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LOS
CABALLEROS
DE LA MESA
DE
LA COCINA
Traducción de María Mercedes Correa
Ilustraciones de Lañe Smith
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CAPÍTULO UNO —Oye, eso no es culpa mía —dije yo—. Le
dije a Pacho que no lo abriera.
—No es cierto —dijo Pacho
—Sí es cierto.
—No es cierto.
—Perdonen la interrupción, muchachos —
dijo Sergio—: ¿podemos continuar la discusión
más tarde? Me parece que ese furioso gigantón
de negro se está preparando para matarnos:
El Caballero Negro bajó su lanza y se cubrió
con el escudo.
—Deteneos, viles granujas. Preparaos para —Este... Buenas, don señor caballero—dije
morir. con voz fuerte para que se oyera al otro lado del
—¿Estará hablando con nosotros? — claro—. Me llamo Beto. Creo que mis amigos y
preguntó Pacho. yo nos perdimos al ir hacia mi fiesta de
Eché una ojeada por todo el claro del cumpleaños. Si usted fuera tan amable de
bosque. Un camino polvoriento iba de un lado a conducirnos hacia el teléfono más cercano...
otro del claro. Pacho, Sergio y yo estábamos en
un extremo. En el otro se encontraba un tipo
inmenso, montado en un caballo. Estaba vestido
de pies a cabeza con una armadura negra, como
las que se ven en los libros de caballeros y
castillos.
—Pues no se ven más viles granujas por
aquí—dije yo.
Sergio se limpió los lentes con la camiseta y
volvió a mirar al otro extremo del camino.
—Sí. Allí hay un caballero negro.
Con la luz del sol brilló una espada, muy
real y bastante afilada, que sacó el caballero.
—Y, además, parece como si estuviera
pensando hacernos daño —añadió Sergio.
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—¿Qué dijo? —preguntó Pacho.
—Nadie pasa de aquí—dijo con voz áspera —Dijo que nos vemos raros y que tal vez no
el Caballero Negro. somos de por aquí —dije yo—. Y tiene razón,
—Si tan sólo nos indicara la dirección hacia señor caballero —grité (e hice especial énfasis en
Nueva York nosotros seguiríamos nuestro lo de "señor", pues así hablan siempre en los
camino y... libros de caballeros)—. No somos de por aquí. Y
—¡Nadie pasa de aquí! nos gustaría irnos cuanto antes. Así es que si
—Creo que ya había oído eso antes —dijo usted quisiera apartar esa cosa afilada...
Sergio. —Silencio, infieles, o acaso encantadores,
—Vuestro lenguaje y vestiduras me son de extrañas vestimentas y botas.
ajenos. Pienso que vuestras mercedes no sois de Los tres nos miramos. Estábamos vestidos
por estos lares. de pantalones de dril, camiseta y zapatos de lona.
Miramos al Caballero Negro. Tenía puestos
unos zapatos puntudos de metal, pantalones de
armadura, un abrigo de armadura con bisagras en
los hombros y en los codos, y un enorme casco
de metal que parecía una campana negra,
adornado encima con una suave pluma negra. El
caballo tenía un aspecto similar, cubierto con un
faldón negro, una silla negra tan grande como un
sofá y, para hacer juego, un casco negro con una
suave pluma negra.
—¿Vestimenta y botas extrañas? —dijo
Sergio—. Mira quién habla: el hombre enlatado
con plumas. Hasta el caballo lo viste de esa
manera.
—Basta ya de vuestros conjuros y
sonsonetes, malvados encantadores. Preparaos
para morir.
—Creo que me gustaba más el asunto ese de
"nadie pasa de aquí" que el de "preparaos para
morir" —dijo Sergio.
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El Caballero Negro bajó la visera de su CAPÍTULO DOS
casco.
—Haz algo —dijo Pacho.
—¿Algo como qué? —pregunté.
—Pues... pues... ¡di algunas palabras
mágicas!
El Caballero Negro espoleó a su caballo, que
empezó a galopar.
—¿Por favor? ¿Gracias?
—No hablaba de esas palabras mágicas, Antes de que llegue el caballero, creo que
tonto. Verdaderas palabras mágicas. Como las debo explicar cómo resultaron tres tipos
que usa tu tío Beto. normales frente a frente con la muerte enlatada.
—¿Abracadabra? Todo comenzó con mi fiesta de cumpleaños.
El caballo aumentó la velocidad. Mis dos mejores amigos, Pacho y Sergio, se
—Hocus-focus —grité—. Tin marín de do encontraban en mi casa. Estábamos sentados en
pingué. la mesa de la cocina, haciendo las cosas que se
El Caballero Negro se precipitaba hacia hacen en los cumpleaños: comer golosinas, tomar
nosotros, apuntándonos con su lanza. refrescos y mirar la bola de béisbol que me
Estábamos a punto de morir, más de regaló mi hermana.
doscientos años antes de haber nacido.
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Mi mamá empezó a recoger todo el papel de —Pues la verdad es que no fue culpa del tío
envolver para botarlo. En ese momento Sergio Beto —dije—. Yo di una orden equivocada.
encontró otro regalo. —Bueno, ya, ábrelo —dijo Pacho.
—Mira, Beto, éste no lo habías visto. Enseguida quité el papel negro y dorado.
Sergio tenía en la mano un pequeño regalo —Es un... es un...
rectangular. Estaba envuelto en un papel negro y —Ay, es sólo un libro —dijo Pacho,
dorado. haciendo rodar mi bola de béisbol por la mesa.
—¿De quién es el regalo?
Mi mamá leyó la tarjeta e hizo cara de
desagrado.
—De tu tío Beto.
—¡Bravo!
Tío Beto era el mejor tío que cualquiera
pudiera tener. Era mago en un circo viajero. Sus
regalos siempre eran los mejores. El nombre
artístico de mi tío era "Beto el Magnífico". A mí
me decían Beto por él. "Antes de que empezara
con esas cosas", añadía siempre mamá.
La tarjeta dice: "Feliz cumpleaños, aprendiz
de mago. Ten cuidado con lo que deseas. Quizás
lo obtengas".
—Qué papel más extraño —dijo Sergio,
moviendo el regalo hacia adelante y hacia atrás.
—Apuesto que es una de esas cajas de
trucos para hacer desaparecer monedas —dijo
Pacho. Yo tomé el regalo.
—A lo mejor es una capa que hace que las En efecto era un libro. Pero no era como
cosas desaparezcan. ningún libro que yo hubiera visto antes. Era de
—Eso habría servido mucho el año pasado. un azul tan profundo que casi parecía negro,
La hubieras podido usar para desaparecer todos como el cielo en la noche. Tenía lunas y estrellas
esos conejos —dijo mamá, todavía con cara de doradas en el lomo y diseños serpenteantes
desagrado. plateados por el frente y por detrás que parecían
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una escritura de Mamá y la cocina desaparecieron.
tiempos muy antiguos. Durante un breve segundo tuve esa
Me acerqué para ver un sensación que se tiene cuando uno sueña que va
poco más y leí el título. cayendo. Luego la sensación y el humo
El Libro. desaparecieron. Pacho, Sergio y yo estábamos
—Gran nombre parados en el claro. Nos encontrábamos al final
para un libro —dijo de un camino. Del otro lado de éste estaba el
Sergio. Caballero Negro.
Mamá se sintió un
poco más aliviada.
—Oye, déjame ver
—dijo Pacho, que dejó
la bola en la mesa de la
cocina y me quitó el libro de las manos.
—Espera un minuto, Pacho. Ten cuidado.
Pacho abrió El Libro.
Había una ilustración de un hombre a
caballo, parado en un camino, al extremo de un
claro en el bosque. Estaba vestido de pies a
cabeza con una armadura negra, como las que se
ven en los libros de caballeros y castillos. No
tenía mucha cara de felicidad.
—¡Ufff! ¿No les parecería fantástico ver
caballeros y todas esas cosas en la vida real?
Espirales de un humo verde pálido
empezaron a rodear las sillas de la cocina.
—¡José Humberto! Cierra inmediatamente
ese libro y no hagas que salga más humo.
Yo tomé el libro enseguida y lo cerré
rápidamente.
El humo aumentó y cubrió la mesa, la
cocina y el refrigerador.
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CAPÍTULO TRES —Pacho, ¿estás loco? ¿Qué estás haciendo?
—grité—. Vámonos de aquí antes de que se
voltee con ese caballo.
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—Excelente idea, Pacho —dijo Sergio—. —Encantadores del demonio. Asquerosos
Como no pudo matarnos la primera vez, le brujos. No desvanezcáis en las brumas. Luchad y
daremos otra oportunidad. Me pregunto si su morid.
madre le enseñó alguna vez que es de mala —Me encantaría que dejara de decir esa
educación apuntarle a la gente con objetos palabrita que empieza por eme —dijo Sergio.
punzantes. El Caballero Negro espoleó su caballo.
—Portaos como hombres, desventurados —A la una-Una vez más dirigió su lanza
granujas —rugió el Caballero Negro, que se veía contra nosotros.
de peor genio que antes. —A las dos...
—Sí, sí —gritaba Pacho—. Derrótanos, El caballo tropezaba y resollaba. :
hombre enlatado. —¡A las tres!
—Preparaos para morir, brujos deformes. Los tres saltamos. El caballo galopó
—Yo sé que ustedes dos son deformes, pero, lentamente por entre nosotros y el Caballero
¿y yo qué? —dijo Sergio. Negro pasó débilmente su lanza por encima de
—Vuelve y juega a las tres —dijo Pacho—. nuestras cabezas. Pacho dio un brinco, y con su
A la una... palo golpeó con todas sus fuerzas la parte de
El Caballero Negro galopaba hacia nosotros. atrás del casco del Caballero negro.
—A las dos... ¡¡Booonnngg!!
Podíamos escuchar la silla de montar
chirriando y al caballo bufando y resoplando.
—¡A las tres!
La lanza pasó silbando por en medio de
todos.
—Fallaste. Dos a cero.
—Una más y habremos acabado —dijo
Pacho levantando del suelo un palo pesado.
Luego gritó—: Tu madre era una lata de sardinas.
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—Pues he de deciros que él ha vencido a —¿Caballero Lanzarote? —pregunté
muchos de nuestros caballeros de la Mesa asombrado. Este tipo era el mejor caballero que
Redonda. hubo jamás, exceptuando quizás a su hijo,
—¿En serio? ¿La Mesa Redonda? — Galahad, y allí estaba frente a mí, pidiéndome
exclamé. ayuda.
—Así es, ¿Tenéis conocimiento de nuestra —Bueno, yo soy Beto... bueno, el señor
hermandad? Beto el Magnífico —dije, adoptando el nombre
—¿Qué fue lo que dijo? —preguntó Pacho. artístico de mi tío—. Ellos son mis compañeros:
—Que si sabemos quiénes son —le susurré. el señor Pacho el Impresionante y el señor Sergio
Luego le contesté al caballero—: Pues claro. ¿El el— eee... el Extraño.
rey Arturo y todo ese jaleo? De sobra. Sergio me miró de una manera poco
—¿Jaleo? ¿De sobra? ¿Qué ha dicho? — agradable.
preguntó el amigo del caballero de la cruz roja. —Bienvenidos, encantadores. No tenemos
—Según mi parecer, tiene conocimiento de un momento que perder —dijo Lanzarote—.
nosotros —respondió el alto. —Seguro —dije—. Camelot está sitiado al Este por el dragón Smaug
He leído mucho sobre ustedes, muchachos. La y al Oeste por el gigante Bleob. Montad a la
espada en la piedra, Lanzarote, Ginebra, el mago grupa. Cabalgaremos inmediatamente.
Merlín. —¿Eh? —exclamó Pacho, todavía con su
—¿Leído? ¿Podéis leer la palabra escrita, tal pose de héroe encima del pecho del Caballero
como lo hace el mago Merlín? —Bueno, yo leo Negro.
sobre todo Supermán, Batman y el Hombre —Dice que montemos con ellos y que
Araña. vayamos al castillo del rey Arturo para luchar
—¿El hombre araña? —preguntó el amigo contra el dragón y el gigante.
del caballero blanco. —Fabuloso —dijo Sergio—. Nos invitas a
—Libros de encantamientos o de ese género, tu fiesta de cumpleaños, casi nos haces perecer a
sin duda —dijo el caballero blanco—. A fe mía, manos de un caballero y ahora nos vas a meter a
debe ser una señal. Vosotros tres, oh pelear contra un gigante y un dragón. Acuérdame
encantadores, habéis sido enviados para de no volver a ninguna de tus fiestas de
liberarnos de nuestros problemas. Yo soy el cumpleaños, señor Beto el Magnífico.
caballero Lanzarote. Ellos son mis compañeros, Los tres nos subimos a la grupa con
el caballero Parsifal y el caballero Gawain. Lanzarote, Parsifal y Gawain, respectivamente.
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—Pero si los dragones y los gigantes y esas CAPÍTULO CINCO
cosas no existen en la vida real —dijo Pacho.
—Pues yo tampoco creía que los caballeros
de la Mesa Redonda existieran de verdad —
dije—. Pero sí no lo son, entonces ¿con quién
estamos montando a caballo? ¿Y para dónde
vamos?
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—La carta del mago. Es verdad —dijo —Aja—dijo de nuevo Merlín, con su
Ginebra. La multitud nos aclamó. Ginebra me malvada voz de profesor y una sonrisa—. Esta es
besó y yo casi me derrito. una prueba perfecta para nuestros encantadores.
—Bien, señor. Un simple truquito —dijo el —Ve y golpéalo con tu palo. Al menos
aguafiestas de Merlín—. Pero, ¿podríais hacer un estaremos a salvo del gigante y del dragón en el
encantamiento de verdad? ¿Un conjuro que calabozo.
convierta a un hombre en sapo, o hacer que Pacho levantó el palo.
desaparezca? —¡No, no! No podemos hacer eso —dije yo.
El reto flotaba por ahí —¿Qué propones que hagamos, señor
como un mal olor en una Magnífico? —preguntó Sergio.
cabina de teléfono. La gente Miré a Merlín y después a la reina Ginebra.
se quedó en silencio, —Creo que debemos ir y mirar si los
esperando nuestra respuesta. dragones y los gigantes son de verdad.
De repente, un mensajero
entró apresuradamente por las
puertas del Gran Salón.
—¡Vuestra majestad,
vuestra majestad! El gigante
Bleob se encuentra muy cerca
de las puertas del castillo. Pide
que le den inmediatamente
tres doncellas para
comérselas.
El rey Arturo se veía preocupado. Las
doncellas que había entre la multitud se veían
peor aún.
Un nuevo mensajero se precipitó en el salón,
casi atropellando al primero.
—Han visto venir el dragón Smaug volando
desde el Este. Estará ante los muros del castillo
en pocos minutos.
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CAPÍTULO SEIS barba. Si la sola imagen de Bleob no era
suficiente para hacerlo a uno llorar, con
seguridad el olor sí lo era.
Por primera vez en mi vida estaba sin habla,
y un poco mareado.
—Daos prisa con la magia —dijo Merlín—.
El aire viciado embota un poco los sentidos.
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CAPITULO SIETE
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—Exactamente —dije—. Todo lo que rojos y cientos de
tenemos que hacer es encontrar a alguien que extrañas y
sepa de magia. resplandecientes siluetas
Echamos una ojeada a los muchachos que que se disolvían en
estaban sentados alrededor de nosotros. Ninguno cuanto tocaban el suelo.
tenía un aspecto especialmente mágico. —Magia —balbució
—Olvídense ya de esa palabrería mágica. El Sergio.
rey Arturo nos dijo que nos haría caballeros de la —¿Quién ha osado
Mesa Redonda esta noche. Hagamos algo útil perturbar mi trabajo? —
mientras sea de día. Beto, tú lanzas, yo bateo. estalló una voz que llenó
Mañana les explicamos cómo funciona el el aire.
televisor, —Merlín —dijeron
Sergio cerró los ojos. un poco asustados los
Yo me fui caminando hacia el montículo. escuderos. Todos
Los pájaros cantaban y el sol brillaba tibiamente. abandonaron el lugar.
Era agradable estar en Camelot, pero Pacho tenía -—Omnia uber sub
razón. Teníamos que salir de la Edad Media antes ubi —estalló de nuevo la
de que nos empezáramos a chiflar. voz—. Dejaos ver,
Sergio se acurrucó detrás del heme. demonios destructores, y
—Dale, Beto. sentid la ira de Merlín.
Yo tomé impulso y disparé mi mejor bola La extraña nube
rápida. Pacho movió el bate de roble y le dio a la empezó a desaparecer.
bola con todas sus fuerzas. La bola de cuero se Pacho, Sergio y yo
elevó por los aires... nos miramos.Supimos
—Sube... sube... inmediatamente lo que
Luego desapareció por una de las ventanitas debíamos hacer.
de la torre oscura. Oímos el estruendo de vidrios Corrimos.
rotos. Tres rápidas explosiones encendieron la
torre. Llamaradas rojas, azules y amarillas
salían de las ventanas. Las llamaradas rodearon
la torre y formaron una nube. De ella llovieron
serpientes púrpura, estrellas blancas, dragones
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A Pacho le brillaron los ojos.
—¡Espadas! ¡Armaduras! Después de todo,
estas cosas de la Edad Media son buenas.
En ese momento apareció el mago Merlín.
CAPÍTULO NUEVE Llevaba su traje y susurraba algo en la oreja del
rey Arturo, sosteniendo nuestra bola de béisbol
en la mano.
—Estamos perdidos —dijo Sergio.
—Esto es pan comido —dijo Pacho—. Sí
llega a acercársenos lo desbarato con mi nueva
espada.
Jon Scieszka
Jon Scíeszka Es profesor en una escuela de
Manhattan, Nueva York. Vive en Brooklyn con
su esposa y sus dos hijos y es autor de otros
libros sobre el trío de Pacho. Beto y Sergio.
El ilustrador, Lane Smith. colabora con
periódicos y revistas. Ha sido premiado por la
sociedad de Ilustradores de Nueva York. .
FIN
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