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Significado y creencia, interpretación y decisión

Para Davidson, significado y creencia son dos cuestiones íntimamente


ligadas, y esto se ve su análisis de lo que debe ser una teoría de la
interpretación, es decir, la teoría que nos permite obtener las creencias
de los individuos a partir de la base evidencial de sus interpretaciones de
la/su realidad. Es una idea que repite continuamente en su texto Belief
and the basis of meaning (1974):
Una de las fuentes principales del problema es la manera en que
creencias y significados conspiran para dar cuenta de las afirmaciones.
Un hablante cree que una sentencia es verdadera en parte en función de
lo que quiere decir (de lo que significa), o querría decir, con la
afirmación de esa sentencia, y en parte por lo que cree (310).
Bastante más plausible es la idea de derivar una teoría de la
interpretación desde información detallada sobre las intenciones,
deseos y creencias de los hablantes (o intérpretes, o ambos). Esta es la
que tomo como estrategia de aquellos que intentan definir o explicar el
significado lingüístico en la base de intenciones no lingüísticas, usos,
propósitos, funciones, y similares (311).
Dado que no podemos esperar interpretar la actividad lingüística sin
saber lo que un hablante cree, y no podemos encontrar una teoría del
significado que otorga en base a un descubrimiento previo de sus
creencias e intenciones, concluyo que a la hora de interpretar una
afirmación desde cero -en una interpretación radical- debemos
desarrollar de alguna manera simultáneamente una teoría de la
creencia y una teoría del significado (312).
La idea de fondo es que el individuo recibe estímulos continuamente, y
los conceptos lingüísticos y semánticos (entre ellos, y especialmente
importantes, el significado y la creencia) lo que hacen es organizar los
datos primitivos, ”de manera que tratar estos conceptos y sus supuestos
objetos como si tuvieran vida propia solo pueden traer confusión”
(1974, 311). En el caso de error, se debe buscar una teoría mejor.
Esto acaba ligando igualmente la teoría de la interpretación con la teoría
de la decisión:
[m]i idea es que debemos pensar las creencias y los significados como
constructos interrelacionados de una única teoría tal y como ya hemos
visto los valores subjetivos y las probabilidades como constructos
interrelacionados de una teoría de la decisión (1974, 314).
[U]na teoría radical de la decisión debe incluir una teoría de la
interpretación y no puede presuponerla (1974, 315).
En resumen, ante un estímulo se pueden desarrollar infinitas
interpretaciones y, por ende, infinitas afirmaciones. De esta manera, la
evidencia para la interpretación de una afirmación particular tendrá que
ser la evidencia para la interpretación de todas las afirmaciones posibles.
Esta evidencia es neutral frente a la creencia y al significado, y en parte,
asume cualquiera. Esto nos lleva a una teoría social de la
interpretación:
Lo que hace posible una teoría social de la interpretación es que
podemos construir una pluralidad de estructuras de creencia privadas:
la creencia se construye para ocupar el espacio entre las sentencias
consideradas verdaderas por los individuos y las creencias verdaderas
(o falsas) por estándares públicos. Lo que es privado sobre la creencia
no es que sea accesible a una sola persona, sino que podría ser
idiosincrática. Las atribuciones de creencia son tan verificables
públicamente como las interpretaciones, estando basadas en la misma
evidencia: si podemos comprender lo que una persona dice, podemos
comprender lo que cree (1974, 321).
Sin embargo, esto no lleva a una unicidad de interpretaciones (y por
tanto, tampoco de teorías, ni de decisiones):
Si la aproximación se trata tal y como he estado discutiendo, no es
probable que solo se encuentre una teoría satisfactoria. La resultante
indeterminación en la interpretación es la contraparte semántica de la
indeterminación de la traducción de Quine (…) Si hay indeterminación,
es porque cuando se tiene toda la evidencia, formas alternativas de
afirmar los hechos continúan abiertas (1974, 321-322).
En último término, la cuestión sobre el significado y las actitudes
proposicionales como la creencia, está relacionada con el concepto de
verdad:
[s]i sabes qué significa una afirmación, sabes sus condiciones de
verdad. El problema es dar a cualquier actitud proposicional un
contenido proposicional: creencia, deseo, intención, significado (…) Así
veo el problema de conectar la verdad con comportamientos humanos
observables no separado del problema de asignar contenidos a todas
las actitudes (1996, 278).
Davidson y la verdad
Davidson considera la verdad un concepto irreducible a su vez atribuido
a otros conceptos que llevan asociado contenido proposicional. En
palabras de Davidson:
[La verdad es] un concepto indefinible. Esto no significa que no
podamos decir nada relevante sobre ella: podemos, relacionándola con
otros conceptos como creencia, deseo, causa y acción (1996, 265).
[L]a verdad no es un objeto, y por tanto no puede ser verdad; la verdad
es un concepto, y es inteligiblemente atribuida a cosas como las
sentencias, afirmaciones, creencias y proposiciones, entidades que
tienen un contenido proposicional. Es un error pensar que si alguien
busca comprender el concepto de verdad, esa persona está
necesariamente intentando descrubrir verdades generales importantes
sobre la justicia o los fundamentos de la física (2000, 4).
Rechazando un enfoque pragmático como el de Rorty o Dewey, para
Davidson algo no es verdad solo porque sea creído y tenga buenas
consecuencias prácticas, y considera que la investigación debe
orientarse a la búsqueda de La Perfecta Descripción de la Realidad. Si
no, ”[t]enemos que comprar la tesis de que no hay distinción, ‘incluso
en principio’, entre creencias que son verdad y creencias que son
‘simplemente buenas a seguir’ ” (6), y esto es algo que Davidson no
asume. De manera clara, nuestro autor expone el siguiente ejemplo
(2000):
[L]as sentencias se comprenden a condición de que uno tenga el
concepto de verdad objetiva (…) Puedo creer que está lloviendo ahora,
pero esto es porque sé que que llueva o no no depende de que lo crea, o
de que todos lo crean, o de que esa útil creerlo; depende de la
naturaleza, no de mí o de mi sociedad o de la historia entera de la raza
humana. Lo que depende de nosotros es lo que queremos significar con
nuestras palabras, pero este es un asunto diferente (16).
Añade que ninguna de las definiciones y fórmulas de verdad dadas
consigue resolver algunos contraejemplos obvios. Siguiendo esta línea,
Davidson rechaza los enfoques deflaccionistas de la verdad, aquellos en
los que esta es un concepto eliminable. Así, rechaza las perspectivas de
Horwich y Ramsey.
Davidson no está de acuerdo con Horwich en que se pueda comprender
una sentencia sin conocer sus condiciones de verdad y que comprender
la sentencia sea conocer sus ‘condiciones de asertabilidad’: ”[c]reo que
el tipo de aserción para la comprensión ya incorpora el concepto de
verdad: estamos justificados para asertar una sentencia en el sentido
requerido solo si creemos que la sentencia que usamos para hacer la
aserción es verdadera” (1996, 275). Al mismo tiempo, tampoco está de
acuerdo con Horwich en que la verdad y otros conceptos como las
actitudes proposicionales se puedan comprender de manera aislada:
”[n]o creo que podamos comprender el significado de ninguna actitud
proposicional sin el concepto de verdad” (1996, 274).
Su apoyo a una verdad como concepto irreducible y su crítica al
deflaccionismo le lleva a analizar profundamente el concepto de verdad
de Tarski en sus escritos, especialmente en The folly of trying to define
truth (1996). Tal concepto de verdad de Tarski se expresa en la
siguiente fórmula:
(Tarski-Verdad) s es verdad-en-L si y solo si p.
Donde s es la descripción de una sentencia, p es la sentencia y L es el
contexto (un sujeto en un tiempo dado). Hay un número infinito de
sentencias en L y un vocabulario finito para construirlas. En este
contexto, Tarski expone la verdad en función del concepto
de satisfacción, que relaciona expresiones y objetos sin que ello
suponga, para Davidson, que la de Tarski sea una teoría de
correspondencia y por tanto deflaccionista. En esta línea, Davison
(1996) cree que ”Tarski no intentaba definir el concepto de verdad -algo
bastante obvio- sino que estaba empleando ese concepto para
caracterizar la estructura semántica de un lenguaje específico” (269). Es
más, expone (2000) que ”[T]arski mostró cómo dar definiciones
explícitas de verdad para lenguajes que satisfacen ciertas condiciones,
pero al mismo tiempo probó (dadas algunas asunciones naturales) que
no era posible ninguna definición general” (11).
Davidson (1996) tampoco se muestra de acuerdo con el enfoque
”disquotational”, y por tanto deflaccionista, de Quine (p es verdad si y
solo si p), autor que al mismo tiempo considera que la creencia va más
allá y se define en términos de ‘asertabilidad garantizada’ (warranted
assertability) o de funciones, si bien en sus últimos escritos admite un
realismo en el que la verdad acaba siendo ”un propósito noble y sin fin”
(Quine, 1995, 67, desde Davidson, 1996, 272).
En general, el concepto de verdad para Davidson tiene dos dimensiones:
una de adecuación a la realidad, que podríamos considerar como
dimensión cognitiva, y otra de adecuación a cuestiones
humanas/intencionales, que podríamos pensar como una parte más
conativa. En palabras de Davidson (2000):
[L]a verdad es importante, entonces, no porque tenga un valor especial
o porque sea útil, aunque desde luego puede serlo en ocasiones, sino
porque sin la idea de verdad no seríamos criaturas pensantes (…)
Correspondencia, aunque vacía como definición, captura la idea de que
la verdad depende del mundo tal cual es, y esto debe ser suficiente para
desacreditar la mayor parte de las teorías epistémicas y pragmáticas.
Por otro lado, las teorías epistémicas y pragmáticas tienen el mérito de
relacionar el concepto de verdad con cuestiones humanas, como el
lenguaje, la creencia, el pensamiento y la acción intencional, y son
estas conexiones que hacen verdad la clave de cómo la mente toma el
mundo (16-17).
Visto esto, lo interesante del concepto de verdad es su aplicación
empírica cotidiana:
[L]a cuestión empírica es cómo determinar, por observación e
inducción, cuáles son las condiciones empíricas de los vehículos de la
verdad empírica. Se debe enfatizar: sin esta conexión empírica, el
concepto de verdad no tiene aplicación a, o interés para, nuestras
preocupaciones mundanas, ni tiene, hasta donde puedo intuir, ningún
contenido (1996, 277).

Davidson y el pragmatismo
Dentro de su análisis de la verdad, y dirigiéndolo ya hacia su visión del
pragmatismo, resulta especialmente interesante la distinción que hace
entre la actividad humana dirigida a obtener el beneficio práctico
durante los procesos de aprendizaje -siguiendo pautas de
comportamiento descriptibles desde el conductismo clásico-, en los que
un marco pragmático puede explicar sin mayor problema el
comportamiento humano, y la tenencia de conceptos -ej. significados,
creencias y verdad- en épocas posteriores del desarrollo humano, que
marcan una clara diferencia con respecto al pragmatismo. En palabras
de Davidson (2000):
[A]ntes de tener una idea de la verdad o el error, antes del
advenimiento de conceptos o pensamientos proposicionales, hay un
rudimento de comunicación en el simple descubrimiento de que los
sonidos producen resultados (…) Es el paso de la reacción a estímulos
próximos al pensamiento de objetos y eventos distantes, el paso de la
mera respuesta condicionada a lo que Wittgestein llamó ”seguir una
regla” (…) Durante el proceso de aprendizaje, la afirmación
pragmatista de que no se gana nada distinguiendo entre éxito (medido
por la aprobación del profesor u obteniendo lo que se quiere) y la
verdad es claramente correcta (…) Una vez que algo de gramática está
en la mano, sin embargo, las partes aprendidas de forma separada
pueden unirse de nuevas maneras, y la verdad se separa de lo
meramente útil o aprobado. Las referencias de nombres, la extensión de
los predicados, las formas de combinación ellas mismas, están en
manos de los maestros y de la sociedad; la verdad no (13-15).
Como hemos visto, a pesar de que converge en algunos puntos sobre la
visión de la creencia y la verdad que se asocia al pragmatismo, critica el
análisis pragmático de estos conceptos y sus relaciones. De manera más
explícita y en palabras del propio Davidson (2000):
Partiendo del hecho de que nunca seremos capaces de asegurar cuál de
nuestras creencias es verdadera, los pragmáticos concluyen que
podríamos también identificar nuestras creencias mejor buscadas y más
satisfactorias con las verdaderas, y abandonar la idea de objetividad
(…) Pero aquí tenemos una opción. En lugar de renunciar a la
igualmente visión tradicional (a la cual los pragmáticos se adhieren) de
que la verdad es una norma, hacerla algo a lo que aspirar. Estoy de
acuerdo con los pragmáticos que no podemos considerar de manera
consistente la verdad como objetiva y como algo a perseguir. Pero creo
que lo habrían hecho mejor adhiriéndose a una visión que tomase la
verdad como objetiva pero inútil como objetivo (7).
En este sentido, de Dummett y Putnam expone que ambos consideran la
verdad como ‘asertabilidad garantizada’, y respeta tal idea, pues
”relaciona verdad con actitudes humanas como la creencia, la intención,
el deseo”, y cualquier análisis de la verdad debe hacerlo. No obstante,
las condiciones para esta ‘asertabilidad garantizada’ son tan duras que
incluyen la verdad en sí misma, de manera que se produce circularidad,
a no ser que se especifiquen claramente estas condiciones, en cuyo caso
podrían falsarse.

Un enfoque probabilístico de la creencia y el deseo


Otra de las cuestiones interesantes del análisis de Davidson, es el dejar
intuir un enfoque probabilístico sobre creencias y deseos. En palabras
suyas (1974):
[L]as preferencias entre proposiciones que buscan la verdad acaban
siendo la base evidencial, de manera que una teoría revisada nos
permite hablar de grados de creencia en la verdad de las proposiciones,
y en la fuerza relativa de los deseos de que las proposiciones son
verdad (…) La teoría explicaría entonces las preferencias individuales
de este tipo atribuyendo creencias y valores al agente, y significado a
sus palabras (316).
En su análisis de las ideas de Ramsey, este enfoque probabilístico se ve
aún más claro:
[M]i creencia sobre la verdad es como la creencia de Frank Ramsey
sobre la probabilidad (…) el concepto de probabilidad se aplica en
primera instancia a actitudes proposicionales; es una medida del grado
de creencia. Él se preguntó a sí mismo: ¿Cómo podemos dar sentido al
concepto de grado de creencia (probabilidad subjetiva)? La
probabilidad subjetiva no es observable (…) Así Ramsey axiomatizó el
patrón de preferencias de un agente idealizado que, más o menos como
el resto de nosotros, ajusta sus preferencias a la verdad de las
proposiciones (o estados o hechos o eventos) de acuerdo con sus
valores y creencias (…) El concepto de probabilidad -o al menos de
grado de creencia- inobservable por el agente que lo tiene y por sus
observadores, unido a un concepto igualmente teórico de utilidad
cardinal, o evaluación subjetiva, y ambos unidos a la preferencia
simple por la estructura axiomatizada. La preferencia simple en cambio
proporciona la base empírica crucial a través de sus manifestaciones en
las elecciones de comportamiento (1996, 277-278).
En sus propias palabras:
[D]ebemos creer una teoría de la verdad para un hablante de la misma
manera en que creemos en una teoría de la decisión racional: ambas
describen estructuras que podemos encontrar, con un grado permisible
de adaptación e inadaptación, en las criaturas a las que se les ha dado
el don del discurso. Es en la adaptación e inadaptación en donde damos
contenido a los conceptos no definidos de probabilidad y valores
subjetivos -creencia y deseo, como les llamamos brevemente; y, por
medio de teorías como la de Tarski, al concepto no definido de verdad
(1996, 278).

La irreducibilidad de los conceptos


Una cuestión presente en todos los textos analizados es que los
conceptos tratados (verdad, actitudes proposicionales, etc.), y entre ellos
los que nos interesan (creencia y verdad, fundamentalmente) son
irreducibles. Por ello, no tiene sentido intentar supeditarlos o definirlos
complemente en función de otros conceptos o categorías: si ello fuese
así, no tendría interés -y probablemente tampoco sentido- hablar de
ellos, pues podríamos desarrollar toda la teoría y el pensamiento sin
ellos. Este es el resultado de la indeterminación que siempre existe a la
hora de tratar con las evidencias. En el primer texto (1974),
encontramos ya la siguiente cita, con una referencia interesante a la
consistencia de las teorías:
[s]i, contrariamente a lo que podría razonablemente esperarse, no
hubiese ninguna indeterminación, entidades como los significados y los
objetos de creencia no tendrían ningún interés (…) conceptos como
significado y creencia son, de una manera muy fundamental, no
reducibles a conceptos físicos, neurológicos, o incluso de
comportamiento [behaviouristic] (…) Son más bien los métodos que
tenemos que tomar a la hora de construir teorías de la creencia y el
significado los que aseguran la irreducibilidad de los conceptos
esenciales para esas teorías. Cada interpretación y atribución de
actitud es un movimiento dentro de una teoría holística, una teoría
necesariamente gobernada por la preocupación por la consistencia y la
coherencia general con la verdad (322).
En The folly of trying to define truth (1996), encontramos la misma
idea:
[P]ara la mayor parte, los conceptos que llaman la atención a los
filósofos, como verdad, conocimiento, creencia, acción, causa, lo bueno
y lo correcto, son los conceptos más elementales que tenemos,
conceptos sin los cuales (me inclino a decir) no tendríamos ningún
concepto. Entonces, ¿por qué debemos aceptar el hecho que hace de
estos conceptos definibles en función de otros conceptos que son más
simples, más claros y más básicos? (264)
Truth rehabilitated (2000) expone la misma idea y termina con una
referencia explícita a la irreducibilidad de los conceptos:
[c]onceptos como las intenciones, la creencia, el deseo, y más aún (…)
Todos estos conceptos (y más) son esenciales al pensamiento, y no
pueden ser reducidos a algo más simple o más fundamental. ¿Por qué
ser tacaños para conceder premios? Me complace repartir manzanas
doradas en general (17).

Conclusiones
Tras el análisis de la creencia y la verdad en Davidson, la principal
conclusión que saco es que para este autor los conceptos que hacen
referencia a las actitudes proposicionales (creencia, pero también deseo,
aserción, aceptación, pensamiento…) y a la verdad son conceptos
irreducibles, y por tanto no se pueden definir en términos de otros
conceptos. Esto no quiere decir que podamos aspirar a comprenderlos
cada vez más, para lo cual lo que se necesita precisamente es un análisis
conjunto de todos ellos y no tratarlos por separado. Así, si intentamos
definir creencia en función de una norma sobre la aspiración a la verdad,
o en función de un valor intrínseco de aspirar a la verdad, o en función
de una norma de aspirar a la verdad como cuestión práctica, o en
función de aspirar directamente a lo práctico, para este autor caeremos
en error: la creencia y la verdad son ante todo conceptos irreducibles.
De esta manera, Davidson huye de enfoques deflaccionistas de la verdad
y rechaza las teorías de las correspondencias hechos-significados o
hechos-creencias. Igualmente, tampoco acepta teorías pragmáticas que,
o bien eliminan la verdad, o la definen en términos de consecuencias
prácticas.
De manera más concreta, para Davidson la verdad tiene
una dimensión externa y una interna. Hay un componente extensivo
y cognitivo en ella, y es ese componente el que nos permite decir
que aspiramos a conocer ‘la verdad’ (‘La Perfecta Descripción de la
Realidad’), intentando acercarnos a ella cada vez más, aunque no
podamos obtenerla. A su vez, su dimensión interna, es decir, esta parte
conativa e intensiva, es la que no nos permite obtenerla nunca, la que
no nos permite definirla en función de otros términos (psicológicos,
físicos, etc.), y por tanto la que le otorga su carácter irreducible.
Dentro de esta parte interna a cada individuo, la que determina la
infinitud de creencias y significados, y el carácter irreducible de estos
conceptos, cabe un análisis social y probabilístico. En otras
palabras, tanto la creencia como el significado, y en sí la teoría de la
representación, permiten un tratamiento directo y práctico -aunque
nunca completo- en términos subjetivos, sociales y probabilísticos.
Es precisamente esta parte interna la que, al ser responsable del carácter
irreducible de estos conceptos, condiciona
la comprensión (understanding) de los hechos para que no sea
definible en términos de lo práctico-pragmático (esto es, en términos
de la ‘asertabilidad garantizada’), sino que para su comprensión es
necesario que entre en juego el concepto ‘verdad’.
Por último, resulta especialmente interesante para la investigación que
estoy llevando a cabo la aceptación de una explicación pragmática de
todos estos conceptos -que en realidad no existen como tal, pues no
conforman actitudes proposicionales- en los procesos de aprendizaje,
explicados en un marco conductista. Sin embargo, cuando con el paso
del tiempo estos conceptos se forman -de verdad- y se puede hablar de
actidudes proposicionales con contenido, ya no se pueden explicar las
actitudes en función de beneficios, cuestiones prácticas y actitudes
conductistas. En otras palabras, es interesante la explicación que ofrece
Davidson de cómo evolucionamos de las aceptaciones
recompensadas (rewarded aceptances, algo que encuadra en la
visión pragmática) a las creencias según nos formamos como
sujetos, y cómo esto implica la aparición de conceptos
irreducibles (algo que ya no encuentra en la visión pragmática)
asociados a actitudes proposicionales con contenido, y entre ellos, la
creencia y la verdad.

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