Вы находитесь на странице: 1из 17

“EL GOBIERNO EN LAS DEMOCRACIAS LIBERALES ‘AVANZADAS’: DEL LIBERALISMO AL

NEOLIBERALISMO”

NIKOLAS ROSE

Para comprender las innovaciones que presenta el modo de gobierno neoliberal es preciso
analizarlo a partir del telón de fondo del liberalismo. Paso, pues, a caracterizar estas dos
formas de gobierno.

Liberalismo

En el siglo XVIII europeo la ciencia de la “policía” soñaba con un tiempo en el que el territorio y
sus habitantes serían transparentes para el conocimiento: todo podría ser conocido, anotado,
enumerado y documentado1. La conducta de las personas en todos los ámbitos de la vida iba a
ser definida y sometida a escrutinio hasta en sus más mínimos detalles mediante numerosas
regulaciones de la vivienda, la vestimenta, los modales, etc. De este modo el desorden se vería
neutralizado por la fijación de un orden de las personas y de las actividades2. El liberalismo, en
tanto que programa de gobierno, abandona esta fantasía megalomaníaca y obsesiva de una
sociedad totalmente administrada. A partir de ahora el gobierno se enfrenta con una serie de
realidades maníaca y obsesiva de una sociedad totalmente administrada. A partir de ahora el
gobierno se enfrenta con una serie de realidades –mercado, sociedad civil, ciudadanos – que
poseen una lógica interna y una densidad específicas, sus propios mecanismos intrínsecos de
autorregulación.

El liberalismo, como ha señalado Grahan Burchell, rechazó así “la razón de Estado” en tanto
que racionalidad específica de gobierno en la cual un soberano ejercita su voluntad
totalizadora a

1 Véase M. Foucault,Résumés des cours, Collège de France, París, 1989, y “Governmentality”,


en G.

Burchell, C. Gordon y P. Miller (Eds.),The Foucault effect: studies in govermentality, Harvester


Wheatsheaf, Hemel Hempstead, Inglaterra, 1991 (traducido en VV AA, Espacios de poder, La
Piqueta.
Madrid, 1980). Véase, asimismo, P. Pasquino, “Theatrum Politicum: the genealogy of capital-
police and
the state of prosperity”, en G. Burchell y otros,The Foucault effect, op. cit., pp. 105-118.

2 G. Oestreich, Neostoicism and the modern state, Cambridge University Press, Cambridge,
1982.

1
lo largo de todo el territorio nacional3. Los gobernantes tienen que hacer frente, por una
parte, a sujetos dotados de derechos e intereses que no tienen que ser puestos en entredicho
por la política y, por otra, a todo un ámbito de procesos que no se pueden gobernar mediante
un ejercicio de voluntad soberana porque los gobernantes carecen de los conocimientos y
capacidades suficientes para hacerlo. Los objetos, instrumentos y tareas de gobierno deben de
ser, por tanto, reformulados en relación a estos ámbitos del mercado, la sociedad civil y la
ciudadanía, con el fin de asegurar que funcionen para beneficio de la nación en su conjunto.

Los dos polos aparentemente no liberales de “poder sobre la vida” que identificó Foucault –las
“disciplinas” del cuerpo y la “biopolítica” de la población– encuentran así un espacio en el
interior de los programas liberales del gobierno, un gobierno que depende cada vez más de los
medios para hacer inteligibles y practicables estas condiciones vitales para la producción y el
gobierno de un Estado de ciudadanos libres. Estos mecanismos y dispositivos que operan
siguiendo una lógica disciplinaria, desde la escuela a la prisión, pretenden crear las condiciones
subjetivas, las formas de autodominio, de autorregulación y autocontrol, necesarias para
gobernar una nación ahora concebida como una entidad formada por ciudadanos libres y
civilizados. Al mismo tiempo, las estrategias de la biopolítica –encuestas, estadísticas, censos,
programas para maximizar o reducir las tasas de reproducción, para minimizar la enfermedad
y promover la salud– pretenden hacer inteligibles aquellos ámbitos cuyas leyes el gobierno
liberal tiene que conocer y respetar: el gobierno legítimo no será por tanto un gobierno
arbitrario, sino que estará basado en el conocimiento operativo de aquellos cuyo bienestar
está llamado a promover4. A partir de este momento el gobierno tiene que ser ejercido con la
ayuda de un conocimiento de lo que tiene que ser

3 G. Burchell, “Peculiar interests: civil society and governing the system of natural liberty”, en
G.
Burchell y otros, The Foucault effect, op. cit., pp. 119-150; y también del mismo autor, “Liberal
government and techniques of the self”, en A. Barry, Th. Osborne y N. Rose (Eds.), Foucault and
political reason, op. cit., pp. 19-36.
4 Véanse los siguientes trabajos de M. Foucault Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión,
Siglo XXI,
México, 1977; la “Introducción” a The history of sexuality, Vol. 1, Penguin, Londres, 1979; y “La
política
de la salud en el siglo XVIII”, en Saber y verdad, La Piqueta, Madrid 1985, pp. 89-106.
2
gobernado –la infancia, la familia, la economía, la comunidad–, de un conocimiento de sus
leyes generales de funcionamiento –oferta y demanda, solidaridad social–, en una situación
concreta y en un momento determinado (tasa de productividad, tasa de suicidios), y, a la vez,
de un conocimiento de los medios a través de los que puede ser configurado y orientado a
producir objetivos deseables al mismo tiempo que se respeta su autonomía.

Desde una perspectiva de gobierno se pueden destacar cuatro rasgos del liberalismo.

1. Una nueva relación entre gobierno y conocimiento. Aunque todas las fórmulas de gobierno
dependen de un conocimiento de lo que tiene que ser gobernado y, por supuesto, constituyen
ellas mismas una cierta forma de conocimiento de las artes de gobierno, las estrategias
liberales vinculan el gobierno con conocimientos positivos sobre la conducta humana
desarrollados por las ciencias humanas y sociales. La acción de gobierno se ve así ligada a todo
tipo de hechos (Ian Hacking analizó la avalancha de estadísticas publicadas, así como otro tipo
de informaciones)5, teorías (filosofías del progreso, conceptualización de las epidemias…),
diagramas (reforma sanitaria, tratamiento infantil), técnicas (contabilidad de doble entrada,
inspección médica obligatoria en las escuelas), y personas cualificadas que pueden hablar “en
nombre de la sociedad” (sociólogos, estadísticos, epidemiólogos, trabajadores sociales). El
conocimiento en este caso gira en torno a una diversidad de dispositivos destinados a la
producción, circulación, acumulación, legitimación y realización de la verdad: el ámbito
académico, los despachos gubernamentales, los informes de las comisiones, las encuestas y los
grupos de presión. Es el “saber cómo” lo que promete convertir en dóciles aquellos ámbitos
ingobernables sobre los que el gobierno debe de ser ejercido para hacer que dicho gobierno
sea posible y más perfecto.

2. Una nueva definición de los sujetos de gobierno, en cuanto sujetos activos que participan en
su propio gobierno. Los

5 I. Hacking, The taming of chance, Cambridge University Press, Cambridge, 1991.

programas liberales de gobierno se caracterizan por la esperanza de que van a ser una
inversión rentable para los propios sujetos de gobierno. Las proclamas en el campo político,
jurídico y moral, así como en otros ámbitos, de que los sujetos son individuos cuya libertad y
derechos deben de ser respetados mediante el establecimiento de límites a la esfera legítima
de la regulación política y legal, son inseparables del surgimiento de toda una — individualidad
de forma especial. Las estrategias liberales de gobierno se hacen, por tanto, dependientes de
toda una serie de dispositivos (escuela, familia domesticada, manicomio, reformatorios) que
prometen crear individuos que no necesitan ser gobernados por otros, sino que se gobernarán
y se controlarán por sí mismos, y se cuidarán solos. Y, aunque el sujeto abstracto de derechos
se define utilizando un lenguaje universal, las nuevas tecnologías de gobierno producen, a lo
largo del siglo XIX, nuevas exigencias y posibilidades de conocimientos positivos sobre sujetos
concretos. El siglo XIX es, por tanto, un período de extensión de las disciplinas que, al mismo
tiempo que definen a los sujetos en términos de funciones específicas de civilización, provocan
una división entre los miembros civilizados de la sociedad y aquellos otros que carecen de
capacidades para ejercer una ciudadanía responsable: la mujer infanticida o el monomaníaco
regicida en los tribunales de justicia, los niños y niñas delincuentes en los reformatorios, las
prostitutas o mujeres caídas, los hombres y mujeres considerados locos. Se puede comprobar
de este modo el inicio de una transición dolorosa –acompañada de resistencias– que va desde
los derechos de la verdad sobre los humanos, la teología o la jurisprudencia, a las disciplinas
que deben sus verdaderas condiciones de disciplinarización a estas nuevas tecnologías de
gobierno. A partir de este momento las gubernamenalidades liberales soñarán que el proyecto
nacional para el buen sujeto de gobierno se fusionará con obligaciones voluntariamente
asumidas por individuos libres para sacar el mayor provecho de su propia existencia, mediante
la gestión responsable de su vida. Al mismo tiempo los propios sujetos tendrán que adoptar
toda una serie de decisiones acerca de su autoconducta asediados por una red de nuevos
lenguajes, normas, promesas, serias advertencias, y amenazas de

intervención, organizadas cada vez más en torno a una proliferación de normas y


normatividades.

3. Una relación intrínseca con la autoridad de los expertos. Las artes liberales de gobierno,
desde mediados del siglo XIX, intentaron modelar acontecimientos, decisiones y acciones en el
campo de la economía, la familia y la empresa privada, y modelar la conducta de los
individuos, a la vez que mantener y promover su autonomía y autorresponsabilidad. Estos
modos de intervención no respondían a una lógica simple, ni formaban parte de un programa
coherente de la “intervención del Estado”, sino que más bien una serie de conflictos y
perturbaciones –epidemias y enfermedades, delitos y criminalidad, pauperismo e indigencia,
enfermedad mental e imbecilidad, ruptura de relaciones matrimoniales– se vieron
recodificados como problemas “sociales”, hecho que tuvo consecuencias para el bienestar
nacional y que exigió, por tanto, nuevas formas legitimadas de atención para remediar estos
problemas6. Las relaciones que surgieron entre las autoridades políticas, las medidas legales y
las autoridades independientes, diferían en función de si se intentaban regular los
intercambios económicos mediante contrato, mitigar los efectos del trabajo industrial sobre la
salud, reducir los peligros sociales de las epidemias mediante reformas sanitarias, moralizar a
los niños de las clases trabajadoras mediante escuelas de fábrica, etc.

En cada uno de estos casos los expertos, al exigir que los arreglos económicos, familiares y
sociales se rigiesen por los programas que ellos diseñaban, trataban de movilizar recursos
políticos tales como la legislación, los fondos o la capacidad organizativa para lograr sus
propios fines. Las fuerzas políticas intentaron hacer efectivas sus estrategias no solo mediante
la utilización de leyes, burocracias y creando agencias y agentes legitimados del Estado, sino
también instrumentalizando formas de autoridad distintas de las “del Estado” con el fin de
gobernar –espacial y constitucionalmente– “a distancia”. Se confirió, de este modo, autoridad
a autoridades expertas formalmente autónomas, al mismo tiempo que el ejercicio de esta
autonomía se configuró, a través de variadas formas de legitimación, a través de

6 M. Foucault, “La política de la salud en el siglo XVIII”, op. cit.

5
la profesionalización y la burocratización. A partir de este momento el ámbito de la “política”
se diferenciará de otras esferas de gobierno legitimado, ya inexorablemente vinculado a la
autoridad de los expertos.

4. Un cuestionamiento continuo de la acción de gobierno. Las sociologías de nuestra condición


posmoderna subrayan la “reflexividad” considerándola una característica de nuestro tiempo7,
pero la “reflexividad” que impulsa todos los intentos de ejercer el gobierno en el presente no
es una característica distintiva de una etapa terminal de modernidad, ya que caracteriza a las
racionalidades políticas liberales desde sus comienzos. El liberalismo se enfrenta asimismo a la
cuestión de “¿Gobernar, para qué?”, una pregunta que exige un constante escrutinio crítico
sobre las actividades de los que gobiernan realizado por otros y por las propias autoridades de
gobierno. Pero, si los objetivos de gobierno están gobernados por sus propias leyes, “las leyes
de lo natural”, ¿bajo qué condiciones se puede someterlos legítimamente a las leyes del
gobierno político?

Aún más, el propio liberalismo se enfrenta a las siguientes cuestiones: ¿Quién puede
gobernar?, ¿bajo qué condiciones es posible ejercer la autoridad sobre alguien?, ¿en qué se
funda la legitimación de la autoridad? Esta cuestión de la autoridad debe de ser respondida no
por vías trascendentales, ni apelando a la carismática persona del líder, sino a través de
variados medios técnicos –de donde se deriva que la democracia y la intervención de los
expertos se manifiestan como dos soluciones duraderas. El liberalismo inaugura una continua
desafección respecto al gobierno, un perpetuo cuestionamiento acerca de si los efectos
deseados se están produciendo, un cuestionamiento sobre los errores de las teorías y los
programas que obstaculizan la eficacia del gobierno, un diagnóstico recurrente del fracaso
unido a una exigencia, también recurrente, de gobernar mejor.

7 A. Giddens, Consequences of modernity, Polity Press, Cambridge, 1990 (trad. Consecuencias


de la modernidad, Alianza, Madrid, 1994); y S. Lash-J. Urry, Economies of sings and spaces,
Polity Press,

Cambridge, 1994.

Liberalismo avanzado

Las condiciones que dieron al traste con la aceptación de la que gozaba el gobierno social
fueron heterogéneas. Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, precisamente
cuando algunos estaban asumiendo la lección de que era posible que el conjunto de la
organización económica y social de una nación fuese gobernada, de un modo u otro, por el
Estado central, un grupo de intelectuales europeos llegaba justamente a la conclusión opuesta.

Posiblemente la propuesta más famosa fue la sugestión de Friederich von Hayeck de que la
lógica del Estado intervencionista, tal como se había manifestado en los tiempos de la guerra
en la organización de la vida económica y social, no solo era ineficaz y había fracasado, sino
que además conducía al conjunto de naciones por un camino directo hacia un Estado total, tal
y como se había manifestado en la Alemania nazi y se podía percibir aún en la Unión Soviética
de Stalin –ambos países subvertían las verdaderas libertades, la libertad y la democracia, que
precisamente decían promover8. Los argumentos contenidos en The road serfdom de Hayeck
fueron elaborados en diferentes textos posteriores: el principio de la libertad individual era a
la vez el origen de nuestro progreso y la garantía del futuro desarrollo de la civilización;
aunque debemos desprendernos de la perversa ilusión de que podemos deliberadamente
crear, mediante decisiones y cálculos de autoridad, “el futuro de la humanidad”, tenemos que
reconocer que la libertad es en sí misma un instrumento de civilización, que “la disciplina de la
civilización […] es al mismo tiempo la disciplina de la libertad”9.

Si no hubiera hombres omnisciente, si pudiéramos conocer no sólo todos los


que afecta a la consecución de nuestros deseos actuales, sino también nuestra
futuras necesidades y deseos, no habría caso poco por la libertad.
Y, a su vez, lrberty del individuo, por supuesto, hacer
completar la previsión imposible. La libertad es esencial para
dejar espacio para lo imprevisible e impredecible, queremos
porque hemos aprendido a esperar de ella la oportunidad de
la realización de muchos de nuestros objetivos. Es porque cada individuo sabe
tan poco y, en particular, porque rara vez saben lo que nos de
sabe mejor que confiar en los esfuerzos independientes y competitivos
de muchos de inducir la aparición de lo que se desea cuando
lo vemos.

Apenas tres décadas más tarde, estas críticas del Estado social se fundieron dando lugar a un
relevante asalto político a las

8 Véanse: F. A. Hayek, The road to serfdom, Routledge and Kegan Paul, Londres, 1944 (trad.
Camino de
servidumbre, Alianza, Madrid, 1990); C. Gordon, “The soul of the citizen: Max Weber and
Michel
Foucault on rationality and government”, en S. Lash-S. Whimster (Eds.), Max Weber,
ratioinality and
modernity, Allen and Unwin, Londres, 1987, y, también del mismo autor, “Governmental
rationality: an
introduction”, en G. Burchell y otros, The Foucault effect, op. cit., pp. 1-52. Véase, igualmente,
N. Rose,
“Eriarvoisuus ja valta hyvinvointivaltion jalkeen” (traducción finlandesa de “Disadvantage and
Power
‘after the Welfare State’ ”),Janus (Revista de la Finnish Society for Social Policy), 1, pp. 46-68.
9 F. A. Hayek, The constitution of liberty, Routledge and Kegan Paul, Londres, 1979, p. 163.
7

racionalidades, programas y tecnologías del Welfare en Inglaterra, Europa y los Estados


Unidos. Una tesis económica, articulada de forma distinta por la izquierda y por la derecha,
cobró en este contexto una particular significación: el argumento de que los crecientes niveles
de impuestos y de gasto público requeridos para sostener los servicios sociales de salud,
bienestar, educación y otros, ponían en peligro la salud del capitalismo ya que requerían tasas
penalizadoras de impuestos sobre el beneficio privado. Esta contradicción fue formulada por la
izquierda en términos de “la crisis fiscal del Estado”, y, por la derecha, en términos de las
contradicciones entre el crecimiento de un sector de bienestar “improductivo” –que no creaba
riqueza– y un sector privado “productivo” –que era el que creaba toda la riqueza nacional10.
La auténtica socialización de la empresa capitalista privada y de las relaciones de mercado –
que había sido percibida como la salvación, a la vez, frente a las amenazas del socialismo y
frente a la desintegración moral y social– aparecía ahora como incompatible con la
supervivencia de una sociedad basada en una economía capitalista.

Este argumento económico entraba así en confluencia, en este momento, con toda otra serie
de críticas del gobierno social: la arrogancia de un gobierno que va demasiado lejos; los
peligros de una sobrecarga de funciones del gobierno; lo absurdo de los políticos que juegan a
adivinar por dónde van a ir el mercado eligiendo selectivamente a los triunfadores; los
reproches de que las demandas keynesianas de gestión provocan expectativas inflacionarias y
conducen a la depreciación de la moneda. Otros insistían en que estas medidas destinadas a
hacer decrecer la pobreza condujeron, en realidad, a incrementar la desigualdad; que los
intentos para asistir a los desfavorecidos empeoraron su situación de desventaja; que los
controles de los salarios mínimos golpearon a los peor pagados al destruir puestos de trabajo.
Y todavía más, las propias burocracias asistenciales, junto con los especialistas del We l f a re y
los expertos sociales asociados a ellas,

10 J. O’Connor, The fiscal crisis of state, St. Matin’s Press, Nueva York, 1972 (trad. La crisis fiscal
del
Estado, Ed. 62-Península, Barcelona, 1981); y R. Bacon y S. Eltis, Britain’s economic problems:
two few producers?, Macmillan, Londres, 1976.
8

se convirtieron en objeto de ataques provenientes de toda la gama del espectro político –


desde los clásicos liberales y los libertarios, hasta los críticos izquierdistas del control social de
la desviación, pasando por los activistas socialdemócratas preocupados por la falta de eficacia
del gobierno social para aliviar la desigualdad y las desventajas. Se puso así de relieve que tras
sus apasionadas demandas en aras de una mayor fundamentación para sus servicios subyacía
la oculta estrategia de construir un imperio, así como el ascenso de intereses sectoriales, y se
puso de manifiesto que fueron las clases medias quienes, más que los pobres, se beneficiaron
tanto de las oportunidades de empleo como de los servicios del Welfare State, que estos
servicios destruyeron, en realidad, otras formas de ayuda social tales como las de la iglesia, la
comunidad y la familia, y que no favorecieron una responsabilidad social ni ciudadanía, sino
más bien la dependencia y la mentalidad clientelística11.

Simultáneamente el imperio de los expertos sociales se fracturó dando lugar a diferentes


especialidades en competencia: expertos en niños, viejos, incapacitados, alcohólicos, adictos a
las drogas, madres solteras, enfermeras psiquiátricas, trabajadores sociales, terapeutas
ocupacionales y muchos otros. Cada una de estas “especialidades” intentó organizarse
profesionalmente para reclamar sus derechos y su propio campo de intervención: el mundo
del bienestar se fragmentó a través de una división del trabajo cada vez más acusada y a través
de lealtades prácticas y conceptuales divergentes.

Los clientes de los expertos se vieron obligados a comprenderse a sí mismos, a narrarse a sí


mismos, y a pensar su bienestar a través de nuevas formas. En la mayor parte de los sectores
los individuos lograron reconceptualizarse a sí mismos en términos

11Véanse: Ch. Murray, Losing ground: American social policy 1950-1980, Basic Books, Nueva
York,
1980; M. Adler y S. Asquith (Eds.), Discretion and welfare, Heinemann, Londres, 1981; M.
Friedman,
Capitalism and freedom, University of Chicago Press, Chicago, 1982 (trad. Capitalismo y
libertad,Rialp, Madrid, 1966). Una versión más antigua: C. Reich, “Individual rights and social
welfare”, Yale Law Journal, 74, 1964, p. 1245. Para la discusión de estas “retóricas de la
intransigencia” véase Albert O.
Hirschman, The rhetoric of reaction, Belknap Harvard, Cambridge, Mass., 1991 (trad. con el
título Retóricas de la intransigencia, FCE, Madrid, 1991, reimp. 1994).
9

de su propia voluntad de estar sanos, y de gozar de una normalidad maximizada.

Asediados por las imágenes de salud y felicidad producidas por los medios de comunicación, y
por las estrategias de mercado desplegadas por la publicidad y los sistemas de consumo,
pasaron a narrar sus problemas con el potente lenguaje de los derechos, se organizaron
formando asociaciones propias, cuestionando los poderes de los expertos, protestando contra
unas relaciones que ahora aparecían como tutelares, y degradantes para su autonomía,
reclamando un aumento de recursos para sus condiciones particulares, y exigiendo poder decir
algo respecto a las decisiones que afectaban a sus vidas. Frente a esta simultánea
proliferación, fragmentación, contestación y deslegitimación del papel de los expertos en los
dispositivos del gobierno social, se perfiló una nueva fórmula para la relación entre gobierno,
expertos y subjetividad.

Se desarrollaron así determinadas estrategias. Los “libertarios civiles” trataron de asediar a los
expertos sirviéndose de una parafernalia de restricciones legales, derechos y tribunales, que
modulasen sus decisiones: esta táctica resultó incómoda, lenta y cara, y únicamente sirvió para
redistribuir poderes sociales a nuevos expertos; en el Reino Unido tales estrategias
únicamente lograron un limitado impacto sobre la vida social12. Críticos de izquierda se
contentaron por largo tiempo con denunciar los poderes de los expertos como un encubierto
control social del Estado, tratando de distinguir entre el uso del conocimiento y su abuso, o de
separar el verdadero conocimiento emancipatorio de la ideología que disfraza y legitima el
ejercicio del poder en “los aparatos ideológicos de Estado”. Una política radical respecto al
papel de los expertos, en la línea del eslogan maoísta “Más vale rojo que experto”, trataba de
eliminar cualquier tipo de intervención pericial (como ocurrió con la antipsiquiatría y algunas
formas de feminismo): esta “oposición a los expertos” generó rápidamente su propia
profesionalización, con sus propias organizaciones, pedagogías, etc. Otras políticas de
izquierda

12 Véanse, C. Reich, op. cit.; y M. Adler y S. Asquito, op. cit.

10

respecto a los expertos operaron bajo la rúbrica de “la generalización de competencias”, tal y
como sucedió con algunos movimientos de cooperativas de trabajadores que trataron de
reorganizar los lugares de trabajo controlados y gestionados jerárquicamente13. En el campo
económico, al menos en Inglaterra, este intento se encontró con resistencias, provenientes no
solo de los jefes, sino también de los representantes tradicionales de los trabajadores
preocupados por la erosión de sus propios poderes y por la emergencia de nuevos
corporativismos con intereses opuestos a los suyos.

Parecido destino tuvieron algunos intentos para democratizar la intervención de los expertos
en otros campos tales como la psiquiatría y la justicia.

Podría inducir a equívocos sugerir que los regímenes políticos neoconservadores, que fueron
elegidos en Inglaterra y en los Estados Unidos a finales de los años setenta, estaban basados
en una racionalidad política coherente y elaborada que tenían que desarrollar, e induciría a un
error todavía mayor pensar que hacían del poder burocrático y profesional un problema clave.
Inicialmente, sin duda, estos regímenes simplemente trataron de ocuparse de una multitud de
diferentes problemas relativos al bienestar, de reducir costes, recortar el poder de los lobbies
profesionales, etc. Pero, gradualmente, estas diversas escaramuzas fueron racionalizadas en el
interior de un relativamente coherente programa de gobierno que se denominó
neoliberalismo. El neoliberalismo se las arregló para reactivar una especie de vigilancia crítica
sobre el gobierno político característica del liberalismo clásico, conectando diferentes
elementos de la “retórica de la intransigencia” con una serie de técnicas –ninguna de ellas en
sí misma particularmente nueva o destacable–, lo que permitió que estas críticas se
incorporasen al gobierno. Por supuesto, un hecho que puede resultar paradójico en lo que se
refiere al neoliberalismo es que, pese a presentarse a sí mismo como una crítica al gobierno
político, mantiene el programático apriori, la presuposición, de que lo real es programable por
las

13 M. Cooley, Architect or bee: the human/technology relationship, Langley Technical Services,


Slough, Inglaterra, 1980.

11
autoridades: los objetos de gobierno se hacen así pensables en la medida en que sus
dificultades aparecen como susceptibles de diagnóstico, prescripción y cura14. El
neoliberalismo no abandona la “voluntad de gobernar”, sino que mantiene la visión de que el
fracaso del gobierno para alcanzar sus objetivos puede ser superado si se inventan nuevas
estrategias de gobierno que triunfarán.

¿Qué significa “gobernar de modo liberal avanzado”? Las extremas alabanzas o condenas del
thatcherismo se ha visto que eran una exageración. Pero ello no significa que no sea posible
identificar una transformación más modesta y duradera en las racionalidades y tecnologías de
gobierno. Estrategias “liberal avanzadas” pueden ser observadas en contextos nacionales
distintos, desde Finlandia a Australia, reivindicadas por regímenes políticos de izquierdas y
derechas, y en relación con campos problemáticos que van desde el control de los delitos a la
salud. Estos regímenes se sirven de técnicas de gobierno que crean una distancia entre las
decisiones de las instituciones políticas formales y otros actores sociales, conciben a esos
actores de forma nueva como sujetos de responsabilidad, autonomía y elección, y tratan de
actuar sobre ellos sirviéndose de su libertad. Paso a esbozar a continuación, de forma un tanto
rápida, tres rasgos característicos del neoliberalismo.

1. Una nueva relación entre los expertos y la política. El Welfare debe ser considerado como
una racionalidad “sustantiva” de gobierno: las expertas concepciones de los expertos sobre
salud, niveles de ingresos, tipos de actividad económica, etc. fueron más o menos
directamente transferidas a la maquinaria y a los objetivos del gobierno político. Al mismo
tiempo, las tecnologías delWel fare proporcionaron a los expertos poderes que les permitieron
establecer cotos cerrados en cuyo interior su autoridad no podía ser cuestionada,
protegiéndoles así eficazmente de los intentos políticos exteriores para ejercer el control tanto
sobre ellos como sobre sus decisiones y acciones. En

14 N. Rose y P. Millar, “Political power beyond the state: problematics of government”, British
Journal of Sociology, 43 (2), 1992, pp. 172-205.

12

contraste con esto, los modos de gobierno liberal avanzado tienen un cierto carácter “formal”.
Los poderes conferidos previamente a los conocimientos positivistas sobre la conducta
humana serán ahora transferidos a regímenes calculadores de contabilidad y de gestión
financiera. Y los cotos cerrados de los expertos serán invadidos a través de toda una gama de
nuevas técnicas destinadas a ejercer un control crítico sobre la autoridad –las técnicas
presupuestarias, las técnicas de contabilidad y las auditorías son las tres más relevantes. Estos
procesos de cambio sin duda están basados en una exigencia de verdad, pero de una verdad
diferente a la verdad de las ciencias humanas y sociales: estas “ciencias grises”, estos “saber
hacer” de la enumeración, el cálculo, la monitorización, la evaluación y la gestión, pueden
aparecer al mismo tiempo como modestos y omniscientes, limitados y aparentemente sin
límites, cuando se los aplica a problemas tan diversos como la conveniencia de un
procedimiento médico, o la viabilidad de un departamento universitario.
La mercantilización, por ejemplo, establece variadas formas de distancia entre la maquinaria
política y las maquinarias de los expertos: se produce así una aparente devolución de los
poderes reguladores desde “arriba” –planificación y obligatoriedad– hacia “abajo” –las
decisiones de los consumidores. Esta mercantilización, en su forma ideal, permite imaginar un
“mercado libre” en el que las relaciones entre los ciudadanos y los expertos no estén
organizadas ni reguladas a través de la obligatoriedad, sino basadas en actos de elección. La
mercantilización trata de regular, por vías diferentes, la pluralidad de intervenciones de los
expertos, no tanto entrando a dirimir las demandas rivales de los diferentes grupos de
expertos, cuanto transformando a los agentes de bienestar –departamentos de servicios
sociales, departamentos de vivienda, autoridades sanitarias– en “compradores” que pueden
elegir “comprar” servicios dentro de una gama de opciones disponibles. De este modo, en “el
comprador-proveedor”, escindido entre los servicios de salud, las técnicas de gestión de los
servicios sociales, la autonomización de las escuelas del control de las autoridades

13

locales que compiten por alumnos en el mercado, se puede ver una reconfiguración de
importantes políticas de intervención, una nueva vía para “responsabilizar” a los expertos
respecto a las exigencias que pesan sobre ellos, diferentes a las basadas en su propio criterio
de verdad y competencia, que los vinculan a nuevas relaciones de poder.

De forma similar, la monetarización juega un papel clave rompiendo los cotos cerrados del
Welfare(bienestar) existentes en el interior de redes del gobierno social. Transformar las
actividades –interviniendo sobre los pacientes, educando a los estudiantes, proporcionando
entrevistas de trabajo social para clientes– en términos de dinero contable da lugar a que se
establezcan nuevas relaciones de poder. Obligar a la gente a que anote minuciosamente lo que
le pasa, prescribir lo que tiene que ser escrito y cómo, es en sí mismo un tipo de gobierno de
las conductas individuales que produce una imagen del gobierno acorde con normas
particulares. La técnica presupuestaria transforma la actividad de quienes elaboran el
presupuesto aumentando las opciones, al mismo tiempo que las regula y proporciona nuevas
vías para asegurar la responsabilidad y la fidelidad de los agentes que formalmente continúan
siendo autónomos. Y estos procesos no solo tienen lugar cuando se elabora el presupuesto,
sino también en la “presupuestarización” de cualquier actividad, de tal forma que los términos
de cálculo y decisión se desplazan, al mismo tiempo que se coagulan nuevos diagramas de
fuerza y de libertad.

Entre estas nuevas estrategias de gobierno, la auditoría se convierte en uno de los mecanismos
clave a la hora de responder a la pluralidad de las intervenciones periciales y a la inherente e
inexpresable controversia de sus exigencias de verdad. Michael Power ha sugerido que la
auditoría, en sus diferentes formas, ha reemplazado la confianza que la fórmula de gobierno
había concedido a las credenciales profesionales15. Como señala Power, la auditoría responde
al “fracaso” y a la inseguridad mediante una
15 M. Power, The audit society. Paper delivered to London History of the Present Research
Network, 4 November, 1992; y también, del mismo autor, The audit society, Demos, Londres,
1994.

14

nueva “gestión del riesgo”. El riesgo pasa a ser algo manejable mediante nuevas relaciones
distanciadas de control entre los centros políticos de decisión y los procedimientos,
dispositivos y aparatos “no políticos” –tales como escuelas, hospitales o empresas– sobre los
que recae de nuevo la responsabilidad de la salud, la riqueza y la felicidad. En este proceso las
entidades son transformadas, para ser “auditadas” tienen que convertirse en “auditables”,
producir una nueva trama de visibilidades en relación con la conducta de las organizaciones y
de aquellos que las componen. La auditoría puede poner en marcha demandas difíciles y
duras, pero se mueve bien a través del espacio y del tiempo, es capaz de propagarse a
multitud de enclaves, dirigiendo y organizando actividades, y conectando centros de cálculo
con sedes de implementación de acuerdo con nuevos vectores. Pese al hecho de que su “perfil
epistemológico” es, si es que tiene alguno, todavía de más bajo nivel que los conocimientos
que desplaza, y pese a que no existe nada nuevo en las técnicas de auditoría en sí mismas, sin
embargo el modo en que operan –en términos de procedimientos más que en términos
sustantivos, según criterios al mismo tiempo aparentemente estables y muy flexibles tales
como eficiencia, conveniencia, efectividad– las convierte en una tecnología versátil y
altamente transferible para gobernar a distancia.

2. Una nueva pluralización de las tecnologías “sociales”. Las estrategias de pluralización y de


autonomización, que caracterizan a muchos programas contemporáneos destinados a
reconfigurar las tecnologías sociales desde distintas partes del espectro político, muestran una
tendencia hacia una “des- gubernamentalización” del Estado y hacia una “des-estatalización
del gobierno”, un fenómeno que está relacionado con una mutación en el concepto de “lo
social”, concepto que surgió a finales del siglo XIX y en cuya invención participaron la
sociología y el gobierno del Welfare para quienes lo social era a la vez objeto y blanco de
intervención. La relación entre el individuo responsable y su comunidad autogobernada
sustituyó la relación que previamente existía entre el ciudadano social y su sociedad

15

común16. A lo largo de esta mutación se comprueba la pérdida de centralidad de variadas


tecnologías de regulación que, durante el siglo XX, se intentaron ensamblar en una red de
funcionamiento único y, en contrapartida, se produce la implantación de una forma de
gobierno que actúa a través de la conformación de poderes y voluntades de entidades
autónomas: empresas, organizaciones, comunidades, profesionales, individuos. De aquí se
deriva la implantación de modos particulares de cálculo en los agentes, y la suplantación de
ciertas normas, como las de servicio y dedicación, por otras, tales como las de competitividad,
calidad y demanda de los usuarios. Estos cambios implicaron también el establecimiento de
diferentes redes de contabilidad y de responsabilidad.
El proceso posiblemente más significativo de todos éstos fue la desarticulación de una
variedad de actividades de gobierno previamente ensambladas en el interior del aparato
político: este fenómeno en Gran Bretaña suele conocerse con el nombre de quangoization of
State. Proliferaron entonces organizaciones casi autónomas, no gubernamentales, que
asumieron toda una serie de funciones reguladoras (como la regulación de seguridades e
inversiones en el sector financiero), de planificación (como el surgimiento de nuevas entidades
de gobierno y regeneración de las ciudades) y funciones educativas, tales como la constitución
de organizaciones responsables para procurar una formación a aquellos que abandonaban la
escuela, en fin, organizaciones que asumieron responsabilidades para la provisión de servicios
“públicos” previamente existentes como el agua, el gas, y la electricidad, y para la
“privatización” de servicios públicos como las prisiones y la policía. Todos estos procesos han
estado relacionados con la invención y la utilización de otras medidas emergentes destinadas
al gobierno de esas entidades, medidas que, al poner el énfasis en la aparente objetividad y
neutralidad de los números, refuerzan la pretensión de esas entidades de que actúan de
acuerdo con un programa apolítico17. Contratos,

16 N. Rose, “The death of the social? Refiguring the territory of government”,Economy and
Society, 25, 3, 1996, pp. 327-356.
17 C. Hood, “A public management for all seasons”, Public Administration, 69, (1), 1991, pp. 3-
19.

16

objetivos, indicadores, medidas de los resultados, monitorización y evaluación están así siendo
usados para gobernar el comportamiento de esas entidades, al mismo tiempo que les
conceden una cierta autonomía para tomar decisiones de poder y responsabilizarse de sus
acciones. Se puede comprobar, de este modo, cómo se produce un desplazamiento desde los
mecanismos electorales de control democrático en los que intervienen los ayuntamientos a
nuevas técnicas de contabilidad, es decir, a la representación de “socios” de diferentes
“comunidades” –negocios, residentes locales, organizaciones voluntarias y ayuntamientos– en
los consejos de administración. La reconfiguración del poder político que este proceso supone
no puede ser bien entendida, por tanto, en términos de oposición entre el Estado y el
mercado: nuevos mecanismos modulados y programados por las autoridades políticas están
siendo utilizados para vincular los cálculos y las acciones de un heterogéneo conjunto de
organizaciones, gobernándolas “a distancia” a través de la instrumentalización de una
autonomía regulada.

3. Una nueva especificación del sujeto de gobierno. La entronización de los poderes del cliente
en tanto que consumidor –consumidor de servicios de salud, de educación, de formación, de
transportes– define a los sujetos de gobierno de una nueva forma: como individuos activos
que buscan “realizarse a sí mismos”, maximizar su calidad de vida mediante actos de elección,
confiriendo a sus vidas un sentido y un valor en la medida en que pueden ser racionalizadas
como el resultado de elecciones hechas o de opciones por tomar. La razón política debe ahora
justificarse y organizarse a sí misma argumentando mediante pactos que se adecuan a la
existencia de personas definidas, en su esencia, como criaturas libres y autónomas. En el
interior de este nuevo régimen que supone un yo activamente responsable, los individuos
tienen que cumplir sus obligaciones ciudadanas no a través de mutuas relaciones de
dependencia y obligación de unos para con otros, sino tratando de realizarse a sí mismos en el
seno de una variedad de ámbito micro-morales o “comunidades”: familias, lugares de trabajo,
escuelas, asociaciones de ocio, vecindades. El problema consiste, por tanto,

17

en encontrar los medios a través de los cuales los individuos se hacen responsables mediante
opciones individuales que adoptan para sí mismos y para aquellos a los que deben lealtad,
formando un estilo de vida acorde con gramáticas de vida que han sido ampliamente
diseminadas, que ya no dependen de cálculos ni de estrategias políticas para su lógica de
funcionamiento ni para las técnicas que implican.

Poner en marcha esta noción de individuo activamente responsable fue posible gracias al
desarrollo de un nuevo dispositivo que integra a los sujetos en un nexo moral de
identificaciones y lealtades mediante los mismos procesos en los que parece representar sus
opciones más personales. Las racionalidades políticas actuales se basan y utilizan una gama de
tecnologías que instalan y apoyan el proyecto civilizador modelando y gobernando las
capacidades, competencias y voluntades de los sujetos, que están ya fuera del control formal
de los “poderes públicos”. A todas las cosas básicas que constituyen una nación tales como un
lenguaje común, la escolarización y los medios de transporte, nuestro siglo ha añadido los
medios de comunicación de masas, con sus pedagogías, que van desde el documental hasta los
culebrones televisivos; las encuestas de opinión y otros mecanismos que proporcionan
conexiones recíprocas entre las autoridades y los sujetos; la regulación de los estilos de vida a
través de la publicidad, del marketing y del mundo de las mercancías, sin olvidarse de los
expertos de la subjetividad. Estas tecnologías no tienen su origen o principio de inteligibilidad
en “el Estado”; sin embargo, han hecho posible gobernar de un modo “liberal avanzado”, han
proporcionado una plétora de mecanismos indirectos que han hecho posible introducir los
objetivos de las autoridades políticas, sociales y económicas en el interior de las elecciones y
compromisos de los individuos, situándolos en redes reales o virtuales de identificación a
través de las cuales pueden ser gobernados18.

18 Sobre las cuestiones tratadas hasta aquí en este apartado véanse los siguientes trabajos de
N. Rose:
“Governing the enterprising self”, en P. Heelas y P. Morris (Eds.), The values of the enterprise
cultura:
the moral debate, Routledge, Londres, 1992, pp. 141-164; Inventing our selves: psychology,
powerand personhood, Cambridge University Press, Cambridge, 1996; “The death of the
social?”,op.cit.; Gouverning the soul: the shaping of the private self, Routledge, Londres, 1990.
18

La reconfiguración del sujeto de gobierno asigna obligaciones y deberes al mismo tiempo que
abre nuevos espacios de decisión y acción. Cada una de las dos dimensiones del gobierno
social, la seguridad social y el trabajo social, van a verse así ahora transformadas. La seguridad
social, en tanto que principio de solidaridad social, cede el paso a una especie de privatización
de la gestión del riesgo. En este nuevo prudencialismo, el seguro frente a posibilidades futuras
de paro, enfermedad, vejez, etc., se convierte en una obligación privada. El ciudadano es
estimulado a gestionar los riesgos, no solo en lo que afecta a formas socializadas previamente
existentes, sino también respecto a una amplia gama de otro tipo de decisiones; es estimulado
a integrar el futuro en el presente, es educado de tal forma que debe calcular las
consecuencias futuras de acciones tan diversas como las que se refieren a la dieta o a la
seguridad de la casa. El activo ciudadano tiene, por tanto, que añadir a sus obligaciones una
nueva: la de adoptar una prudente y calculadora relación personal con el destino, considerado
ahora en términos de peligros calculables y riesgos previsibles19. El trabajo social, por su
parte, en tanto que instrumento de civilización tutelada, da paso al consejero privado, al
manual de autoayuda, al teléfono de la esperanza, en suma, a prácticas que ligan a cada
individuo con el consejo de los expertos al tiempo que adoptan la apariencia de ser el
resultado de una elección individual libre20. La regulación de la conducta pasa a ser así un
asunto ligado al deseo de cada individuo de dirigir su propia conducta libremente con el fin de
lograr la maximización de una concepción de su felicidad y realización personal como si fuese
obra suya, pero semejante maximización del estilo de vida implica una relación con la
autoridad a partir del mismo momento en que se define como el resultado de una libre
elección.

Se puede así constatar la “reversibilidad” de las relaciones de autoridad: lo que comienza


siendo una norma que debe ser

19 O’Malley, “Risk, power and crime prevention”, Economy and crime prevention”, 21 (3),
1992, pp. 283-299; y también “Risk and responsability”, en A. Barry, Th. Osborne y N. Rose
(Eds.),Foucault and political reason, op. cit., pp. 189-208.
20 N. Rose, Gouverning the soul, op. cit.

19

implantada en el interior de los ciudadanos puede ser reformulada como una demanda que los
ciudadanos pueden hacer a las autoridades. Los individuos tienen que convertirse en “expertos Commented [SC1]: Los estudiantes ven lo que clifican como
carencia de autoridad y la exigenporque son incapaces de vivir sin
de sí mismos”, pasar a establecer una relación de autocuidado, que se basa en la preparación y ella, lo que genera un caos escolar por la acción de los jóvenes en
la información, con sus cuerpos, mentes, formas de conducta y con los miembros de sus busca de la autoridad del maestro.

propias familias. Por supuesto, esta nueva configuración tiene su propia complejidad, su propia Transformación del estado que se replica en el microgobierno
lógica de integración y exclusión. Sin embargo, los “efectos de poder” que encierra no escolar.

responden a la lógica simple de la dominación, ni tampoco a una concepción del poder


definible en términos de “suma cero”. Si se considera, por ejemplo, la proliferación de las
nuevas técnicas psicológicas y de los lenguajes de autorrealización en relación con los sujetos
etiquetados ahora como “marginalizados” o “excluidos”, se puede observar que los regímenes
políticos neoliberales ponen en marcha un conjunto de medidas para reducir los beneficios de
aquellos que no tienen trabajo, para disciplinar a los delincuentes y a los que transgreden las Commented [SC2]: Sanciones manuales escolares
leyes, para imponerles una responsabilidad personal, para desmantelar el archipiélago de
instituciones en cuyo interior el gobierno del Welfare había circunscrito y gestionado sus
problemas sociales. No conviene en absoluto minimizar la intensificación de la miseria y el
empobrecimiento que surge de estas cambiantes especificaciones de la responsabilidad de los
individuos respecto a su propio destino. Es difícil contemplar sin rechazo y repugnancia los
cambios terminológicos que hacen que los parados pasen ahora a llamarse “buscadores de
trabajo” y los que carecen de casa “personas sin techo”. Pero estos programas neoliberales,
que responden a los que sufren como si ellos fuesen los autores de su propia desgracia,
comparten ciertos rasgos con otras estrategias articuladas desde otras perspectivas políticas.
Desde perspectivas diversas, los individuos desfavorecidos han llegado a ser considerados
potencial e idealmente como agentes activos en la construcción de su propia existencia.
Aquellos sujetos “excluidos” de los beneficios de una vida de elección y autorrealización ya no
son ahora simplemente el soporte pasivo de un conjunto de determinaciones sociales, sino
que son gentes cuyas aspiraciones de autorresponsabilidad y autorrealización han sido
deformadas

20

por la dependencia cultural, gentes cuyos esfuerzos de autoperfeccionamiento se han visto


frustrados durante todo el tiempo que ha durado su “incapacidad aprendida”, son, en fin,
gentes cuya autoestima ha sido destruida. De esto se deduce que todos estos sujetos deben
ser asistidos no a través de la Administración y los solícitos expertos que les proporcionaban
ayuda y subsidios, sino a través de su propio compromiso con un conjunto de programas
destinados a su reconstrucción ética en cuanto activos ciudadanos –programas que tratan de
equiparlos con las destrezas y aprendizajes de autopromoción, de aconsejarlos para que
recuperen su sentido de auto valor y autoestima, programas destinados a capacitarlos para
que puedan asumir su legítimo puesto en cuanto sujetos auto actualizados y exigentes de una
democracia liberal “avanzada”21.

No se pretende, sin embargo, sugerir con lo expuesto hasta aquí que la construcción del
ciudadano moderno, como agente activo de su propio destino, sea en cierto sentido una
“invención” de los regímenes políticos recientes: las condiciones para que se haya producido
esta mutación en la relación con nosotros mismos son complejas y no tienen un simple origen
o causa. No obstante, el apriori ético del ciudadano activo en una sociedad activa, esta
redefinición de la ética de la personalización es, posiblemente, la característica más
fundamental y generalizable de estas nuevas racionalidades de gobierno, una característica,
además, que justifica la afirmación de que lo que aquí estamos viendo no son simplemente las
vicisitudes de una ideología política, la del conservadurismo neoliberal, sino algo mucho más
relevante que subyace en los programas de gobierno de todo el espectro político y que
justifica que se designen como “liberal avanzadas” todas estas nuevas tentativas para
“reinventar el gobierno”22.

21 B. Cruikshank, “Evolutions within: self-government and self-esteem”, en A. Barry, Th.


Osborne y N.
Rose (Eds.),Foucault and political reason, op. cit., pp. 253-270.
22 Véanse, de N. Rose, “Authority and the genealogy of subjectivity”, en P. Heelas, P. Morris y
S. Lash
(Eds.), De-traditionalization: authority and self in an age of cultural change, Brasil Blackwell,
Oxford, 1995, así como “Identity, genealogy, history”, en S. Hall y P. du Gay, Questions of
cultural identity, Sage, Londres, 1995. Y de I. Hacking, “Making up people”, en T. C. Heller y
otros (Eds.),Re constructing
individualism. Stanford University Press, Palo Alto, California, 1986, pp. 222-236.

21

El poder de gubernamentalización de la derecha en las pasadas dos décadas radica en el hecho


de que fue más bien la derecha que la izquierda quien logró articular una racionalidad de
gobierno acorde con este nuevo régimen del yo quien logró desarrollar programas que
introducen este tipo de ética en el interior de estrategias encaminadas a la regulación de
problemas y dificultades precisas tales como las del mercado de la vivienda, o las de la salud, e
inventar fórmulas técnicas que prometen solucionar todos estos problemas. Fue también más
bien la derecha que la izquierda quien abrió la vía a una política de las tecnologías humanas
que no solamente cuestiona las relaciones de poder existentes entre los expertos y los sujetos
de sus intervenciones, sino que además trata de dar a este cuestionamiento una forma
técnica. Todas las críticas de la izquierda sobre el Estado y el control social, sobre los poderes
de los expertos y las consecuencias no deseadas de las actuaciones burocráticas y de la
profesionalización, no han sido percibidas aún como capaces de proponer modelos
alternativos para regular estos dispositivos moduladores de la ciudadanía que responden a las
necesidades de pluralismo. ¿Puede la izquierda proporcionar una racionalidad alternativa para
articular estas tecnologías plurales y estas éticas autonomizantes sin perder los logros que ha
conseguido y, al mismo tiempo, proporcionar seguridad a aquellos socialmente más
expuestos? Esto exigiría que la izquierda articulase una alternativa ética y una pedagogía de la
subjetividad diferentes a aquellas exigidas, e inherentes, a la racionalidad del mercado y la
“valoración” de la libre elección.

Traducción del inglés de Julia Varela.


NOTA: El texto que publicamos ha sido cedido amablemente por Nicolás Rose a
Archipiélago y forma parte del segundo capítulo del libro publicado por A. Barry, Th.
Osborne y N. Rose (Eds.) Foucault and political reason. Liberalism, neo-liberalism and
rationalities of government, University College London (UCL) Press, Londres, 1996

http://es.scribd.com/doc/7047933/Unidad-5-El-Gobierno-en-Las-Democracias-Liberales-
Avanzadas

Вам также может понравиться