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La expresión “ubi societas, ibi ius” (donde existe sociedad existe Derecho) se constata con la
permanente presencia del Derecho en nuestra vida diaria aún sin que seamos conscientes de ello.
Hechos tan frecuentes como tomar un taxi, comprar cualquier artículo o solicitar una beca, están
revestidos de un carácter jurídico.
En otras muchas ocasiones sí somos conocedores de nuestro contacto con el Derecho como es el
caso de la interposición de una demanda o cuando infringimos leyes o normas.
En todo caso, la mayoría de los actos realizados en nuestro día a día tienen una implicación jurídica,
ya sea positiva o negativa.
En muchas personas existe lo que se denomina “sentimiento de lo jurídico”, esto es una aceptación y
observancia de la ley y rechazo de los actos injustos.
El sentimiento de lo jurídico no es una propiedad inherente al ser humano puesto que no todo el
mundo lo posee, ni siquiera los juristas.
Hay autores que incluso rechazan su existencia pero quienes sí la admiten afirman que ese
sentimiento constituye un acercamiento y un conocimiento previo del Derecho.
La palabra Derecho expresa en castellano (y en todas las lenguas romances) la idea de ordenación o
acomodación a una pauta así como dirigir hacia o regir, de modo que el Derecho puede entenderse
como una ordenación de la convivencia humana mediante la imposición de unas normas de
conducta.
Fijándonos en el significado del término Derecho nos encontramos ante una palabra polisémicas,
esto es, que posee diversas acepciones.
A – Derecho objetivo – La palabra Derecho se utiliza como conjunto de normas vigentes: “el Derecho
español establece que la mayoría de edad comienza a los 18 años cumplidos”.
B – Derecho subjetivo – en este caso se refiere a la facultad de hacer o no, o exigir una conducta
determinada de un individuo: “tengo derecho a devolver este artículo”.
C – Derecho como valor – en su tercera acepción expresa un ideal de justicia: “no hay derecho a este
comportamiento”. Se expresa de este modo una ausencia de valores.
D – Derecho como ciencia – se refiere en este caso al estudio o conocimiento de la realidad jurídica:
“estoy estudiando 1º de Derecho”.
A la vista de los significados explicados anteriormente podemos afirmar que Derecho es un vocablo
análogo, es decir, que sus diferentes acepciones tienen una conexión lógica entre sí, siendo el
Derecho en sentido objetivo su analogado principal y el resto de las acepciones los analogados
secundarios.
El Derecho se caracteriza sobre todo por actuar en la vida social con la pretensión de regular y
orientar algunas conductas de los hombres, es decir, el Derecho es norma de obligada conducta.
La dimensión normativa del Derecho se nos presenta de forma imperativa de modo que el
cumplimiento de sus normas puede ser exigido coactivamente.
Uno de los rasgos más destacados de esta dimensión normativa es la validez, requisito
indispensable en toda norma jurídica: una norma que no fuera válida no sería Derecho.
Los actos estrictamente individuales no están sujetos a la normativa jurídica, solo donde hay
sociedad existe el Derecho.
El Derecho pretende ordenar la convivencia humana y para ello ha de contar con la existencia de
hechos políticos, económicos, religiosos, etc.
En la medida en que el Derecho actúa y está presente en nuestra vida social, se revela como un
hecho histórico de carácter cultural.
Esta dimensión histórica con la cuestión de si su eficacia es un rasgo esencial o cuando menos una
condición básica de su existencia.
En opinión de Kelsen la validez del Derecho depende de su eficacia de modo que una norma jurídica
solo es válida si ha demostrado un mínimo de efectividad social.
Todo hecho histórico y normativo es a su vez valioso. La justicia es uno de los principales valores del
Derecho, lo que anula su neutralidad puesto que en la raíz de toda norma jurídica puede encontrarse
un juicio de valor.
Esta dimensión valorativa queda materializada en la relación del Derecho con la justicia hasta tal
punto que, del mismo modo que se afirma que el Derecho que no es válido no existe, tampoco puede
existir si es injusto ya que la justicia es un elemento imprescindible y constitutivo del Derecho.
Las tres dimensiones del Derecho (normativa, fáctica y valorativa) no pueden existir las unas sin las
otras. Normas, hechos y valores, los tres aspectos son integrantes de la realidad jurídica, todos
ellos importantes e imprescindibles por igual para el conocimiento del Derecho y su constitución.
Entre las diversas concepciones del Derecho destacan dos posiciones: el iusnaturalismo y el
positivismo.
Esta corriente considera que la justicia es un elemento básico y natural del Derecho.
4.3 – La búsqueda de una concepción superadora del naturalismo y del positivismo: el realismo
(concepción sociológico-realista)
Esta concepción surgió ante la imposibilidad del positivismo de dar respuesta a muchas cuestiones.
El pensamiento sociológico se opone al positivismo y defiende que el Derecho ha de tener en cuenta
las necesidades y aspiraciones de la sociedad poniéndose al servicio de éstas.
El realismo jurídico es una de las principales corrientes de esta concepción, destacando el realismo
jurídico americano, nacido en los Estados Unidos, y el realismo jurídico escandinavo, en los países
escandinavos.
Los seguidores del realismo jurídico rechazan así mismo el naturalismo pues niegan la existencia
de un Derecho surgido de la naturaleza o proveniente de Dios.
Son varias las dificultades que se presentan a la hora de determinar una definición del Derecho:
1 – el lenguaje utilizado en la realidad jurídica, su ambigüedad y los diferentes significados del
término Derecho suponen algunas de estas dificultades.
2 – Parte del problema son también los diversos puntos de vista y corrientes ideológicas existentes
entre los filósofos.
3 – otros muchos obstáculos provienen de la variedad de elementos y factores que constituyen el
Derecho manifestados como una pluridimensionalidad de la realidad jurídica.
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1 – Papel que desempeñan las normas en los proyectos de regularización de la vida social
Para el normal funcionamiento de la vida social es imprescindible cierto nivel de unidad de acción,
cooperación e integración siendo necesario contar con unas reglas de conducta que delimiten los
diversos ámbitos de actuación de cada individuo.
La experiencia histórica demuestra que todo proceso de agrupación de personas tiende a crear
formas estables de convivencia y organizar la coexistencia de sus miembros.
2 – Los principales sistemas normativos de las sociedades actuales: Derecho, moral y usos sociales
3 – Evolución histórica de las relaciones existentes entre el Derecho, la moral y los usos sociales
Durante mucho tiempo los grupos sociales dirigieron sus conductas mediante un conjunto único de
principios, reglas y directrices que se atribuían a los antepasados y a los dioses.
Estos criterios regían aspectos tan diferentes como la religión, la higiene, la educación o los
modales.
Por ello parece confirmarse que el Derecho, la moral y los usos sociales son simples bifurcaciones
de una misma familia normativa, basada en la ética social, que ha evolucionado a la par que las
sociedades se han tornado más complejas.
En la actualidad Derecho, moral y usos sociales son códigos normativos diferentes pero necesarios
e inseparables para el correcto funcionamiento del orden social.
Cada uno de estos sectores se ha ocupado de regular un tipo de relación social determinado por la
importancia que cada grupo humano, en cada momento histórico, haya otorgado respectivamente a
cada grupo de normas.
4 – La relación sistémica del Derecho con la moral y los usos sociales dentro de la organización
social
El Derecho, la moral y los usos sociales regulan simultáneamente las conductas de los miembros de
la comunidad.
Aún con la tendencia actual a separar moral y Derecho se plantea el debate de la importancia de los
principios morales y de si las leyes son instrumentos al servicio de la dignidad humana, por ello se
fortalece la opinión de que moral y Derecho nunca podrán ser independientes la una del otro.
La diferencia de valores existentes entre los distintos grupos sociales dificulta la
complementariedad entre moral y Derecho pudiendo destacar dos posturas fundamentales:
La primera, defiende que el Derecho debe regular únicamente los aspectos necesarios para la
conservación de la vida social, respetando la libertad y autonomía moral del individuo, teniendo en
cuenta que en caso de conflicto deberá ceder ante las convicciones éticas de la mayoría.
Por el contrario, la segunda postura argumenta que es el sector social más fuerte, en número o
poder, el que impone jurídicamente unas convicciones morales que el grupo no considera
aceptables pero que acata por el bien de la comunidad.
4.2 – Complementariedad entre el Derecho y los usos sociales
Las relaciones sociales son conflictivas de por sí. En principio existen dos procedimientos para la
resolución de estos desacuerdos: por la fuerza o mediante una regulación objetiva acatada por
ambas partes en conflicto, siendo este último el elegido por las normas jurídicas con el fin de evitar
la fuerza.
Para resolver los conflictos el Derecho positivo actúa del siguiente modo:
1 – clasifica los intereses opuestos en intereses que merecen o no protección.
2 – dentro de los que sí la merecen, cuáles tienen prioridad sobre los demás.
3 – define los límites dentro de los cuales esos intereses deben ser reconocidos y protegidos
4 – establece una serie de órganos para:
-declarar qué normas sirven como criterio en la resolución de conflictos (poder legislativo)
- ejecutar las normas (poder ejecutivo)
- dictar sentencia y resoluciones individuales en las que se apliquen las reglas generales
(poder judicial).
Hasta ahora, por la influencia de la visión anglosajona del Derecho, se veía esta función como de
resolución de conflictos pero en países con Derecho codificado, como el nuestro, cumple además
una tarea de creación y desarrollo de nuevas normas.
En ocasiones, el mismo Derecho crea conflictos.
Desde el punto de vista jurídico, el Derecho, al tratar estos conflictos, los solventa y elimina la
disputa, según la visión sociológica, toda decisión parcial o final es un acontecimiento que produce
otros, considerándolo no un hecho resolutivo si no un cambio de situación.
La legitimidad es la aceptación o rechazo social de un mandato legal, de ahí que la legitimación esté
íntimamente relacionada con el poder político. Las normas jurídicas se presentan como un factor de
convicción que pretende lograr la adhesión de los individuos y para su cumplimiento y la resolución
de conflictos el Derecho necesita el respaldo del poder político.
A su vez, el Derecho limita a este poder estableciéndoles una serie de competencias y actuaciones,
evitando así la posibilidad de que el poder actuase arbitrariamente.
Esta función está intrínsecamente unida con la función de resolución de conflictos ya que el Derecho
determina qué instancias han de decidir estos conflictos, observando determinadas reglas de
formación y exteriorización de la voluntad para que su decisión sea reconocida como legítima.
Esta función implica una posición activa del Derecho y del Estado con la intención de promover
situaciones más justas y manifestar la cara más amable del Derecho, que en numerosas ocasiones
se identifica con sanciones y prohibiciones. De este modo el Derecho no solo actúa ante conductas
ilícitas si no que valora los actos positivos.
La justicia es la primera virtud de las instituciones sociales y su promoción uno de los principales
fines del Derecho.
Por otra parte y, en tanto en cuanto que los poderes están sujetos a las leyes, esto garantiza un
grado de justicia en su ejercicio.
Actualmente se considera que los derechos humanos, recogidos en la Declaración Universal de los
Derechos Humanos de 1948, integrados en la mayoría de las constituciones de nuestro entorno, son
la médula de la justicia. La plena realización de las pretensiones de la justicia es el camino más
directo para el bienestar de los ciudadanos y la dignidad personal del ser humano.
En esta tesis, defendida desde la antigüedad por las diversas “filosofías de la fuerza”, se diferencian
dos posturas.
Por un lado algunos autores, como Marx, una fiel interpretación de las relaciones sociales de la
época consistente en el control que ejercían sobre el Derecho las personas (individualmente o en
grupo) que ostentaban el monopolio del poder.
De otra parte está la postura que promulga la sumisión del Derecho al poder.
Algunos sofistas, en la antigua Grecia, sostenían que la ley natural es que el fuerte domine al débil.
Más recientemente Nietzsche afirmó que el Derecho es siempre fruto de la conquista, que no hay
Derecho sin poder.
Algunos autores más actuales, como Kelsen, han definido al Derecho como un conjunto de normas
constituido en organización y regulación del uso de la coacción, considerándolo como un acto de
fuerza.
Siempre ha existido una estrecha relación entre el Derecho y el poder. El poder político es un
elemento necesario para la estabilidad de los grupos humanos, mientras que el Derecho es la
herramienta reguladora de las relaciones sociales y somete al poder a un control normativo.
Para cumplir su función, el poder político utiliza directrices y normas generales que determinan la
conducta de los hombres y regulan su propia actividad, necesitando de la existencia del Derecho
como instrumento de administración de dichas directrices.
Así mismo, el Derecho, para garantizar su cumplimiento y eficacia necesita a su vez el respaldo del
poder político.
2.2 – El problema del control sobre los procesos de creación y aplicación de las leyes
El Estado, como realidad histórica, tiene su aparición en los siglos XIV-XV. Una de sus
características fue el acaparamiento del proceso de creación y aplicación del Derecho y su sumisión
a las normas jurídicas de éste.
Durante el siglo XIX se consolidó una doctrina que condujo hasta un principio cultural denominado
Estado de Derecho cuyas características son:
1 – primacía de la ley
2 – separación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial
3 – afirmación de la personalidad jurídica del Estado
4 – reconocimiento y garantía de los derechos y libertades individuales
5 – legalidad de las actuaciones de la Administración y control judicial de ésta mediante recursos
contenciosos-administrativos.
El rasgo definitorio del Estado de Derecho es la autovinculación del Estado a su Derecho a pesar de
que esta exigencia se ha considerado como una medida nimia al poder ser neutralizada por un acto
correlativo de autodesvinculación o liberación.
2 – La determinación de los sujetos sociales que tienen capacidad de crear Derecho (fuentes
materiales)
Esta cuestión puede ser analizada desde dos bases distintas: la de la simple identificación de esos
sujetos y la que determina su jerarquía.
1 – En relación con la identificación de las fuentes materiales surge el planteamiento de si el Derecho
surge exclusivamente del propio ordenamiento jurídico o si también interviene el sistema social en
el que se encuentra integrado.
A pesar de la afirmación de Kelsen de que solo el Derecho puede crear Derecho, en la actualidad
puede afirmarse que es la estructura social la fuente material de creación de Derecho.
2 – La segunda duda plantea si son los propios sujetos sociales los agentes creadores de Derecho o
son los poderes que éstos representan. Teniendo en cuenta que no son los poderes sociales quienes
provocan la aparición de una nueva norma si no la acción del sujeto que posee el poder, parece
lógico considera a éste como agente creador del Derecho.
En cuanto a la jerarquía correspondiente a los sujetos creadores de Derecho solo puede decirse que
ha variado en cada momento histórico y en cada sociedad existente. El único elemento constante ha
sido la costumbre de atribuir la primacía al sujeto elegido por el propio grupo social.
Esta cuestión puede ser analizada desde dos bases distintas: la de la identificación de las propias
fuentes y la que determina su jerarquía.
El problema de la identificación de las fuentes formales ha estado siempre ligado a la misma
cuestión relacionada con las fuentes materiales aunque debe reconocerse que la forma en la que se
presenta una norma jurídica no es concluyente del sujeto social que la ha creado puesto que este
sujeto puede utilizar cualquier forma expresiva de Derecho.
En la actualidad podría afirmarse que son las leyes, la costumbre, los precedentes judiciales
(jurisprudencia) y la doctrina jurídica (principios generales del Derecho) las principales
manifestaciones del Derecho.
En cuanto a la jerarquía correspondiente a estas fuentes, debe decirse que siempre ha dependido de
los intereses políticos existentes en cada momento histórico, lo que ha llevado a los autores a
defender la primacía de cada una de las fuentes en distintas épocas. Por ello puede afirmarse que la
respuesta a la cuestión de la jerarquía de las fuentes formales estará siempre circunscrita a la
filosofía imperante en cada momento.
Entre las múltiples teorías sobre la naturaleza del Derecho que han surgido lo largo de la historia en
la actualidad predomina la que lo define como un conjunto sistemático de normas siendo necesario
desvelar así mismo la naturaleza de éstas.
Ante este planteamiento se presentan dos perspectivas:
1 – la doctrina imperativista. Sostiene que el elemento esencial de toda norma jurídica es la orden
mediante la cual un sujeto dotado de poder jurídico impone a otro sujeto la observación de una
determinada conducta.
2 – la doctrina antiimperativista. Se opone a la anterior explicación negando que las normas
jurídicas sean simples mandatos de un sujeto a otro.
Esta teoría sostiene que el elemento constitutivo de toda norma jurídica es una orden que emite un
sujeto jurídico con el propósito de obligar a otro sujeto a proceder de un determinado modo.
Desde el siglo XVIII las teorías imperativistas han sufrido importantes variaciones, llegando algunas
a prescindir de la intervención del Estado o de la coacción.
A pesar de ello se sigue considerando la versión más fiel a sus orígenes que asocia las normas
jurídicas con la intervención estatal y la amenaza, respaldada por el poder soberano, de una posible
sanción a quien desobedezca el mandato.
Sin embargo esta doctrina no es ajena al hecho de que el Estado no es el único creador de Derecho y
de que éste está compuesto por múltiples tipos de normas.
Según Kelsen la norma jurídica no puede ser definida como un mandato pues éste, en cuanto que es
la expresión de una voluntad es un hecho psicológico perteneciente al mundo del “ser”, mientras que
las normas jurídicas pertenecen al mundo del “deber-ser”. De este modo, la norma jurídica es más
bien un juicio hipotético acerca de las consecuencias que conlleva cometer un determinado acto
ilícito.
Otras doctrinas sostienen que la norma jurídica es un indicador de las posibles conductas, sin
imponer ninguna de ellas de forma obligatoria.
Existen además otras posturas que definen el Derecho como organización natural de los grupos
humanos o como modo de precisar lo que, según el principio de justicia, corresponde a cada uno.
Ante todo ello parece inevitable rendirse a la tesis imperativista por cuanto el contenido de la
mayoría de las normas jurídicas está dirigido a imponer o restringir ciertas conductas.
El mandato de las normas jurídicas se encuentra fijado en torno a tres elementos esenciales:
1 – un supuesto que origina el nacimiento del deber
2 – la obligación de llevar a cabo la conducta ordenada
3 – la conducta que ha de realizar el destinatario de la norma
Un supuesto jurídico, o supuesto de hecho, es toda realidad incorporada a una norma jurídica como
condición para que nazca el deber de realizar una determinada conducta.
Cualquier hecho natural, acto humano y, en definitiva, cualesquiera variables de la vida social,
pueden convertirse en un supuesto de hecho si el legislador lo incorpora a una norma jurídica como
condición del nacimiento del deber.
Aunque existen doctrinas como la teoría pura del Derecho, de Kelsen, que sostienen que un
supuesto jurídico debe ser siempre un acto ilícito.
2.4 – La consecuencia
La mayoría de los autores sostienen que el contenido fundamental de toda norma jurídica es la
imposición de la conducta ordenada, siendo esta imposición la consecuencia de las normas
jurídicas. Los partidarios de esta doctrina admiten también que la consecuencia conlleva ciertos
derechos correlativos.
Sin embargo, algunos estudiosos defienden que es la pena o sanción el elemento constitutivo de la
norma jurídica, siendo pues aquella la consecuencia de ésta.
Existen también opiniones que afirman que la consecuencia de toda norma jurídica es el nacimiento,
modificación o extinción de las relaciones jurídicas.
Al margen de cuál sea la consecuencia, bien el deber de una conducta, una sanción o un
procedimiento, sí puede admitirse que es el deber-ser el fundamento de la mayoría de las normas
jurídicas.
A pesar de la pluralidad de normas que integran el ordenamiento jurídico existen rasgos comunes a
todas ellas, es el caso de la positividad, la imperatividad, la certeza, la obligatoriedad, la coactividad y
la objetividad. Pero otras características les afectan de forma diferente, como la validez, la vigencia,
la justicia, la legalidad o la generalidad.
Ciertamente, a pesar de pertenecer a un ordenamiento válido y vigente, una norma puede no tener
validez o vigencia así mismo puede ser o no general, como las normas consuetudinarias o las
contenidas en los contratos particulares.
De modo general, puede decirse que los rasgos de las normas jurídicas son los mismos que los de
los ordenamientos jurídicos a los que esas normas pertenecen.
Todo ordenamiento jurídico positivo está compuesto por una pluralidad de normas de diverso tipo.
Entre las razones que justifican esta diversidad destacan:
1 – su origen
2 – su contenido
3 – su jerarquía
4 – su ámbito temporal y espacial de aplicación
5 – los sujetos a los que afectan
De entre ellas destacan dos razones principales:
1 – su origen. Dependiendo de cuáles sean las fuentes materiales del Derecho. Por ejemplo, cuando
una norma es aprobada por el Parlamento recibe la categoría de Ley (orgánica u ordinaria en función
del quórum exigido); si la norma proviene de un Ministerio tendrá la categoría de Orden Ministerial. Y
dependiendo del procedimiento empleado (fuentes formales) su tipología será diferente.
2 – por la diversidad de la materia regulada. Las materias reguladas por el Derecho son muy
diferentes, así son distintas también las normas de Derecho civil de las normas de Derecho
internacional o las de Derecho administrativo.
2.2 – Por razón de la jerarquía formal o el lugar que las normas ocupan en el ordenamiento jurídico
Desde el punto de vista de sus respectivas sanciones las normas pueden clasificarse en:
1 – “leges plus quam perfectae” – estas normas anulan la acción que las vulneran, pudiendo
aplicarse además otro tipo de sanción para resarcir los daños causados.
2 – “leges perfectae” – su violación conlleva únicamente la nulidad del acto, sin aplicar sanción
alguna.
3 – “leges minus quam perfectae” – al contrario que las anteriores, establecen sanciones para el
infractor pero no anulan la acción.
4 – “leges imperfectae” – se denominan así todas las leyes que no producen la nulidad del acto ni
imponen ninguna sanción.
1 – normas positivas – permiten llevar a cabo ciertas conductas de acción u omisión. A su vez pueden
ser:
Preceptivas – ordenan la realización de una acción
Permisivas – autorizan un determinado comportamiento. Un sector de la doctrina niega la
existencia de estas normas puesto que lo que no se encuentra expresamente prohibido por la ley
está por principio permitido.
2 – normas negativas o prohibitivas – prohíben determinadas conductas ya sean de acción u
omisión.
1 – normas de conducta – regulan una conducta de acción u omisión e imponen sanciones concretas
por su violación. Su finalidad es regular el comportamiento de individuos y grupos sociales.
2 – normas de organización o complementarias – complementan al resto de las normas
estableciendo sus condiciones y determinando el medio para su eficacia. Son clasificadas en:
A – normas de vigencia – establecen el inicio, duración o extinción de una norma
B – normas declarativas o explicativas – corrigen los defectos de otras normas aclarando el
sentido de éstas.
C – normas permisivas – establecen la excepción de obligaciones impuestas por otras
normas
D – normas interpretativas – interpretan el contenido o el sentido de otras normas
E – normas sancionadoras – habitualmente estas normas no se refieren a las normas
contenidas en los textos legales si no que se deducen de las normas de conducta. El robo o el
homicidio no están expresamente prohibidos por la ley pero sí están sancionados por el Código
Penal.
F – normas de organización, de competencia y de procedimiento – las primeras regulan la
organización y funcionamiento de los órganos públicos. Las normas que regulan las atribuciones de
estos órganos son las normas de competencia. Y por último, las que establecen los procedimientos
y modo de actuar de los tribunales o de los órganos de la Administración y los procedimientos
disponibles por los particulares son denominadas normas de procedimiento.
El ordenamiento jurídico está compuesto por una pluralidad de normas de distintos orígenes y
categorías pero todas conectadas entre sí y perfectamente estructuradas.
Lo contrario, es decir, un conjunto de normas independientes y desorganizadas darían lugar a una
incoherencia normativa que se proyectaría en las conductas del grupo social.
El principio de plenitud, vinculado a la doctrina elaborada en torno al Copus Iuris de Justiniano, fue
incorporado a la mayoría de los ordenamientos jurídicos estatales imponiendo a los jueces la
obligación de pronunciarse ante cualquier asunto jurídico que se les presentase.
Sin embargo, varias corrientes pusieron de relieve el carácter abierto (y en consecuencia
incompleto) del Derecho, que imposibilitaba tal obligación.
Ante ello surgieron dos teorías: la del espacio jurídico vacío y la de la norma general exclusiva.
1 – Teoría del espacio jurídico vacío – puede considerarse que la actividad humana está dividida en
dos sectores: la vinculada por normas jurídicas y la actividad libre. La primera puede calificarse
como espacio jurídico lleno y la segunda como espacio jurídico vacío. De modo que cuando una
conducta no está regulada por ninguna norma pertenece al sector de la actividad libre, es decir,
existen conductas que no caen dentro de los límites del ordenamiento jurídico.
2 – Teoría de la norma general exclusiva – según esta tesis, toda actividad social humana se
encuentra regulada por alguna norma jurídica, negando la existencia de espacios jurídicos vacíos, lo
que equivale a afirmar que los ordenamientos jurídicos siempre podrán dar respuesta a todos los
asuntos presentados ante los tribunales.
Ante ello, se puede seguir creyendo en el principio de plenitud recogido, en nuestro Derecho, en el
artículo 1.7 del Código Civil.
Una de los problemas a los que han tenido que enfrentarse los juristas de todos los tiempos ha sido
la existencia de contradicciones entre normas pertenecientes a un mismo ordenamiento jurídico.
Ya Justiniano proclamó que en su Digesto no podrían encontrarse antonimias, principio que se ha
seguido hasta los Derechos actuales.
Sin embargo, la experiencia histórica ha evidenciado la falta de una plena coherencia en los distintos
ordenamientos, por ello se acepta la existencia de normas que aplicadas a un mismo supuesto
producen consecuencias jurídicas contrapuestas. Pero para que pueda hablarse de estas
contradicciones es necesario que se cumplan dos condiciones:
1 – las normas contradictorias deben pertenecer a un mismo ordenamiento jurídico
2 – ambas disposiciones deben tener un mismo ámbito de validez personal, material, territorial y
temporal.
Para la solución de este problema, la doctrina se ha preocupado especialmente de sentar diversos
criterios con los que superar el conflicto entre las normas jurídicas.
Una de los problemas a los que han tenido que enfrentarse los juristas de todos los tiempos ha sido
la existencia de contradicciones entre normas pertenecientes a un mismo ordenamiento jurídico.
Frente a esta situación, la doctrina jurídica ha elaborado varias reglas de solución, cabiendo
destacar:
1 – la posterioridad cronológica – la ley posterior deroga la anterior
2 – la superioridad jerárquica – la ley superior deroga a la inferior
3 – la especialidad de la regulación – la ley especial deroga a la general
Aún así pueden existir situaciones en las que no sea posible la aplicación de ninguna de estas
medidas. En ese caso la solución del conflicto debe quedar en manos del juez, quien deberá resolver
en base a criterios de justicia y de oportunidad.
En cualquier ordenamiento jurídico, todas sus normas se encuentran unidas por una relación de
dependencia y complementariedad que imposibilita la existencia de incompatibilidades
insuperables, de modo que todo ordenamiento puede ser entendido como un sistema normativo
unitario.
Al hablar de Moral y de Derecho se alude constantemente a los principios. Sobre ellos existen dos
doctrinas distintas: la que afirma que los principios son normas y la que se opone a tal aseveración.
Principios como normas: los principios señalan conductas consideradas valiosas y que, por tanto,
deben ser realizadas. Constituyen un tipo de normas que autorizan o prohíben algo pudiendo
definirlas como conjunto de reglas de actuación que regulan la convivencia humana.
Pueden clasificarse en dos grandes bloques: las reglas y los principios orientadores.
Los rasgos característicos de estos últimos son:
1 – los principios son fundamentales, nos explican el porqué debe realizarse un comportamiento
2 – los principios son generales, marcan de forma genérica, los límites que no se pueden traspasar
3 – los principios No son definitivos, son directrices consideradas óptimas que pueden ser
cumplidas en distintos grados
4 – los principios son normas abiertas, desconociendo cuándo han de ser aplicadas
5 – los principios NO determinan necesariamente la decisión, sólo proporcionan razones a favor de
una u otra alternativa
6 – los principios tienen una dimensión de peso, ante un conflicto entre dos principios se le concede
mayor peso a uno sin invalidar al otro.
Principios como NO-normas: El profesor Luis Prieto Sanchís niega la consideración como normas
de los principios alegando la imprecisión de éstos. Otros autores opinan que los principios
constituyen el primer escalón, la base de las normas.
Los principios pueden ser utilizados en diversos sentidos:
1 – distinción entre principio y directriz política – el principio es un criterio moral, la directriz política
propone un objetivo como pueda ser lograr mejoras sociales.
2 – distinción entre los principios del sistema primario y los del secundario – los primeros guían la
conducta de los ciudadanos comunes, los segundos están dirigidos a guiar la actuación normativa de
los órganos que crean o aplican las normas.
3 – distinción entre principios explícitos e implícitos – los principios explícitos aparecen
expresamente formulados en el ordenamiento jurídico y los implícitos deben deducirse a partir de
los textos legales.
Sean o no considerados como normas, es cierto que cumplen una importante función dentro del
ordenamiento jurídico teniendo además mayor poder explicativo que el resto de las normas, que
entrañan un grado más elevado de concreción.
Como toda norma, la regla pretende señalar las conductas consideradas adecuadas para la
convivencia social, pudiendo definirla como una concreción del contenido de los principios.
Sus características son:
1 – las reglas son secundarias con respecto a los principios – a partir del principio se crea la regla
2 – las reglas son menos generales – determinan las conductas de un modo más concreto
3 – las reglas son definitivas – establecen con claridad lo que se debe o no se debe hacer. No admite
graduación, se cumple o no se cumple, existiendo unas concretas consecuencias jurídicas por su
incumplimiento.
4 – las reglas son normas cerradas – determinan claramente el supuesto de hecho
5 – las reglas determinan necesariamente la decisión – señalan claramente las consecuencias de
una determinada acción
6 – las reglas NO tienen una dimensión de peso – cuando existe conflicto entre dos reglas, se opta
por una de ellas y se invalida la otra
A pesar de esta clasificación de características, se ha de decir que no son admitidas por el total de la
doctrina e incluso algunas son rechazadas como criterios diferenciadores entre principio y regla.
3 – Ley
En la generalidad del Derecho, ley y norma son dos conceptos identificables bajo un mismo
significado: precepto que recoge una pluralidad de reglas y principios sistematizados. Pero más
restringidamente, ley se identifica con regla.
Para el Derecho podemos diferenciar tres niveles en la concepción de la ley:
1º - es el nivel más amplio. La ley aparece como cualquier norma jurídica.
2º - el segundo nivel es más concreto, concibe la ley como norma jurídica escrita, surgida de
cualquier institución que posea competencia para su creación (Parlamento, Ministerios,
Comunidades Autónomas…)
3º - en el tercer nivel se concibe la ley en su sentido más estricto. La ley es la norma jurídica
emanada del poder legislativo (exclusivamente por el Parlamento).
Dentro del sistema jurídico existen dos teorías: el monismo parlamentario y el dualismo germánico.
1 – monismo parlamentario – sostiene que la ley es la norma suprema del ordenamiento, es decir, ley
= Constitución. Desde este punto de vista la ley puede ocuparse de cualquier materia y no existen
zonas que escapen a su regulación. Es este un nivel mucho más restringido puesto que identifica a
la ley única y exclusivamente con la Constitución descartando incluso al poder legislativo.
2 – dualismo germánico – establece una diferencia entre ley formal, como acto del poder legislativo
referido a las normas emanadas del Parlamento, y ley material, como toda norma que contenga una
regla jurídica.
Pero a pesar de ser distintos puntos de vista ambas teorías tienen en común ciertas características
como el hecho de ser Derecho escrito, su procedencia estatal o su generalidad.
La velocidad a la que cambia la sociedad y los problemas concretos que esto plantea hacen que la ley
no pueda “seguir el ritmo” por lo que se ha empezado a conceder más importancia a otras fuentes del
Derecho. La ley se ve obligada a ser modificada de continuo para adaptarse a las nuevas situaciones
sociales que van surgiendo y ello complica la realización del ideal de seguridad jurídica.
Son dos las principales razones del desprestigio de la ley:
1 – la crisis del sistema de leyes estatales – la aparición de normas de distinto ámbito territorial
como las internacionales, las autonómicas o las locales han debilitado la concepción estatista de la
ley.
2 – la crisis de las características liberales de la ley - para el ciudadano resulta una tarea
complicada estar al tanto de las diversas y numerosas normas publicadas en los boletines oficiales
lo que perjudica al principio de certeza y seguridad jurídica. La pluralidad de valores sociales ha
propiciado, así mismo, que la ley pierda parte de su generalidad y abstracción.
A pesar de ello, la ley continua manteniendo una situación de privilegio respecto al resto de fuentes
del Derecho en base a cuatro razones fundamentales:
1 – el interés de los juristas por que conserve su jerarquía
2 – su efectividad como instrumento regulador de conductas
3 – su carácter escrito y público, que garantiza cierto grado de seguridad y certeza jurídica
4 – es una ley (la Constitución) la que establece y organiza las fuentes de los respectivos
ordenamientos jurídicos.
Este último razonamiento es utilizado también en sentido contrario, en desprestigio de la ley,
alegando que la supremacía de la Constitución somete al resto de las leyes. Sin embargo, desde un
punto de vista positivo, se convierte en una razón más a favor de su relevancia.
Para referirse al hombre como ser humano, dejando al margen cuestiones como la edad o el sexo,
los juristas romanos adoptaron el término “persona”, utilizado en el argot teatral griego para
designar la máscara usada por algunos actores.
Con este término aludían a todo individuo que poseía algún grado de subjetividad jurídica.
Más tarde, la doctrina ha determinado dos significaciones fundamentales a la personalidad jurídica:
la que la considera una realidad natural y la que la define como un producto totalmente artificial.
Durante muchos siglos existió una postura generalizada que mantenía que la personalidad jurídica
era un atributo inherente a la condición humana, entendiendo que era una cualidad necesaria y
natural de la convivencia social.
La dignidad moral y la dimensión social del hombre operan como exigencia del reconocimiento de la
personalidad jurídica, por ello, bajo ciertas condiciones, el Derecho podría ignorar este hecho en
relación con un determinado hombre pero nunca podrá ignorarlo en su generalidad.
Sin embargo esta postura no da respuesta a varias cuestiones sobre la personalidad jurídica por lo
que surgió otra doctrina que la define como una creación del Derecho.
Las manifestaciones básicas de la personalidad jurídica son dos: las personas jurídicas individuales
y las colectivas.
El hombre, como persona humana individual, es la representación de la personalidad jurídica pero
es conveniente señalar que aunque el Derecho reconozca a la persona humana como persona
jurídica lo contrario, es decir, identificar persona jurídica con persona humana, no es del todo
correcto pues existen personas jurídicas constituidas colectivamente.
Las personas jurídicas colectivas son bien un conjunto de personas físicas, o un conjunto de bienes
destinados a una finalidad social, o un conjunto de personas y bienes.
El factor determinante de la existencia de personalidades jurídicas colectivas es el hecho de que el
Derecho considere a los anteriores supuestos como sujetos titulares de derechos y obligaciones
jurídicas.
La existencia de personas colectivas en los ordenamientos jurídicos ha hecho que la doctrina se
plantee diversas cuestiones sobre el tema.
En relación con su naturaleza jurídica existen tres posturas relevantes: la doctrina realista, la
doctrina de la ficción y la doctrina formalista. A pesar de sus diferencias todas ellas coinciden en
aceptar que la personalidad jurídica es producto del Derecho.
En cuanto al contenido de la personalidad jurídica, al igual que en las personas jurídicas individuales,
es la capacidad jurídica, tanto activa como pasiva.
Y por último, en relación con los tipos de personas jurídicas colectivas, pueden señalarse tres
fundamentales: las asociaciones y sociedades, las fundaciones y las corporaciones.
Es posible clasificarlas también en función de sus intereses, pueden ser así personas jurídicas
colectivas públicas o personas jurídicas colectivas privadas.
El contenido de la personalidad jurídica está constituido por la capacidad de los sujetos de intervenir
en las relaciones jurídicas. Esta capacidad puede ser pasiva, denominada habitualmente como
capacidad jurídica o activa o capacidad de obrar considerando que si una de ellas falta, el titular tiene
una personalidad jurídica incompleta.
Esta capacidad puede ser definida como la facultad que tiene toda persona jurídica (individual o
colectiva) para actuar como titular de los derechos y obligaciones generados por una relación
jurídica.
Si un sujeto carece de capacidad jurídica, no es persona jurídica por lo que ambos conceptos son
inseparables.
Gracias a esta capacidad, los sujetos jurídicos pueden adquirir determinados derechos y
obligaciones, poseer bienes patrimoniales o afrontar las responsabilidades jurídicas. Realiza una
fundamental función unificadora y centralizadora del sujeto en las relaciones sociales y de los
bienes que integran el patrimonio personal.
Esta capacidad consiste en la facultad que tiene el sujeto para realizar actos jurídicos.
El sujeto jurídico ocupa aquí una posición dinámica puesto que sus actuaciones provocan efectos
directos en sí mismo y en los sujetos con los que se está relacionando.
El alcance de su actuación se encuentra determinado por el respectivo ordenamiento jurídico por
que el sujeto carece de la posibilidad de influir directamente en la repercusión de su propia
capacidad pero sí puede hacerlo indirectamente puesto que puede adoptar decisiones sobre la
posición que va a tener dentro de la organización jurídica.
1.1 – Naturaleza
Las principales doctrinas sobre la naturaleza jurídica del derecho subjetivo son la teoría de la
voluntad, la teoría del interés y la teoría de la posición jurídica.
1 – Según la teoría de la voluntad, el derecho subjetivo es una facultad atribuida a la voluntad del
sujeto.
Esta facultad puede manifestarse bien provocando el nacimiento, cambio o desaparición de los
propios derechos, o bien exigiendo de otro sujeto una conducta prevista en el ordenamiento.
Existen excepciones, sin embargo, pues hay algunos sujetos (como los incapaces) que a pesar de
poseer la titularidad de ciertos derechos subjetivos no pueden realizar un ejercicio efectivo de ellos.
2 – Según la teoría del interés, el derecho subjetivo debe definirse como un derecho jurídicamente
protegido, es decir, respaldado por una protección jurídica cuya efectividad depende de la iniciativa
del titular. Desde este punto de vista, todo derecho subjetivo posee dos elementos básicos: su
defensa jurídica y el interés del propio titular, ambos inseparables para poder hablar de derecho
subjetivo.
3 – Según la teoría de la posición jurídica, el derecho subjetivo es identificable con el Derecho
objetivo pues consideran que el primero no es más que la posibilidad de llevar a cabo una actuación,
prevista en las normas, para lograr que otros sujetos actúen de un determinado modo.
1.2 – Contenido
Según la doctrina tradicional, el contenido del derecho subjetivo es el conjunto de facultades que
cada Derecho otorga a su titular. Sin embargo, las condiciones de esas facultades varían
considerablemente de unos derechos subjetivos a otros.
Así, el derecho de propiedad atribuye facultades como venta, donación o préstamo entre otros,
mientras que el derecho de uso otorga únicamente la posibilidad de utilizar el objeto para la finalidad
para la que fue creado.
Cada derecho subjetivo contiene tres elementos o sectores fundamentales: uso y disfrute,
disposición y pretensión.
En virtud del primero, el derecho subjetivo atribuye al sujeto la posibilidad de ejecutar ese derecho
libremente. La disposición del propio derecho proporciona la posibilidad de tomar decisiones sobre
su ejercicio, su conservación, su modificación o su extinción, dentro de los límites que el
ordenamiento imponga (exceptuando los derechos personalísimos, que son irrenunciables, y los
Los derechos subjetivos pueden clasificarse, principalmente, en base a los siguientes criterios:
1 – atendiendo a la posibilidad de exigir su cumplimiento – pueden ser divididos en absolutos y
relativos. Se consideran absolutos los derechos que deben ser respetados por el resto de los
sujetos. Así, son absolutos los derechos personalísimos (la vida, la dignidad, la propia imagen…) y
los derechos reales (los que recaen sobre bienes y objetos) entre otros.
Son derechos relativos los que únicamente pueden ser ejercidos frente a uno o varios sujetos
concretos obligados.
2 – atendiendo al tipo de facultades que atribuyen – se distinguen entre derechos subjetivos de
libertad, derechos subjetivos de pretensión y derechos subjetivos de modificación jurídica.
Los derechos subjetivos de libertad otorgan a su titular la posibilidad de actuar libremente en la
colectividad social, mientras que los derechos subjetivos de pretensión conceden la posibilidad de
exigir a otro sujeto una conducta determinada. Los derechos subjetivos de modificación atribuyen la
facultad de tomar decisiones referentes a situaciones, derechos o deberes jurídicos en cuanto a su
nacimiento, modificación o extinción.
3 – atendiendo al carácter del sujeto frente al que se ejercen los derechos – se dividen en públicos
(los ejercidos en las relaciones con el Estado) y en privados (ejercidos en las relaciones entre
particulares).
4 – atendiendo al objeto sobre el que recaen – suelen clasificarse también como derechos subjetivos
reales y derechos subjetivos obligacionales, según afecten a la disponibilidad de las cosas o a la
conducta de otros sujetos, respectivamente.
5 – atendiendo su origen e importancia – se distinguen entre derechos subjetivos fundamentales,
siendo éstos los que corresponden a todo humano por su propia condición y reconocidos
jurídicamente, y derechos subjetivos ordinarios, ostentados según la situación jurídica en que se
encuentre situado el sujeto.
4.1 – Caracterización
A pesar de esos intentos de desvinculación entre deber moral y deber jurídico, ha de aceptarse que
en este último se integran elementos pertenecientes a la esfera de las normas éticas por lo que el
deber jurídico tendrá también como fundamento una parte de esa necesidad racional que impulsa al
sujeto a observar las normas jurídicas.
Pero el Derecho, además de un conjunto de normas dirigidas al individuo, es también un
ordenamiento general, comprometido con la protección de la convivencia social y la realización de
los intereses comunes, prescindiendo de la voluntad individual de los destinatarios y recurriendo, si
es necesario, a la coacción.
El deber jurídico es caracterizado, por otra parte, por recaer no sobre una persona humana si no
sobre una persona jurídica (valgan etiquetas como el acusado, el padre, el comprador…). Este deber
exige el cumplimiento de una conducta independientemente de cuál sea la voluntad del individuo.
4.2 – Fundamento
El deber jurídico no puede apoyarse en la exigencia moral del cumplimiento de las normas si no más
bien al contrario, el deber moral se encuentra fundamentado por la obligatoriedad de las normas del
ordenamiento jurídico.
Para profundizar en este tema, deben distinguirse dos grupos de deberes jurídicos: los
fundamentales y los ordinarios.
Los deberes fundamentales son aquellos que cada ciudadano posee, por el simple hecho de ser
hombre, para con el resto de la humanidad, cuya existencia y alcance no dependen de ninguna
regulación jurídica.
La existencia y alcance de los deberes ordinarios, al contrario que los anteriores, se encuentran
vinculados al respectivo ordenamiento jurídico, teniendo su origen y siendo configurados por las
normas jurídicas que los imponen.
Los hombres de la antigüedad regían sus vidas en base a las leyes divinas estimando su
cumplimiento como un deber moral. Más tarde, con la doctrina estoica, se consideró que el
acatamiento tanto de las leyes naturales como de las leyes positivas (siempre y cuando fueran
justas) era un compromiso interno, visión que fue compartida por la mayoría de los autores del
iusnaturalismo-racional.
Sin embargo, las teorías de Kant, que afirman el carácter extrínseco del deber jurídico respecto al
ser humano, desbancaron a las anteriores opiniones imponiendo la objetividad en el cumplimiento
de las leyes.
Posición que fue también sustituida por un considerable grupo de autores que sostenían que la
existencia de cualquier deber jurídico quedaba supeditada a la aceptación del individuo, volviendo de
nuevo a definir el deber jurídico como un deber propiamente ético.
Una visión extrema de la separación entre moral y Derecho definió el contenido del deber jurídico
como simple sumisión a las sanciones impuestas por las normas jurídicas, siendo esta, en la
actualidad, la teoría más relevante.
Deber jurídico y derecho subjetivo son dos realidades íntimamente conectadas pero su primacía
depende de la visión que se tenga sobre el contenido de la norma jurídica.
Así, si se considera la norma como la imposición de un deber bajo amenaza de sanción será el deber
jurídico el que ostente la jerarquía en su relación con el derecho subjetivo pero si se estima dicha
norma como posibilidad de elección de una conducta determinada, será el derecho subjetivo el
predominante en esa relación.
Puede explicarse pues, la relación entre ambos conceptos como la existencia de dos realidades
yuxtapuestas, en cuanto que, si se mira desde una dirección se ve el derecho subjetivo y si se mira
desde la dirección opuesta se ve la norma jurídica.
Debe observarse, sin embargo, que esta relación varía dependiendo del sector del Derecho de que
se hable, de modo que si se trata de ámbitos del Derecho que protegen los derechos y posibilitan
ciertas conductas, la cara más visible de la norma jurídica será el derecho subjetivo, mientras que
los ámbitos del Derecho que concretan los deberes de los ciudadanos pondrán más de relieve la
existencia el deber jurídico.
1 – La situación jurídica
Se dan situaciones en la vida de los hombres, unas provocadas voluntariamente y otras en las que se
ven inmersos sin haberlo pretendido. La intervención del hombre en “lo jurídico” puede ser
ocasionada por cualquier suceso, sea o no planeado, debiendo definir, en sentido técnico, qué es la
situación jurídica.
Podría definirse situación jurídica como la posición que ocupa cada una de las partes intervinientes
en una relación jurídica.
En toda relación jurídica se da una situación confrontada entre dos partes: una, la que está en
disposición de exigir una conducta determinada, y la otra, la que tiene el deber de cumplir tal
conducta.
Esto hace que las situaciones jurídicas sean clasificadas como activas (las que otorgan el poder de
exigir algo) y pasivas (las que obligan a acatar un deber).
Debe señalarse, sin embargo, que ninguna de las dos situaciones suelen darse en estado puro. Lo
habitual es que una relación jurídica engendre ambas posiciones. Véase por ejemplo, un contrato de
compra-venta: el vendedor está en posición de reclamar el precio de lo vendido pero también tiene
el deber de entregar el objeto de la compraventa, del mismo modo el comprador tiene derecho a que
le entreguen la cosa comprada y el deber de pagar su precio.
Por otra parte, derecho subjetivo y situación jurídica son dos conceptos distintos, por lo que no debe
identificarse el uno con el otro. Es la situación jurídica en la que se encuentre un sujeto en una
relación jurídica la que concretará los derechos subjetivos que tal sujeto puede poseer.
Podrían clasificarse también las situaciones jurídicas como fundamentales (aquellas en las que se
encuentra el sujeto sin posibilidad de elección) o particulares (originadas por el propio sujeto y, por
tanto, con facultad para decidir).
En este punto debe realizarse una diferenciación entre hecho jurídico y acto jurídico.
3 – La relación jurídica
Podría definirse relación jurídica como la relación social cuyo desarrollo ha sido contemplado por el
Derecho.
Ampliando más este concepto, Savigny estableció que la relación jurídica está estructurada por dos
elementos básicos: la relación social previa (elemento material) y la idea de Derecho que la regula
(elemento formal). Pero en la doctrina posterior aparecieron tendencias contrapuestas destacando
unas el elemento material y otras el elemento formal.
Independientemente de una u otra postura, ambos elementos son fundamentales para la existencia
de una relación jurídica, existiendo, sin embargo, otros elementos esenciales como son sujeto,
objeto, vinculación correlativa, hecho condicionante y norma. Los tres primeros constituyen la
médula de la relación, el hecho y la norma actúan sobre ella como determinantes externos.
4 – La institución jurídica
5 – Ilicitud y sanción
Para comprender el concepto de ilicitud debemos remitirnos a las divergentes teorías del
iusnaturalismo y el iuspositivismo.
El iusnaturalismo considera la licitud como una variable dependiente del concepto de bien, por lo
tanto, la ilicitud es determinada como mal. De este modo el Derecho actuaría reprimiendo la
conducta ilícita y sancionando al culpable.
Sin embargo, no todas las conductas éticamente incorrectas deben ser reguladas por el Derecho
por lo que se distingue entre conductas malas de por sí y conductas prohibidas jurídicamente. Las
primeras se refieren a comportamientos moralmente inaceptables cuya práctica es sancionada
jurídicamente mientras que las segundas hacen referencia a conductas que, independientemente de
su relevancia moral, se encuentran recogidas por el Derecho y cuyo incumplimiento conlleva, así
mismo, la correspondiente sanción.
La teoría positivista de Kelsen rechaza lo ilícito como contrario al Derecho puesto que es
precisamente la ilicitud de una conducta lo que da pie al funcionamiento del mecanismo jurídico.
La ilicitud jurídica es tal porque conlleva una sanción jurídica, independientemente de valoraciones
morales.
Atendiendo a las distintas ramas del Derecho las sanciones podrían clasificarse como penales,
civiles, administrativas… sin embargo existen sanciones generales independientemente de la
materia regulada como la nulidad o la multa.
Según el jurista Norberto Bobbio, una de las clasificaciones más importantes es la que diferencia
entre sanción positiva y sanción negativa. Bobbio sostiene que la sanción es la consecuencia,
agradable o desagradable del cumplimiento o incumplimiento, respectivamente, del ordenamiento
jurídico.
Las sanciones positivas promueven el cumplimiento de una norma pudiendo ser retributivas
(recompensas, honores…) o compensativas (resarcimiento por algún tipo de trabajo, gasto…). Y las
sanciones negativas compensan la violación de una norma jurídica pudiendo ser también
retributivas (destacando las penales y administrativas) o compensativas (propias del Derecho
privado como la indemnización por daños y perjuicios).
Toda norma es un plan de conducta para los sujetos a los que va destinada. La norma puede ser
cumplida voluntariamente o no. En el primer caso puede decirse que se está llevando a cabo una
aplicación pacífica (e incluso pasiva) del Derecho. En caso de que la norma no sea cumplida por
voluntad propia entra en juego la ejecución del Derecho (podría decirse también aplicación activa)
siendo ésta su cara más visible y conocida.
Los órganos jurisdiccionales cuentan con dos posibilidades de actuación en la ejecución del
Derecho: la aplicación judicial y la aplicación no-judicial.
La primera es llevada a cabo por los jueces, como órganos representantes del propio Derecho y la
aplicación no-judicial se produce cuando los actos realizados no son judiciales si no
administrativos.
El Derecho es una realidad creada por el hombre para contribuir a la resolución de los conflictos que
plantea la convivencia humana. Las normas que conforman un determinado Derecho tienen su
propio ciclo vital en el que sobresalen tres fases: el nacimiento, la realización efectiva sobre las
relaciones sociales y la desaparición o pérdida de vigencia.
En cuanto a ello, existen dos posturas destacables: la que defiende la independencia entre la
actividad que crea el Derecho y la actividad que lo aplica, y la que niega la separación de ambas
actividades.
Esta doctrina, fiel a los principios de separación de poderes, primacía de la ley y sometimiento de
todos los poderes a las leyes establecidas, defiende la absoluta separación entre las funciones de
creación y aplicación del Derecho.
Así mismo, con el fin de preservar el principio de seguridad jurídica, exige a los jueces una rigurosa
aplicación del Derecho absteniéndose de cualquier actuación arbitraria.
Esta tesis defiende también que el proceder más correcto de los jueces era dirigir su actividad por el
silogismo deductivo.
Así, la ley opera como premisa mayor y un determinado caso o conducta de la vida real actúa como
premisa menor, de modo que en esta operación solo falta el juez que deduzca su resultado o
consecuencia.
Aún así, teniendo en cuenta que la actividad creadora se dirige fundamentalmente a elaborar
principios y normas en base a las necesidades e intereses sociales, y la actividad de aplicación se
enfoca a llevar a la práctica esas normas, debe concluirse que la teoría más aceptable es la que se
encuentra a medio camino entre la separación y la implicación de ambas actividades.
Para conocer el sentido y el alcance de las normas jurídicas es necesaria una precisa labor de
investigación denominada interpretación, fundamental en la actividad jurídica y presente en cada
momento histórico del Derecho.
Así, el intérprete del Derecho debe llevar a cabo dos actividades relacionadas e interdependientes:
averiguar cuáles son las normas aplicables al hecho en concreto y cuál es la calificación jurídica del
supuesto fáctico al que se aplicarán esas normas.
El intérprete, además, debe tener en cuenta las consecuencias históricas que pueden producir las
normas jurídicas en la vida social.
Se ha afirmado en numerosas ocasiones que la interpretación sólo era de utilidad en los casos en
los que las normas presentaban algún tipo de conflicto relacionado con los casos presentados ante
los tribunales.
Actualmente se considera que la actividad interpretativa forma parte fundamental del desarrollo del
Derecho. El camino a recorrer por las normas, desde su generalidad hasta su concreción en un caso
determinado, conlleva necesariamente una labor de interpretación.
Cada uno de los sujetos implicados en un proceso judicial o administrativo es considerado como
intérprete: el creador de las normas generales, el destinatario que cumple o incumple estas normas,
el funcionario que exige su cumplimiento, el abogado que asesora a su cliente y el juez u órgano
administrativo que resuelve el caso.
Es clara, pues, la necesidad de la interpretación de las normas jurídicas de cualquier tipo, presenten
o no algún tipo de conflicto.
Tan complejo es el tema de la interpretación que la teoría jurídica debate cualquier punto que tenga
que ver con él: su alcance, su fundamento, su carácter o su método más adecuado.
En un conflicto jurídico, gran parte de la tarea de los abogados consiste en conseguir que los jueces
apliquen las normas que produzcan las consecuencias más acordes con los intereses de sus
clientes.
Así, la elección de la norma a aplicar en cada caso concreto ha de llevarse a cabo tras una labor de
interpretación que, dependiendo del método aplicado, permita llegar a una precisión del significado
de dicha norma.
Esta tarea de elección obliga a los jueces a realizar múltiples juicios valorativos sobre cada norma
para llegar a una solución legal, equitativa y socialmente correcta.
En los hechos, como causantes del inicio de los procesos de aplicación del Derecho, la tarea más
apremiante es establecer su clasificación jurídica. Así, lo primero que tendrá que hacer quienes
intervengan en la resolución del conflicto, especialmente los jueces, será determinar cuáles han
sido los hechos y cómo se han producido.
Una de las dificultades de la calificación jurídica es la búsqueda y valoración de las pruebas
(documentales, testificales, periciales, etc.) que permitan establecer con precisión la naturaleza de
los hechos a juzgar.
Por ello, la determinación de los hechos requiere numerosas comprobaciones y evaluaciones por
parte de los jueces.
La elección e interpretación de las normas, así como la determinación y calificación de los hechos
son el resultado de un profundo análisis para comprobar la regulación de las primeras y las
consecuencias de los segundos.
La pluralidad de modos de interpretación hace necesaria la elección de unos criterios que faciliten la
labor de calificación. Así, estos modos de interpretación pueden clasificarse de la siguiente manera:
1 – en función del carácter del sujeto que la realiza, puede tratarse de interpretación privada o de
interpretación pública
2 – en función de las posibilidades de actuación del intérprete, la interpretación puede ser abierta o
cerrada
3 – según su alcance la interpretación puede tener carácter reproductivo (estática) o productivo
(dinámica)
4 – si se toma como directriz la voluntad del legislador, se habla de interpretación subjetiva,
mientras que si se considera la voluntad de la propia ley, se trata de interpretación objetiva
5 – según el modo de entender el proceso interpretativo puede tratarse de interpretación lógico-
silogística o de interpretación racional-valorativa
Pueden señalarse también tres posiciones diferentes en cuanto a la importancia de la interpretación
jurídica:
1 – la que sostiene que la interpretación es una actividad superflua y dañina para el Derecho
2 – la que defiende la necesidad de la interpretación