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El peligro de la profecía autocumplida

Robert K. Merton sociólogo estadunidense utilizó el término “self-fulfilling prophecy”


para explicar cómo percepciones se pueden convertir en realidades. Esto puede
explicar diferentes fenómenos sociales, pero al que más aplica es al de las condiciones
económicas.
El ejemplo que Merton presenta es el de un banco que tiene solicitudes de
retiro de dinero por parte de sus clientes al mismo tiempo. No hay una razón aparente
para hacerlo, sólo sucede como un evento azaroso. Como el banco no está preparado
para recibir tal demanda de recursos en un día en particular crea la percepción de que
no tiene los fondos suficientes. Esto lleva a sus clientes a desconfiar de él y todos sus
clientes empiezan a retirar sus activos. Esta desconfianza hace que el banco quiebre.
La percepción de que el banco no tiene fondos se sustenta en la observación de
un solo día. Objetivamente el banco, como cualquier otra institución financiera, estaba
preparado para cumplir con sus obligaciones financieras, pero el que en un día
específico no lo haya hecho genera desconfianza entre sus clientes. Ellos hacen que se
cumpla el temor de su percepción. Sus propios clientes hacen que el banco quiebre a
partir de sus percepciones.
Nuestras percepciones como país podrían pasar a ser motivo de preocupación
por nuestros niveles de pesimismo. Podríamos estar en una situación similar a la que
describió Merton en su análisis del fenómeno de profecía auto cumplida. Los datos de
la última Encuesta Nacional de Parametría parecen dar sustento a este temor.
Tal vez el presidente Enrique Peña tiene razón en su reclamo a la opinión
pública o a los ciudadanos de que el “humor social” no corresponde a nuestra
situación factual. La categoría o expresión de “humor social” acuñada por Luis
Woldenberg ha pasado a ser un término de dominio cotidiano. El indicador es más
complejo de lo que este uso cotidiano expresa. Sin embargo, intuitivamente dice
mucho.
Nuestro nivel de pesimismo con la situación actual es genérico. Pero lo
podríamos concentrar en un indicador en particular. Es cierto que hoy día nos
preocupan diversos temas como la situación de inseguridad o los niveles de
corrupción. Pero sin duda una de las mayores preocupaciones siempre es la economía.
El ciudadano promedio tiene diferentes indicadores para concluir o determinar
la situación económica del país. La situación económica personal puede tener una
evaluación más objetiva o testimonial. La situación económica del país requiere de
más información y dependiendo de la circunstancia una u otra variable pasa a ser más
importante.
La generación de empleos o el desempleo es la variable que la población
observa con mayor atención a lo largo del tiempo de acuerdo a la serie de Parametría.
Este es el indicador más importante para determinar las condiciones económicas
generales. El mismo combina tanto experiencia personal como la percepción de
entorno.
La inflación o el precio de los bienes es otra variable importante para el
promedio del ciudadano. En los últimos años se ubica como uno de los principales
números a observar, aunque en la última medición de enero de Parametría no resulto
tan relevante. Es muy probable que en el momento en que la inflación se percibe como
baja deje de preocupar.
El precio del dólar es sin duda motivo de preocupación para la población en
general, pero lo es aún más para las clases medias. Su relevancia cambia en el tiempo.
Es claro que en último año, como lo indica la medición de Parametría de enero, ha sido
un indicador fundamental para explicar la situación económica actual.
Al final, bajo estándares internacionales la tasa de crecimiento es la que resume
la situación de la economía. Si el único indicador fuera la tasa de crecimiento del país
todo señalaría que los datos duros de nuestro crecimiento contradicen nuestras
percepciones. Ante datos de tasas de crecimiento similares en los últimos años
nuestras evaluaciones son más negativas.
Tal vez la percepción más preocupante es que de 2014 a la fecha la idea de que
estamos en una crisis económica ha aumentado 20 puntos porcentuales. Mientras en
2014 era de 51 por ciento quienes pensaban que estábamos en crisis, en 2017 este
porcentaje creció a 70 por ciento. Los que opinan que estamos creciendo decrecieron
en este periodo de tiempo de 11 por ciento a 6 por ciento.
Al inicio de la administración se argumentaba que teníamos un problema de
expectativas y con ello vino una consecuente decepción. Hoy día parece que las
explicaciones son otras. La evaluación de la economía pasa por otros indicadores que
en opinión del ciudadano no se ven bien.
Nuestros niveles de pesimismo pueden empezar a afectar nuestra economía
como ya lo indica el índice de confianza del consumidor en su última medición. Tal vez
nos serviría reconsiderar nuestras percepciones y confrontarlas con los datos duros.
Nos convendría reflexionar y ver nuestros indicadores económicos de manera más
objetiva. De otra manera podríamos pasar a ser un buen ejemplo de “profecía auto
cumplida”

Artículo publicado en Milenio el 25 de febrero de 2017


Disponible en: https://goo.gl/wx1DiJ

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