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EL REINO DE ASTURIAS

EL REINO DE ASTURIAS

Al evocar lo que los niños que nacimos en los sesenta (o antes) aprendimos en la escuela sobre
la Reconquista, he recordado a Luciano de Samósata, cuando afirmaba que en Historia es
necesaria “mucha meditación, si se intenta componer, como dice Tucídides, un bien para
siempre”. La historia de Pelayo y Covadonga basada en la Crónica de Alfonso III (escrita hacia el
año 881) que aprendimos entonces no es, precisamente, uno de esos bienes imperecederos,
porque, como dice Miguel Ángel Ladero (Historia Universal. Edad Media, Barcelona, Ed. Vicens-
Vives, 2004), Covadonga fue una “batalla de pequeña importancia pero de inmensas
consecuencias histórico-legendarias” (p.291). Separar lo que es la historia de la leyenda (las
horras de las parías, que dicen en mi pueblo) debe ser una de las labores prioritarias del
presunto historiador. Y no hacer Historia con las batallitas del abuelo Cebolleta para ajustarla a
unos principios ideológicos preestablecidos.

Recordemos lo que aprendimos hace treinta años en la escuela:

Según la versión Albeldense de la Crónica de Alfonso III, Pelayo era miembro de la nobleza
goda, hijo del duque Favila. Éste habría pertenecido al Aula Regia de Egica, pero fue desterrado
y muerto posteriormente a manos de Witiza. En otras fuentes Pelayo es hijo de Vermudo y
sobrino de don Rodrigo, del que habría sido espatario. Pelayo se desplazó a Asturias tras la
batalla de Guadalete, sometida en este momento al mandato del gobernador musulmán
Munuza. Éste se enamoró de la hermana de Pelayo, Adosinda, y para quitarlo de en medio
mandó a Pelayo a Córdoba, momento que aprovechó para incorporar a Adosinda a su harén; a
su regreso de Córdoba, Pelayo iniciaría su insurrección. Según otras versiones, fue la boda de
Munuza con Adosinda lo que provocó la rebelión de Pelayo, que fue detenido y enviado a
Córdoba, de donde logro fugarse y encabezar otra segunda rebelión.

Pelayo cruzó el Piloña y se puso al frente de varios grupos de fugitivos, que lo declararon su
jefe en asamblea en el año 718. Para combatirlo vino en 722 el más prestigioso general
musulmán, al-Qama, acompañado del felón obispo Don Oppas. Los rebeldes se refugiaron en
una caverna situada en el monte Auseba, la cova dominica y actual Covadonga, donde
infringieron una rotunda derrota a los musulmanes. Dice la crónica Albendense:

“Alqama entro en Asturias con 187000 hombres. Pelayo estaba con sus compañeros en el
monte Auseva y que el ejército de Alkama llegó hasta él y alzó innumerables tiendas frente a la
entrada de una cueva. El obispo Oppas subió a un montículo situado frente a la cueva y habló
así a Pelayo: «Pelayo, Pelayo, ¿dónde estás?». El interpelado se asomó a una ventana y
respondió: «Aquí estoy». El obispo dijo entonces: «Juzgo, hermano e hijo, que no se te oculta
cómo hace poco se hallaba toda España unida bajo el gobierno de los godos y brillaba más que
los otros países por su doctrina y ciencia, y que, sin embargo, reunido todo el ejército de los
godos, no pudo sostener el ímpetu de los ismaelitas, ¿podrás tú defenderte en la cima de este
monte? Me parece difícil. Escucha mi consejo: vuelve a tu acuerdo, gozarás de muchos bienes
y disfrutarás de la amistad de los caldeos». Pelayo respondió entonces: «¿No leíste en las
Sagradas Escrituras que la iglesia del Señor llegará a ser como el grano de la mostaza y de
nuevo crecerá por la misericordia de Dios?». El obispo contestó: «Verdaderamente, así está
escrito». [...] Tenemos por abogado cerca del Padre a Nuestro Señor Jesucristo, que puede
librarnos de estos paganos [...].
Alqama mandó entonces comenzar el combate, y los soldados tomaron las armas. Se
levantaron los fundíbulos, se prepararon las ondas, brillaron las espadas, se encresparon las
lanzas e incesantemente se lanzaron saetas. Pero al punto se mostraron las magnificencias del
Señor: las piedras que salían de los fundíbulos y llegaban a la casa de la Virgen Santa María,
que estaba dentro de la cueva, se volvían contra los que la disparaban y mataban a los caldeos.
Y como a Dios no le hacen falta lanzas, sino que da la palma de la victoria a quien quiere, los
caldeos emprendieron la fuga...”.

II
En realidad, hay diferentes opiniones sobre Covadonga en las crónicas cristianas. En la primera
versión de la Crónica de Alfonso III los sublevados son un grupo de astures, pero en la segunda
se hace emparentar a Pelayo con la aristocracia goda como hijo del duque de Favila. En
crónicas posteriores como la Silense se asegura que Munuza tuvo que abandonar la región
siendo derrotado y muerto en su huida.

A partir de Covadonga se habría formado el reino de Asturias, germen de la Reconquista


cristiana. Poco más se conoce de Pelayo, excepto que estableció su capital en Cangas de Onís,
donde murió en el año 737. Le habría sucedido su hijo Favila, a quién mató un oso dos años
después. A éste le sucedió en el trono Alfonso, hijo del duque de la Cantabria goda y esposo de
la hija de Pelayo, Ermesinda, que reinó con el nombre de Alfonso I. La versión culta de la
Crónica de Alfonso III lo hace perteneciente de la familia de Leovigildo y Recaredo, con lo que
se aseguraba definitivamente la tan buscada continuidad entre el reino visigodo y el reino de
Asturias.

Hasta aquí lo que dicen las distintas versiones de la Crónica de Alfonso III que, además de que
se escribieron ciento sesenta años después de los acontecimientos contados, tienen una más
que dudosa objetividad. La intencionalidad ideológica y política de las crónicas es evidente, la
de tratar de vincular el primer núcleo de resistencia astur con la monarquía visigoda. Pero
estas crónicas no son la única fuente de información. Por ejemplo, un cristiano mozárabe
compuso la conocida hoy como Crónica Mozárabe de 754, donde describe en tonos muy
trágicos la conquista musulmana, y no hace mención alguna a Pelayo. (El mismo autor
anónimo informa en su Crónica que Munuza estableció un pacto con Eudes, dux de Aquitania,
casándose con su hija, y rebelándose después contra el emir. Por lo tanto, la muerte de
Munuza en Covadonga es otra fábula más.) Si tan importante hubiera sido el suceso de
Covadonga el mozárabe cronista debiera haberlo conocido, pues escribe su obra apenas
treinta años después de Covadonga. Por esta razón algunos historiadores han puesto en duda
la existencia de la batalla de Covadonga, pero las Crónicas de Alfonso III coinciden, grosso
modo con lo que escribe el historiador musulmán al-Maqqari, citando fuentes del siglo X:
“Dice Isa Ibn Ahmand al-Raqi que en tiempos de Anbasa Ibn Suhaim al-Qalbi, se levantó en
tierras de Galicia un asno salvaje llamado Belay [Pelayo]. Desde entonces empezaron los
cristianos en al-Ándalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún quedaban en su
poder, lo que no habían esperado lograr. Los islamistas, luchando contra los politeístas y
forzándoles a emigrar, se habían apoderado de sus país hasta que llegara Ariyula, de la tierra
de los francos, y habían conquistado Pamplona en Galicia y no había quedado sino la roca
donde se refugia el señor (muluk) llamado Belay con trescientos hombres. Los soldados no
cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su
compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían que comer sino la miel que
tomaban de la dejada por la abejas en las hendiduras de la roca. La situación de los
musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los despreciaron diciendo «Treinta asnos salvajes,
¿qué daño pueden hacernos?». En el año 133 murió Belay y gobernó su hijo Fáfila. El dominio
de Belay duro diecinueve años, y el de su hijo, dos.”

Teniendo en cuenta el mutismo del autor de la Crónica Mozárabe de 754 y las versiones de las
crónicas cristianas y musulmanas, parece colegirse que las tropas de al-Andalus tuvieron un
traspiés en Covadonga al que los musulmanes no prestaron atención, más ocupados, como
estaban entonces, saqueando Aquitania y la Narbonense. Covadonga habría sido una
escaramuza de poca importancia obra de las poblaciones astures locales, que siguieron fieles a
su costumbre de rebelarse frente a un poder ajeno que quisiera imponérseles, tal y como
habían hecho anteriormente con romanos y visigodos; es muy posible que en la contienda
también hubiesen participado elementos hispanogodos refugiados, como podría haber sido el
propio Pelayo. “Este hecho [Covadonga] no constituye el origen del reino de Asturias, del que
no se puede hablar con propiedad hasta época de Alfonso I, aunque sí debió de servir para
incrementar el prestigio de Pelayo y para agrupar en torno a su figura a astures, cántabros y
refugiados visigodos… Y podemos afirmar, naturalmente, que a pesar de su posterior
utilización política, no hubo en el origen de su rebelión, como no habría en la motivación de
los reinos cristianos hasta mucho tiempo después, un sentimiento de restauración del reino
visigodo y de reconquista militar del territorio peninsular” (Martín, 2004: 293).

III

Así que la consideración de Covadonga como el origen de la Reconquista es un mito, porque la


idea de “Reconquista” la descubren los cristianos siglo y medio después. “Covadonga poco
tiene que ver con las ideas de unidad y defensa del cristianismo; es obra de tribus poco
romanizadas que defienden su modo de vida, su organización económico-social, frente a los
musulmanes, herederos y respetuosos con la organización visigoda, que se basa en la gran
propiedad y en la desigualdad social, en la existencia de señores y siervos mientras que en la
montaña predomina la pequeña propiedad y la libertad individual” (Martín, 2004: 516).

Los que le pararon los pies a los musulmanes fueron los francos de Carlos Martel en la batalla
de Poitiers, no los astures en Covadonga. En primer lugar, porque los musulmanes no
prestaron mucha atención a los montañeses insumisos; sus fuerzas eran escasas y les era más
rentable emplearlas en consolidar su dominio en las más ricas tierras del Levante o la Bética, o
en incursiones por el sur de las Galias (por ejemplo, en los quince años que estuvieron los
sirios en la Península hasta la llegada del exiliado Omeya, y siendo un ejército profesional, no
hicieron ni una sola incursión contra los territorios del norte: les era mucho más rentable
establecer el orden en los territorios más ricos del sur). En segundo lugar, porque con la
estructura tribal de los montañeses no hay un poder central con el que los musulmanes
puedan hacer pactos. Y en tercero porque en aquella tierra de “treinta asnos salvajes” había
poco que los musulmanes pudiesen arrebañar en forma de tributos o saqueos.

Dejando aparte lo legendario y los intereses de los monarcas asturianos, el reino astur surge a
mediados del siglo VIII, coincidiendo con la rebelión de los beréberes, la llegada de los sirios y
el periodo de afianzamiento de al-Andalus que se sucede con ellos. Sólo a mediados del siglo,
cuando Alfonso I destruye las guarniciones abandonadas por los beréberes y lleva consigo al
retirarse a los habitantes de las zonas devastadas, puede hablarse de los orígenes de un reino
astur cristianizado y con un contingente importante de hispanogodos que acabarán
controlando política e ideológicamente el nuevo reino, independiente mientras las guerras
civiles impiden a los emires ocuparse de los rebeldes del norte; bastará que Abd al-Rahman se
proclame emir (756) y pacifique al-Andalus para que el reino asturleonés vuelva a convertirse
en vasallo de Córdoba durante los reinados de Aurelio, Silo, Mauregato y Vermudo (768-791)
que siguieron una política de amistad y sumisión hacia los musulmanes” (Martín, 2004: 517)

Las convulsiones de al-Andalus desde la rebelión de los beréberes hasta el afianzamiento del
trono de Abd al-Rhaman I facilitaron la aparición y organización del primer reino asturiano;
pero cuándo éste toma el poder Aurelio, Silo, Mauregato y Vermudo (768-791) tragarán
cebolla y serán sumisos y tributarios a al-Andalus. Las crisis internas de ella facilitarán el
crecimiento del reino astur-leonés. Alfonso II se negó a pagar tributos aprovechando las
continuas sublevaciones de los muladíes de Toledo, Mérida y Zaragoza. Nuevas sublevaciones
muladíes unidas a la oposición de los mozárabes permitirán que Ordoño I tome Astorga, Tuy o
Amaya. Los toledanos resultaron derrotados, pero obligaron a los Omeyas a concentrar ahí sus
mejores tropas, de lo que se benefició indirectamente el reino astur. Más conflictos entre
muladíes y árabes permiten a Alfonso III conquistando Porto, Coimbra y repoblar el norte de
Portugal.

Al muladí rebelde (llevaba por insignia una bandera negra –como la de los abbasíes- en
contraposición a la blanca de los omeyas) Umar ibn Hafsún “se deben en gran parte los éxitos
de los reyes y condes cristianos de la época: independencia de los condados catalanes,
afianzamiento del reino de Pamplona y expansión asturleonesa, manifestada en el traslado de
la capital desde Oviedo a León” (Martín, 2004: 523-524). En definitiva, es imposible conocer la
génesis y evolución del reino astur (o del resto de reinos o condados cristianos del norte) sólo
en clave interna, sin tener en cuenta la dinámica de al-Andalus (o las intervenciones carolinas
que se verán después).

IV

Todo el proceso desde Asturias a León lo narra de modo magistral José Luis Martín, op. cit., pp.
513-525 (pongo la primera parte esta noche y ya prosigo mañana ):
“El dominio musulmán sobre la Península no fue total. Protegidos por las montañas y por su
escasa vinculación al reino visigodo, astures, cántabros y vascones occidentales mantuvieron o
acrecentaron su independencia o, en el peor de los casos, se limitaron a pagar tributos como
símbolo de dependencia respecto a Córdoba sin que los emires tuvieran el control del
territorio ni pudieran impedir los avances de catalanes, aliados a los muladíes rebeldes a
Córdoba o apoyados por los carolingios, crearon, hacia el año 800, reinos y condados en los
que la autoridad cordobesa apenas fue efectiva según veremos en estas páginas, que iniciamos
con un análisis de las leyendas que envuelven los orígenes de los reinos y condados cristianos.

Hasta hace pocos años, la batalla de Covadonga (718 según unos autores, 722 según otros)
indicaba el comienzo de la recuperación o si se prefiere de la “reconquista” de las tierras
ocupadas por los musulmanes. A medida que se han ido conociendo y utilizando las fuentes
islámicas, la tesis reconquistadora ha perdido fuerza y actualmente muy pocos creen que
Covadonga tuviera la importancia que quisieron darle sus inventores, los mozárabes
refugiados en Asturias, y cuantos han seguido al pie de la letra, sin discusión, las fuentes
cristianas.
Para los cronistas del Islam, Covadonga fue una de tantas escaramuzas entre una expedición
de castigo y los montañeses asturianos residentes en zonas de difícil acceso cuyo control
directo no interesaba a los emires, que se conformaron con evitar las campañas de saqueo de
aquellos “asnos salvajes”, y con el envío ocasional de expediciones militares encargadas de
recordar la autoridad cordobesa y cobrar los tributos correspondientes. La versión cristiana es
totalmente distinta y ha llegado a nosotros escrita a fines del siglo IX por los mozárabes
expulsados o huidos de al-Andalus en la segunda mitad del siglo.

Cuando, en el año 754, se escribe la Crónica Mozárabe, para nada se habla de Pelayo, el héroe
de Covadonga… A finales del siglo IX, agitado al-Andalus por las sublevaciones de muladíes y
mozárabes, comienza a entreverse una posibilidad de expulsar a los musulmanes y justifican la
posible operación las crónicas escritas por los mozárabes llegados a Asturias en los últimos
años, que reflejan en los textos no los intereses de los astures, sino de los mozárabes-
herederos culturales de los visigodos y obligados a abandonar sus ciudades después de la
resulta de mediados de siglo, del martirio-ejecución de muchos de sus dirigentes y de la
pérdida de la importancia de los cristianos al orientalizarse e islamizarse al-Andalus. Los
astures se convertirán en los sucesores de los visigodos a través de Pelayo, al que presentan
como espatario de los reyes Witiza y Rodrigo y cuya nobleza se realza al emparentar con el
duque Pedro de Cantabria, ‘descendientedel linaje de los reyes Leovigildo y Recaredo’. Sólo
ahora, establecido el lazo entre los reyes de Asturias y los visigodos, puede entrarse
claramente en el proyecto reconquistador, expuesto en el diálogo entre el obispo witizano
Oppas y su ‘primo’ Pelayo, y en la adaptación a los godos-astures de la profecía de Ezequiel
sobre Gog y Magog: Gog es el pueblo de los godos sometido por decisión divina a Magog
durante ciento setenta años, pasados los cuales se impondrá a su enemigo: ‘Cristo es nuestra
esperanza de que cumplidos en tiempo próximo 170 años desde que entraron en España, los
enemigos sean reducidos a la nada, y la paz de Cristo sea devuelta a la Santa Iglesia’. La
profecía se ve reforzada con la petición de Pelayo en Covadonga: ‘Cristo es nuestra esperanza
de que por este monte que tú ves se restaure la salvación de España y el ejército del pueblo
godo’ y por las revelaciones y apariciones en las que se predice a Alfonso III que reinará en
tiempo próximo en toda España. ‘Y así, bajo la protección de la divina clemencia, el territorio
de los enemigos mengua cada día, y la Iglesia del Señor crece para más y mejor.’ A través de
estos textos se afirma que Alfonso III y sus sucesores tienen el derecho y la obligación de
expulsar a los musulmanes y de extender su autoridad sobre todos los territorios que
antiguamente habían pertenecido a la monarquía visigoda. La idea de la unidad de España bajo
la dirección de los reyes astures-leoneses-castellanos tiene en Covadonga su punto de
arranque y en los cronistas mozárabes del siglo IX los primeros defensores, cuyos pasos
seguirán casi todos los cronistas medievales y numerosos historiadores.

La realidad, sin embargo, es distinta y los orígenes del reino astur hay que retrasarlos hasta
mediados del siglo VIII coincidiendo con la gran sublevación de los beréberes y el abandono de
éstos de las guarniciones situadas frente a las tribus montañesas, siempre insumisas,
contenidas en sus territorios desde la época romana, poco o nada controladas por los
visigodos y rebeldes igualmente a los musulmanes. Covadonga poco tiene que ver con las
ideas de unidad y defensa del cristianismo; es obra de tribus poco romanizadas que defienden
su modo de vida, su organización económico-social, frente a los musulmanes, herederos y
respetuosos con la organización visigoda, que se basa en la gran propiedad y en la desigualdad
social, en la existencia de señores y siervos mientras que en la montaña predomina la pequeña
propiedad y la libertad individual.

Sólo a mediados del siglo, cuando Alfonso I destruye las guarniciones abandonadas por los
beréberes y lleva consigo al retirarse a los habitantes de las zonas devastadas, puede hablarse
de los orígenes de un reino astur cristianizado y con un contingente importante de
hispanogodos que acabarán controlando política e ideológicamente el nuevo reino,
independiente mientras las guerras civiles impiden a los emires ocuparse de los rebeldes del
norte; bastará que Abd al-Rahman se proclame emir (756) y pacifique al-Andalus para que el
reino asturleonés vuelva a convertirse en vasallo de Córdoba durante los reinados de Aurelio,
Silo, Mauregato y Vermudo (768-791) que siguieron una política de amistad y sumisión hacia
los musulmanes, política que no impidió sino que quizá se halle en la base de la sublevación de
los gallegos contra Silo y de los vascos durante todo el periodo.

V (y fin del reino astur)


La sumisión asturleonesa a Córdoba se expresa mediante la entrega de tributos con los que no
todos están de acuerdo, y los descontentos se agrupan en torno a Alonso II, proclamado rey a
la muerte de silo y obligado a refugiarse en Álava durante los años de Mauregato y del diácono
Vermudo, quien, tras ser derrotado, volvió al estado clerical. Si Alfonso I fue el creador el
reino, a Alfonso II se debe el afianzamiento y la independencia, que tienen su relejo en el plano
económico en la supresión del tributo de las cien doncellas, en el plano eclesiástico en la
independencia de la iglesia astur respeto a la toledana y en el político en la creación de una
extensa tierra de nadie a orillas del Duero que separará durante dos siglos a cristianos y
musulmanes.

Según la tradición, entre los tributos debidos por los astures figuraba la entrega anual de cien
doncellas, y si la leyenda no es cierta pudo al menos serlo, pues sabemos, por ejemplo, que el
conde barcelonés Borrell II lleva a Córdoba como presente para el califa un numeroso grupo de
esclavos; es recuente, incluso en épocas posteriores, la entrega de mujeres de la familia real
como esposas o concubinas de los emires y califas, y los textos musulmanes hablan de un
activo comercio de esclavos entre los reinos del norte y Córdoba, donde se habla de
mercaderes de esclavos que disponen de mujeres que conocen bien la lengua romance, visten
como cristianas y ‘cuando algún cliente… les pide una esclava recién importada del país
cristiano’ le presentan y venden una de sus mujeres. Nada se opone, por tanto, a que el tributo
de las cien doncellas refleje una realidad: el pago de tributos cuyo cese sólo es posible si el
reino tiene fuerza militar suficiente para oponerse a los ejércitos que los emires envían de
cuando en cuando para castigar a quienes se resisten.

Alfonso II (791-842) estaba en condiciones de negar los tributos gracias a las continuas
sublevaciones de los muladíes de Mérida y Toledo, apoyados por beréberes y mozárabes, que
impidieron a los cordobeses lanzar sus habituales campañas de intimidación contra el reino
astur, protegido indirectamente por la revuelta de los muladíes del Ebro y por la intervención
de los carolingios en apoyo de los montañeses de Pamplona, Aragón y Cataluña. Esta realidad
ha sido explicada de forma providencial: el fin de los tributos habría sido posible gracias a la
intervención milagrosa del apóstol Santiago –cuyo sepulcro se cree descubierto estos años-
que combatió al lado del Alfonso y obtuvo una resonante victoria en Clavijo, batalla legendaria
sobre cuya fecha los historiadores que en ella creen no se ponen de acuerdo pero cuyas
consecuencias perviven en la actualidad; los estudios actuales prueban que el apóstol Santiago
difícilmente pudo venir a la Península en vida, y las posibilidades de que su cuerpo fuera
enterrado en Compostela son escasas, pero esto no impidió que los hombres medievales lo
creyeran y actuaran en consecuencia convirtiendo Compostela en lugar de peregrinación,
haciendo combatir a Santiago a favor de los cristianos para liberarlos del tributo de las cien
doncellas y pagando, desde el siglo XII, el tributo de Santiago que perdura hasta el siglo XIX. Si
Asturias-León tiene un protector celestial, también lo tendrá Castilla cuando se independice
haciendo combatir junto a Santiago a San Millán, a cuyo monasterio pagan tributo los
castellanos hasta épocas modernas.

Aunque mitificada, la independencia astur es una realidad que no se limita al campo político;
se extiende al eclesiástico porque los hombres medievales son plenamente conscientes de que
no hay independencia real mientras el clero esté sometido a otras fuerzas políticas, y ésta era
la situación del reino astur cuyos clérigos siguen dependiendo del metropolitano de Toledo, en
tierras musulmanas. La aceptación del adopcionismo por Elipando de Toledo ofrece a Alfonso
la oportunidad de romper los lazos con la ‘iglesia musulmana’ y lo mismo hará Carlomagno en
la diócesis de Urgell. La ruptura eclesiástica, propiciada por los escritos de Eterio, obispo de
Osma, y de Beato de Liébana, fue acompaña de una fuerte visigotización del reino, a la que no
sería ajeno un cronicón, hoy perdido, escrito hacia fines del siglo por algún monje mozárabe
del séquito de Alfonso, en el que aparecería por primera vez la identificación de los reyes
astures con los visigodos, cuya organización se copia y cuyo código, el Liber Iudiciorum, es
adoptado como norma jurídica del reino. La organización político-jurídica refuerza la
eclesiástica, que se manifiesta en el traslado de la metrópoli de Braga, abandonada, a Lugo, en
la restauración de la sede de Iria-Compostela, en la creación de un obispado en la capital del
reino, Oviedo, y en la erección de numerosas iglesias y monasterios.

Afianzado en el reino a pesar de los ataques musulmanes, Alfonso inicia una política ofensiva:
presta ayuda a los muladíes y mozárabes de Toledo y Mérida, ampara en sus tierras a los
sublevados contra Córdoba, realiza ataques contra los dominios musulmanes llegando a
ocupar, momentáneamente, Lisboa y apoderándose de abundante botín que quizá no sea
ajeno a las obras realizadas en Oviedo, donde se construyen palacios, baños, iglesias y
monasterios, de los que se conserva la Cámara Santa de la catedral ovetense y la iglesia de San
Julián de los Prados o Santullano en las afueras de la ciudad.

Durante los cien primeros años de su historia, el reino astur permanece a la defensiva,
protegido de los ataques musulmanes por las montañas y por las revueltas de los muladíes
fronterizos, e intenta unificar el conglomerado de pueblos que lo forman, gallegos, astures,
cántabros y vascos, en numerosas ocasiones enfrentados entre sí o rebeldes al incipiente
poder central, según recuerdan las crónicas de Alfonso III: ‘Fruela… a los vascones, que se
habían rebelado los venció y sometió… Silo… a los pueblos de Galicia que se rebelaron contra
él los venció en combate… Alfonso… expulsado del reino se quedó entre los parientes de su
madre en Álava…” El carácter electivo de la monarquía, siempre dentro de una familia,
favorece la aparición de bandos ‘nacionales’ en torno a los candidatos al trono y así, a la
muerte de Alfonso (843), los gallegos apoyan a Ramiro I mientras astures y vascones están al
lado del conde Nepociano o, posiblemente, junto a otros nobles sublevados que pagaron con
la ceguera o con la vida su rebeldía. Pese a estas revueltas y a los ataques de los vikingos a las
costas gallegas (844), Ramito pudo adelantar las fronteras y ocupar León aunque su conquista
definitiva sea obra de Ordoño I (850-866).

Este avance, esta nueva consolidación del reino, se relaciona una vez más con las
sublevaciones muladíes, complicadas ahora por la oposición de los mozárabes al poder
musulmán; los rebeldes contarán con el apoyo de tropas astures que serán derrotadas en las
cercanías de Toledo, pero cuya presencia tan lejos de sus territorios es prueba de la
importancia adquirida por el reino. Aunque derrotados, los toledanos mantienen la revuelta y
obligan a las tropas cordobesas a concentrar sus mejores hombres en la zona, con lo que el
reino astur sólo estará amenazado en su frontera oriental por los muladíes del Ebro, cuyo
dirigente Musa ibn Musa ue derrotado por Ordoño en Albeada (859), no lejos de Clavijo. Los
hijos de Musa mantendrán en adelante una política de amistad y colaboración con los astures
y servirán de freno a los cordobeses, que sólo en el año 865 podrán derrotar a Ordoño.

Nuevos conflictos entre muladíes y árabes permiten a Alfonso III ampliar sus dominios con la
conquista de Porto y Coimbra y repoblar el norte de Portugal antes de firmar en el año 883 un
tratado de paz con el emir, tratado que no le impedirá la realización de algunas expediciones
en busca de botín durante los años de sublevación de Umar ibn Hafsún, a cuya actuación se
deben en gran parte los éxitos de los reyes y condes cristianos de la época: independencia de
los condados catalanes, afianzamiento del reino de Pamplona y expansión asturleonesa,
manifestada en el traslado de la capital desde Oviedo a León.

Las campañas de Ordeño I y Alfonso III van seguidas del asentamiento sistemático de
repobladores en las tierras ocupadas; ya en los años iniciales del siglo se habían producido las
primeras ocupaciones o presuras a cargo de particulares que se apropian de tierras yermas y
las ponen en cultivo, pero estas iniciativas están condenadas al fracaso si los campesinos no
están protegidos de los ataques musulmanes, si no hay una repoblación oficial, que se inicia
con la reconstrucción de las murallas y la creación de nuevas fortalezas desde las que defender
el territorio y a sus campesinos. Ordoño se encargará personalmente de la repoblación de
León, confiará Astorga a su hermano Gatón, Anaya al conde de Castilla Rodrigo…; Alfonso III
repuebla la tierra orensana en vida de su padre, encarga al donde Vimara Pérez la repoblación
de Poroto, a Hermenegildo Pérez la de Coimbra, a Diego Rodríguez la de Burgos… en otros
casos, los reyes ceden a nobles o a eclesiásticos determinadas tierras con la obligación de
ponerlas en cultivo, y de la modalidad de repoblación dependerá la organización social. La
presura individual será otra y permitirá la existencia de numerosos campesinos libres y
pequeños propietarios; la llevada a cabo por nobles y clérigos originará extensas propiedades
cultivadas por colonos o siervos, y serán éstas las que acaben imponiéndose y absorbiendo a
los pequeños campesinos, más o menos rápidamente según el número y la importancia de las
grandes propiedades existentes en la zona”.

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