por Pisístrato. A través de la construcción del Teseón, Cimón conformaba sus
propios mecanismos de emulación heroica que le permitirían un fuerte apoyo
popular en la población. (HERNÁNDEZ DE LA FUENTE: 2015, 131).
La muestra máxima la tendremos tiempo después a través de la
construcción del Stoa Poikile, obra costeada por su cuñado Pisianacte y en la
que según el registro tardío de Pausanias, (I, 15, 1-3) se puede apreciar el
reforzamiento del culto a Teseo. Figura con la cual buscaba asociar su imagen,
ya que representaba la esencia misma del ateniense autóctono (LORAUX: 2007,
60). En su ligazón con las hazañas míticas de Teseo contra las amazonas y la
guerra de Troya construía una genealogía heroica nueva 1. De esta forma,
Cimón se emulaba a Milcíades, Temístocles y Pausanias, los héroes de Maratón,
Salamina y Platea, presentando el triunfo de Eurimidonte como el punto
culminante de la guerra contra el persa.
1
De esta forma Cimón oponía el ideal hoplítico representado en Maratón al del triunfo naval de
Salamina representado en Temístocles su competidor (PELLING: 1997, 11), a pesar que en su
carrera militar fue central el uso naval para
Si tenemos en cuenta este contexto, es importante preguntarnos porque
Esquilo, un claro partidario del grupo del exiliado Temístocles 2 (473-471 a.C.),
elige representar Siete contra Tebas (467 a.C.) en ese tiempo. La obra se
vincula en su cercanía temporal con el triunfo de Eurimidonte (469 a.C.), pero
también sobre el episodio de Naxos (470 a.C.) en donde Atenas ha sitiado a
una ciudad griega que se ha negado a obedecerle. Cimón se emula a la figura
de Teseo, el héroe del sinecismo ático y Esquilo elije representar a la ciudad
dividida por la contienda entre de Eteocles y Polínices.
3
Heródoto recupera esta visión cuando en la víspera de la batalla en Platea los atenienses
disputan con el contigente de Tegea y le presentan el triunfo de Maratón como una gesta
superior a la de la lucha con las amazonas (Her. IX, 27, 5)
gobierno. Esto no solo se debe a que solo conocían la experiencia tiránica
reciente, sino porque los tiranos griegos en las guerras médicas buscaron el
apoyo persa para mantenerse en sus ciudades o para regresar del exilio.
La imagen de la Tebas sitiada por los griegos luego de la batalla de Platea se
mitifica también en la representación de la ciudad cadmea sitiada por los
árgivos. La figura de la tiranía tebana se remontaba a los tiempos de la familia
de Layo y Polínices encarnaba la figura del tirano que atacaba su propia ciudad
en busca de acceder a su gobierno apoyado en un poder extranjero. La Tebas
histórica que se somete al Gran Rey se funde con la Tebas mítica que acepta un
rey extranjero con Cadmo y se gobierna con reyes que anteponen su voluntad
a la ley de la ciudad. Tebas es más que la anti-Atenas que plantea Zeitlin, es la
ciudad de la “autoctonía de la discordia” en donde los hombres sembrados
disputan entre ellos y son sometidos por un extranjero.
La tiranía entendida como producto de la colaboración con un poder
extranjero despótico para controlar la propia ciudad, lejos de ser una amenaza
externa, se encontraba presente potencialmente en cada ciudad griega. La
sentencia estigmatizante de “medismo” es un reflejo de la existencia de
ciudadanos pertenecientes a los sectores oligárquicos que seguían siendo
filopersas (GARCIA SANCHEZ: 2009, 45). Mitologizar este peligro no resuelto y
desplazarlo hacia Tebas, la ciudad maldita por la Erinis (ZEITLIN: 1990) era una
estrategia política propia de la representación teatral.
4-Tebas sitiada
La ciudad sitiada se conforma con un tema central en la tragedia griega y
desde sus orígenes se traslada al terreno mítico y evita presentar a la propia
Atenas en escena. También al trasladarse al tiempo épico deposita los debates
políticos en torno a la tiranía en la inicial figura de Jerjes o luego en los
antiguos reyes del ciclo épico. De esta forma, la tiranía se proyecta en el
tiempo de la ciudad épica y en la figura individual de la realeza y Atenas queda
excluida de la representación teatral.
Al adentrarnos en la presentación de la ciudad sitiada en Siete contra Tebas,
nos encontraremos en el complejo escenario de una ciudad griega atacada por
otro ejército griego. Sin embargo, esta representación presenta un conjunto de
ambigüedades que nos parece importante tener en cuenta. En primer lugar los
árgivos atacan a Tebas, encontrándonos con griegos sitiando la ciudad
“bárbara” de la “autoctonía de la discordia” que se somete a un linaje real
extranjero. Pero por otro lado, Esquilo presenta al tebano Eteocles como
defensor de las valores helenos y representa a los árgivos capitaneados por
Polínices como bárbaros.
La obra no presenta el combate directo, sino que el mismo se vaticina a
través del agón que se va desarrollando a medida que el mensajero va
narrando que guerrero se encuentra detrás de cada puerta y Eteocles
contrapone un contendiente. En una suerte de pequeño catálogo, Esquilo nos
presenta las figuras altivas y desmesuradas de Tideo quien es comparado con
una serpiente (vv.380 y ss.), Capaneo presentado como un gigante capaz de
desafiar al propio Zeus en su soberbia (vv. 422-429) o Etecleo dispuesto a
enfrentar al propio Ares (vv. 468-469). Otra figura emblemáticas son las de
Hipomedonte y Partenopeo ya que el primero presenta en su escudo la figura
de Tifón y el segundo la de la esfinge. Pero por otro lado, Partenopeo es un
mercenario arcadio, una figura muy común en la compañía de los tiranos y
posteriormente de los reyes persas.
En la representación que hace Esquilo de los atacantes árgivos se encuentran
presentes elementos que remiten al comportamiento bárbaro. El primero de
ellos se presenta a través de imágenes monstruosas, como estas alusiones a la
figura de gigantes, serpientes o seres míticos como Tifón y la esfinge, dando a
estos guerreros una dimensión feroz (DE LA COMBE: 1988, 219). Por otro lado,
esta imagen se legitima con el carácter desmedido y jactancioso que traen
estos guerreros que se presentan dispuestos a desafiar a los dioses mismos si
fuese necesario.
El último de estos elementos, pero a nuestro entender el más importante es
el hecho que todos ellos vociferan y gritan, mostrando que su lengua no es
clara y por lo tanto no es griega. Esquilo en las invocaciones que se realizan a
los dioses en defensa de la ciudad, presenta a Tebas como: “…a una ciudad
griega [que habla igual lengua…” (vv. 74) a punto de: “…ser atacada por un
ejército de lengua distinta…” (vv. 170). Un recurso que Esquilo también utiliza
en Persas cuando en el momento del choque crucial en Salamina contrapone al
canto griego con: “el rumor de la lengua de Persia” (vv. 406).
También vuelve a repetirse el juego de las figuras monstruosas que
preanuncian su derrota a manos del Zeus defensor de los griegos a través de
un recurso ya utilizado por Esquilo en Persas. Al igual que la figura del ejército
persa representado como un gigante centímano, ahora el Tifón de
Hipomedonte y sus monstruosos compañeros van a ser derrotados por el Zeus
defensor de los griegos que se representa en el escudo de Hiperbio (vv. 520).
Anfiarao reprocha a Polínices: intentar “¡Destruir la ciudad de tus padres y a
los dioses de tu propia raza! ¡Atacarlos con tropas extrañas!” (vv. 582-583)
anunciándole que solo va a lograr gobernar con la tiranía como si él fuera un
extranjero. Contrariamente, Eteocles elije campeones que se distinguen por su
autoctonía, que parece ser más griega (y ateniense) que la que el mito
representaba en torno a Tebas. Como podemos apreciar, detrás de estas
cuestiones se encuentra, una verdadera batalla narrativa (GOLDHILL: 2002, 59)
entre griegos y bárbaros (HARRISON, 2000) presente en Persas y que se vuelve
a repetir en Siete contra Tebas.
En este caso, esta batalla narrativa que antecede, anuncia y oculta la batalla
verdadera, no opone el peligro de la tiranía en la lucha con un rey extranjero,
sino que nos presenta al tirano exiliado que ataca su ciudad natal acompañado
de bárbaros. En algún sentido, en esta representación del sitio de Tebas, se
encuentra el recuerdo de la Atenas sitiada y el peligro de los tiranos
acompañados por el ejército persa. Pero también la ambigüedad de una ciudad
griega atacada por griegos que finalmente se comportan como bárbaros y su
líder lejos de ser un liberador se convierte en un tirano.
Tebas y Argos, aunque poseen diferente tratamiento en el teatro trágico
(ZEITLIN: 1990, 145-146) son las ciudades de la Erinis en donde se suceden
dinastías de tiranos y crímenes dinásticos. Son las ciudades que rechazaron por
distintos motivos unirse a los helenos en la guerra contra el persa y poseen
vínculos de amistad con el Gran Rey (Her VII, 151). Dos ciudades en donde su
compleja tradición mítica se conjuga con su reciente pasado político en las
guerras médicas. Detrás de este sutil juego de ambigüedades se conjuga una
reversibilidad, un constante desplazamiento entre la identidad helena y la
bárbara, o para decirlo de otro modo entre los valores políticos griegos o anti-
políticos bárbaros.
“Confiado en eso iré y lucharé yo mismo con él. ¿Qué otro podría hacerlo
con mayor legitimidad? ¿Rey contra rey, hermano contra hermano, y
enemigo contra enemigo me voy a medir.” (vv. 673-675)
“Si hay que soportar la desgracia, sea al menos sin deshonor; es la única
ganancia que queda a losmuertos, mientras que de sucesos infaustos y
faltos de honra, ninguna gloria celebrarás.” (vv. 683-685)
Conclusión
Podemos apreciar en Siete contra Tebas, que la figura del héroe trágico se
encuentra condicionada por otros aspectos que se vinculan con la tensión entre
sus decisiones personales encorsetadas por los imperativos divinos. Por un
lado, la figura heroica, al ser una representación de un discurso político, se
encuentra estrechamente vinculada a la representación de la ciudad en donde
se compone la escena teatral. Por el otro, en tanto que representación, se
encuentra estrechamente ligada al clima político de su contexto de producción,
siendo el dilema en torno a la tiranía-barbarie el mecanismo utilizado para dar
una respuesta.
Sostenemos que la ausencia de una capacidad propia de introspección y de
autodefinición no solo llevó al varón griego a construir su personalidad y su
identidad en torno al colectivo cívico. La propia auto-representación de una
identidad helena y un conjunto de valores cívicos no pudo percibirse de forma
nítida, sino que fue a través de la construcción de la figura del bárbaro como
emergente constitutivo de la identidad.
El varón ateniense encontró una primera aproximación de sí mismo en su
práctica cotidiana política. Es allí, donde la imagen del bárbaro ocupó un lugar
central, porque se presentó como lo ajeno, pero también como un reflejo
propio, una potencia de lo que puede ser el devenir político griego. La tiranía se
representó doblemente expulsada a través de los tiranicidas y luego las
guerras médicas, pero la ausencia de una “introspección política” no
permitió representar la emergencia de nuevas formas de tiranía.
El teatro posee un lenguaje polifónico, porque a través de un mensaje claro
pero diverso, puede dialogar con cada uno de los presentes y reconstruir el
equilibrio en esa tensión de voces recuperando el sentido de comunidad
política. Las figuras de las ciudades míticas y los héroes épicos devenidos en
trágicos construyeron una máscara discursiva que concentró la representación
de la tiranía en el individuo y no en el colectivo político. El teatro trágico no
pudo hablar explícitamente a la ciudad sobre el problema del demos-tirano,
pero probablemente logró interpelar con estos interrogantes a cada ciudadano
ateniense.
Eteocles como una representación discursiva política, no proyecta de forma
directa la figura real de Cimón, sino más bien los peligros a los que se expone
la ciudad si adopta el camino del imperialismo sostenido por la facción
aristocrática, apoyada en el demos. El héroe dividido que se opone a Teseo,
como personaje ideal, pone en discusión el peligro de caer en la barbarie
producto de luchar contra el bárbaro. Así, Atenas que se encuentra ausente de
representación en la escena teatral, se encuentra tensionada en la figura de
Tebas que Esquilo pone en escena entre la ciudad bárbara y la ciudad helena.
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