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iNFORMA
EDICIONE$ 6RIJALB0, S. A.
BARCELONA-BUENOS AIRES-MEXICO, D. F.
Traducido por
ANGELES MARTÍNEZ Y ELVIRA MÉNDEZ
Versión castellana de la edición original de Kossuth Konyukiadó,
Budapest, 1971
Primera edición
Reservados todos los derechos
PRINTED IN SPAIN
IMPRESO EN ESPAÑA
Prólogo. 7
Presentación 13
l. BASTA 1936 17
Cómo me hice agente de información (19). - Cómo me
hice comunista (32). - La Rosta de Viena (54). - Lena
(75). - Las compañías proletarias (81). - Geografía y
política en Moscú y Berlín (87). - Cartografía aérea (102).
Los hitlerianos en el poder ( 111 }.
m. 1941-1942 189
Operación «Barbarroja» (191). La Batalla de Moscú
(201). - Rusia y nuevas fuentes (214). - El enemigo
reúne sus fuerzas (219). Primeras señales de peligro
(238). - Ataque en dirección al Cáucaso (244). - Tay-
lor (251). - El pasaporte de Paolo (256). - Emisora y
oscilador (260). El «amigo» de Rosie (263 ). Sche-
llenberg entra en juego (269). - Lucy (274). - Werther
y los demás (281). El comando en acción (296).
Epílogo 515
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hasta la saciedad, sobre la facción de la Rote Kapelle que es-
tuvo operando desde Suiza. ·Como jefe de la organización con
sede en Ginebra, y de la que dependían agentes tales como
Roessler, Alexander Foote, Pakbo, Leng y Salter, todos ellos
tan fructíferos como pudo serlo Richard Sorge, en Tokio, o
Elyesa Bazna «Cicerón», en Ankara, las memorias de Sándor
Radó aportan la clave del enigma a cuanto cabe atribuir a
la Rote Kapelle en la República helvética.
Si hasta ahora pudo caber el espejismo, la duda y la le-
yenda, a partir de este libro no le quedan demasiados resqui-
cios a la confusión.
La red que Sándor Rad6 estuvo manipulando con base
en Ginebra desde el mes de abril de 19 3 8 hasta octubre de
1943, en total cinco años y medio, con una pericia de soldado-
artista y, a la vez, de idealista-científico, queda inventariada,
sin exceso de baches, en estas memorias que tiene ahora el
lector en sus manos. Un cúmulo de horrores, sudor frío, men-
sajes cifrados, sangre y talento desfilan ante el lector. Lo que
desfila es, también, el cuadro íntimo, estremecedor, de una
red de la información militar que a modo del pico de un vam-
piro se clavó, lo repetimos, y muy sediento, en la garganta del
nazismo y lo acompañó hasta que se produjo su más completa
ruina.
También este libro acompañará a todos los que desde aho-
ra estudien la filosofía del quintacolumnismo antinazi desde el
oasis suizo. Esta obra va a ser como una piedra de toque tam-
bién para los que, aunque alejados del quehacer de inventa-
riadores de zarpazos clandestinos, quieran, siquiera como cu-
riosos, poseer una visión de la Rote Kapelle ginebrina. Una
red que, a un margen de afinidades o discrepancias ideológi-
cas con el marchamo soviético de la Rote Kapelle, contribuyó
a eliminar del mundo el imperialismo y la paranoia hitleria-
nos. Ayudando a Moscú, Radó ayudó simultáneamente a Lon-
dres y Washington, es decir, ayudó a los aliados demócratas.
Decimos que actuó- en beneficio de los aliados demócra-
tas y no sólo de la URSS, y acaso convenga matizar esta frase.
Cuando el enfrentamiento bélico adquirió una dimensión mun-
dial, y los alemanes se batían por igual contra anglo-norteame-
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en unos papeles publicados en el periódico La Vanguardia 1 de
Barcelona, Sándor Radó lleva ahora a cuestas, además de sus
75 años, un infinito océano de tristezas en su corazón; de
tristezas y desengaños ...
D. PASTOR PETIT
HASTA 1936
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plias del pueblo alemán. Gracias a tales éxitos pudimos insta-
lar nuestra agencia en uno de los inmuebles mejor acondicio-
nados de París, el Elysée Building, cuyo propietario tenía sen-
timientos antialemanes. El edificio se encontraba en el FaU-
bourg St. Honoré, la calle más chic de París, frente a la em-
bajada británica y cerca del Palacio del Elíseo.
Nuestra agencia, sin embargo, no se había inaugurado en
un barrio tan -distinguido. Cuando nos pusimos a buscar un
local a través de los anuncios, encontramos uno que podíamos
mantener con nuestras modestas finanzas, en la calle Mondé-
tour, cerca de las Halles, ese barrio que Zola ha inmortali-
zado en El vientre de París. Fuimos a visitar el lugar des-
pués de comer, a la hora convenida. Los locales se encon-
traban en una casa moderna, bien acondicionada, disponían de
varios teléfonos y el precio era ventajoso. Alquilamos el lugar
sin vacilaciones. Hasta el día siguiente, cuando empezamos a
trabajar en nuestro flamante despacho, no supimos dónde ha-
bíamos ido a caer. Fuimos acogidos por el olor inmundo de
los desechos arrojados en las Halles; las calles estaban llenas
de basura. Entonces comprendimos por qué el precio era tan
bajo y quedaban tantos locales por alquilar. Un mes más tarde
también nosotros abandonábamos ese barrio «perfumado».
La agencia era el lugar de cita de todo tipo de emigrados.
Particularmente de intelectuales alemanes huidos de su país.
Entre nuestros huéspedes se contaba con frecuencia Ernst
Toller, el célebre dramaturgo alemán que se suicidó más tarde
en Estados Unidos; el no menos conocido autor Arnold Zweig
nos rindió también visita antes de buscar asilo en Israel. Mi
amigo el «reportero volante», Egon Erwin Kisch, se pasaba
a menudo por la agencia. Al igual que el amigo de Pozner,
Louis Aragon. Pero entre nuestros visitantes se contaban tam-
bién personas como Georges Bidault, futuro presidente del
Consejo, por aquel entonces redactor de una pequeña revista
católica. Me contaba su vida durante horas y me proponía
unir nuestros esfuerzos para luchar contra el fascismo. Igual-
mente encontré a M. Vidal de la Blache, nieto del ilustre
geógrafo, que vino a verme no para charlar de geografía, sino
en calidad de redactor del periódico reaccionario Le Matin,
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con uno de los principales. No volví a ver a Sorge y sólo al
cabo de muchos años me enteré de su heroica actividad, hoy
mundialmente conocida.
En el Gran Atlas Mundial Soviético tenía una joven co-
laboradora muy inteligente, Maya Berzina, cuyo padre, Ion
Berzin, revolucionario letón muy popular, dirigía entonces los
archivos centrales. A él le conocí casualmente y jamás hubiese
supuesto que, poco antes de nuestro encuentro, hubiera sido
nombrado jefe de los servicios de investigación del Ejército
Rojo. En definitiva decidí aceptar la proposición de mi ami-
go, porque pensaba que en el seno de una organización tan im-
portante como el Ejército Rojo, las posibilidades de luchar
contra el peligro fascista serían superiores a las de la pequeña
agencia de prensa.
Así se inició un nuevo capítulo de mi vida. Mi amigo
húngaro me acompañó a un piso donde, a la hora convenida,
encontramos a Artuzov, que entonces era uno de los jefes
del servicio de investigación del Ejército· Rojo. Artuzov me
dijo que Semion Petrovitch Uritzki, jefe de los servicios de in-
vestigación, deseaba entrevistarse conmigo. Me cont6 que Uritz-
ki había ingresado en el Partido mucho antes de la Revolu-
ción, que era un experto en la actividad clandestina y que
durante la guerra civil había sido jefe de Estado Mayor en-
cargado de las operaciones del 14.º ejército en el frente de
Tsaritsine. Hablaba de él como de un jefe militar destacado,
decidido y muy culto. Un soldado de unos cuarenta años entró
en la habitación. Era rechoncho, con aire joven, tenía un ros-
tro de barbilla prominente y un fino bigote. Sobre su abrigo
brillaban dos medallas de la Bandera Roja. Cambiamos algunos
comentarios sobre mi viaje. Me preguntó, si había logrado en-
contrar un hotel adecuado. Después Semion Petrovitch entró
en materia. No perdió el tiempo en tantearme, al poseer sin
duda informaciones muy precisas sobre mi persona.
-He oído decir ·-empezó Uritzki- que usted tenía difi-
cultades con la agencia de prensa.
-Sí, el trabajo se ha hecho mUy difícil -le respondí-.
Y si se declara la guerra, la Inpress probablemente deberá
ces3r en su actividad. -Y le expuse con detalle la situación.
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Estos dos estados aceleraban su rearme, alimentaban el espí-
ritu revanchista del pueblo y desarrollaban una violenta cam-
paña militarista contra el comunismo. Era muy probable que
en caso de guerra esas dos potencias se convirtieran en los
principales enemigos de la Unión Soviética. Era, pues, nece-
sario seguir atentamente sus actividades en la escena interna-
cional y denunciar a tiempo los planes secretos de los diri-
gentes fascistas contra la Unión Soviética. Tal era el fin de
los servicios de investigación. Y precisamente esta tarea era
la que se me encomendaba. Era una lástima que no se me
pudiera enviar a Alemania, donde había vivido largo tiempo.
Conocía el país y no era un novato en el trabajo clandestino
allí. Pero esto era imposible, porque los nazis me conocían
bien, también conocían a mi mujer y nos habrían descubierto
rápidamente. Otra posibilidad era establecerme en un país li-
mítrofe con Alemania, en Bélgica o Suiza, por ejemplo, tal
como yo había propuesto, y organizar a partir de allí un servi-
cio encargado de recoger las informaciones necesarias. Debía
buscar fuentes de información no sólo en el país, sino directa-
mente en los territorios bajo dominio nazi. Así, en el caso de
que Alemania e Italia se decidieran a declarar la guerra, con-
tinuaría mi trabajo de investigación sin temor al contraespio-
naje alemán o a la Gestapo, que no podría detenerme en un
país neutral.
Total, se decidió que debía instalarme en Bélgica; el he-
cho de que ese país fuese por aquel entonces el menos caro
de Europa Occidental intervino igualmente en favor de esta
decisión. Porque esto representaba una gran ventaja desde el
punto de vista de la rentabilidad de una agencia que trabajaba
para el mundo entero.
El jefe de los servicios de información me dio las siguien-
tes directrices: abandonar Francia, seguir mis trabajos científi-
cos como geógrafo-cartógrafo, fundar en Bélgica una agencia
comercial de cartografía. Esperábamos que, siendo yo conoci-
do en el campo de la ciencia, conseguiría más fácilmente mi
propósito. Con estas instrucciones abandoné Moscú para em-
pezar una nueva carrera que me reservaba muchas sorpresas.
En París anuncié que la Inpress iba a cerrar, cesando en
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de Ginebra-, pero sólo después del visto bueno del gobierno
federal de Berna.
Había escogido Ginebra porque era la sede de la Sociedad
de Naciones, centro de la vida política internacional. Por otra
parte esa ciudad parecía ofrecer más posibilidades a una ofi-
cina científica, de información. La Sociedad de Naciones dis-
ponía de una biblioteca extraordinariamente rica en obras po-
líticas y económicas que a menudo había consultado para mi
trabajo. En efecto, la biblioteca que en París me habría sido
más útil (la del Instituto de Estadística), no sólo estaba cerra-
da, sino que se encontraba en un estado lamentable.
Cuando fui al Quai d'Orsay el portero me informó que,
como no había bibliotecaria, nadie se ocupaba de la bibliote-
ca. Insistí en trabajar incluso sin bibliotecaria. Entonces me
abrió la puerta de una inmensa sala donde vi varios miles de
libros y revistas empaquetados, tal como habían llegado por
corero, revueltos de cualquier modo desde hacía meses, quizás
años.
En el curso de mi busca por las bibliotecas parisienses me
ocurrió un incidente muy divertido en la Nacional, situada en
· un antiguo y suntuoso palacio de la calle Richelieu. En la
sala de catálogos me pregunté qué libros de Lenin estarían
disponibles, pues en esta época no era habitual que sus obras
completas se pudieran encontrar en la biblioteca principal de
un país burgués; ojeé el catálogo de autores, y, con gran sor-
presa por mi parte, vi que en el apartado de Lenin se me
remitía al catálogo de libros de medicina. No tuve dificultad
en encontrar el libro de medicina de Lenin: El izquierdismo 1
enfermedad infantil del comunismo. Estoy convencido de que,
al ser Lenin un autor conocido por un amplio público en
Francia, esta ficha estará ya hoy en su lugar adecuado.
Pero, volvamos a Suiza. Después de ver las bibliotecas pa-
risienses, llenas de gente o inutilizadas, la biblioteca de la So-
ciedad de Naciones, instalada en un edificio nuevo, acondicio-
nado con gusto y equipado con las técnicas más modernas ade-
más de poco frecuentada, me pareció un paraíso científico. En
Ginebra, el gobierno cantonal socialista me entregaría fácil-
mente el permiso de estancia (porque iba a utilizar el ar-
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presentar mi recomendación al serv1c10 de prensa-. Podría
hacer imprimir los mapas en Ginebra y la policía suiza no
pondría --evidentemente- pegas a una solución tan ventajo-
sa para las imprentas ginebrinas. El profesor comprendió que
había ido un poco lejos y dio marcha atrás. Bajó al 50 % y
luego al 25 % . Pero yo me pu~e terco, y al fin acepté darle
un 15 % de las acciones y un sueldo mensual de 100 francos.
Después de esto sólo le vi en contadas ocasiones. Recibía
regularmente sus «sueldos» que, pese a ser modestos, bastaban
para cubrir sus pequeños gastos, y no se interesaba demasiado
por las cuestiones de la agencia. Sólo una vez vino a pedirme
un consejo, que luego no siguió-. El consulado de Polonia en
Suiza y la delegación polaca en las Naciones Unidas le ha-
bían pedido que firmara un mapa demográfico de Europa, ten-
dente a probar que las regiones fronterizas de Polonia Oriental
estaban pobladas mayoritariamente por polacos y que ucranianos
y bielorrusos eran minoría; yo le aconsejé que no dejase apa-
recer su nombre en la portada de una publicación tan visible-
mente destinada a fines propagandísticos. Pero él habría hecho
cualquier cosa por dinero. Era en 1936. Alemania había ocu-
pado Austria y Checoslovaquia. Para desgracia del profesor
el mapa incluía como población alemana, no sólo a los aus-
tríacos, sino también a los suizos. Y para colmo de desgracias,
ese mapa se expuso en Berna en el escaparate de una librería
céntrica. Los patriotas suizos, ya incitados e inquietos por las
crecientes apetencias del imperialismo alemán, asaltaron la libre-
ría para arrancar el mapa y quemarlo públicamente. En cuan-
to al profesor, se vio obligt1do a escribir una carta de auto-
crítica al ministro de Asuntos Extranjeros, Motta, que era su
protector.
Al cabo de poco tiempo, encontré un segundo socio. El
negocio parecía ir por buen camino; sin embargo, estaba in-
quieto por la tardanza en concederme el permiso de residen-
cia. Pasó un mes, luego dos, tres, y las cosas no avanzaban. En
el Consulado suizo en París se me pidió cortésmente que tu-
viera un poco de paciencia, pues ciertas formalidacks estaban
aún por cumplir. Me rogaron justificase mi situación financie-
ra: pude mostrarles una cuenta bancaria bien provista. También
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debía probar que no era políticamente sospechoso: la policía
suiza pidió a la policía húngara un informe de .mis anteceden-
tes. Después de haber obtenido un expediente ·judicial virgen,
no profundizó más en otros aspectos de mi vida en Hungría.
Fue una feliz casualidad que me evitó, enfrentarme a una si-
tuación bastante delicada.
Por fin, mis papeles se arreglaron en mayo de 1936. Re-
cibí el permiso para establecerme en el cantón de Ginebra du-
rante tres años, como patrono autónomo. Habiendo obtenido
igualmente el visado de entrada para mi esposa y mi suegra,
iniciamos los preparativos de marcha. El primer obstáculo es-
taba franqueado. Ahora todo dependía de la viabilidad de mi
sociedad, la agencia cartográfica Geopress.
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guarnición principal de la Legión en Argelia. Mi padre no era
amante de contar cómo había llegado a Argelia, ni cómo había
ayudado a huir a su hermano. A veces, en las reuniones fa-
miliares, hacían referencia al hecho cambiando una mirada de
complicidad. Después de su vuelta, el tío Miksa se había he-
cho ingeniero. Al igual que mi tío Frederic, empleado de ferro-
carriles y después jefe de estación en lugares tan importantes
como Besztercebánya y Sátoraljaujhely, fue exterminado al fi-
nal de la Guerra Mundial en la cámaras de gas de los fascis-
tas; en ellas pereció casi toda mi familia.
Mi madre nació igualmente en el seno de una familia hu-
milde, hija de un zapatero de pueblo. Mi abuelo, a cuya casa
solía ir, vivía en Hungría Occidental; me mostraba orgullosa-
mente la herida que había recibido en la pierna durante la
guerra de independencia húngara en 1848, así como la bala
que le habían extraído de la herida. También mi madre había
ido a probar fortuna al extranjero. Lo cierto es que no fue
muy lejos; trabajó como lavandera en Viena, cerca de su pue-
blo natal de la Hungría Occidental. Allí conoció- a mi padre
que, por aquella época, intentaba encontrar en Viena mejores
condiciones de vida. La capital austríaca se había industriali-
zado y atraía a los espíritus más emprendedores de la clase
pobre húngara. Más tarde los dos regresaron a su país. Mi
padre fue durante mucho tiempo un pequeño empleado; des-
pués, a principios de siglo, abrió un modesto comercio en
Ujpest.
Mi padre sólo tenía cuatro años de estudios primarios, pero
poseía un espíritu extremadamente vivo. Como comerciante
solía tener pequeños problemas contenciosos, jamás recurrió a
un abogado y siempre defendió- sus pleitos con éxito.
A menudo hablaba de los años pasados en condiciones atro-
ces con el ejército austro-húngaro en Bosnia, que había sido
anexionada por la Monarquía. Allí acumuló para toda su vida
un odio feroz contra el ejército, su militarismo absurdo y es-
túpido y la dominación austríaca.
En la escuela fui siempre un buen alumno, el primero de
clase hasta el bachillerato. Mis padres no tenían demasiado
tiempo para dedicarlo a mi educación, pues trabajaban los dos
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ese inmenso país se grabó para siempre en mi mente. Casi po-
dría decir que marcó mi vida. Desde aquel momento fui un
apasionado por los mapas, los países lejanos, la geografía y
la historia.
La infancia de mi hermano y mi hermana, cinco y tres
años, respectivamente, más jóvenes que yo, transcurrió en con-
diciones más fáciles que la mía. En efecto, mi padre se había
enriquecido rápidamente en la coyuntura de principios de si-
glo; mis hermanos no conocieron las privaciones que habían
marcado mi juventud. Recuerdo aún la época en que nos alum-
brábamos con una lámpara de petróleo, que fue reemplazada
más tarde gracias a las mejoras de nuestras condiciones de vida
y al desarrollo general de la técnica, por la lámpara de gas,
después por la maravillosa luz de la primera lámpara de in-
candescencia. Recuerdo también el émnibus tirado por caba-
llos, que fue reemplazado por el tranvía y luego por el auto-
bús. Igualmente hicieron su aparición los primeros aviones.
En 1907-1908 dos aviadores franceses, Blériot y Latham, vi-
nieron a Budapest y en el campo de carreras, ante una gigan-
tesca multitud entre la que nos encontrábamos, hicieron volar
unos aviones que hoy parecerían de la época de Noé, pero
en aquellos tiempos eran casi un milagro.
Ujpest -hoy distrito IV de Budapest- era entonces un
municipio independiente. De hecho, llena de barro y mal cui-
dada, era una ciudad obrera, sucia por el humo de las fábricas.
Hasta entonces la ciudad había pertenecido a los condes de
Károlyi.
Desde mi primera infancia pude apreciar diferencias entre
clases sociales. En la escuela primaria mis compañeros eran
hijos de obreros pobres. Mi mejor amigo, un niño adoptado
por un comerciante de fuera venía a traernos los comestibles
(mi madre trabajaba todo el día en el comercio de mi padre
y no podía ir al mercado). El chico, que tenía mi edad, tra-
bajaba duro; era él quien repartía las mercancías a los com-
pradores. Mi madre se enteró de que el niño se moría práctica-
mente de hambre y desde entonces le hizo desayunar y comer
con nosotros. Así crecí en compañía de Laci Fodor, mi único
amigo de la infancia, y con él aprendí mucho sobre la vida
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pada por el e1erc1to autrohúngaro-, cada vez eran más nu-
merosos los que, después de la Revolución socialista de Octu-
bre, se sentían solidarios de los soldados rusos. Después de
la paz de Brest-Litovsk, un gran número de prisioneros de
guerra, influidos por los bolcheviques, regresó al país. Para el
gobierno de Viena estos soldados eran la causa de la descom-
posición que afectaba a toda la Monarquía. El Alto Mando
no dejó regresar más prisioneros: éstos fueron internados en
campos, alejados de la población, donde se intentaba hacerles
olvidar las ideas peligrosas.
De este modo mis ojos se abrieron; muchas cosas que no
había comprendido hasta entonces o que no conocía, se acla-
raron. El hecho extraño de que el jefe de la oficina secreta de
mi regimiento fuese el comandante Kunji, hermano de uno
de los dirigentes del partido socialdemócrata húngaro, también
contribuyó a esa toma de conciencia. Fue él quien me habló
por primera vez de las ideas marxistas. Antes de enrolarme
me había matriculado (en la Universidad de Budapest) en
Ciencias Jurídicas y Políticas y, paralelamente a mi servicio
militar, seguía estudiando y examinándome. Al estudiar la
historia del derecho y la economía establecí mi primer con-
tacto con las obras de Karl Marx y Friedrich Engels. Y así,
en 1918, descubrí el marxismo, y debo añadir que, en pocos
meses, mi visión del mundo se transformó radicalmente. A esto
se unió que en el país reinaba el descontento, el hambre y
una atmósfera de descorazonamiento a causa de la guerra per-
dida. La población estaba insatisfecha; motines e insurreccio-
nes estallaban por todas partes. Los acontecimientos influyeron
incluso sobre el círculo familiar que, hasta la fecha, se había
sostenido al margen de cualquier cuestión política. Mi padre,
ciudadano liberal, se hizo miembro del llamado Partido De-
mócrata y después miembro del consejo municipal. Además,
mi padre pensaba que para el papel político que me estaba
destinado, necesitaba una preparación jurídica; por esa razón
entré en la Facultad de Derecho. Desde luego yo no pensaba
entonces en la actividad que posteriormente elegiría.
Las querellas políticas se agudizaban cada vez más en Hun-
gría. Algunos de mis compañeros de antaño se hicieron social-
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demócratas. Uno de ellos Erno Gero, fue más tarde uno de los
dirigentes del Partido Comunista húngaro. En la Hungría de
los terratenientes, donde millones de campesinos no poseían
un palmo de tierra, uno de los problemas más importantes era
la reforma agraria. La forma de resolverla suscitaba violentas
discusiones: ¿debían expropiarse los latifundios indemnizando
a sus propietarios, o bien se habían de repartir las tierras gra-
tuitamente entre los campesinos?
Los periódicos hacían alusión a unas eventuales conversa-
ciones de paz. Difundían el rumor de que uno de los miem-
bros de la dinastía, Sixto, príncipe de Borbón-Parma, negociaba
en Suiza los términos de un acuerdo de paz. Ya en el insti-
tuto nos reuníamos algunos compañeros para discutir la suerte
de la patria; por medio de ellos tuve ocasión de oír alguna
vez, sentado en el gallinero de la Asamblea legislativa, los
discursos de Mihály Károlyi, partidario de la oposición. De-
jaba entrever la situación precaria y sin salida a la que el país
estaba abocado.
Llegó el final de octubre de 1918.
La Monarquía austrohúngara había sido vencida y se estaba
descomponiendo. Esto dio un último impulso a la revolución
burguesa. La vieja Hungría, enriquecida por tres mil años de
historia, había perdido una gran parte de sus territorios que
fueron anexionados a Yugoslavia, Rumania y Checoslovaquia.
Los dirigentes de los partidos de izquierda y del partido social-
demócrata fundaron el Consejo Nacional Húngaro.
Para mí la «revolución de las margaritas» empezó el 31 de
octubre, cuando, de madrugada, me dirigía de Ujpest al cuar-
tel de la calle Lehel; en la parada del tranvía un soldado se
precipitó hacia mí, arrancó mi insignia con la inicial del rey
Carlos, puso en su lugar una margarita y después arrancó de
mi uniforme las otras insignias.
En el cuartel reinaba una confusión total. Kunji había to-
mado las cosas en sus manos, asignando a cada uno su puesto
de guardia. Así, me correspondió montar guardia ante el Ho-
tel Astoria, donde se reunía el Consejo Nacional; la tarea allí
consistía en contener la inmensa multitud que había invadido
las calles, para mantener despejada la calzada como mínimo.
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En mi regimiento, como en todo el ejército y todo el país,
los partidarios de la izquierda habían tomado la iniciativa pro-
gresivamente. Los políticos de la burguesía hubiesen deseado
mantener la monarquía, pero el pueblo y el ejército exigían la
instauración de la República.
Así fue como dos semanas después del desencadenamiento
de la Revolución, el 16 de noviembre, centenares de miles de
personas se manifestaron en la Plaza del Parlamento y, con la
colaboración activa de nuestro regimiento, se proclamó la Re-
pública.
En el momento de la concentración, un avión apareció por.
encima de la multitud volando a baja altura y lanzó octavillas
que los manifestantes se pasaron de mano en mano. Las octa-
villas decían que la única salida a la situación planteada era
la creación de una república socialista. Era la primera vez que
los socialistas revolucionarios húngaros aparecían en público;
con los prisioneros de guerra vueltos de la Rusia soviética,
esos socialistas constituían uno de los núcleos del nuevo Par-
tido Comunista. Era también la primera vez que yo leía una
octavilla revolucionaria y así aprendí que existía ya un movi-
miento que quería cambiar radicalmente el orden social sus-
tentándolo sobre bases enteramente nuevas.
Toda la revolución burguesa, de octubre a mayo, quedó en
mi memoria como un período de grandes manifestaciones. La
multitud invadía las calles gritando consignas; soldados hara-
pientos, vueltos del frente, se alojaban en las estaciones una
noche tras otra. Algunos no pudieron regresar a sus casas pues,
a causa de la descomposición de la Monarquía, las comunica-
ciones ferroviarias habían sido suspendidas.
En el curso de. estas semanas se fundó en Ujpest la Aso-
ciación Sociológica. Los jóvenes podían estudiar en ella los
principios marxistas sobre las posibilidades de modificar el or-
den social. En las reuniones de la sociedad, al lado de Gero
y otros, tomé la palabra varias veces. Allí establecí mis pri-
meros vínculos políticos y allí tuvo lugar un encuentro que iba
a tener una influencia importante en mi vida. Yo cortejaba a
una chica cuya hermana era rondada por un joven obrero in-
dustrial, János Román. János ingresó en el Partido Comunis-
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ta, acabado de crear. Como fruto de nuestras largas discusio-
nes también yo ingresé, a finales de 1918, en el Partido Co-
munista húngaro.
Así acabó ese año decisivo para mí. El año siguiente em-
pezó con cosas más prosaicas y menos importantes: fui desmo-
vilizado y preparé mis exámenes de Derecho. Entretanto el
Partido pasó a la clandestinidad y permanecí en contacto, no
con la organización de Ujpest, donde era demasiado conocido,
sino con la del distrito VIII de Budapest (Józsefváros, Ciu-
dad de José). Pero, cuando el comunismo subió al poder de
forma imprevista el 21 de marzo, el curso de mi vida cambió
bruscamente y desde ese momento estuve estrechamente liga-
do a los acontecimientos políticos.
Como la historia relata, los comunistas salieron de la clan-
destinidad para tomar el poder, en circunstancias bastante ra-
ras. Desde el principio nuestra alegría no fue completa. Por
decisión de sus dirigentes, el Partido Comunista se asoció al
Partido Socialdemócrata. Los jóvenes del club obrero József-
város, que en realidad no éramos más que unos comunistas
noveles, desaprobamos esa decisión, intuyendo que no podía
reportar nada bueno. En el momento de la fusión, el Partido
Comunista contaba con varios miles de miembros, mientras
que los socialdemócratas se acercaban al millón. En efecto,
todo miembro de un sindicato se integraba directamente a ese
partido.
Así recibimos, no sin inquietud, la noticia de la fusión
de los dos partidos llegados al poder. En efecto, temíamos
que el joven Partido Comunista fuese absorbido por los so-
cialdemócratas, partida de masas impregnado de una ideolo-
gía pequeño burguesa. A nuestro modo de ver no se trataba
de una fusión, sino de una disolución del Partido Comunista
en la socialdemocracia.
Los ejércitos burgueses habían desencadenado la ofensiva
contra la República húngara unas semanas después de su pro-
clamación. Las tropas de la Rumania de los boyardos fueron
las primeras en movilizarse en Transilvania. Partiendo de Yu-
goslavia, los franceses ocuparon los pueblos fronterizos; des-
pués, igualmente bajo mando francés (e italiano), fue el ejér-
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cito de Checoslovaquia -estado burgués recientemente crea-
do- el que pasó al ataque.
La situación se hizo crítica.
Entonces fue cuando se inició la organizac1on de nuestro
Ejército Rojo. En Budapest fueron creados regimientos «in-
ternacionales» que agrupaban a eslovacos residentes en Hun-
gría, ucranianos subcarpáticos, rumanos, yugoslavos, búlgaros,
austríacos y prisioneros de guerra rusos que aún permanecían
en el país. Un hermano de mi amigo János Román fue nom-
brado comisario político del 4.º Regimiento Internacional y
me pidió que le ayudase en la organización del mismo. Ésta
fue la causa de que me enrolase en ese regimiento desde los
primeros días. Entretanto, la situación en el frente se agravaba
sin cesar. El primero de enero tuvo lugar una inmensa e inol-
vidable manifestación. El 2 de mayo se inició el reclutamiento
masivo para el Ejército Rojo de Hungría, con el slogan: ¡Obre-
ros socialistas y comunistas, jóvenes comunistas, en pie para
defender la República!
Al día siguiente marché al frente con mis jóvenes cama-
radas de Józsefváros. Al primer lugar que nos tuvimos que
dirigir fue a Nagykoros para formalizar allí nuestro alista-
miento. El Ejército Rojo húngaro no tenía prácticamente nin-
gún plano topográfico; el ejército austrohúngaro ya no existía
y los planos para todos los ejércitos de la Monarquía se ha-
bían impreso hasta entonces en Viena. Teníamos una urgen-
te necesidad de planos. Por ello, · cuando en el centro de
concentración se pidieron cartógrafos, pensé que la pasión a
la que me había entregado desde mi infancia podía por fin
ser útil, y en calidad de cartógrafo fui agregado al Estado
Mayor de la 6.ª División.
Nuestro convoy se dirigía lentamente hacia el Norte. Ya
habíamos dejado atrás la amplia llanura del Alfold húngaro y
alcanzado las verdes colinas de las estribaciones del Mátra.
Llegamos por fin a la estación de Kisterenye. En una vía la-
teral se encontraban dos vagones enganchados: allí estaba ins-
talado el Estado Mayor de la división. Me presenté al cama-
rada Ferenc Münnich, comisario político de la división. Le
volví a ver veintiséis años más tarde, cuando él era embajador
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la noche. Salimos en su busca y le encontramos dormido so-
bre la hierba, en el terreno que separaba las trincheras checas y
húngaras.
Era igualmente curioso ver a los dos adversarios combatir
con el mismo uniforme: el del antiguo ejército austrohúngaro,
a falta de otro. De este modo era difícil distinguir nuestras
líneas de las del enemigo; así fue como uno de nuestros gene-
rales de brigada entró en coche en un pueblo, y no se dio
cuenta de que éste ya había caído en manos de los checos
hasta que lo hicieron prisionero. Pero el idilio duró poco.
Nuestras tropas fueron rodeadas y aisladas de Budapest, que
nos animaba con octavillas que los aviones lanzaban sobre
el frente.
Esta situación no duró mucho: en poco tiempo el Ejército
Rojo liberó casi totalmente Eslovaquia, donde fue proclamada
la República Socialista.
Después se operó un brusco giro. Clemenceau, presidente
del Consejo francés, propuso el siguiente acuerdo. Hungría
abandonaría la parte de Eslovaquia que había liberado y, a
cambio, se le restituiría el territorio al este del Tisza ( ocupado
entonces por los rumanos, que amenazaban directamente Bu-
dapest). Desde luego e! alto mando del ejército rumano no
tenía en absoluto la intención de devolver esa región.
Éramos numerosos los que pensábamos que no debía acep-
tarse esa propuesta dudosa. El propio Lenin, en un telegrama
dirigido al gobierno húngaro, le llamaba la atención sobre el
carácter falaz de la oferta. Desgraciadamente, la Comuna hún-
gara, en la que los socialdemócratas eran mayoría, aceptó el
compromiso que proponía la Entente. Nunca olvidaré la gran
concentración de Kassa, en la que toda la población desfiló
por la plaza mayor, suplicándonos que no les abandonásemos
en manos de los intervencionistas. Pero habíamos recibido la
orden y, algunos días más tarde, al amparo de la noche, aban-
donamos silenciosamente la ciudad. Sin disparar un tiro dejá-
bamos Eslovaquia, regada con la sangre de nuestros soldados
revolucionarios.
Justamente antes del abandono de Checoslovaquia, cuando
estaba de paso por Ujpest el 24 de junio, hacia el mediodía,
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de matrícula. Era un círculo vicioso. Tuve que dirigirme direc-
tamente a Johannes Schober, jefe de policía, conocido por ser
un reaccionario (fue elegido más tarde Primer Ministro en
varias ocasiones). Éste ya sabía que yo era un emigrado comu-
nista. No fue Schober, sino el jefe de la sección política, el
doctor Presser, quién me recibió: «¿A qué se debe que, tan
joven, sea usted ya un malvado?» Tuve que contenerme para
no echarme a reír.
En definitiva, en atención a mi juventud, conseguí inscri-
birme en la Universidad y obtener un permiso de estancia. En
este período difícil de mi vida, mi único consuelo era asistir
tan a menudo como podía a las clases de geografía en la Uni-
versidad y participar en los seminarios de cartografía. La clase
de geografía física estaba dirigida por el profesor Brückner
-especialista en glaciares- mundialmente conocido. Recién
llegado de Hungría y además sin conocer nada de geología,
que por entonces no figuraba en los programas de estudios
secundarios, y aún menos de la ciencia de los glaciares, no
entendía una sola palabra de las explicaciones del profesor
Brückner. Al principio estaba desesperado: ¿ésa era la geogra-
fía que tanto me apasionaba? Afortunadamente el encargado
de curso, Otto Lehmann (más tarde profesor en la Universi-
dad de Zürich) responsable del seminario en que yo participaba,
me inició progresivamente en las otras ramas de la geografía.
Me protegió incluso de los estudiantes austríacos que se burla-
ban de mí porque, al no conocer la terminología, cometía a
menudo lapsus considerables. Así, describiendo un terreno pan-
tanoso, en lugar de decir «Sumpf», dije «Morast», que en hún-
garo significa pantano, pero en alemán-austríaco es sinónimo de
«vicio».
Mi vida en la Universidad no resolvía más que uno de
los problemas de mi dura vida de emigrado. Nos llegaban noti-
cias bastante inquietantes y descorazonadoras sobre la Revo-
lución rusa. Una triste noche de octubre de 1919 quedamos
consternados al oír a los vendedores de periódicos anunciar la
caída de Petrogrado, ciudad bolchevique: las tropas de Iunde-
nitch habían ocupado la cuna de la Revolución. Al día siguiente
se comprobó que no había sido más que un error de informa-
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me aseguró que la capitulación de Varsovia era cuestión de
sólo unos días y que, por lo tanto, podía presentar la situa-
ción desde ese punto de vista. Así lo hice, pero Varsovia no
capituló, sino todo lo contrario; la superioridad del Ejército
polaco bajo el mando francés, obligó a las tropas soviéticas
a retroceder hasta Prusia Oriental, donde fueron desarmadas
por los alemanes. En ese momento Krasni desapareció de la
noche a la mañana con todo su aparato de prensa y no volví
a oír hablar de él. Entre los colaboradores de la Rosta se
encontraba el gran filósofo húngaro, Georges Lukács, miembro
de la Comuna de 1919, así como Béla Fogarasi, igualmente filó-
sofo marxista que, después de 194 5, llegó a ser Director de la
Universidad de Ciencias Económicas Karl Marx en Budapest
y vicepresidente de la Academia de Ciencias. Charles Reber,
oriundo de Suiza y corresponsal agregado a L'Humanité, cola-
boró también en la actividad de la oficina, así como el ele-
gante Frederic Kuh, periodista americano con aspecto de lord
inglés. Era conocido como corresponsal del Daily Herald, ór-
gano del Partido Laborista. Gerhard Eisler, el genial redactor,
desbordante de ingenio, del Rote Fahne, periódico comunista
de Viena, aportó una ayuda muy apreciable. Una estrecha
amistad nos unió hasta el fin de sus días. En los últimos años,
y hasta su muerte en 1968, dirigió la radio y la Televisión de la
República Democrática Alemana. Varios comunistas rusos y
ucranianos trabajaban también en la Rosta; traducían al alemán
las informaciones en ruso. Antiguos prisioneros de guerra se
habían quedado en Viena. Uno de ellos, un mocetón de ca-
bellos y ojos negros del que sólo conocíamos su seudónimo,
Fedya (nunca supe su verdadero nombre aunque k volví a
encontrar varias veces en Moscú), permanecía larga:, tempo-
radas en la cárcel vienesa a causa de sus actividades como
agitador comunista. Una vez fue encarcelado con un viejo
contrabandista que tristemente le contó las dificultades de su
profesión, después preguntó a Fedya cual era su ocupación y
porqué estaba en la cárcel. Fedya le respondió simplemente:
«Soy comunista». « ¡Pues ya es una forma difícil de ganarse
la vida!», había respondido el viejo con aire malicioso. Más
tarde, cuando nos encontrábamos en dificultades, evocábamos
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Etiopía (Austria no mantenía ningún tipo de relación diplo-
mática con ese país). De vez en cuando algunas coronas les
refrescaban esas instrucciones y así, durante dos años, todo el
tiempo que duró la Rosta-Wien, me dirigí diariamente al
Ministerio de Asuntos Exteriores para recoger los telegramas
soviéticos que la estación vienesa de radio captaba noche y
día.
Una parte de los telegramas se difundían en varios idiomas
occidentales, pero otros tenían que ser traducidos del ruso
al alemán, francés e inglés. Publicamos en estos tres idiomas
un boletín diario que se enviaba al mundo entero, principal-
mente a los periódicos y organizaciones de izquierda.
Las noticias de la Rosta eran muy variadas. Al lado de
informaciones militares, comunicados de la lucha contra los
contrarrevolucionarios, daban también una reseña cultural y
econémica general, ofreciendo así una imagen completa de
la vida de las repúblicas soviéticas. A menudo publicábamos
informaciones de un interés meramente interno, pero la noti-
cia de cualquier éxito significaba, a nuestro juicio, una victoria
de la Revolución Soviética y un progreso en sus realizaciones.
La Rosta-Wien juzgaba de inestimable importancia hacer
conocer al mundo la verdad sobre la Rusia soviética. El famoso
«cordón sanitario» creado por Clemenceau para impedir el
«contagio bolchevique» aún existía; tenía, pues, una gran
importancia que informaciones oficiales referentes a la reali-
dad de la lucha revolucionaria en Rusia pudiesen ser diariamen-
te difundidas en las capitales occidentales. Además de los radio-
telegramas de Moscú, eran importantes los de Pravda e Izvestia
sobre el movimiento obrero internacional y sobre los aconte-
cimientos de la política mundial. Permitían orientarse en una
situación internacional extremadamente compleja.
Además de los telegramas, la Rosta-Wien recibía Pravda e
Izvestia, así como revistas soviéticas. Los diarios nos llegaban
tras un largo recorrido: barcos de pesca los llevaban de Mur-
manks a Vardo, puerto noruego más allá del círculo polar;
desde allí un pequeño vapor los llevaba a Trondheim de donde
eran trasladados por tren hasta Oslo (entonces Kristiania), y
después a Austria.
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de Zürich, logré crear una estación intermedia en Suiza. En
la línea telefónica Heisler actuaba como «dispatcher» entre la
central vienesa de la Intel y sus corresponsales de París, Ber-
lín y Roma. Así podíamos obtener informaciones más rápidas
y económicas que por· telégrafo.
Nuestros corresponsales eran los mejores periodistas co-
munistas del momento: Leo Lanía en Roma, Valeriu Marcu
en París y Joseph Bornstein en Berlín. Éstos transmitían a su
vez a la prensa local las informaciones mandadas por el resto
de nuestros corresponsales. Debo referirme particularmente
al enclenque Marcu de ojos negros; rara vez he conocido a
un hombre más interesante y dicharachero. Apenas había cum-
plido 20 años y, sin embargo, su pasado revolucionario era ya
muy denso. Comunista rumano, había sido detenido por los
alemanes durante la guerra y deportado a Alemania donde
había estado encarcelado en la fortaleza de Holzminden en
compañía de Pilsudski, el futuro dictador del estado polaco.
Después de la guerra, Marcu fue a parar a Viena en donde
se convirtió en especialista en cuestiones extranjeras en el Rote
Fahne. Una profunda amistad nos unía. A menudo pasaba
la noche en mi casa porque, después de nuestras intermina-
bles discusiones sobre la valoración de la situación militar y
la ciencia de la estrategia, no tenía demasiadas ganas de regre-
sar a la suya. Era en la época de la guerra greco-turca, en
Asia Menor, y Marcu redactaba para Rote Fahne excelentes
trabajos. Durante semanas enteras leímos juntos el Geschichte
der Kriegskunst im Rahmen der Politischen Geschichte, libro
de Hans Delbrück en cuatro volúmenes sobre la historia mun-
dial del arte militar, desde los griegos y romanos hasta el si-
glo xx. Este profundo estudio de la ciencia militar parece haber
tenido una gran influencia sobre nuestras vidas. Después de
1922, Marcu se estableció en Alemania donde sus estudios y
libros sobre los generales alemanes Scharnhorst y Gneisenau,
que se habían enfrentado a Napoleón, habían despertado un
gran interés. Marcu se encontró de pronto a la cabeza de la
literatura militar prusiana. A partir de ese momento no se
movió más que en el mundo de los generales, los grandes in-
dustriales y los banqueros. Recuerdo haberle hecho una visita
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mático de las repúblicas sov1et1cas en Austria. El apodado
«Warszawski» no era otro que Bronski, el muy conocido comu-
nista polaco que, como escribe la Krupskaia en sus «Memo-
rias», una mañana de febrero de 1917 había informado a Lenin
en Zürich del desencadenamiento de la Revolución. Bronski ha-
bía trabajado en Dinamarca con el pseudónimo «Warszawski»;
había sido detenido y Lenin sólo pudo hacerle poner en liber-
tad nombrándole agente diplomático, pero conservó el nom-
bre prestado. Aún no existían oficialmente relaciones diplo-
máticas entre Austria y la Unión Soviética. Al principio, pues,
el primer agente diplomático soviético hiw, como en Alemania,
de director de la comisión de repatriación de los prisioneros de
guerra. Fue bastante divertido leer al día siguiente en la prensa
vienesa que el diplomático soviético era descendiente de la
más vieja aristocracia polaca, la familia de los Warszavski.
En 1921, como director de la Rosta-Wien, tomé parte en
el congreso de la III Internacional en Moscú. Por supuesto
no podía viajar con mi pasaporte húngaro, pues Hungría no
tenía aún ninguna relación diplomática con la Rusia soviética.
Por entonces yo no conocía, apenas, unas palabras rusas y,
sin embargo, viajaba con pasaporte ruso expedido en Berlín;
de todos modos, no tenía visado de salida. En Stettin me
enviaron a casa del jefe de policía que, después de tomar unos
vasos de vino, me firmó personalmente el visado de salida.
Tomé el tren para un largo viaje a través de Pomerania y fos
bosques de Prusia hasta un puesto fronterizo que separaba
Alemania de Lituania. Allí, en Eydtkuhnen, todo el mundo
tuvo que apearse. Con gran sorpresa por mi parte, los aduane-
ros alemanes me condujeron a una sala de baños, me desnu-
daron, me hicieron sentar en una bañera y me frotaron la es-
palda con un líquido. Más tarde me enteré de que a veces los
mensajes secretos se escribían en la espalda de los correos con
tinta simpática. Después de un largo viaje por Lituania -el
tren se detenía en todas la estaciones- llegué a Riga, en
Letonia, donde fui recibido por Ganietzki, el agente diplo-
mático soviético. En aquella época los países bálticos, que se
habían separado de la Rusia soviética, debían, por las buenas
o por las malas, reconocer a su potente vecina. Sólo pasé unos
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y así podía cambiar mi rac10n de cigarrillos por otro arenque
o un trozo de pan. La mayoría de los almacenes estaban cerra-
dos; esta situación me recordaba la dictadura del proletariado
en Hungría, cuando los almacenes cerraron por falta de mer-
cancías. Con la única diferencia de que en Moscú los letreros
no estaban cubiertos por pedazos de tela, cuyo carácter tem-
poral tanto me había deprimido antaño.
Desde lejos yo me había imaginado las cosas de una ma-
nera muy diferente.
No obstante quedé fascinado por el Kremlin, sus catedra-
les medievales, la impresionante visión que ofrecía el cuadrado
de la Plaza Roja. Sobre todo quedé deslumbrado por ese in-
creíble entusiasmo, esa fe, que animaba a los hombres en medio
de crueles privaciones. Pero, al lado de todo esto, era impo-
sible dejar de ver, en la entrada de la Plaza Roja, a aquellas
viejas arrodilladas ante la sombría imagen de la apenas reco-
nocible Virgen Ibérica, mientras que frente al icono un slogan
revolucionario proclamaba: «¡La religión es el opio del pueblo!»
Todas aquellos con quienes tenía algo que tratar, hablaban
y actuaban con un inmenso entusiasmo. Tenían una inquebran-
table fe en el futuro. Esta enfebrecida atmósfera de revolución
alcanzaba el paroxismo en la Sala Jorge del Kremlin donde
se desarrollaban las sesiones del Congreso de la III Interna-
cional. Los discursos de los oradores revolucionarios sonaban
un tanto extraños en esa inmensa sala cuyas paredes estaban
cubiertas por las armas del zar grabadas en oro y por el nom-
bre de los caballeros de la orden de San Jorge. La sala estaba
llena de delegados venidos de todo el mundo. Los represen-
tantes de la prensa estábamos sentados en bancos dispuestos
en escalera al lado de la tribuna presidencial. Un día, durante
la sesión, se abrió una pequeña puerta a mi lado y entró Lenin.
Se sentó en las gradas justo delante de mí y, poniendo un dedo
en los labios, me indicó que no comunicase su presencia. Estuvo
mucho tiempo sentado allí, escuchando los discursos y toman-
do notas sin cesar.
Quedé profundamente impresionado, al igual que. toda la
sala, cuando subió al estrado. El mismo hecho de que al prin-
cipio hablase varias horas en ruso, luego en alemán, en fran-
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5· LJORA INFORMA
cés y finalmente en inglés, cautivó a la asamblea. Se notaba
que este hombre, de mirada inquieta y penetrante, que andaba
con paso rápido, mientras gesticulaba, poseía una enorme capa-
cidad. Otra vez le oí hablar desde lo alto de una tribuna im-
provisada en la Plaza Roja. Pronunció con voz ardiente un dis-
curso breve, lleno de fogosidad e inspiración. Y después tuve,
finalmente, ocasión de hablarle personalmente.
Quería aprovechar mi estancia en Moscú para conseguir
el máximo número de mapas de Rusia porque tenía el proyecto
de publicar en Occidente el primer mapa de la Unión de Re-
públicas Socialistas Soviéticas. En un pasillo del Palacio del
Kremlin expuse este deseo a Sklianski, uno de los comisarios
adjuntos para la Defensa Nacional. Mi vocabulario ruso no era
muy amplio y yo sufría visiblemente para hacerme compren-
der. Lenin, que pasaba por casualidad, se ofreció como intér-
prete. Pero no se contentó con servir de traductor, sino que
también él participó en la discusión preguntando las razones de
mi solicitud. Cuando se enteró de mi interés por la geografía
y la cartografía me expuso en pocas palabras que eran im-
prescindibles métodos especiales de representación cartográfica
como resultado de los problemas que traía el imperialismo.
Me preguntó por qué no me ocupaba de estas cuestiones en
Rusia, donde hacían falta muchos geógrafos comunistas. En-
tonces no pude responder a aquella pregunta porque precisa-
mente deseaba terminar mis estudios. Pero desde aquel mo-
mento me marqué el objetivo de estudiar a fondo la geografía
y cartografía de la Unión Soviética y en concreto desde el
punto de vista expuesto por Lenin. Procuré hacer esto en mi
primera obra .cartográfica, el «Atlas del Imperialismo» (apa-
recido en Berlín en 1929 y en Tokio en 1930).
Es inútil decir que con la ayuda de Lenin recibí todos los
mapas que necesitaba.
En el transcurso de mi estancia en Moscú tuve ocasión de
conocer eminentes políticos soviéticos. La personalidad más
interesante era sin duda Tchitcherin, Comisario del Pueblo para
Asuntos Exteriores. Fue la primera persona a quien visité por-
que los telegramas dirigidos « ¡A todo el mundo ... a todo el
mundo!» que publicábamos en Viena eran emitidos por la sec-
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ción de prensa del Ministerio de Asuntos Exteriores. Tchitche-
rin me recibió en ese comisariado, instalado en el Hotel Metro-
pol, a las dos de la madrugada (era su hora de visita). Dejando
su enorme mesa sobrecargada de documentos avanzó hacia mí,
me miró con sus ojos enrojecidos por la falta de sueño y el tra-
bajo incesante y, levantando los brazos al cielo, exclamó:
«¿Es este jovencito nuestro principal propagandista en Occi-
dente? ¡Es preciso hacer algo para que tenga un aspecto más
serio! ¡Un aire tan joven e infantil es una falta para quien re-
presenta en Occidente al órgano de prensa de la potencia so-
viética!», añadió en tono de chanza. Durante mi estancia en
Moscú, pasé la mayor parte de las noches en el despacho de
Tchitcherin que controlaba personalmente la redacción de los
telegramas. Fue una experiencia interesante vivir en la extraña
atmósfera que este anciano aristócrata, esteta y erudito de la
música de Mozart, creaba en torno suyo y en la que dirigía
los asuntos extranjeros del gobierno soviético. Cuando el Comi-
sariado de Asuntos Exteriores se trasladó del Hotel Metropol
al Kuznietzki Most, Tchitcherin sólo hizo una pregunta: «¿Dón-
de estarán mi mesa y mi cama?» Porque, por supuesto, en el
Metropol su cama se encontraba al lado de la mesa.
Un ambiente de franca camaradería reinaba entre los colabo-
radores de este Comisariado. Esto se debía fundamentalmente
al carácter simple y humano de Tchitcherin. Recuerdo, por
ejemplo, una escena nocturna: se esperaba al conde de Brock-
dorff-Rantzau, embajador de Alemania, aristócrata prusiano
alto y seco, con porte militar y un pequeño bigote caracterís-
tico. Llegó el conde y encontró a Tchitcherin, con su gran
barba roja, meciendo a un niño: la esposa del soldado de
guardia había venido con el bebé a ver a su marido; querían
tratar un asunto a solas y habían pedido al camarada comi-
sario que atendiese un momento al niño, lo que Tchitcherin
había aceptado con agrado. Es de suponer la estupefacción del
conde alemán cuando Tchitcherin Je pidió que aguardase un
poco, hasta que hubiese cumplido su función de nodriza. Esta
atmósfera en la que las formalidades eran desconocidas reinó
durante mucho tiempo en el Comisariado de Asuntos Exte-
riores.
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mático nos llevaba desde el edificio de la Internacional hasta
el circo.
Un día, entre dos sesiones del Congreso, mantuve una inte-
resante conversación con los dirigentes de la República de
Ucrania, Manuilski y Rakovski. Durante la Comuna húngara,
dos delegados de esa República habían llegado a Budapest
con un salvoconducto expedido por Manuilsky y Rakovski.
Su misión era impulsar en Hungría la reorganización de un
Partido Comunista independiente, pues la minoría comunista
había sido arrollada por la marea socialdemócrata y esta situa-
ción, a la larga, sería insostenible. Se podía prever que la po-
lítica de los socialdemócratas conduciría a la caída de la Repú-
blica. Los delegados entraron en contacto con numerosos jóve-
nes, entre ellos yo mismo, y discutimos ardientemente esa cues-
tión. Sin embargo, cuando Béla Kun fue puesto al tanto de la
cosa, estimó que aquello era un complot contra la República.
Los dos delegados fueron ejecutados y los que habían tomado
parte en las discusiones fueron amenazados de sufrir la misma
suerte. Durante años habíamos discutido la cuestión, pregun-
tándonos si realmente los dos hombres habían sido enviados por
los soviéticos. Ésta fue la pregunta que hice a Manuilski y
Rakovski. Los dos recordaban el asunto y me confirmaron que
los dos hombres habían sido enviados oficialmente. Hace unos
años se ha publicado un libro sobre esta cuestión: Misión dra-
mática, de Peter Foldes. El autor pretende que los delegados
ucranianos en viaje por Hungría habían caído en manos de
los contrarrevolucionarios y éstos, con el fin de sembrar la con-
fusión, habían introducido a dos de sus hombres con los docu-
mentos robados a los delegados.
Después de pasar varios meses en Moscú, inicié mi viaje
de vuelta pasando por Petrogrado, la antigua ciudad de los
zares. La cuna de la revolución rusa -en la que visité el
Instituto Smolny, el Palacio de Invierno, los barrios que la
literatura rusa me había dado a conocer y otros vestigios de
la revolución- me produjo una impresión deprimente. Las
principales avenidas de la ciudad, la legendaria Nevski, estaban
invadidas por hierba que llegaba hasta los tobillos. En la Ve-
necia del Norte, los canales llevaban un agua inmunda, car-
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lía al nacimiento del Partido Comunista húngaro; Béla Lándor,
ratón de biblioteca que era una de las esperanzas del Partido en
el plano doctrinal; Laszlo Csillag, mi joven amigo lleno de sue-
ños románticos, al que había conocido durante mi servicio mili-
tar en Salgotarján y K. Lipót, uno de los jefes de la izquierda
socialista en Boihar, antes de la Comuna, nuestro eterno con-
sejero que denunciaba con ardor todas las injusticias.
En Viena contaba igualmente entre mis amigos al secretario
de la misión soviética Huber, cuyo verdadero nombre era Hu-
bermann, hermano menor del violinista mundialmente cono-
cido. Huber tuvo un trágico final: al regresar a Polonia, fue
detenido por sus nctividades comunistas clandestinas; pasó
años en dos cárceles polacas hasta que se benefició de un inter-
cambio de presos con la Unión Soviética; sin embargo, al llegar
a Moscú, fue aplastado por el autobús que había ido a espe-
rarle.
En 1922, cuando las relaciones diplomática's entre Austria
y la Unión Soviética fueron establecidas oficialmente, el campo
de acción revolucionario de Rosta-Wien cesó. La sección de
Prensa del Ministerio de Asuntos Exteriores en Viena sólo
tuvo atribuciones muy limitadas. Se me propuso seguir mi
actividad en Viena como corresponsal de prensa. Pensé que, en
la medida en que la apertura de relaciones diplomáticas venía
a cerrar la gloriosa época de la transmisión de noticias revolu-
cionarias a la que tanto me había entregado, era el momento
de dedicarme a mis estudios .. La indemnización del gobierno
soviético me daba un respaldo financiero modesto pero su-
ficiente.
Es interesante comparar lo que he contado de mi vida con
las inexactitudes que los «kremlinólogos» han escrito sobre
este período de mi existencia. Así, en un libro de 600 páginas
escrito en inglés por David Dallin y titulado Espionaje soviéti-
co -libro publicado también en alemán- se puede leer: «En
la época de los acontecimientos de la Comuna, Radó sólo tenía
19 años. Sin embargo, al emigrar a Moscú pronto fue consi-
derado como un "veterano" al que se debía un gran respeto;
se relacionaba con las más altas personalidades de la Interna-
cional Comunista y gozaba particularmente de la protección
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naba muy bien al pequeño grupo de revolucionarios, cuyos
miembros iban a jugar un gran papel en la futura República
soviética.
Además, en Molodetchno Lena se cayó y rompió el brazo.
Rakovski, que era médico, se lo entablilló en condiciones muy
precarias; el hueso se soldó mal y los cambios de temperatura
le recordaban a Lena el accidente. Por fin fueron puestos en
libertad. Pero apenas llegados a Moscú, Lena tuvo que reem-
prender el viaje hacia Alemania. Atravesando la línea del fren-
te, tenía que llevar a los comunistas alemanes un mensaje de
Lenin. Varias veces me describió la emotiva escena: a finales
de diciembre de 1918, en el Congreso de Fundación del Par-
tido Comunista Alemán, una endeble joven se presentó en la
tribuna presidencial y, descosiendo su abrigo raído, sacó un
pedazo de tela que contenía el mensaje de Lenin.
Las hermanas Jansen pronto iban a vivir tiempos agitados.
Gustel, haciéndose pasar por novia del célebre revolucionario
Karl Radek, obtenía y transmitía los mensajes de éste, encar-
celado en la prisión de Moabit. En cuanto a Lena, propagaba
las ideas bolcheviques en los campos donde los prisioneros ru-
sos esperaban ser repatriados. Su intérprete era un prisionero
llamado Pakomov .- Lena había logrado entrar en el campo ha-
ciéndose pasar por su esposa. Un buen día este campo fue
rodeado por la policía, todos los prisioneros fueron embar-
cados en Stettin y repatriados a Rusia. Ella, como supuesta
«Pakomova», también tuvo que hacer el viaje. Esto ocurría
en diciembre de 1920, justo en el momento en que se desen-
cadenaba en Kronstadt el motín contrarrevolucionario. Sin du-
darlo, Lena tomó las armas y, atravesando con los guardias
rojos el golfo de Finlandia helado, participó en el asalto a
Kronstadt. En mi vida he encontrado, incluso entre los hom-
bres, a nadie tan valiente como ella. Por ejemplo, en enero
de 1919, en los últimos días de la insurrección · spartakis ta,
cuando los insurgentes defendían su último punto de apoyo, el
edificio de las ediciones Vorwarts, ella fue, con el comunista
italiano Misiano, uno de los últimos en huir por los tejados
del inmueble, cubriendo su retirada con una ráfaga de balas.
A principios de 1921, intentó regresar, cuanto antes, a
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malo. Sólo citaré un ejemplo. La mejor amiga de Lena era la
esposa de Arthur Ewert (jefe del Partido Comunista Alemán
entre 1926 y 1928). Todos la llamábamos Sabe, diminutivo
de Saborovsky. A principios de los años treinta el Partido en-
vió a Ewert y a su mujer a Brasil, donde los dos fueron dete-
nidos en 1935. Ewert se volvió loco a raíz de las torturas su-
fridas en la prisión.
Hasta al cabo de veinte años no se le permitió regresar
a la R.D.A., donde murió, en 1958, con la razón absoluta-
mente trastornada. La suerte de Sabo fue, quizás, más terri-
ble. Las autoridades brasileñas la habían entregado al régimen
hitleriano. Los diarios publicaron el nombre del barco alemán
que debía conducirla al imperio fascista. Nos enteramos
de que, de acuerdo con el itinerario, el barco haría escala en
Dunquerque. Lena, que había pasado noches en blanco por causa
de Sabo, elaboró sobre esa base un plan para su salvación. Se
las arregló para establecer contacto con un ministro del Frente
Popular; si mal no recuerdo, se trataba del ministro de la
Juventud y los Deportes. Logró- convencerle de que fuese a
Dunquerque, que retuviese al barco alemán y ordenase regis-
trarlo. Así se hizo, pero no encontraron a Sabo: se comprobó
que había sido embarcada en el buque siguiente, que, alertado
por el registro de Dunquerque, no hizo escala en Francia. Sabe
desapareció en las cárceles fascistas, donde murió en 1941.
(Lena incluso se las había arreglado para escribirse con ella
bajo un nombre y dirección falsos.)
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sar al cabo de algunas horas los camiones cargados de sol-
dados.
Se acercaba el día fijado para la insurrección. El plan ge-
neral era el siguiente: el movimiento debía empezar simultá-
neamente en el norte -Hamburgo- y en Alemania central
-Leipzig y Halle-, con el asalto de los cuarteles de la Reich-
swehr. Después de haber ocupado estas tres grandes ciudades,
nuestras tropas avanzarían de forma concéntrica sobre Berlín.
También era fundamental crear en las montañas de Turingia
una línea de defensa contra Baviera, principal foco de la reac-
ción. Una insurrección armada en el oeste quedaba excluida por
el momento, pues el bastión industrial del Rhur estaba ocupa-
do por las tropas francesas.
Llegó por fin la noche del 22 al 23 de octubre de 1923,
víspera de la insurrección. Recibí las instrucciones del Comité
Revolucionario en un sobre sellado, que no debía abrir hasta
la llegada de un correo enviado desde Chemnitz (la actual
Karl-Marx-Stadt) donde se reunía el Congreso nacional de los
comités de fábrica. La decisión del Congreso debía dar la
señal de ataque. Pero los dirigentes no osaron dar el paso
decisivo y la dirección del Partido, que con Brandler y Thal-
heimer al frente se iba inclinando hacia la derecha, no quiso
lanzarse a la acción sin contar con una mayoría absoluta en el
Congreso.
A las doce y media de la noche el correo trajo la orden
de no desencadenar la insurrección. En aquel momento, en los
puntos clandestinos de concentración, los miembros de las
compañías proletarias esperaban a miles, con las -armas en la
mano, la señal de ataque. Tuve que llevar la noticia de puesto
en puesto y en lugar de mandar a mis hombres al combate, en-
viarlos a sus casas.
Aquella noche quedó en mi memoria como uno de mis
recuerdos más tristes. Para los obreros prestos al combate, la
noticia fue una ducha de agua fría; mis hombres dejaron es-
tallar su indignación y estuve a punto de ser agredido.
Pero el correo enviado a Hamburgo llegó tarde. Así em-
pezó, bajo la dirección de Ernst Thalmann, la célebre in-
surrección de Hamburgo, que, pese a sus éxitos iniciales, es-
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Cuando notaron nuestra «actitud de opos1c10n», la cólera na-
cional, reanimada por el recuerdo de la derrota, se volvió con-
tra nosotros. Y, si no hubiera sido por la ayuda de algunos
camareros que acudieron en nuestro socorro, el aniversario ha-
bría terminado mal para nosotros.
GEOGRAFÍA Y POLÍTICA
EN MOSCÚ Y BERLÍN
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jefe de la com1s10n de intercambio de pns10neros de guerra
había sido el primer representante de la Unión Soviética en
Berlín, se disparó una bala en la cabeza a raíz de aquello. En
este movimiento fue en el que se embarcó Kopilov. Más tarde
volví a encontrarle de nuevo en Moscú; nos cruzamos por
casualidad en un restaurante. Entonces era comisario del Pue-
blo de Economía o de Comercio, creo que en Crimea. Se que-
jaba de que la vida era monótona. ¡Qué diferente era en la
guerra civil. .. !
La mujer de Kopilov, Olga Mijailovna, cosaca de una rara
belleza, se habría dejado matar por su marido y permanecía
a su lado en todas las batallas. En 1922, cuando los diver-
sionistas armados por los polacos y conducidos por Bulak-
Balajovitch, penetraron en territorio soviético, Kopilov fue el
encargado de rechazarlos. Su mujer le acompañó y, durante la
batalla, se enfrentó a un oficial blanco que estaba a punto de
detenerla. Kopilov logró abatirlo en el último minuto, pero
éste, en su agonía, se aferró de tal modo a la pierna de la
mujer que tuvieron que cortarle los dedos para que soltase
la presa. Yo mismo vi las señales que le habían quedado y que
nunca desaparecerían.
En el verano de 1925 regresé a Berlín, porque había na-
cido mi hijo mayor, Imre. Su nombre se debía a mi amigo
Imre Sallai, una de las grandes figuras del movimiento comu-
nista húngaro, condenado a la horca por Horthy. En Berlín
trabajé como corresponsal de la agencia Tass, que acababa de
ser creada.
En otoño de 1925 volví a Moscú con Lena para trabajar
como colaborador y secretario en el Instituto de Economía
Mundial en la Academia comunista. El Instituto estaba diri-
gido por Fedor Rotstein, comisario adjunto de Asuntos Exte-
riores, hombre extraordinariamente culto, de miras muy am-
plias, que conocía perfectamente el movimiento obrero inglés,
sobre el que anteriormente había es~rito mucho. Cuando le
conocí, su barba empezaba a encanecer ya; tenía la barbita
característica de todos los viejos revolucionarios rusos. Rotstein
había sido durante algún tiempo embajador soviético en Irán.
Por él conocí a Raskolnikov, una de las figuras célebres de
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ma obra tres o cuatro veces. Un caso análogo nos ocurr10
con Mijoels, el célebre director de teatro judío. Anteriormen-
te, Lena había trabado amistad con una camarada, una judía
polaca, y había vivido en su casa. Pese a que Lena era, tanto
por línea paterna como materna, una pura protestante y «aria»,
aprendió con su amiga el yiddisch. De esta forma en el teatro
judío apreciaba, no sólo los decorados y la escenografía, sino
la interpretación misma. Por su parte Mijoels tomaba muy en
cuenta las opiniones de Lena. Este hombre tan feo resplan-
decía cuando empezaba a hablar de teatro, de la puesta en es-
cena, de sus actores o de la literatura judía. También él fue
víctima del furor del culto a la personalidad staliniana.
A fines de 1926, la agencia Tass me envió a Berlín para
organizar la filial extranjera de la «Press-Cliche», sección foto-
gráfica de la Tass. La agencia se dio a conocer rápidamente
entre la prensa alemana. Este trabajo no me satisfacía del todo,
de modo que, cuando pude dejarlo en manos competentes, vol-
ví a mi trabajo científico. Mucho más cuando después de 1924,
en que la Unión Soviética fue oficialmente reconocida y em-
pezó la era de la edificación pacífica, consideré que no me
convenía continuar ya más mi carrera como funcionario o mi-
litante subvencionado por el Partido. Pero no todo el mundo
era de mi misma opinión. Así cuando, hacia junio de 1924,
fui trasladado del Partido Comunista Alemán, más ·exactamen-
te del húngaro, al de la Unión Soviética, Mátyás Rákosi ma-
nifestó su desaprobación a Mickevicius Kapsukas, el comunista
lituano que controlaba los traslados, diciendo que no me con-
sideraba comunista al cien por cien, ya que no era un revo-
lucionario de oficio. También Béla Kun, cada vez que coincidía-
mos en Moscú, me preguntaba con ironía: «¿Qué, todavía
eres un buen nadador?» Lo que quería decir que todavía no
estaba dedicado a un empleo designado por el Partido, sino
que vivía de mi trabajo científico. Sólo tenían en la cabeza
la imagen del revolucionario leninista que, en períodos de
clandestinidad, pone todo su trabajo y posibilidades a la dis-
posición del Partido que, por ello, le remunera. Pero no pien-
·so que Lenin estimase que todo comunista debía ser funcio-
nario del Partido o revolucionario de profesión. Recuerdo muy
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bien el caso de Krassin que, después de la derrota de la revo-
lución de 1905, había trabajado en Berlín como uno de los
principales ingenieros de la AEG, lo que no le había impe-
dido seguir en relación con el Partido.
En mis trabajos geográficos y cartográficos, la Unión So-
viética ocupaba el primer lugar. Fui el primero en utilizar esa
abreviatura -Unión Soviética- en lugar de la denominación
oficial. Había introducido en los grandes atlas alemanes (Stie-
ler, Andree, Meyer), que entonces eran los más conocidos del
mundo, en las páginas reservadas a la U.R.S.S., la terminolo-
gía de la geografía política soviética. Bajo los mismos princi-
pios redacté en la Gran Enciclopedia Meyer las rúbricas rela-
tivas a la Unión Soviética.
Otra rama de mi trabajo científico estaba orientada a la
geografía del movimiento obrero y su representación cartográ-
fica marxista. En 1929 apareció mi primer atlas de este tipo,
el Arbeiter-Atlas, que representaba la época del imperialismo
con un prefacio de mi antiguo director Fedor Rotstein. Des-
pués de la edición alemana, el atlas fue publicado en japonés.
Diez años más tarde, el gran editor londinense Gollancz lo
publicó en inglés bajo una nueva fórmula: «Atlas of toda y
and tomorrow» (Atlas de hoy y de mañana). Como ya he
dicho antes, estaba en relación, desde mi estancia en Moscú,
con Nikolai N. Baransky, el corifeo de la geografía económica
soviética. Estuve ligado a Baransky por estrechos vínculos hasta
su muerte (falleció en 1963 ); en los momentos más difíciles
de mi vida me respaldó como un verdadero amigo.
Colaboré con los geógrafos y cartógrafos soviéticos en el
Gran Atlas Mundial Soviético, redactando el volumen de paí-
ses extranjeros. La Segunda Guerra Mundial impidió la apari-
ción de este volumen; de todos modos mi trabajo fortaleció
las relaciones que aún hoy mantengo con mis colegas sovié-
ticos.
Por esta época establecí relaciones -únicamente por co-
rrespondencia- con un personaje interesante: Nikolai Moro-
zov, una de las figuras más interesantes de la intelectualidad
revolucionaria. Había tomado parte en 1881 en el complot de
la Narodnaia Volia para asesinar al zar Alejandro II y había
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estado encarcelado durante 25 años en la fortaleza de Pedro-
Pablo, de donde fue liberado por la Revolución de 1905·. Mo-
rozov llamó mi atención por las razones siguientes: en aquella
época la Sociedad de Naciones publicaba cada año una biblio-
grafía conteniendo el índice de libros aparecidos en el año en
curso en los diferentes países miembros y considerados como
interesantes por los gobiernos en cuestión. La Unión Soviética
aún no era miembro de la Sociedad de Naciones y la lista de
libros soviéticos era elaborada por Rubakin, un bibliógrafo
ruso emigrado en 1905, que vivía en Lausana y gozaba de
una reputación mundial. Los libros seleccionados eran expues-
tos luego en la Preussische Staatsbibliothek de Berlín, como
obras más interesantes del año. En 1927, al visitar por vez
primera esta exposición, me picaba la curiosidad saber qué
libros, entre los publicados en la Unión Soviética, habían sido
considerados mejores. Dos libros estaban expuestos: las Memo-
rias de Krupskaia sobre Lenin, y el primero de los siete vo-
lúmenes de una obra muy controvertida, el Cristo de Mo-
rozov. En esta obra Morozov intentaba verificar los datos de
la Biblia y de la literatura greco-romana sirviéndose de la as-
tronomía, la geología, la geografía física y la lingüística com-
parada. Una gran discusión se había desatado en las páginas
de Pravda entre el comisario del pueblo para la Instrucción
Pública, Lunatcharsky, que estaba por Morozov, y los profe-
sores de historia que estaban contra él. Habiendo descubierto
la obra así, me puse a estudiarla minuciosamente y a verifi-
carla en la medida de lo posible consultando a los especialistas
alemanes. Yo apoyaba a Morozov y me propuse que su obra
fuese traducida al alemán. Desafortunadamente las vicisitudes
de mi vida me lo impidieron, pero nunca renuncié a la reali-
zación de ese proyecto. Morozov murió en 1946 a la edad de
noventa y seis años; era miembro de honor de la Academia
Soviética de Ciencias.
En otoño de 1927 (había viajado a Moscú para discutir
una nueva edición de mi guía) regresé a Berlín en un pe-
queño monomotor de la compañía germano-soviética Deruluft.
No había más que un pasajero, M. W ronsky, director general
de la compañía alemana Lufthansa. Apenas habíamos despe-
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Comité Central. Allí conocí a varios artistas que trabajaban
para el Partido. Entre ellos estaba John Heartfield que, al
usar por vez primera el montaje fotográfico, conocería más
tarde renombre mundial. Una increíble voluntad, una firmeza
inigualable y dotes artísticas extraordinarias se escondían en
ese hombre de pequeña talla, con mirada viva y lleno de tem-
peramento, al que me ligó una gran amistad hasta su muerte
en 1969. A través de él conocimos al joven pintor Alexander
Ek que trabajaba como dibujante bajo el seudónimo «Keil»,
así como a Boris Angelonchev, el artista búlgaro muy conocido
por sus carteles electorales del Partido Comunista. Sobrevivió
al nazismo y murió hace unos años en Sofía.
En Berlín frecuentaba también los medios literarios. Las
obras de Leo Lanía, mi .antiguo colaborador, eran represen-
tadas por un montaje de Piscator. A estos medios pertenecía
igualmente el célebre escritor revolucionario Ernst Toller,
así como Ernest Hemingway, que entonces residía en Berlín
(su suegro Gellhorn, uno de los arquitectos de la Bauhaus de
Dessau, diseñó la mesa de despacho sobre la que escribo estas
líneas).
Lena trabajaba en el edificio del Partido Comunista, la
Karl Liebknecht Haus. A raíz de las persecuciones que se
realizaron contra el Comité Central, ella tuvo que esconderse
disimulando su verdadera identidad. Sin embargo, en una
ocasión un joven librero que había sido detenido la traicionó,
revelando su nombre. Lena fue citada para un careo en la
cárcel de Moabit donde el librero estaba detenido. Kurt Ro-
senberg -del que Lena había sido secretaria cuando aún era
Ministro de Justicia de Prusia-, que era nuestro abogado,
nos acompañó. En un pequeño café cerca de la prisión discu-
timos la actitud que Lena debía adoptar. No nos pusimos de
acuerdo y Lena decidió dejarse llevar por su intuición. Entró
en la cárcel y la llevaron ante el muchacho. Antes de que
pudiese pronunciar una palabra, Lena se acercó a él con paso
decidido y le apostrofó: «¿Quién es usted? ¡No le conozco!»
El chico no se atrevió a decir lo contrario y el encuentro ter-
minó. Pero a raíz de este asunto registraron nuestra casa. Los
policías me presentaron una declaración de la R.G.O. (Revo-
CARTOGRAFÍA AÉREA
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pasajero atravesaba el cristal y, « ¡no tenemos más cristales!».
Un viaje Estocolmo-Helsinki, hecho a bordo de un avión si-
milar, también se grabó en mi memoria. El golfo de Botnia,
con sus miles de islotes rocosos abrazados por los rayos del
sol poniente, ofrecía un espectáculo inolvidable. En segundo
plano, el mar de un verde oscuro. La placa conmemorativa
soldada al avión decía que este aparato era con el que el piloto
sueco Lundgist había salvado a los miembros de la expedi-
ción Nobile en el Océano Glacial. Tuve ocasión de encon-
trarme con Nobile varias veces. La primera en 1926 en el
aeropuerto de Gatchina, cerca de Leningrado, cuando se pre-
paraba para .atravesar el Polo Norte a bordo de su gran aero-
nave. Como corresponsal en Moscú del diario berlinés Welt
am abend, Lena había entrevistado a Nobile antes del despegue.
Más tarde volví a encontrar el nombre de Nobile en la estación
de Génova donde una multitud inmensa esperaba, no al verda-
dero Nobile, sino al radiotelegrafista de la expedición que se
había comportado de manera muy heroica. En 1935, final-
mente, en la Central de Correos de Moscú, encontré a un No-
bile viejo, abatido; expulsado de su país después de una expe-
dición sin éxito, sólo había podido encontrar asilo en la Unión
Soviética.
Mi viaje más peligroso fue el que me condujo de Turquía
a Italia, pasando por Grecia. Nuestro aparato, un hidroavión
bimotor Dornier en el que se entraba por el techo, como en
un barco, iba de Atenas hacia el puerto de Patr.as. Al aterri-
zar fuimos salpicados por las olas que habíamos levantado, de
modo que cuando fuimos a despegar cerramos tan bien como
pudimos la puerta exterior del hidroavión, pese a las enérgicas
protestas de uno de los viajeros. Nos contó que, como fun-
cionario del ministerio de Asuntos Exteriores italiano, había
sido encargado por el rey de Italia de llevar a Grecia un ramo
de palma de los juegos de Siracusa p.ara los juegos de Delfos.
Y ahora traía de Delfos, en nombre del Presidente de la Repú-
blica, Venizelos, una rama de laurel para los juegos de Sira-
cusa. Había hecho el viaje de ida en un .avión del mismo tipo
cuyo motor se había incendiado. Si no hubiese podido abrir
a tiempo la trampilla superior, se habría quemado vivo. Exigía
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bido orden de dar un rodeo y acercarse a la isla para recoger
a los «náufragos» del avión. Los pescadores afirmaban preo-
cupados que nadie recordaba que ningún barco grande hu-
biese podido acercarse a la isla, cuyas aguas estaban erizadas
de acantilados. Pero teníamos confianza en la habilidad del
capitán griego. A las dos de la mañana fuimos despertados
por los pescadores que gritaban: «¡Pronto, a las barcas! ¡El
barco está en la playa, ha chocado con una roca y va a hun-
dirse!» El barco de vapor con, por lo menos, ochenta años
de navegación a sus espaldas -los alemanes lo habían rega-
lado a los griegos al final de la guerra a título de repara-
ción-, había chocado con las primeras rocas y hacía agua.
Sobre el puente se desarrollaba una escena digna de las me-
jores películas. En lo alto de la escalera de cuerda que habían
lanzado se erguía un inglés que, revólver en mano, repetía
incansablemente: «Ladies and children first!» Como yo hablaba
alemán me encargaron de un alemán que, sembrando el pánico,
corría de acá para allá en camisa de dormir, apretando bajo el
brazo una especie de caja y gritando desesperadamente: « ¡Sal-
vadme, salvadme!» A costa de grandes riesgos y esfuerzos logré
convencerle de que, como el barco se hundía lentamente, dis-
ponía aún de doce horas, por lo menos. Se rehízo un poco y me
contó la razón tragicómica de su presencia. Era dentista en
Falkenstein in Vogtland, una pequeña ciudad de los Montes
Metálicos en Sajonia, y secretario de la sociedad entomológica
de la ciudad. Había ido a pasar sus vacaciones a la lejana Italia
del Sur para cazar insectos exóticos y desconocidos. Llegado
a Brindisi, y armado de su manga verde, había salido a las
afueras de la ciudad a cazar mariposas. Sin darse cuenta se
había acercado a la fortaleza. Su presencia fue rápidamente
notada y, como sus manejos en las cercanías de una fortificación
militar parecieron sospechosos, se le detuvo. Pese a sus pro-
testas fue metido en la cárcel y acusado de espionaje. Le
expulsaron de Italia al día siguiente, haciéndole subir en el
primer barco que salía de Brindisi, en el que nos cono-
cimos. La caja contenía una preciosa colección de insectos.
Con todo esto, al unirse los náufragos del barco a los del
avión, la población total de la isla se hizo apreciable. Según
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saludar a mi compañero de viaJe, y que los soldados que se
encontraban a la salida del aeropuerto presentaban armas.
Pregunté quién era aquel señor, y me respondieron: «¡Alber-
to I, rey de los belgas! »
También tuve una curiosa aventura en Albania a dónde
llegué en hidroavión, procedente de Brindisi. Una fuerte tem-
pestad nos impidió aterrizar en Valona y tuvimos que esperar
el fin de la tempestad en una laguna cercana a la costa. Apenas
nos habíamos posado sin complicaciones en la tranquila su-
perficie de la laguna, cuando los habitantes de los pueblos
cercanos, venidos a nuestro encuentro sobre troncos de árbol
ahuecados, rodearon el avión. Resulta difícil imaginar un con-
traste más sorprendente en el terreno de los transportes: al
lado del avión, moderno medio de comunicación del siglo xx,
canoas talladas en troncos de árbol según una técnica de hace
varios milenios de antigüedad. El Hotel de Valona me produjo
una extraña impresión; estaba adornado con un gran cuadro
de Mussolini y otro, más pequeño, con la foto de Ahmed
Zogu, rey de Albania. Estos dos cuadros testimoniaban bien
cual era la correlación de fuerzas de este estado fantoche. La
ciudad estaba desierta; sólo veíamos a algunos viandantes
que deambulaban ociosamente. El hotelero me explicó que a
principios de mayo era la época de las epidemias de malaria,
y que los habitantes abandonaban la ciudad para refugiarse
en las montañas cercanas.
Al día siguiente en el rudimentario aeropuerto quedé sor-
prendido al observar como subían al avión italiano ciertas
personas que trepaban a la bodega de equipajes, y que allí
se tendían en el suelo apretados como sardinas. Eran miembros
de la aristocracia albanesa que, a causa de la ley del Talión,
no se atrevían a aventurarse por los caminos de la montaña
donde les acechaban sus enemigos. Encontraban más seguro
viajar en el avión y, al estar ya alquiladas las cuatro plazas
del pequeño avión, no les quedaba otra solución que la bodega
de equipajes. A lo largo del viaje el tiempo se estropeó, en
vano el avión intentó perforar la espesa muralla de nubes y por
fin dio media vuelta. Uno de los pasajeros· quería llegar de
cualquier forma .ª Tirana. Como representante del Trust Shell,
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En los años veinte, en los albores de la aviación, cuando
los aparatos no disponían ni de radío, el único medio de orien-
tación eran los nombres de los pueblos escritos con letras enor-
mes en lo alto de los gasómetros de las afueras del pueblo,
sobre el techo de una casa o en la iglesia. Recuerdo un viaje
en que, volando de Moscú a Berlín, nos despistamos sobre
los bosques de Lituania. No nos quedó otra solución que volar
a ras de suelo y seguir la vía del ferrocarril hasta que pudimos
leer el nombre de la estación siguiente.
Otras de mis aventuras memorables sucedió cuando tenía
que ir de Viena a Venecia, pero el avión de Venecia se había
estrellado y tenía que esperar la llegada de un pequeño Junkers
de cuatro plazas, modelo popular de la época. Probablemente
por las noticias de la prensa, al aterrizar el avión en Graz,
una mujer de edad, la madre del piloto, nos esperaba. Se puso
a abrazar ardorosamente a su hijo: entonces me enteré de
que nuestro piloto era el conductor del avión accidentado unos
días atrás. El aparato se estrelló en el lago Woerth y el piloto
pudo alcanzar la orilla a nado al igual que su único pasajero,
el conocido autor austríaco Mirko Jelusich. La mujer ocupó
una plaza en el avión y nos acompañó hasta Klagenfurt. Re-
sulta extraño ver a esa vieja mujer mirar al suelo sin ningún
temor y oírla enumerar el nombre de todos los pueblos que
se extendían por los valles de los Alpes según los íbamos
sobrevolando. Estábamos sobre· el lago Woerth cuando el apara-
to empezó a perder altura; tuve la impresión de que íbamos a
correr la misma suerte que el avión precedente, pero el piloto,
golpeando sobre el vidrio, me indicó que mirase: a través del
agua límpida, de un azul verdoso, se podía ver el avión acci-
dentado, hundido en el fondo del lago.
Una última anécdota sobre mis viajes aéreos. En 1928 iba
de Berlín a Rotterdam. Al dirigirme del aeropuerto a la ciudad,
el texto de unos grandes anuncios me llamó la atención: « ¡Ha-
bitantes de Rotterdam, una amenaza se cierne sobre nuestra
ciudad! ¡Un barco procedente de las Indias nos ha traído la
peste asiática!» Seguía toda una serie de prescripciones mé-
dicas y sanitarias. Nada preocupado por ello me dediqué a mis
ocupaciones y pasé el domingo en la playa de Hoek van Hol-
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LOS HITLERIANOS EN EL PODER
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a detenernos de un momento a otro. Nos instalamos en casa
de Gustel, hermana de Lena, cuyo marido, el director de orques-
ta Hermann Scherchen, estaba entonces de gira. Estuvimos
en ella dos días, hasta que una noche sonó el timbre. En la
puerta se encontraba un soldado con uniforme de las S.A. Pen-
samos que habían localizado nuestra pista; se aclaró que el bra-
vo nazi era el galán de la sirvienta y venía a buscarla para un
paseo nocturno. Después de aquello no permanecimos más en
casa de Gustel. Fuimos a Leipzig donde, al haberse inaugu-
rado la Feria Internacional, los nazis no se entregaban aún a
sus excesos.
Los comunistas se daban plena cuenta de que la lucha
cruel de las fuerzas reaccionarias más agresivas contra las orga-
nizaciones revolucionarias progresistas de Europa había comen-
zado. El sentido del deber y nuestra conciencia nos ordena-
ban, a mi mujer y a mí, ponernos de nuevo en primera línea.
Teníamos una sola posibilidad de luchar abiertamente contra
el nazismo: huir de Alemania y fundar, donde todavía fuese
posible, un periódico político activo o una agencia de prensa.
Mezclados con la inmensa masa de comerciantes que regre-
saban, después de la Feria de Leipzig, logramos tomar un tren
especial para Bélgica. Después de una noche terrible e intermi-
nable, llegamos a Aquisgrán, última estación alemana. Nuestros
pasaportes estaban en orden, incluso habíamos obtenido un
visado francés, pero los nazis, que disponían ya de todos los
poderes, retenían a quién les parecía bien, y con mayor razón
a las personas sospechosas de ser comunistas. Después de
una breve espera el tren se puso en marcha, sin haberse dado
ninguna señal de control de pasaportes ni de la aduana. Éste
se realizaría, pensamos nosotros, entre Aquisgrán y la frontera
belga. Pero el tren tomaba cada vez mayor velocidad. Atravesó
una estación a plena marcha: Herbestal. ¡Ya estábamos en
Bélgica! Estábamos salvados. La gran confusión que había se-
guido a la llegada al poder de los nazis se había manifestado
en esta ocasión. El aparato administrativo alemán, pese a su
reputación por su precisa organización, había dejado simple-
i:nente de funcionar.
Así empezó una nueva emigración, esta vez también para
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Paume, donde -como es sabido- había comenzado en 1789
la gran Revolución francesa, a raíz del juramento del mismo
nombre. El Pabellón había sido convertido en museo y cuando
Kisch recibía visitas se apresuraba a llevarlas a él. Conocía
cada objeto expuesto y su historia. El guardián del museo, un
antiguo combatiente, observaba con desconfianza las activida-
des de Kisch que, siempre lleno de fantasía, comentaba graba-
dos, uniformes y documentos. Un día, no aguantándose más,
al ver el éxito de Kisch entre la «concurrencia», le exigió que
compartiese con él las «grandes propinas» que sin duda debían
darle los turistas. ¡Se indignó grandemente al saber que su rival
distribuía gratis su saber! La amistad que me ligaba a Kisch
me incitó, en ocasión de sus aventuras australianas, a acompa-
ñar a su mujer Gisele a Londres. Kisck había marchado a
Australia para participar en una campaña antiimperialista. Pese
a tener su visado en regla, se le prohibió poner pie en suelo
australiano porque era comunista, e intentaron devolverle a
Europa con el mismo barco. Sin embargo, en el puerto de Mel-
bourne, Kisch saltó desde el puente del barco -de varios me-
tros de altura- al muelle, se rompió una pierna y así obtuvo el
permiso de estancia en Australia. La campaña antiimperialista
que había venido a apoyar adquirió, a raíz de este acto de
temeridad, un empuje considerable. Los meses pasaban y Gise-
le estaba cada vez más inquieta por su marido, internado en un
hospital. Fuimos, pues, a ver a Mr. Bruce, entonces Alto Comi-
sario de Australia en Londres y más tarde el Primer Ministro.
A la puerta de su imponente palacio fuimos recibidos poco
amablemente y se nos impidió entrar en casa de Su Excelencia,
el Alto Comisario. Pero apenas pronunciamos el nombre de
Kisch, que estaba desde hacía meses en primera página de los
periódicos australianos y por el que ya en el Parlamento inglés
se había mostrado atención, las puertas nos fueron abiertas.
Mr. Bruce nos recibió con mucha cortesía y tranquilizó a Gisele
diciendo que su país esperaba impacientemente poder sacarse
de encima a Kisch y que sería enviado a Europa en cuanto
fuese posible. Así ocurrió.
En París, en ese ambiente de libertad cívica tan tradicional
en Francia, logramos fundar la agencia Inpress. Fue Kurt Ro-
1936-1941
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tas formalidades, contratar colaboradores, abrir una cuenta en
el banco para la sociedad anónima y empezar a buscar abona-
dos. Todas estas tareas correspondían al director y redactor
de la futura agencia Geopress, es decir, a mí.
Como ya he mencionado, los otros dos socios eran suizos,
pero yo poseía la mayoría de las acciones (98 % ) y pronto
tuve que hacer yo solo todo el trabajo.
Por razones de dandestinidad no busqué otro local para
la Geopress. Desde el punto de vista del trabajo era también
ventajoso que mi oficina estuviese situada ~cerca de la Sociedad
de Naciones. Así pues, todo respondía a las exigencias.
El trabajo se efectuaba en la única pieza de que disponía-
mos ·al efecto. Allí dibujaba los planos que rápidamente eran
enviados a la imprenta para la preparación de los clisés; allí
redactaba los textos de acompañamiento en inglés, francés e
italiano. Sólo tenía dos colaboradores: el dibujante y mi espo-
sa. Lena escribía a máquina y se ocupaba de las cuestiones
financieras. De vez en cuando una funcionaria de la Sociedad
de Naciones venía a hacer la contabilidad.
Entre cuatro llegábamos a hacer todo el trabajo. No era
necesario aumentar el número de colaboradores y esto nos per-
mitía hacer economías.
A fines de julio de 1936 los preparativos para la apertura
de la oficina estaban terminados, y en agost0 1ma nueva agen-
cia suiza de prensa, la Geopress, era fundada.
La empresa se desarrolló rápidamente y pronto fue cono-
cida en todo el mundo. En aquella época era la única organi-
zación de su género: publicaba mapas de actualidad que mos-
traban gráficamente los acontecimientos políticos y económicos
mundiales, así como los cambios geográficos naturales. Más
tarde edité un atlas en color titulado «Atlas Permanente». El
capital invertido en el negocio pronto fue amortizado y la
empresa empezó a dar beneficios. Nuestros mapas eran muy
solicitados. Los abonados permanentes de la Geopress eran
periódicos, bibliotecas del mundo entero, institutos universi-
tarios de geografía, diversos servicios oficiales, ministerios,
estados mayores, embajadas; el ex emperador de Alemania,
Guillermo II, también formaba parte de nuestros abonados.
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EL CENTRO DEL MUNDO
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Un hecho significativo: en los años treinta, los bancos de
este país de cuatro millones de habitantes habían abierto ocho
millones de cuentas bancarias.
Uno de mis amigos, abogado bien informado, me contó que
en los bancos suizos se guardaban, entre otras, las fortunas
de la familia real italiana, del shah de Persia y del presiden-
te de China Tchang-Kai-Chek. Después de la Segunda Guerra,
el mundo entero supo que los principales prohombres del im-
perio nazi guardaban también en Suiza las fortunas que habían
amasado con sus pillajes.
Hecho sorprendente: mientras que los ginebrinos se con-
formaban con el francés vulgarizado, lengua oficial en el can-
tón de Ginebra, los suizos alemanes se esforzaban en que sus
hijos .aprendiesen francés clásico. Las familias acomodadas en-
viaban a sus hijos a los colegios de Ginebra o Lausanne, porque
en estas ciudades es donde se habla un francés más puro, la
lengua de Rousseau y Voltaire. Cuando, después de nuestra
llegada a Ginebra, mis hijos fueron por vez primera a la
escuela, regresaron llorosos: sus compañeros se habían reído
de ellos a causa de su «mala pronunciación», con el acento de
París.
Capital del cantón de su mismo nombre, Ginebra es un
estado autónomo, confederado a veintidós cantones suizos si-
milares. Desde hacía años era conocido por sus ideas liberales.
Si no formó parte de Suiza hasta el siglo XIX fue debido a que
los cantones católicos reaccionarios se oponían a su adhesión.
La constitución del estado independiente de Ginebra, redactada
a mediados del siglo xvm, era el prototipo de ley fundamental
de una democracia burguesa. Los progresistas del mundo entero
venían a Ginebra. En esta ciudad se refugiaron los emigrados
-revolucionarios o protestantes- perseguidos por los gobier-
nos católicos de Francia, España y el Imperio de los Habsburgo.
En el centro de Ginebra un monumento simboliza que la ciu-
dad da asilo a todos los que buscan refugio por causa de sus
ideas políticas o religiosas. En Ginebra la escolaridad obliga-
toria fue instituida en el siglo xvn y una ley prohibía la en-
señanza religiosa en las escuelas. Los sacerdotes no podían
poner los pies en un establecimiento escolar. Era en la familia
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pas y manuales sobre las líneas de comunicac1on aérea, y se
me tenía por un especialista en la cuestión. Ya había viajado
en aviones de compañías italianas sobre Grecia, Turquía, el
mar Egeo en el Dodecaneso ( que entonces era colonia italia-
na) y sobre Túnez. La casa Fiat me había invitado a su pri-
mer vuelo Turín-Londres. En Roma había conocido a Teruzzi,
general de las fuerzas aéreas y secretario de Estado en el
Ministerio de Aviación. Me había invitado a una recepción
dada por Mussolini, entonces también ministro de Aviación.
(Pude darme cuenta de hasta qué punto este hombre estaba
pagado de sí mismo, aunque ya lo había notado un poco du-
rante un viaje anterior a Roma.) Me había instalado en una
de las pensiones de Piazza Esedra, la gran plaza semicircular
cercana a la Stazione Termini. Por la mañana, al mirar por
la ventana que daba a la plaza, había sido testigo de un extra-
ño espectáculo. Una multitud de jóvenes con camisa negra
desfilaba por la plaza. Era el 21 de abril, aniversario de la
fundación legendaria de Roma y ese día los miembros de
la Balilla (organización de niños fascistas) al entrar en la ado-
lescencia se integraban en la GIL (Giovani Italiane), el movi-
miento de jóvenes fascistas. Miré con curiosidad el desarrollo
de la ceremonia. Mussolini subió a un estrado elevado en me-
dio de la plaza y en un escenario, que bien podríamos calificar
de teatral, empezó un diálogo entre el Duce y la juventud fas-
cista, aproximadamente en estos términos: Duce: ¿ Quién es
vuestro jefe? - La multitud a coro: ¡Il Duce! ¡Duce! -
Duce: ¿ Quién os llevará a la victoria? - La multitud a coro:
¡Il Duce! ¡Duce! Y el diálogo seguía por el estilo. Era la
expresión de ese invisible culto a la personalidad que se en-
contraba en cualquier lugar de Italia. En cualquier lugar, vale
decirlo, el que viajaba, por ejemplo, en coche, podía leer a
casi cada kilómetro declar.aciones del tipo: «¡Si avanzo, sígue-
me! ¡Si retrocedo, mátame!».
Veamos otro ejemplo de esta alucinante idolatría de sí mis-
mo. Me paseaba por la calle principal de La Spezia cuando,
haciéndome una señal desde la puerta, el propietario de un
restaurante me invitó a entrar. Aún no era· mediodía y le res-
pondí que volvería más tarde. «No olvide, señor, que la radio
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director de la compama aérea era a la vez uno de los secre-
tarios del partido. Y como ya no podía dar marcha atrás, des-
pués de verificar mis papeles me dejaron entrar. En la sala
de espera, ya había varias personas. El hombre de barba ne-
gra que estaba sentado a mi lado se presentó cortésmente:
«Soy el secretario de la provincia de Ferrara. Y usted, ¿qué
provincia representa?» ¡Me tomaban por un secretario fascis-
ta, y, para colmo, secretario de toda una provincia! Mantuve
la situación como pude, pero estaba sobre ascuas. Por fin pude
entrar a ver al secretario del Partido. Le presenté la carta de
recomendación del conde y la carta del secretario de Estado,
del Ministerio de Aviación, pero fui acogido muy fríamente.
Al principio no comprendí la razón, después mis ojos se po-
saron en un sobre puesto encima de su mesa y dirigido alta
Vostra Eccelenza (A Su Excelencia). Me di cuenta al momento
del error que había cometido llamándole simplemente signar
direttore (señor director). No era demasiado tarde para en-
mendarlo y me apresuré a llamarle Su Excelencia. Cinco mi-
nutos más tarde ya había conseguido mi billete de avión.
De esta forma me sentí seguro en mis visitas a ciertos pues-
tos militares. Tres barcos de guerra italianos estaban anclados
en La Spezia, y el embarque de soldados y armas estaba en
curso. Paseándome por ..la orilla observaba el movimiento en la
bahía; los barcos de recreo pasaban ante mí y al fondo se
dibujaba la silueta de los barcos de guerra. Un joven barbu-
do, pescador italiano que sin duda había notado que yo era
extranjero se acercó y me propuso subir a su barca. Esta pro-
posición venía muy a propósito y la acepté.
-¿ Qué son aquellos barcos? -pregunté al joven cuando
cogió los remos-. ¿Podemos ir a verlos más de cerca?
-¿Aquéllos? Son dos torpederos cañoneros y un crucero.
Es el segundo día que están aquí. ¡Que el diablo le_s lleve!
Organizan tal ajetreo con sus hélices que asustan a los peces.
Usted señor, debe ser portugués o brasileño.
-¿Por qué lo cree así? -le dije sorprendido.
-Lo parece -dijo el mocetón-. Su acento es como el
de los portugueses.
No le respondí, dejándole creer que era portugués. Ya es-
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negra», pero sus juramentos lanzados con un inimitable acen-
to bávaro revelaron pronto que se trataba de un «gran aliado
de Italia», un alemán nazi. Este señor, poco satisfecho del
servicio y de la comida, lanzaba platos y botellas de cerveza
al camarero que se inclinaba tembloroso. Pregunté qué ocurría
y por qué se toleraba aquello. ¿Por qué no ponían en la puer-
ta a aquel alemán que se comportaba de forma tan escan-
dalosa?
-¡Ni pensarlo, señor! -fue la respuesta-. ¡Es el chó-
fer personal de Hitler, que está de paso· por aquí!
Éste era el «suplemento gratuito» a la relación aliada que
existía entre Alemania e Italia.
En París comuniqué los informes recogidos en Italia a
Kolia, con quien mantenía contacto desde hacía unos seis
meses.
PAKBO
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había instalado en Berna y se ocupaba de Insa, el órgano so-
cialista militante.
Pünter me .agradó. Me dio la impresión de un hombre culto
y de espíritu abierto. Nuestros puntos de vista concordaban
en muchas cosas.
Kolia casi no participó en la conversación. Comía y bebía,
de vez en cuando pronunciaba alguna palabra por cortesía,
después se callaba de nuevo. Pero seguía nuestra conversación
con atención y, al cabo de un cierto tiempo, abordó la cues-
tión principal.
-Debemos fijar un próximo encuentro -dijo-. Usted,
Otto, depende desde ahora de Alberto (me había presentado
con este seudónimo). Las tareas que le confiará serán órdenes
del Centro.
Kolia se levantó el primero. Yo sabía que iba directa-
mente a la estación a coger su tren para París.
Después de su marcha convinimos encontrarnos en los
próximos días. Regresé a Ginebra en el último tren. Desde
aquel día dirigí la red de información soviética en Suiza.
No volví a ver a Kolia. Dos semanas después de nuestro
último encuentro me dirigió una tarjeta desde Moscú con sus
mejores deseos con ocasión del l.º de mayo.
Estábamos en 1938. Entonces es cuando encontré a Pünter
por vez primera, y no en junio de 1940 como él afirma en
sus memorias,1 probablemente no sin razones.
Y o pensaba que era mejor no encontrarnos en Ginebra.
Prefería que Pakbo no supiese, por el momento, donde vivía.
En Berna él era muy conocido y estaba vigilado. Era pues
mejor escoger otro lugar, algún sitio a medio camino entre
Ginebra y Berna. Por ejemplo, en la estación de Chexbres. En
cada encuentro quedaríamos de acuerdo para el siguiente. De
momento sólo era cuestión de vernos una o dos veces por se-
mana. Aún no había decidido cómo mantendríamos contacto
en el futuro.
El día convenido nos encontramos en la pequeña estación
de Chexbres. Dejando la estación, paseamos lentamente bajo
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intereses de Suiza, cosa que nunca he hecho ni tengo inten-
ción de hacer. Por otra parte, el hecho de ser miembro de
honor del partido socialista me sigue ofreciendo una cierta
seguridad. Como usted sabe, nuestro partido tiene un gran
peso en el país. En todo caso -Pakbo me sonrió- le pro-
meto ser extremadamente prudente.
-Está bien, Otto, no hablemos más de ello. Vamos a lo
nuestro. Dígame en principio cómo trabaja Gabel y quién es
exactamente.
-¿ Quién es? -repitió Pakbo reflexionando un instan- .
te-. Para nosotros es un hombre muy útil y absolutamente
seguro. Es cónsul y representa los intereses de la República
española en Yugoslavia, cerca de la frontera, en el puerto de
Susak. Tiene un amigo que es delegado oficial yugoslavo para
el gobierno de Franco y, a través de él, Gabel recibe informa-
ciones sobre Italia y España.
Estábamos lejos de la estación y no había ni un alma.
-La primera impresión que tuve de Gabel se confirmó
en nuestro segundo encuentro -continuó Pakbo- y es que
su preparación política es insuficiente. No es capaz de una
apreciación de principios. Es antifascista, pero su opinión se
basa más en los sentimientos que en la razón. Odia simple-
mente a los camisas negras italianos más que a los nazis ale-
manes. Es de un temperamento extraordinariamente fogoso
y de un humor cambiante, lo cual es un gran defecto en
nuestro trabajo. Yo intenté influirle. Una posible traición de
su parte me parece que queda excluida. Es franco y honesto.
-¿Cuándo se encuentran?
-A finales de mes, en un pueblo suizo cercano a la fron-
tera italiana.
Le pedí que me dijese cómo mantenían el contacto. Com-
probé que la transmisión de informaciones sufría un gran re-
traso. Gabel venía a Suiza pasando por Italia porque Pakbo
no quería rendirle visita en Susak. Como ciudadano suizo no
tenía necesidad de visado italiano pero era bastante arriesga-
do para un periodista antifascista introducirse en ese país.
Gabel, que disponía de pasaporte diplomático, recibía fácil-
mente un visado italiano de tránsito para viajar a Suiza sin
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gares rumores. ¿Era necesario mantener tal organización para:
esto?
Tal vez todo esto parecía interesante a un Kolia, originario
de un pueblecito de Besarabia (eso es lo que me había dicho),
pero a mí, que conozco bien el valor de las noticias de prensa,
no me imponía. Es por esto por lo que evalué muy prudente-
mente las informaciones que me transmitía Pakbo; como él
mismo escribe en su libro «El Anschluss no tuvo lugar»: «Al-
berto reaccionaba sin entusiasmo y un ci~rto escepticismo a
los acuerdos equívocos, a las indicaciones imprecisas y a las
fuentes incompletas». 1
Es cierto que Pakbo, sin ser una fuente de informaciones
de primer orden, era un experto en la «tecnología» del tra-
bajo, fabricando .aparatos micro-fotográficos, encontrando có-
digos simples; pero todo esto tenía un regusto romántico, como
si estuviese inspirado en novelas de Julio Veme o de Edgar
Allan Poe.
Yo mismo no había recibido formación de agente de inves-
tigación. Los dos periodistas Accoce y Quet, han afirmado,
entre otros, en su libro sensacionalista que yo me había for-
mado en una escuela de agentes secretos situada cerca de
Moscú. Nunca he oído hablar de tal escuela, y esta afirmación
es puro fruto de su imaginación. 2 Pero la práctica adquirida
en el trabajo clandestino no podía reemplazar a la experien-
cia en el oficio. Me di cuenta de esta laguna cuando tomé en mi
mano la dirección de la red de investigación. Tuve que hacer
mis experiencias sobre la marcha. Numerosas cuestiones nece-
sitaban una respuesta rápida y precisa. En esa época los con-
sejos que recibí del «Director» del Centro me ayudaron mucho.
Sin embargo veía claramente que las proporciones del tra-
bajo eran insuficientes y el método ingenuo. Y sin embargo
el viento de la guerra cercana soplaba cada vez con más fuerza
sobre Europa, la República de España vivía sus últimos días,
en Munich los aliados habían entregado Checoslovaquia a los
nazis.
l. Otto Pünter, Der Anschluss fand nich statt, Berna, pág. 121.
2. P. Accoce- P. Quet, La guerre a eté gagné en Suisse. París,
1966, pág. 139.
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la República húngara, que era un hombre de ideas progresis-
tas. Con la subida de Horthy al poder tuvo que exiliarse con
toda su familia. Los Karolyi, vivían en París y su situación
financiera era bastante precaria, pero estrechos vínculos fami-
liares les ligaban a los aristócratas húngaros que se oponían
al régimen de Horthy.
Por la familia Karolyi, que me había conocido en la In-
press como periodista antifascista, recibía también informacio-
nes relativas a la política internacional, porque sus miembros
frecuentaban los medios diplomáticos. Pero el contacto con
París no duró mucho tiempo. El mundo estaba ya en el um-
bral de la Guerra Mundial.
SIN ENLACE
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habían invadido las playas de la orilla del lago, aprovechándo-
se de un cálido día casi estival. Unas horas más tarde, la or-
den de movilización general se pegaba en las paredes y en las
estaciones de tren. Los que se iban incorporando marchaban,
uno tr.as otro, hacia los lugares de concentración. Había
400.000 soldados alertados en las montañas, escondidos en
los bosques: los suizos estaban decididos a combatir.
El gobierno puso en conocimiento de Alemania que, ape-
nas entrasen las tropas alemanas en territorio suizo, se daría
orden de volar los centros industriales (hasta 1942 más de
mil fábricas y otros centros estaban preparados para hacer
explotar sus edificios en caso de guerra). 1 El ejército y la po-
blación se replegarían a las montañas, ciudadela definitiva que
llamaban «el reducto», para luchar contra el invasor. En las
montañas se habían almacenado víveres para cuatro años.
Las reservas de oro del Banco Federal, equivalentes a tres
veces la cantidad de moneda en circulación~ estaban ya seguras
en los subterráneos de la fortaleza americana de Fort Knox.
Se informaba así gentilmente a Alemania de que no valía la
pena atacar a Suiza porque el oro estab.a en América, y un
ejército bien equipado, dispuesto al combate, esperaba en las
montañas para enfrentarse a los alemanes.
La perspectiva de un largo combate de montaña no ten-
taba demasiado a los alemanes, sobre todo cuando el atractivo
principal, el oro, faltaba. Era inútil sacrificar soldados para con-
quistar un pequeño país al que las potencias fascistas ya ha-
bían aislado del resto del mundo. Hitler se contentó provisio-
nalmente con hacer que Suiza satisficiera sus demandas mili-
tares. Las factorías suizas, que fabricaban excelentes armas,
material y aparatos de guerra, se pusieron a trabajar a pleno
rendimiento par.a la Wehrmacht. Por otra parte los convoyes
circulaban entre Alemania y su aliada Italia, pasando por terri-
torio suizo y sin pagar ningún impuesto, sólo con una pro-
mesa de compensación después de la guerra. Hitler pensaba
que tendría tiempo de ocuparse de Suiza después de la victo-
ria definitiva de Alemania.
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Richard Dehmel reconocían. Se expresaba de manera tan neta
y sensata, daba sobre las obras literarias juicios tan pertinen-
tes que todos nuestros amigos se sentían atraídos por ella. En
Berlín y después en París, nuestra casa se había convertido
en una especie de salón literario donde se reunían los artistas
comunistas. Entre nuestros huéspedes se habían contado a me-
nudo el compositor Hans Eisler, el artista John Heartfield, y
escritores como Rudolf Leonhard, Egon Erwin Kisch, Anna
Seghers y Johannes R. Becher a los que me ligó, a lo largo
de toda mi vida, una estrecha amistad. En Ginebra, donde
no podíamos reunirnos con nuestros camaradas, Lena tradu-
cía al alemán libros franceses y también ingleses. Las grandes
figuras de la literatura femenina la habían apasionado siem-
pre y tenía una biblioteca entera sobre ellas, en particular
sobre Rachel Varnhagen, conocido personaje del romanticismo
alemán. En Ginebra, Lena descubrió por cuenta de sus lec-
tores alemanes a Marguerite Audoux, la antigua lavandera,
escritora casi olvidada incluso en Francia. Lena traducía su
obra maestra titulada «El salón de Marie-Claire» después de
haber obtenido de las ediciones Fasquelle el derecho de tra-
ducción. Bajo el nombre de María Arnold envió su manus-
crito a Rascher en Zurich, uno de los más grandes editores
suizos. Este libro de una escritora absolutamente desconocida,
traducido por una persona no menos desconocida, fue acepta-
do inmediatamente y el nombre de María Arnold apareció
cada vez con más frecuencia en las portadas de libros. Lena
estudió durante varios años la extraña vida de tres escritoras
inglesas, las hermanas Bronte. Se le confió la traducción de
un libro que el escritor suizo Robert de Traz (además coronel
de estado mayor del ejército suizo) había escrito sobre la fa-
milia de las Bronte. María Arnold, esa persona imaginaria,
tenía su dirección en casa de uno de nuestros amigos, el pe-
riodista Pinkus acreditado por la Sociedad de Naciones.
Lena, que tenía que visitar con frecuencia a sus editores
y a los autores, encontraba aún tiempo para trabajar para el
periódico comunista « Vorwarts», publicado en la Suiza alema-
na, en Basilea. Habida cuenta de mis actividades clandestinas,
yo no aprobaba demasiado esta ocupación, pero Lena orga-
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press era una tapadera segura, las autoridades locales no sos-
pechaban de ella. Desde el principio de la guerra los ingresos
de la agencia habían disminuido, porque habíamos perdido mu-
chos abonados y clientes en el extranjero a los que, a raíz del
cierre de las fronteras suizas con Europa Occidental, no podía-
mos enviar mapas. Pero aún estábamos lejos de la quiebra por-
que nuestra agencia surtía prácticamente a todos los periódi-
cos de Suiza, que eran abonados nuestros. Igualmente suminis-
trábamos mapas a nuestros clientes alemanes e italianos, con
los que el contacto no había cesado. Por lo que se refería a
la investigación, nuestras fuentes enviaban regularmente in-
formaciones y habíamos reunido datos interesantes que espe-
rábamos hacer llegar .al Centro. Necesitábamos, por supuesto,
una emisora, operadores experimentados y un local. Podíamos
reclutar hombres seguros; el problema era la emisora: ¿po-
drían enviarnos una nueva o teníamos que hacer repar.ar la
que teníamos en nuestro poder desde antes de la guerra y que
era un modelo antiguo y bastante malo? Igualmente necesi-
tábamos una clave, cifras y debíamos ponernos de acuerdo so-
bre las horas de emisión y recepción.
-Ve usted -le dije-, no tenemos más que problemas.
En lo que se refiere a los viajes a Italia no creo que sean
indicados por el momento. ¿Es esto verdaderamente necesario
si entramos en contacto directo con Moscú? El contacto por
Itali.a será bastante difícil.
Sonia prometió enviar al día siguiente un informe en clave
al Centro. Convinimos también que en el futuro yo sería Al-
berto para ella.
En enero de 1940, a través de Sonia, establecimos un
contacto permanente con Moscú.
En el período en que fuimos colaboradores, conocí pocos
datos sobre Sonia. Ignoraba dónde vivía, quiénes eran sus
colaboradores y qué tipo de información recibía. Las normas
de la clandestinidad me hacían imposible preguntarle nada.
Simplemente suponía que era el «hombre de confianza» del
Centro y que tenía bastante experiencia. Nuestras redes traba-
jaron independientemente una de otra, hasta que las circuns-
tancias nos obligaron a colaborar estrechamente.
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y las horas de em1S1on. No puede haber orden en el trabajo
de emisión, quiero decir orden fijo. Al contrario, es preciso
variar a menudo las frecuencias y horas de emisión. Es el me-
jor modo de no ser localizado. Sería preciso que dispusiese de
varios lugares para emitir, esto reducirá también los peligros.
Si puede hacerlo cambie los lugares, pero de forma irregular.
¡Cuanto más densa sea la bruma, mejor!
Kent me instruyó de forma muy inteligente y detallada.
Conocía bien su oficio. Trabajábamos desde hacía varias horas
y ya empezábamos a sentirnos cansados. Después de los ejer-
cicios de codificación, Kent me preguntó cuánto dinero podía
darle. Le miré extrañado, porque me habían informado de
que era él quien iba a traerme dinero. Me confesó que no
se había atrevido a traerlo por lo peligroso del viaje. No había
cogido más que el mínimo necesario, pensando que yo podría
darle el dinero imprescindible para su vuelta. Mi presupuesto,
muy reducido, no me permitió darle gr.an cosa.
Kent me dejó y tomó el expreso de Lausanne, donde había
reservado una habitación en un hotel. Allí teníamos que en-
contrarnos al día siguiente por la noche. Kent me llevó a un
cabaret a tomar unas cap.as, charlar y hacer más amistad. Ha-
bría sido descortés rehusar esta invitación: ¿No había aceptado
Kent hacer un largo y peligroso viaje para venir a ayudarme,
para enseñarme cdsas esenciales? Y, en definitiva, ¿no éramos
compañeros de armas?
En el cabaret, bailaban mujeres vestidas muy ligeramente.
Kent se comportó como un habituado. Bebía mucho, me habla-
ba de la gran vida que llevaba en Bruselas. Se vanagloriaba
de sus bodegas llenas de champagne; continuamente ampliaba
la reserva. Me contó que era director de una firma comercial
que vendía .a media Europa. Tenía que llevar la máscara de
rico comerciante. Animado por el alcohol me habló de cosas
que nunca habría tenido que revelar, ni siquiera a mí. Yo ya
sospechaba que no era un simple agente de enlace, sino el jefe
de la red belga. De todos modos no tenía derecho a hablar-
me de sus actividades de forma tan detallada.
Debo confesar que Kent me sorprendía; su comportamien-
to traicionaba una cierta frivolidad. Por supuesto, esto no ex-
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férreas italianas y germanas. Como, al igual que Ginebra, esta-
ba situada al lado de un lago enorme y los. pilotos de ultra-
mar, malos conocedores de la geografía europea, se habían
equivocado de ciudad.
Aquella noche tuvo para mí consecuencias importantes. La
casa de seis pisos en la que habitaba, estaba ocupada princi-
palmente por extranjeros, funcionarios de la Socied~d de Na-
ciones. Éstos partieron aquella misma noche huyendo, no sólo
de Ginebra, sino de Suiza. Quedé como único inquilino en el
edificio, lo que, más tarde, facilitó mi trabajo clandestino.
La situación de Suiza, a mitad de camino entre dos gran-
des potencias enemigas, como una isla en medio de una Europa
ocupada por los fascistas, se hacía cada vez más inestable.
Suiza debía andar siempre con pies de plomo para salvaguar-
dar su neutralidad y no dar pretexto a la ocupación. El mis-
mo hecho de que un setenta por ciento de la población hablase
alemán, podía ser razón suficiente para que Hitler decidiese
anexionar Suiza al gran Reich alemán.
La presión que se ejercía sobre el país era cada vez más
intensa. A través de Suiza se efectuaba el transporte de ma-
terial de guerra y carbón de Alemania hacia Italia. Escribe
Kimche que, alrededor de ciento cincuenta trenes, transpor-
tando cada uno al menos cincuenta o sesenta camiones carga-
dos, atravesaron cada día Suiza hacia el Sur. Un día vi perso-
nalmente en la estación fronteriza de Chiasso que cada diez
minutos pasaban a Italia trenes de mercancías alemanes.
El cielo de la neutral Suiza servía al mismo tiempo de
paso a las fuerzas aéreas inglesas. Todas las noches oíamos el
sordo rugir de los aviones. La situación económica empeoraba
cada día. En tiempo de paz la ganadería en Suiza era mucho
más rentable que el cultivo de cereales, así la mayor parte de
las tierras cultivadas eran utilizadas como pastos. Los países
de ultramar exportaban aquí sus cereales. Pero estas importa-
ciones habían cesado al empezar la guerra y se planteaba la
pregunta: ¿El hombre o la bestia? En la primavera de 1941
tuvo que sacrificarse casi la totalidad del ganado y los pastos
fueron sembrados. Se ordenó un estricto racionamiento. La
cantidad diaria de pan era de 225 gramos por persona.
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11 · DORA INFORMA
Los alemanes llamaban a Suiza, único país en el centro
de Europa cuyas calles estaban aún alumbradas, «faro de los
ingleses», porque cada noche las fuerzas· aéreas inglesas sobre-
volaban el país para ir a bombardear I talla y Alemania. Esta
potencia exigió y obtuvo que se implantase el toque de queda.
Ginebra sólo quedó iluminada por los reflectores alemanes ins-
talados en la Saleve, la montaña que se levanta cerca de la
ciudad, pero se encuentra ya en territorio francés, ocupado.
en aquella época.
El pueblo suizo, sobre todo en la Suiza alemana, se com-
portaba de forma muy animosa, pese a su peligroso asedio;
expresaba abiertamente su odio hacia la Alemania nazi. En esa
zona la gente hablaba ostensiblemente su dialecto suizo, que
difiere enormemente del alemán literario. Cuando tuve que ir
a Zurich o Berna me di cuenta de que era mirado con hosti-
lidad si pedía el billete en «buen alemán». No habiendo tenido
ocasión de aprender el dialecto suizo-alemán, preferí hablar
francés en Zurich, pues, en general, comprenden este idioma.
Sin embargo, no sólo era la situación de Suiza la inestable,
sino que también lo era la de todos nosotros.
Sonia sabía por qué había venido Kent a verme, pues era
ella quien recibía y descifraba los telegramas del Centro. Se
quedó muy deprimida al saber que no había traído dinero.
Sus reservas sin duda disminuían. Dejó la villa -más tarde
lo supe- que ocupaba entonces en Montreux y se instaló en
Ginebra y, para colmo, bastante cerca de mi piso. Esto me
molestó mucho porque, en una ciudad pequeña como Ginebra
donde se conocen todos los vecinos del barrio, era peligroso
citarse en su casa o en la mía. Había venido con sus hijos
y con John, con el que se había casado recientemente. Ella
pudo abandonar Suiza cuando la situación se hizo más y más
desesperada. Después de junio de 1940, es decir, después de
la capitulación de Francia, Suiza quedó totalmente encerrada
en el cerco de los fascistas alemanes e italianos. Se comenta-
ba en tono amargamente jocoso: Suiza es la mayor cárcel del
mundo donde viven cuatro millones de personas completa-
mente aisladas por los ejércitos de Hitler y de Mussolini. Sólo
un estrecho pasillo cercano a Ginebra permitía a los ciclistas
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y automovilistas pasar a Francia, al sector controlado por el
gobierno de Pétain que Alemania aún no había ocupado. Des-
de allí, pasando por España o Portugal, se podía llegar a In-
glaterra o América. Era de esperar que un buen día también
fuese cerrado ese pasillo; Sonia se preocupaba cada vez más
por sus hijos, tenía miedo de los alemanes que se encontraban
muy cerca de Ginebra, en la frontera suiza, y comenzó a pre-
pararse seriamente para marchar con John.
VIAJE A YUGOSLAVIA
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neficio neto que reportaba la cartografía. 1 Sin embargo, en
aquel momento estaba orgullosa de que gracias a su contabi-
lidad, una vez descontado el sueldo que me aseguraba la So-
ciedad Anónima y los gastos técnicos, no quedase más que
un débil beneficio imposible. En la misma página, Arsenijevic
afirma una cosa no menos absurda: que mi dibujante había
visto a veces en mi casa cheques de un montante de 30.000
francos suizos. Desde luego, a causa de la clandestinidad de
mi trabajo, nunca hubiese cometido la imprudencia de mos-
trar cheques por ese valor a mi dibujante, que, además, igno-
raba mis actividades políticas. En todo caso si hubiese dis-
puesto de tales sumas no habría conocido las dificultades finan-
cieras con que se encontraba a menudo nuestra red en la eje-
cución de las órdenes venidas del Centro. Por otra parte, di-
chas sumas podrían haberme creado problemas con la policía
que vigilaba estrechamente a los extranjeros. Debía probar a
las autoridades locales que mi negocio era rentable (por lo
menos no deficitario), esto lo logré hacer gracias a la curiosa
contabilidad de la señorita Gorobzoff.
La situación se estaba convirtiendo en crítica.
En tiempo de guerra, al Centro le era muy difícil finan-
ciar nuestra actividad. Se había intentado encontrar una solu-
ción a través de Kent, pero como hemos visto antes no dio
resultado. Ese hombre astuto ni siquiera se había atrevido a
pasar la suma que nos habían destinado. En caso de control
le habrían detenido por tráfico de divisas. Hubiese sido absur-
do que el jefe de una red de investigación importante fuese
detenido por «agiotaje».
Por supuesto, me habrían podido transferir el dinero por·
el banco, pero un envío de cantidades importantes a mi cuenta
hubiese despertado sospechas. Era preciso encontrar alguna
forma y eso requería tiempo.
Hablando de esta situación Foote escribe que yo vivía con
el dinero recibido del Partido Comunista suizo.2 Esto es una
mentira descarada, al igual que las afirmaciones de Arsenijevic
relativas a mis relaciones con dicho Partido. Una de las reglas
l. A. Foote, Handbook for Spies, pág. 782.
2. Idem, pág. 32.
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elementales del serv1c10 de investigación soviético es que sus
miembros no deben tener ningún contacto con el Partido Co-
munista local. Además, el pequeño Partido ilegal suizo, que
contaba con muy pocos miembros, no disponía de medios finan-
cieros suficientes.
El Centro conocía la situación difícil en que nos encontrá-
bamos y propuso la única solución posible. El Director me
informó por radio de que podía enviarnos el dinero por un
correo especial. Pero, como era impensable que éste pudiese
entrar en la Suiza rodeada por tropas alemanas e italianas,
tendría que reunirme con el correo en algún lugar del extran-
jero. El Centro pensó en principio en Vichy, pero cuando fui
al consulado francés en Ginebra y vi los formularios que debía
rellenar para obtener un visado de entrada, me di cuenta de
que el consulado se había convertido en una sucursal de la
Gestapo. Informé en seguida al Centro y señalé que este viaje
sería muy peligroso y que, con bastante probabilidad, me po-
drían detener. Me aconsejaron entonces organizar un encuen-
tro en Yugoslavia o en Bulgaria, que no habían sido ocupadas
aún por los alemanes.
Después de estudiarlo, informé al Director de que proba-
blemente podría pasar a Yugoslavia. El Centro me dio un
lugar de cita en Belgrado, la contraseña y la descripción del
correo. El agente de enlace debía entregarme el dinero, un
aparato microfotográfico y productos químicos para nuevos
mensajes secretos, así como instrucciones para su uso.
Entonces era difícil ir de Suiza a Yugoslavia, sólo po-
día tomar trenes que pasasen por Austria o por Italia. No podía
ser por Austria, anexionada por los nazis, quedaba pues Ita-
lia. Tenía que conseguir un visado de tránsito, lo que no era
fácil porque el gobierno de Mussolini ya estaba en guerra con
las potencias aliadas y no le gustaba dar visados a extranjeros.
Mi proyecto prosperó de todos modos. Me dirigí a una alta
personalidad, Suvich, secretario de Estado en el ministerio ita-
liano de Asuntos Exteriores, al que mi agencia de prensa su-
ministraba regularmente informaciones. Le escribí diciendo que,
acompañando a mi mujer, tenía que ir a Hungría por asuntos
familiares. Suvich me dio una autorización especial. El hecho
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tón de Vaud. Después de esto, se llevó la segunda emisora a
Lausana.
En la primavera de 1941, Jim estaba en contacto con el
Centro. Me informaba a través de John porque, como ya he
dicho, no conocía mi residencia. Más tarde, cuando las cir-
cunstancias lo exigieron, nos reunimos. John, a quien veía a
veces en el almacén de los Hamel, me dio la dirección y el
número de teléfono de Jim en Lausana.
Jim había aprovechado bien las lecciones de Sonia y se
había convertido en un excelente operador. Tenía una capaci-
dad de trabajo increíble, lo que le permitía tr.ansmitir gran
número de telegramas en una noche. Yo le enviaba el texto
de las informaciones por medio de John, durante el tiempo
que éste estuvo en Ginebra; más tarde le entregaba personal-
mente los textos en clave o enviaba a mi mujer a Lausana
(ella utilizaba el seudónimo María).
Para la primavera de 1941, Edmond y Olga, trabajando
con mucho interés, ya se habían convertido en buenos espe-
cialistas y John, considerando que su trabajo estaba termina-
do, dejó Suiza.
Así pues, antes de que los nazis atacasen a la Unión So-
viética, ya tenía a mi disposición dos emisoras y tres operado-
res bien formados.
SISSY
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tón de Vaud. Después de esto, se llevó la segunda emisora a
Lausana.
En la primavera de 1941, Jim estaba en contacto con el
Centro. Me informaba a través de John porque, como ya he
dicho, no conocía mi residencia. Más tarde, cuando las cir-
cunstancias lo exigieron, nos reunimos. J ohn, a quien veía a
veces en el almacén de los Hamel, me dio la dirección y el
número de teléfono de Jim en Lausana.
Jim había aprovechado bien las lecciones de Sonia y se
había convertido en un excelente operador. Tenía una capaci-
dad de trabajo increíble, lo que le permitía transmitir gran
número de telegramas en una noche. Yo le enviaba el texto
de las informaciones por medio de John, durante el tiempo
que éste estuvo en Ginebra; más tarde le entregaba personal-
mente los textos en clave o enviaba a mi mujer .a Lausana
(ella utilizaba el seudónimo María).
Para la primavera de 1941, Edmond y Olga, trabajando
con mucho interés, ya se habían convertido en buenos espe-
cialistas y John, considerando que su trabajo estaba termina-
do, dejó Suiza.
Así pues, antes de que los nazis atacasen a la Unión So-
viética, ya tenía a mi disposición dos emisoras y tres operado-
res bien formados.
SISSY
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cío de agitac10n y propaganda del Comité Central, antes del
putsch de Hitler, ella trabajaba allí como taquimecanógrafa.
Esther lleva ahora el nombre de su marido, Bosendorfer. (Lla-
mémosla así desde ahora.)
Mi mujer me miró con aire interrogante.
-¡Imagínate qué encuentro! Ella también abandonó Ale-
mania en aquella época y se instaló aquí en Ginebra. Se casó
pero, por lo que me ha parecido entender, ya está divorciada.
No lo he comprendido todo. Creo que es una lástima que nos
hayamos encontrado. ¿Qué crees tú?
-Es una lástima, en efecto, porque Esther me conoce tam-
bién. Puede crearnos complicaciones. No habrías tenido que
reconocerla.
-Era imposible. Sabes que soy muy prudente, pero nos
hemos encontrado literalmente cara a cara. Yo compraba pas-
teles en un café cuando entró ella. Por supuesto, me ha reco-
nocido al momento y se me ha lanzado al cuello. ¿Qué crees
que podía hacer?
-En fin, habría sido mejor que no se produjese esto. ¿No
la habrás invitado a venir a vernos?
-No. Y lo raro es que ella tampoco me ha invitado a su
casa. Ha mascullado algo, pero olvidándose de dar su direc-
ción. Además tenía mucha prisa.
-¡Bien! ¡Vamos a reflexionar! Es preciso~decidir la acti-
tud que hay que tomar con esa antigua conocida porque de
hecho podríamos encontrarla en cualquier momento.
Pero no tuvimos tiempo para rompernos la cabeza con ello.
El .azar hizo que las cosas se arreglasen de forma mucho más
simple.
Un día de mayo llegó un sorprendente telegrama del Cen-
tro. Nos ordenaban tomar contacto inmediatamente con Es-
ther Bosendorfer que vivía en Ginebra. Tenía que visitarla con
un santo y seña, y hacerme cargo de su red.
Era bastante raro, pero de buen o mal grado debía eje-
cutar esta orden. Yo pensaba que era inútil ampliar nuestra
red, añadirle otros grupos. Estaba más acorde con las reglas
de clandestinidad aislar estrictamente las distintas redes. Ade-
más me parecía un problema grave, ya que Esther Bosendorfer
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sabía demasiadas cosas sobre mi familia y sobre mí. Tendría
que darle mi dirección e invitarla .a casa, dado que nos co-
nocíamos desde hacía tiempo a través del Partido. Aparte de
Sonia, Kolia y Kent nadie hasta entonces conocía mi domi-
cilio.
Encontré el número de teléfono de los Bosendorfer en la
guía. Llamé a Esther y fui a verla una noche en compañía
de mi esposa. Su casa era esp"dosa y se encontraba en el
primer piso de un viejo edificio. Una mujer proporcionada, un
poco redondita, nos abrió. Al ver a mi mujer la abrazó alegre-
mente y, tomándola de la mano, nos hizo pasar.
-¡Entrad, entrad! En el café me había olvidado de darte
mi dirección. ¡Y éste, por lo que veo, es tu marido Alex!
Nos hizo entrar en una de las piezas.
-¡Tengo una sorpresa para los dos! -dijo-. ¡Abrid los
ojos!
Sí, una nueva sorpresa nos esperaba. La suerte es verda-
deramente inimaginable.
En el salón un hombre alto, rubio, de unos cincuenta
años, vino a nuestro encuentro. Es.a silueta imponente, esos
ojos azul claros, esos cabellos echados hacia atrás ... me resul-
taban familiares. Permaneció silencioso y, sonriendo, nos miró
alternativamente. ¡Era Paul Bottcher!, el que nos había pres-
tado una ayuda tan amistosa cuando decidimos casarnos.
Más tarde, durante la comida, evocamos el recuerdo de
esta historia de juventud. Ocurrió a principios de los años
veinte. Lena y yo vivíamos en Leipzig y habíamos decidido
casarnos. Pero según las leyes húngaras de la época el hombre
no alcanzaba la mayoría de edad hasta los veinticuatro años.
Yo tenía veintitrés, y como ciudadano húngaro no podía ca-
sarme si'n la autorización paterna o la de las autoridades hún-
garas. Sin embargo, como los dos vivíamos en Alemania, las
autoridades locales hicieron una excepción y permitieron nues-
tra boda. Paul Bottcher, entonces jefe de cancillería del go-
bierno laborista de Saxe (una especie de ministro del Interior),
nos entregó personalmente la «dispensa» o autorización oficial
para nuestro matrimonio.
Paul Bottcher se había afiliado al Partido Comunista Ale-
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dades de la red suiza, no debe perder de vista las condiciones
especiales en que trabajábamos. Estas condiciones ya han sido
mencionadas a raíz de mi conversación con Uritzki. Pero, de
todos modos, pienso que es necesario volver sobre ello y refu-
tar una vez más las falsas afirmaciones de los «historiadores»
occidentales; hasta hoy, se han esforzado en manchar mi nom-
bre y el de mis colaboradores, deformando el significado de
nuestras actividades antifascistas.
Para la seguridad de sus colaboradores y a causa de la
importancia de nuestra misión para la paz, mi red, al igual que
las de Sonia y Sissy, habían sido colocadas en Suiza y no en
territorio alemán. Nuestra actividad ya había empezado antes
de la guerra y estaba dirigida exclusivamente contra los países
agresores. No recogíamos información sobre otros países de
Europa, y no habíamos recibido órdenes en este sentido con
la excepción, claro está, de las informaciones que tuviesen al-
guna relación con la agresión alemana. Esto concernía parti-
cularmente a la neutral Suiza.
Para el servicio de información hubiese sido, sin duda,
más útil crear redes en el Reich alemán donde, por otra parte,
había ya agentes soviéticos, y transmitir las informaciones im-
portantes directamente a Moscú. Pero entonces sólo se habrían
podido utilizar personas de las que el contraespionaje alemán
no sospechase en absoluto, lo que no sucedía ni en mi caso
ni en el de Lena, ni en el de Sonia, Sissy o Bottcher. La Ges-
tapo nos conocía bien como antiguos miembros del Partido
Comunista Alemán. No habríamos podido permanecer mucho
tiempo en la clandestinidad. No podíamos, pues, llevar un tra-
bajo eficaz más que fuera de Alemania, en uno de los países
limítrofes. Fue por razones análogas, creo, que la red de Kent
fue creada en Bélgica. Es lógico que su trabajo no consistiera
en recoger información sobre Bélgica, porque este pequeño
país no suponía ningún peligro para la Unión Soviética.
La Dirección perseguía dos fines .al unir el grupo de Sissy
y sus hombres a los míos: por una parte asociarlos al trabajo,
por otra reforzar mi grupo con nuevos miembros experimen-
tados.
Por medio de Sissy pudimos trabajar más tarde con algu-
6.IV.1941 al Director
Según agregado japonés, Hitler ha comentado que después
de una rápida victoria en Occidente, Alemania e Italia ataca-
rían a Rusia.
Alberto
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los serv1c1os secretos suizos. Un día que debíamos encontrar-
nos, llegó en un estado de gran agitación. Cuando leí el texto
que me entregaba, comprendí su excitación. Unas horas más
tarde, lanzábamos al éter el siguiente telegrama cifrado: .
21.II.J:941 al Director
Según las informaciones recibidas de un oficial suizo, 150
divisiones alemanas se encuentran actualmente en el Este. En
su opinión Alemania actuará. a fines de mayo.
Dora
En abril_ el Centro recibió el síguiente mensaje:
6.IV.1941 al Director
De Luisa: T pdas las divisiones alemanas motorizadas se en-
cuentran en el Este. Las tropas alemanas estacionadas hasta
ahora en la frontera suiza han sido llevadas al Sudeste.
Dora
Luisa era el seudónimo que· daba al oficial de los servicios
de· investigación suizos del que procedían las informaciones.
Nos ·transmitió más informaciones a través de Pakbo. El Cen-
tro valoraba en mucho .a esta fuente y nos sugirió utilizarla
más activamente.
El Director nos pidió continuar enviando todas las infor-
maciones rela.tivas a los preparativos· de Alemania y de Italia
con vistas a 1,.m .ataque contra la Unión Soviética. En Moscú
los dirigentes esperaban impacientemente qt;te el éter les tra-
jese .las inquietantes noticias que comunicaban los agentes al
acecho. Hoy, es evidente -pese a que no hubiésemos sido
advertidos oficialmente- que el Centro conocía la inminen-
cia de la guerra y que se preparaba para ella en -la medida
que lo permitía una situación tan compleja.
Pensaba a menudo en las palabras con que Semion Petro-
vich Uritzki me había confiado en 1935 esta tarea especial.
Uritzki habí~ citado entonces que los enemigos potenciales de
la Unión ·Soviética eran principalmente Alemania e Italia. Era
ésa una con~lusión lógica basada en el estudio objetivo de los
hech~s, y yo compartía plenamente la opinión.
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la de los imperialistas y generales alemanes cuando declaraba
a sus íntimos: «No cometeré el mismo error que Napoleón;
cuando me ponga en camino hacia Moscú lo haré con tiempo
suficiente para llegar antes del invierno». 1
En abril de 1941 G.abel y Poisson nos transmitieron infor-
maciones muy precisas. Enviamos los siguientes telegramas al
Centro:
12.IV.1941 al Director.
De Gabel.
Distribución del Ejército alemán a mediados de marzo:
Francia 50 divisiones. Bélgica y Holanda 15. Dinamarca y No-
ruega 10. Prusia Oriental 17. Gobierno General2 44, de las
cuales 12 son divisiones blindadas y motorizadas. Rumania 30.
Bulgaria 22. Eslovaquia, Bohemia y Austria 20. Sector Munich
y Ulm 8. Italia 5. África 5. En total: 225 divisiones. Ade-
más, 25 divisiones acantonadas en Alemania.
Dora
22.IV.1941 al Director.
Poisson se ha enterado a través de un diputado federal
suizo de que los medios gubernamentales de Berlín sitúan en
el 15 de junio la fecha del ataque a U cra1_1ia. Esperan una re-
sistencia débil. ·
Dora
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tencia encarnizada e inesperada en Yugoslavia y Grecia. Estos
combates necesitaron una gran concentración de fuerzas en los
Balcanes.
Poisson estaba bien informado y · gracias a ello pudimos
transmitir la fecha del 15 de junio. Envié el telegrama el 22 de
abril. Sin embargo, unos días más tarde, «el .alto mando ale-
mán adoptó una decisión .según la cual el ataque a la Unión
Soviética debí.a iniciarse el 22 de junio de 1941 » .1
Hacia esa época, mi socio, el profesor, al que veía muy de
tarde en tarde, me contó que había realizado un viaje de es-
tudios a Alemania y que, invitado por un oficial amigo, había
visitado el campamento militar situado cerca de Zossen, al sur
de Berlín. El mariscal Rommel, recién llegado de África, había
declarado que el ataque contra la Unión Soviética estaba cerca-
no. En su opinión, la resistencia no sería fuerte y la victoria
sería conseguida fácilmente. Esta declaración· confirmó nues-
tras informaciones relativas a los preparativos de Alemania con
vistas a una próxima agresión.
El enemigo, por supuesto, intentaba disimular sus verda-
deras intenciones. Las divisiones blindadas y motorizadas no
se encaminaron hacia las fronteras soviéticas hasta el último
momento a fin de no llamar la atención.
En mayo recibí nuevas .noticias que venían a confirmar
las informaciones que ya habíamos transmitido y según las cua-
les las fuerzas alemanas estaban concentradas en territorios
próximos a la Unión Soviética.
«Nos hemos enterado a principios de junio, conversando
con un oficial alemán, que todas las divisiones motorizadas
acantonadas en las fronteras soviéticas· están en constante es-
tado de alerta, pese a que la tensión sea menor que a finales
de abril o principios de mayo. Contrariamente a las medidas
tomadas en abril-mayo, los preparativos en la frontera rusa
son menos demostrativos pero mucho más intensos.»
El 17 de junio por la mañana, Sissy me llamó muy exci-
tada y me pidió que me reuniese con ella inmediatamente
porque tenía noticias importantes. Fui al momento a su casa.
l. Documents du proces de Nuremberg. Moscú, volumen II, pág.
538.
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Había recibido la noticia de que uno de sus hombres, que
había ido a Alemania por asuntos de su fábrica, acababa de
regresar. La misma noche· transmitimos un telegrama en clave:
17.IV.1941 al Director.
Cerca de cien divisiones de infantería se encuentran esta-
cionadas en la frontera germano-soviética. Un tercio de ellas
está motorizado. Además, hay más de 10 divisiones blindadas.
En Rumania hay concentración de tropas alemanas en Galatz.
Actualmente están en pie divisiones de élite con misiones
especiales; las divisiones 5. ª y 1O.ª estacionadas en el Gobierno
General forman parte de ellas.
Dora
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Hitler. Con voz chillona e histérica, el jefe del Tercer Reich
evocaba la misión histórica del pueblo alemán, su última gran
campaña militar y decía que la lucha sin piedad contra los
bolcheviques había comenzado ...
Las tropas alemanas habían penetrado en territorio sovié-
tico. La hora de la lucha decisiva contra el fascismo había
sonado.
Teníamos que esperar nuevas instrucciones del Centro. Un
trabajo duro y lleno de pesadas responsabilidades nos espe-
raba.
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TERCERA PARTE
1941-1942
23.VI.1941 al Director.
Siempre fieles a nuestra misión, y conscientes de nuestra
posición de vanguardia, combatiremos desde esta hora memo-
rable con energía redoblada.
Dora
1.VII.1941 a Dora.
Concentre su atención en las informaciones relacionadas con
el ejército alemán. Siga atentamente y señale regularmente el
desplazamiento hacia el Este de tropas acantonadas en Francia
u otros países occidentales.
Director
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movilizado a tiempo, presionado por las tropas alemanas, ma-
yores en número, se replegaba hacia el Este librando rudos
combates. En julio y agosto el enemigo ocupó Moldavia, Bie-
lorrusia, las repúblicas bálticas, una parte importante de Ucra-
nia, así como la república soviética de Carelia. Combates de-
sesperados se libraban en la carretera que llevaba a Leningra-
do, en los territorios de Smolensk, Briansk, Dniepropetrosk
y Jerson. Odesa, rodeada por tierra firme, resistía heroicamen-
te, reteniendo a la casi totalidad del ejército rumano. El ene-
migo, y_ue tenía la ventaja de la iniciativa estratégica, soñaba
con terminar la «campaña del Este» en pocas semanas, confor-
me al plan Barbarroja, preparado con antelación y puesto al
alcance del público por la literatura de posguerra.
Según este plan, expuesto con detalle en la 21.ª directiva
de Hitler: «Las fuerzas alemanas debían estar preparadas para
una acción militar rápida, antes incluso de terminar con In-
glaterra». El principio del plan militar estaba enunciado como
sigue: «Las tropas del ejército soviético acantonadas en la re-
gión occidental de Rusia deben ser .aniquiladas por audaces
operaciones de las unidades blindadas de avanzadilla. Es pre-
ciso impedir que unidades capaces de luchar se replieguen ...
Objetivo final de las operaciones militares: crear una línea de
demarcación frente a la Rusia asiática, en principio en la línea
Arcangelsk-Volga » .1
Los planes de los dirigentes del Tercer Reich, que apun-
taban .a los Urales, habían previsto una amplia participación
de la potencia aliada que representaba Japón. Éste podía ocu-
par el grueso de las tropas soviéticas en Extremo Oriente, fa-
cilítando así los planes de la Wehrmacht. El ejército .acanto-
nado en la península de Kuantong, en Manchuria, a lo largo
de la frontera soviética, representaba un serio peligro.
En realidad, un pacto de no .agresión se había firmado entre
la Unión Soviética y el Japón, pero no podían ignorarse las
verdaderas intendones del gobierno japonés, bastante agresivo.
Logramos reunir ciertas informaciones en los medios diplomá-
7.VIII.1941, al Director.
El embajador del Japón en Berna ha declarado que no era
previsible un ataque japonés contra la Unión Soviética mien-
tras Alemania no haya conseguido victorias importantes en el
frente.
Dora
2.VII.1941, al Director.
El plan de operaciones militares alemanas actualmente en
vigor es el plan n.º l. Objetivo: Moscú; los ataques en los
fZancos no son más que maniobras de diversión. El sector cen-
tral del frente está principalmente afectado por el peligro.
Dora
23.VIII.1941, al Director.
28 nuevas divisiones se han formado en Alemania, y deben
estar preparadas para septiembre.
Dora
20.IX.1941, al Director.
Los alemanes proyectan ocupar Murmansk para cortar las
200
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LA BATALLA DE MOSCÚ
202
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Hacia mediados de octubre, las unidades blindadas y mo-
torizadas del enemigo habían roto en varios puntos las líneas
soviéticas de defensa y se encontraban a 80 o 100 kilómetros
de la capital. Los combates se desarrollaban con violencia
inusitada creando una situación compleja y peligrosa. Moscú,
amenazada, se había convertido en una ciudad del frente.
En Suiza, seguíamos con simpatía e inquietud la heroica
resistencia de la capital. Las emisoras alemanas alardeaban
con confianza, proclamando que la suerte de Moscú estaba
echada y que, hoy o mañana, los valientes soldados del Führer
iban a desfilar victoriosos por las calles y plazas de la capital.
Pero la voz del locutor, que desde Moscú transmitía las
noticias de la Oficina Soviética de Información, estaba tran-
quila. Confiábamos en los defensores de la capital, esperando
que permanecieran firmes pese a que la situación era incon-
testablemente grave.
Continuábamos con nuestro trabajo. Las emisoras de Gine-
bra y Lausan.a estaban en contacto constante con Moscú. Jim,
Edward y Maud trabajaban al máximo y transmitían regular-
mente noticias al Centro.
Las informaciones recibidas de nuestras diversas fuentes
no dejaban lugar a dudas sobre el eje principal del ataque ale-
mán. Nos esforzábamos en conseguir nuevas informaciones so-
bre los planes del enemigo y las reservas de que disponía, sobre
el reagrupamiento de sus tropas y las pérdidas sufridas ante
Moscú. El Centro nos pedía recoger, a no importa qué precio,
informaciones completamente fiables.
A través de Sissy y Pakbo, pedí a nuestros colaboradores
que recogiesen más rápidamente las informaciones, y que bus-
casen nuevas fuentes informativas. Pakbo pronto me hizo sa-
ber que un viejo amigo de Salter, uno de nuestros colabora-
dores, aceptaba trabajar con nosotros.
Al igual que Salter, este nuevo colaborador, a quien en
los telegramas al Centro le di el nombre de Long, era un
agente profesional. Cuando tiempo atrás Salter trabajaba en la
diplomacia, Long había escondido sus actividades secretas bajo
la máscara de la actividad periodística. Oficial de. la Legión
de Honor, agente importante del Deuxieme Bureau del estado
29.X.1941, al Director.
No le oímos desde hace varios días. ¿Se reciben ahí nues-
tros mensajes? ¿Debemos continuar emitiendo o esperamos a
que la comunicación se restablezca? Pido una respuesta.
Dora
27.X.1941, al Director.
Un colaborador del gabinete de Ribbentrop (al que lla-
maré desde ahora Y nés) ha transmitido desde Berlín al Neue
Zürcher Zeitung la información siguiente:
1. Los carros de las unidades de propaganda están esta-
cionados en Briansk, esperando entrar en Moscú. La fecha de
entrada se ha fijado para el 14 y luego para el 20 de octubre.
2. El 17 de octubre se han dado órdenes para el caso
de que el sitio de Moscú se prolongase. Elementos de artillería
costera pesada se han retirado de la línea Maginot y de Ko-
nigsberg: desde hace unos días están de camino hacia Moscú.
La prensa alemana ha recibido la prohibición de hablar
de la batalla de Moscú.
Dora
28.X.1941, al Director.
Según informaciones procedentes de medios gubernamenta-
les húngaros, el cuerpo expedicionario húngaro en el frente
del Este comprende 40.000 hombres.
Dora
26.X.1941, al Director.
Berlín. De Suiza.
A finales de junio los alemanes tenían 22 divisiones blin-
dadas y 10 en reserva. Hasta finales de septiembre 9 de estas
32 divisiones han sido totalmente aniquiladas, 6 divisiones han
perdido el 60 % de sus efectivos, la mitad de los cuales han
sido reemplazados. 4 divisiones han perdido el 30 % de su
equipamiento mecánico. Este equipo también ha sido reem-
plazado.
Dora
9.XII.1941, al Director.
De Luisa. Berlín.
El nuevo ataque contra Moscú no es una maniobra pre-
vista estratégicamente. Se ha iniciado porque el descontento
va cundiendo en el ejército alemán al no cumplirse ninguno de
los objetivos previstos desde el 22 de junio. La resistencia
de las tropas soviéticas ha obligado a los alemanes a renunciar
a sus proyectos: N.º 1: los Urales, N.º 2: Arcangelsk-Astracán,
N.º 3: el Cáucaso.
Dora
12.XII.1941, al Director.
De los oficiales de Munich, a través de Luisa.
A principios de noviembre, el acuartelamiento de invierno
del ejército alemán se ha previsto en la línea Rostov-Smolensk-
V iazma-Lenin grad.
El ejército alemán ha comprometido todas sus reservas hu-
manas y materiales en las batallas de Moscú y Crimea. Los
cuarteles y campamentos de A/,emania están casi vacíos y el
entrenamiento de la infantería se ha reducido a ocho semanas.
Para el ataque contra Moscú y Sebastopol, los alemanes
han recurrido a los morteros pesados y a los cañones de larga
distancia en reserva en las fortalezas alemanas. Este material
ha sido llevado directamente a su destino por tractores y blin-
dados especiales.
El alto mando del ejército alemán había previsto, desde
noviembre, el fracaso de las operaciones; es entonces cuando
210
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Bircher. Además -señaló Bircher- esos oficiales pertenecían
a un grupo de oposición a Hitler. No aprobaban las concep-
ciones políticas y estratégicas de Hitler y soñaban con instaurar
en Alemania una dictadura de una élite militar. Muchos oficia-
les pensaban, dijo Bircher, que la locura de Hitler había
acorralado a su ejército. Los generales, los oficiales de estado
mayor, y el propio Goering, parecían considerar que la victo-
ria era imposible a partir de ese momento; la duda empezaba
a infiltrarse entre los oficiales. Así, el ayudante de campo ge-
neral Brauchitsch, comandante en jefe del ejército de tierra,
había confesado a Bircher que, según su jefe, la moral de las
tropas se alteraba. De la fuerza de choque de la Wehrmacht,
hacia finales de octubre 16 divisiones blindadas habían sido
aniquiladas en el frente del Este.
Según este observador «neutral», la Wehrmacht había su-
frido efectivamente golpes serios.
Las simpatías de Bircher por los nazis son mencionadas
con muchos elogios en las «Memorias» del general Hans Spei-
del, antiguo jefe del estado mayor de Rommel ( después de la
guerra fue durante un cierto tiempo comandante en jefe de
las fuerzas de la OTAN en Europa Central). 1 La Neue Zür-
cher Zeitung, que ciertamente no era un periódico de izquier-
das, las comentó bastante amargamente (5 de octubre de 1969)
diciendo que la conducta de Bircher -durante la guerra- no
podía ser considerada como «positiva sin reservas» desde el
punto de vista suizo.
Todo aquello de lo que nos enterábamos a través de Bir-
cher era enviado al Centro sin dilaciones.
Estos elementos fueron completados por los telegramas si-
guientes:
6.1.1942, al Director.
Por medio de Long, del coronel de estado mayor suizo
que se ha entrevistado el 11.XII.1491 con el ayudante de
campo de Brauchitsch:
Estas últimas cuatro semanas los alemanes han perdido
21.XII.1941} al Director.
Un agente de enlace del Cuartel General alemán ha co-
municado a Long:
l. Se prevé en Alemania la preparación de 650.000 a
700.000 soldados de 19 a 20 años de edad.
2. No es la gigantesca cifra de pérdidas en el frente del
Este lo que inquieta al estado mayor alemán, sino su calidad.
En efecto, las mejores unidades alemanas, las más experimen-
tadas, las que hasta entonces sólo habían cosechado victorias}
han sido destruidas. Las que quedan no son más que una
masa poco preparada.
3. Los alemanes necesitarán un respiro de 2 a 4 meses a
fin de lanzar en la primavera un ataque decisivo. Temen mu-
cho que los rusos no lo concedan.
Dora
212
bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
fracasado. Con una voz clara y triunfante, el locutor de radio
Moscú leyó el comunicado según el cual las tropas soviéticas
habían rechazado el segundo ataque contra Moscú, pasando
desde el 6 de diciembre de 1941 a la contraofensiva, e infli-
giendo al enemigo una fuerte derrota.
«La fuerza del ataque soviético y la amplitud de la con-
traofensiva -escribe el general alemán Tippelskirch- fueron
tales que rompieron la línea del frente en una longitud bas-
tante grande y caus.aron una catástrofe casi total.» 1
Otro general alemán, Sigfried W estphal, reconoce que «el
ejército alemán, al que se creía invencible, estaba amenazado
de derrota». 2
El vicealmirante Assman confiesa en su libro titulado Los
años decisivos para Alemania: «El curso de la guerra tomó
un giro decisivo en el campo de batalla de Moscú; allí fue
donde, a finales de 1941, las fuerzas de asalto del ejército
alemán fueron derrotadas por primera vez; donde las tropas
alemanas fueron encargadas de tareas que no pudieron reali-
zar; también por primera vez, el enemigo tom6 la iniciativa.
El ejército alemán no pudo resistir el ataque enemigo más
que a costa de graves pérdidas».3
Al mismo tiempo el escenario de la guerra mundial se ha-
bía ampliado. Después del ataque japonés a Pearl Harbour, los
Estados Unidos también habían entrado en guerra contra el
bloque fascista.
En Suiza conocíamos bien los apuros que reinaban en el
estado mayor de Hitler, a causa del resultado de la batalla de
Moscú. Long, a través de Ynés, había recibido informaciones
de Berlín bastante detalladas.
Los primeros días de 1942 nos trajeron las noticias de que,
para paliar las inmensas pérdidas sufridas en hombres y ma-
terial, Hitler se veía obligado a tomar medidas excepcionales.
Llamó a Alemania a la guerra total, lo que significaba la mo-
vilización de todas las reservas materiales y humanas del Ter-
8.III.1942, al Director.
Por Long, de un abogado católico de Sarre, antifascista
que tiene buenas relaciones con el estado mayor del 12.º sec-
tor militar de Wiesbaden.
l. La campaña contra Turquía comenzará al mismo tiem-
po que la que, partiendo del sector sur, será dirigida hacia
el Cáucaso, en dirección .a Teherán. Las tropas deben estar
preparadas para atacar el tercer domingo de abril.
2. Los órganos encargados de la dirección económica e
industrial del Cáucaso e Irán deberán estar a punto en Dresde
para el primero de abril.
Dora
17.III.1942, al Director.
Por Long, del consejero de la embajada suiza en Berlín.
1. Los alemanes han atrasado por el momento su ataque
contra Suecia. La mayor parte de las instrucciones dadas sobre
esta cuestión han sido anuladas.
2. Ninguna decisión ha sido tomada todavía concerniente
a la campaña de Turquía, que es sin embargo muy probable.
3. La O KW considera que el ataque previsto en direc-
ción al Cáucaso sobre la línea del Don será decisivo. Si logran
apoderarse de los pozos de petróleo de Baku y retenerlos
hasta 194 3, los alemanes podrán todavía ganar la guerra.
Dora
23.III.1942, al Director.
Por Long. De un jefe de servicio en el Ministerio de Asun-
tos Extranjeros húngaros.
1. Con ocasión de la visita de Keitel a Sofía, se ha deci-
dido que el ataque contra Turquía será llevado por tropas ale-
manas, italianas y búlgaras. Las tropas húngaras no partici-
parán aquí. El punto final de esta campaña dependerá de la
evolución de la campaña en Ucrania.
25.III.1942, al Director.
Del general alemán Hamann.
1. La fecha límite fijada para los preparativos de la ofen-
siva de primavera es el doce de mayo. El ataque puede ser
desde el 31 de mayo al 7 de junio.
2. Los alemanes piensan que, para paliar su falta de ga-
solina y explotar las riquezas naturales de Ucrania, les bastará
con ocupar los campos de petróleo al norte del Cáucaso. Co-
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3. El punto de vista del Papa es de hecho pro-fascista y
antisoviético.
Detrás de la acción del Papa se ocultan Mussolini, Pétain,
el embajador británico en Madrid, y el propio Myron Taylor
que en los Estados Unidos es partidario de una organización
co;·porativista de la economía mundial.
4. En una entrevista concedida a la prensa americana,
Pétain ha señalado que estaba dispuesto a apoyar cualquier
iniciativa de Roosevelt para unirle a estos proyectos. Sin em-
bargo, esto no se ha logrado.
5. El plan del Vaticano es de hecho un plan germano-
italiano para salvar a las potencias del Eje.
Dora
227
bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
suministrarle prácticamente ninguna ayuda en su lucha contra
Rusia. Exige veinticinco divisiones y unidades especiales de
cazadores alpinos para el frente del Este, así como treinta di-
visiones en Grecia, Yugoslavia, Holanda y Bélgica para el man-
tenimiento del orden».
También fuimos informados de que el desalentador resul-
tado de la batalla de Moscú y las derrotas sufridas ante Le-
ningrado y en Carelia creaban descontento entre la población
finlandesa e inquietaban a sus medios dirigentes. Incluso los
agresivos mannerheimistas no creían ya en el «rápido final
de 1a campaña del Este», tal como lo habían prometido los
alemanes. En invierno de 1942, el aliado del norte había per-
dido toda la confianza y buscaba la posibilidad de otra salida.
Estas informaciones, recibidas de los periodistas finlandeses
establecidos en Berlín, nos fueron transmitidas por Luisa.
2.IV.1942, al Director.
A través de Grau. De su amigo, el hijo antialemán, de
Kállay, Primer Ministro húngaro.
l. Desde el 7 de diciembre hasta principios de marzo no
se ha mandado ningún refuerzo de tropas húngaras al frente
del Este. A principios de año algunas divisiones húngaras han
sido retiradas de Ucrania. A principios de mayo había en la
orilla derecha del Dnieper, 5 divisiones húngaras y 41 briga-
das motorizadas.
228
bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
2. Keitel ha exigido la movilización de 300.000 soldados
húngaros para el frente del Este. Horthy se ha negado, habida
cuenta de la moral bastante baja de la población y ha suge-
rido reemplazar las tropas alemanas de Yugoslavia por unida-
des húngaras.
3. En Transilvania están acantonadas dos divisiones de in-
fantería húngara, una división de caballería y una brigada mo-
torizada. En Budapest están acantonados dos regimientos de
Waffen-SS que aseguran, según ellos, la seguridad de la em-
bajada alemana. Hay observadores alemanes en todos los mi-
nisterios.
Dora
232
bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
que la indicada antes (GGP, Tomo II, pág. 336). Voluntaria-
mente o no, habíamos sido engañados.
Nos enteramos de que el mando militar hitleriano concen-
traba su flota en los puertos de Bulgaria y de Rumania, para
transportar sus tropas al Cáucaso. También se habían concen-
trado 800 embarcaciones en Constanza, en Bourgas y en Varna.
Se nos informó de que, .a partir del l.º de abril, los ale-
manes querían empezar grandes operaciones en el Atlántico
y en el mar de Barents a fin de obstaculizar los transportes
de material a la Unión Soviética. 140 submarinos, bajo el man-
do del almirante Doenitz debían átacar los transportes y los
buques de escolta aliados. Estas informaciones las había reco-
gido Long.
Las informaciones que transmitíamos al Centro -los ar-
chivos lo atestiguan- eran revisadas por el comisario del pue-
blo encargado de la marina de guerra, y el mando pudo ser-
virse de ellos para valorar la fuerza naval enemiga y con-
trarrestar sus ataques.
En primavera, las informaciones recibidas de Sissy y Pakbo
probaban que el mando militar tenía prisa en terminar los
preparativos con vistas a un nuevo ataque. Hitler, sin duda,
exigía a sus generales que no se superase el corto plazo de
tiempo, porque no quería dejar pasar el verano) ,favorable a
un ataque estratégico.
Pese a que la concentración y reagrupamiento de las tro-
pas alemanas habían sido guardados en el más absoluto secre-
to, logramos recoger algunas informaciones y transmitirlas al
mando soviético.
También Luisa fue quien tuvo más éxito, gracias a sus
relaciones en la capital alemana. Cito dos de sus telegramas:
3 y 4.IV.1942, al Director.
De Luisa.
A principios de mayo tropas dispuestas para el ataque de
primavera han llegado en cascada a Alemania orienta( a las
regiones bálticas, a Polonia y a los territorios de la Unión
Soviética ocupados, en especial al Sur. Los efectivos y sobre
todo la tecnología bélica de estas tropas son, indudablemente,
Dora
6.IV.1942, al Director.
De Luisa.
l. Paracaidistas, unidades SS y unidades de carros llegan
diariamente a Odesa y a Nikolaiev.
2. Konigsberg, Varsovia y Insterburg rebosan de tropas
dispuestas al ataque. Estos territorios están cada vez más pro-
tegidos contra cualquier agresión aérea.
3. Un gran número de aviones para el transporte de tropas
ha sido concentrado en Zaporojie. En la cuenca del Donets,
en Stalino, está situado el principal punto de concentración de
carros. En Smolensk se encuentra un gran campo que agrupa
numerosos convoyes ferroviarios y divisiones técnicas.
Dora
238
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permanente con Moscú permitió a los alemanes comprobar
que una red soviética muy eficaz actuaba en Suiza. Los potentes
goniómetros de la Abwehr vigilaban noche y día las emisoras
ilegales. Captaron un gran número de telegramas cifrados pero
no pudieron avanzar más. Más tarde, se supo que los exper-
tos alemanes habían intentado en vano encontrar la clave de
nuestro código. Sabían únicamente que tres emisoras ilegales
operaban en Lausana y en Ginebra, por lo que la Abwehr nos
dio el nombre de Trío Rojo (Rote Drei) o Troika Roja.
La noticia de que, en Suiza, tres emisoras estaban en con-
tacto constante con Moscú creó una confusión general en el
servicio de contraespionaje alemán. W. F. Flicke, lo escribió
así en su obra «Los agentes llaman a Moscú». 1 Nos enteramos
de todo esto mucho más tarde. Flicke tomó parte personal-
mente en la acción desarrollada contra nuestra red.
Los alemanes no tenían la posibilidad de buscar abierta-
mente las emisoras ilegales en el territorio de un país neutral;
por ello enviaron a Suiza agentes secretos. Uno de ellos llegó
a Ginebra a finales de abril de 1942 y fue localizado por nues-
tra red.
Un personaje que se decía periodista francés visitó a un
amigo de uno de nuestros colaboradores. Se presentó con el
nombre de Yves Rameau y contó que había creado una red
ilegal en Francia. Disponía de una emisora y tenía la posibi-
lidad de recoger informaciones mili tares que los rusos segura-
mente apreciarían, únicamente le faltaba saber como transmitír-
selas. Nuestro amigo quedó muy sorprendido por la visita del
«periodista» que intentaba saber si estaba en contacto con la
Unión Soviética o si tenía posibilidad de transmitir las infor-
maciones. Rameau había añadido también que los órganos sovié-
ticos competentes debían conocerlo con el seudónimo Aspirant.
Nuestro amigo, conspirador experimentado, no cayó en la
trampa que le tendía Aspirant-Rameau y expresó su sorpresa
al verse consultado sobre asuntos de los que no tenía la menor
idea. La visita de este sospechoso extranjero invitaba a la pru-
dencia. La forma en que se comportaba este hombre en Gine-
240
bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
hecho tenía razón y habría sido inútil intentar contradecirle.
Según las leyes de Horthy, vigentes en aquella época, todo
ciudadano húngaro que no hubiese residido en Hungría desde
hacía más de diez años quedaba automáticamente desposeído
de su nacionalidad. Emigrado en 1919, no había vuelto a Hun-
gría desde entonces. No podía regresar porque inmediatamente
me hubiesen detenido por mis actividades políticas. ¿Qué ha-
cer? ¿ Cómo prolongar mi permiso de residencia y salvar a la
Geopress? Si no lo lograba tendría que cerrar la oficina y vivir
en la clandestinidad. Pero entonces sería muy difícil dirigir la
red, y ¿qué ocurriría con mi familia? Mi mujer, mis niños y
mi suegra hubiesen sido expulsados de Suiza. ¿Dónde podrían
ir? ¿De qué vivirían? En toda Europa pululaban los fascistas
y los agentes de la Gestapo ...
Lo consulté ampliamente con Lena, y después decidimos
jugarnos el todo por el todo. Yo estaba en buenas relaciones
con uno de los funcionarios del consulado general húngaro en
Ginebra. Con su ayuda, envié por correo diplomático una carta
a mis padres residentes en Hungría. Les pedía que me ayuda-
sen a regularizar mi nacionalidad. Mi padre, que se había enri-
quecido, podía conseguir cualquier cosa con dinero. Mis padres
encontraron un funcionario de la Comuna de Mar que, me-
diando una fuerte suma, aceptó certificar que, en 1935-1936,
yo había trabajado en esa región como geólogo. El certificado
me llegó a través de mi amigo del consulado. Ese papel. era
suficiente para que mi permiso de estancia en Suiza fuese pro-
rrogado.
Otra complicación, más divertida pero no menos peligrosa,
fue consecuencia de un desliz que cometí.
Un artículo sobre las operaciones en el Pacífico había apa-
recido en uno de los diarios de Ginebra. Todo periódico que
se preciase mínimamente publicaba en aquella época ese tipo
de visiones panorámicas. El artículo en cuestión afirmaba que
los japoneses habían ocupado recientemente la isla de Christmas
que era de gran importancia estratégica en el Pacífico y que
permitía a las fuerzas aéreas y a la flota japonesa iniciar un
ataque directo contra los Estados Unidos. La isla de Christmas
ern efectivamente una base imnnrtante en el Pacífico pero, en
242
bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
puesto, la más estricta clandestinidad. Además, como ya he
dicho otras veces, el gobierno y la población suizas eran antina-
zis y simpatizaban con la lucha de las Naciones Aliadas. Esto
creaba unas condiciones de trabajo favorables.
Al mismo tiempo, las autoridades suizas, que temían cons-
tantemente la agresión, estaban obligadas a ganarse los favores
de Alemania y seguir una prudente política de compromiso. Los
dirigentes alemanes obtenían a veces lo que querían a fuerza
de chantaje y de amenazas.
La evidente orientación anglo-americana del gobierno suizo
y algunas actitudes desfavorables a los alemanes irritaban
a los nazis. Por ello, a guisa de amenaza, procedían a veces a
concentrar tropas a lo largo de la frontera, creaban tensiones en
las relaciones diplomáticas y propagaban la noticia de que la
agresión era inminente. Los fascistas locales preparaban enton-
ces febrilmente el golpe de estado.
La situación se hizo particularmente tensa en junio de
1942, cuando la prensa mundial publicó el acuerdo anglo-ame-
ricano-soviético relativo a la apertura de un segundo frente en
Europa. El gobierno suizo temía que en caso de un desembarco
aliado en Francia, los alemanes penetrasen inmediatamente en
Suiza: Las informaciones secretas recogidas por los servicios
l ,t:l véticos parecían confirmar, en todos sus extremos, estos
temores.
Nuestras fuentes alemanas informaron también de que, en
caso de apertura de un segundo frente, una agresión contra
Suiza no estaba excluida. Esto significaba que tendríamos que
trabajar en las condiciones creadas por la ocupación. Un tra-
bajo tal es extremadamente complejo, exige una preparación
minuciosa y otros medios.
En agosto de 1942 la situación seguía siendo tensa. Los
alemanes realizaban movimientos de tropas en la frontera suiza.
Di órdenes a fin de informar al Centro y pedir la opinión del
mando. Recibimos la orden de continuar trabajando en la clan-
destinidad en caso de ocupación alemana. El Director estaba
inquieto y nos preguntó si estábamos preparados para esta even-
tualidad, dónde esperábamos montar la radio, cómo haríamos
para pasar a la clandestinidad, quién podía conservar su identi-
248
bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
monio de ello. Pero nosotros ya conocíamos sus intenciones en
aquel momento, pues habíamos sido informados de ello por
fuentes seguras.
En verano de 1942, recibí una noticia ya prevista. La in-
formación procedía esta vez de los medios diplomáticos finlan-
deses. Grau era quien la había recogido; en junio me informó
a través de Long y Pakbo de la visita realizada por Hitler a
Mannerheim.
Según nuestro informador, que estuvo presente durante un
cierto tiempo en la conversación que se desarrolló durante la
entrevista Hitler-Mannerheim, el Führer había viajado a Fin-
landia de improviso después de que el presidente finlandés
hubiese informado en Berlín, el 15 de mayo, de que su país
pronto iba a firmar la paz por separado con la Unión Soviética.
A raíz de esto Alemania había cesado la entrega de víveres a
Finlandia.
Hablando de sus proyectos, Hitler había declarado que su
concepción estratégica más importante era el ataque que se
desarrollaría contra la línea Astracan-Stalingrado; a fin de sepa-
rar el Cáucaso del Norte de la Unión Soviética para después
ocupar el Cáucaso y Baku. Simultáneamente, contaba con lan-
zar un ataque contra Moscú ...
Hitler había prometido a Mannerheim que, para asegurar
inmediatamente el mantenimiento del orden, pondría a su dis-
posición 4 divisiones SS y que después de la guerra ampliaría
las fronteras de Finlandia hasta el lago Ladoga.
En contrapartida, Hitler exigía a Mannerheim que las po-
siciones finlandesas fuesen defendidas enérgicamente y que el
ejército finlandés tomase parte en el ataque contra Leningrado,
y lanzarse por fin un ataque en dirección a Murmansk.
Se sabe que, en las primeras fases del combate, los alema-
nes lograron importantes victorias en· el ala sur del frente ger-
mano-soviético. Habían atacado con violencia y en una gran
extensión.
Los cuerpos de ejército enemigos continuaron su avance en
dos direcciones: Leningrado y el Cáucaso del Norte.
Las informaciones que transmitimos al Centro mostraban
4.VII.1942, al Director.
Por Long.
Según informaciones procedentes de las altas esferas mili-
tares, Hitler habría dado orden a sus generales de ocupar
Maikop y Grozni en agosto. El OKW espera poner de nuevo en
funcionamiento, en el plazo de seis meses los pozos de petró-
1
Dora
TAYLOR
15.VIII.1942, al Director.
De Taylor.
1. Cito el número de casi todas las unidades alemanas que
han participado en los combates en el sector sur del frente desde
el 1 de mayo, principalmente entre el Don y el Donets así
como en la cuenca del Donets y en la península de Crimea.
Divisiones blindadas: 7.ª, 11.ª, 14.ª, 16.ª, 22.ª.
Divisiones motorizadas: 18.ª, 60.ª, 70.ª.
Divisiones autotransportadas: 5.ª, 99.ª, 100.ª, 101.ª.
252
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El 49.º cuerpo de ejército compuesto por dos divisiones de
montaña.
Divisiones de infantería: 15.ª, 22.ª, 24.ª, 28.ª, 35.«, 50.ª,
57.ª, 62.ª, 68.ª, 75.ª, 79.ª, 95.ª, 111.ª, 113.ª, 132/, 164.ª, 170.ª,
211.ª, 221.ª, 226.ª, 254.ª, 257.ª, 262.ª, 298.ª, 312.ª.
El 61.º regimiento blindado, una brigada bávara, una briga-
da de artillería (a la que pertenece la 20.ª brigada de infantería
pesada de Küstrin), diversas unidades SS equivalentes a la fuer-
za de un sub-regimiento, compuesto de voluntarios daneses y
noruegos y de unidades SS.
2. El número de prisioneros de guerra actualmente dete-
nidos en la Unión Soviética es 151.000.
Dora
EL PASAPORTE DE PAOLO
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bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
ves- rondaban por la calle, cerca de la casa. No entró en casa
del sastre y regresó a Suiza con el pasaporte. ·
Todo hacía creer que la casa del sastre había sido vigilada
desde hacía tiempo, incluso antes de que el correo fuese a
buscar el pasaporte. No podíamos reprochar ni al sastre ni al
médico haber cometido errores pues el médico no había sido
avisado del regreso del pasaporte hasta dos días antes, en
cuanto al sastre, premeditadamente, no le habíamos informado.
Sin duda la policía ltaliana se había enterado a tiempo de que
el pasaporte regresaría por el mismo camino. Esto nos exigía
mucha prudencia.
Informé al Centro de lo que había ocurrido. El Director
nos encargó encontrar otro medio de hacer llegar sin más
retrasos el pasaporte a Italia. Preparamos entonces una cita
en Tirano, ciudad fronteriza italiana. Uno de los colaborado-
res, en quien se podía tener plena confianza, iría a Tirano a la
cita convenida, y entregaría el pasaporte a un hombre que se
presentaría con la contraseña.
Pensábamos que estaba todo en orden; pero el pasaporte
no llegó nunca a su propietario. Más tarde nos enteramos de
que Paolo había sido detenido en julio de 1942, es decir alre-
dedor de un mes antes de que empezase todo el asunto del
pasaporte.
Al detenerle, el contraespionaje italiano había encontrado
la clave del código y la emisora. En Tirano ya fue un agente
del contraespionaje italiano quien acudió a la cita para recoger
el pasaporte. El asunto había revelado a los italianos que una
red de investigación soviética, que estaba en contacto directo
con Moscú, funcionaba en territorio suizo. Se enteraron tam-
bién de que la red soviética tenía hombres en la policía suiza,
por lo menos en Basilea. El servicio de contraespionaje italiano
colaboraba con el Servicio de Seguridad alemán (el S. D. Si-
cherheitsdienst) y la Gestapo. Los alemanes tenían así más
amplias informaciones sobre la red suiza, de la que ya conocían
algunos datos.
La Gestapo y la SD vigilaban de cerca todo lo que pare-
ciese relacionado con las redes soviéticas que operaban en
Europa. Tenían carta blanca tanto en Alemania como en los
EMISORA Y OSCILADOR
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bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
Roja» que tenía como misión descubrir los agentes secretos
soviéticos en Europa.
Los documentos encontrados en los archivos y los .atestados
judiciales de los interrogatorios a que fueron sometidos después
de la guerra los colaboradores de los servicios secretos alema-
nes, permiten reconstruir la historia de la formación y de la
actividad del «Comando Orquesta Roja». El trabajo de esta
organización ha sido descrito con todo lujo de detalles por
W. F. Flicke, el eminente conocedor de los servicios de contra-
espionaje hitleriano, a quien ya otras veces me he referido. 1
Los alemanes habían dado el nombre clave de Orquesta
Roja a todos los grupos de investigación soviéticos cuyas emi-
soras habían podido captar desde el principio de la guerra con-
tra la Unión Soviética. En 1941 la Abwehr, el SD y la Gestapo
lograron desenmascarar a nuestros colaboradores en Bruselas
y en Holanda, después en la capital del Reich. Pero, pese a
esos éxitos en Bruselas, Holanda y Berlín, el servicio de vigi-
lancia alemán señaló que las emisoras de Francia y Suiza se-
guían dialogando alegremente con Moscú.
Hímmler ordenó entonces que fuese organizado inmediata-
mente un grupo compuesto de varios miembros de confianza y
altamente cualificados de la policía secreta alemana. Este grupo
especial de la Gestapo, que recibía el nombre de Sonderkom-
mando Rote Kapelle, trabajaba en estrecha colaboración con
la investigación militar y el Servicio de Seguridad del Reich.
En verano de 1942 el Komniando llegó a París. Su estado
mayor se instaló primeramente en la calle de Saussaies, en el
edificio de la S.D. (originariamente el de la Süreté, el servicio
secreto francés), después se trasladó al boulevard de Courcelles,
a un edificio particular.
Más tarde, el Kommando Rote Kapelle fue denominado
«Kommando-Pannwitz» porque, a partir del verano de 1943,
el SS-Hauptsturmführer Heinz Pannwitz, experimentado crimi-
nalista de la Gestapo en Praga, dirigió la actividad de este
grupo especial.
En París los agentes del comando empezaron a buscar a
268
bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
ría a la que ella iba. Así pudo asistir regularmente a las con,
versaciones entre Lena y Rosie.
No queda excluida la posibilidad de que los alemanes hu-
biesen localizado a Rosie siguiendo a Pakbo. Sea como sea,
el hecho es que, hacia agosto o septiembre de 1942, el Co-
mando de la Gestapo localizó nuestra red.
No sé lo que Rosie contó al «comunista» Hans Peters y
si la chica, confiada, le había revelado que estaba en contacto
con Moscú, pero una cosa es cierta: Peters no la abandonaba
ni un momento; si la ocasión se presentaba, podía revolver
el piso, buscar la emisora y, por supuesto, vigilar cuando se
reunía con Lena y conmigo, o cuando salía en misión. Pro-
bablemente fue así como los alemanes lograron descubrir que
Rosie estaba en contacto con Pakbo y Jim. Y esto represen-
taba un grave peligro.
Sin embargo, si nos hubiésemos enterado de la falta que
Rosie había cometido, hubiésemos podido encontrar la forma
de proteger nuestra red: reorganizar rápidamente las comuni-
caciones, cortar todo contacto con Rosie, retirarle la emisora
y cambiar a Jim de domicilio. Algunos de nosotros habrían
pasado a la clandestinidad para continuar dirigiendo las acti-
vidades de la red.
LUCY
274
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mucho y le impulsaban aún más a colaborar con nosotros.
Señalemos que Taylor nos hizo saber por Sissy que tanto él
como su amigo estaban dispuestos a ayudar a la Unión So-
viética sin compensación, es decir sin pago, salvo los gastos
de material, pues consideraban que era el enemigo más impla-
cable del nazismo y de ella dependía el resultado de la guerra.
Taylor puso de todos modos condiciones: su amigo sólo
aceptaba trabajar con nosotros si no intentábamos averiguar
su verdadero nombre, su dirección, ni su profesión. Taylor nos
dijo simplemente que ese hombre vivía en Lucerna.
Pregunté al Centro si podíamos aceptar sus condiciones.
Personalmente pensaba que, pese a su rareza, debíamos acep-
tar esa cláusula por miedo a que se rompiera el contacto con
un hombre, tal vez una red, tan bien informado. El Director,
después de haber valorado minuciosamente las cosas, fue de
mi misma opinión pero nos aconsejó ser extraordinariamente
prudentes. Taylor no debía en absoluto comunicar a su amigo
el nombre y la dirección de Sissy. Taylor, por su parte, lo
aceptó.
Así fue como en noviembre de 1942, un hombre que
desde ese momento iba a jugar un gran papel en nuestra red,
vino a unírsenos. Le di el seudónimo Lucy porque iba bien
con Lucerna, la ciudad donde vivía. Como todo seudónimo,
sólo lo utilicé en los telegramas dirigidos al Director.
No obstante, antes de recibir la respuesta del Director,
quise probar las posibilidades de Lucy. Le pedí que informara
de: qué sabía el estado mayor alemán sobre el Ejército Rojo,
la posición de las tropas en el frente, los mandos, etc.
Lucy me hizo saber por Taylor que aceptaba responder.
Tres o cuatro días más tarde, Sissy me entregó un texto
mecanografiado de varias páginas. Las informaciones recibidas
de Lucy nos cortaron el aliento porque daban un informe com-
pleto sobre la cuestión. Enumeraba los ejércitos y las divisio-
nes soviéticas, daba el nombre de los comandantes y los va-
loraba desde el punto de vista del estado mayor alemán. Entre
los miembros del mando, el enemigo hablaba con gran respe-
to del mariscal Chapochnikov, jefe del estado mayor del Ejército
Rojo, calificándole de genio. Hablaba en términos muy adu-
284
bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
cosas sobre la situación y las posibilidades de sus amigos ber-
lineses. Sin embargo, se negó categóricamente a revelar su
verdadera identidad porque -según él- esto podría ser fatal
para ellos. En esto estábamos de acuerdo con él y no le mo-
lestamos más con este tipo de preguntas.
Todo me hace suponer que el secreto de Lucy nunca ha
sido desvelado completamente. Sobre esta cuestión es muy in-
teresante remitirse .a la confesión de Allen Dulles, el antiguo
jefe de la CIA. En su libro La técnica de la investigación, es.-
cribe: «Los soviéticos explotaron entonces una fuente fantás-
tica, situada en Suiza, un tal Rudolf Rossler que tenía por
nombre en clave Lucy. Por medios que aún hoy no han sido
aclarados, Rossler llegaba a conseguir en Suiza informaciones
del alto mando en Berlín, con un ritmo casi ininterrumpido y
a menudo en menos de veinticuatro horas de ser tomadas las
decisiones cotidianas relativas al frente del Este ... ». 1
Así, incluso el jefe de la CIA, Allen Dulles, ignora de
quién obtenía Rossler las informaciones, cuando Dulles resi-
dió en Suiza durante la guerra y dirigió el servicio de infor-
mación americano contra Alemania. Por otra parte, vemos
como Dulles toma también como referencia y sin ninguna com-
probación las afirmaciones fantasiosas de Foote y habla de in-
formaciones recibidas en menos de veinticuatro horas.
El coronel-general Franz Halder, jefe del estado mayor deL
ejército de tierra alemán hasta 1942, hizo también una decla-
ración fantástica cuando fue interrogado como testigo en un
proceso.2 La revista de Alemania occidental, Der Spiegel, re-
produce esa declaración en su número del 16 de enero de 1967:
«Casi todas las iniciativas del OKW, inmediatamente después
de su decisión e incluso antes de haber llegado a mi oficina,
eran puestas en conocimiento del enemigo, a causa de la trai-
ción de uno de los miembros del OKW. Durante toda la guerra
no llegamos a taponar esta grieta». Halder no lo dice abierta-
mente, pero sus palabras dejan entender que ésta fue la única
causa de que los alemanes perdiesen la guerr.a. Ahondando en
el tema, el record es batido por Accoce y Quet que, en su
1. Allen Dulles, La técnica de la investigación. Laffont, 1964.
2. P. Carell, Operación Tierra Quemada.
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sora de serv1c10 y enviaban los telegramas cifrados desde el
Centro Oficial de transmisión del OKW, en el campo de May-
bach en Zossen, a las puertas de Berlín. Ningún control de
radio podía detectar un telegrama sospechoso entre la multitud
de mensajes en clave que el Centro del Alto Mando de la
Wehrmacht enviaba al éter, transmitiendo órdenes a todos los
sectores del frente. Según los periodistas franceses, un frente
invulnerable se creó así entre Berlín y Rossler.
En mi opinión, esta teoría no resiste a un examen pro-
fundo. En principio, es estúpido suponer que Christian Schnei-
der hubiese enseñado a Rossler el manejo de una emisora. Sé
con certeza que Schneider lo ignoraba todo en cuestiones de
radio y que nunca había trabajado como telegrafista.
Y Rossler, ¿podía hacer funcionar él solo un emisor-re-
ceptor? Personas que le han conocido en esa época afirman
que ignoraba el manejo de un aparato de este tipo. Mis du-
das tienen, sin embargo, una razón de fondo: si Lucy hubiese
enviado personalmente sus mensajes por radio, éstos habrían
sido interceptados por los alemanes que ya había localizado
otras emisoras clandestinas.
Con mucha probabilidad, Rossler no recibía ni transmitía
personalmente sus telegramas. Algunas suposiciones hacen
creer que había utilizado la emisora de un órgano oficial. Es
posible imaginar que las informaciones llegaban por la vía ofi-
cial de la embajada o del consulado de Alemania en Suiza.
No olvidemos que Hans Berndt Gisevius, vice-cónsul .alemán
en Zurich, tomó parte activa en la famosa conspiración de los
generales y fue uno de los organizadores del atentado de julio
de 1944 contra Hitler. Desde finales de 1942, estaba en con-
tacto con Allen Dulles, jefe de los servicios de investigación
camuflado de diplomático. 1 Gisevius muy bien podía tener las
mismas ideas que Rossler y haber puesto un telegrafista a su
disposición.
Había también otra vía: el Departamento Ha en el que
colaboraba Rossler. En ambos casos, las estaciones de escucha
alemanas no interceptaban más que emisiones oficiales. Es poco
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la común lengua alemana, mucho más, el dialecto germánico
común a Alemania del sur y Suiza, las relaciones familiares,
culturales y comerciales muy estrechas, la interdependencia de
los capitales, todos esos vínculos que nunca se rompen, ha-
cían que esa frontera fuese prácticamente inexistente. A esto
se unía que más de 150.000 ciudadanos alemanes, residían
continuamente en Suiza y que, por otra parte, los habitantes
fronterizos iban a trabajar del otro lado, de la "pequeña fron-
tera'\ como se la llamaba vulgarmente». 1
De entre los ciudadanos alemanes, 30 .000 eran miembros
efectivos del partido nazi en el año 1943; según las decla-
raciones del jefe de la organización, el barón Segismund von
Bibra (consejero de la embajada alemana en Berna), su nú-
mero ascendía a más de 100.000 en 1940.2
Por fin, el informe Bonjour, en su capítulo publicado por
la Neue Zürcher Zeitung el 6 de febrero de 1970, informa de
fuente hoy oficial que el servicio de investigación suizo, bajo
la dirección de Roger Masson, había creado, desde los prime-
ros meses de la guerra, una red con múltiples ramificaciones
que recogía informaciones políticas y militares sobre las po-
tencias del Eje. «Los miembros exteriores del Bureau Central
de investigación se encontraban en las regiones fronterizas
donde interrogaban a los recién llegados y vigilaban el pe-
queño tráfico fronterizo. El aparato de investigación suizo,
que no contaba más que con diez colaboradores al iniciarse
las hostilidades, aumentó a 120 personas durante la guerra.»
Leemos igualmente en el informe Bonjour que: «el servicio
de investigación utilizaba las_ fuentes más diversas. Recibía los
comunicados de los puestos .tronterizos y de las aduanas, con-
trolaba por correo, los telegramas, el teléfono y la radio, di-
seccionaba la prensa extranjera y nacional, interrogaba a los
desertores llegados del extranjero, a los fugitivos, a los prisio-
neros, a los suizos que regresaban al país. Los informes más
interesantes eran los de los agentes, cuyas relaciones se exten-
dían a veces a los centros principales del potencial enemigo
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a los estados mayores militares. 1 Observemos de pasada, ¿cómo
los documentos secretos suizos han llegado en 1963 -según
Carell- a la República Federal Alemana? Carell ha estudia-
do esos films y piensa que los informatlores del comandante
Hausamann «deben buscarse sin duda en las más altas esferas
militares alemanas y que había infiltrados incluso entre los
propios colaboradores de Hitler». Las informaciones que Hau-
samann había recibido del OKW y del mando del ejército de
reserva alemán eran particularmente interesantes. Recibía re-
gularmente información de los .acontecimientos militares que
ocurrían en Francia, Italia, en la Luftwaffe, en la vida eco-
nómica y estaba diariamente al corriente de los movimientos
de tropas, de la posición de las unidades de reserva alema-
nas, de los cursos de formación especial y de los ejercicios
que se desarrollaban en las bases militares de maniobras. Así
Hausamann podía remitir cotidianamente .al mando militar
suizo un informe detallado sobre el número de prisioneros y
pérdidas. Recibía también informaciones ultrasecretas que ema-
naban de los propios círculos del Reichsführer de las SS (Him-
ler ). Por otra parte, algunos informadores debían ocupar pues-
tos clave en el Ministerio de Asuntos Exteriores porque en el
dossier de Hausamann encontramos extractos e incluso foto-
grafías de documentos originales relativos a los informes ul-
trasecretos que el embajador Hewel, agente de enlace del Mi-
nisterio de Asuntos Exteriores, había enviado al Cuartel Ge-
neral del Führer para información o decisión de Hitler. Los
consulados alemanes de Berna y Estocolmo transmitían a Hau-
samann las instrucciones más importantes que se daban en su
Ministerio de Asuntos Exteriores.
El informe Bonjour, aceptado como oficial, afirma igual-
mente que se ha probado que un agente de investigación del
alto mando alemán -enemigo del régimen nacional-socialis-
ta- había transmitido elementos a Suiza. «En primera instan-
cia parece inverosímil que las informaciones hayan sido trans-
mitidas por los más altos medios del ejército alemán al servicio
suizo de investigación», dice el informe Bonjour. Pero la expli-
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cación es la siguiente: algunos alemanes, que por razones ideo-
lógicas condenaban severamente al régimen en el poder, apro-
vecharon cualquier ocasión para provocar la caída de ese des-
potismo odiado. Uno de los medios a su disposición era trans-
mitir al extranjero importantes secretos militares y políticos.
Suministrando información a Suiza esperaban que esos datos,
llegando a los enemigos del agresor, obstaculizarían la opresión
y conducirían en definitiva a una derrota militar. 1
Así el estado mayor y el gobierno suizos estaban al corrien-
te de los hechos militares más secretos y de la economía ale-
mana de guerra.
De nuevo, también aquí, surge la cuestión de la increíble
rapidez con que eran transmitidas estas informaciones: «A ve-
ces las órdenes relativas a los movimientos de tropas alema-
nas llegaban con más rapidez al general Guisan que a· las auto-
ridades competentes».2
Rossler había entablado amistad -como podemos leer en
el informe Bonjour 3- con el capitán de estado mayor Mayr
von Baldegg, uno de los jefes del Departamento Central de
investigación suiza. Según Bonjour, este suizo sin duda sabía
que Rossler pasaba a los soviéticos las informaciones que ob-
tenía de él, pero no veía nada criticable en esta actividad,
basada en la reciprocidad, porque ello tenía por fin derrotar
a Hitler, preservar la patria de la guerra y aclarar el restable-
cimiento de la paz.
Esto no quiere decir que la única fuente informadora de
Rossler fuese el Departamento Ha, cosa que algunos historia-
dores han afirmado. Carell, en la página 99 de su libro, com-
parando los informes imprecisos y cargados de datos falsos
que se enviaban al Departamento Ha antes de la batalla de
Kursk, con las informaciones extraordinariamente precisas de
Werther, deduce que éste era una fuente que únicamente tra-
bajaba para el servicio soviético de investigación. Hausamann,
por su parte, en su entrevista televisada, afirma que no es
él quien suministraba información a Rossler, sino que las recibía
l. Idem pág. 95.
2. J. Kimcher, Un general suizo contra Hitler.
3. Neue Zürcher Zeitung, 6 de febrero de 1970.
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de él y había podido comprobar que eran extraordinariamente
precisas. 1
Matt escribe también en la página 191 de su libro antes
citado que Rossler «a través de un agente de enlace suminis-
traba regularmente al Departamento Ha excelentes informa-
ciones».
Veamos para finalizar el más hermoso ejemplo de fanta-
sía: en el número del 8 de enero del semanario inglés Obser-
ver, el célebre publicista Malcolm Muggeridge -ex-colabora-
dor del In telligence Service- alardeaba de sus buenas rela-
ciones con Alexander Foote que, en su opinión, estaba en
contacto con Rossler durante la guerra -primera mentira- y
afirma que las informaciones de Rossler procedían del Intelli-
gence Service, porque los ingleses habían logrado descifrar la
clave secreta de los alemanes, que sin embargo guardaron en
secreto. Por otra parte, querían hacer llegar esas informacio-
nes a los soviéticos, y las transmitieron así por medio de
Rossler. ( ¡Cómo! ¡Él no dijo nada!) Es evidente que cualquier
persona sensata compartirá la opinión de Hausamann que de-
clara: «Me parece absolutamente fantasioso creer que los in-
gleses transmitieron informaciones a Rossler para en seguida
volverlas a recibir de él». 2
Pero confiemos la solución de este enigma al tiempo. No-
sotros simplemente podemos decir que el enlace entre Lucy y ·
sus informadores había sido organizado sagazmente, con mu-
cha eficacia y que era perfecto.
EL COMANDO EN ACCIÓN
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bre, la policía secreta hitleriana logró apresar a un ciudadano
suizo residente en Bruselas, cuyo seudónimo era Niggi. Este
hombre conocía a Sissy así como a Anna de Basilea con la que
Jim estaba en contacto por orden del Centro.
En noviembre de 1942 hubo numerosas detenciones en
Francia. Varios miembros de redes clandestinas, entre ellos
Kent, fueron cogidos en sus domicilios secretos.
El lector se acordará sin duda de Kent, jefe de una red
de investigación belga, que había venido a verme en marzo de
1940 por orden del Director. Me había traído el programa
de enlace por radio y el código, que me había enseñado a
utilizar.
Kent había logrado evitar las detenciones de Bruselas, y
el contraespionaje alemán no había podido, durante todo un
año, descubrir su escondite. Pero cuando el comando envió a
sus agentes a la zona francesa no ocupada, volvieron a loca-
lizar su pista.
Según Gilles Perrault, que se basa en documentos del con-
traespionaje alemán y en el testimonio de los supervivientes,
Kent fue detenido en un apartamento el 12 de noviembre
de 1942. 1 La afirmación de Flicke de que Kent había sido de-
tenido con su telegrafista en el momento en que estaban en
contacto con el Centro, carece de fundamento.
Aunque resulte doloroso recordarlo, debemos confesar que
algunos de nuestros colaboradores no resistieron las amenazas,
chantajes y torturas de la Gestapo. No sólo reconocieron que for-
maban parte de una red de investigación soviética, sino que
también dijeron en qué consistía su actividad y lo que sabían
de la red suiza. Hoy todo esto puede comprobarse por es-
crito.
La Gestapo recibió pues informaciones bastante detalladas
sobre mí: nombre y seudónimo (Radó-Dora), profesión, di-
rección en Ginebra, una descripción de mi persona, número
de miembros de mi familia, los idiomas que hablaba, etc. Y el
contraespionaje alemán recibió además un «regalo» inaprecia-
ble: el código que en su día me habían llevado a Ginebra.
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Así, desde diciembre de 1942, los alemanes podían con-
trolar una parte de los mensajes que intercambiábamos con
el Centro. Los expertos de su servicio de codificación habían
logrado, de vez en cuando, descifrar las informaciones que
transmitía al Centró así como las instrucciones del Director.
Pero a partir del otoño de 1942, enviaba una parte de mis
telegramas en texto original a Jim que los cifraba él mismo
con su código antes de transmitirlos.
Los alemanes no conocían la clave del código de Jim, y así
no pudieron descifrar los telegramas transmitidos desde Lausa-
na. Cuando me reunía con Jim o le enviaba un correo (ge-
neralmente dos o tres veces por semana), le encargaba de
transmitir los telegramas más importantes y más urgentes, por-
que sabía que tenía una técnica extremadamente rápida. Ade-
más, a pesar de la confesión arrancada a nuestros colabora-
dores, sólo una pequeña parte de nuestros telegramas pudo
ser descifrada (según Schramm, en 1943, sólo era una décima
parte) porque los alemanes no tenían suficientes técnicos en
descifrar lo .1
El contraespionaje, desde que tuvo en sus manos la clave
del código, intentó descifrar los telegramas que se habían acu-
mulado desde 1941, es decir, que habían logrado captar los
intercambios de información entre la emisora suiza y el Cen-
tro de Moscú. Sin embargo, en 1941, una gran parte de mis
telegramas continuaba siendo emitida por el aparato de Sonia,
que no había sido localizado, y los alemanes tampoco cono-
cían su clave. Refiriéndose a unos 250 telegramas captados y
descifrados, conservados en los archivos alemanes y suizos,
Schramm escribe que, durante los primeros años de la guerra,
los alemanes sólo habían podido captar una pequeña parte
de los radiotelegramas y no habían logrado descifrar más de
treinta.
Flicke, basándose en los archivos del SD, reproduce algu-
nos párrafos de los telegramas intercambiados con el Centro.
A título de ejemplo, cito uno de los telegramas captados por
los alemanes a partir de 1941, que, según Flicke, no pudo
ser descifrado hasta finales de enero de 194 3 ( ! ).
l. W. von Schramm, obra citada, págs. 146, 105 y 111.
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10.XII.1941, al Director.
Por Long, del director de la compañía aérea suiza que ha
regresado hace poco de Munich donde ha mantenido conver-
sación con la compañía Deutsche Lufthansa.
1. Las fuerzas aéreas alemanas disponen actualmente de
22.000 aparatos, amén de 6.000 a 6.500 aviones de trans-
porte ]unkers 52.
2. Actualmente se fabrican diariamente en Alemania de
10 a 12 bombarderos en picado.
3. Las unidades de bombarderos, estacionadas hasta aho-
ra en Creta, han sido trasladadas al frente del Este, una parte
a ·la península de Crimea y otras a los distintos sectores del
frente.
4. Alemania ha perdido en el frente del Este, entre el 22
de junio y finales de septiembre, 45 aviones diarios.
5. Los nuevos Messerschmitt están equipados con dos ca-
ñones y dos ametralladoras. Todo ello sobre las alas. Veloci-
dad 600 km/h.
Dora
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quietaron aún más a medida que el equipo de expertos desci-
fraba nuevos telegramas.
27.X.1942, a Dora.
l. ¿De qué fuente recibe Taylor las informaciones rela-
tivas a las tropas alemanas del frente del Este? ¿Por con-
versaciones o por documentos?
2. Verificar: ¿Está realmente Guderian en el frente del
Este? ¿El 2.º y 3.º ejército están bajo sus órdenes?
3 ¿El 4. º ejército blindado pertenece al grupo Jodl o le
será agregado otro cuerpo blindado? ¿Cuál?
Director
2.XI.1942, a Dora.
Verifique a través de T aylor y los demás, e infórmenos
rápidamente:
l. ¿Quién dirige el 18.º ejército, Lindemann o Schmidt?
2. ¿Está agregado el 9.º cuerpo del ejército al cuerpo de
ejército norte, y cuáles son las divisiones que forman parte
de él?
3. ¿Se ha formado el grupo Model? ¿Quién lo compone?
Averigüe el sector del frente y el emplazamiento de su estado
mayor.
4. ¿Se ha reorganizado el grupo Kluge? ¿Cuál es su dis-
tribución?
5. ¿El estado mayor del 3.º ejército blindado está en Viaz-
na? ¿Quién forma esta unidad, quién la manda? .
Director
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hubiese podido llamarse de cualquier otro modo. La he esco-
gido porque era un punto extraordinariamente importante.
Era el núcleo de transporte de más de treinta millones de to-
neladas de mercancías, entre ellas nueve millones de toneladas
de petróleo. Allí afluía el trigo de Kuban y de Ucrania para
ser transportado hacia el norte. También llegaba allí el mineral
de magnesio. La ciudad era un inmenso centro de transbordo.
Precisamente por eso quería ocuparla». 1
Según los documentos de los archivos soviéticos, el maris-
cal von Paulus, comandante del 6.º ejército alemán que atacó
Stalingrado, había declarado al ser detenido: «La región de Sta-
lingrado era una base de partida ventajosa para dirigir un
ataque hacia Moscú y más al Este. A este ataque vendría a
unirse simultáneamente la rotura del frente central por las
tropas alemanas -en la zona situada al este de Smolensko
y en dirección .a Moscú- que había constituido un peligro
real para el ejército soviético y toda la estrategia de su alto
mando». 2
En otoño de 1942, el frente no estaba a más de 150 o
200 km. de Moscú. Una victoria en el Valga hubiese creado
realmente una situación estratégica ventajosa para los alema-
nes y su mando militar, que había comprometido fuerzas in-
mensas en la batalla de Stalingrado.
«El 6.º ejército, que constituía la fuerza esencial de l.as
tropas fascistas y el 4.º ejército blindado se enzarzaron en
una lucha larga y agotadora, al igual que el 3.º y 4.º ejérci-
tos rumanos y el 8.º ejército italiano, 50 divisiones en total,
sin contar las tropas con armas especiales. Allí combatía un
quinto de las divisiones de infantería del enemigo y alrededor
de un tercio de sus divisiones blindadas. Más de un millón de
soldados enemigos se habían concentrado en la región de Sta-
lingrado .»3
Todo esto prueba la inmensa importancia que el mando
militar concedía a la batalla del Valga. Par.a los dirigentes
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bido la anterior información hizo una serie de preguntas, y
pidió más detalles, así por ejemplo el telegrama del nueve de
noviembre de 1942:
A Dora.
¿Dónde están situadas las líneas traseras de defensa de
los alemanes en el sudeste de Stalingrado y a lo largo del
Don? ¿Dónde están constituidas las líneas de defensa en el
sector Stalingrado-Kletskaia y Stalingrado-Kalatch? ¿Cuáles son
sus características? ¿Qué tipo de fortificaciones se han cons-
truido en la línea Boudrennovsh-Divnoye-Verkne-Tchirskaia-Ka-
latch-Kachalinskaia-Kletskaia así como en el sector del Dnieper
y de la Berezina?
Director
10.XI.1942) a Dora.
Haga verificar por Taylor y otras fuentes:
1. ¿Dónde se encuentran actualmente las 11. ª y 18. ª di-
visión blindada y la 25. ª división motorizada que anteriormen-
te actuaron en el frente de Briansk-Boljov?
2. ¿Se ha formado el cuerpo de ejército de Weichs?
¿Cuál es su composición y su estado mayor? ·
3. ¿Se ha constituido el grupo de ejércitos Guderian?
¿Tropas que lo componen y situación de su estado mayor?
Director
26.XI.1942, a Dora.
Envíenos datos sobre las disposiciones concretas tomadas
por el OKW relativas al ataque del Ejército Rojo contra Sta-
lingrado.
Director
2.XII.1942, a Dora.
A partir de ahora su tarea más importante es determinar
Unos días más tarde, Taylor nos informó de que dos ge-
nerales alemanes -principalmente von Paulus, comandante del
ejército de Stalingrado- querían abandonar el sector de Sta-
lingrado y el Cáucaso del norte.
Se sabe que Hitler no autorizó la ejecución de tales pro-
yectos y la desesperada contraofensiva alemana prosiguió. 1
El 7 de diciembre recibimos otro telegrama:
A Dora:
¿Cuáles son, en el Oeste y en Noruega, las unidades mi-
litares que parten para el frente del Este y cuáles son las uni-
dades que regresan del frente del Este hacia el Oeste y los
Balcanes?
¿Cuáles son los planes del OKW relativos a la ofensiva
del Ejército Rojo? ¿La W ehrmacht se conformará con una
lucha defensiva, o el OKW proyecta alguna contraofensiva en
algún punto del frente del Este? En tal caso, ¿dónde, cuándo
y con qué fuerzas?
Director
Después, el 18 de febrero:
ÉXITO Y PREOCUPACIÓN
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Tome todas las medidas necesarias para la seguridad de
toda la organización y procure al máximo que el trabajo con-
tinúe normalmente. Esto es particularmente importante hoy.
Le ruego que actúe con calma1 seguridad y previsión.
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vé un gran ataque del Ejército Rojo en Kursk, en dirección
Glujov-Konotop,- se espera por otra parte que por lo menos
dos cuerpos de ejército intentarán una penetración entre Bo-
godujov y Konotop.
Los alemanes esperan esta maniobra porque, entre el 15 y
el 20 de febrero, las tropas obstinadas en la defensa de la vía
Bogodujov-Konotop, entre otras la 3.ª división blindada, han
sido trasladadas a la cuenca del Donets.
Si las tropas soviéticas fuerzan las líneas entre Jarkov y
Konotop, repercutiría decisivamente no sólo en las posiciones
alemanas de la región de Poltava, sino también en la línea
Krementchung-Romni-Konotop, que los alemanes tendrían tal
vez que abandonar en marzo.
Dora
23.IV.1943. A Sissy.
Comunicamos el título del nuevo libro de código. Cóm-
prelo y le daremos las instrucciones de empleo. Alberto no
debe saber nada de este nuevo libro. Título: Tempestad sobre
la casa. Ediciones H. Jebers, pág. 471.
Director
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sus contactos con Masson cuando, en 1945, cayó en manos
de los ingleses ... Durante tres años, hasta su proceso, perma-
neció en Londres y, sin ninguna duda, reveló a los agentes
del Intelligence Service todos los secretos del Reich alemán.
Expuso con detalle sus encuentros con Masson, entre otros
su entrevista del 12 de mayo en Zurich.
Según Pierre Accoce y Pierre Quet 1 en el curso· de las con-
versaciones de Zurich, como gran maestro en el arte del chan-
taje, en primer lugar había intentado confundir a Masson ase-
gurándole que el Führer estaba muy interesado en la ocupación
de Suiza, pero él, jefe del SD, pensaba que eso sería un error
e intentaba conducir a Hitler a posturas más razonables. Quería
· evitar a Suiza la invasión porque pensaba que su neutralidad
era importante para Alemania. El coronel-brigadier Masson no
tenía porque dudar de la sinceridad de Schellenberg: ¿no había
dado prueba de sus intenciones amistosas hacia la Confedera-
ción accediendo desde el principio de sus relaciones personales
a un cierto número de peticiones de Masson? Ahora quería
hacer mucho más por Suiza, porque de hecho se trataba de la
salvación de la Confederación.
Sólo después de este preámbulo, Schellenberg mostró su
juego: « ¡Tengo graves preocupaciones por la seguridad del
Führer! », declaró. Masson, en el curso de los anteriores en-
cuentros, había oído más de una vez esta frase que entonces
le había parecido un comentario hecho de pasada, casualmente.
¿Por qué el jefe del SD le hablaba de esto, a él que realmente
no le preocupaba especialmente la seguridad del dictador ale-
mán? Masson sólo podía hacer suposiciones.
Los periodistas franceses presentan la cosa como si, el 12
de marzo, en Zurich, Schellenberg hubiese hablado abierta-
mente y formulado exigencias: «Sabe que en el seno del OKW
algunos generales no vacilarían en conspirar contra la vida de
Hitler. ( Según von Schramm, Schellenberg ya habría abordado
esta cuestión en su primer encuentro con Masson, el 9 de sep-
tiembre de 1942.) 2 Pero los días de los conspiradores están con-
tados; Müller, jefe de la Gestapo, acumulaba pruebas que le
l. P. Accoce-P. Quet, La guerra se ganó en Suiza, pág. 65.
2. Von Schramtn, obra citada, pág. 267.
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La «segunda flor.ación» de generales que quería eliminar a
Hitler del poder, ahora está decidido a liquidar a Hitler y a los
. sectores que le protegen.
En todo caso, podemos considerar ese complot contra Hit-
ler -que hizo mucho ruido y fracasó lamentablemente- como
un asunto «familiar» de los medios dirigentes alemanes de la
época. «Los de la oposición» tenían como único objetivo firmar
una paz por separado con Inglaterra y los Estados Unidos para
dirigir luego todos sus esfuerzos contra la Unión Soviética.
Los conjurados querían sustituir la dictadura de Hitler por una
dictadura militar, es decir, crear un gobierno que las potencias
occidentales aceptasen y con el cual ellas se hubiesen podido
entender, en perjuicio de la Unión Soviética. Había una excep-
ción: el grupo que capitaneaba el conde Stauffenberg, que
pensaba en una posible colaboración con la Unión Soviética
en el futuro.
La «conjura de los generales» ha sido comentada amplia-
mente y es inútil repetir detalles tan conocidos.
Schellenberg, el jefe SS del servicio de investigación polí-
tica, tenía muchas cosas que arreglar en Suiza; pero estos
asuntos eran muy diferentes de los que le impulsaban a pre-
sionar tan obstinadamente al jefe de los servicios secretos fe-
derales. .
Al principio, Schellenberg había pensado que los hombres
que transmitían informaciones militares a Suiza formaban parte
de la oposición ya conocida por el departamento de Himmler.
Si Masson sabía algunas cosas del complot contra Hitler, se
decía Schellenberg, es que sus informadores berlineses forma-
ban parte de este círculo y no quedaba excluida la posibilidad
de que hubiesen revelado .a Suiza importantes secretos de esta-
do. El jefe del SD tenía ya la prueba de que el coronel-briga-
dier recibía las informaciones del alto mando de la Wehrmacht.
De otro modo, Masson no hubiera preguntado si era ci~rto
que las tropas del general Dietl se aprestaban a atacar Suiza.
Según otros documentos, Masson había encargado, el 18 de
marzo de 1943, a su hombre de confianza Meyer-Schwarten-
bach de tantear el terreno con Eggen, el hombre de confianza
de Schellenberg, para saber si esa información era acorde a la
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verdad. 1 La información era efectivamente justa, sólo que esos
movimientos en la frontera suiza no eran más que una forma
de chantaje. Schellenberg continuó su juego y se apresuró a
asegurar a Masson que utilizaría toda la influencia que él mis-
mo y sus amigos bien colocados pudiesen tener, para disuadir
a Hitler de su proyecto de invasión de Suiza.
El coronel Bernard Barbey, jefe del estado mayor personal
del general Guisan que -el lector lo recordará sin duda-
había acompañado al general en su primer. encuentro con Schel-
lenberg, publicó sus memorias bajo el título P. C. del ge-
neral (Neuchatel, 1947). El 23 de marzo de 1943, es decir,
catorce días después del encuentro Masson-Schellenberg en
Zurich, anotó en su diario: «He encontrado un Masson feliz,
más aún, emocionado. Ha recibido un mensaje de Eggen (ofi-
cial del estado mayor de Schellenberg) por el que éste nos
hace saber que podemos "estar contentos de él". La amenaza
de invasión ha desaparecido: Suiza no estará más en el tapete
del Oberkomando de la Wehrmacht. El "plan suizo" será
abandonado».
Si este testimonio fuera exacto, el jefe de los servicios se-
cretos suizos habría cometido definitivamente el gr.ave error
de poner al tanto a Schellenberg de esta información comu-
nicada por los informadores de Rossler o por la «línea Viking».
Pero fue inútil que el jefe del SD intentase hacer caer a Masson
en la trampa revelándole que el Führer tenía la intención de
invadir Suiza; Roger Mas son se negó a dar información sobre
su red de espías y sobre el enlace con Berlín al que el depar-
tamento Central de investigación suizo había dado el bonito
nombre de «línea Viking».
El chantaje de Schellenberg no había surtido efecto, el jefe
del SD no había recibido respuesta a la cuestión que le inte-
resaba. ¿Los informadores berlineses del coronel-brigadier for-
maban verdaderamente parte de los conjurados, o pertenecían
a organizaciones independientes que conspiraban en la sombra?
Esto también continuó siendo un misterio.
La conversación de Zurich no fue, sin embargo, completa-
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mente inútil para el jefe del departamento de Himmler. Com-
poniendo los hechos, Schellenberg podía deducir que el infor-
mador que había señalado a Masson los preparativos de las
tropas del general Dietl (Masson, además, había dejado caer
la cosa voluntariamente porque quería asegurarse de esta infor-
mación) era realmente uno de los «traidores a la pattia» en
relaciones con la red de investigación suiza y, a través de ésta,
con la red· soviética. En efecto, la orden dada al general Dietl
de conducir sus tropas a la frontera suiza había sido mante-
nida en el mayor secreto; sólo algunos generales y oficiales
del OKW podían estar enterados de ello. Pero no hubiese sido
razonable ordenar una «purga» basándose únicamente en su-
posiciones. Una maniobra así no hubiese sido demasiado eficaz.
Por otra parte, como escribe el coronel Barbey en sus me-
morias, Schellenberg había rendido un servicio inestimable .a
Masson asegurándole que Suiza no sería ocupada, y el jefe del
SD no ganaba nada a cambio. Masson tenía pues que pagar
algo. ¿Cómo pagaría? Podemos leer sobre esta cuestión en
el libro de Kimche: «Cuando después de la guerra Schellenberg
fue interrogado por un tribunal británico, declaró que sus
relaciones con Masson tenían por objetivo el ( ... ) procurarse
información sobre los aliados». 1
Nuestros informadores nos habían señalado también que
en esa época los .alemanes hacían maniobras bastante sospe-
chosas en la frontera suiza. Recibí a mediados de abril una
información de Luisa que comuniqué al Centro:
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hiciese buscar la red de investigación soviética en Suiza. Sería
difícil decir cuando se pusieron de acuerdo. Probablemente en
marzo de 194 3 en Zurich, pero es posible que fuese más tarde.
Lo que es cierto es que Masson aceptó y ejecutó esa tarea.
La marcha de los acontecimientos nos muestra que efectiva-
mente fue así.
Por supuesto, Masson no tenía en absoluto la intención de
privar al estado mayor suizo de sus maravillosas fuentes ber-
linesas: esto hubiese sido un sacrificio demasiado grande. Dejó
pues correr las cosas, dudando en mantener su promesa, por-
que quería ganarse la buena voluntad de Schellenberg pero
conservando a sus informadores en el OKW. Se salía siempre
por la tangente diciendo que todavía no tenían precisiones sobre
la red soviética en Suiza. Masson, buscando ganar tiempo, nos
hacía un servicio porque en 1943 las horas trabajaban ya en
contra del Reich de Hitler. El Ejército Rojo atacaba, rechazaba
las divisiones alemanas en un amplio frente y cada día de pró-
rroga era vital para nuestra red que enviaba a Moscú más in-
formaciones de Lucy.
Schellenberg sin duda temía que Suiza, queriendo ganarle
la jugada, hiciese el juego del gato y el ratón. Las informacio-
nes que le transmitía regularmente su servicio de escucha de-
mostraban a Schellenberg que la red soviética seguía funcio-
nando en Suiza y que .Masson jugueteaba con él. El tiempo
apremiaba y Schellenberg decidió movilizar toda su red .de
agentes para descubrir a nuestro grupo. Contaba que con este
manejo ilegal, obligaría il Masson a actuar poniéndole entre las
manos los hilos que conducían a nuestros colaboradores de Gi-
nebra y Lausana.
Así, en la primavera de 194 3, por orden de Schellenberg,
los agentes alemanes emprendieron las primeras operaciones
directas contra nuestra red. Los alemanes disponían de sufi-
cientes hombres en Suiza.
El jefe de la organización, .agregado al departamento de
Schellenberg, era el Sturmbannführer de las SS Klaus Hügel.
En 1940 y 1941, los fascistas suizos se habían reunido varias
veces -con conocimiento del jefe del estado- con los servi-
cios de espionaje alemanes. Pilet-Golaz, ministro de Asuntos
29.IV.1943, al Director.
2.V.1943, al Director
De Bill.
Mannerheim ha mantenido conversaciones en Ginebra con
el general Müller que representaba al OKW en la comisión
encargada de recibir el armamento destinado a las tropas ale-
manas.
Dora
2.V.1943, al Director.
De Bill.
Según informaciones procedentes del séquito del general
Müller, Alemania se prepara para ocupar Suiza en la segunda
28.VI.1943, al Director.
De Bill.
De la oficina alemana de armamento militar. Los alemanes
estudian un nuevo modelo de carro, el Pantera, que será una
réplica del modelo Tigre pero con un blindaje más grueso y
más movilidad.
Dora
Dora
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2.V.1943 1 al Director. Urgente.
Dora
9.IV.1943 al Director. Urgente.
Dora
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16 divisiones del sector Rijev-Viazma desguarneciendo así las
defensas de esa zona. El frente de Kalinin y el frente occidental
lo aprovecharon inmediatamente. A finales de marzo aplas-
taron la cabeza de puente de Rjev-Viazma que los alemanes
habían defendido desde hacía tiempo con la esperanza de ser-
virse de ella como trampolín en un caso de eventual ataque
contra Moscú. Los alemanes fueron rechazados de 130 a
160 km hacia el oeste. El Ejército Rojo tenía libre el camino
hacia Smolensk.
También aplastó la c_abeza de puente de Demiansk y detu-
vo la contraofensiva de las divisiones de Manstein desencadena-
da desde Jarkov. A finales de marzo el frente se estabilizó. En
muchos de los sectores, las tropas soviéticas habían adqui-
rido posiciones más ventajosas.
Buscando sondear las intenciones del mando militar alemán,
reuníamos otras informaciones políticas y militares importan-
tes. En la primavera de 1943 recibimos noticias no sólo por
los amigos berlineses de Lucy sino también por nuestras anti-
guas fuentes.
El Centro deseaba saber donde se encontraba el Cuartel
General y el estado mayor de la Wehrmacht.
Lucy nos informó que:
17.IV.1943, al Director.
De Olga.
Unidades alemanas formadas nuevamente:
l. Una de las unidades de la 14.ª división blindada está
formándose en Zeithain, otra en Bautzan.
2. La 11.ª división de granaderos ha llegado recientemen-
te para ser reorganizada al campo Wieber en Hessen.
3. La 94.ª división de granaderos está en formación en
el campo de Konigsberg.
4. La 24.ª división de granaderos, estacionada en la Baja
Austria, está dispuesta para la marcha el 31 de marzo.
5. La 29.ª división motorizada estará dispuesta para la
marcha hacia el frente el. 20 de abril.
6. La 305.ª división de granaderos, nuevamente formada,
estará también dispuesta el 20 de abril.
7. Las divisiones siguientes estarán dispuestas para mar-
char al frente el 10 de mayo, la división Waffen-55 «Deutsch-
land», las 41.ª, 295.ª y 371.ª divisiones de granaderos así como
la 60.ª división blindada.
8. Hasta finales de mayo dos nuevas divisiones blinda-
das deben ser f armadas así como por lo menos una división
Lucy nos manda una larga lista de todos los campos mi-
litares y de los campos de tiro en Alemania Occidental y Me-
ridional, así como en Austria. Sólo citaré algunos:
28.III.1943, a Dora.
1. Pedimos a Teddy que complete sus informaciones so-
bre los tipos de carros con datos tácticos y técnicos, espesor
del blindaje, armamento, velocidad.
2. También nos gustaría saber por Teddy cuántos avio-
nes se fabrican mensualmente en Alemania e Italia, y cuáles
son los tipos de aviones de combate alemanes.
Director
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dustria de guerra alemana ha producido 320 carros del tipo
T-3} de 400 a 410 del tipo T-4, y 90 del tipo B-1 (Tigre).
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fra exacta de pérdidas efectivas sufridas por la Wehrmacht en
todos los campos de batalla.
En todo caso, como ulteriormente se comprobó, desde ju-
nio de 1941, los alemanes habían perdido en el frente del
Este, hasta finales de junio de· 1942, 1.980.000 hombres, y
desde octubre de 1942 a marzo de 1943, según las estadísti-
cas del OKW, 1.342.000 hombres, es decir un total de
3.300.000 hombres en 18 meses. La información de Olga se
acercaba pues a la verdad.indicando, para 21 meses, pérdidas
de 3.175.000 hombres, entre muertos, heridos graves, desapa-
recidos y prisioneros.
En 1943 la oleada de una nueva «movilización general»
sacudió a Alemania. Nuestras fuentes berlinesas, Teddy y Olga,
comunicaron los detalles en informes que reproduzco:
25.IV.1943, al Director.
De Olga y Anna.
Los alemanes suponen que el gobierno polaco de Londres
empieza a creer que, dada la actual situación militar, la ocupa-
ción alemana es menos peligrosa para Polonia que una ocu-
pación soviética.
Hitler, Goering y Ribbentrop esperan que su táctica per-
mitirá no sólo una delimitación de las fronteras desfavorables
para la Unión Soviética sino también envenenar las relaciones
anglo-soviéticas, lo que podría tener repercusiones sobre la
continuación de las hostilidades.
Dora
21.IV.1943.
De Werther.
1. Durante la reciente visita a Hitler1 Boris1 zar de Bul-
garia1 ha tenido que prometer que Bulgaria entraría en la
guerra al lado de Alemania y de Rumania en caso de inva-
sión de los Dardanelos y del Bósforo por las tropas anglo-
soviéticas1 s( bajo la presión política de los anglo-sajones y
de los soviéticos. Turquía se alineaba definitivamente al lado de
los aliados.
2. Los alemanes han prometido al zar de Bulgaria poner
en pie1 en los Balcanes1 un ejército alemán que1 en caso de
necesidad1 podría ocupar los Dardanelos en 1943 para ade-
lantarse al ataque soviético. El ejército alemán se desplegaría
como en febrero-marzo de 1941 en la meseta de Toundja-
Maritza y ante Andrinópolis.
3. Los alemanes han arrancado la promesa a Boris a fin
de que1 en el momento de la próxima visita de Mussolini1
puedan jugar esta baza política probando que un ataque de las
tropas alemanas y búlgaras contra el sector inglés del Próxi-
mo Oriente aliviaría la posición de Italia.
Dora
29.IV.1943 1 al Director.
De Long.
En el dltimo encuentro Hitler-Mussolini Italia ha recha-
1
19.IV.19431 al Director.
De Olga.
El Japón ha prometido al comandante en jefe del ejército
alemán intensificar sus ataques en las rutas marítimas de los
Estados Unidos hacia Australia y de Gran Bretaña hacia la
I ndia dedicando a ello fuerzas aeronavales y submarinas.
1
30.V.1943, al Director.
De W erther, el 25 de mayo.
El OKW hace gestiones para que Bulgaria entre a tiempo
en el frente de defensa alemán. A fin de intensificar la pre-
sión ejercida sobre Bulgaria, Alemania refuerza sus tropas es-
tacionadas en Serbia. Quiere aparentar que la zona balcánica
de Bulgaria está en peligro, sin tener en cuenta la situación de
Turquía y en la cuenca oriental del Mediterráneo. Esta de-
cisión concuerda con el principio del OKW según el cual los
Balcanes son más importantes que Italia para la defensa de
Alemania.
Dora
INGE Y MICKI
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tenía un carnet de identidad alemán a nombre de Anna Weber.
La chica había recibido orden de enterrar su paracaídas
apenas tocase tierra y dirigirse a Freiburg, a casa de los es-
posos Müller. En seguida debía mandar noticias suyas al Cen-
tro, por radio, y después dirigirse a Munich donde se insta-
laría y buscaría trabajo. Después de esto se pondría a recoger
información y entraría en contacto con el Centro.
Pero no todo ocurrió como estaba previsto. Un desgra-
ciado azar estropeó muchas cosas: al aterrizar lnge perdió la
maleta en que estaba disimulada la emisora. No podía bus-
carla en la oscuridad ni esperar hasta el alba. Franz ignoraba
lo que había pasado porque el viento le llevó más lejos.
Inge no pudo, por tanto, entrar en contacto con el Cen-
tro. Esto no era en sí mismo un gran perjuicio. Podía enviar
noticias suyas a Suiza por correo con la ayuda de los que la
iban a .acoger. Esta forma de enlace sólo estaba autorizada si,
por una u otra razón, la emisora se inutilizaba.
Llegada a Freiburg, a casa de los Müller, Inge dio la con-
traseña: transmitió a la pareja saludos de Edith y de su ancia-
na tía. Inge ignoraba de lo que se trataba pero Heinrich (Hans)
y Lina Müller lo sabían muy bien: Esther Bosendorfer (Sis-
sy) se había presentado a ellos con el nombre de Edith, cuan-
do había venido a verles antes de la guerra. En cuanto a la
«anciana tía» era Anna Müller, hermana de Heinrich. También
ella conocía a Sissy con el nombre de Edith.
Si la emisora se estropeaba, lnge debía pedir a Hans que
informase a la «anciana tía» de su llegada -tales eran las ins-
trucciones del Centro. Y para que la tía supiese que había
en la carta un texto escrito con tinta simpática, debía poner
una crucecita en el margen. Sin embargo, Hans e Inge, des-
pués de algunas vacilaciones decidieron no recurrir a este pro-
cedimiento tan simple, temiendo que la censura alemana, ha-
bituada a todo tipo de subterfugios, se diese cuenta. Hans
envió pues una tarjeta a su hermana diciendo que Inge, la
amiga de Edith, había llegado bien a su casa, que le mandaba
saludos y que le hacía saber que, en el curso del viaje, había
perdido en alguna parte la maleta. Hans esperaba que su her-
mana comprendiese la alusión e informase al Centro.
10.IV.1943.
l. Diga a Anna que informe a Hans de que le entrega-
rán de parte de Edith una maleta que deberá esconder y guar-
dar hasta que Ing·e) la amiga de Edith) vaya a recogerla a
su casa.
2. Ruegue a Micki que informe a Inge de que a finales
de mes podrá ir a casa de Hans a buscar una parte de los
objetos que ha perdido.
Director
14.VIII.1943.
Ninguna noticia de Inge. Sería importante saber lo que
Micki sabe de ella. Es preciso tranquilizar a Anna, pero si va
a verla sea muy prudente: se nos ha infarmado que su her-
mano, Hans, ha sido detenido por la Gestapo.
Director
2.VII.1943.
A juzgar por el asunto del correo, los agentes de la Ges-
7.VI.1943 1 al Director.
De Teddy.
El mando de las fuerzas aéreas alemanas estima que la
industria alemana de fabricación de aviones suministrará 2.050
nuevos aviones de guerra en mayo 1 y 2.100 en junio. En junio
el OKW quiere enviar al frente de 2.000 a 2.050 nuevos bom-
barderos y cazas.
Dora
9.VI.1943 1 al Director.
De Long.
El nuevo caza alemán del tipo Messerschmitt G-G es una
réplica mejorada del ME-109-G. Longitud del ala: 16 m.; ve-
locidad máxima: 670 km/h; motor Daimler-Benz 1.700 CV.
Está equipado de dos cañones de 15 mm. 1 y de dos ametralla-
doras de 7) mm.
Dora
5.IV.1943, a Dora.
Misión especial para Anna, Olga y T eddy.
l. Pedimos informe preciso del resultado de la movili-
zación total y sobre el número de nuevas divisiones f armadas.
2. Comuníquenos cuándo y cuántas tropas envían al fren-
te del Este los aliados de Alemania.
3. Agradezca de nuestra parte a Lucy y Long su exce-
lente trabajo. Gracias también por su trabajo así como por
el de María, Sissy, Pakbo, Maud, Edward y Rosie ..
Director
7.V.1943, al Director.
De Werther.
A) El alto mando alemán ha tomado una decisión de
principio relativa a la distribución de las divisiones de campa-
ña nuevamente formadas y por f armar, tanto del ejército como
de las W afien-SS.
Según esa decisión, de las 36 nuevas divisiones de campa-
ña motorizadas y no motorizadas, 20 serán enviadas al frente
del Este, 6 al del Oeste, 4 al Sudeste, Croacia y Grecia.
Des'lle el l.º de agosto, 6 divisiones están a disposición del
alto mando. La distribución antes mencionada se refiere a todas
las divisiones que deben ser creadas progresivamente hasta
finales de octubre de 1943.
Habrá 5 divisiones blindadas, de las cuales sólo una será
Dora
2.V.1943) al Director.
De Teddy.
En el transcurso de la entrevista Hitler-Horthy se decidió
que Hungría pondría a disposición de Alemania, en el frente
germano-soviético, dos cuerpos de ejército formados por 10 di-
visiones.
Rumania suministrará probablemente otros tantos. Los cua-
tro cuerpos de ejército deben ser farmados, armados y trans-
portados al frente para el 1. 0 de junio.
Dora
30.IV.1943, al Director.
De W erther y Teddy.
Fuerzas militares alemanas en el frente del Este y del Ex-
tremo norte según informaciones recogidas entre el 4 y el 10
de abril:
l. Forman parte del 2.º .ejército: las 5.º y 8.ª divisiones
motorizadas, las 45.ª, 62.ª, 75.ª, 168.ª, 299.ª y 499.ª divisiones
de infantería de granaderos.
2. Forman parte del nuevo 6.º ejército (grupo de ejércitoJ
Manstein), entre otras, las divisiones blindadas SS «Reich»,
«Adolf Hitler», «Totenkopf» así como las 82.ª, 208.ª, 211.ª,
216.ª, 23P, 254.ª, 370.ª divisiones de infantería y la división
SS «Gross-Deutschland».
3. El 9.º ejército (del grupo de ejércitos Kluge) se compo-
ne de las 6.ª, 78.ª, 129.ª, 162.ª, 183.ª, 256.ª, 292.ª, 328.ª, 342.ª¡
385.ª y 539.ª divisiones de infantería de granaderos.
4. Composición del 16.º ejército: las 30.ª, 65.ª, 96.ª, 117.ª,
123.ª, 207. ª, 223.ª, 267.ª, y 290. ª divisiones de infantería de
granaderos, así como la 3.ª división de montaña.
* 5. Composición del 3. 0 ejército blindado: las l.ª, 2.ª, 4.ª
y 5.ª divisiones, así como las 10.ª, 14.ª, 25.ª y 36.ª divisiones
motorizadas.
Grupos de ejércitos:
Dora
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e) 11 divisiones aéreas de bombarderos de gran alcance.
800 aparatos forman parte de esas unidades, y 2 divisio-
nes están en preparación. De estas 11, por lo menos 3 divisiones
no son aptas para el combate. A las divisiones de bombarderos
de gran alcance se unen, entre otros, los 3.º, 71.º, 37.º cuer-
po de ejército, los tres en Sicilia, la 18.ª división «Adler», en el
marco de la tercera flota aérea, y la 19. ª división en Crimea.
Dora
6.V.1943, al Director.
De Werther.
Berlín 2 de mayo. La reorganización de las divisiones blin-
dadas y motorizadas anda con retraso. La fecha en que la 60.º
división motorizada y la 16.º división blindada tenían que estar
dispuestas, ha sido retrasada cuatro semanas, porque su equi-
pamiento en vehícul[!s y carros es insuficiente a causa de retra-
sos en las entregas.
Dora
13.V.1943, al Director.
De Werther. 7-V.
Los alemanes han notado grandes concentraciones de tropas
soviéticas en Kursk, Viazma, Velikie-Luki. El OKW piensa
que tal vez el mando ruso prevé un ataque preventivo simul-
táneo en varios sectores del frente, según la táctica seguida en
mayo último por Timochenko para obstaculizar el avance ale-
mán sobre Kharkov.
Dora
Dora
Dora
7.VIII.1943, a Dora.
Es totalmente seguro que Yves Rameau es un agente de
la Gestapo. Sabemos que su visita es obra de la Gestapo. La
esperábamos y ya se lo habíamos advertido. Él intenta saber
si usted está en contacto con nosotros. Informe con detalle
de lo que quería. é"Qué sabe él de su labor en París? Es pre-
ciso ser prudente, reflexionar a cada paso y a cada palabra.
Director
LA TRAMPA DE LA GESTAPO
5.IX.1943, al Director.
El autor de la carta anónima que daba noticias sobre
Micki ha aparecido. Se trata de una doctora suiza de unos
sesenta años. A finales de julio estaba en Munich, donde ha-
bía encontrado a Micki. Esta anciana mujer ha vivido un bom-
bardeo, lo que ha alterado fuertemente sus nervios; habla de
una manera incoherente ... Según ella, Micki le había encar-
gado de decir que lnge no había dado noticias desde abril.
7.IX.1943.
1) Le permitimos buscar a Anna en los hospitales de
Basilea. No pregunte desde Lausana, sino desde una cabina te-
le/ ónica en Basilea.
2) No comprendemos el mensaje de Micki. Intente di-
rectamente enterarse de quién es esa doctora de edad, qué hacía
en Alemania y si está en relación con la Gestapo.
Director
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Las divisiones alemanas se lanzaron al asalto y ésta fue
su última ofensiva en el Este. «Desde los primeros días. de
la batalla se hizo evidente que se habían subestimado las fuer-
zas del adversario soviético», destaca Flicke.
Este reproche se dirige por supuesto .al servicio de inves-
tigación alemán -principalmente a Abwehr- así como al
cuartel general de Hitler.
Pienso que la confesión forzada hecha al final de. la guerra
por este gran conocedor del contraespionaje alemán no pre-
cisa comentarios. Es evidente que en ella reconoce también
la derrota de los servicios secretos nazis. La falta de base de
las informaciones de la Abwehr, ese servicio que tan a me-
nudo había levantado admiración, no apareció hasta después
de la derrota total de los alemanes. El almirante Canaris, por
una u otra razón, permaneció de todos modos .al frente del
Abwehr y sin embargo no era la primera vez que su servicio
fallaba en el trabajo.
Conociesen o no Hitler y Himmler el fracaso de los ser-
vicios de investigación y del contraespionaje alemán, la Wehr-
macht estaba lanzada y nadie podía detenerla. No, por su-
puesto, porque no fuese posible modificar el plan de opera-
ciones o reagrupar fuerzas; razones políticas y militares muy
importantes hacían simplemente imposible parar la campaña
de verano. El mando militar soviético conocía los planes del
enemigo y había preparado minuciosamente la respuesta.
El Cuartel General, después de haber analizado detenida-
mente la situación política y militar, habí.a elaborado unos pla-
nes de operaciones para el verano y el otoño de 1943 teniendo
en cuenta las sugerencias, los consejos militares y la opinión
del Estado Mayor. Siguiendo ese plan, en el curso del verano
y del otoño los ocupantes fascistas .alemanes tenían que ser
rechazados detrás de una línea que iba desde Smolensk al curso
medio e inferior del Soj y del Dnieper. Era preciso aplastar
el famoso muro del este hitleriano y liquidar la cabeza de
puente enemiga de Kuban. En verano de 1943, el asalto prin-
cipal debía dirigirse en dirección al suroeste a fin de liberar
la parte occidental de Ucrania, rica en trigo, así como la cuen-
ca hullera de Donets, uno de los centros industriales más im-
Dora
Dora
16.V.1943, al Director.
De Olga.
A finales de abril los partisanos rusos han volado un tren
entre Vilna y Minsk. Varios centenares de soldados pertene-
cientes a las unidades de choque del 241.º regimiento de arti-
llería de Prusia Oriental han muerto. Este regimiento formaba
parte de la 161.ª división de granaderos.
Dora
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Así, el .alto mando soviético tenía, antes incluso de la ba-
talla de Kursk y luego en el curso de la ofensiva posterior,
una idea del sistema de defensa del enemigo. Esto permitió
preparar cuidadosamente a las tropas y hundió la defensa ene-
miga en varios puntos, en la dirección de los ataques prin-
cipales.
Se sabe que los alemanes habían puesto varias esperanzas
en el «Muro del Este». No lograron frenar al Ejército Rojo
ni en las líneas defensivas preparadas con antelación, ni tam-
poco agrupar reservas suficientes para una contraofensiva. Los
potentes choques del ejército soviético hicieron estallar el dis-
positivo de defensa y obligaron a los alemanes a replegarse
más hacia el oeste.
Las noticias que nos llegaban por nuestros informadores
berlineses nos daban una imagen de la catastrófica retirada,
casi diríamos del «sálvese quien pueda» de las tropas hitleria-
nas en los distintos sectores del frente y nos hacían sentir la
confusión y el pánico que se había adueñado de las altas es-
feras militares alemanas. La resistencia no podía volver a ser
organizada. A título de información cito uno de nuestros tele-
gramas de esa época:
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El 13 de mayo, las divisiones alemanas e italianas que que-
daban del Afrikakorps, ese ejército en el que Hitler y Musso-
lini habían puesto sus últimas esperanzas, capitulaban en Afri-
ca del Norte: el frente de Africa había dejado de existir.
Basándome en el comunicado de W erther, transmití el
15 de mayo un telegrama relativo a la pérdida de Túnez, últi-
ma cabeza de puente en Africa:
21.VI.1943, al Director.
Por Long, de un diplomático húngaro agregado al con-
sulado de Berna y recientemente llegado de Budapest.
l. Bakach (más exactamente Georges Bakach-Bessenyey),
embajador de Hungría en Vichy, ha viajado a Budapest pqra
convencer a Kállay de la necesidad de firmar la paz con Rusia.
Bakach espera convertirse en ministro de Asuntos Exteriores
de Hungría.
2. El 90 % de la población húngara es hostil a los ale-
manes; La mayoría de los políticos húngaros exige abierta-
mente que Kállay rompa con Alemania, pero éste estima que
aún no ha llegado el momento de hacerlo.
3. En el reciente encuentro Horthy-Hitler, este último ha
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de los miembros de nuestra red mantenerse en contacto con esos
hombres. Los partisanos nos daban informaciones interesantes
sobre la situación de sus organizaciones.
Los relatos de los partisanos y otras fuentes probaban cla-
ramente que la Italia fascista, el aliado más seguro de Hitler,
atravesaba una grave crisis político-militar. En la primavera
de 1943 el descontento popular, los masivos movimientos huel-
guísticos en las fábricas, las manifestaciones exigiendo terminar
la guerra, se extendían por todo el país. En el seno del propio
partido fascista se hacían sentir divergencias: muchos miem-
bros del Partido exigían abiertamente que Italia se retirase de
la guerra. Las «purgas» ordenadas por Mussolini no soluciona-
ban nada. Las altas esferas de la monarquía, los generales y
los diversos partidos comenzaban a oponerse cada vez con más
fuerza a la política del Duce.
Las informaciones recibidas en verano de 1943 dejaban en-
trever que los días del fascismo estaban contados.
Long me informó de que, según los medios diplomáticos
italianos, Italia se retiraría de la guerra en un plazo de tres
meses. Me enteré también por Long, gracias a sus relaciones
con los antifascistas, de los hechos siguientes:
La oposición italiana estaba dividida. Los católicos, apoya-
dos por el Vaticano, habían decidido aproximarse a los Estados
Unidos. Los agentes de enlace con el gobierno de los Esta-
dos Unidos eran el cardenal Spellman y Myron Taylor, emba-
jador en el Vaticano. Los liberales, los socialistas y los comunis-
tas querían, por el contrario, tomar contacto con Inglaterra.
Todos los grupos de oposición eran unánimes en exigir que
el rey pusiese fin a la guerra y que destituyese a Mussolini.
Si no lo hacía así, le .amenazaban con cometer actos de violencia.
Por otra fuente de información con la que Long mante-
nía contactos regularmente, nos enteramos de las intrigas que
tejían entre bastidores los dirigentes de la Iglesia.
22.VI.1943, al Director.
Por Long.
Según carta dirigida por el secretario de Estado del Vati-
cano, Maglione, a los iesuitas de Suiza, Italia intentará desde
7.VI.1943 1 al Director.
De Werther.
a) El OKW reduce sensiblemente sus efectivos en Italia
y ha renunciado en principio a su proyecto inicial según el
cual Italia debía servirle de respaldo en caso de ataque de los
anglo-sajones en Europa.
Después de haber abandonado el Mediterráneo occidental,
el mando alemán concreta actualmente su defensa en los Bal-
canes porq'ue piensa que los Aliados desembarcarán próxima-
mente en Italia y que la unidad de acción de los soviéticos y
de los anglo-sajones exigirá una ofensiva contra las posiciones
l. Correspondencia secreta cambiada entre Hitler y Mussolini. Pa-
rís 1946, págs. 184-185.
28.VI.1943, al Director.
De Werther.
a) A raíz de los fuertes ataques aéreos de los anglo-sajo-
nes, iniciados el 14 de junio, el sistema de defensa italiano
en el oeste de Sicilia ha sido puesto fuera de combate desde
el 15 de junio. El estado de las carreteras y de las vías férreas}
completamente destruidas} ha hecho imposible la acción de las
formaciones motorizadas estacionadas cerca de Calatafimi y de
Salemi. Los alemanes piensan que el objetivo del ataque aéreo
es debilitar la costa oeste de Sicilia en vistas al próximo asalto.
b) La acción aérea de los Aliados apunta ostensiblemente
al aislamiento completo de Sicilia} Cerdeña y Calabria. Los
aeropuertos de Apulia están ocupados por las escuadras de
combate alemanas. A petición de Alemania} Italia construye
fortificaciones a lo largo del canal de Otranto. Estas disposi-
ciones han sido dictadas porque los alemanes temen un ataque
aliado en el nordeste de Grecia} en Corfú y en Albania. Los
alemanes obligan a los italianos a tomar tales disposiciones.
El OKW da por perdida Sicilia. No le interesa} como toda
Italia} más que en la medida en que representa la antesala
estratégica de los Balcanes.
Dora'
8.VIII.1943, al Director.
De Werther, el 1.VIII.
a) Richthofen se encuentra aún en Italia pero, a raíz de
los últimos acontecimientos y de una nueva postura del OKW.
aún no ha relevado a Kesselring del mando de la 2.ª flota
aérea. Es probable que Richthofen regrese a Italia del sur
o establezca su cuartel general en los Balcanes.
b) El OKW ha decidido mantener (utilizando las fuerzas
de reserva) la fuerza de acción de la 2.ª flota aérea acantonada
en los puertos italianos. No prevé dar a la 2.ª flota su fuerza
original, lo que por otra parte sería imposible.
c) A causa del peligro que supone el abandono de Italia,
el OKW ha autorizado a Lava! a organizar regimientos fran-
ceses. El 20 de julio se ha formado un regimiento y otro está
en vías de formación; Rundstedt deberá utilizar estos regi-
mientos en Francia para asegurar el relevo de los italianos.
d) El 29 de julio el OKW ha informado a Badoglio de
que se reservaba el derecho a realizar cualquier acción desti-
18.IX.1943 1 al Director.
De Agnes.
Por vez primera1 los medios oficiales de Berlín reconocen
la posibilidad de hundimiento del frente del Este. Las reservas
están agotadas. Los comandantes se quejan de la baja moral de
las tropas.
-Dora
LA ESPADA DE DAMOCLES
452
bib. estrella roja khalil.rojo.col@gmail.com
El telegrama era el siguiente:
19.XI.1943,
De Werther.
La incursión alemana en el archipiélago de Spitzberg tiene
como objetivo camuflar la retirada de las tropas noruegas.
Casi todas las unidades han sido retiradas, a excepción de las
que están acantonadas en las bases del litoral: Namsos, Mos-
joe, Ranfjord, Foldenjord y Sortefjord. De Namsos a Tromso
la defensa de la costa ha sido reducida íntegramente a las bases
fortificadas de los puertos e islas. En territorio evacuado que-
dan las bases: Namsos, Tosno, Vitken, Broten, la isla de Raros
y diez plazas más. Guarniciones y unidades de combate cuen-
tan entre 500 y 2.000 hombres a excepción de Narvik, donde
todavía se encuentra una división y unidades más débiles. Las
bases del litoral evacuado están mantenidas por un total de
unos 20.000 hombres.
24.IX.1943, al Director.
De Werther.
El OKW ha decidido trasladar las bases de suministro al
«Muro del Este» y detrás de él. Esta línea avanzada, parcial-
mente terminada, es la línea anticarros cuyos planos fueron
elaborados en enero. Pero, contrariamente a lo que se había
previsto en enero, las bases de suministro del oeste de Ucrania
no serán llevadas detrás del Dniestr; se espera ver como evo-
lucionará la situación en la curva oriental del Dnieper, hasta
Dora
25.IX.1943, al Director.
De Werther.
El 12 y 13 de septiembre, han tenido lugar reuniones en
el Cuartel General de Hitler. Han participado, aparte de los
jefes y los estados mayores de la W ehrmacht, el ministro de
Asuntos Exteriores Ribbentrop, los mariscales de campo Küch-
ler, Bock y Weichs, los generales Thomas y Jacob así como
los miembros del Consejo de la Industria de Guerra. Han sido
tomadas las decisiones siguientes:
1. Las reservas militares y las de la economía de guerra
alemanas sólo permiten, más allá de la línea de defensa de
Europa Central, nuevos combates de retaguardia. Las tropas,
el armamento, los organismos auxiliares y el servicio de inten-
dencia pueden ser, sin embargo, utilizados más allá de esta
línea para retrasar, desorientar y obstaculizar los ataques del
enemigo. De todos modos, estas fuerzas en principio no pue-
den servir más que para asegurar la defensa de los territorios
ocupados y amenazados, o en posiciones avanzadas.
2. Se encuentran fuera del cinturón germano de defensa
de la Europa Central: Francia, al sur de la línea Belfort-Seine,
Noruega, al norte de la línea Trondheim, Finlandia, Italia -ex-
cepto las provincias de Ljubljana, de Trieste, de Udine, y de
Bolzano -Creta, Grecia, Rumania, Bulgaria, Albania, Servia,
Croacia, la parte este de la Unión Soviética, al este del «Muro
del Este».
3. En los territorios que se encuentran fuera de este cin-
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turón de de/ ensa, las unidades de combate y los servicios de
abastecimiento deben ser reducidos al mínimo; no debe quedar
más que lo absolutamente necesario para desorientar al enemi-
go; estas divisiones librarán combates de retaguardia para obli-
gar al enemigo a esfuerzos desproporcionados a la preparación
y el movimiento de sus tropas. La industria de guerra y las
organizaciones administrativas y militares de los territorios que
se encuentran fuera del cinturón de defensa deberán seguir
estas instrucciones.
4. Los países balcánicos ocupados: Grecia, Albania, Mon-
tenegro y Serbia tienen derecho a disponer de sí mismos una
vez haya sido decretada la liberación de esos territorios.
Según el desarrollo de la guerra y de los acontecimientos
internos estos países, Bulgaria, Rumania, Hungría y Croacia
deberán solucionar por sí mismos sus conflictos y vencer sus
dificultades económicas, con la ayuda de sus aliados alemanes,
o sin ella caso de que se nieguen a participar al lado de Ale-
mania en la guerra de/ ensiva. En tal caso Alemania se reserva
el derecho a dirigir la lucha, según las necesidades de/ ensivas
en el territorio de sus antiguos aliados; esto concierne parti-
cularmente a Hungría, Croacia, Italia y Finlandia.
Dora
9.IX.1943, al Director.
De Werther.
El OKW piensa que el alto mando soviético1 concentran-
do sus carros y sus cuerpos de ejército motorizados, podría
atacar sin tardanza y con gran fuerza la línea lago Ilmen-Dvina
occidental-Kiev-Kremenchug, y que, antes del principio de in-
vierno, podría extender sus ataques al norte hasta el golfo de
Riga, al sur hasta Odessa y el Dniester inferior y medio, eco-
nomizando así tropas y ejércitos del sector central. El OKW
estima que un plan soviético tal sería extremadamente peligroso
para las tropas alemanas1 teniendo en cuenta su situación y
estado actual. El OKW ha rechazado las sugerencias de Weist
y de Küchler; por razones políticas, no quiere precipitar las
cosas, incluso después de la caída de Smolensk. El OKW
piensa que, cuanto más resistan los flancos alemanes avanzados
al nordeste y al sudeste más fácil será contener el avance so-
viético en ese sector que en el sector central del frente. Los
rusos no están suficientemente in/armados de las fuerzas de
que disponen los alemanes y cuanto menos parezca que se
preocupa el OKW de su suerte, más fuerza defensiva le atri-
buirán los soviéticos.
Dora
30.IX.1943, al Director.
De Werther.
A raíz del traslado de tropas alemanas de Croacia al norte
de Italia, las reservas alemanas de armas y municiones han
caído en manos de los partisanos de Tito, en la región de
456
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Liubliana) en el norte de Dalmacia y en Croacia. Los partisa-
nos constituyen pues un ejército capaz de combatir.
b) Según cálculos de los alemanes) el ejército de los par-
tisanas de Tito está formado de 70.000 u 80.000 croatas) que
se enfrentan a efectivos italianos de alrededor de 50.000 hom-
bres. Desde el 9 de septiembre, Tito recibe refuerzos conside-
rables de la policía del gobierno de Zagreb. Este gobierno no
controla más que un 20 % del territorio en Croacia.
Dora
10.X.1943, al Directpr.
De Olga. 7.X.
a) Hitler ha establecido, desde hace poco, su cuartel ge-
neral en Rovno.
b) Desde el 20 de septiembre) las tropas alemanas se com-
portan de modo muy brutal en V olhynia) quemando poblaciones
enteras. Quieren así garantizar al máximo la seguridad de las
ciudades de Rovno, Dubno y Lutsk que actualmente son los
centros de la administración alemana en Ucrania.
Dora
11.X.1943, al Director.
De Werther. 8.X.
Los alemanes prevén una gran pérdida de material de gue-
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instaló aquella radio. Guardó la emisora en una gran maleta
y salió ante las narices de los detectives que no sospechaban
nada. Escondió el aparato en su tienda.
La casa en la que vivía Rosie tenía muchos inquilinos y
los detectives que rondaban por la calle no podían determinar
a qué piso había subido Edward.
Al día siguiente, 10 de octubre, informé al Centro de las
medidas tomadas para defender a Rosie y desorientar a la policía
secreta.
La desaparición inesperada de la emisora localizada inquie-
tó fuertemente a los «observadores» suizos, pero los jefes de
la policía les tranquilizaron: sus hombres vigilaban a Rosie. Se-
gún Flicke, el servicio de escucha de la radio alemana, que al
otro lado de la frontera continuaba siguiendo nuestro intercam-
bio de telegramas con el Centro, sabía lo ocurrido. Flicke escribe
que conocían los telegramas que envié al Director el 1O de
octubre y sabían que yo había silenciado para un cierto tiempo
la emisora de Rosie. Los alemanes ordenaron entonces a Hans
Peters que no dejase a Rosie ni un instante y que la retuviese
a toda costa en Ginebra. El agente de la Gestapo probable-
mente había recibido órdenes de este tipo; los acontecimientos
siguientes confirman esta suposición.
Después de haber roto el contacto con el Centro, y pese a
que lo habíamos convenido así, Rosie no marchó a Basilea, a casa
de sus padres, sino que permaneció en Ginebra. Simplemente
cambió de domicilio; cerró su apartamento y se encerró en casa
de Peters. Sin duda, había logrado convencer a la chica que
era inútil que marchase tan lejos, pues podía esconderla en
su casa. Rosie siguió el consejo del «comunista»; ella creía
en su amor. Por segunda vez había abusado de mi confianza
al no avisarme de que permanecía en Ginebra. Ella temía sin
duda que no podría trabajar más para nosotros en lo que no
se equivocaba.
El caso Hamel fue diferente. Edward y Maud no habían
notado nada sospechoso. Continuaron emitiendo alternativa-
mente en el chalet de los arrabales. Ni allí ni en los alrededores
de su piso ni de su tienda de Carouge, donde habían escon-
dido las emisoras de reserva, habían notado la presencia de
En realidad las cosas no iban tan bien como Jim había dado
a entender al Director. En el comunicado que envió al Centro
después de la guerra, Jim entró principalmente en los detalles
relativos a su vuelta de Ticino. A la luz de esos informes, los
acontecimientos aparecen bajo otra óptica diferente a como
los habíamos visto en 194 3.
Jim escribe en su informe: «A mi vuelta pregunté a la
portera si habían preguntado por mí. Ella respondió negativa-
mente, pero después se acordó que en .agosto de 1942 (un
año antes por tanto) un hombre y una mujer habían venido
a verme durante mi ausencia y habían preguntado por mí.
Según la descripción de la portera, los dos visitantes recordaban
extraordinariamente a Lorenz y a Laura, de los que hablaré
más tarde. (En agosto de 1942 estaba a menudo de viaje para
prolongar con la ayuda de Anna, el pasaporte de Paolo recibido
de Italia, y había dicho .a Lorenz que marchaba de reposo a
Ticino y por ello no estaría en Lausana.)
»Por otra parte, dijeron a la portera que yo había previsto
casarme con la hermana de la dama, pero que en seguida había
cambiado de idea. Querían saber si recibía mujeres en mi
casa, en qué restaurante comía, dónde acostumbraba ir, etc.
Habían ofrecido dinero por esas informaciones, pero la portera
había respondido que no podía decirles nada. Me enteré de
que (según la descripción} las mismas personas habían inte-
rrogado también a mi asistenta».
Flicke también escribe sobre este tema: «En septiembre
Foote desapareció de Laus.ana porque el pavimento empezaba
a quemarle los pies. Anteriormente Lorenz había intentado
hacerle trabajar para nosotros (los alemanes) pero en vano.
Durante su ausencia Lorenz y Laura registraron su aparta-
mento pero sin gran éxito». 1
l. W. F. Flicke, Agenten funken nach Moskau, pág. 338.
DETENCIONES EN GINEBRA
13 .X.1943> al Director.
De Werther. 8.X.
a) La superioridad de la artillería soviética en el Dnieper
se hace indiscutible. En sectores importantes, como en Kre-
mentchug, hay de 150 a 160 piezas rusas contra 100 piezas
alemanas.
b) Los alemanes han comprobado que importantes divi-
siones de carros y otras estaban concentradas en el sector Go-
rodok-Nevel.
10.X.
a) Al oeste de Moghilev, a lo largo de la carretera Moghi-
lev-Mstislav y más al sur, en Ichaussi, los alemanes han apre-
ciado importantes movimientos de tropas soviéticas.
b) Los alemanes encuentran peligrosa la ampliación de la
cabeza de puente soviética cerca de Kanev. La cabeza de puente
ya permite preparar un ataque contra la línea de comunicación
Kiev-Belaia Tserkov-Smela-Krivoi Rog de la que el OKW que-
ría hacer una línea de defensa al oeste del Dnieper.
13 .X.1943, al Director.
De W erther 11.X.
a) En el sector Vitebsk, Gomel y Kiev así como entre
Zaporojie y Melitopol, los alemanes están amenazados de aplas-
tamiento a causa de los ataques soviéticos cada vez más fuertes,
a menos que el grueso de las fuerzas alemanas retroceda
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ante la superioridad soviética. Al OKW no le queda otra solu-
ción que ordenar una nueva retirada. Parece que los alemanes
han decidido desde hace tiempo abandonar Home!,; van a retro-
ceder próximamente en Vitebsk, Kiev y en el sector Sur.
b) Los alemanes esperan ampliación de la fuerza soviética
en toda la línea de defensa alemana al oeste del Dnieper, y en
la línea Novossokolniki-Novorjev, a juzgar por los preparativos
soviéticos, el OKW estima que los rusos lanzarán su ofensiva
definitiva el 15 de octubre o poco después. En los sectores de
Tcherkassi, Krementchug, Pologhi y Tokmak, el Ejército Rojo
efectúa una concentración tal de tropas que los alemanes no
confían en defender más que su línea de comunicación Belaia
Tserkov-Tsvetkovo - Smela-Znamenka-Kirovograd - Krivoi Rog.
El OKW estima que el frente de defensa entre Zaporojie y Cri-
mea también está perdido. Seguirán más indicaciones.
Dora
470
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Convinimos que Jim entregaría a Lena, que vendría a verle,
la respuesta del Centro a mi informe.
De Lausana fui a Berna, donde informé a Pakbo de lo ocu-
rrido. Le di dos direcciones seguras en Ginebra para que
pudiese seguir en contacto conmigo por correo o personal-
mente.
En el camino de vuelta me dije que desde ahora teníamos
que proteger a Jim como a la niña de los ojos porque sólo su
emisora nos permitía seguir en contacto con Moscú.
El Centro envió instrucciones urgentes a Jim:
Yo ya estaba vigilado.
Cerca de la calle Lausana, en la que yo vivía en Ginebra,
se extendía un gran parque. Allí, justamente en frente de la
casa, había una pequeña garita en la que los guardianes que
vigilaban el parque se sentaban a veces. Pero generalmente no
se les veía pues paseaban por las avenidas. En cambio, desde
hacía poco dos hombres estaban sentados noche y día en la
garita; sin duda eran policías. No noté nada de particular,
pero cuando tomaba el tranvía, que se paraba justamente de-
lante de la casa, un joven en bicicleta aparecía y rodaba al
lado del tranvía hasta que me apeaba. Esto ocurrió varias
veces.
Me fijé atentamente, y no había duda. Mi foto, segura-
mente la que los detectives habían mostrado a Edmond du-
rante los interrogatorios, había sido pues distribuida entre los
hombres de la policía.
Cuando recibiesen la orden me detendrían. Tenía que de-
saparecer. Debía deshacerme de ellos y esconderme. Lo más
importante era conservar la calma. ¿Acaso durante los largos
años de mi vida de emigrado no había burlado varias veces
a la policía? Mi comportamiento no tenía que demostrar que
les había notado. Calma y prudencia. Tenía que ganar a toda
costa ese juego del gato y el ratón. ·
A menudo me preguntaba cómo podría salvar la red de la
8.XI.1943, al Director.
Alberto está convencido de que su casa está vigilada. Ha
logrado clandestinizarse.
Permaneceremos en contac;to a través de Sissy. Si recibo
por teléf ano la señal convenida, contactaré con Alberto en su
domicilio clandestino.
María ( es decir, mi esposa Lena) está en una clínica, el
hijo pequeño en un internado y el mayor con su abuela.
Edward y Maud siguen encarcelados, pero bien tratados.
No han confesado nada.
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se conmigo sin tardanza. Lena dijo a su médico que le gus-
taría visitar a sus hijos y abandonó la clínica. Pero, por su-
puesto, no regresó a casa -donde ya no tenía que poner los
pies- sino que vino a la dirección indicada. Previamente dio
grandes rodeos por la ciudad, bajándose de un tranvía y to-
mando un taxi, para despistar a eventuales seguidores. Cono-
cía y tenía experiencia en este tipo de cosas y llegó sin difi-
cultades a la casa del médico.
A partir de ese momento, mediados de septiembre, no
pusimos ya más los pies en la calle.
Era preciso restablecer el enlace con los miembros de la
red y esto de una manera nueva, porque los Hamel, Rosie
y Lena que habían actuado como contacto entre Jim, Pakbo y
yo no podían seguir cumpliendo sus tareas. Entre otras cues-
tiones urgentes discutí también este problema con Jim que
venía a verme una o dos veces por semana.
Jim era extraordinariamente prudente cuando nos visitaba.
No venía hasta que era completamente de noche. Después de
apearse del tren, paseab'a un cierto tiempo por la ciudad y en-
traba en un café o restaurante antes de coger un taxi para
venir al viejo chalet. Siempre se apeaba dos o tres esquinas
antes de la casa del médico.
Por la noche la ciudad se hundía en una oscuridad total;
era pues fácil esconderse en un portal para desembarazarse de
posibles seguidores. De vez en cuando, Jim entraba bajo un
pórtico y aguzaba el oído para asegurarse de que no era se-
guido; en las calles desiertas los pasos se oían a lo lejos. No
le dejaban entrar en casa del médico sin dar la contraseña.
También Sissy venía a verme por las mismas razones que
Jim. Había recibido mi dirección a cambio de no comunicarla
a ninguno de los colaboradores. En las circunstancias que atra-
vesábamos sólo la más estricta disciplina podía permitirnos
continuar nuestro trabajo.
Después de haber estudiado todas las posibilidades, comu-
nicamos al Centro nuestras .sugerencias.
Moscú dio la siguiente respuesta:
LA DETENCIÓN DE JIM
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tencia cuyo indicativo es OVV. Nuestra estación de escucha
ha determinado que la OVV está en Rusia.
»Hemos remitido los telegramas captados, continúa el te-
niente Treyer, a la sección de descifrado del estado mayor
suizo.»
Para completar ese informe, he aquí algunas notas del dia-
rio de servicio de la unidad:
«18-10-1943 - Instalamos una estación de escucha en
Lausana para grabar el trabajo del VS ( así era como los go-
niómetros suizos llamaban a la emisora de Jim). La patrulla
de coches goniómetro se encuentra también en Lausana y
colabora con el inspector Pasche.
«5-11-1943 - El VS trabaja tanto como emisor como
receptor. Durante las emisiones la patrulla realiza varias es-
cuchas de aproximación, mientras que otra patrulla compara
la potencia de escucha cerca del VS. La localización está ter-
minada.
»14-11-1943 - El OVV ha dirigido a VS dos telegra-
mas. Éstos se componen de 283 grupos de cifras.
» 19-11-1943 - La operación preparada por la policía fe-
deral con ayuda de la Su.reté y los medios de la "Radio 7"
-es decir, la detención- no ha tenido lugar porque la emi-
sora no operaba.»
Jim no había notado el peligro que le amenazaba. La po-
licía efectuaba su vigilancia con mucha circunspección, no que-
riendo detenerle por el momento. Tenía razones par.a ello,
como veremos más tarde.
En esos barrios de población muy densa, no era fácil en-
contrar la emisora que se había localizado. Para situarla exacta-
mente, la policía tenía que cortar la corriente de cada edificio
sucesivamente cuando la emisora funcionaba. Si la emisora no
paraba, la policía continuaba, cortaba la corriente del siguiente
edificio y así sucesivamente hasta que estableció que la emi-
sora estaba en el número 2 de la calle Longeray. Era un gran
edificio con muchos pisos. La última etapa de la investiga-
ción se hacía con la ayuda de minúsculos receptores que se
podían esconder en el bolsillo de un abrigo. Los investigadores
iban de piso en piso y se detenían delante de cada aparta-
17.XI.1943, al Director.
Long y Salter tienen informaciones muy interesantes para
el Centro. Hago todo lo posible para procurarme piezas de
recambio y montar una radio en prevención de que fuese de-
tenido.
1.XII.1943.
1. ¿Ha conseguido entregar el mensaje a Sissy y a Pakbo?
¿Cuál es su situación?
2. Sea extremadamente prudente en su enlace con el Cen-
tro. Traslade lo más rápidamente posible su emisora a otra
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de Foote. Habían encargado la operación a varios agentes se-
cretos. Los alemanes habían llegado tres días tarde, porque
el rapto estaba previsto para el 23 de noviembre. Si consi-
deramos que gracias al «correo» y al matrimonio Wilmer, sa-
bían la dirección exacta de Jim, no hubiese sido difícil a los
sabuesos de Himmler realizar su proyecto.
En marzo de 1944 la policía pasó el caso a la jurisdicción
militar, pero Jim continuó negando que formara parte de nues-
tra organización.
Por consejo de su abogado, Jim decidió reconocer lo que
la investigación probaba de manera inequívoca. Confesó que
estaba al servicio de un estado miembro de las Naciones Uni-
das y que había transmitido informaciones que podían mo-
lestar a Alemania; no tenía ningún cómplice en Suiza; el jefe
de la red se encontraba en el extranjero; no tenía nada que
ver con Radó, los Hamel, Bolli y los otros de que le habían
hablado.
Después de formar esta declaración y hasta que fue pues-
to en libertad, Jim no fue interrogado más.
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del nombre de los agentes de la autoridad que habían orde-
nado esa «maniobra de diversificación»: Stampfli, procurador
general de la Confederación; Balsiger, jefe de la policía fede-
ral, y el coronel J aquillard, jefe del contraespionaje militar
suizo.
Pero el contraespionaje suizo no llegó a engañar a Moscú.
La Dirección de los servicios soviéticos comprendió inmedia-
tamente lo que pasaba pero simuló no haberse dado cuenta
de la falsa identidad de Jim. Envió directrices y consejos po-
niendo al contraespionaje federal sobre una falsa pista, e in-
tentando enterarse de la situación en que se encontraba la red.
Los policías suizos fracasaron principalmente porque no ha-
bían logrado coger el código de Jim y utilizaron el mío para
el enlace con Moscú. En efecto, después de adueñarse de mi
código, del programa de emisiones, de las longitudes de onda
utilizadas, la policía «logró reconstruir la clave del código»,
escribe Marc Payot, el especialista en cifrado, en su anexo a
la edición francesa del libro de Pünter,1 publicado por el pro-
·pio Marc Payot, propietario de las ediciones Payot.
Sólo al cabo de algunas semanas los suizos no se dieron
cuenta de que, creyendo engañar, habían sido engañados y
cesaron en su juego con Moscú. El Centro había ganado. Te-
nía la prueba de la detención de Jim. En cuanto a los suizos
habían perdido el tiempo en balde.
Cuando el contraespionaje se dio cuenta de que Moscú no
le suministraría informaciones más amplias, dejó actuar a la
policía. Nuevas detenciones tuvieron lugar.
El 19 de abril de 1944 fueron arrestados: Esther Bosen-
dorfer (Sissy), Paul Bottcher, Christian Schneider (Taylor) y
Flückiger, el amigo de Sissy que en su día, por petición de
Sissy, había hablado a Jim al que no conocía. Flückiger fue
liberado aquel mismo día porque la policía comprendió que
no había estado mezclado en ese asunto más que por casua-
lidad. Exactamente un mes más tarde, detenían también a
Rudolf Rossler (Lucy). Fuer.en trasladados todos a Lausana,
a Bois-Mermet donde fueron encerrados en celdas individuales.
EVASIÓN