Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
TEMA 1: CONCEPTO DE
VOCACIÓN
1.- OBJETIVO:
Expresar el concepto unitario de la vocación.
2.- ORACIÓN:
Padre Santo y misericordioso, que diriges la historia de tus hijos, envía sobre nosotros tu
Espíritu de sabiduría y amor para que estemos atentos a tu llamado y tengamos la disposición para
responder con generosidad. Así sea.
VOCACIÓN NO ES PROFESIÓN
Is. 49,1: “El Señor me llamó desde el seno materno, desde las entrañas de mi madre
pronunció mi nombre".
Jer. 1,5: “Antes de formarte en el vientre, te conocí; antes que salieras del seno, te
consagré; te constituí profeta de las naciones”.
Gal. 1,15-16: “Cuando Dios, que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por
pura bondad se complació en revelarme a su Hijo y en hacerme su mensajero
entre los paganos”.
Nuestro Señor Jesucristo eligió a los doce con estas palabras: “Después subió a la montaña y
llamó a los que quiso” (Mc. 3, 13).
Nadie mejor que San Pablo ha expuesto la gratitud de la elección divina: “Por la gracia de
Dios soy lo que soy” (1ª Cor. 15, 10; Rom. 9, 10-16).
El acto con el que Dios elige a una persona le hace digna de la elección, y la capacita para
realizar la misión para la que es llamada. Aquí alcanza su cima el amor gratuito de Dios. Santo Tomás
expresa todo esto en una fórmula insuperable: “Somos buenos porque Dios nos ama, y no es que Dios
nos ama porque somos buenos. Nuestra misma bondad es fruto del amor que él nos tiene: En esto
consiste el amor, en que él nos amó…” (1ª Jn. 4,10).
Dios, al realizar sus designios, elige a los pequeños del mundo (2ªCor. 19,9-10), para evidenciar
mejor que cualquier obra, aún contando con el trabajo del hombre, es siempre efecto de su poder y de
su riqueza (D.T. 8, 17-18; Is. 10, 13-15; 1ª Cor. 1, 26-31).
4
4.2.- LA LLAMADA ES INICIATIVA GRATUITA Y AMOROSA...
Cuando se concreta la elección eterna de Dios, en el tiempo, se realiza el segundo momento
fundamental de la vocación: la llamada.
Esta llamada no es, en efecto, otra cosa que un encuentro con Dios que llama personalmente a
la conciencia más honda del individuo.
Este encuentro personal con Dios es, desde el punto de vista humano, el punto de partida de
toda vocación.
Después de encontrar a Cristo y quedar “atrapado” por él, Pablo está dispuesto: “¿Qué quieres
que haga?”
La vocación nos invita a penetrar más profundamente en el Misterio de Dios. Es un “nuevo
encuentro” con Dios.
La transformación realizada por la palabra que Dios dirige, se manifiesta de una manera
sorprendente en la vocación de San Pablo que cambia de golpe, de perseguidor encarnecido a
discípulo apasionado de Cristo, poseído por él y entregado del todo a él.
Creer en lo que él sabrá hacer a pesar de la pequeñez del llamado, aceptar sin reticencias sus
designios y comprometerse completamente en realizarlos. Lo que cuenta no son los proyectos que
hacemos nosotros, sino los que Dios tiene sobre nosotros. La vocación no nos la damos nosotros. Es
derecho de Dios llamar, y deber nuestro responder y basta. Por lo demás, esto es, sin duda, nuestro
mayor bien. No hay otro camino justo para nosotros que aquél por el que Dios nos llama.
Cuando el hombre responde conscientemente con el “si” a la llamada, se realiza entonces un
pacto entre Dios y el hombre. La mutua relación, se hace ahora comunión. Es bueno recordarlo, nuestra
respuesta de amor es siempre un don y gracia de Dios que siempre tiene la iniciativa soberana. No hay
vocación sin que haya un mandato de Dios: “Ahora ve; soy yo quien te envío” (Ex.3, 10). Dicho
mandato tiene como única explicación la voluntad salvífica de Dios (Ex. 3, 8).
4.3.- LA MISIÓN
Entrar en contacto con Dios, es participar en sus deseos y designios, y colaborar con él,
asumiendo un compromiso en la realización de sus planes.
Después de habérsele revelado, Dios dijo a Moisés: “Ahora ve, que yo te envío al faraón, y tú
sacarás a mi pueblo de Egipto” (Ex.3, 10). Amós, a su vez, testifica: “El Señor me tomó de detrás del
rebaño y me dijo: ve y profetiza a mi pueblo” (Amós 7, 15). De igual manera Isaías: “Ve, y di a este
5
pueblo: escuchad...” (Is. 6, 9). Al profeta Ezequiel: “Ve, habla a la casa de Israel” (Ez. 3,1). El
Señor dijo a los apóstoles: “Id, pues, y haced discípulos míos a todos los pueblos” (Mt. 28,19). Y a
Pablo: “Pero, levántate, y ponte de pie; pues me he aparecido a ti para constituirte servidor y testigo...
yo te envió, para que les abras los ojos; para que se conviertan de las tinieblas a la luz... (Act. 28, 16-
18).
Cristo vino para anunciar la Buena Nueva y eligió a sus apóstoles para que continuaran su obra.
Todo bautizado en la Iglesia primitiva era un mensajero del Evangelio por medio del testimonio de su
vida y la defensa, hasta el heroísmo, de su fe. Este compromiso misionero es una exigencia de la
vocación cristiana (A. A. 1,2).
LA RESPUESTA.
Es la disponibilidad ante Dios que llama, comprometiéndose toda la persona en el seguimiento
de Jesús. Es personal, libre, consciente, responsable y dinámica. Parte de una profunda inspiración de
fe. Expresamos esta realidad de manera global en el termino”opción”. La respuesta se da en el
cumplimiento de la misión recibida, en unas condiciones históricas concretas.
Descubrirás que esa felicidad es plenamente humana y divina. ¿Recuerdas la historia de los
doce llamados por Jesús, tímidos y pescadores de profesión, a los que la llamada convierte en valientes
y audaces apóstoles? Ésa es la historia de todos los llamados, desde los profetas hasta María, desde los
mártires de la Iglesia primitiva hasta los de hoy. La vocación es siempre también transformación; es
sueño capaz de transformar la realidad.
Si sientes en tu interior que el proyecto te supera y te asusta..., buena señal: quiere decir que al
menos no procede de ti, muy probablemente viene de lo alto.
En el plano meramente humano, es mejor el miedo a no estar a la altura, o la conciencia de la
propia pobreza ante un ideal digno de tal nombre, que la elección de un objetivo abordable y la
presunción de poder conseguirlo.
Si eliges como ideal de vida algo inferior, aunque sea mínimamente, a tus posibilidades, o algo
fácilmente asequible a tus medios, o algo acorde con tus capacidades y tu medida; no conseguirás
7
felicidad alguna, sino que estarás condenándote, simplemente, a repetirte y... a clonarte. Sólo Dios
puede pedirte el máximo y darte, al mismo tiempo, la fuerza necesaria para realizarlo.
TRABAJO EN CASA.
Contesta lo que se te pide:
6.- ORACIÓN:
AL SEÑOR DE LA MIES
LA VOCACIÓN,
TEMA 2:
ENCUENTRO CON LA
TRINIDAD EN LA IGLESIA
1.- OBJETIVO:
Descubrir como la vocación es un encuentro con la Santísima Trinidad en la Iglesia.
2.- ORACIÓN:
Dios grande y misericordioso, que has creado el mundo y lo
custodias con inmenso amor, tú velas como Padre sobre todas las criaturas y
reúnes en una sola familia a los hombres creados para gloria de tu nombre,
redimidos por la cruz de tu Hijo, marcados por el sello del Espíritu.
Cristo, tu Palabra viva, es el camino que nos guía a ti, la verdad que
nos hace libres, la vida que nos llena de alegría. Por medio de él te elevamos
el himno de acción de gracias por los dones de tu benevolencia. Amén.
3.- INTRODUCCIÓN:
Hemos hablado de la vocación como un acto que, implicando profundamente la voluntad
humana, nace exclusivamente de la libre y gratuita iniciativa del amor divino. Es un “don” que hace
Dios al hombre con intención de salvarle. En esta aventura toda la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu
Santo está comprometida (cf. 1ª Cor. 12, 4-6; 2ª Cor. 1, 21-22).
En esta obra, como hemos escuchado a San Pablo, es el Padre quien toma la iniciativa. Es el
Padre quien “da” los discípulos a Jesús. “Nadie puede venir a mí si el Padre no le trae” (Jn. 6, 44; 10,
29; 17, 6-12).
Es Cristo, pues, quien llama, y no hay auténtica vocación sino se le encuentra y no se escucha
su voz que dice: “Ven, y sígueme”. Escuchar a Cristo que habla, equivale a encontrar a Cristo y unirse
a él con todo el ser. Cristo no pide dejar esto o aquello, hacer esto o lo demás allá, pide la completa
entrega personal, elegirle a él únicamente y, en consecuencia, abandonar todo lo demás como señal de
dicha opción incondicional. No se dan medias tintas ni términos medios.
No son los criterios humanos y psicológicos los que pueden juzgar la autenticidad de la
vocación; se le descubre principalmente en la oración y se valora a la luz de la teología.
La vocación es una gracia. Por su naturaleza supone y exige que se haga sentir una voz, la voz,
en efecto, del Padre, por Cristo, en el Espíritu, inefable invitación: Ven. Es esta una gracia que encierra
su poder de atracción.
11
7.- LA MEDIACIÓN DE LA IGLESIA
El plan de Dios, según nos ha recordado el Concilio, es formar una comunidad de salvados,
llamando a todos los hombres a la participación de su misma vida (cf. L.G. 2): dicha comunidad es la
Iglesia.
La Iglesia, pues, es la realización del designio divino, el “lugar” donde Dios llama y donde El se
muestra. Es un pueblo sacramental en el que se manifiesta la intervención de Dios en los
acontecimientos de la historia humana y donde se realiza la salvación (instrumento) (cf. L.G. 1).
Recordándonos que la Iglesia es sacramento, es decir, signo eficaz de Cristo; es Cristo que se hace
ahora visible en medio de los hombres, cuya única misión es anunciarlo, mostrarlo, darlo a todos.
El Papa, a su vez, declara: “La vocación viene directamente de Dios. Pero esto es un hecho tan
singular y delicado, tan sagrado que no puede prescindir de la intervención de la Iglesia: la Iglesia lo
estudia, la Iglesia favorece, la Iglesia lo educa, la Iglesia lo asume” (Mensaje Jornada de la
Vocaciones, 5 de Marzo de 1967).
12
La Iglesia, por fin, lo ratifica y sella definitivamente por medio de la consagración;
bautismal, religiosa, sacerdotal. A través de su mediación Dios pone definitivamente su sello sobre el
llamado, quien no podrá desde ese momento sentirse sino como “plenamente poseído”.
TRABAJO EN CASA.
Contesta lo que se te pide:
6.- ORACIÓN:
Señor Jesús, derrama sobre nosotros la abundancia de tu
Espíritu de amor, para que renueve en nuestro corazón la alegría y
la gracia de la consagración.
TEMA: 3 LA VOCACIÓN
DE ISRAEL COMO
PUEBLO DE DIOS
1.- OBJETIVO:
Descubrir cómo Dios ha elegido un pueblo y cómo tiene que corresponder al designio amoroso
de Dios.
2.- ORACIÓN:
Con cuánta ternura, Jesús,
llamaste a tu comunidad: “Mi pequeño rebaño”.
Tú nos soñaste, Señor, como comunidad fraterna
que reconoce a tu Padre como también “nuestro”.
Al enviar a tus misioneros de dos en dos,
pensabas en un testimonio comunitario.
Tus primeras comunidades sorprendieron al mundo
por su equidad, su solidaridad, su alegría y su perdón.
Que podamos seguir siempre esas huellas, Señor,
muy unidos como Iglesia,
en comunión profunda entre nosotros,
anticipando el gran amor de la eternidad.
Amén.
3.- INTRODUCCIÓN:
“Tu eres un pueblo consagrado al Señor, tu Dios, que te ha
elegido a ti para pueblo suyo entre todos los pueblos que hay sobre la
tierra” (Dt. 7, 6; 14, 2). “Si escucháis la verdad de mi voz y guardáis mi
alianza, vosotros seréis mi propiedad peculiar entre todos los pueblos,
porque toda la tierra mía es; seréis un reino de sacerdotes, una nación
santa” (Ex. 19, 5-6).
Israel, elegido del Señor, es el pueblo que Yahvéh ha creado para sí. Se trata de una auténtica
elección, y técnicamente formulada. El Dios de Israel es el creador de toda la tierra y el Señor del
universo, ha hecho a Israel con un acto de amor, que significa preferencia, un acto de voluntad que
procede del misterio de su santidad. Origen primero de un designio de amor por el cual el Dios Santo
es “el Santo de Israel”, la elección mantiene a Israel.
“En ti serán benditas todas las familias de la tierra.” Es el fin supremo de la llamada del “padre”
y de la creación de la “descendencia”.
15
b) “Propiedad particular” de Yahvéh
“Yahvéh ha elegido a Jacob, a Israel” (Sal. 135, 4). Se trata de una especial pertenencia de
Israel a Yahvé.
Por una especialísima benevolencia de elección, cuya explicación está escondida en el misterio
de su voluntad, Yahvéh elige a Israel, proponiéndose entablar con él una relación que lo constituya en
pueblo particularmente suyo.
“No digas en tu corazón: Porque soy justo me ha dado el Señor la posesión de esta tierra, siendo
así que el Señor expulsa a estas naciones... para cumplir la palabra jurada de Abrahán” (Dt 9, 4-6). No
por su poder ni a causa de su justicia, sino por la fidelidad de Yahvéh a la palabra jurada una vez por
siempre a sus “padres”, recuerde Israel que todo proviene de la pura benevolencia de Yahvé. Cuídese
bien Israel de no caer en la tentación de atribuirse a sí mismo lo que en realidad es don de Yahvéh, por
su parte, su deber es una total respuesta.
Los profetas especialmente han comprendido que sólo una fe genuina en Yahvéh, el Dios santo
de la elección, permitirá a Israel alcanzar la propia identidad, vivir la propia vocación, al resguardo de
ilusiones y pretensiones falsas.
El Dios de Israel es Señor universal; no tiene necesidad del pueblo que ha querido escogerse
como instrumento de sus designios; Al contrario, es Israel quien debe vivir según Yahvéh si quiere
conseguir aquello para lo que ha sido elegido.
Israel se reconoce ser una nación que Yahvéh ha puesto aparte y reservado para sí. Por eso se
dice en el Éxodo (19, 6): “seréis para mí una nación santa. “Tu eres un pueblo para Yahvéh tu Dios”
(Dt 7, 6; 14, 2). Israel sea un pueblo consagrado a Yahvé, cuya existencia está señalada por una
vocación de pertenencia y de servidumbre.
Israel es un pueblo sacerdotal, y tiene que ofrecer culto a Dios. Este pueblo consagrado a
Yahvéh, Israel, está llamado a ofrecer a Yahvéh el homenaje de un culto digno y agradable.
17
5.3.- SANTOS PORQUE YAHVÉH ES SANTO
Israel, pueblo santificado-consagrado, ha de vivir como tal.
“Sed santos, porque yo, Yahvéh, vuestro Dios, soy santo” (Lv 11, 44; 19, 1; 20, 26). Se expresa
una obligación: “sed santos”, y se añade el motivo: “porque yo, Yahvéh, vuestro Dios, soy santo”. Tres
son los elementos aquí ligados: primero, que Dios es santo; segundo, que Yahvéh es el Dios santo de
Israel, y tercero, exigencia de los dos precedentes, que también los israelitas sean santos.
Israel es santificado por su relación con Yahvéh, habiendo sido “segregado” de entre los demás
pueblos y constituido propiedad particular del Dios Santo, un pueblo todo él consagrado a Yahvéh.
Israel en concreto vivirá esta vocación suya a la santidad ante todo mediante la consigna de la
separación
Observando la ley, toda ley, los israelitas se apartarán de un mundo contaminado, indigno de la
sacralidad.
TRABAJO EN CASA.
Contesta lo siguiente:
1.- ¿Cuáles son las consecuencias de haber sido elegido como el pueblo que pertenece a Dios?
7.- ORACIÓN:
Señor Jesús, Tu que prometiste tu presencia entre los que
guardan tu palabra con un corazón recto y sincero, oye nuestra oración.
También ahora los trabajadores de tu evangelio son pocos: son pocos ante las grandes
necesidades de nuestro mundo moderno; pocos ante tantos hombres y mujeres que esperan ser
instruidos, ayudados y consolados.
“Niños fueron a pedir pan y no hubo nadie que se los partiera” (Lam.4, 4). En tu bondad, no
permitas que tus niños anden sin que haya quienes les repartan el pan de tu evangelio y quienes traigan
a los pobres y oprimidos el don de la libertad que ansían. Amén.
LAS VOCACIONES
TEMA: 4
INDIVIDUALES EN EL
ANTIGUO TESTAMENTO
1.- OBJETIVO:
Descubrir el proceso vocacional en algunos personajes bíblicos del Antiguo Testamento.
2.- ORACIÓN:
Señor Jesús, Pastor de nuestras almas, que continúas llamando con
tu mirada de amor a aquellos que viven en las dificultades del mundo de
hoy, abre su mente para oír entre tantas voces que resuenan a su alrededor,
tu voz inconfundible, suave y potente.
Juan Pablo II
19
3.- INTRODUCCIÓN:
En el Antiguo Testamento se perfilan dos tipos de vocaciones: una colectiva y otras
individuales.
La vocación colectiva, la llamada a formar, el pueblo santo y sacerdotal que vive en alianza
con Dios (cf. Ex 19, 3-6).
Las vocaciones individuales están destinadas a desarrollar un ministerio particular dentro del
pueblo de Dios.
Las vocaciones individuales tienden por sí mismas a la formación y crecimiento del pueblo de
Dios. Estas vocaciones son con frecuencia la respuesta concreta de Dios a los “gemidos” del pueblo
(cf. Ex. 2,23; 4; 9). Los llamados, con su misión, promueven la fidelidad del pueblo a la alianza.
La relación más estrecha entre vocación individual y vocación colectiva se encuentra en Abrahán,
cuya vocación es individual y colectiva al mismo tiempo, en cuento “germen” del pueblo de Dios.
Llamado como individuo, Abrahán es destinado a ser una nación numerosa como las estrellas del cielo
y como las arenas del mar. Dios hará que llegue a ser “naciones” y de él saldrán reyes (cf. Gn. 17,6).
Vamos a reflexionar en cinco vocaciones individuales del Antiguo Testamento: Abrahán, Moisés,
Josué, Samuel y David. De cada una de ellas veremos el origen, la misión y la respuesta, y la
realización del llamado en el plano personal.
La palabra de Dios que llama tiene la fuerza de separar a Abrahán de su ambiente sociocultural
y de conducirlo a una tierra para él desconocida. Esa misma palabra, cargada de promesas: “haré de ti
un gran pueblo” (Gn. 12, 1) Lanza a Abrahán por un camino de fe. Según la carta a los hebreos, Dios,
llamando a Abrahán, le ha pedido junto con la fe, una obediencia heroica: “Por la fe, Abrahán,
obediente a la llamada divina, salió hacia una tierra que iba a recibir en posesión, y salió sin saber a
donde iba”. Sin embargo Abrahán sabía que podía contar totalmente con su Dios, que se le había
manifestado como su protector: “No temas, Abrahán, yo soy tu escudo”.
La pronta respuesta de Abrahán a la llamada divina, que le manda salir de su pueblo, se nota por
el verbo (marchar), el mismo verbo con el que se indica el mandato: “Vete, y entonces Abrahán
marchó, como el Señor le había ordenado” (Gn. 12, 1-4). Del “Éxodo” de Abrahán de su región se
mencionan las etapas de la partida y la llegada. En Siquén, Abrahán construye el primer altar y ofrece
culto al Señor que lo había llamado (Gn. 12,7b). La segunda parada tiene lugar en las montañas al
oriente de Betel; aquí construye Abrahán otro altar e invoca el nombre del Señor (Gn. 12,8). Estos dos
lugares pasarán a la historia como santuarios patriarcales.
21
4.4.- PADRE A PRECIO DE UNA VIDA
La vocación a ser padre de la fe de una numerosa descendencia como las estrellas del cielo y las
arenas del mar y en recibir en herencia la tierra prometida (cf. Gn. 15,5-7) exige de Abrahán la ruptura
con su ambiente natural.
La respuesta a la vocación-misión de ser mediador y transmisor de bendición para todos los
pueblos reviste para Abrahán matices dramáticos. Dios le pide el sacrificio de una triple separación: de
su región (tierra), de su pueblo natal y de la casa de su padre. Pedirá a Abrahán inmolar al hijo de la
promesa: “Toma a tu hijo único, al que amas, Isaac, ve a la región de Moriah, y ofrécelo ahí en
holocausto, en un monte que yo te indicaré” (Gn 22,2).
Es la fe en Dios la que es capaz de llevar a cumplimiento cuanto la que sostiene a Abrahán por
el camino de la obediencia, la que le da la fuerza para dejar un destino seguro a fin de recibir como
heredad en esperanza una tierra nueva y un pueblo numeroso y ser una bendición para todas las
familias de la tierra.
Mientras Moisés era introducido en toda la riqueza de la cultura Egipcia, los israelitas se veían
sometidos a condiciones de vida muy penosas (Ex. 2,11). Llegado a la edad de los cuarenta años
(cf. Act. 7,22), Moisés se va con sus hermanos. Conocido su estado de opresión, toma su defensa
(Ex. 2,12). Sintiéndose rechazado por sus propios hermanos de fe (Ex. 2,14), y buscado a muerte por el
faraón (Ex. 2,15), Moisés rompe con su pasado y, fugitivo, encuentra refugio en una tribu de
Madianitas (Ex. 2,15-22), donde, como en otro tiempo los patriarcas, se dedica al pastoreo (Ex. 3,1).
En la soledad del desierto Moisés encuentra a Dios, que se le revela como el Dios de los padres
y le habla de las promesas (Ex. 3,1). El desierto, contemplado como ambiente natural de la revelación y
de la salvación, es el lugar donde Dios se manifiesta a Moisés.
La atención de Moisés es atraída por una zarza que arde en el fuego sin consumirse: “La zarza
ardía y no se consumía” (Ex. 3,2). Moisés se decide a dar una vuelta alrededor para darse cuenta de
qué se trata: Y Dios, llamado “ángel del Señor”, irrumpe en la vida de Moisés y se le revela en una de
tantas manifestaciones como hay en la Biblia. También en la vocación de Moisés, como en la de
Abraham, la visita divina es repentina e imprevista. Es Dios quien se revela a Moisés, entrando en
diálogo con él, y no Moisés el que va en busca del Señor.
El libro del Génesis se cierra con la esperanza-certeza de que Dios visitaría su pueblo, que los
sacaría del país de Egipto y que según las promesas, le daría en herencia la tierra de Canaán
(Gn. 50,24-25).
El libro del Éxodo se abre subrayando el hecho de que una parte de las promesas se había
realizado. De hecho, “los israelitas eran muy fecundos y se multiplicaron mucho, aumentando
progresivamente y llegando a ser tan numerosos que llenaron toda aquella región” (Ex. 1,7).
Bajo el peso de la opresión, los israelitas levantan gritos de lamento y su grito sube hasta Dios.
El Señor escuchó su “lamento”, se acordó de su alianza con Abraham y Jacob, miró la condición en
que estaban los israelitas y se lo tomo a pecho, enviando a Moisés a liberarlos” (Ex. 2, 23-24).
La misión de Moisés, el libertador, se desarrolla en dos vertientes: en sus enfrentamientos con el faraón
(ex. 3,7-10) y en los que ha de sostener con los propios israelitas (Ex. 3,16-20).
Moisés recibe el mandato de presentarse al faraón en nombre del Dios de los hebreos para pedirle que
deje salir a su pueblo. “Ve, pues. Yo te envío al faraón para que saques a mi pueblo, a los hijos de
Israel, de Egipto” (Ex. 3,10).
A los israelitas Moisés debe recordarles las promesas hechas por Dios a los padres. “Anda,
reúne a los ancianos de Israel y diles: El Señor, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de
Isaac, de Jacob, se me ha aparecido y me ha dicho: Os he visitado y he visto lo que se os hace en
Egipto. He determinado sacaros de la aflicción de Egipto a la tierra de los cananeos...” (Ex. 3,16-17).
En el nombre del Dios de los hebreos, Moisés tiene que liberar al pueblo de la opresión egipcia
y conducirlo para que viva la alianza y las promesas en la tierra de Canaán (cf. Ex. 6, 6-8).
24
5.4.- OBJECIONES
Ante el mandato de Dios: “Ve, pues te envío... Haz salir de Egipto a mi pueblo” (Ex. 3, 10),
Moisés contrapone su sencillez de pastor de ovejas (cf. Ex. 3, 1). En el vano intento de resistir la
llamada divina (vocación-misión), que él mismo siente superior a sus fuerzas, Moisés se vuelve a Dios
y le suplica que tome en consideración su verdadera ineptitud para tal misión: “¿Quién soy yo para ir
al faraón y sacar de Egipto a los hijos de Israel?” (Ex. 3, 11).
A la objeción de Moisés, común en la Biblia a las demás vocaciones (cf. Jue. 6, 15; Is. 6, 5;
Jr. 1, 6, etc.), le sigue la confirmación de la protección de Dios, expresada en la fórmula clásica: “Yo
estaré contigo” (Ex. 3,12). Como garantía de la divina protección, Dios da a Moisés una señal: “Esta
será la señal de que yo te he enviado: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, adoraréis a Dios en
este monte” (Ex. 3,12).
La objeción de Moisés tiene fundamento en su misma persona. Se le pide que presente al faraón
y a los israelitas y que les diga lo que le ha hablado el Señor, y él, además de no ser un buen orador, es
tartamudo: “Señor, yo no soy hombre de palabra fácil, y esto no es ya de ayer ni de anteayer, ni desde
que estas hablando a tu siervo, pues yo soy tardo en hablar y torpe de lengua” (Ex. 4,10; cf. 6, 12).
Dios responde a la nueva objeción recordándole a Moisés que es él, el Señor, el que le da la boca al
hombre, el que hace mudo a uno y a otro sordo, a uno ciego y a otro con vista, y le asegura su ayuda:
“Ve yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de decir” (Ex. 4,12).
Asustado por la difícil misión, Moisés hace una última tentativa para evadirse, y ruega al Señor
a que envíe a otro, pero no a él: “Ay, Señor; envía al que quieras, no a mí” (Ex. 4,13). Intento de
evadir la misión y de forzar la mano del Señor para que envíe a otro en su lugar, Moisés provoca la ira
de Dios (Ex. 4,14). Entiende que la llamada de Dios es inevitable y que no puede sustraerse a ella.
Para liberar a su pueblo Dios elige a un hombre tartamudo (Ex. 4,10), que ha sido ya rechazado
ya por sus hermanos (Ex. 2,14) y fugitivo en el país de Madían (Ex. 2,15). Este es a quien Dios
constituye “cabeza y juez” sobre su pueblo. Moisés, sostenido por la fuerza que le viene del Señor,
vuelve a Egipto y reivindica para todos sus hermanos oprimidos la dignidad de hijos de Dios: “Tú
dirás al faraón: Así dice el Señor: Israel es mi hijo, mi primogénito. Yo te digo que dejes salir a mi hijo
para que me sirva; pero como te niegas a hacerlo, yo mataré a tu hijo, tu primogénito” (Ex 4, 22-23).
Siempre por medio del verbo “tomar”, el Antiguo Testamento indica algunas de las vocaciones
más significativas de la Biblia: Abraham, David, Amos, Isaías.
Amós afirma ser profeta no por propia iniciativa, sino porque ha sido tomado, esto es, elegido
por Dios y por él mismo constituido profeta: “Yo no soy profeta ni hijo de profeta, yo cuidaba
bueyes y cultivaba sicómoros; pero el Señor me tomó (laqab) de detrás del rebaño y me dijo:
“Ve a profetizar a mi pueblo Israel” (Am 7,14-15).
Otras veces es el Señor quien, valiéndose de intermediarios, se dirige a sus elegidos y les
recuerda o lo que ha hecho o lo que va hacer. Así, el profeta Natán recuerda a David como Dios lo ha
tomado, esto es, lo ha elegido, y de pastor de ovejas ha hecho de él un pastor de pueblos
(1ª Sm. 16,11-13).
6.2.-RITO DE INVESTIDURA
Llamado Josué para suceder a Moisés, recibe la autoridad mediante la imposición de manos.
Con este rito de investidura él se llena del “espíritu de sabiduría” (Dt. 34, 9) y se le confiere la
capacidad de ejercer el cargo de cabeza del pueblo de Dios, con los debidos poderes (Nm 27,23).
La imposición de manos es un rito, del que hay diversos testimonios en el Antiguo Testamento,
con significados diversos. Puede indicar:
1) La riqueza de la bendición que los patriarcas transmiten a sus hijos (cf. Gn. 48, 13-20).
2) La íntima unión existente entre la víctima y el oferente (cf. Nm. 8, 10-16; Lv. 1, 4; 3, 2; 4, 4;
16, 21-22);
3) La posesión de un cargo, con los poderes que le corresponden, como en nuestro caso.
La imposición de manos sobre los llamados aparece por vez primera en la vocación de Josué.
Dice, en efecto, el Señor a Moisés: “Toma a Josué, hijo de Nun...; pon tus manos sobre él. Preséntalo
luego al sacerdote y a toda la comunidad, y en su presencia le darás instrucciones” (Nm 27, 18b-19).
Con este rito Moisés transmite a Josué parte de su autoridad de “cabeza y juez”: “le
comunicarás parte de tu autoridad” (Nm. 27,20ª). Josué es formalmente reconocido como cabeza de
Israel; a él le debe obediencia todo el pueblo (Nm. 27,20b).
27
6.3.- MISIÓN
Doble es la misión que se le confiere a Josué mediante la imposición de las manos: una
carismática y la otra político-militar.
En cuanto cabeza carismática. Como guía espiritual del pueblo, Josué no deberá alejarse jamás
de la ley del Señor, sino meditarla día y noche, para estar en disposición de actuar conforme a
lo que está escrito (Jos. 18), para transmitir al pueblo la palabra de Dios (cf. Jos. 20, 1-6) y
llamarlo a la fidelidad de la alianza, que fue pactada por Dios en el desierto (cf. Jos. 22, 1-8; 24,
1-24) y que le hará renovar en la gran asamblea de Siquén (cf. Jos 24, 25-27).
Como jefe militar, Josué recibe la misión de introducir a Israel en la tierra prometida: “Tú
debes llevar a este pueblo a la tierra que el Señor juró dar a sus padres” (Dt. 31, 7).
Josué ha recibido de Dios el encargo de guiar a Israel por los camino del Señor. “Habéis
cumplido todo lo que os mandó Moisés, siervo del Señor, y habéis obedecido mi palabra en todo”
(Jos. 22, 2).
28
La vida de Josué se cierra llena de años (cf. Jos. 23, 1-2), con la satisfacción de ver a todas
las tribus de Israel reunidas en Siquén para renovar la alianza en la tierra prometida: “Josué hizo aquel
día alianza con el pueblo y le dio en Siquén leyes y preceptos; y escribió Josué estas palabras en el
libro de la ley de Dios” (Jos. 24, 25-26).
Por primera vez se hace resaltar el papel propio de la madre, tanto en el origen como en la
formación de una vocación. Samuel es un “don” de Dios de Ana, que se lo había pedido “por exceso
de su pena y dolor” (1ª Sm. 1, 16), y un “don” de Ana al Señor (1ª Sm. 1, 11), que se había acordado
de ella (1ª Sm. 1, 19) Su vocación, sin embargo, no hay que atribuirla a la madre, que lo ha ofrecido al
servicio del Tabernáculo, sino únicamente a Dios, que lo llama y lo ofrece como profeta y juez a su
pueblo en una etapa en que “era raro oír la palabra de Dios” (1ª Sm. 3, 1).
Fiel al voto hecho en Silo: “Si te dignas mirar la aflicción de tu sierva, si te acuerdas de mí y
no olvidas a tu sierva y me das un hijo varón, yo lo consagraré todos los días de mi vida y la navaja no
pasará por su cabeza” (1ª Sm. 1, 11). Ana lo llevó al templo de Silo para ofrecerlo al Señor.
Le dirá al sacerdote Elí: “Yo le pedía este niño y el Señor me lo ha concedido. Ahora, yo se lo doy al
Señor todos los días de mi vida, es donado al Señor” (1ª Sm. 1, 27-28).
Su formación, comenzada en Rama por parte de la madre, continúa a cargo del sacerdote Elí en
Silo, donde Samuel servía al Señor, en la medida propia de un niño (1ªSm. 2, 18). Samuel “iba
creciendo en estatura y en gracia ante el Señor y ante los hombres” (1ª Sm. 2, 26).
29
7.2.- LLAMADA DIVINA.
En un momento en que “era raro oír la Palabra del Señor y no era frecuente la visión”
(1ªSm. 3, 1b), la Palabra de Dios, desatendida por Elí y sus hijos Ofní y Finés (1ª Sm. 2, 12-17),
irrumpe en la historia, llama Dios por su nombre a un adolescente y lo constituye profeta (1ª Sm. 3, 4.
6.8.10).
Samuel duerme en las dependencias del templo donde estaba el arca de la alianza, con el encargo de
vigilar la lámpara en lugar del anciano Elí, cuando el joven se siente llamar por su nombre: “¡Samuel!”
(1ªSm. 3,4). Despierto por la voz, Samuel responde: “Aquí estoy, y corrió a Elí y le dijo: Aquí estoy,
pues me has llamado. El sacerdote respondió: No te he llamado, vuelve a dormir. Y el se volvió y se
echó a dormir” (1ª Sm. 3, 4-5).
El hecho se repite tres veces. Después de la segunda llamada (1ª Sm. 3, 6), el autor del libro de
Samuel hace resaltar la circunstancia de que hasta ese momento el joven no había conocido aún al
Señor ni le había sido revelada aún la palabra del Señor (1ª Sm. 3, 7). Samuel ni sospechaba siquiera
que sea Dios el que le llama y que aquella voz tenga un origen sobrenatural.
El Señor vuelve a llamar a Samuel por tercera vez. Este se levanta y va de nuevo hacia Elí
diciéndole: “Aquí estoy, pues me has llamado” (1ª Sm. 3, 8). Elí ya no tiene duda: ¡el joven no sueña!
Comprende que es Dios el que llama a Samuel por su nombre (1ª Sm. 3, 8); por eso le ayuda a
identificar la misteriosa “voz”, sugiriéndole cómo debía responder al Señor: “Vete a acostarte, y si te
llaman dices: Habla Señor, que tu siervo te escucha” (1ª Sm. 3, 9).
Una vez que Samuel ha vuelto a acostarse, viene el Señor, está nuevamente junto a él y lo llama
una ves más por su nombre: “¡Samuel, Samuel!” Instruido por Elí para descubrir en la palabra que le
llama la voz del Señor, Samuel responde: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha” (1ªSm. 3, 10).
El Señor se revela por primera vez a Samuel en el Santuario de Silo. Samuel toma conciencia
del plan que Dios tiene acerca de él y, sin oponer resistencia alguna, se pone al servicio de la misión
que el Señor le va a confiar.
7.3.- MISIÓN
Dios confía a Samuel una doble misión: la de profeta (1ª Sm. 3, 20) y la de juez (1ª Sm. 7, 16).
Como profeta, Samuel es el portavoz de Dios, el defensor de sus derechos y el ejecutor de sus
planes. Dios le encomienda transmitir al sacerdote lo siguiente: “Voy a hacer en Israel una
cosa tal que sacudirá los oídos del que la oiga. Aquel día haré venir sobre Elí todo lo que he
dicho contra su casa, desde el principio hasta el fin. Ya le he declarado que voy a castigar a su
casa para siempre, porque él sabía que sus hijos ultrajaban a Dios y no los corrigió. Por eso,
juro a la casa de Elí que la culpa de la casa de Elí no podrá expiarse nunca, ni con sacrificios
ni con ofrendas” (1ª Sm. 3, 11-14).
“El Señor estaba con él, no dejó perderse ni una sola de sus palabras. Todo Israel, supo
que Samuel estaba acreditado como profeta del Señor. El Señor continuó manifestándose en
Silo, porque se le revelaba a Samuel” (1ª Sm. 3, 19).
Como Juez, Samuel pronuncia las “decisiones” de Dios. Al pueblo que acude a “consultar al
Señor” en varios santuarios y que le pregunta no sólo sobre los problemas relativos al culto,
30
sino también lo concerniente a la justicia, él le da respuestas dictadas por la tradición, en las
que todo sacerdote debe ser experto, y por el código de la alianza. Ejercía el oficio de juez.
Siendo un juez pacífico, Samuel no se desentiende de la situación política. Conoce bien que
consecuencias nefastas puede tener para Israel la presencia de los Filisteos. El pueblo, que gime
por sus infidelidades bajo la opresión de los filisteos, alza el grito de su lamento al Señor, que lo
escucha, enviándole a Samuel. Este invita al pueblo a retornar al Señor, a derribar todos los
dioses extranjeros, a enderezar al Señor su corazón y a servirle a él sólo si quiere ser librado de
la mano de los filisteos. Confrontados por la oración de Samuel y acompañados por el auxilio
del Señor, los Israelitas derrotan a los filisteos (1ª Sm. 7, 3-12) y se liberan de su opresión
durante todo el tiempo en que Samuel ha sido “Juez” en Israel (1ª Sm. 7, 13-15).
De Samuel profeta se dice que llegó a ser grande y que era acreditado como tal por el Señor
ante el pueblo (1ª Sm. 3, 19-20). De Samuel, como juez, se dice que ejerció este oficio durante toda su
vida y en diversas localidades (1ª Sm. 7, 15-16).
A la petición del pueblo de tener un rey como todos los demás pueblos (1ªSm. 8,5) responde
Dios autorizando al profeta Samuel para hacer caso de tal petición (1ªSm. 8,7-9).
Después de la reprobación definitiva de Saúl (1ª Sm. 15, 10-23), Dios ordena al mismo Samuel
que unja en secreto a David, hijo de Jessé, como “rey” de su pueblo (1ª Sm. 16, 1). El acontecimiento
de la elección se prepara con dos intervenciones de Dios (1ª Sm. 13, 14; 15, 28). A David se le confía
el encargo de resistir al filisteo, que arrojaba la “ignominia” sobre Israel (Eclo. 47, 4), de inaugurar una
dinastía protegida y bendecida, capaz de encarnar históricamente la autoridad de Dios y la unidad
nacional del pueblo, y de ser portadora de la esperanza mesiánica (cf. 2ª Sm. 7, 1-17; 1ª Cor 17, 1-15).
En la Biblia la línea de la bendición no pasa nunca por la primogenitura: así Jacob es preferido
a Esaú (Gn. 27), Efraín a Manases (Gn. 48, 14.19), Judá a Rubén (Gn. 48, 8.12) y en Judá la familia de
Jesé (1ª Sm. 16, 1). Fiel a este modo suyo de proceder, Dios confía el cargo de efectuar la salvación a
las personas menos cualificadas en el plano humano (cf. Jue. 6, 11), para que se manifieste más
claramente la bondad de Dios y su intervención. En conformidad con este principio, Dios elige a
David, persona de poca importancia dentro de su misma familia, para confundir a los poderosos y
reducir a la nada lo que es (cf. 1ª Cor. 1, 27-29).
La vocación de David como rey de Israel esta acompañada de un rito sagrado: la unción, que le
confiere el mediador Samuel, en presencia del padre y de sus hermanos (1ªSm. 16,13). Esta unción
confiere a David el Espíritu del Señor para hacer de él el salvador y el guía sabio del pueblo de Dios.
32
La unción, como rito religioso, hace de David una persona consagrada, lo habilita para
desempeñar algunos actos religiosos, lo hace partícipe de la santidad de Dios. Desde el momento de la
unción, David adquiere el derecho de sucesión como rey de Israel.
8.3.- MISIÓN
Doble es la misión de David: la de “rey-pastor” (2ª Sm. 5, 2), esto es, “cabeza” y la de
“heredero-transmisor” de promesas, a través de una “descendencia” protegida y bendecida
(2ª Sm. 7, 4-17).
Como rey-pastor, David recibe la misión de guiar a Israel en su lucha contra los filisteos para la
plena posesión de la tierra de Canaán. Jerusalén, David la elige como capital de su reino, la
hace centro de la unidad de la tribu de Israel, y pone en ella el arca de la alianza para ofrecer
ante el Señor holocaustos y sacrificios de comunión (2ª Sm. 6, 17).
Como heredero-transmisor de las promesas, David es elegido por Dios cabeza de estirpe de una
nueva descendencia. David es por vocación portador de “bendición”, una bendición que no se
refiere sólo a él, sino que afecte a toda su descendencia: “Tu casa y tu reino subsistirán para
siempre ante mí, y tu trono se afirmará para siempre” (2ª Sm. 7, 16).
Como “rey-pastor”, David obtuvo de Dios reinar cuarenta años (2ª Sm 5, 4). David crecía
siempre en poder, que el Señor de los ejércitos estaba con él, que lo confirmaba como rey de
Israel, le daba la victoria a dondequiera que iba (2ª Sm. 8, 6-14). “Reinó David sobre todo
Israel, administrando derecho y justicia a todo su pueblo” (2ª Sm. 8, 15). Es ésta la máxima
alabanza que se puede hacer de un rey (cf. Jr. 23, 5; 33, 15).
TRABAJO EN CASA.
Contesta lo que se te pide:
9.- ORACIÓN:
ORACIÓN POR LAS VOCACIONES.
¡Manda, Oh Jesús, obreros a tu mies, que esperan en todo el mundo; a tus apóstoles y
sacerdotes santos, a los misioneros heroicos, a las religiosas amables e incansables!
¡Enciende en el corazón de los jóvenes y de las jóvenes la chispa de la vocación; haz que las
familias cristianas quieran distinguirse en dar a tu Iglesia los cooperadores y las cooperadoras del
mañana. Así sea.
Juan XXIII