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DIACONISAS…

¿SI O NO?

David Melón Veiga


Octubre - 2016
Mucho se ha hablado en el último siglo acerca de si hay o debe
haber diaconisas en las iglesias locales. Variedad de argumentos a favor
y en contra han sido enseñados y publicados tanto en un sentido como
en otro, siendo la inmensa mayoría de ellos meras opiniones personales
que dejan a un lado, de forma incomprensible dados los ponentes y los
destinatarios, lo que debiese ser la única fuente de conocimiento y
verdad: la Biblia.

En esta escueta y somera presentación del tema, haremos bien en


tomar la herramienta de estudio que todo hijo de Dios debe utilizar
siempre, incluso de forma única: la Biblia. Que la hermenéutica sea la
ciencia que conocemos como el “arte de interpretar textos y
especialmente el de interpretar los textos sagrados” (diccionario de la
Real Academia Española), y que no debe ser menospreciada en su
utilización en el estudio bíblico, no podemos pasar por alto que la misma
no deja de ser una herramienta humana, con lo que ello implica.

Personalmente entiendo que la herramienta de estudio “más


excelente”, es aquella que la propia Escritura nos señala, por cuatro veces,
para que tengamos plena seguridad de que el utilizarla no solo es nuestra
responsabilidad sino también nuestra seguridad y bendición.

Leamos…

No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni


disminuiréis de ella, para que guardéis los
mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os
ordeno. (Deu 4:2)

Cuidarás de hacer todo lo que yo te mando; no


añadirás a ello, ni de ello quitarás. (Deu 12:32)
Toda palabra de Dios es limpia… No añadas a sus
palabras, para que no te reprenda, y seas hallado
mentiroso. (Pro 30:5-6)

Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la


profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas,
Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en
este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro
de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la
vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están
escritas en este libro. (Apo 22:18-19)

Y por si estos argumentos no fuesen más que suficientes, el mismo


Apóstol Pablo nos señala el camino que debemos seguir…

“que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que


está escrito” (1 Cor 4:6),

teniendo en cuenta que:

“nosotros no hemos recibido el espíritu del


mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para
que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual
también hablamos, no con palabras enseñadas por
sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu,
acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1 Cor 2:12-
13).
Describiendo los términos

A continuación, leamos lo que nos dicen aquellos que entienden


del léxico griego, es decir, el conjunto de las palabras de un idioma, o de
las que pertenecen al uso de una región, a una actividad determinada, a
un campo semántico dado.

¿Qué es un diácono?
Diáconos (διάκονος, G1249)… uno que realiza un servicio, tanto si se
trata de un trabajo servil (bajo un amo), como si se trata de servicio de
buena voluntad (en propia libertad).

¿Qué es diakonía?
diakonia (διακονία G1248)… es la asistencia, obra, oficio, ministerio o
servicio que lleva a cabo el diácono.
Se usa:
(a) de deberes domésticos (Luc_10:40 «quehaceres»);
(b) de un ministerio religioso y espiritual:
(1) del ministerio apostólico (p.ej., Hec_1:17,25; 6.4; 12.25: «servicio»;
21.19; Rom_11:13);
(2) del servicio de los creyentes (p.ej., Act_6:1 «distribución»;
Rom_12:7 «servicio» y «servir»; 1Co_12:5; 1Co_16:15 «servicio»;
2Co_8:4 «servicio»; 9.1: «ministración»; v. 12: «ministración»; v. 13:
«ministración»; Eph_4:12; 2Ti_4:11); en sentido colectivo, de una iglesia
local (Act_11:29 «socorro»; Rev_2:19 «servicio»); del servicio de Pablo
en favor de los santos pobres (Rom_15:31 «servicio»);
(3) del ministerio del Espíritu Santo en el evangelio (2Co_3:8
«ministerio»);
(4) del ministerio de los ángeles (Heb_1:14 «servicio»);
(5) de la obra del evangelio en general (p.ej., 2Co_3:9 «ministerio de
justificación»; 5.18: «ministerio de la reconciliación»);
(6) del ministerio general de un siervo de Jesús en la predicación y en la
enseñanza (Act_20:24 «ministerio»; 2Co_4:1 «ministerio»; 6.3:
«ministerio»; 11.8: «para serviros», lit.: «para vuestro servicio»;
1Ti_1:12 «ministerio»; 2Ti_4:5 «ministerio»)
(7) de la Ley, como «ministerio de muerte» (2Co_3:7); de condenación
(3.9: «ministerio»).

¿Qué es diaconado?
diakoneo (διακονέω G1247)… relacionado con los diácono tanto en su
acción (asistir, atender, ministrar, servir), como en su condición, estatus
o posición.
Se usa:
(a) con un sentido general (p.ej., Mat_4; 11; Mc 1.13; 10.45; Joh_12:26,
dos veces; Act_19:22 «que… ayudaban»; Flm 13);
(b) de servir a la mesa, a los invitados (Mat_8:15; Luc_4:39; 8.3; 12.37;
17.8; 22.26, 27, dos veces)
(c) de aliviar las necesidades de uno, supliendo las necesidades de la vida
(Mat_25:44; 27.55; Mc 15.41; Act_6:2; Rom_15:25 «para ministrar»;
Heb_6:10, dos veces); más definidamente en relación con el servicio en
la iglesia local (1Ti_3:10 «ejerzan el diaconado»; v. 13: «ejerzan bien el
diaconado»);
(d) de asistir, de una manera más general, a cualquier cosa que pueda
servir a los intereses de otro, como el trabajo de un amanuense
(2Co_3:3 «expedida», metafóricamente); del envío de dones materiales
para socorrer a los menesterosos (2Co_8:19 «que es administrado»; v.
20: «que administramos»); de una variedad de formas de servicio
(2Ti_1:18 «ayudó»); del testimonio de los profetas del AT
(1Pe_1:12 «administraban»); del mutuo ministerio de los creyentes en
diversas maneras (1Pe_4:10 «minístrelo»)
Diaconisas… ¿Sí o No?

Sin lugar a dudas… Si. Pero… ¿Por qué? ¿Porque así lo dice tal
o cual persona? ¿Porque así lo hace tal o cual denominación? Quizás
¿Porque nos parece bien? Por supuesto que no.

La clara y simple base doctrinal que encontramos en las Escrituras


sobre este asunto nos muestra la no discriminación entre la mujer y el
varón en las tareas de servicio (diaconía) a realizar en y para la iglesia.
Veamos algunos ejemplos…

“De la manera que en un cuerpo tenemos muchos


miembros, pero no todos los miembros tienen la misma
función, así nosotros, siendo muchos somos un cuerpo
en Cristo, y todos miembros los unos de los otros”.
(Rom 12:4-5)

“Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu


es el mismo. Y hay diversidad de ministerios
(diakonías), pero en Jesús es el mismo. Y hay
diversidad de operaciones (resultados), pero Dios, que
hace todas las cosas en todos, es el mismo”. (1Co 12:4-
7)

“Dios ha colocado a cada uno de los miembros en el


cuerpo, como Él quiso”. (1Co 12:18)

“Son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno


solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito,
ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de
vosotros”. (1Co 12:20-21)

“Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros


cada uno en particular. Y a unos puso Dios en la
iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo
tercero maestros, luego los que hacen
milagros, después los que sanan, los que ayudan, los
que administran, los que tienen don de lenguas”. (1Co
12:27-28)

Y a continuación, veamos algunos ejemplos más concretos donde


las Escrituras nos revelan la carga, el servicio o trabajo que algunos
VARONES llevaban a cabo entre el pueblo de Dios (notemos como los
traductores catalogan a los protagonistas: ministros):

para que también vosotros sepáis mis asuntos, y lo que


hago, todo os lo hará saber Tíquico, hermano amado y
fiel ministro (diácono) en en Jesús, (Efe 6:21)

como lo habéis aprendido de Epafras, nuestro


consiervo amado, que es un fiel ministro (diácono) de
Cristo para vosotros, (Col 1:7)

(Timoteo)… si esto enseñas a los hermanos, serás


buen ministro (diácono) de Jesucristo, (1Ti 4:6)

Y, ahora, leamos los siguientes pasajes relativos a la carga,


servicio o trabajo que algunas MUJERES llevaban a cabo entre el pueblo
de Dios (notemos, ahora, como los traductores catalogan a las
protagonistas: siervas, excepto el caso de Febe):
vino Jesús a casa de Pedro, y vio a la suegra de éste,
postrada en cama, y con fiebre. Y tocó su mano, y la
fiebre la dejó; y ella se levantó, y les servía (diaconeo).
(Mat 8:14-15)

Y muchas mujeres estaban allí mirando de lejos, las


cuales habían seguido a Jesús desde Galilea,
sirviéndole (diaconeo). (Mat 27:55)

Jesús iba por todas las ciudades y aldeas… y los doce


con él, y algunas mujeres…: María, que se llamaba
Magdalena… Juana, mujer de Chuza intendente de
Herodes, y Susana, y OTRAS MUCHAS que le servían
(diaconeo) de sus bienes. (Luc 8:1-3)

Os recomiendo además a nuestra hermana Febe, la


cual es diaconisa de la iglesia en Cencrea (Rom 16:1)

Hermanos, ya sabéis que LA FAMILIA de Estéfanas es


las primicias de Acaya, y que ELLOS se han dedicado
al servicio (diaconeo) de los santos. (1Co 16:15)

Con todos estos ejemplos que acabamos de leer, ¿Podría alguno


concluir que el servicio en las iglesias locales sea EXCLUSIVOS de los
varones? Por todo lo anteriormente expuesto, decir o enseñar que NO
debe haber diaconisas en la Iglesia, atenta frontalmente contra la clara e
inequívoca enseñanza de las Escrituras. Entonces… ¿De qué
hablamos? ¿A qué viene, pues, tantos ríos de tinta en la últimas décadas
en dilucidar acerca de diaconisas si o diaconisas no en la iglesias locales?
Pues que el asunto nada tiene que ver con la carga, trabajo o servicio que
realizan las mujeres en las iglesias sino en el cargo, estatus o posición que
ello conlleva.
Múltiples factores podrían aducirse para explicar el porqué de
tanta tensión y revuelo a este respecto pero, sean éstas cuales fueren, el
objetivo de este trabajo no pretende ir más allá de presentar los diferentes
pasajes bíblicos que nos aclaren lo que las Escrituras revelan sobre este
asunto. Es claro que no estamos tratando de asuntos sociales, ni de
relaciones comunitarias ni de asociaciones de hombres sino de lo que en
Jesús mismo ha establecido en y para su Iglesia a fin de manifestar al
mundo cual es el orden de lo que Él ha determinado de antemano. Clara
e inequívoca resulta la expresión del Apóstol Pablo a Timoteo:

“esto te escribo, aunque tengo la esperanza de ir


pronto a verte, para que si tardo sepas cómo debes
conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del
Dios viviente,” (1 Tim 3:14-15)

Escribiendo a los creyentes en Filipos, el Apóstol señala como


destinatarios:

“a todos los santos en Cristo Jesús que están en


Filipos, con los obispos y diáconos” (Fil. 1:1)

indicando, de forma clara y concisa, que dentro del “todos” los santos hay
grupos diferentes, que no distintos o separados (pues en ningún lugar de
las Escrituras hallamos tal concepto de clase, supremacía o jerarquía).
Muy al contrario, lo que las Escrituras nos señalan es la posición que
deberán ocupar quienes pretendan algún tipo de superioridad:

“el que quiera hacerse grande entre vosotros será


vuestro servidor (diácono)” (Mat 20:26)

“no como teniendo señorío sobre los que están a


vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1
Ped 5:3).
Ahora bien, tal función (cargo, ejercicio, estatus, posición),
inevitablemente ha de estar condicionada a mostrar el orden establecido
por en Jesús mismo en y para su Iglesia, por lo que tanto los obispos
(ancianos, pastores), como los diáconos y como el resto de los miembros
de las iglesias, han de ceñirse a lo que las propias Escrituras definen y
revelan con respecto a ese orden…

“quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo


varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la
cabeza de Cristo.” (1 Cor 11:3)
El origen del diaconado.

Leamos…

“hubo murmuración de los judíos helenos contra los


judíos hebreos porque las viudas de aquéllos eran
desatendidas en la distribución (diakonia)
diaria. Entonces los doce convocaron a la multitud de
los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros
dejemos la palabra de Dios para servir a las mesas
(diakoneo). Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros
a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu
Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este
trabajo. Y nosotros persistiremos en la oración y en el
ministerio (diakonia) de la palabra. Agradó la
propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban,
varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a
Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás
prosélito de Antioquía; a los cuales presentaron ante
los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las
manos.” (Hch 6:1-6)

Se hace necesario una breve recapitulación de los capítulos


anteriores a fin de situarse en la escena que acabamos de leer.

Lucas, el autor de este libro de los Hechos, nos señala que la iglesia
se constituyó con “como ciento veinte” (Hch 1:15). Luego del descenso del
Espíritu Santo y la primera predicación de Pedro, se convirtieron “como tres
mil personas” (Hch 2:41). Posteriormente, después de haber sanado al
paralítico de la puerta del Templo, Lucas habla de “como cinco mil
varones” (Hch 4:4). En fechas posteriores al suceso de Ananías y Safira,
Lucas señala que el número de los que creían iba en aumento: “gran número
así de hombres como de mujeres” (Hch 5:14). Y llegados al pasaje que
hemos leído inicialmente leemos en el primer verso que la iglesia en
Jerusalén había crecido sobremanera: “al multiplicarse el número de los
discípulos” (Hch 6:1). Notemos, por tanto, que una cifra no menor de unas
veinte mil personas constituían la iglesia, sobre la cual administraban los
doce, con la ayuda de colaboradores (diáconos) (nótese que la
murmuración de los judíos helenos no fue contra los Apóstoles si no contra
judíos hebreos).

Vemos, pues, que la atención a tal cantidad de personas y ante la


disyuntiva de restar tiempo para la exposición de la Palabra los Apóstoles
delegan a otras personas su función de atender (diaconía) a las necesidades
materiales de los miembros de la Iglesia, notándose que las deficiencias
originadas, quizás por el lenguaje, llegaron hasta la murmuración de unos
contra los colaboradores de los Apóstoles. A raíz de esto, leamos
nuevamente lo que los Apóstoles dijeron…:

“Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete


varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y
de sabiduría, a quienes encarguemos de este
trabajo” (Hech 6:3)

Sin necesidad de entrar en un análisis profundo del texto, notamos


varias claves aquí que nos servirán para la conclusión final del presente
pasaje:

1.- buscad
episképtomai (ἐπισκέπτομαι G1909); inspeccionar, i.e. (por
implicación) seleccionar por extensión ir a ver, relevar: buscar, visitar.
2.- varones
aner (ἀνήρ G435) no se usa nunca del sexo femenino. Se usa en
distinción de una mujer (Act_8:12; 1Ti_2:12); como marido (Mat_1:16;
Joh_4:16; Rom_7:2; Tit_1:6)

3.- encarguemos
kathistemi (καθίστημι G2525) significa por lo general establecer o
señalar a alguien, constituirlo en una posición. En este sentido se traduce
mayormente como poner, al señalar a alguien a una posición de autoridad,
p.ej., a un siervo sobre una casa (Mat_24:45,47; 25.21,23;
Luc_12:42,44); a un juez (Luc_12:14; Act_7:27,35); a un gobernador
(Act_7:10); al hombre por parte de Dios sobre la obra de sus manos
(Heb_2:7) ... No está aquí a la vista ninguna ordenación eclesiástica
formal, sino la designación, para el reconocimiento por parte de las
iglesias, de aquellos que ya habían sido suscitados y cualificados por el
Espíritu Santo, y que habían dado evidencia de ello en su vida y servicio.

4.- de
epí (ἐπί G1909) preposición primaria; sobre, encima,

Por tanto, vemos en este pasaje de Hechos 6 los siguientes hechos:

1. que ya había personas que realizaban servicios (diaconía), dentro de la


iglesia en Jerusalén (distribución diaria).

2.- que a los siete seleccionados (encargados de, o más literal todavía:
puestos sobre), les es conferida autoridad (que no gobierno ni supremacía
ni clase ni jerarquía; solo cargo, función o posición), la cual conlleva
reconocimiento público a través de la imposición de manos que realizarán
los Apóstoles.

3.- que los seleccionados por “la multitud de los discípulos” debían reunir
cuatro condiciones:
a.- de buen testimonio
b.- llenos del Espíritu Santo
c.- tener sabiduría
d.- ser varones

En cuanto al punto cuarto (el tener que ser varones), es innegable


que…

1.- En el Apostolado no hubo mujeres por que el propio Señor Jesús no


lo quiso.

2.- En la sucesión de Judas, exclusivamente José y Matías cualificaron


para el apostolado. Fijémonos bien en el verso 21 de Hechos 1 y como
la asignación recae en “varones”. Las mujeres no cualificaban y ello
pese a estar María, la madre de Jesús y las otras mujeres que habían
servido (diaconía) a Jesús. La Palabra no admite duda alguna.

3.- En el hecho, ya reseñado, de los diáconos en el capítulo 6 de Hechos,


la exclusión de las mujeres tampoco admite duda alguna.

4.- En Hechos 15, en el conocido como “concilio de Jerusalén” es


relevante que en la decisión tomada por los “apóstoles y los ancianos,
con toda la iglesia” (Hec 15:22) (donde también, y sin lugar a dudas,
estarían las mujeres), para llevar el comunicado y las decisiones del
concilio, se decretó que los portadores de la misiva fuesen “varones”
(versos 22, 25). Es necesario notar que no fueron UNICAMENTE
portadores de un mensaje, como fue el caso de Ana, la profetisa, en el
nacimiento de Jesús, o de María Magdalena en la resurrección de Jesús,
o de Febe llevando la carta a los de Roma. No. Aquellos varones,
además de la misiva con las decisiones tomadas en Jerusalén, “también
de palabra os harán saber lo mismo” como leemos en el verso 27… y
añadiendo el verso 32 “como ellos también eran profetas, consolaron y
confirmaron a los hermanos con abundancia de palabras”.
5.- En todos estos casos, fue notorio PARA TODA LA IGLESIA la
posición y cargo que desempeñaban todos ellos.
Los requisitos para ejercer el diaconado

Una vez nacida la necesidad del diaconado (el cargo u oficio), que
no los diáconos o la diaconía (la carga o el servicio), y puesto que ya la
iglesia no se congregaba en un único lugar (Jerusalén), y que ya la mayoría
de los Apóstoles habían fallecido o estaban encarcelados, es el Apóstol
Pablo quien, inspirado por el Espíritu Santo, procede a regular de forma más
extensa el cargo, estatus, función u oficio de diácono (así como, también,
del cargo u oficio de anciano), iniciando su exposición de una manera
contundente en la primera carta enviada a Timoteo, poco antes de ser
martirizado en el año 64 d.C.:

“Los diáconos asimismo deben ser” (1 Tim 3:8)

De la misma manera que a todo aquel que anhela el cargo, posición


o función de anciano se le dice que “algo bueno desea, pero…”, se está
estableciendo el hecho de que no cualquiera vale o cualifica sin que los
requisitos o valores que se detallan se vean reflejados en su persona, así se
determina, también, para todo aquella persona que anhela el cago, estatus,
función, o posición de diácono. No cualquiera cualifica o vale.

Las cuatro condiciones que se detallan en el capítulo 6 de Hechos…

a.- buen testimonio


b.- llenos del Espíritu Santo
c.- tener sabiduría
d.- ser varones

las vemos incluidas dentro de las enunciadas por el Apóstol Pablo…


“Los diáconos asimismo deben ser honestos, sin
doblez, no dados a mucho vino, no codiciosos de
ganancias deshonestas; que guarden el misterio de la
fe con limpia conciencia. Y éstos también sean
sometidos a prueba primero, y entonces ejerzan el
diaconado, si son irreprensibles. Las mujeres asimismo
sean honestas, no calumniadoras, sino sobrias, fieles
en todo. Los diáconos sean maridos de una sola mujer,
y que gobiernen bien sus hijos y sus casas. Porque los
que ejerzan bien el diaconado, ganan para sí un grado
honroso, y mucha confianza en la fe que es en Cristo
Jesús.” (1Ti3:8-13)

Entre estas cualificaciones requeridas, se halla la siguiente:

“Los diáconos sean maridos de una sola mujer“(1 Tim


3:12).

algo idéntico a lo requerido a los ancianos, y que se refiere no a la bigamia


(dos o más esposas al mismo tiempo), sino a que únicamente se hubiese
casado una sola vez. Es el mismo requisito que señala para las viudas
necesitadas, de las cuales habla el Apóstol Pablo dos capítulos después:

“Sea puesta en la lista sólo la viuda no menor de


sesenta años, que haya sido esposa de un solo marido”
(1 Tim 5:9)

Muy poco se lee sobre esta cualidad requerida en el aspirante a


diácono o anciano, y mucho menos de que tal requisito sea dado a las
supuestas diaconisas de 1Tim 3:11.
Analizando los argumentos sobre el cargo de las diaconisas

Ante el verso…

“Las mujeres asimismo sean honestas, no


calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo” (1Ti 3:11)

que se haya dentro de los textos que venimos tratando referido a los
requisitos para el aspirante al diaconado, llama poderosamente la
atención la cantidad de “explicaciones” que se argumentan para terminar
desvirtuando lo que, sin lugar a dudas, tan claro y diáfano está en el texto
bíblico, no solo en el mencionado verso 11 si no en el contexto de los
versos 8 al 13, donde el término “mujer-mujeres” está definido las tres
veces por la misma palabra griega: γυναῖκας.

Señalar, por ejemplo, que el texto griego: “poco o nada ayuda” en


clarificar quienes son estas “mujeres” (si las esposas de los diáconos o las
diáconos femeninas), no es otra cosa que señalar al equívoco que el
Espíritu Santo tuvo por elegir como idioma vehicular al griego, pues, es
la propia Palabra quien dice…

“los santos hombres de Dios hablaron siendo


inspirados por el Espíritu Santo” (2 Pedro 1:21)

Se argumenta que el texto nada aclara porque la palabra griega:


γυναῖκας, puede referirse tanto a una mujer en general como a una
esposa. Y aunque esto en sí es cierto (que la misma palabra griega puede
usarse para expresar mujer o esposa), resulta llamativa la omisión de
cualquier aclaración, comentario o explicación a que debe ser el propio
contexto quien le dé el significado preciso. Tampoco nada se dice de las
dificultades que deberían haber tenido los cristianos de todas las edades,
inclusive los de origen griego en los primeros años de la Iglesia ante tal
pretendida “dificultad textual”.

Señala el lexicógrafo Vine que esta palabra γυναῖκας “Se utiliza


de mujeres tanto solteras como casadas (p.ej., Mat_11:11; 14.21;
Luc_4:26), como de una viuda (Rom_7:2)”

Ahora bien, una lectura sosegada y desprejuiciada del texto bíblico


de 1 Timoteo 3, nos hará entender a quién identifica este genitivo
“mujeres”…

es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de


una sola mujer… μιας γυναικος ανδρς literalmente:
ser de una mujer varón (1Ti 3:2)

los diáconos sean maridos de una sola


mujer... διακονοι εινας μιας γυναικος
ανδρς literalmente: ser de una mujer varón (1Ti
3:12)

Por lo tanto, si al principio del contexto (verso 2) la palabra


γυναῖκας identifica a una esposa… y al final del contexto (verso 12)
continúa identificándola con esposa… ¿en base a cual regla de la gramática
(griega o no), se varía el significado intermedio (verso 11) donde cambiar
esposa por el genérico “mujer”? Resulta evidente y palmario que el Espíritu
Santo lleva al Apóstol Pablo a escribir en el referido verso 11 la palabra
griega γυναῖκας (mujeres-esposas), y no la palabra griega διακονοι
(diacono-diaconisa). Así que, o bien el Apóstol rompe el hilo de los
versos 8 al 12 intercalando el verso 11que nada tiene que ver con los
diáconos varones para hablar de las mujeres en general (algo que, de
forma gramatical y lógica, resulta incoherente), o bien ese verso 11 está
referido a las mujeres-esposas de los diáconos.
Sobre las versiones bíblicas

Se aduce que “las mejores versiones, las serias” de la Biblia vierten


hacia el castellano “mujer” en lugar de esposa. Podría valer… pero… ¿en
qué se puede basar alguien para calificar de mejor y seria tal o cual versión
o traducción de la Biblia? Veamos cuales se citan como mejores y serias
… Biblia de las Américas (1986) , Reina Valera (1909), Reina Valera
(1960), Reina Valera (1995), Nácar Colunga (1944), Biblia de
Jerusalén (1967) … como ejemplo de las castellano impresas.

¿Y qué ocurre con… la Vulgata de Jerónimo (traducida al castellano


en 1280 y conocida como la Biblia Alfonsina), la de Francisco de Encinas
de 1543, la Biblia del Oso (la de Casiodoro de la Reina, 1569), la Biblia del
Cántaro (la revisión de Cipriano de Valera en 1602), la revisión de Scio de
Miguel (1793) (la que distribuía Jorge Borrow), la versión de Torres Amat
(1825), la Reina Valera de 1862, la Versión Moderna de HB Pratt (1893),
entre otras, como la Nueva Versión Internacional de 1979 o las versiones
en inglés o portugués, por ejemplo? ¿Por qué no son éstas “mejores y serias
versiones”? ¿Acaso por qué en Romanos 16:1 vierten “servidora” en lugar
de diaconisa o en 1 Timoteo 3:11 vierte “esposas” en lugar de mujeres?

Interesante que todas estas del último bloque (hasta 1893), se vieron
“actualizadas” y “revisadas” por las, así denominadas por algunos,
“mejores y serias versiones”… justo a partir de la finalización del siglo XIX
y comenzados los primeros años del siglo XX (1900). ¿Qué evento o
movimiento a nivel mundial origina tales “actualizaciones” y
“revisiones”? Dejo al lector la tarea de buscar tal significativo evento.

Cuando hace unos años estudiaba este tema, siempre me llamó la


atención la forma clara y contundente de cómo se expresaban los
traductores anteriores al año 1900, con la “astucia” (lo digo sin ánimo de
ofender, sino de llamar la atención), de los revisionistas del siglo
XX. Mientras los primeros identifican, sin dejar lugar a dudas, a quienes
se refiere al Apóstol en el pasaje de 1 Tim 3:11, señalando que son
“esposas”, los segundos se quedan en la duda, el quizás, la
posibilidad. Quitan la rotundidad de “esposas”, pero se guardan, muy
mucho, de colocar el apellido de “diaconisas” a la palabra “mujeres”. No
se mojan. Todo muy de alfileres, muy de “quizás”, “es posible”, “puede
ser”. Vienen a ser como aquellos de los cuales en Jesús dice:

¡Ojala fueras frío o caliente! (Apoc 3:15)

Es obvio que el Espíritu Santo JAMAS dejaría con dudas o con


“posibles” a los receptores de las Escrituras, así que, somos nosotros los
que fallamos a la hora de acercarnos al texto. No cabe duda que nuestro
desconocimiento del griego nos predispone al error, pero que ellos (la
iglesia en el tiempo de los Apóstoles), sabían perfectamente distinguir
cuando la misma palabra debía significar mujer (genérico) o esposa, está
tan claro como el hecho de que cualquier persona que se exprese, por
ejemplo, en inglés, sabe distinguir perfectamente cuando el verbo “to be”
debe utilizarse como ser o como estar.
El caso de Febe.

Podemos contemplar cómo no se limita el Apóstol Pablo a nombrar


a muchas mujeres en sus cartas si no que, también, califica sus acciones,
servicios y trabajos con subidos elogios y reconocimientos. Así de Febe,
de la Iglesia de Cencrea, como también de: Dorcas, Evodia, Junias, Julia,
Lidia, María, Pérsida, Priscila, Sinquique, Trifena, Trifosa, la madre de
Rufo, etc. etc.

Dado que Febe es presentada como "diáconos" (diaconisa) y


"prostatis" (ayudadora), muchos han querido ver en ella a una genuina
presidenta de una iglesia particular, revestida de autoridad y con un
reconocido cargo, estatus o posición. Sin embargo, lo que pasan por alto
es lo que la propia Escritura señala: no solo su reconocimiento (a la labor
que hacía, como otras muchas), sino porque solo de ella se pide que la
ayuden. Mientras que todas las demás se le envían saludos y se les dan
reconocimiento por las tareas que desempeñan, de Febe se dice:

“que la ayudéis en cualquier cosa que necesite de


vosotros; pues ella ha ayudado a muchos” (Romanos
16:2)

literalmente … que la “paristemi (παρίστημι G3936) estar al lado, o


cerca, junto… en cualquier cosa en que necesite de vosotros; porque ella
ha “prostatis (προστάτις G4368) (femenino de un derivado de G4291;
patrona, i.e. auxiliadora)” … ayudado a muchos”

A este respeto, más que relevante es el comentario del cardenal


jesuita A. Vanhoye (siglo XX) quien, después de haber indagado los
principales testimonios del NT respecto a una posible ordenación de
mujeres al ministerio sacerdotal, comenta lo que sigue sobre el particular:
"quien quiere propugnar un cambio contrario a la tradición constante de la
Iglesia en no constituir mujeres con el cargo de diaconisa, no puede invocar
ningún texto explícito del Nuevo Testamento, sino sólo algunos detalles de
interpretación incierta y controvertida (como, por ejemplo, los títulos
diáconos y prostatis dados por san Pablo a una señora cristiana en Rom 16,
1 - 2).

Pero, volvamos al texto, que nos revelará cuál era la posición que
Febe ocupaba en la iglesia de Cencrea… a la luz de las Escrituras. Notamos
dos aspectos distintos, y distantes, en el uso de las palabras que el Espíritu
Santo inspiró al Apóstol Pablo:

a.) que la ayuden (paristemi)


b.) ella ayudó (prostatis)

Para la primera se usa el concepto de un igual, en posición y


parentela (sea esta familiar, social o cultural. Recordemos que Pablo
comienza a hablar de ella como una “hermana”, si bien no en la carne, sí en
en Jesús), mientras para la segunda se restringe el uso para uno que es ajeno
(sea un desconocido, extranjero o foráneo).

Mucho se habla de la palabra “prostatis” en cuanto al título o cargo


que el oficio señala, pero muy poco, por no decir nada, quien lo porta o por
qué. Acerca de esta palabra griega, el lexicógrafo Strong nos dice que es:
“femenino de un derivado de G4291 proístemi: estar delante, i.e. (en
rango) presidir, o (por implicación) practicar:- gobernar, ocuparse,
presidir)”.

Es decir, prostatis es una palabra: derivada de (y por lo tanto,


distinta a): proistemi.

Y es que, fácilmente puede verse la rapidez con la cual algunos


faltan a la hermenéutica emanada de la Biblia misma, además de lo que
los entendidos en lexicografía señalan. Es obvio que proistemi, como
hemos visto, significa PRESIDIR, mientras que prostatis significa
AYUDAR, AUXILIAR, PROTEGER, a la gente sin recursos, sean estos
desconocidos o extranjeros.

Lo que ninguno, ni por asomo, se digna explicar es que tal cargo,


estatus, función o título de “prostates” era una labor EXCLUSIVA de los
varones griegos, por cuanto a las mujeres griegas (y romanas), se les
prohibía, entre otras cosas, el votar y el ejercer como funcionarios
públicos. Su círculo de responsabilidad se ceñía, casi de forma única, al
ámbito privado del “oikos” (el hogar). Y no se dice esto para satisfacción
o menoscabo de nadie, sino para mostrar la realidad, cruda y tozuda, que
nos rodea y enseña que no es cuestión de lo que uno personalmente
pretenda que suceda o lo que más le apetezca. La realidad, distinta y
distante para algunos, es que Febe jamás pudo haber ocupado un cargo,
estatus, posición o título público, ni en la cultura griega (pues era
reservado en exclusiva a los varones), ni (lo que verdaderamente nos
ocupa), en la iglesia de Cencrea.
Opción en base a la cultura de otros tiempos

Algunos argumentan una “interpretación en base a la cultura


griega y romana”, para señalar que lo practicado en el primer siglo no
tiene por qué hacerse hoy en día.

Esta posición deja a un lado, voluntariamente, que la enseñanza


para la Iglesia se dio “a su tiempo”. No fue en nuestros días, sino hace
ya cerca de 2000 años. Además, como en el tema del velo o en el de
cualquier otro asunto de doctrina bíblica para la Iglesia, nada hay de
cultural o temporal al respecto; así que, asumir esto, tan solo insinuar o
permitirlo, es ir en contra la misma Palabra recibida:

Dios no hace acepción de personas (Gal 2:6)

Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande,


poderoso y temible, que no hace acepción de personas
(Deu 10:17).

y a lo que el mismo Apóstol Pablo dijo…

“de la manera que enseño en todas partes y en todas


las iglesias” (1Cor 4:17)

“esto ordeno en todas las iglesias” (1Cor 7:17)

Por tanto, no es solo el ignorar lo que el texto bíblico enseña, sino


venir a decir que en Jesús a las hermanas de la iglesia en Corinto les
impuso el cubrirse con un velo y no tener autoridad en la Asamblea y a
las hermanas del siglo XX (que no a las del siglo XIX y anteriores), le
deja libertad para ponerlo o no, para dirigir o enseñar en una iglesia local
o no. Por lo tanto, no podemos dejar a un lado de dónde venimos:

“edificados sobre el fundamento de los apóstoles” (Efe


2:20)

Se concluye, por todo lo anteriormente expuesto, que las hermanas


son llamadas a servir dentro de la Iglesia en cuanto a la carga que significa
el servicio (diakonía), pero no cualifican para al cargo, estatus, posición
o título (diaconado), que puede conllevar dicho servicio.

De la misma manera que pueda haber dentro de la Iglesia quienes


por edad y testimonio personal pueden anhelar el ancianato (cargo) pero
no cualifican conforme a lo designado por las Escrituras como requisitos
a mostrar, lo mismo ocurre en el caso del diaconado (cargo): “deben
ser…”.
En ningún lugar de la Escritura se impide el reconocimiento de una
mujer como diaconisa

Decirles a quiens sustentan esta posición que, además de que el


aspirante al cargo de diácono HA DE SER “marido de una sola mujer”
(pues en la Escritura nada se dice que una mujer que aspire al cargo de
diaconisa ha de ser “esposa de un solo marido), sorprende la manera en
la cual se saltan las enseñanzas emanadas de las Escrituras relativas a, por
ejemplo, el propio Señor Jesús, cuando el autor de la epístola a los
Hebreos declara:

“manifiesto es que nuestro Señor vino de la tribu de


Judá, de la cual nada habló Moisés tocante al
sacerdocio. (Heb 7:14)

a saber, el silencio de Moisés no motivó cambio alguno en cuanto al


acceso al sacerdocio por parte de Jesús.

Notemos, también, como reaccionaron los Apóstoles ante la


actuación de algunos que aprovechando el silencio de las Escrituras
perturbaban a los creyentes de Antioquia:

“Los apóstoles y los ancianos y los hermanos, a los


hermanos de entre los gentiles que están en Antioquia,
en Siria y en Cilicia, salud. Por cuanto hemos oído que
algunos que han salido de nosotros (a los cuales no
dimos orden), os han inquietado con
palabras, perturbando vuestras almas, mandando
circuncidaros y guardar la ley, nos ha parecido
bien, habiendo llegado a un acuerdo, elegir varones
y enviarlos a vosotros con nuestros amados Bernabé y
Pablo” (Hec 15:23-25) .

Si a esto añadimos la instrucción del Apóstol Pablo a los de


Corinto:

“que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que


está escrito” (1 Cor 4:6),

nos daremos cuenta que haciendo las cosas “por que nada se nos dice”
vamos en sentido contrario a lo que las Escrituras nos enseñan. A saber…

“lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto,


testificamos” (Juan 3:11).

¿Qué hacer, por tanto, con la enseñanza de Pedro:

“Si alguno habla, hable conforme a las palabras de


Dios” (1 Pe 4:11)?

¿Cómo o qué hablaremos donde Dios guarda silencio?


La historia nada confirma sobre el cargo de diaconisa

Otro de los argumentos de quienes pretenden que las mujeres


queden equiparadas al hombre en cuanto a su cargo, posición o status, es
la apelación a la historia eclesiástica a través de los siglos. Pero nada más
lejos de la terca realidad pues, tan solo a finales del siglo XIX, se puede
ver algo semejante a esa pretendida equiparación o igualdad.

El primer momento en la historia donde podría encontrarse a


ciertas mujeres con el título de diaconisas será en el siglo II, cuando el
heresiarca frigio Montano se hacía acompañar de dos “profetisas”,
Maximilla y Priscila, a las que había conferido el cargo de “ministras”
(en griego: diaconisas). Por supuesto, Montano, sus ministras y sus
seguidores, fueron expulsados de la iglesia por sus enseñanzas y prácticas
heréticas.

Sembrada ya esta semilla de equiparar hombres y mujeres en


cuanto al diaconado, una figura de renombre dentro de la iglesia en el
siglo III, el alejandrino Orígenes, llegará a definir lo que podrían ser las
áreas de servicio de las diaconisas y, también, aquellas áreas en la que se
les prohibía servir, tales como, no servir en el altar (oficiar misa), no
enseñar, no bautizar, ni realizar cualquier otra función que realizase un
sacerdote.

Pocos años después, apenas iniciado el siglo IV, el concilio de


Nicea establecerá que las diaconisas habrán de ser catalogadas como
“laicas” y no como clero. No se les impondrá las manos, en señal de
ordenación o reconocimiento público. A finales de este siglo IV, otra de
las grandes figuras del cristianismo primitivo, el alemán Ambrosio, que
llegará a ser arzobispo de Milán, dirá que las diaconisas no podrán oficiar
en las iglesias pero sí en los conventos. También por estos años, en las
conocidas como “Constituciones Apostólicas” (unos escritos
desconocidos que, espúreamente, se habían atribuido a los apóstoles), se
señalaba que las diaconisas eran ordenadas para su ministerio con las
mujeres (asistencia en sus casas debido a enfermedad, ayudar en el
bautismo a mujeres, enseñar solo a mujeres, etc.), siendo denominadas
“ayudantes” de los diáconos. Resulta más que llamativo el hecho de que
estas “Constituciones Apostólicas” utilizaban como base escritural para
defender su posición con respecto a las diaconisas a las mujeres que
sirvieron a Jesús desde Galilea hasta la crucifixión, pero sin comentar
absolutamente nada de los escritos de Pablo relativos a Febe (Romanos
16:1), ni de los requisitos de los diáconos (1ª Timoteo 3:11).

Así continuó la iglesia con su posición ante las diaconisas incluso


una vez llegada la Reforma Protestante en el siglo XVI, donde, de forma
general, se siguió la misma postura, a excepción de los grupos
denominados: puritanos, menonitas y algunos congregacionalistas.
Todos los cuales dejaron bien claro que las diaconisas tenían su razón de
ser “a causa de varios inconvenientes, cuando se requiere el servicio entre
las mujeres por ser inadecuado para los diáconos”. También tenían su
razón de ser para “ayudar a los enfermos, darles socorro y en otras
necesidades semejantes”.

Pero el concepto de diaconisas en igualdad o equiparación al


diacono no llegará, de forma clara y concisa, hasta el año 1870 (finales
del siglo XIX), cuando la iglesia anglicana de Inglaterra formalizará el
movimiento de diaconisas al dotarles de cargo y reconocimiento público,
así como de vestiduras propias identificativas, del uso de la cruz y del
establecimiento de diferentes rangos entre ellas. Pocos años después, los
metodistas norteamericanos, iniciaran el nombramiento oficial de
diaconisas para los servicios en sus iglesias. Hecho que perdurará hasta
la actualidad, con ligeras variaciones según cada denominación.
Resumen…

De todo lo que hemos visto, es evidente que por cerca de 1900


años no hubo tal problema dentro de las iglesias por el asunto de si las
hermanas servían o no a las asambleas locales y cual era su cargo, estatus,
posición o título. Al contrario, que sería de del pueblo cristiano sin la
labor abnegada de ellas.

La expresión del Apóstol Pablo a Timoteo…

“que sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios”


(1 Tim 3:15)

debiese ser suficiente para que entendamos que nunca debe ser cuestión
de opiniones o de costumbres sociales las que debemos traer a la
iglesia. Muy al contrario, debemos tomar de las Escrituras todo aquello
que sea para vivir la vida cristiana de forma práctica y conformada a lo
que se nos ha revelado solo en Ellas.

Escribiendo su primera carta universal, el Apóstol Pedro señala:

“elegidos según las presciencia de Dios Padre en


santificación del Espíritu, para obedecer…” (1Pe 1:2)

dando a entender que lo esencial, lo primordial dentro del pueblo de Dios,


es vivir bajo la autoridad, única y exclusiva, de la Biblia, a la cual hemos
sido conminados, exhortados y llamados a obedecer.

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