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La iglesia existe en el derramamiento del Espíritu Santo. Esta declaración de Ralph Del
Colle nos hace cuestionar la suposición de muchos pentecostales de que el bautismo en
el Espíritu es simplemente una experiencia de poder o renovación entre las personas
cristianas. Sin embargo, de manera interesante, los pentecostales también asumieron una
íntima conexión entre el bautismo en el Espíritu y la vida interactiva de una iglesia
carismáticamente enriquecida dentro de una gran «lluvia» del Espíritu. En su
interpretación individualista del bautismo en el Espíritu, les faltó el marco conceptual
con el cual entender su conexión a la vida de la iglesia comunitariamente investida con
los dones. La tesis central de este capítulo es, por consiguiente, que el bautismo en el
Espíritu dio origen a la iglesia global y sigue siendo la misma sustancia de la vida en el
Espíritu de la iglesia, que incluye su vida y misión carismática. Los pentecostales
requieren una eclesiología más desarrollada a la luz de la neumatología.
Tradicionalmente anhelaron la llegada de un avivamiento sobre las «iglesias
durmientes», pero les faltó una valoración de la constitución neumatológica aún más
seminal de la iglesia. Aquí es fundamental la declaración bien conocida de Irenaeus de
que «dondequiera que esté el Espíritu de Dios, está la iglesia y toda gracia» (Adversus
Haereses 3.24.1). Aunque la obra del Espíritu es inmensa y está orientada en primer
lugar al reino de Dios en el mundo, también es central y exclusivamente eclesial en
naturaleza. De ayuda a este respecto es la opinión de Simón Chan de que el Espíritu
presente en y a través de la iglesia es el «Espíritu ubicado-en-la-iglesia, moldeado-a-Ia-
iglesia», lo que podríamos llamar el Espíritu eclesial, que actúa como redentor para
hacer posible la comunión con Dios y el prójimo. La iglesia, por consiguiente, existe en
el Espíritu eclesial, que también es el Espíritu misionero. El Espíritu en la koinonía y la
misión investida de la iglesia busca atraer a la humanidad a una comunión con Dios y a
provocar un anhelo por el día cuando toda la creación se convierta en el templo de la
presencia de Dios para la gloria de Dios.
Por consiguiente, cualquier discusión de! bautismo en el Espíritu y el rol central que este
puede jugar en una teología pentecostal global necesita un debate de la iglesia. Debido a la
importancia de la koinonía para el reino de Dios en el mundo, la iglesia se convierte en el
resultado natural de! derramamiento pentecostal del Espíritu en el mundo. Incorporado a la
relación filial de Cristo con el Padre, la iglesia puede participar en la plenitud espiritual de
Cristo. El perspicaz comentario de Leslie Newbigin presenta: «Sin duda, el hecho de
inagotable importancia que nuestro Señor dejó tras él no fue un libro ni un credo, un
sistema de pensamiento o una regla de vida, sino una comunidad visible». 3 La iglesia
no es incidental para el bautismo en el Espíritu sino mejor dicho su resultado integral.
Además, el bautismo en el Espíritu no es un super-additum sino algo esencial para la
vida de la iglesia. Como una dinámica relacional, el bautismo en el Espíritu.
Solo inviste y renueva al pueblo de Dios sino que dio a luz a su pueblo como de la
gracia en un mundo cada vez con menos gracia (para usar una frase escuché más de una
vez de mi Doktorvater, Jan Lochman). Por consiguiente, analizaremos la importancia de
la iglesia para el bautismo en el Espíritu al discutir primero el rol de la koinonía en el
bautismo en el Espíritu.
Capitulo Catorce
Desde luego, la iglesia, como una comunión, es más profunda en importancia que una
red social de relaciones personales. Pero Stark tiene razón al señalar a la vida
comunitaria de la iglesia como la clave para su esfuerzo misionero eficaz. La iglesia no
solo proclamó el evangelio sino que participó y encarnó el mismo en su vida y
testimonio comunitario. Podemos decir que la iglesia se brindó en intensas relaciones de
comunión, «llenas de gracia», basadas en la caridad y la esperanza que hizo al evangelio
más atractivo para una población hambrienta de comunión. Lucas parece haber estado
de acuerdo, al informar que, como resultado del Pentecostés:
Este nuevo desarrollo en el cristianismo global, del cual el pentecostalisrno es una parte
vital, responde a una necesidad urgente. Thomas Finger mencionó correctamente que
«la globalización continúa la disolución moderna de la solidaridad y las relaciones
comunitarias» al separar a «un sin número de individuos de cualquier sentimiento de
conexión Christopher Lasch nos informa más adelante que aun la familia,
tradicionalmente un «cielo» en medio de un mundo «cruel», sucumbe a las influencias
de un mundo impersonal gobernado por varias instituciones capitalistas. Por ejemplo,
los padres instan a los hijos a respetar su autoridad a cambio de servicios prestados
como comida, ropa y vivienda. Los miembros de la familia, entonces, parecen tener
poco en común más allá de la provisión de estos «servicios».
Además, los niños nacen dentro de un proceso de socialización que privilegia
injustamente una raza, sexo, clase social, etc., al distorsionar sus almas desde el
comienzo y dar nuevo significado a la doctrina del «pecado original». Si alguna vez
hubo un tiempo en que la iglesia necesitara encarnar para el mundo una comunidad de
«relaciones llenas de gracia» en Dios, que concede toda gracia abundante y libremente,
es ahora. Cristo, como el Espíritu bautizador, ofrece esperanza, ya que al otorgar el
Espíritu, imparte la comunión de la vida divina en toda su gracia y poder sanador. Él
«concedió dones» a la humanidad para que pudiera llenar el universo entero con su
presencia redentora (cf Ef 4:7-10). Él llena con el Espíritu para propiciar una vida
comunitaria: «Sean llenos del Espíritu. Anímense unos a otros con salmos, himnos y
canciones espirituales» (Ef 5: 18-19). Este puede ser el tiempo para que el notable
enfoque pentecostal de! Cristo carismático como el Espíritu bautizador surja como un
tema principal en el movimiento ecuménico. Pero primero necesitamos ayudar a los
pentecostales a desarrollar la conexión implícita que ellos hacen entre el bautismo en el
Espíritu y la vida y misión de la iglesia.
Pero podríamos aun preguntar: ¿Por qué la iglesia es como la comunión de los santos y.
como la «señal y sello» del reino? Podríamos imaginar que Dios, en la soberanía de su
poder, podría forzar a la creación a ajustarse a la gracia santificadora. Tal acción, sin
embargo, no sería consistente con el amor divino. El reino de Dios revelado en Cristo
no es arrollador sino cinético o dador de sí mismo. No fuerza a obedecer, mas busca
persuadir. No es arrollador, mas busca atraer y convencer. No es demasiado obvio, mas
inspira a fe en ausencia de vista. Más importante, no domina, más atrae a los demás a
una comunión mutuamente edificante.
Tal reino, por consiguiente, involucra en el buen gusto de Dios la elección de la gente
en Cristo que puede funcionar como una señal y sello de su reino, o que puede
«encarnarse» como la comunidad santificada y dar testimonio en poder. Tal reino
inspira a una iglesia para que proclame y canalice la gracia del amor en medio de un
mundo oprimido por la falta de gracia, alienación, dominación y muerte. En debilidad,
esta comunidad se gloriará en la gracia y poder de Dios. Mirará a Dios y al Cordero, y
proclamará: « ¡La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del
Cordero! » (Ap 7:10). En debilidad, la iglesia apunta al reino como el misterio
escondido, pero también revelado en el testimonio vivo de la iglesia. En el poder del
Espíritu, la iglesia reconocerá todo lo que es y será para el bautismo en el Espíritu y no
para sus propios recursos.
Esta iglesia será formada por «sacerdotes al servicio de Dios» solo como un resultado
de la gracia redentora y en servicio a Dios en la imagen del Cordero crucificado (cf. Ap
1:5-6). Esta iglesia conquistará las fuerzas malignas por la sangre del propio sacrificio
del Cordero en el testimonio vivo a él (cf Ap 12:11), no por agresión o violencia.
Participará por bautismo en el Espíritu en el reino del amor de Cristo, revelado en el
camino a la cruz. El reino entregado al Hijo por el Padre en un amor que todo lo da y
devuelto al Padre por el Hijo en amor sacrificial, está abierto por medio del bautismo en
el Espíritu a la iglesia, que humildemente lo acepta como un «reino de sacerdotes» y
profetas. La iglesia bautizada en el Espíritu se «encarna» en este reino, en un testimonio
vivo del Señor de la gloria crucificado. En la koinonía viva del amor del Espíritu, la
iglesia se encarna y da testimonio del reino de Dios al mundo.
Es importante notar que los pentecostales no formularían típicamente su eclesiología a
través de un concepto de koinonía trinitaria. La koinonía trinitaria generalmente no es
un concepto usado en su enseñanza y predicación. Como Miroslav Volf mencionó en
forma más general: «La idea de correspondencia entre la Iglesia-Trinidad permanece en
gran parte ajena a la tradición de la iglesia libre». Aunque la koinonía es un concepto
del Nuevo Testamento, naturalmente no está, de manera explícita, usada en el texto
bíblico como una descripción de la vida interior de Dios o de la participación de la
iglesia en su propia revelación en la historia. El evangelio de Juan implica una
correspondencia entre nuestra comunión con Cristo y la comunión de Cristo con el
Padre (cf. J n 14: 11, 20; 17: 21); pero la complicada analogía (o relación participativa)
entre la vida trinitaria de Dios y la comunión de la iglesia es un pensamiento teológico
extraído de la nueva teología trinitaria.
Volf intentó mostrar que la koinonía puede enriquecer una libre iglesia eclesiológica al
profundizar su interpretación de la comunión eclesial. De hecho, él caracterizó la
intención básica de su libro; After Our Lens: The Church as the Image of the Trinity
[Tras nuestra semejanza: la iglesia como la imagen de la Trinidad], al hacer «una
contribución a la relación trinitaria de la eclesiología de la iglesia libre». La iglesia no es
solo una asociación de creyentes individuales sino una participación en el Espíritu en la
comunión amorosa disfrutada dentro de la vida trina de Dios. Como confirma el Estudio
de Fe y Orden: The Nature and Purpose of the Church [La naturaleza y propósito de la
iglesia]: «La iglesia no es solo la suma de creyentes individuales en comunión con Dios.
No es principalmente una comunión de creyentes con los demás. Es una participación
en común en la misma vida de Dios, cuyo ser más íntimo es la comunión».
Tal vez la salida para los pentecostales, en respuesta a este enfoque ecuménico sobre la
koinonía, sea seguir el consejo de Walter Kasper de luchar por «un diseño eclesiológico
bajo la influencia de la neumatología, de acuerdo al arquetipo de la Trinidad». El
desafío para los pentecostales, desde luego, es cómo relaciona la sugerencia de Kasper a
los pentecostales trinitarios con los unitarios, que rechazan la Trinidad ontológica. Si,
como parece agradar a todos los pentecostales, Jesús, como la encarnación de Dios y el
Hombre del Espíritu, comulga con el Padre celestial, ciertamente una invocación de su
nombre en el bautismo implicaría nuestra entrada a su imagen dentro de la comunión de
amor y devoción que disfrutan él y el Padre. Los unitarios no querrán considerar esta
relación entre Jesús y el Padre como transferible a la vida íntima de Dios. Pero eso,
según mi opinión, no omite necesariamente la posibilidad de que la comunión entre
Jesús, como el Hombre del Espíritu, y el Padre, en la historia de Jesús, no pueda tener
importancia para la interpretación de los unitarios de la vida nueva disponible en el
bautismo en el Espíritu.
Interesantemente, a esta luz, el propio uso de la metáfora bautismal del Espíritu, por
parte de Pablo, puede ser traducido de esta manera: «Todos fuimos bautizados por un
solo Espíritu para constituir un solo cuerpo -ya seamos judíos o gentiles, esclavos o
libres- (1 Co 12:13). El significado, de acuerdo a Robertson y Plummer es el siguiente:
«El Espíritu es el elemento en (en) el que el bautismo tiene lugar, y el cuerpo es el fin
para (eis) el que el acto es dirigido». Thayer también menciona que el (eis) del versículo
en mención indica un «efecto», es decir, «todos fuimos bautizados por un solo Espíritu
con el efecto de participar completamente en un cuerpo”. El bautismo en el Espíritu es,
por consiguiente, teológicamente anterior al bautismo en el cuerpo, pues el bautismo en
el Espíritu es la incorporación expansiva y trascendental dentro del reino de Dios que
constituye el cuerpo, y en el que el cuerpo participa para su vida y misión. Sin embargo,
el bautismo en el Espíritu es, al mismo tiempo, una iniciación a la comunión
reconciliada y conciliadora de personas en medio de límites culturales.
Pablo, entonces, vincula la llenura del Espíritu a una vida y participación comunitaria:
«Sean llenos del Espíritu. Anímense unos a otros con salmos, himnos y canciones
espirituales» (cf Ef 5: 18-19). El bautismo en el Espíritu a la luz de la koinonía, por
consiguiente, significa que la iglesia, en el poder del Espíritu, no solo es una asociación
voluntaria de creyentes individuales sino más bien una comunión cultivada y empática
que reconcilia a diversas personas para que puedan llevar unas las cargas de las otras en
el amor de Cristo. Hay un grupo dinámico en el Espíritu que debe ser nutrido y
cultivado a través de la predicación, el sacramento y una variedad de expresiones llenas
de los dones. El bautismo en el Espíritu es experimentado por individuos, no aislados
sino en preparación para la koinonía. El bautismo en el Espíritu es experimentado por
una iglesia en comunión, pero siempre de manera que responda a las necesidades e
interacciones concretas de los individuos. Sin embargo, previo a tales experiencias, el
bautismo en el Espíritu es también un suceso que constituye a la iglesia. La koinonía
implica una interpretación diferenciada del bautismo en el Espíritu como una dinámica
diversa, relacional y polifónica de constitución y renovación por el Espíritu de Cristo.
“En el principio estaba la relación”. Estas palabras, escritas por el gran filósofo judío,
Martin Buber, en su obra clásica: 1 and Thou [Yo y tú], es un obvio juego de palabras
tomadas del relato de la creación de Génesis. La intención de Buber es clara: la
«relación» no es un lujo o una adenda a la existencia humana. Hay algo con respecto a
las relaciones que es «ontológico» o esencial para la existencia humana o ese modo de
ser que llamamos «humano» y «creatural», La necesidad de tener relaciones es algo
innato, pues parte de la interdependencia de todo en la vida que es evidente, por
ejemplo, de la experiencia del bebé en el vientre. El bautismo en el Espíritu, como un
puente a la comunión, presupone una antropología relacional, por lo tanto, el hecho de
que la relación es fundamental para la existencia y la identidad humana no es difícil de
entender. Los sicólogos infantiles nos informan que la vida de un niño florece en
vínculo con otros seres significativos y adquiere identidad al verla reflejada en los
rostros y actitudes de aquellos con los que infante tiene relación. Hay aún una clase de
vínculo con otros dentro del vientre, Luego el niño nace en un idioma y una estructura
social que moldea su forma de percibir el yo y el mundo. El yo es la relación consigo
mismo, la comunión consigo mismo, para bien o para mal. Dado que una persona se
mueve dentro de una red de relaciones humanas siempre complejas, su sentido de
identidad crece con la misma complejidad. Puede ser un padre, un amigo, un hermano,
un vecino, etc.; todas son etiquetas que les colocamos a las diferentes clases de
relaciones, que son inciertas y están en constante cambio. Una persona se mueve en
comunidades aparte de la suya, produciendo una colisión de mundos y una mayor
expansión del sentido del yo.
Constantemente se nos recuerda que ninguna persona es una isla. Las relaciones no son
externas a nosotros sino representan un campo complejo de la vida en el cual definimos
nuestra misma existencia, nos guste o no. Hablamos sin entender entre alejamiento y
acercamiento, dos cosas que son señales de una realidad caída así como aquella que
distorsiona nuestras almas o lo más Íntimo de nuestro yo. Esta realidad caída es
esencialmente relacional, como lo son los síntomas de la destrucción y opresión que
sentimos en medio de esta. El clamor por la gracia, así como el anticipo de esta también
es relacional. Nosotros gemimos con la creación entera por la liberación (cf Ro 8:26).
Todo esto nos ayudará a entender el idioma de la redención implícitamente relacional
de la Biblia (incluido el bautismo en el Espíritu), así como el rol esencial de la
comunión de los santos para ocasionar esta redención. Lo que dije hasta ahora, por
consiguiente, con respecto a cuán esenciales son las relaciones para la existencia
humana, no intenta promover la idea de que no hay un sentido del yo distinto al de los
demás. De hecho, las relaciones implican la existencia de un yo distinto (aunque
finalmente inseparable) al de los demás. Bonhoeffer dijo algo apropiado en su obra
clásica Sanctorum Communio: «Se podría decir que reconociendo un Tú, una
conciencia ajena, separada y distinta de mí, me reconozco a mí mismo como un «Yo», y
así la conciencia de mi propia identidad se despierta. De hecho, es natural en nuestro
desarrollo incorporar a unos y mantener a distancia a otros. Los límites de nuestra
existencia tienen barreras y puentes por igual.
Pero, ¿cómo obtengo esta «vida» o este centro que me permita tener libertad para
entablar relaciones sin ser abrumado por el alejamiento o acercamiento? En medio de
las' relaciones, buscamos descubrir un núcleo Íntimo, L1n «yo autónomo» que sea libre.
Pero tal autonomía es un engaño modernista que nos conduce al alejamiento y opresión.
Lo que se necesita de verdad es un yo en soledad. La soledad tiene que ver con un
espacio seguro para desarrollar el yo sin amenazas de abandono u opresión. Esto
presupone un contexto comprensivo, preferiblemente de amor y confianza
incondicional, algo que aún podría ser llamado «sacro». Pero, ¿dónde hay un contexto
así?
La obra de Anthony Storr, Solitude: A Return to the Self [Soledad: un regreso al yo], basa
la búsqueda de un contexto de confianza para la soledad en la capacidad temprana del
niño en el contexto de relaciones de confianza para estar solo. Durante los primeros años
de desarrollo de un niño, el apego por una figura se convierte en una parte de su mundo
íntimo, como alguien en quien el infante puede confiar en ausencia de la figura.? En otras
palabras, la capacidad de estar solo es un aspecto esencial del desarrollo saludable de un
niño en un contexto de confianza. Storr concluye, desde esta experiencia de la niñez,
que la «capacidad de estar solo, por consiguiente, está ligada al descubrimiento y a la
comprensión de sí mismo; y se vuelve consiente de las necesidades, sentimientos e
impulsos más profundos»." Storr critica como algo parcial la presuposición común de
que la madurez implica solo la capacidad de tener relaciones saludables. Además,
considera que la capacidad de estar solo también es una señal de madurez. La soledad
presupone, Y es requerida para la formación de relaciones llenas de confianza y gracia.
La capacidad de resistir el alejamiento o el acercamiento a la masa cerebral es la
capacidad para estar en soledad; la cual brinda el contexto en el que se cultiva un
sentido de un yo distinto a los demás. La soledad, como el contexto para comprenderse
a sí mismo, por consiguiente, se vuelve esencial en la vida como lo es el tiempo que se
invierte en cultivar las relaciones. Sin soledad, podemos estar a la deriva en nuestra
identidad, en medio de una miríada de relaciones con las expectativas y demandas que
estas conllevan, sin la capacidad de encontrar en soledad un centro de confianza
incondicional en el cual cultivar un libre y creativo sentido de comprensión de uno
mismo. Esta soledad es el centro por el cual podemos dar de nosotros a los demás.
Nosotros aprendimos esto acerca de Jesús. Su soledad con el Padre originó un centro
del cual daba de sí a otros en resistencia a sus expectativas interesadas. Carl Jung
formuló una buena pregunta al respecto: «Tengo alguna experiencia religiosa y una
relación cercana con Dios que, por consiguiente, me mantenga cómo individuo, de
esfumarme en la multitud». Lucas nos dice, a través de su descripción del sermón de
Pablo en Atenas, que todos somos descendencia de Dios, es decir, que en Dios todos
vivimos y nos movemos y existimos (cf. Hch 17:28). Esto significa que, desde una
perspectiva teológica, es nuestro nacimiento de y en Dios lo que define para nosotros la
seguridad fundamental en la cual desarrollar un sentido saludable del yo en soledad. En
esta capacidad para confiar en Dios y recibir de él nuestro llamado y don para la vida,
descubrimos quiénes somos en relación a los demás.
Hay que evitar dos extremos cuando comparamos a Cristo o el reino y la iglesia. El
primer extremo es una separación o dualismo. Como mencioné anteriormente, no
podemos separar a Cristo de su cuerpo. Tampoco podemos ver el reino de Dios y la
iglesia como dos reinos completamente separados. El segundo, sin embargo, es una
identificación entre Cristo o su reino y la iglesia. Esta identificación resulta en una
escatología exagerada' y la pérdida de un énfasis apropiado sobre la iglesia bajo
renovación como un siervo humilde de Cristo. Mostraré mi inclinación Barthiana aquí y
al proponer, entre estos dos extremos, una dialéctica en el rol de la iglesia, como testigo
o señal, en la cual mantiene su tesoro como vasijas de barro.
En debilidad, la iglesia da un testimonio en el Espíritu deteriorado o malogrado. El
bautismo en el Espíritu es; por consiguiente, una morada o investidura del Espíritu; no
es una posesión incondicional de la iglesia, más bien posee a la iglesia en constantes
olas de renovación. La iglesia en comunión con Cristo enfrenta un «no» divino con
respecto a su fidelidad" pero también un «sí» que todo lo abarca sostenido por la gracia
de Dios y la presencia de! Espíritu en toda gracia. Como veremos, esta dialéctica no es
estática sino dinámica, y siempre se extiende a un cumplimiento escatológico más
profundo mientras nos acercamos, y pasamos de ver vagamente por un lente a hacerlo
«cara a cara».
Pero primero descubramos esta dialéctica y coloquémosla sobre las bases de la
prioridad teológica de Cristo, el Espíritu y el reino para la iglesia. Cuando Usamos la
frase <da iglesia bautizada en el Espíritu», estamos diciendo, en efecto, que el bautismo
en el Espíritu no es algo administrado por la iglesia sino más bien es este mismo el que
administra la iglesia. El bautismo en el Espíritu está, por consiguiente, demasiado
limitado si solo se lo ve como el lado espiritual del bautismo en agua o como la
regeneración individual o aun como exclusivamente una investidura personal para el
testimonio carismático. No negaré la importancia de la iglesia en su proclamación, sus
sacramentos y su investidura para ser testigos al ocasionar que el bautismo en el
Espíritu Santo se haga realidad en la vida de la gente, pero el bautismo en el Espíritu es
lo que llevó a la iglesia a existir en primer lugar.
Por lo tanto, el bautismo en el Espíritu transmitido por medio del Cristo resucitado y
cumplido en su retorno en el «Día del Señor» (Hch 2: 17-21) no puede ser reducido a lo
que está implícito teológicamente en la regeneración individual, e! bautismo en agua o
la investidura personal. El bautismo en el Espíritu constituye la iglesia como la iglesia, y
constituye la misma esencia de la iglesia, pero también trascendiendo a la misma
mientras se extiende hacia la nueva creación. Dado que la iglesia es el lugar de la
morada del Espíritu-reino de Cristo, es el testigo consagrado e investido de Cristo y su
reino en el mundo. Está a la vanguardia de la transformación de la creación en el lugar
de la morada de Dios.
El Espíritu y el reino de Dios son, por consiguiente, previos a la iglesia y determinan su
viaje escatológico como peregrinos. Como menciona Lorein Fuchs: «El Espíritu
constituye la iglesia como la presencia continua de Cristo en el mundo al transformarla
en una manifestación anticipada de! reino escatológico de Dios». Más específicamente,
la institución que Cristo hace de la iglesia, como el Espíritu bautizador, apunta al
compromiso divino con Cristo como el centro de la vida carismática, kerygmática y
sacramental de la iglesia, y el principal medio de renovación en el mundo. La
constitución neumatológica de la iglesia, por medio de! bautismo en el Espíritu, apunta
a la divina presencia en la institución de la iglesia y a la libertad y expansión divina que
produce que alcance y llegue a ser la transformación escatológica y global de todas las
cosas dentro de! mismo lugar de la morada de Dios. En el camino hacia su
cumplimiento, la iglesia llega a ser la gracia en medio de un mundo-completamente-sin-
gracia.
El término «señal» fue cuidadosamente elegido aquí como una analogía para «testigo».
Ambos términos implican que la iglesia bautizada en el Espíritu participa en la
inauguración y cumplimiento del reino de Dios en el mundo y puede, por gracia, ser un
testigo vivo de esto al encarnarlo y apuntarlo. El bautismo en el Espíritu esencialmente
vincula a la iglesia con Jesús y el reino que él proclamó. Por otro lado, no se puede
negar o desplazar a la iglesia como el cuerpo llamado exclusivamente para ser la señal
ye! instrumento de! reino de Dios en el mundo. El dogma de la iglesia no puede ser
rechazado sin oponerse a los elementos esenciales de la verdad de Cristo. Por otro lado,
la iglesia, como señal e instrumento del reino de Dios en el mundo, implica una
reservación escatológica con respecto a cualquier clase de identificación incondicional
entre e! reino proclamado por Cristo y la iglesia. La iglesia proclama una palabra
verdadera, pero no una palabra exhaustiva o final.
No hay dialéctica crítica entre Jesús y el Espíritu. Él es el Rey y el Espíritu el reino.
Pero, como mencioné anteriormente, hay tal dialéctica entre el Espíritu-reino y la
iglesia. Por consiguiente, la iglesia no es la palabra final sino un testigo penúltimo de la
palabra de! reino que es Cristo. Por lo tanto, sin negar la relación integral del reino y la
iglesia, debemos agregar que puede no haber una identificación incondicional de la
iglesia con el reino o el Espíritu de Cristo. Como Hans Küng mencionó: «Una iglesia
que se identifica a sí misma con el Espíritu no tiene necesidad de escuchar, creer u
obedecer. La iglesia solo se escucharía a sí misma. Cristo, entonces, sería visto, de
acuerdo a Küng, como si abdicara a favor de una iglesia que tomó su lugar. Tal iglesia,
«por toda su postura de humildad, trata de ser independiente y, por toda su modestia,
trata de ser autónoma. Una iglesia conocedora reemplaza a una creyente, una iglesia
posesiva reemplaza a una necesitada, una autoridad total reemplaza la obediencia.
Según mi perspectiva, semejante identificación entre Cristo y la iglesia elimina la
relación críticamente necesitada entre e! reino y la iglesia y, por consiguiente, remueve
la actual necesidad de la iglesia de buscar renovación o reformación, pues le concede a
la misma una autoridad absoluta e incuestionable.
También es útil la negación de Miroslav Volf de transferir la subjetividad de Cristo a la
iglesia para formar un sujeto colectivo, un «Cristo total». En cambio, Volf habla de una
«yuxtaposición» entre Cristo y la iglesia que, «precisamente, como tal es constitutiva de
su unidad». Volf extrae del ecuménico Lukas Vischer para mencionar que el concepto
bíblico de unidad no es una identidad incondicional sino más bien una comunión de uno
con el «otro» que no anula las diferencias entre ellos. Jesús dijo de nuestra unidad con él
que nosotros estaríamos en él y él en nosotros (cf. Jn 14:20). Nuestra unidad con Cristo
es a través de una mutua morada y no una misma identidad.
Esto no quiere decir que negamos que Cristo participe de una solidaridad real con su
pueblo (al preguntarle a Pablo «¿por qué me persigues?» Hch 9: 4). Pero, además, le
pide a la iglesia que no lo deje afuera sino que lo invite a la mesa de la comunión (cf.
Ap 3:20). El bautismo en e! Espíritu, como una llenura divina, implica una solidaridad
de amor y la comunión de una morada mutua que requiere nuestra fiel participación.
Esto nunca debe darse por sentado, más bien hay que cultivarlo y practicarlo. Esto
implica una realidad escatológica de un «ahora» y un «no aún», pues ahora vemos por
medio de un lente oscuramente, después lo haremos «cara a cara» (cf. 1 Ca l3: 12).
Nuestra unidad con Cristo por medio del bautismo en el Espíritu es dinámica y no
estática. Implica una dialéctica de vivir sobre la gracia o bajo la gracia, por lo cual
debemos renovarnos constantemente.
El concepto del bautismo en el Espíritu puede ayudarnos a negociar esta tensión entre
una separación y una identificación en la relación del reino de la iglesia también. El
bautismo en el Espíritu es una metáfora participativa que es dinámica, interactiva y
escatológica, y que da lugar a las interpretaciones de la iglesia que evitan su separación
de, y una identificación incondicional con, el reino de Cristo. Una determinación
cristológica de la iglesia sola tiende hacia una interpretación estática de la relación del
reino con la iglesia que resulta en ya sea un rechazo intelectualista de una relación
positiva o una afirmación rígidamente dogmática de una identificación entre estos. Una
interpretación neumatológica de la relación entre el reino y la iglesia nos concede la
dialéctica dinámica y escatológica necesitada para negociar la relación más
bíblicamente.
Sin embargo, una constitución neumatológica de la iglesia sola corre el peligro de
separarla de la propia revelación de Dios en Jesús de Nazaret, y causa que pierda su
concreta identidad y sentido de dirección. El evangelio de Jesucristo es la respuesta a
semejante entusiasmo, pues sujeta la constitución neumatológica en la propia revelación
objetiva de Dios en Jesús. El Espíritu escatológico, como la esencia del reino, entonces,
implica una conexión de la iglesia con Cristo como su cuerpo y reservación crítica
indispensable para prevenir la identificación idólatra de la iglesia con este divino Cristo
que se da a sí mismo para que la iglesia pueda funcionar como su señal e instrumento
eficaz en el testimonio vivo. La iglesia como «peregrina» está, por consiguiente, «en
camino» como una dinámica señal e instrumento de renovación que, en sí, es renovada.
Como escribió Ralph Del Calle de la iglesia existente en el derramamiento del Espíritu:
«la gracia, la energía y el poder del Espíritu Santo ayudan a constituir la iglesia al
atraerla hacia el reino, al establecer su koinonía o comunión, y al permitir su vida y
testimonio hasta cumplirse.
Estas señales de la gracia en la proclamación, el sacramento y la carisma tienen su origen
y poder actual en el Dios que bautiza en el Espíritu o el que da de su vida trina a fin de
habitar la creación y atraerla a una divina koinonía. Esta interpretación de la iglesia es
reino céntrica. Representativas son las palabras de Jürgen Moltmann: «No es la iglesia
la que tiene que cumplir la misión de la salvación en el mundo. Es la misión del Hijo y
el Espíritu, por medio del Padre, que incluye a la iglesia, y crean una iglesia mientras
siguen su camino. Nótese también la opinión de Harvey Cox sobre la prioridad del
reino de Dios para la iglesia:
Una doctrina de la iglesia es un aspecto secundario y derivado de la teología que
sigue después de una discusión de la acción de Dios al llamar al hombre a
cooperar para que llegue al reino. Viene después, no antes, una aclaración de la
idea del reino y las respuestas apropiadas al reino en una era particular.
No es la iglesia la que administra el Espíritu sino el Espíritu en el bautismo en el
Espíritu, desde el Padre, a través del Hijo, el que administra la iglesia.
La prioridad del reino de Dios puede tener un rol poderoso en una teología pentecostal
del derramamiento del Espíritu, como se desprendía del mensaje de los Blumhardts,
padre (Johann) e hijo (Christoph), pietistas alemanes del siglo diecinueve. Los
Blumhardts desarrollaron un ministerio de sanidad divina en el trasfondo del ferviente
deseo por un final derramamiento del Espíritu Santo y una visión de transformación
global. Ellos pusieron su esperanza fundamentalmente en el reino de Dios y miraron a la
iglesia como su sierva. Esta prioridad, concedida al reino hizo que trataran
ambivalentemente a la iglesia. El joven Blumhardt hasta “se dirigió al mundo”, en su
esfuerzo por encontrar siervos fieles del reino fuera de la iglesia.
Como fue claro hacia el final de su vida, Christoph estaba contra la iglesia a fin de estar
a favor de la misma. Él instó a la iglesia a «caminar junto al reino de Dios, que es el
gran movimiento del reino de Dios en el mundo».? Sin embargo, el reino no debe
separarse completamente del reino natural. En 1910, Christoph le escribe a Leonard
Ragaz y le dice que «un movimiento del Espíritu de Cristo procede a través del
tiempo», y nos presenta una pizca de la verdad que nos empujará hacia delante, a lo que
es nuevo."! En otro contexto, escribió que el futuro es percatado en el presente en un
punto de «armonía» de lo último con lo primero. Tales perspectivas no son para nada
removidas del suceso Kairos descrito en la obra clásica de Paul Tillich: The Socialist
Decision [La decisión socialista], una obra que escribió bajo la influencia Blumhardt.
El mundo de piedad de Blumhardt ejerció una profunda influencia en Tillich y en una
generación de teólogos de «entre las guerras». Tillich escribió que Blumhardt le dio una
nueva visión de la relación de la iglesia con la sociedad «nunca antes oída», enfocada en
el mundo y no en la iglesia. Eberhard Bethge mencionó que el mundo de la piedad de
Blumhardt ejerció una influencia seminal en el pensamiento de Dietrich Bonhoeffer.
Harvey Cox escribió su Secular City [Ciudad secular] en respuesta al mundo de la piedad
de Christoph Blumhardt y sus seguidores: Herman Kutter y Leonard Ragaz. Jürgen
Moltmann trabajó bajo la misma influencia al mencionar que «Christoph Blumhardt,
Kutter y Ragaz, dieron el paso práctico fuera de la religión del reino de Dios, fuera de la
iglesia del mundo, fuera de la preocupación por el individuo esperada en el mundo.
Más profunda fue la influencia de Christoph Blumhardt sobre la teología de Karl Barth.
Barth describió perspicazmente la interpretación de Christoph de la dialéctica del reino
como algo trascendente y libre, pero también como una realidad presente en el contexto
del testimonio humano:
El único elemento, y lo digo bastante deliberadamente, profético en el mensaje y
misión de Blumhardt consiste en la manera en que el apresurado y el paciente, lo
terrenal y lo divino, el presente y el futuro, una y otra vez se encontraban, estaban
unidos, se suplementaban uno al otro, se buscaban y se encontraban uno al otro.
Para Barth, la dialéctica crítica de Blurnhardt inherente en el testimonio de la iglesia era
dinámica y escatológica, trascendente e intrascendente, presente y sin embargo futura.
La iglesia vive por el reino en su vida íntima, «al reunirse» en él continuamente como
también en momentos de llenura y renovación del Espíritu. El Espíritu mora en la
iglesia como su «alma» viviente (San Agustín), pero también soberanamente se dirige y
llega a la iglesia en un fresco poder y en vientos de renovación.
La iglesia es el locus central de la vida del Espíritu o la vida del reino. Como el gran
dialéctico, sin embargo, la presencia del Espíritu en y a través de la iglesia nos hace
hablar de la iglesia de Jesús, del Espíritu o del reino con cierta reserva o «sin descanso-
.l? Como Küng menciona similarmente: «El reino de Dios no puede ser identificado con
el pueblo de Dios, la iglesia, igual que las acciones salvadoras de Dios con la recepción
de la salvación por el hombres. Küng señala que «el mensaje del Nuevo Testamento no
nos da ninguna base para pensar que el desarrollo de la iglesia le resta importancia o
aun domestica la idea del reino de Cristo». Küng piensa que «la parte que le
corresponde al hombre es la disposición y apertura, obediencia y diligencia, fe y
arrepentimiento».
Küng, por consiguiente, implica que la continuidad entre el reino y la iglesia es
alcanzada del lado divino como un don de la gracia, la misma presencia de Dios en
Cristo por medio del Espíritu. Diría que, como un «bautismo en el Espíritu», la
presencia divina es un acto divino que sucede, pero que también, sin embargo, aún no se
ha cumplido. Por consiguiente, es algo que involucra pero también trasciende a la
iglesia. De nuestra parte, luchamos para lograr cualquier continuidad en el reino, pero
nunca la llegamos a alcanzar completamente por medio del arrepentimiento, el
testimonio y la obediencia.
Un componente importante de la interpretación del rol del Espíritu, como el dialéctico
de la iglesia, es verla como una realidad neumatológica-escatológica y como una
realidad caída-histórica. Uno de los mayores problemas que enfrenta la reflexión
eclesiológica, desde el surgimiento de la conciencia crítica e histórica en la era de la
Ilustración, ha sido la dialéctica de la espiritualidad y la historicidad al juzgar la
naturaleza de la iglesia. Ya que la iglesia desde la Ilustración fue forzada a considerar
los problemas de su propia historicidad con un realismo e intensidad sin precedente. La
pregunta implícita en tal autorreflexión crítica es cómo la iglesia puede ser una realidad
histórica, con todas las ambigüedades que esta involucra en tal limitación, y aún una
comunión del Espíritu de Dios para la misión y el reino de Dios en el mundo. Como
Peter Hodgson y Robert C. Williams señalaron: «La pregunta es cómo la iglesia puede
ser un don divino y una institución humana, y una realidad espiritual e histórica, sin
confundir las dimensiones de su existencia y sin separarlas».
La Reforma ya luchó con este problema e intentó resolverlo por medio de una distinción
entre la ecclesia visibilis (iglesia visible) y la ecclesia invisiviblis (iglesia invisible). La
iglesia visible estaba sujeta a todas las limitaciones del mundo finito, que implica la
antigua noción de la iglesia como un corpus per mixtum. La iglesia real, determinada a
través de la elección divina y perceptiva a la Palabra de Dios, no era visible porque
simplemente no era identificable con la iglesia visible institucional. Esta solución, sin
embargo, corría el peligro de apoyar una noción platónica de la iglesia como forma de
escape del escándalo de las divisiones institucionales de la iglesia u otras fallas.
Los pentecostales necesitaban pensar sobre los asuntos generales de las realidades
escatológicas e históricas de la existencia de la iglesia, dado el restauracionismo y el
primitivismo que los hizo vulnerables a una interpretación idealista e implícitamente
eterna de la iglesia ideal investida por el Espíritu. Los pentecostales tienden a verse a sí
mismos en una lucha hacia la restauración de esta iglesia ideal del Pentecostés. La
descripción de este ideal implica, a veces, una realidad removida de las emergencias y
vicisitudes de la existencia histórica. El Espíritu viene en un avivamiento para
levantarnos del reino de la fragilidad humana y el pecado y concedernos algo del ideal
triunfante una vez más.
Una interpretación más realista de las iglesias primitivas en todas sus tensiones y
limitaciones podría ayudar a los pentecostales a ver el testimonio viviente de la iglesia
de una manera menos triunfalista. Esto podría ayudarlos a reconocer la voz del Espíritu
más profundamente dentro de la historia del testimonio de la iglesia y, hoy, entre
muchas diferentes comuniones cristianas. La consecución visible de la unidad de la
iglesia en la historia no será vista corno un don que simplemente llega «de pronto del
cielo» sino más bien por medio del proceso de una dialéctica histórica que involucre
humildad y apertura a los cambios ecuménicos y un genuino arrepentimiento y
capacidad de cambiar aun las mismas estructuras de la iglesia.
En general, considero importante evitar cualquier implicancia de un dualismo, como
también una identificación simple del reino de Dios y la iglesia en su forma visible,
histórica. Mi uso del término dialéctica crítica se extiende a una alternativa entre estos
dos errores. Paul Tillich prefirió los términos paradox, procedente sin duda de sus raíces
luteranas en el simul justus et peccator (justo y pecador simultáneamente). Por ejemplo,
Tillich mencionó que la comprensión paradójica y ambigua de las señales de la iglesia
(unidad, santidad, catolicidad, apostolado) llega a ser la historicidad de la iglesia, sujeta
a todas las limitaciones finitas de cualquier institución social. Él ubica la relación de la
escatología y la historia en la paradoja de la esencia y existencia humana, en la cual
somos lo que somos como iglesia por la gracia de Dios, a pesar de lo que somos en las
ambigüedades y contradicciones de la existencia actual. La esencia de la iglesia, para
Tillich, no nos deja sin desafiar nuestra existencia sino es nuestro telas (N. del T.: raíz de
la palabra teleología) íntimo, eficaz en nosotros en una lucha contra nuestras
ambigüedades.
En otro esfuerzo por evitar este dualismo, el teólogo reformado, Jan Lochman,
mencionó que el concepto de la ecclesia inuisibilis (iglesia invisible) puede conducir
fácilmente a una exención de la iglesia histórica e institucional a favor de una idea
platónica. Él propone que la ecclesia inuisibilis sea la fe, la esperanza y el amor de la
comunidad de los fieles, que está inspirada continuamente por el Espíritu de Dios, justo
en medio de la iglesia visible ambigua e históricamente condicionada. Como mencioné
anteriormente, Lochman se refirió al Espíritu como el «gran dialéctico eclesiológico» con
el resultado de que «la lucha por la verdadera iglesia tiene lugar en su concreta
congregación terrenal; pero en constante protesta por su estado actual en dirección a la
esperanza y el cambios.
La dialéctica crítica entre la iglesia y el reino nos ayuda a evitar daños perjudiciales
teológicamente, tanto a la izquierda como a la derecha. Pero para evitar una discusión
simplemente abstracta de la iglesia, en la relación dialéctica del reino, será útil hacer
una pausa para ver algunos de los modelos de la iglesia representados en el Nuevo
Testamento.
Capitulo dieciocho
La Iglesia Bautizada En El Espíritu: Modelos Bíblicos
El pueblo de Dios
Tal vez, la descripción bíblica clásica de la iglesia es como el pueblo de Dios. La iglesia
es la reunión y comunión del pueblo de Dios. El término ekklesia, en el Nuevo
Testamento, se refiere a la reunión de la asamblea de los cristianos unida por Dios. El
hecho que la iglesia es la ekklesia de Dios (cf. Hch 20:28; cf Sal 74: 2), distingue esta
reunión de las formas seculares de ekklesia. Como una ekklesia, el pueblo de Dios
constituye una comunidad visible vinculada por medio de Jesús para escoger a Israel.
La iglesia fue escogida por el Padre y tiene unidad en él también (cf. Ef3:14-15; 1 P
1:2). La iglesia reconoce su conexión con el pueblo escogido por Dios en el Antiguo
Testamento, ya que solo hay un árbol de olivo creado por Dios para ser el pueblo de
Dios (cf Ro 11). Cristo cumple con escoger a Israel y con el misterio del plan de Dios
para su pueblo al hacer que la iglesia encuentre su propia elección «en él» (cf Ef 1:4).
Como e! que imparte vida nueva, Cristo va más allá de escoger a Israel en su
cumplimiento. Más específicamente, en relación al bautismo en el Espíritu, Israel
apuntaba, como testigo electo, a la futura renovación de la vida por medio del Espíritu
de los últimos tiempos; pero no se pudo identificar con este o impartirlo. Como el siervo
ideal, Cristo personificó idealmente el reino de Dios. No hubo una dialéctica crítica o
discrepancia entre el reino de Dios o la presencia redentora de Dios en el mundo y la
persona, obras y proclamación de Jesús. Jesús, identificable con Dios, era el calificado
para otorgar el Espíritu esperado por Israel. El Espíritu bautizador es, por consiguiente,
superior a Israel en cumplimiento de su testimonio, pero también a la iglesia, excepto
que la iglesia vive desde e! cumplimiento de la promesa de la venida del Espíritu y
apunta como testigo hacia atrás y hacia adelante a Cristo; no solo hacia adelante, como
lo hizo el Israel antiguo. La iglesia ahora puede vivir desde la plenitud espiritual de
Cristo.
La diferencia entre Israel y la iglesia, por consiguiente, se encuentra en el bautismo en
el Espíritu. Israel llega antes de la redención de Cristo y su inauguración-consecución
por medio de! bautismo en el Espíritu, y lo anuncia en su testimonio vivo como un
pueblo renovado (cf Ez 37). La iglesia es descubierta al cumplirse la obra del Espíritu
por medio de Cristo y está agradecida por lo que aprende del rol de Israel al
pronosticado. Aunque la iglesia, a través de Cristo, cosecha el fruto de las promesas
dadas a Israel y se nutre por su cumplimiento, no es simplemente el «reemplazo» de
Israel, ya que el testimonio de cada nación tiene una importancia duradera; y Pablo
parece implicar que hay un «misterio apocalíptico» aún por revelar a través del
testimonio de Israel ('cf. Ro 11:25-32).
En el contexto de! canon bíblico, la iglesia, por consiguiente, se une al testimonio del
Antiguo Testamento al señalar a Cristo como el escogido por Dios. Los hebreos
involucran adecuadamente a los fieles de Israel con otros fieles de Dios en la nube de
testigos que señala a Cristo como el autor y perfeccionador de la fe (cf Heb 12:1-3).
Cualquier iglesia que piensa de sí mismo como superior a Israel se auto coloca en la
posición de Cristo. Tal idolatría no se puede tolerar. Por consiguiente, la iglesia.
También es la ekklesia de Cristo como su Señor, pues Cristo es su fundamento (cf 1 Co
3: 11). La iglesia habita en Cristo (cf Jn 14:4) y se reúne en su nombre (cf Mt 18:20).
Como el pueblo de Dios, la iglesia también es e! pueblo del Espíritu que fue exhalado
sobre los discípulos por Cristo después de su resurrección (cf Jn 20:22; 1 Co 15:45) y
derramado después de la Semana Santa cuando estaban reunidos en Jerusalén el día de
Pentecostés, después de la ascensión (cf Hch 2). La iglesia también es investida por el
Espíritu para proclamar el evangelio y dar testimonio de Cristo al mundo (cf Hch 1:8).
Este pueblo escogido depende del ministerio intercesor de Cristo por su gracia (cf. Heb
4), que también intercede en el Espíritu por un mundo sufriente (cf Ro 8:26). La iglesia,
como un pueblo peregrino, vive «entre tiempos» con el anticipo del Espíritu mientras
espera el cumplimiento del reino de Dios (cf Ef1:13-14).
El cuerpo de Cristo
Ahora nos referimos a la iglesia como el cuerpo de Cristo. Nosotros, como la iglesia,
somos el pueblo: «Todos fuimos bautizados [en] un solo Espíritu para constituir un solo
cuerpo -ya seamos judíos o gentiles, esclavos o libres-, y a todos se nos dio a beber de
un mismo Espíritu» (1 Co 12: 13 énfasis añadido). De acuerdo a este texto, el bautismo
en el Espíritu no solo constituyó la iglesia como el cuerpo de Cristo sino que inicia a la
gente a la vida dentro del cuerpo. Nótese también que el bautismo en el Espíritu
involucra una diversidad de participantes unidos como si fueran uno. ¡Hay un Señor y
un Espíritu, no muchos señores ni muchos espíritus! Por consiguiente, al final hay una
iglesia sola. Un cuerpo de iglesia local que esté dividido de otras expresiones del cuerpo
de Cristo para buscar definirse a sí mismo sin referencia a los demás, es nada menos que
un escándalo.
Por ejemplo, Pablo sabía que aquellos que eran divisivos en Corinto eran mundanos,
pues confundían a los líderes apostólicos con héroes culturales que podían ser escogidos
sobre otros por sus preferencias teológicas y facultades retóricas (cf 1 Ca 1-3). Hubo
aun una facción de «Cristo» (1 Co 1: 12) a la que Pablo no pudo unirse, pues no podía
tolerar usar a Cristo como un arma para separar a los Otros del cuerpo y fragmentar la
iglesia. En los capítulos 1 al 3, Pablo amonesta a estos creyentes «carnales» a pensar
espiritualmente. Pero dejarlos que sigan su camino era para él como amputar un
miembro. Por consiguiente, lucha para mantener a la iglesia de Corinto unida como el
cuerpo de Cristo y para convencer a todos que la iglesia no debe tener falta de ningún
don (cf. 1 Co 1:7), mientras esperaban el regreso de Cristo. Todos necesitan sustentar y
edificar la esperanza y el amor en el cuerpo.
El modelo del cuerpo de Cristo implica unidad y diversidad a la vez (cf 1 Co '12).
Todos reciben dones exclusivos para ser un canal de la gracia. Hay una variedad de
dones pero el mismo Dios, el mismo Señor y el mismo Espíritu. Si todos están
involucrados, la iglesia tendrá la tendencia a ser enormemente diversa en función e
interactiva en naturaleza. Este aspecto de la mutua interacción de los miembros en el
cuerpo es la ventaja de la metáfora del cuerpo sobre la metáfora de la vid de Juan 15,
que enfatiza principalmente la comunión con Cristo. Tanto la metáfora de la vid como
la del cuerpo simbolizan la actual dependencia de la iglesia en Cristo para vida nueva.
La iglesia, como el templo del Espíritu, está más explícitamente conectada al bautismo
en el Espíritu entre todos los modelos de la iglesia. La iglesia llega a ser como un
pueblo bautizado en el Espíritu, lleno de la misma presencia de Dios (cf. Hch 2:4).
Llena del Espíritu Santo, la iglesia es un templo santo con Cristo como su fundamento
(cf 1 Co 3: 11): «¿No saben?», escribió Pablo a los corintios, «que ustedes son templo
de Dios y qué el Espíritu de Dios habita en ustedes?» (1 CA 3: 16). Las divisiones en la
iglesia amenazan con destruir ese templo, el lugar santo de la morada de Dios. Esto es
un asunto serio «porque el templo de Dios es sagrado» (I Co 3: 17).
Nótese que Pedro se refiere a que el Espíritu mora en las personas «con las cuales se
está edificando una casa espiritual» (1 P 2:5). ¡La iglesia bautizada en el Espíritu aún
está bajo construcción! Aún nos estamos convirtiendo en la iglesia como el templo de la
morada de Dios. Estamos constantemente en proceso de ser un pueblo bautizado en el
Espíritu, constantemente renovados, mientras tomamos continuamente del Espíritu.
Estamos constantemente bajo renovación y expansión mientras nos movemos hacia el
cumplimiento escatológico en la nueva creación de Dios. La meta es el derramamiento
del Espíritu sobre toda carne, sobre todo pueblo del mundo; en realidad, sobre toda la
creación.
El templo lleno del Espíritu se extiende en un ministerio sacerdotal y profético hasta los
cuatro confines de la tierra, a fin de profetizar la llegada de la nueva creación como el
lugar final de la morada de Dios. Las iglesias brillan como lámparas para iluminar al
mundo a Cristo como el Gran Sumo Sacerdote (cf. Ap 1: 12-13). El Pentecostés será
cumplido cuando Cristo llene todo el universo con su presencia (cf Ef 4: 10), para que
Dios pueda ser todo en todos (cf 1 Co 15: 28). Por ahora, «entre los seres humanos, está
la morada de Dios» (Ap 21:3). La iglesia, como el templo del Espíritu, se convierte en
el heraldo de la santificación de la creación dentro de la misma imagen de Cristo como
el lugar de la morada de Dios para la gloria de Dios.
Hasta ese tiempo la iglesia gime en el Espíritu junto a la creación para que llegue la
libertad (cf Ro 8:26), y busca ser testigo de la vida nueva del Espíritu posible en Cristo
(cf Hch 1:8). La iglesia es el templo por el bien del mundo y para la gloria de Dios, y no
principalmente para su propio bien. Es un templo que busca discernir la presencia de
Dios dentro del reino de lo profano, y que ora y trabaja para la renovación de la creación
y la consecución de su destino en Dios. La iglesia será la señal de la gracia en un
mundo-sin-nada-de-gracia.
Los modelos bíblicos de iglesia originan asuntos vitales para esta, tales como su unidad
y santidad. Por consiguiente, cabe en este momento discutir a la luz del bautismo en el
Espíritu las así llamadas marcas de la iglesia (ecclesiae notae).
Capitulo Diecinueve
Las Marcas de la Iglesia bautizada en el Espíritu
En la era constan tina, sin embargo, la iglesia tuvo la tendencia de reivindicar estas
marcas como avenidas de poder en lugar de como una manera humilde de testimonio
del Cristo crucificado y resucitado en el poder del Espíritu. Un análisis neumatológico
de las marcas en el contexto del bautismo en el Espíritu hace volver a la iglesia al
testimonio de Jesús como e! Espíritu bautizador y del Pentecostés como la participación
de la iglesia en la vida del Cristo crucificado. Nuestra participación en las marcas por
medio del testimonio del bautismo en el Espíritu, significa, primero, que las marcas
pertenecen a Cristo ya la vida del Espíritu que él misericordiosamente derramó. Estas
nos pertenecen solamente a través de la presencia del Espíritu y el testimonio
santificado e investido que llega a través del bautismo en el Espíritu. Por consiguiente,
considero testimonial el siguiente comentario de Moltmann concerniente a las marcas:
«Si la iglesia obtiene su existencia de la misión mesiánica de Cristo y el don
escatológico del Espíritu, sus características son, al mismo tiempo, predicciones
mesiánicas».
Dado que las marcas son predicciones de Cristo y la presencia del Espíritu, primero son
predicciones del reino de Dios. Las marcas escatológicas y trascendentes de la iglesia
están escondidas en el reino de Dios y serán reveladas en la nueva creación. La iglesia
no las posee en cierto sentido incondicionalmente, más bien participa de estas por fe,
como un don de la gracia. La iglesia es la primera en decir que las marcas no pertenecen
y al mismo tiempo pertenecen a la iglesia, lo que no es más que otra versión de la
dialéctica del testimonio del bautismo en el Espíritu. Las marcas del bautismo en el
Espíritu se revelan por medio de la iglesia en debilidad y oscuridad.
Dado que estas marcas pertenecen primero al Señor y al Espíritu, no pueden ser la
afirmación exclusiva de cualquier comunión. Hans Küng demostró que la sucesión
apostólica pertenece a todos los fieles: «La iglesia entera y, por lo tanto, cada miembro
individual, se encuentra en la línea de sucesión desde los apóstoles». Edificando sobre
esta idea, Volf menciona que la presencia de Cristo no entra a la iglesia «a través de las
puertas angostas de la oficina de la iglesia sino más bien por medio de la vida dinámica
de toda la iglesia»
Tal fue ciertamente el caso en el Pentecostés. El Espíritu descendió sobre todos los
fieles. Aquellos llamados a ser apóstoles fueron justo tan dependientes de este suceso
corno los demás. El bautismo en el Espíritu está, por consiguiente, disponible a toda
carne «para todos aquellos a quienes el Señor nuestro Dios quiera llamar» (Hch 2:39).
Tomo esto para señalar que la afirmación histórica de la sucesión apostólica no puede
ser usada para presentar las marcas de la iglesia como si subsistieran centralmente en
solo una comunión, debido a que estas marcas son policéntricas, pertenecientes a todas
las comunidades que llegan a Cristo para beber de su Espíritu y encontrar ayuda en
tiempos de necesidad. Las marcas del bautismo en el Espíritu son ampliamente
ecuménicas en naturaleza.
Dado que las marcas de la iglesia bautizada en el Espíritu son ampliamente ecuménicas,
una respuesta pentecostal a estas debería ser el prefacio para el reconocimiento de cierta
variación en la tradición concerniente a las principales características de la iglesia que
nos ayudan a discernir dónde está presente la iglesia. Las marcas del credo de Niceno-
constantinopolitano fueron y están ampliamente en vigencia, pero no se enfatizan en
todos lados de la misma manera. Otras marcas se fueron eclipsando por algunas
tradiciones. Estas marcas clásicas tendieron a dominar las tradiciones antiguas y
sacramentales, El apostolado y los sacramentos fueron dominantes en el siglo cuarto de
la interpretación imperante en la unidad, santidad y catolicidad de la iglesia.
Aunque estas marcas fueron afirmadas por los de la Reforma, sus seguidores tendieron
a categorizar las principales características de la iglesia principalmente como la
comunidad formada por, y fiel a, las promesas de Dios dadas en el evangelio de Cristo.
En las palabras de Juan Calvino: «Siempre que vemos que la Palabra de Dios se predica
y se escucha sinceramente, siempre que vemos que los sacramentos se administran de
acuerdo a la institución de Cristo, no podemos tener ninguna duda de que la iglesia de
Dios existe de alguna manera, ya que su promesa no puede fallar».5 Esta última frase
sobre la fidelidad de las promesas es determinante para el resto de la declaración. Es
debido a la infalibilidad del evangelio que la iglesia será la iglesia como el locus de los
beneficios de Cristo mientras este evangelio sea proclamado fielmente en las
predicaciones y sacramentos.
Todos los acentos tienen un lugar en la eclesiología del bautismo en el Espíritu. Las
marcas en el credo de Niceno-constantinopolitano me recuerdan que el apostolado tiene
su herencia original en aquellos comisionados por Cristo para dar testimonio de él por
todo el mundo, y que hay una deuda con las iglesias históricas de buscar preservar la
unidad de la iglesia bajo la dirección de aquellos indicados para llamarnos a volver
continuamente al legado apostólico y a las riquezas de la vida católica. La tradición de
la Reforma puede ayudarnos a enfocarnos en el evangelio como la norma perdurable de
las marcas de la iglesia, y en la reforma radical para el discipulado como el locus en el
cual las marcas llegan a ser las «prácticas centrales de la iglesia».
Los pentecostales pueden expandir esta idea de la práctica central para enfatizar la
estructura carismática de la iglesia como una fuerza misionera en el mundo. La unidad y
el apostolado de la iglesia son indispensables para esta naturaleza carismática y
misionera. La iglesia está caracterizada como la comunidad de las señales de los últimos
tiempos de renovación en el mundo y como aquella que proclama el evangelio con las
señales del ministerio carismático de Cristo correspondientemente. El énfasis implícito
en las marcas clásicas sobre la continuidad de la tradición apostólica en una iglesia
santificada está condicionado por el énfasis pentecostal en la constante renovación del
poder y fidelidad apostólica entre todo el pueblo de Dios, por medio de la llenura del
Espíritu, el ministerio carismático y la esperanza ferviente y escatológica. Las marcas
clásicas no son reemplazadas por estas otras «marcas», pero son limitadas y vistas a
través de los lentes de estas otras.
Las marcas, como dones escatológicos del Espíritu otorgados por Cristo, también son
una meta en la cual somos renovados constantemente y hacia la cual luchamos por
llegar. Estas están atrapadas en lo que Yves Congar llamó la «lucha por el Espíritu» en
la iglesia.9 También son el medio por el cual la iglesia constantemente vuelve su centro
a Cristo y su alabanza al Padre en las reafirmaciones y crecimiento actual. Estas se
llevarán a cabo escatológicamente cuando el Espíritu sea finalmente derramado sobre
toda carne y sobre todo el que confiese el nombre del Señor para ser salvo (cf. Hch 2:
17-21). Como Volf menciona: «El marco que todo lo abarca para una interpretación
apropiada de la iglesia es la nueva creación escatológica», más específicamente «la
mutua morada personal del trino Dios y de su pueblo glorificado».
Sin embargo, las divisiones entre las iglesias limitan la facultad de la iglesia local para
experimentar el Espíritu escatológico en plenitud. Según mi punto de vista, tanto la
congregación local como la red global de iglesias comprenden las marcas de maneras
análogas unas a otras en anticipación a la reunión final del pueblo de Dios bajo el
bautismo final de todas las cosas en el Espíritu del Cristo resucitado y glorificado. Solo
agregaría que la naturaleza global de la reunión escatológica final del pueblo de Dios (cf
Ap 7:9) significa que la actual red global de iglesias no es la iglesia en un sentido
secundario, sino más bien cae directamente bajo el desafío de la comprensión de las
marcas de la iglesia de Cristo como lo hace la congregación local.
Unidad
Podría haber un buen terreno para que se levanten estas divisiones. Podría haber
serios obstáculos para que se remuevan estas divisiones. Podría haber muchas
cosas para decir a manera de interpretación o mitigación. Pero eso no altera e!
hecho de que cada división como tal es un profundo enigma, un escándalo. Y
frente a este escándalo, todo el cristianismo debería estar unido para poder pensar
en eso solo con arrepentimiento, no con el arrepentimiento que cada uno espera
de! otro, sino con e! arrepentimiento en el cual -cualquiera sea e! costo- cada uno
esté dispuesto a preceder al otro.
A la luz del bautismo en el Espíritu, podemos declarar que la desunión del cuerpo de
Cristo distorsiona la «vitalidad neumática» de la iglesia, aun al amenazar con destruir lo
esencial para la iglesia.
Jesús oró que la compañía de discípulos que lo seguirían sean uno, al declarar: «Para
que todos sean uno, Padre, así como tú estás en mí y yo en ti, permite que ellos también
estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» Un 17:21). Esta
unidad está basada en la koinonía de Dios y es, por consiguiente, diversamente
interactiva, categórica y visible, o capaz de servir al testimonio de la iglesia para el
evangelio. Además, es una meta que merece oración y acciones intencionales. Tenemos
una fe (cf Ef 4:5), y aún debemos crecer hacia la unidad de esta fe (cf. v. 13). El amor
de Dios ejemplificado por Cristo y derramado en el bautismo en el Espíritu (cf Ro 5:5)
contradice a un espíritu divisivo.
Hablar en lenguas, como una señal de! bautismo en el Espíritu (cf. Hch 2: 4; 10:46),
simboliza esta unidad diferenciada. Esta idea puede favorecer a una conciencia global
de! asunto de la «desigualdad», Como mencioné anteriormente, la «unidad» en el
Nuevo Testamento no se refiere a una igualdad de identidad sino más bien a una mutua
participación de la desigualdad en comunión. Dale Irvin señala que tales nociones de la
unidad son contrarias a los sistemas filosóficos occidentales que enfatizaron la
uniformidad o singularidad de significado. En particular, la «metafísica de la presencia»
puede ser interpretada para ocultar las desigualdades, pues transmuta su cualidad
alternativa en la misma. Similarmente, algunos ecuménicos fueron tentados a ver un
incremento en la diversificación y diferencias dentro de las tradiciones cristianas como
algo amenazador para la obra del Espíritu en vez de algo que la fomente. Ellos trabajan
bajo una hermenéutica ecuménica inadecuada.
Para una demostración más profunda de la unidad y división hace falta un pensamiento
teológico más diferenciado. ¿Es la unidad siempre positiva y la diversidad conflictiva
entre los grupos siempre negativa? Por ejemplo, ¿es posible tener unidad en medio de
una uniformidad opresora que no respeta la desigualdad? Tal unidad evita conflictos y
diversificación; sofoca la variedad, la libertad y la creatividad. Por el contrario, ¿es
posible tener una diversidad conflictiva entre grupos de cristianos que sea divisora y
dañinamente distante en naturaleza? La desigualdad está en las mentes de muchos en la
iglesia de hoy; ellos desean discernir las distinciones entre una diversidad legítima y
divisiones escandalosas o, por el otro lado, entre una unidad legítima y una uniformidad
idólatra. Tales distinciones no son fáciles de hacer, pues se impone una en medio de la
ambigüedad. Tal ambigüedad requiere una dirección bíblica y una cuidadosa reflexión
teológica.
El punto principal de esta causa es que los residentes de Babel pudieran hacerse un
nombre por ellos mismos. Este no es el mismo nombre que Dios le da a Abram o a
Jacob como resultado de recibir por fe la promesa divina para la historia. Los residentes
de Babel querían crear un nombre por ellos mismos. Ellos tendrían un nombre que le
impondrían a Dios para que la interpretación de su propio destino histórico pudiera
ganar importancia absoluta y eterna. El uso de su idioma unificado hacia este esfuerzo
de convertir en un absoluto sus estructuras sociales y sentido de destino histórico es
contundente, pues implica que todos los idiomas humanos tienen e! potencial de
convertirse en el idioma de la desobediencia. Nietzsche podría no haber representado e!
poder engañoso de! idioma más eficazmente de lo que lo encontramos expresado en la
historia de la torre de Babel.
Sin embargo, también debemos proceder más allá del contraste para observar una relación de
promesa-cumplimiento entre Babel y el Pentecostés. El juicio en Babe!, por medio de la
confusión de lenguas, puede conducir a una fragmentación y división dañina, pero esta
no fue la intención divina detrás de la confusión (hominum confosione et Dei Prouidential).
El juicio pretendió ser la gracia, como una manera de romper el hechizo de la idolatría y
la desobediencia en sus esfuerzos por alcanzar una unidad idólatra. Dios deseaba
impulsar a la humanidad hacia un diverso cumplimiento de su intención original de
llenar la tierra. En su comentario de Génesis, Walter Brueggemann, por consiguiente, se
opone a la interpretación típicamente «simplista» de la confusión y dispersión de!
pueblo de Babel que ve esto como algo únicamente sentencioso. Hay un lado dual para
la dispersión y diversificación de las lenguas que, en realidad, cumple el plan divino de
llenar la tierra (cf Gn 1:27 -28). Tal es el plan de Dios para la libre proliferación y
diversificación de una vida que no abriga ninguna ilusión idólatra y encuentra su
verdadera dignidad al glorificar a Dios.
La unidad del Pentecostés, por consiguiente, no es abstracta y absoluta sino más bien
concreta y pluralista. Como mencioné antes, los límites traspasados son específicos, es
decir, ricos y pobres, ancianos y jóvenes, hombres y mujeres (cf. Hch 2: 17ss). La
destinación escatológica de «toda carne» para e! bautismo en el Espíritu apunta
específicamente a traspasar tales límites social y culturalmente. La libertad escatológica
del Espíritu prorrumpe contra los prejuicios humanos y las estructuras opresivas. La
unidad del Pentecostés apunta a conquistar la injusticia y el odio con justicia y
compasión. No es arrogante e interesada sino humilde y obediente. Es respetuosa y
tolerante de las diferencias. Glorifica a Dios antes que deificar la criatura. Es libre y no
opresora. En esta unidad, la gente descubrirá su verdadera dignidad como portadora de
la divina imagen.
Espíritu dice a las iglesias en nuestra época y lugar. En Hechos 15, las iglesias
afirmaban a los gentiles como compañeros en iguales condiciones, basados en el obvio
hecho de que el Espíritu los ungía e investía con los dones igual que a los judíos. Según
mi opinión, es imposible explicar de una manera que lo justifique, por qué los
pentecostales, en general, no siguieron esta hermenéutica contextual con respecto a la
obvia unción de las mujeres en la ilimitada variedad de roles de la actualidad.
En segundo lugar, debemos tomar hoy el viaje ecuménico forjado entre las iglesias con
suprema seriedad y no a la ligera, pues se ponen al margen y hacen críticas, usualmente
sin ninguna experiencia directa del ecumenismo bajo escrutinio. Pese a la interpretación
ingenua y aun triunfalista de la unidad entre muchos de los antiguos pentecostales, Cecil
M. Robeck demostró convincentemente que el pentecostalismo estaba adelantado con
respecto al bautismo en el Espíritu al implicar la eventual unidad visible de los
cristianos por todas partes. Esa visión disminuyó mientras el pentecostalisrno buscaba
la aceptación del movimiento evangélico más reservado ecuménicamente en deferencia
al movimiento carismático entre las iglesias de una línea principal que instaba a los
pentecostales hacia un ecumenismo más amplio.
En la tarea ecuménica, la «toda carne» del bautismo en el Espíritu demanda que también
respetemos a los otros que encontramos fuera de la fe cristiana. Aunque creo que Cristo
es e! único Señor de toda la creación y salvación, también considero que él es más
inclusivo y expansivo en importancia a "través del testimonio de! Espíritu de lo que
muchos de nosotros desea admitir. Como el teólogo pentecostal, Amos Yong, nos
enseñó, hay suficiente «espacio para respirar» en el testimonio escatológico del Espíritu
de Jesús en la historia para respetar la desigualdad de los compañeros que encontramos
fuera de los límites de la iglesia.
La presencia del Espíritu entre estas personas es real, al testificar de Jesús implícita y
exclusivamente. Traemos ese testimonio a una expresión explícita, algo que no
podemos esperar hacer con compasión, respeto y comprensión, si nunca estuvimos
sentados a la mesa con ellas para hablar de afectos, creencias y prácticas. Y aquellos
que acepten a Jesús desarrollarán una devoción y una teología que puede no ser
expresada exactamente igual a la nuestra, aunque su testimonio tendrá la misma esencia.
Como Joy Ann McDougall escribió, las doctrinas, aunque normativas, «poseen una
cierta fluidez que les permite extenderse a través de diversas vidas y contextos históricos
y ser personificadas en maneras culturales específicas».
De lo que en verdad hablamos aquí es de una unidad que está dispuesta a aceptar el
dinamismo, las luchas y la diversidad expansiva necesaria para respetar la desigualdad y
evitar la uniformidad. «Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿qué sería del oído? Si todo el
cuerpo fuera oído, ¿qué sería del olfato?» (1 Co 12: 17). No nos hace falta ningún don
mientras esperamos el retorno de Cristo (cf 1 Co 1:7). Necesitamos todos los dones que
una creciente unidad diversa pueda conceder a la iglesia, mientras esta busca discernir
la voluntad de Dios en el mundo.
Esta unidad no es solo para ser local sino global. La unidad visible y global no es solo
algo para el final de la historia, aunque será cumplida allí. Tiene que ser testificada,
aunque sea débil y fragmentariamente, en el aquí y ahora. Me refiero aquí no a una
iglesia mundial sino a una unidad en la diversidad que respete la diversidad y la
independencia, pero que luche por maneras visibles de «completa comunión» en los
ámbitos clave de la vida de la iglesia, tales como confesión, bautismo y eucaristía,
misión y adoración. El bautismo en el Espíritu y el Pentecostés deben ser interpretados
con la clase de unidad compleja y dinámica que nos conducirá en este viaje con todos
los sufrimientos y emociones que esta involucra, hasta que todos seamos uno en una
alabanza gozosa ante el trono de Dios.
Santidad
Uno de los principales temores entre los pentecostales, en respuesta al pedido de una
unidad cristiana, es la posibilidad del compromiso respecto a la verdad o a la vida
consagrada. Dado que esta preocupación, de manera usual, es expresada más
enérgicamente entre aquellos con poco y nada de una directa experiencia ecuménica
fuera de las familias de las iglesias pentecostales o evangélicas, el temor tiende a estar
basado en la ignorancia. Sin embargo, la preocupación en general es sustentada por un
principio bíblico. En el mismo capítulo en el que Jesús oró por unidad entre sus
seguidores (cf Jn 17:21), una oración que permanece hasta este día sin cumplir, Jesús
además oró para que sus seguidores fueran santificados en la verdad (cf vv. 17-19). Esta
verdad es fundamentalmente el fiel testimonio de Jesús del amor del Padre por el
mundo. También es la misión del Hijo divino en nombre del Padre, no para condenar al
mundo sino para salvarlo de! pecado y la muerte al otorgar el Espíritu de vida (cf Jn
1:1-18; 3:16-21). Tales verdades planteadas en las proposiciones son símbolos vivos
que no solo confesamos sino que también vivimos en un testimonio consagrado. No
pueda haber comunión o unidad en la iglesia que niegue tales verdades y el testimonio
dedicado que inspiran.
La santidad de la iglesia es asegurada por la presencia del Espíritu y toda gracia, por
consiguiente, trasciende a la santidad personal de los miembros individuales. Aun los
ministros errados pueden funcionar, al menos por un tiempo, para impartir la gracia de
Dios a los demás por medio de la oración, la proclamación y otras formas de servicio
ungido. Aunque los enemigos de Pablo predicaban el evangelio por «ambición
personal», Pablo aún se gozaba de que e! evangelio se predicara para salvar a muchos
(cf Fil1:17-18).
Sin embargo, esta santidad de la iglesia en la presencia del Espíritu y toda gracia no
puede darse por sentado como algo desconectado de las acciones de los miembros
individuales de la iglesia. Cristo amenazaba con remover el candelabro de la iglesia de
Éfeso de su lugar si no se arrepentían (cf Ap 2:5). La gracia que nos hace santos es
costosa, pues, como Bonhoeffer expuso elocuentemente, costó el mismo Hijo de Dios.
La falta de amor y obras de amor entre los miembros de una iglesia puede crecer en
intensidad al grado de cuestionar el estado eclesial del cuerpo. Durante la Segunda
Guerra Mundial, el Deutsche Christen enfrentó esta posibilidad. Tales cosas son juzgadas
por Cristo, aunque siempre hay gente a las que Dios les concede discernimiento para dar
una advertencia. La fidelidad al evangelio en la vida no es solo en el bene esse (N. del T.:
término jurídico que significa «bueno por el momento») de la iglesia sino en su esse.
Debemos hacer esto con paciencia y amor, pues sabemos que la gracia de Dios es
infinitamente paciente con nosotros. No debemos despreciarlos, porque podemos llegar
a ver tendencias en ellos que despreciemos en nosotros. Aquellos que caen deberían ser
guiados compasivamente al arrepentimiento y la sanidad. Aun cuando nos encontremos
con situaciones que nos provoquen una piadosa pena, esta debería ser expresada en
solidaridad con su piadosa pena mientras se arrepienten. Nuestra decepción nunca debe
tornarse en una ira farisaica o rechazo. Que Dios tenga misericordia de todos nosotros.
Catolicidad
Dado que la unidad, como una cualidad de la comunión y la santidad, se obtiene por la
presencia del Espíritu «y en toda gracia», llegamos después a la riqueza y amplitud de la
catolicidad. Hay numerosas definiciones del término católico que representan parte del
desafío ecuménico que enfrentan las iglesias.3o El término, usualmente, conlleva
implicancias cualitativas y cuantitativas. Cualitativamente, e! término puede denotar
plenitud de gracia, verdad o dones espirituales. Cuantitativamente, la catolicidad se
refiere a la iglesia propagada por el mundo. El bautismo en el Espíritu sobre toda carne
tiene las riquezas y amplitud de la catolicidad implícitas dentro de él.
Aunque la catolicidad no es parte de! lenguaje de la fe entre las iglesias pentecostales, la
sustancia de! término, cualitativamente entendido, sería definida entre la mayoría de los
pentecostales en el contexto de una experiencia inmediata de! Espíritu Santo, una
«llenura» de! Espíritu, por e! cual el creyente se siente lleno y abrumado por la
presencia de Dios. Esta experiencia inmediata de Cristo no ocurre sin los «medios de la
gracia» sino que llega a nosotros como una clase de «inmediatez transferida» en tensión
dialéctica. Los símbolos son «rotos» o «caídos», pero ocasionan un genuino encuentro
con Cristo por medio del Espíritu. Tal experiencia nos conmueve mucho más de lo que
las palabras puedan expresar; pero preferiblemente también involucra e! pensamiento
profético de las Escrituras así como un sentido de llamado-investidura personal,
consagración y amor por los demás.
En los escenarios pentecostales, la Cena del Señor junto a la predicación de la Palabra y
la adoración congregacional tienen el objetivo de facilitar esta experiencia de «llenura»
espiritual. David Martin menciona, por ejemplo, que en el pentecostalismo de América
Latina es el servicio entero de adoración, música, canciones, danzas, oración y
testimonio lo que crea una atmósfera de alto voltaje en la cual uno es lleno con el
Espíritu. Podríamos agregar que, dentro de esta atmósfera carismática, la Palabra de
Dios resulta muy clara y central en la predicación y los sacramentos para informar,
transmitir y, por otro lado, realzar esta experiencia de! Espíritu en «plenitud».
Discutiremos más adelante qué implicaciones tiene este comentario sobre una posible
interpretación pentecostal de palabra y sacramento a la luz del bautismo en el Espíritu.
Sin denigrar la importancia de la predicación, la Palabra emerge en el contexto de la
adoración pentecostal, de una manera policéntrica, a través de los dones espirituales, la
predicación y los sacramentos. Volf, por consiguiente, se refiere a una manera de hablar
polifónica de la Palabra de Dios, de unos a otros entre todo el pueblo de Dios.
Al principio, el término católico también asumió una dimensión cuantitativa, como «la
iglesia católica de! mundo entero» (Martyrdom Polycarp). Cyril de Jerusalén combinó las
nociones cualitativas y cuantitativas de la catolicidad al plantear que la iglesia católica
«se llama así porque se propagó por todo el mundo», y porque «enseña universal y
completamente todas las doctrinas», «somete a toda la humanidad a una correcta
adoración» y «posee en sí misma cada virtud concebible, ya sea en obras, palabras o en
dones espirituales de toda especie» (Catechetical Lectures 18:23). Es necesario que
seamos agradecidos, pero también críticos con este lenguaje. Como agradecimiento, no
hay duda que la esencia o centro de la iglesia está en la presencia de Jesús por medio del
Espíritu, y que Cristo «nos ha bendecido en las regiones celestiales con toda bendición
espiritual» (Ef 1:3). Como crítica, decir que «posee» toda gracia y virtud en «plenitud»
es problemático y puede derivar en presuposiciones que apoyen la consecución de una
escatología y una identificación idólatra de la iglesia con Cristo como el Rey o el
Espíritu como el reino.
Nosotros, como la iglesia, somos la iglesia debido a la presencia de Cristo y al reino que
nos permite participar en, y dar testimonio de, el reino de Dios en el mundo. Pero esta
personificación y testimonio son falibles y débiles, eclipsados de alguna manera por
nuestra existencia caída. Hay una discrepancia entre nuestra esencia en el Espíritu y
nuestra existencia actual como iglesia. Además, hablar de «plenitud» espiritual, aunque
tiene una cierta importancia retórica al señalar la fuente de toda plenitud en Cristo como
la fuente del Espíritu y el centro de la vida de la iglesia, necesita ser calificado como
algo experimentado solo en parte y en debilidad. No se posee, más bien nos posee.
Debemos constantemente ser renovados en este como una experiencia actual que se
extienda al final cumplimiento en el escaton. Por esto, somos constantemente «llenos»
como una dinámica actual de la iglesia. Si ya poseemos una plenitud, no habría
necesidad de ser constantemente llenos como una experiencia de renovación en curso.
A la luz del Pentecostés, la rica variedad de bendiciones ofrecidas por la catolicidad de
la iglesia no es solo espiritual y denominacional sino también cultural. Las lenguas del
Pentecostés, inspiradas por el bautismo en el Espíritu, fueron globales y diversas, y
todas estas de una pequeña reunión de judíos cristianos! Qué señal de cómo el don de la
catolicidad trasciende lo que la iglesia puede manifestar visiblemente. Pero la iglesia no
descansó segura y complacientemente con las riquezas de su don espiritual. Luchó para
manifestar de manera visible esta catolicidad históricamente, pues, al hacerlo, fueron
capaces de participar más ricamente en su plenitud escatológica. La próxima reunión del
pueblo de Dios en la nueva creación será de cada nación, tribu y lengua (cf Ap 7:9). El
viaje de Hechos nos lleva desde la Palestina de los judíos, hasta los helenistas judíos, los
samaritanos, los gentiles de Palestina y los helenistas judíos y gentiles en suelo gentil.
La catolicidad se expande en riqueza y variedad. El Espíritu es «transmitido»
constantemente por medio de un prisma rico y más rico de voces culturales lingüísticas.
Walter Kasper, por consiguiente, considera la catolicidad como una «abundancia de
unidad» entre gentes, culturas, ministerios y roles. El racismo Y otras formas de falta
de interés o discriminación injusta en la iglesia es un cáncer en su alma católica.
El desafío de la catolicidad debe también ser confrontado en relación a la variedad de
comuniones mundiales. En particular, hablando de la catolicidad como una realidad
escatológica a ser cumplida, somos confrontados por la afirmación de la iglesia católica
de ser la iglesia católica. ¿Podemos hablar de catolicidad e ignorar la iglesia que se
denomina a sí misma con este término? Hans Küng, por ejemplo, saca una obvia
conclusión de que al denominarse a sí misma católica, la iglesia católica hace una
afirmación histórica de ser la iglesia madre a la que todas las demás iglesias deben
referirse al hablar de su origen y catolicidad.
Sin embargo, Unitatis Redintegratio 4 menciona que la iglesia católica es débil en su
testimonio del reino:
«Pues aunque la iglesia católica es dotada con toda verdad divinamente revelada y
con todos los medios de la gracia, sin embargo, sus miembros no logran vivir por
estos con todo el fervor que deberían para que el resplandor de la imagen de la
iglesia sea menos clara a los ojos de nuestra hermandad separada y del mundo en
general, y el crecimiento del reino de Dios es retrasado».
El hecho de que haya comunidades de iglesias y fe divididas de la iglesia madre, que
experimentan valiosos elementos de la catolicidad, también impide que la iglesia
católica manifieste en la historia las riquezas de su gracia por todo el mundo. Nótese
otra vez Unitatis Redintegratio 4:
Las divisiones entre los cristianos no permiten que la iglesia alcance la plenitud de
la catolicidad apropiada para sí en aquellos de sus hijos que, aunque se aferraron a
esta por el bautismo, son separados de una completa comunión con la misma.
Además, la iglesia en sí misma encuentra más difícil de expresar en la vida actual
la completa catolicidad de todas sus relaciones.
Sin embargo, la catolicidad aún subsiste centralmente en la iglesia católica por la
eclesiología católica: «El Señor confió todas las bendiciones del Nuevo Pacto a los
colegas apostólicos solos, de los cuales Pedro es la cabeza, a fin de establecer el cuerpo
de Cristo en la tierra al cual todos deberían ser completamente incorporados, y al
pertenecer de alguna manera al pueblo de Dios» (Unitatis Redintegratio 4). Las
comuniones que están divididas de la iglesia madre carecen de catolicidad hasta cierto
punto porque carecen de unidad en la iglesia establecida por Cristo. Pero tales
divisiones afectan a la iglesia católica también, ya que no le permiten manifestar
completamente su catolicidad en la historia sin la unidad con estas iglesias divididas.
No podemos discutir la catolicidad con excepción de su afirmación católica.
Debe tomarse seriamente. Debemos preguntar si somos o no culpables de mirar tan
fijamente la constitución neumatológica y el cumplimiento escatológico de la
catolicidad en la nueva creación, que no vemos la institución cristológica de la iglesia y
su continuidad histórica como e! cuerpo visible de los fieles. Creo que Küng tiene razón
al decir que hay una validez histórica para la idea de la «iglesia madre». La iglesia
Católica Romana tiene cierto rol «materno» en el árbol familiar de la iglesia cristiana
del mundo. Buscar simplemente redescubrir la iglesia del Pentecostés en la lluvia tardía
del Espíritu de una manera que ignore esta historia no es algo garantizado en mi
opinión. No podemos simplemente vivir en el relato bíblico, como si cientos de años de
tradición en la iglesia no hubieran ocurrido. La familia de Dios tiene una historia que no
puede ser ignorada. Los hijos que se alejaron de su madre, aunque sea por razones
comprensibles, y engendraron a sus propios hijos, ahora no deberían, conjuntamente,
despreciar a su madre al imaginar un futuro destino separado de ella. Hay un cordón
umbilical que nos conduce, históricamente, a vernos en relación a ella y en
agradecimiento a ella, pese a las legítimas quejas que podríamos reclamar contra la
misma (Y ella contra nosotros).
No obstante, sus afirmaciones en relación a nosotros no pueden simplemente ser
aceptadas sin críticas. Como hijos y nietos adultos, somos responsables de decidir por
nuestra voluntad con respecto a la legitimidad de sus afirmaciones sobre nosotros.
Discutiremos el asunto de! apostolado a continuación. Es suficiente decir aquí que la
iglesia católica «madre» pertenece a una herencia en el derramamiento del Espíritu del
que ella es responsable como cualquiera de nosotros y sobre e! cual no puede, según mi
parecer, reclamar ningún privilegio. Nosotros, como sus hijos y nietos, respetamos su
rol en la historia al pasarnos una preciosa herencia en la forma de testimonio. Pero al
recibir este testimonio somos atraídos a la misma fuente de la cual ella recibió y debe
continuar recibiendo. Por consiguiente, hay límites para cuán lejos podemos extender la
metáfora de su rol maternal en relación a nosotros. Desde una perspectiva escatológica,
nacimos de arriba, del Espíritu, igual que ella (cf Jn 1:12-13). La semilla regada por e!
Espíritu fue la Palabra de Dios encarnada y proclamada (cf Jn 1-13; 1 P 1:23). Hans
Küng comenta adecuadamente: «Es la Palabra la que crea la iglesia y la sigue reuniendo
constantemente por medio de la fe y la obediencia».
En cierto sentido, todas las comuniones cristianas nacieron del Pentecostés, de manera
directa y no indirecta, pues este y el bautismo en el Espíritu no son simplemente un
suceso de una sola vez que canaliza ahora de forma histórica a través de las puertas
angostas de una oficina apostólica. El Pentecostés es ahora y el Espíritu y el evangelio
del reino es en todos lados recibido por fe. El bautismo en el Espíritu nivela el campo de
juego eclesiástico cuando llega a la catolicidad desde la presencia del reino de Dios en
poder. Consecuentemente, la catolicidad es policéntrica, pues subsiste dentro de todas
las comuniones del mundo en virtud de la presencia de! Espíritu. El bautismo en el
Espíritu es un don escatológico ligado fundamentalmente al evangelio del reino y
accesible por la fe compartida entre todo el pueblo de Dios.
Dado que todos somos constituidos por e! Espíritu de la promesa, el cumplimiento
escatológico de la iglesia bautizada en el Espíritu en la nueva creación representa la
iglesia católica en la completa manifestación de sus marcas. Ninguna comunión, ni
siquiera la más antigua históricamente, puede reclamar un privilegio en esto. Como
Hans Küng comentó concerniente a su afirmación especial de la iglesia sobre la
catolicidad: «La iglesia más internacional, la más grande, la más variada, la más antigua
puede, de hecho, convertirse en una extraña en sí misma, puede convertirse en algo
diferente, puede perder contacto con su propia naturaleza más íntima, puede desviarse
de su curso verdadero y original».
Esto es especialmente cierto con respecto a una joven iglesia o movimiento pentecostal
que carece de una profunda herencia teológica y litúrgica dentro de la iglesia católica.
La catolicidad es atestiguada históricamente por medio de la transición de una herencia
preciosa. Pero la catolicidad es, en esencia, un don escatológico en el cual participamos
por la fe en Cristo como el Espíritu bautizador. No se puede dar por sentado al hacer uso
de reclamos privilegiados sino debe ser constantemente recibido de nuevo por medio de
una fe genuina. Aunque una iglesia antigua tiende a disfrutar de una cierta ventaja con
respecto a la riqueza posible y variedad de su vida católica, la catolicidad es policéntrica
y escatológica. Su riqueza no se juzga estrictamente en términos históricos.
Apostolado
En verdad, la iglesia está fundada en Cristo, «porque nadie puede poner un fundamento
diferente de! que ya está puesto, que es Jesucristo» (1 Co 3:11). La iglesia, como un
templo de Dios lleno de! Espíritu, está fundada en Cristo como el Hombre y Otorgador
de! Espíritu. Sin embargo, sobre este fundamento hay un ministerio fundamental que
depende de él, es decir, el carisma de los «apóstoles y profetas» que forman parte de un
edificio entero levantado por Cristo y habitado por el Espíritu (cf Ef2:20-22). Los
profetas requerían de los apóstoles para transmitir la enseñanza de Cristo por medio de!
Espíritu a la iglesia (cf. Hch 2:42); una enseñanza que estaba escriturada, recibida entre
la gente por medio de los vientos del Espíritu (cf 2 Ti 3:15-16), y atestiguada por medio
de la guía de! Espíritu en las afirmaciones del credo. Los apóstoles, además, requieren
de los profetas, pues la enseñanza y legado apostólico debe ser contextualmente
discernido y expresado en el tiempo por el uso de las voces proféticas, pues la iglesia
vive en gran parte por la guía de lo que el Espíritu dice a las iglesias (cf Ap 1-3) como
por la enseñanza de los apóstoles (cf. Hch 2:42).
¿Qué sucede con los ministros ordenados para supervisar en la iglesia de hoy? El triple
oficio de obispo, presbítero y diácono surgió en e! siglo segundo por medio de un
desarrollo complejo en el que estas categorías eran inciertas e intercambiables. Parecía
no haber una «estructura apostólica» uniforme fundada por Cristo y perdurable
universalmente en la iglesia desde el comienzo. El comentario sobre el ministerio por e!
Informe de Fe y Orden, sobre el bautismo, la eucaristía y el ministerio declara
justificablemente: «La formas actuales de ordenación y del ministerio ordenado, sin
embargo, evolucionaron en desarrollos históricos complejos. Las iglesias, por
consiguiente, necesitan evitar atribuir sus formas particulares de! ministerio ordenado
directamente a la voluntad e institución de Jesucristo. La evidencia indica que los
ministerios de supervisión en la iglesia siempre fueron inciertos y contextualmente
determinados, como lo son todos los dones espirituales. Esto es especialmente aparente
cuando miramos la creciente diversidad de cargos y ministerios de las iglesias en e!
mundo de hoy.
A modo de una respuesta general a los asuntos planteados arriba, mis conclusiones
anteriores acerca de la dialéctica crítica entre Cristo y la iglesia no me permiten aceptar
una simple transferencia de poder y autoridad de Cristo a cualquier figura humana en la
iglesia ni aun a la iglesia como un todo. Es Cristo y el Espíritu los que ejercen una
autoridad incuestionable, pues Cristo es el Rey y el Espíritu es el reino. La infalibilidad
es una característica de Cristo solo. La autoridad de los supervisores y de la iglesia es
delegada, no transferida y, por consiguiente, se ejerce constantemente en debilidad y
humildad y de una manera responsable ante el evangelio del reino por su legitimidad,
pues de los supervisores de la iglesia, el Nuevo Testamento declara: «Obedezcan a sus
dirigentes y sométanse a ellos, pues cuidan de ustedes como quienes tienen que rendir
cuentas» (Heb 13: 17). Es haciendo uso del discernimiento en las relaciones colegiales
entre los líderes de la iglesia, pero también entre el cuerpo de los fieles, más
generalmente en lo que se refiere a si el ejercicio de la autoridad en la iglesia está en
armonía con el reino de Cristo testimoniado en el evangelio. La ponencia del concilio
Mundial de iglesias de Fe y Orden sobre la naturaleza y propósito de la iglesia menciona
correctamente que el ministerio de supervisión en la iglesia es ejercido comunitaria,
personal y colegialmente.
A la luz del debate anterior, podernos ver el oficio apostólico y el ministerio ordenado
corno un carisma del Espíritu gobernado por la norma del evangelio y no
cualitativamente diferente de otros portadores de los dones de la iglesia, un comentario
hecho por Veli-Matti Karkkainen. El relato de Pentecostés de Hechos 21e concede valor
carismático al liderazgo de los apóstoles (cf Hch 2:42- 43), un liderazgo confirmado por
el resto del libro. Los apóstoles no tienen ninguna duda de los principales actores en el
drama de Hechos. Sin embargo, todos los creyentes reciben el Espíritu en Hechos 2
directamente y hablan en lenguas las poderosas obras de Dios (cf Hch 2:4).
El don del apostolado junto a otros ministerios, por consiguiente, sirve para plantar y
regar la semilla de la Palabra para que pueda dar fruto entre las congregaciones llenas
de los dones, mientras todos crecen para hablar la Palabra unos a otros (cf Ef 4:11-16; 1
Co 3:5-15). Pues, «al vivir la verdad con amor, creceremos hasta ser en todo como aquel
que es la cabeza, es decir, Cristo» (Ef 4: 15). En este sentido, los cristianos primitivos
no idolatraban a los líderes apostólicos como superhéroes. Los apóstoles pertenecían a la
iglesia como dones para inspirarlos y guiarlos mientras crecían para tomar su propio
lugar como portadores maduros de! Espíritu y la Palabra. Los corintios eran, por
consiguiente, bebés que tomaban leche y que idolatraban a los apóstoles en vez de ser
participantes adultos en la edificación de la iglesia y su misión en el mundo (cf 1 Co 3:
1- 15). Pablo escribe: «Después de todo, ¿qué es Apolos? ¿Y qué es Pablo? Nada más
que servidores por medio de los cuales ustedes llegaron a creer» (1 Co 3:5). Tales
palabras no son una capa de humildad usada para sustentar a los apóstoles al gobernar
sobre un laicado pasivo no ordenado. Pablo realmente quiere decir que el rol de los
apóstoles era principalmente liderar e! reclutamiento y producir fidelidad en los
ministros de la Palabra de Dios dentro de una iglesia carismática bautizada en el
Espíritu.
Interesantemente, Hans Küng nos insta a mirar a Pablo y a Pedro como ejemplos de
liderazgo apostólico, dado que Pablo parece ubicar su propia autoridad a la par de la de
Pedro en Gálatas 1 y 2. Respondiendo a las iglesias, Pablo duda en exigir al máximo su
poder de decisión. En los asuntos de disciplina de la iglesia, trata de no tomar decisiones
autoritarias (cf 2 Co 8:8-10). En cuestiones morales, donde no está en juego una palabra
del Señor Jesús, prefiere dar libertad de decisión a la comunidad (cf 1 Co 7:35). Aun en
los casos donde hay necesidad de una clara acción, no da ninguna receta parcial sino
que involucra a la comunidad (cf. 1 Co 5). Cuando ejerce la autoridad usualmente
exhorta, pero no ordena un acatamiento (cf. 1 Co 4:14; 9:12,18; 2 Co 13:10; 1 Ts 2:7; 2
Ts 3:9; Flm 8-9). «Pablo nunca confronta a sus comunidades como su señor, ni aun
como su sumo sacerdote. El apóstol no es el señor, Cristo es e! Señor». Él no les habla
como a hijos sino como a hermanos y hermanas; los anima a reunirse para que se bendi-
gan unos a otros. Él usa su autoridad para edificar no para subordinar. 50 Podemos
decir que es la concesión de! Espíritu de «toda gracia» la que guía sus interacciones no
la autoridad jurídica de las estructuras de un mundo que carece de gracia.
Tal humildad no evitó que Pablo se opusiera a los profetas errados con una palabra del
Señor y una autoridad que él no esperaba ser desafiada (cf. 1 Co 14: 36-38). Sin
embargo, Pablo igualmente especifica que esta palabra de autoridad del Señor fue dada
para afirmar la necesidad de que los profetas errados se sometan a otros que tengan el
don de discernimiento en la iglesia, para que «el don de profecía [esté] bajo el control
de los [otros] profetas» (1 Co 14:32). En otras palabras, sus juicios más duros fueron
reservados para los que tenían una moral elevada, los que amenazaban con el poder de
discernimiento activo en la comunión de fieles. De la misma forma, los que hablan en
lenguas tienen su respiro en la interpretación en el Espíritu (cf vv. 27-28). Todos los
dones son probados para que se conformen al amor, que «no se deleita en la maldad
sino que se regocija con la verdad» (1 Co 13:6). En otras palabras, la autoridad
apostólica era aquel don dado para animar y promover un sometimiento y edificación
mutua en la iglesia que fuera fiel a la Palabra de Cristo. Esta era una autoridad respon-
sable ante el evangelio y e! cuerpo de fieles, así como un participante dentro del mismo.
A la luz del bautismo en el Espíritu como un suceso carismático, los apóstoles lideraban
la iglesia entera no solo al interpretar y proclamar la Palabra de Dios sino también al
ministrar con el poder para sanar y transformar y, como consecuencia, derrotar los
poderes del reino de! mal y dar testimonio de! poder del reino de Dios para llevar vida
nueva. La investigación más reciente apoya la opinión de que la comisión de Jesús a
Pedro y a los otros discípulos para «atar» y «desatar», lo más probable, era que se
refiriera principalmente al traspaso de! ministerio de sanidad de Jesús, que involucra la
acción de atar al maligno y desatar a la gente de sus garras (cf Mt 16:17-19; 18:18;
12:28-29); una comisión que aplicaba a un círculo más amplio de discípulos y no solo a
los doce (cf Le 10: 17-18).51 Atar y desatar, indudablemente, involucraba el perdón de
pecados así como la enseñanza de la verdad para liberar a la gente de la esclavitud de la
oscuridad.
La iglesia entera participa en algunos de estos dones apostólicos. Tal fue el caso en el
Pentecostés. Aunque las señales y milagros hicieron legítimo el liderazgo apostólico (cf
Hch 2:43), estas no estaban confinadas a los apóstoles (cf Hch 8:6), pues otros
continuaron el ministerio de Jesús, de «cómo anduvo haciendo e! bien y sanando a
todos los que estaban oprimidos por e! diablo» (Hch 10:38). Otros enseñaban y
proclamaban el perdón de pecados. Esta participación apostólica en el ministerio de
liberación de Jesús constituye las bases para la proliferación obvia de los dones de
sanidad y milagros entre los cristianos comunes de Corinto que no eran apóstoles (cf 1
Co 14:9-10). Como Küng sostiene, la sucesión apostólica incluye varios dones de!
Espíritu e involucra a toda la iglesia. La iglesia entera transmite la misión apostólica no
solo a los fieles sino externamente a la humanidad en su invitación a la fe. Küng, por
consiguiente, escribió acerca de la sucesión apostólica de toda la iglesia.
Como pentecostal, estoy dispuesto a ser inspirado por la importancia simbólica del
oficio pedrino como un indicador de la posibilidad de que la iglesia, en toda su
diversidad y exclusividad, un día pudiera ser uno con Jesús, como el Espíritu bautizador
y como el que comisionó a los discípulos a seguir su testimonio. Pienso que las
definiciones más recientes del oficio pedrino del Ut Unum Sint (N. del T.: que todos
sean uno) que resaltan el servicio de amor y unidad nos llevaron bien lejos, en una
dirección constructiva, en el importante debate de este asunto.
Pienso que no hace falta decir que, de otra manera, no pondría a Pedro como el punto
clave de la unidad global de la iglesia como hizo la iglesia católica, ni ubicaría su rol
dentro de un oficio de servicio, como una posesión privilegiada de la iglesia católica (ni
siquiera como el primero entre sus pares). Por cierto, no llegaría a la conclusión de que
el portador de este oficio tiene «un poder pleno, supremo y universal sobre la iglesia»
(como lo hace Lumen Gentium 22), aunque tuviera la intención de incluir cierto sentido
de autoridad compartida en la iglesia.
1. El estado del carisma: el cambio de énfasis pasó de ver los principales oficios de
la iglesia de manera principal en cuanto a su estado para interpretarlos pri-
meramente en cuanto a sus carismas.
2. El deber de persuadir: antiguamente las acciones autoritarias tendían a ser
vistas como imposiciones de arriba. Hay un movimiento hacia interpretarlas
como intentos para persuadir, tanto a los miembros de las iglesias como a la
gente del mundo, sobre algunos valores que mejorarán la vida corporativa de
la iglesia y aun la comunidad humana entera.
3. La jerarquía para el diálogo: dejamos atrás una pirámide de autoridad en re-
lación a un laicado pasivo y nos movemos hacia un modelo de diálogo en el
cual todos los cristianos tienen cierta participación en la autoridad divina.
4. La ortodoxia para la ortopraxis: dejamos atrás el ejercicio de la autoridad di-
rigida a producir obediencia, vista principalmente como una conformidad
dentro de la comunidad, y dirigida hacia un ejercicio de autoridad en la
adoración-liturgia, la predicación de la Palabra y un cambio individual y
comunitario hacia la liberación. También podemos agregar, aquí, la aparición
de un énfasis en la autoridad dentro del contexto del servicio y la misión, y la
aparición de una sensibilidad hacia la «estructura carismática» de la iglesia
como un contexto para la celebración del sacramento y la Palabra.
5. La institución para un pueblo peregrino: nos movemos de una iglesia indepen-
diente, un elemento casi visible que tenía prácticamente todas las respuestas en
su seno, hacia un pueblo peregrino comisionado por su fundador para descubrir
un auténtico significado por medio de la inserción y confrontación con el
mundo.
6. La esencia relacional: nos movemos, en nuestra idea de una autoridad de iglesia,
desde una estructura fija y permanente hacia una iglesia con una estabilidad
relacional en la cual se intercambian constantemente líneas de poder, aunque no
desordenadamente.
Aunque esta lista refleje un nivel justificable de optimismo, seguimos justificándonos al
asumir y tratar de edificar sobre la creciente sensibilidad entre las iglesias para con los
asuntos de la comunidad, el desinterés, el servicio y la diversificación al interpretar la
autoridad apostólica dentro y desde la iglesia como apostólica en el mundo
Capitulo veinte.
Las “Marcas” de la predicación, los sacramentos y la plenitud carismática.
La aceptación de los pentecostales de las marcas de la iglesia le da un énfasis especial a
la necesidad de una iglesia santificada y misionera, que proclama sanidad a todas las
naciones en el poder del Espíritu. Las marcas de Cristo son Salvador, Santificador,
Espíritu bautizador, Sanador y Rey venidero. Dado que las marcas de la iglesia son
también las marcas de Cristo, el evangelio quíntuplo puede verse como la explicación
pentecostal de las marcas de la iglesia. Aun hablar en lenguas simbolizó poderosamente
el alcance global de este evangelio de sanidad, así como la sanidad del poder del
evangelio. Por medio de las lenguas gemimos junto a la creación sufriente para que
venga la libertad.
Dorotea Suelle sostuvo justamente que el sufrimiento tiende a hacer que nos refugiemos
en el silencio. Mientras respetemos ese silencio, el centro de atención pentecostal en las
lenguas y la sanidad implicarán una extensión de poder para que llegue la sanidad final
de la nueva creación bautizada en el Espíritu. La proliferación, diversificación y
plenitud carismática de la iglesia no solo permite y realza el ministerio de la iglesia a
aquellos que están en necesidad, sino que apoya y realza la experiencia del Espíritu por
medio de la predicación y el sacramento, pues la presencia divina es una presencia
mutua, una presencia en comunión.
Los dones del Espíritu (carismata) no son poderes sobrenaturales canalizados por medio
de la gente sin la contribución activa de las personas. En palabras de David Lim, los
dones espirituales son encarnacionales. Somos ungidos con los dones en relación con
Dios de una manera que renueva y realza nuestros talentos naturales, pero también los
excede. Estos dones deben ser cultivados o «avivados en llamas» por medio del uso y el
crecimiento personal en interacción con otros (cf 2 Ti 1:6). La meta final es un
testimonio diverso de la Palabra de Dios en relación a unos con otros para fortalecer la
iglesia en el amor de Dios hacia su cabeza, que es Cristo. Los canales de la gracia,
formativos en la predicación y el sacramento, irrumpen en varias formas de testimonio
en palabra y obras entre muchos miembros que tienen dones. La iglesia que tiene dones,
entonces, revela las señales de la gracia en un mundo completamente sin gracia. Es el
modelo de la koinonía de amor de Dios al mundo como el contexto en el cual se
proclama su Palabra a los perdidos y a las estructuras en desgracia, y se desafían las
formas de vida del mundo.
Como Michael Welker nos mostró en su libro God the Spirit [Dios el Espíritu], los dones
del Espíritu son interactivos y relacionales.t El discernimiento guía la profecía, la
interpretación explica las lenguas, la sabiduría dirige el uso apropiado del conocimiento,
la evangelización indica a los que son sanados las Buenas Nuevas de las cuales la
sanidad da testimonio, la fe mantiene a los eruditos leales a la proclamación de la iglesia
y los eruditos mantienen la fe abierta a las preguntas críticas, etc. En los dones
espirituales, los miembros de la iglesia interactúan de maneras llenas de gracia y
edificantes. Dado que los dones espirituales son relacionales e interactivos, sirven para
estructurar la iglesia como una comunidad de relaciones bendecidas que facilitan la comunión y
revelan las señales de la gracia al mundo.
Como resultado del Pentecostés, la iglesia fue constituida con una estructura carismática.
Esta estructura es incierta y relacional, debido a que los dones espirituales son maneras
bendecidas de relacionarse con los demás, que dependen de la voluntad del Espíritu en
funcionamiento entre nosotros, y las necesidades contextuales del ministerio de la
Palabra de Dios (cf. 1 Co 12: 11). Los dones espirituales significan y facilitan las
relaciones bendecidas. Estos expanden nuestras capacidades para recibir y además
impartir la gracia que llega a nosotros por medio de la predicación y el sacramento.
Podemos tomar esto para significar que la carismata (dones espirituales) representa la
formación de relaciones edificantes en la iglesia, que nos inspira de varias maneras
diferentes y exclusivas a llevar unos las cargas de los otros, afirmar unos la dignidad y
el valor de los otros ante Dios, y edificamos unos a otros en Cristo. Los dones espirituales
disponen a la iglesia a la gracia de Dios y revelan las señales de su gracia en un mundo sin
gracia.
La koinonía de la iglesia es, por consiguiente, experimentada en múltiples e interactivas
«individuaciones de la gracia» o carismata (dones de la gracia) otorgados por Cristo
sobre la iglesia en el Pentecostés (cf Ef 4:8). El derramamiento del Espíritu sobre «toda
carne" no es genérico o abstracto sino concreto, diverso e interactivo, pues «tenemos
dones diferentes, según la gracia que nos ha dado» (Ro 12:6). La gracia es
exclusivamente recibida y compartida de acuerdo a los dones de cada persona. La gracia
no es genérica. Es el cambio misericordioso que el Señor hace en nosotros a través del
Espíritu en la Palabra de Dios, a fin de transformarnos en vasijas únicas aptas para el
uso del Maestro. El Espíritu es, por consiguiente, la presencia divina en y a través de
muchas personas. Así como el «intermediario de Dios», el Espíritu derramado prolifera
la gracia diversamente al inspirar una comunión y edificación interactiva. De igual
manera, la iglesia se edifica a sí misma en amor.
El Espíritu en la iglesia busca, por medio de la comunión, «avivar en llamas» los dones
que funcionan en y a través de nosotros (cf 2 Ti 1:6). El liderazgo pastoral necesita
hacer de este avivamiento en llamas una prioridad. Desde luego, las llamas requieren un
monitoreo cuidadoso para estar seguros de que ardan en la dirección correcta. Pero
apagarlas nunca es la opción. Por el contrario, como John Koenig declaró, la iglesia está
para ser una «comunión productora de dones.
La llama en sí misma debe ser vista como la del amor (cf Ro 5:5), pues el amor es el
más grande de todos los dones. No solo es el amor el más grande de los dones sino es la
esencia de todos los otros, pues sin amor todos los otros dones se convierten en «nada»
o pierden su sustancia. Hablar en lenguas se convierte en ruidos metálicos que lastiman
los oídos, la profecía y la fe pierden su dirección y aun el martirio es aprovechado para
finales autodestructivos (cf 1 Co 13: 1-3). Sin amor, los dones no son nada. Sin dones,
el amor se vuelve abstracto, carece de sus expresiones diversamente interactivas, que
incluyen sus «señales y milagros».
El punto aquí es que el fundamento cristo lógico de la iglesia no solo debe ser
encontrado en el oficio, sacramento y proclamación de la iglesia. Cristo, además, está
presente en múltiples dones y señales del Espíritu en la comunión de la iglesia. Hasta
cierto punto, en los documentos ecuménicos sobre la naturaleza de la iglesia, se ignora
la manera en la que los dones del Espíritu proliferan y diversifican la presencia de
Cristo a través de la iglesia en el mundo. Una interpretación jurídica o sacramental de la
iglesia que carece de un agradecimiento por la estructura carismática de la iglesia puede
parecer demasiado institucional, abstracta, jerárquica y monolítica. Aun la predicación
de la iglesia, sin el poder y los dones del Espíritu, puede parecer abstracta y demasiado
cerebral.
Ubicado dentro del marco de la estructura carismática de la iglesia, el ministerio
ordenado, en relación a la predicación y los sacramentos, puede ser explicado de manera
que evite los problemas que acompañan al clericalismo o a una interpretación de la
iglesia dominada por el clero. La koinonía del Espíritu, experimentada en la vida
carismática interactiva de la iglesia, implica un ministerio mutuamente responsable y
edificante en la iglesia que involucra a todo el pueblo de Dios. Concluiremos este
capítulo con una reflexión sobre la predicación y el sacramento en relación a la
estructura carismática de la iglesia.
La predicación
Es difícil sobreestimar la importancia de la predicación y la Escritura cuando se canaliza
la gracia de Dios a la iglesia. El evangelio de Jesús y el testimonio bíblico llega a
nosotros por el mismo aliento de Dios para que podamos tener la sabiduría y el poder de
ser salvos por medio de la fe en Jesucristo (cf. 2 Ti 3: 15-16). Las Escrituras son
inspiradas, aunque no en el sentido de representar un depósito estático de las verdades
reveladas, que podemos sistematizar en ídolos de tinta y papel. La tendencia
fundamentalista que ve la Escritura de esta manera puede hacer que la iglesia suponga
que tiene la palabra final en todas las preguntas y desafíos de la vida. En cambio,
mientras interactuamos con otros sobre las Escrituras, debemos aprender a dialogar,
crecer o cambiar, no a pontificar. Según 2 Timoteo 3: 15-16, las Escrituras deberían
considerarse un testimonio vivo de Jesucristo por medio del Espíritu de Dios que nos
inspira a una fe siempre creciente en Jesús y nos concede una sabiduría y poder para
servirnos unos a otros y al mundo en el nombre de Cristo. Por medio del soplo del
Espíritu, las Escrituras son una guía viva o una medida para nuestra adoración y
testimonio, no un depósito estático para ejercer dominio o control según nuestros
propios fines egoístas.
Por medio del aliento vivo de Dios, el evangelio de las Escrituras irrumpe con señales
de vida en la estructura carismática de la iglesia. Los dones espirituales, entonces,
ayudan a mantener la Palabra apostólica de las Escrituras viva y relevante dentro de las
interacciones del desarrollo de la gracia y los dones en el pueblo de Dios, mientras
crecen hasta llegar a la completa estatura de Cristo. Además, los dones espirituales
siempre tienen que rendir cuentas del testimonio vivo de la Palabra apostólica de las
Escrituras, como Pablo implica en su lucha con los miembros de la congregación de
Corinto ungidos neumáticamente con dones (cf. 1 Co 14:37). Dentro de la estructura
carismática de la iglesia, el Espíritu funciona a través de las Escrituras como un libro
vivo de libertad y orden para guiar nuestras interacciones de la gracia unos con otros y
nuestra misión en el mundo. De hecho, las Escrituras, en sí mismas, son un don
universalmente relevante y vinculante del Espíritu a la iglesia a fin de guiar la particular
y diversa estructura carismática de la iglesia en el curso de su vida, confesión y misión.
Mi enfoque de la Escritura puede considerarse, por algunos, como peligrosamente
impreciso. Otros pueden ver en mi descripción de la Escritura una interpretación
incierta e imprecisa de cómo las Escrituras nos hablan. ¿No hay verdades claramente
reveladas en la Escritura sobre las cuales podamos estar seguros? Desde luego. Como
Karl Barth nos recuerda, la revelación de Dios es verbal como también personal.
Muchos evangélicos malinterpretaron a Barth en este punto. Él no negó que la
revelación por medio de la Escritura fuera verbal, solo negó que este testimonio verbal
pudiera ser visto como un depósito estático para ser controlado y puesto a disposición de
nuestros sistemas e ideologías. Nótese que Barth escribió sobre este asunto: «El carácter
personal de la Palabra de Dios no significa la falta de expresión en palabras sino la
postura de una barrera absoluta para no rebajar su forma de expresión a un sistema
humano.
Para Barth, que Dios coloque la revelación divina a nuestra disposición de esta manera,
«significaría que tendríamos control sobre su Palabra para acomodarla a nuestra
conveniencia y, por consiguiente, nos cerraríamos a él para nuestra propia ruina»."
Barth defiende la soberanía de la Palabra de Dios al abogar por un texto libre en el
testimonio continuo del Espíritu para Cristo; no al hacer de las revelaciones nada menos
que emociones inciertas y subjetivas. La confesión que Barth hace de que la Biblia es la
Palabra de Dios, por consiguiente, no depende de nuestra experiencia sino de la acción
de Dios en el Espíritu. Barth escribió sobre esta confesión: «No la aceptamos como una
descripción de nuestra experiencia de la Biblia. La aceptamos como una descripción de
la acción de Dios en la Biblia, cualesquiera sean las experiencias que tengamos o no en
esta conexión»." En este sentido, podríamos hablar de la «objetividad» de la obra del
Espíritu en el texto de la Escritura. Este participa del bautismo en el Espíritu, y si
escuchamos o no su voz, depende de si estamos dispuestos al mismo Espíritu. Que los
que tengan oídos oigan; escuchen lo que el Espíritu está diciendo a las iglesias.
La Biblia es verbalmente inspirada y contiene verdades que confesamos y por las que
vivimos. Pero este texto y sus verdades están vivos y activos, y canalizan
constantemente para nosotros el poder y la sabiduría del Espíritu, por la gracia de Dios,
de diversas maneras en medio de la interacciones de los dones entre su pueblo. Aquellos
ordenados como líderes entre nosotros predican y enseñan la Palabra de Dios y
administran los sacramentos de una manera que constantemente ubica a Cristo y su
testimonio bíblico ante nosotros como la medida de nuestras vidas, especialmente
nuestros ministerios e interacciones de los dones. Sin embargo, estos líderes también
son dones entre otros miembros de la congregación que también tienen dones, a pesar
de sus funciones especiales como ministros entre nosotros, pues «todo es de ustedes, ya
sea Pablo, o Apolos o Cefas» (1 Co 3:21-22). Ellos son responsables ante nosotros y
nosotros ante ellos. Finalmente, el testimonio canónico, por medio del Espíritu, nos
inspira, inviste y guía a todos en nuestra alabanza y servicio ungido.
La estructura carismática de la iglesia también sirve para expandir el campo de la gracia
que llega a nosotros en la Palabra de Dios. Sin esta estructura, la predicación se vuelve
un monólogo intelectualista y abstracto, en vez de un diálogo vivo y transformador de
vidas. En el enfoque protestante sobre la Palabra de Dios, la neumatología tuvo la
tendencia a ser dominada por la exposición del texto bíblico y el esclarecimiento
interior del texto en la mente de los creyentes. Este énfasis dominante sobre la función
noética de la revelación le ha pisado los talones a la teología protestante desde Calvino a
Barth. Desde luego, la Reforma tuvo una neumatología más expansiva que esta. Me
refiero aquí al punto de énfasis. Más recientemente, los teólogos como Moltmann y
Pannenberg han intentado referirse a la obra del Espíritu mucho más dominantemente a
la manera de un leitmotiv de la «nueva creación» holístico y transformacional en un
esfuerzo por trascender las limitaciones del enfoque de la obra del Espíritu sobre lo
concerniente a la revelación y lo noético. Un rol más grande para la diversidad de la
carismata, en nuestra interpretación de las múltiples necesidades del ministerio de la
iglesia, será de gran ayuda para esta tendencia positiva.
Además, el énfasis protestante en el reino de la noética tendió a evitar o devaluar las
experiencias de éxtasis y profundidad de Dios a favor de las respuestas cognoscitivas y
racionales de la Palabra, como Emil Brunner nos demostró." Gordon Fee expresó la
opinión de muchos pentecostales al comentar que, «contrario a la opinión de muchos, la
edificación espiritual puede tener lugar de otras maneras, no por medio de la corteza
cerebral». Más de un énfasis en los dones del Espíritu entre todo el pueblo de Dios,
contará con un espectro más amplio de actividad de los dones e involucrará la
afirmación divina sobre la persona completa al incluir la profundidad del subconsciente
de la mente, la vida del cuerpo y las disciplinas del pensamiento racional.
Los sacramentos
Necesitamos decir algo acerca de la vida sacramental de la iglesia también. Como
escribió Calvino: «Semejante a la predicación del evangelio, los sacramentos
representan otra ayuda para nuestra fe». Para que el sacramento sea eficaz, es menester
recibir la Palabra por fe.12 Los sacramentos no son solo una ayuda para la fe sino la
confirmación y demás manifestaciones de la misma Palabra de Dios que inspiran fe. Por
el poder del Espíritu, la proclamación del evangelio es superior con las señales
sacramentales del bautismo y la eucaristía.
El teólogo de la Reforma, G. C. Berkouwer, encuentra la proclamación de la Palabra por
medio de la predicación más clara que por medio de los sacramentos. Pero Calvino no
estaba de acuerdo: «Los sacramentos vienen acompañados de las promesas más claras
y, cuando se comparan con la palabras, tienen la peculiaridad de representar las
promesas de la vida, como en la pintura de un cuadro». 14 Los sacramentos son
eficaces instrumentos de la gracia, porque ofrecen las promesas del evangelio al
creyente que las recibe en fe, pues, como menciona Calvino en más detalle: «El Espíritu
lleva acabo lo que fue prometido», La actuación del Espíritu involucra nuestra
actuación, que es la intención del sacramento. Los sacramentos, por consiguiente, lo
avalan ni un ápice sin la energía del Espíritu Santo.
Los pentecostales son ambivalentes en cuanto a los rituales como un vehículo de la obra
del Espíritu, aun cuando, como Daniel Albrecht nos mostró, su adoración es más
ritualizada de lo que ellos reconocen. 17 El contexto más amplio para la sospecha del
ritual pentecostal es el prejuicio de la Ilustración que «los rituales son paganos, idólatras
y papistas». Pero Tom Driver menciona que hay un profundo anhelo humano de rituales
que a menudo se frustraron en nuestra cultura. Él encuentra este anhelo enraizado en el
hecho de que el ritual es una clase de ejecución que sugiere «mundos alternativos» y
nutre «visiones imaginativas» de las metas de Dios para el mundo.
Son diferentes de las rutinas de la vida cotidiana, aunque se extraen de la misma. Los
rituales de los sacramentos, por consiguiente, apuntan a la gracia implicada en toda la
vida y también en el deseo de Dios de renovar la creación para que sea el mismo lugar
de la morada de Dios. Driver declara en forma elocuente que «estos se mueven en una
clase de espacio liminar, al borde de, o entre las grietas de las regiones cartografiadas de
lo que llamamos "el mundo real".
Geoffrey Wainwright sugiere también que el ritual es la «forma solemne por la cual una
comunidad articula su mente natural en el sentido de la vida y el mundo»; excepto que
para los cristianos esta expresión está dirigida a transformar la situación presente en el
cumplimiento de ese sentido, que es escatológico. Esto se debe a que, para los
cristianos, «el sentido está en ciernes: la vida está orientada hacia el propósito final de
Dios, y la historicidad es la forma de lograr ese sentido para los individuos y la
humanidad como un todo». Por medio de los sacramentos «celebramos algo que es
humanamente absurdo, algo literalmente increíble y más allá de toda expectativa
terrenal», es decir, los cielos nuevos y la tierra nueva. Como afirmó la «Dilucidación»
del diálogo anglicano-católico de 1979, sobre la eucaristía, que la Cena del Señor es el
«alimento de la nueva creación», una «presencia sacramental en la cual Dios usa las
realidades de este mundo para expresar las realidades de la nueva creación. El bautismo
en el Espíritu es el fundamento y el objetivo de esta expectativa.
Permítanme referirme al asunto del bautismo en agua más específicamente. Existe una
relación especial entre el bautismo en agua y en el Espíritu. El rito de agua de Juan el
Bautista, que no está relacionado al surgimiento posterior del bautismo en agua
cristiano, dio lugar al contexto original de la metáfora bautismal de! Espíritu, aunque e!
contraste entre estos fue el principal énfasis (cf. Le 3:16- 17; Jn 1:33; Hch 1:5). Es mi
convicción que el bautismo en el Espíritu, como el don escatológico del Espíritu,
trascienda el rito de agua del cual nació la metáfora de Juan. La diferencia entre el rito
de Juan el Bautista y aquel que perduró en los contextos cristianos es que el bautismo de
Juan esperaba el bautismo en el Espíritu, mientras el bautismo cristiano parte de ese
punto hasta su cumplimiento. La regeneración por medio de la fe en el evangelio y la
ejecución del ritual de la conversión en el bautismo depende del don del Espíritu para su
importancia y poder como una experiencia transformadora de vida.
Nuestra experiencia del bautismo en el Espíritu puede llegar a no ser un sentimiento
consciente tan espectacular en el momento de la conversión o el bautismo en agua. Pero
cuando experimentamos el bautismo en el Espíritu, la experiencia no puede definirse
separada de estos dos. Sin embargo, nuestra experiencia del bautismo en el Espíritu
tampoco está confinada a la conversión y al bautismo, pues a partir de estos dos se
extiende en experiencias carismáticas y misioneras que nos relacionan con otros
miembros de la iglesia y con la gente del mundo. Finalmente, el bautismo en el Espíritu
cumplirá la conversión y el bautismo al llevar a cabo la resurrección de los muertos y la
nueva creación.
Dado que Cristo se solidarizó con nosotros como el Hombre del Espíritu en las aguas
bautismales, por el mismo Espíritu podemos solidarizarnos con Cristo en nuestro
bautismo. ser sepultados con él en el bautismo (cf Ro 6:3-4) significa que nuestra
muerte ahora se define en solidaridad con su muerte. Así como su muerte fue un acto de
derramamiento de una vida por medio del Espíritu eterno (cf Heb 9:14) al demostrar ser
indestructible y victoriosa (cf Heb 7:16), nuestra muerte «con él» también asume el acto
supremo de una vida indestructible derramada para el reino de Dios. De la misma
manera, para completar la función, el bautismo nos hace levantar de las aguas en
novedad de vida, como Cristo se levantó de la muerte para cumplir el reino de Dios en
la tierra. Por lo tanto, en el bautismo con Cristo nos levantamos con el mismo propósito.
El bautismo, por consiguiente, también anticipa la resurrección de los muertos «según el
Espíritu de santidad» (Ro 1:4).
El propósito de toda la función del bautismo de nuestra regeneración por fe en el
evangelio es que escuchemos su palabra otra vez para que podamos públicamente hacer
nuestra conversión a Cristo y su cumplimiento en la resurrección. Al convertirnos,
abrazamos su promesa y confirmamos públicamente la afirmación del Espíritu en
nuestras vidas, que es la afirmación del señorío de Cristo. Por consiguiente, Santo Basel
describe el bautismo como una renovación de la vida: «Las aguas reciben nuestro
cuerpo como una tumba para convertirse así en la imagen de la muerte, mientras el
Espíritu derrama el poder dador de la vida y renueva las almas que estaban muertas en
los pecados de la vida que antes poseían. No haría que la vida regenerada, por medio de
la morada del Espíritu, fuera absolutamente dependiente del rito del bautismo en agua;
más bien veo la regeneración, de alguna manera, cumplida en el acto del bautismo de
una manera análoga a cómo una ceremonia matrimonial confirma y cumple un
compromiso entre dos corazones que se unen en amor. Alguien podría señalar este acto
bautismal posterior, como hizo Pablo en Romanos 6: 11, Y decir: «¡También ustedes
considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús!»
Es difícil con esta idea del bautismo justificar este acto con los niños. El argumento para
justificarlo en el Nuevo Testamento es débil en el mejor de los casos. Por ejemplo, la
referencia a una casa que es bautizada puede bien referirse a esclavos y adultos,
miembros del clan.26 Toda la teología del bautismo en el Nuevo Testamento depende
del rito como una función de nuestro compromiso con el Cristo crucificado y resucitado
en fe y obediencia. Aunque una adopción ceremonial de nuestros hijos, reclamada por
Dios y la comunidad de fe, es por cierto un acto significativo, anticipadamente
sacramental en naturaleza, y que espera el momento cuando el niño pueda responder por
sí mismo para aceptar las Buenas Nuevas de Cristo, llamar a esto un «bautismo» es
problemático. Nótese que Wainwright dice que el bautismo de niños amenaza con
«violentar la relación entre la iniciativa divina y la respuesta humana en la obra de la
salvación» y que de esta manera, «el bautismo deja de ser una encarnación verdadera del
evangelio-.V Entonces, el bautismo estaría en peligro de convertirse en una inclusión
divina sin la propia respuesta correlativa y la función del que participa en el Espíritu de
la vida nueva a través del bautismo. No hay fe, ni de la iglesia o los padres, que pueda
compensar la ausencia de una fe consciente del que es bautizado.
Este problema se intensificó por la cantidad de individuos bautizados en el seno de una
iglesia histórica (una realidad que no carece de importancia), pero que no tuvieron una
respuesta de fe consciente, algo vital para el sentido del bautismo del Nuevo
Testamento. Moltmann agrega que el bautismo de niños, por consiguiente, se convirtió
en un accesorio de la «cultura cristiana» o de una iglesia nacional que permite contar
con una identidad cristiana mediocre y sin un compromiso consciente con Cristo.
Wainwright no va tan lejos en sus comentarios; menciona en cambio que la práctica
puede tener sentido en ciertos momentos y lugares para atraer personas a la comunidad
de la fe que de otro modo no estarían expuestas de verdad a la iglesia o a su evangelio.
Pero Wainwright concluye: «Diría que el bautismo tras la profesión de fe ofrece la
mejor posibilidad de encarnar la gama completa de verdades del evangelio de la
salvación.
En medio de este problema con las iglesias históricas sobre el bautismo de niños,
debemos recordar que hay «un solo bautismo» (Ef 4:5). Este versículo es un desafío
ecuménico. Aunque no estemos de acuerdo con la forma bautismal del bautismo de
niños y su cumplimiento en la confirmación, ¿no es el bautismo, dentro de su marco
litúrgico, una adopción del Espíritu de Cristo?
En un contexto pentecostal, la controversia gira alrededor de la fórmula bautismal. Los
pentecostales unitarios solo aceptarán el bautismo en el nombre de Jesús. A modo de
respuesta para los pentecostales unitarios, ¿no podemos suponer que el bautismo en el
nombre de Jesús, al menos, implica el rol de Jesús como el Salvador en devoción al
Padre en el poder del Espíritu? ¿Qué es el nombre de Jesús sin esta vida y obra trinitaria
y redentora para darle sentido? ¿No pueden los trinitarios reconocer en el bautismo en el
nombre de Jesús una referencia implícita al Padre, al Hijo y al Espíritu? Y, ¿no es el
candidato bautismal alguien que acabará reconociendo a Jesús y confesándolo como
Salvador en el rito bautismal al ser bautizado implícitamente en el nombre de Jesús,
aunque este nombre no fuera usado como parte de la fórmula bautismal?
La libertad y soberanía del Espíritu en el bautismo en el Espíritu significa que el
Espíritu no exige una devoción perfecta y servil a la forma o expresión de la fe, a fin de
adoptar un corazón que reconozca a Jesús. La iglesia no administra el bautismo en el
Espíritu; más bien, el bautismo en el Espíritu administra la iglesia, aun en sus
debilidades, que incluyen sus formas inadecuadas. No la exacta expresión de la fe o el
uso apropiado de la forma sino el Espíritu es la realidad que coloca al bautismo dentro
del reino de la vida del reino de Dios. «Porque el reino de Dios no es cuestión de
comidas o bebidas sino de justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo» (Ro 14: 17). ¡El
Espíritu primero se dedica a liberar el amor del Padre manifestado en Jesús y no a las
formas de la liturgia eclesiástica! El bautismo proporciona un eslabón valioso de unidad
y comunión posible entre las iglesias que, dentro de nuestras formulaciones de la fe y
ceremonias finitas, podríamos tener dificultad en aceptar. Que así sea.
El desafío ecuménico más grande se encuentra en la Cena del Señor. Aun cuando la
Cena del Señor y la invitación a participar de la mesa llegue de él (cf Ap 3:20), no todas
las iglesias encuentran posible participar de la mesa con aquellos que genuinamente
aceptan a Jesús como Señor. Un día esa mesa involucrará a todos los fieles a la cena de
las bodas del Cordero. El Espíritu, por consiguiente, parte del Señor para invitar a todos
los que genuinamente confiesan a Jesús como Señor a una participación anticipada de la
mesa del Señor en el aquí y ahora para anticiparse a aquel día. En esta invitación, el
Espíritu no está atado a ninguna afirmación eclesiástica exclusiva sobre esta mesa. Así
como el bautismo, no hay más que una mesa de! Señor. Todos los que comparten una
genuina devoción a Jesús y su reino son participantes válidos.
Con respecto a la Cena del Señor, es muy importante que la anamnesis, por la cual
miramos en la historia la muerte y resurrección de Jesús como la inauguración del reino
en poder, involucre una epiclesis o invocación del Espíritu. El vínculo cristológico entre
las dos es el hecho de que Jesús derramó su vida indestructible en el Espíritu sobre la
cruz y fue resucitado otra vez por el Espíritu de santidad a fin de ser e! Espíritu
bautizador. Sin Jesús como el Espíritu bautizador, no hay una clara conexión entre la
anamnesis y la epiclesis. De hecho, la anamnesis es cumplida en la epiclesis a la luz de la
resurrección de Jesús de la muerte para transmitir el Espíritu.
La epiclesis es, por consiguiente, el centro en cuestión. En el siglo veinte se le prestó
mucha atención a la discusión ecuménica sobre el lugar dado a la epiclesis o invocación
del Espíritu en la Cena del Señor típica de la tradición oriental. La liturgia de Santo
John Chrysostom declara que la obra del Espíritu en la Cena del Señor es para la
«comunión con el Espíritu Santo, para la plenitud del reino. ¿Pero resaltamos
típicamente esto como una ocasión de una genuina experiencia pentecostal?
Reflexionando sobre una típica celebración eucarística, Tom Driver observa justamente
que en la liturgia se invoca al Espíritu Santo, pero generalmente no se persiste en esto.
No se espera que suceda, más bien se da por sentado la petición al pronunciarla a
manera de una fórmula usualmente dicha en un ritual). En tales casos, «el ritual
descansa satisfecho en su propia forma». Hay poca oportunidad de una interacción o
una experiencia genuina de renovación.
Para un enfoque pentecostal más significativo de los sacramentos, Driver estudió una
amplia gama de rituales globalmente, y lamenta que un gran abismo a menudo separe a
los litúrgicos cristianos y los teólogos sacramentales de los defensores de la posesión
del Espíritu. Él lamenta la pérdida relativa en las interpretaciones cristianas de los
sacramentos de un énfasis a volver a ser «llenos de la presencia inmediata de la deidad»
como algo esencial para el acto sacramental. Él encuentra el énfasis pentecostal sobre la
fresca llenura del Espíritu en la adoración como un ejemplo de una nueva definición de
experiencia sacramental. Driver se queja de que «la experiencia de posesión fue más o
menos desterrada por un énfasis en el simbolismo.
Las señales como actuaciones apuntan a otra dirección, pues por medio de la acción del
Espíritu las señales llevan a una consecución aquello que quieren significar. Después de
todo, en los sacramentos participamos de lo que significa la santificación de la creación
para convertirse en el mismo lugar de la morada de Dios por medio de la crucifixión y
la resurrección del Espíritu bautizador. Si esto es así, ¿cómo celebramos y llevamos a
cabo los futuros efectos del derramamiento del Espíritu sin alguna experiencia de Dios
al poseerlos para funcionar como templos de Dios ya en el aquí y ahora? No me refiero
aquí a la tiranía del emocionalismo sino a la demanda de una expectativa para que Dios
nos visite de nuevo y nos posea de nuevo en amor. Como Simón Chan menciona, la
experiencia pentecostal de ser bautizado o lleno del Espíritu tiene un contexto lleno de
sentido en los sacramentos.
Sé que los sacramentos conllevan una promesa de fidelidad de Dios, sin importar mi
capacidad de sentirlo durante el servicio. Recientemente llegué a apreciar esta promesa
en el servicio de adoración. Estoy de acuerdo con William L. de Arteaga de que una
atención más grande a las promesas de Dios apercibida en la eucaristía puede enriquecer
los avivamientos religiosos, pues les concede una experiencia espiritual más profunda y
una importancia comunal aún mayor. Además, sé que la experiencia de Dios en el
sacramento es más profunda que lo que pudiera sentir o entender conscientemente,
pues Dios es el único «que puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos
imaginarnos o pedir» (Ef 3:20). La participación del Espíritu en la Cena del Señor
trasciende el tiempo, pero también el razonamiento y el discurso humano. Igual que en
el arte, los rituales tienen más sentido del que vemos.
Richard Baer hace la interesante conexión entre la liturgia en torno a los sacramentos y
al hablar en lenguas, en la que ambos implican un sentido demasiado profundo para las
palabras o la reflexión racional, aunque ambos recurren a las Escrituras para la manera
en que las interpretamos. En palabras de Harvey Cox, tanto las lenguas como los
rituales declaran la «tiranía de las palabras» en la adoración, y tienen en cuenta lo
sagrado para encontrarnos por medio de una actuación que emerja de lo profundo del
alma. En otras partes sugerí que las lenguas, la imposición de manos para sanidad y el
lavamiento de pies funcionan en los servicios pentecostales en forma análoga a tales
experiencias sacramentales en profundidad.
No obstante, una liturgia más interactiva durante la Cena del Señor animará a la gente a
disponerse a experiencias más profundas de llenura-divina de lo que estarían propensos
a tener si estuvieran sentados solos en un banco. Manténgase en mente que la llenura del
Espíritu es idealmente una experiencia interactiva carismática: «Sean llenos del
Espíritu. Anímense unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales» (Ef 5: 18-
19). La diversidad de los dones espirituales puede jugar un rol valioso en el incremento
de la recepción de todo lo que la Cena del Señor tiene para ofrecer. La idea de Clark
Pinnock es aplicable aquí:
Así como se reciben los sacramentos del Espíritu, necesitamos cultivar una
apertura a los dones del Espíritu. El Espíritu está presente más allá de la liturgia en
un círculo más amplio. Hay un fluir que se manifiesta como poder para testificar,
sanar a los enfermos, profetizar, alabar a Dios con entusiasmo, hacer milagros y
más. Hay una libertad para celebrar, una facultad para soñar y ver visiones, una
liberación de vida pascual. Hay impulsos de poder en el mover del Espíritu para
transformar y comisionar discípulos para convertirse en instrumentos de la misión.
El informe pentecostal-católico de 1976 afirma que «nuestro Señor está presente en los
miembros de su cuerpo, y se manifiesta a sí mismo en adoración por medio de una
variedad de expresiones carismáticas-.V El modo eucarístico de la presencia de Dios,
aunque especial, es continuo con todos los otros modos, de acuerdo al informe del
diálogo católico-luterano de 1978.
Estos «modos de presencia» no son solo «continuos» sino mutuamente interactivos.
Driver cree que la dimensión comunal del acto sacramental, como una experiencia del
Espíritu, fue de alguna manera eclipsada por el uso anticuado de la metafísica
aristoteliana para concebir de la gracia sacramental como una sustancia que se puede
dispensar o acumular. Él desea reemplazar las sustancias sacramentales con el Espíritu
«invocado por la limitación de la función ritual". Deberíamos cambiar el enfoque de la
transformación de los elementos a la participación de Cristo por el Espíritu en el acto
comunal y nuestra comunión con él y unos a otros por medio del mismo Espíritu.
Después de todo, «la presencia genuina es una presencia mutua. La presencia
sacramental es una presencia mutua, una koinonía en el Espíritu en la cual Cristo nos
llena con el Espíritu y nosotros nos damos en el Espíritu a él. «Los sacramentos, como
los sacrificios, son actos que generan una presencia intensa: los adoradores se hacen
presentes unos a otros y a Dios, y reciben a cambio la descarga de la presencia de Dios
entre ellos».
Todas las marcas, primero, son marcas de Jesús y de su Espíritu en la consecución del
reino de Dios en la tierra. Estas se convierten en marcas de la iglesia por medio del
bautismo en el Espíritu. Dado que el bautismo en el Espíritu no es un suceso de una-
vez-por-todas sino una realidad dinámica y continua que se comparte en la koinonía, las
marcas son características en las que debemos renovarnos constantemente y que
debemos revelar siempre más claramente en medio de la debilidad y la ambigüedad. Se
reciben en fe y esperanza de una manifestación futura. Nosotros luchamos por estas no
solo local sino globalmente, no solo ahora sino en el futuro. Es parte de nuestra «lucha
por el Espíritu en la iglesia». A la luz de las marcas, el bautismo en el Espíritu
constituye la iglesia como el cuerpo de Cristo y sigue siendo una fuente de renovación
no solo para la vida individual sino para la vida y testimonio de la iglesia entera.
Resumen
Creo que el bautismo o el derramamiento del Espíritu puede ser el principio organizador
para una eclesiología pentecostal que sea sensible a los distintos énfasis del
pentecostalismo como un movimiento global, así como para una discusión ecuménica
más amplia. Los énfasis tales como la regeneración, la santificación, la llenura del
Espíritu, la venida del reino de Dios en poder, las misiones y los dones carismáticos
(especialmente, pero no exclusivamente, la profecía, el hablar en lenguas y la sanidad)
pueden ser apelados para crear una visión de la iglesia como la señal de la gracia central
y única en un mundo cada vez más sin gracia. En estos últimos días necesitamos una
fresca llenura del Espíritu para ser renovados en la vida y misión de Cristo y su reino. Si
en este capítulo pude expresar algo que inspire esperanza a los lectores, consideraría
que en esencia cumplí mi tarea.