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a lilo H fh n n o ra l r o n , d ilu y o u n o d e los


patrimonios iritis iiriportanlos en ¡a cultura
. de los pueblos. A través do olla es posible
aproximarse o ía sociología y teología y
comprender la visión de mundo que p o ­
seen los habitantes do uno región,
Antes del descubrimiento de América,
y tiasla en nuoslros días, el Nuevo Conlí
nenie ha cantado con sus propias voces
a través do un riquísimo Corpus narralivo,
que no obstante su valor, ha relucido es-
casamenle. Con esta antología, el autor
pretende, además do desportar el interés
y promover ei conocimiento sobre nuestros
ancestros culturales, rescatar parte de ese
valioso patrimonio literario.
Mitos, leyendas y cuentos conforma i
osle libro que, siguiendo una trayectoria
geográfica do norte a sur, descubre relatos
mayas, aztecas, guaraníes, mapuches, en
fin, de las diversas culturas que habitaron
y aún subsisten en Hispanoamérica.

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ye ni va¿i

789561 316447
Antonio Landauro
LEYENDAS Y CUENTOS
INDÍGENAS
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6 Ninguna piule tío esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser
reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni jw>r ningún medio, ya
o sea eléc nú o. químico, mecánico. óptico, ríe grabación o de fotocopia, sin permiso

o ■ previo del editor.

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). Primera edición, 2000
O! Secunda edición, 2001
Tercera edición, 2001
O Cuarta edición, 200/í

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1 © ANTONIO I.ANIMUHO MARÍN
© liDITORIAI, ANDRÍÍS IHXI.O
o Av. Ricardo Lyon *>16, Santiago de Chile:

P Registro de Propiedad Intelectual


Inscripción N” I M .lfM , año 2fH)0
o. Santiago - Chile
Ilustraciones de Andrés Jullian

Se term inó de im prim ir esta cuarta edición


Ú :\ tle 2.000 ejemplares en el mes de enero de 2003

P IMPRIÍSORRS: Puxluctoni Gráfica Andros üda.


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ANTONIO I.ANDAI IIÍO

LEYENDAS Y CUENTOS
INDÍGENAS DE
HISPANOAMÉRICA

EDITORIAL ANDRHS BRITO


Barcelona * Buenos Aíres * México DT. * S;ii iliaco de Chile
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p k o ix x ;o

América, ia tierra perdida ai oeste del Viejo Mundo


(jue Colón descubrió hace eineo eenlurias cuando
buscaba una ruta a las Indias, poseía en aquel enton­
ces -—y posee en la actualidad— un riquísimo caudal
de narraciones que se lian venido contando los hom­
bres de una generación a otra, lisie corpu.s narrativo
tan rico, pero a ia ve/ tan poco valorado, lo compo­
nen esencialmente mitos, leyendas y cuentos, que
constituyen uno de los más valiosos patrimonios de
nuestra cultura y de nuestro folclor.
Los pueblos oriundos cíe las dos Américas conti­
nentales, la del Sur y la del Norte, unidas por la franja
ístmica de la América Central, a la que corresponde el
vasto archipiélago de las Antillas, están unidos por lazos
espirituales indelebles, ya que tienen un mismo tronco
y comparten un pasado histórico común. I)c este modo
sus mitologías, sus cosmogonías, sus teogonias... tienen
numerosos puntos de contacto y no son divergentes.
Queriendo evitar que el viento del olvido se
lleve para siempre algunos ele estos relatos e inten­
tando revalorar unos desatendidos géneros literarios
propios ele la narrativa oral, cuya vigencia hoy se
encuentra en vías de extinción debido, en primer
u rm'H.i «¡o

término, ai desinterés por la lectura y, en secundo,


porque con el moderno proceso de gfobalización y
universalización los ojos y los sentidos están siendo
orientados hacia ios motivos culturales foráneos— ,
hemos ciado vida a este libro a otológico, que espe­
ramos sea valorado en su justa dimensión.
Las narraciones que aquí presentamos -—que son
parte del gran corpus de la literatura oral— tienen
como propósito no sólo despertar el interés y promo­
ver el conocimiento sobre nuestros ancestros cultura­
les, sino que también rescatar parte de este valioso
patrimonio literario. Para facilitar la comprensión de
los lectores, debemos señalar que las historias que a
continuación se narran se han agrupado convencio-
nalmenie, siguiendo la trayectoria geográfica de nues­
tro continente — de norte a sur— , partiendo con los
aztecas y mayas, en México, para concluir con los
lobas y mapuches en el sur de Argentina y Chile.
Cabe señalar que antologías como estas y otras
de muchos investigadores actuales han permitido des­
cubrir y reafirmar algunos aspectos sociológicos y
culturales desconocidos, cuyas significados apenas
pueden vislumbrarse a través del cristal empañado
del tiempo. Tales estudios cumplen un verdadero rol
científico muy valioso, pues disipan un tanto la linie-
bla esparcida sobre el paisaje humano de quienes
poseyeron el antiguo mundo americano antes de la
gigantesca proeza de Colón.
Según el investigador Javier Ocampo López, “este
conjunto de creencias brotadas del fondo emocional,

1' ‘CUlWIMffJgyr-
ntoi.i k ; o 7

que se expresan en un juego Je imágenes y símbo­


los, se manifiestan como fuerzas operantes en la so­
ciedad. Asimismo, como una estructura mental con
cuyo auxilio se nos hacen asequibles ciertas configu­
raciones históricas que, de otra manera, permanece­
ría ti cerradas a nuestra comprensión".
Los relatos aquí compilados pertenecen a los
géneros denominados convencionalmenle leyenda y
cuento; los primeros están relacionados con los mi­
tos universales, con aquellos sucesos — divinos o
heroicos— que pretenden explicar la fenomenología
natural en cuyo misterio no porfían penetrar por
procedimientos científicos ios hombres riel pasarlo.
Puede decirse que el mundo nace en el momento
en que las primitivas concepciones fenoménico-reli-
giosas se consolidan y condensan en formas concre­
tas, es decir, se personifican y le permiten al hombre
ser parle de la naturaleza y afianzar sus relaciones
con el cosmos.
Por su naturaleza, la leyenda es una relación de
sucesos que tienen más elementos míticos y maravillo­
sos que históricos y verdaderos, según define el voca­
blo el Diccionario de la Lengua líspañola. lista
conformarla con posibilidades, atenta ron el amplio
recurso de la fantasía, y poco o casi nada tiene que ver
con la realidad comprobada, luí síntesis, son relatos
fantásticos y fabulosos, exentos ríe ataviáis retóricos,
sin complejidades arguméntales, donde'se amalgaman
la candidez de los sentimientos, la conciencia humana
y el alma colectiva de ios pueblos.
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O.
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Por otra parle, l:i leyenda constituye un lodo
o orgánico donde se mezclan con el sentimiento de la
O poesía, las creencias religiosas, las supersticiones po­
f) pulares y liasia sucesos históricos. Ln resumen, se
o expresa a cabal idad la idiosincrasia de los pueblos
que las engendraron. Para muchos, incluso, estos re­
o
latos constituyen los primeros jalones de la historia.
) Aquí, mito y leyenda se dan la mano, y ambos,
o unidos o separados, de una u otra manera han influi­
o do permanentemente en el destino individual y co­
o lectivo de los hombres y Ies han permitido llegar a
ser lo que son hoy. Lo que somos.
o Por su parle el cuento, según el Diccionario de
o la Lengua Pspañola, es una breve narración ríe suce­
o ■ sos fiel icios y ríe carácter sencillo, hecha con fines
o morales o recreativos. Los que aquí presentamos se
o inscriben dentro riel denominado género de la "tradi­
ción” o cuento histórico, una modalidad de inserción
o entre la estampa costumbrista y el cuento de ficción.
o Di tradición, como su forma antecesora, la leyen­
o da, ha sabido nutrirse de las narraciones orales, de los
o sucesos que corren ele boca en boca del pueblo. Pse
o carácter de oral ¡dad ha comunicado un nuevo sesgo a
o la narración y la ha liberado ríe las ataduras del len­
guaje academizante, cerrado a la expresión popular,
o lisie género literario gravita entre lo histórico y lo
o C literario y aúna ingredientes diversos provenientes tan­
o to de la fuente culta como de la popular, ríe lo vivido
o y de lo imaginado, lis siempre una narración corta,
o evoca!iva de tiempos pasados tomados de documentos

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r íe >i.< « .<»

escritos o de los meramente oídos de oíros labios,


pero aderezados eon eíemenlos de ficción y eon apuli­
les del costumbrismo local.
Calic señalar que lucia del ámbito hispanoameri­
cano esle género literario de la Iradición no licnc
paralelos y eonsliluye una lorma Kpica de la lileralura
en lengua castellana del Nuevo Mundo.
Pinalmcntc, debemos decir que Unías las narra­
ciones de esla antología son hechos folclóricos colec­
tivos, porque participan de lo tradicional, del
anonimato y la funcionalidad. Lo tradicional se trans­
mite oralmente de padres a h ije>s, se enseña y se
aprende sin apremio alguno, sin proposito expreso.
No interviene la escritura, ni libros, ni escuelas y no
hay reglas ni planes preconcebirlos. Perduran como
supervivencia del pasarlo, manifestando continuidad
y permanencia. Son relatos anónimos; no se conocen
los nombres de sus autores o creadores; o bien, si
tales nombres se conocen, éstos no cuentan para la
valoración del hecho mismo y, por tanto, se olvidan,
desaparecen a través riel crisol ríe los años. Cuando
hablamos ríe funcionalidad, nos referimos a que lodo
hecho riel folclor tiene un uso determinado, una vi­
gencia. Responde a una urgencia que hay que satisfa­
cer, tiene una misión individual y social que cumplir.
Por la vía riel cuento y la leyenda — amén de
otros géneros literarios— se puede llegar a compren­
der el pasado y, conociéndolo, podemos entender el
presente y enfrentar el futuro. I le ahí su valor.

A N T O N IO I.A N O A U IÍO
I Mí l MKKA l ' AKT K

EL ESPIRITU DE LA TIERILA

Leyendas
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LOS CINCO SOLILS
( ‘Ih lfvca )

os lollecas, palabra que significa constructores, y


L en verdad lo fueron, crearon una cosmogonía per­
fecta me nle organizada <|uo explicaba la formación del
mundo y sus transformaciones sucesivas.
Id pueblo tolleca, en un proceso de expansión
que arranca en el siglo XI en la ciudad de Tula, la
antigua Tolla n, llegó lia si a el área cultural maya en
mesoamérica. Sus mitos y religión son la etapa más
evolucionada de su espíritu, cuyo origen aún no lia
podido ser localizado en la espiral del tiempo. Lo
cierto es que ellos crearon las bases religiosas y cos­
mogónicas de los pueblos posteriores, especialmente
la de'los aztecas, sus sucesores directos.
bn el principio de los tiempos sólo existía el
caos, dice el mito de los soles, bl luego y el agua
luchaban entre sí para imponer su hegemonía. Id
agua venció al fin, o mejor dicho, se acostumbró a
vivir en el mismo mundo en compañía del fuego. Los
mares, y el fuego que afirma su presencia por la boca
de los volcanes, demuestran que esta ludia y fusión
siempre han existido, y que ambos elementos son los
padres de la vida. Los creadores supremos.


I, A N h n \'l( ) I.A N l>:\C lt( *

¡:J jfhm vrsu!. Sobre el gran caos que ora oí pre­


ludio tío la vida en una 'fierra aún no oreada, volaban
ios diosos. Contemplaron el combate entro oí agua y
el fuego y so reunieron para deliberar.
— lis hora ya de aplacar osla batalla y de dar
nacimiento a la vida.
A su mandato, el fuego enloquecido y las aguas
hirvientcs se aquietaron, un oscuro silencio flotó so­
bre los mares y las tierras: e! reino de la materia
oscura había nacido. Y el primer Sol que dominaba
sobre este mundo en sombra fue el Sol de Noche o
Sol de Tierra, simbolizado por un tigre.
Los dioses se alegraron, aunque pronto hubie­
ron de convencerse de que su primer intento de
crear la vicia había sido un fracaso; el tigre devoró a
lodos los seres que poblaban la Tierra y ésta siguió
girando en el espacio oscuro con la carga ya inerte
de sus muertos.

li¡segundo Sol. Los dioses se reunieron de nuevo


y dijeron:
— lista quietud y esta oscuridad no son buenas,
tés preciso que nazca un nuevo Sol y que su espíritu
corra sobre el mundo lleno de pureza: así, los habi­
tantes de la 'fierra conservarán su vida.
Entonces, tina boca gigante comenzó a soplar las
llanuras y los mares, sobre los lagos y las montañas;
había nacido el segundo Sol, o Sol del Aire, es decir, el
espíritu puro cuyo símbolo era Hchécatl, una de las
representaciones de Quetxalcóatl como dios del viento.
f i;vi Ni>Asi i .pi n i < inih <if NA.s nr irr.'if.ANi »AMi.itK.:A . is

Pero íos h o m b r e s hijos de esta segunda era 1ne­


rón torpes, y los dioses, b ilio s o s , los convirtieron en
monos. Grandes bandadas de estos animales corrían
por todas partes y sallaban entre las tamas de los
árboles chillandomomo locos y mostrando lo imper­
fecto de su condición puramente animal.

iií Icrccr Soí. Olí a vez los dioses se reunieron en


asamblea; y uno de ellos dijo:
— No debemos permitir que-lo creado por noso­
tros siga viviendo tal rom o hasta ahora, porque esta
vida es imperfecta. ¿Qué os parece1que llagamos?
'iras una larga deliberación, los dioses decidieron
destruir el segundo Sol y las criaturas correspondien­
tes a su era. Punosos, dieron sus órdenes y los cielos
se estremecieron en toda su infinitud plagada de es­
trellas.
Nació el tercer Sol como una gigantesca llamara­
da que iluminó ios ámbitos celestes: era el Sol llama­
do de Lluvia de Fuego, y una tempestad de ardientes
gotas cayó sobre la 'fierra devorando las plantas y
lodos los seres vivos. Los vegetales perecieron prime­
ro a causa de su inmovilidad, y luego todos los ani­
males salvo las aves, cuyos cantos, plumajes y vuelos
eran lo único realmente hermoso que animaba la
vida terrestre.

tilr cu arlo Sol. Y tras del Sol de Lluvia de Fuego


los dioses crearon el cuarto Sol, el Sol de Lluvia de
Agua.
..I , , ............ -...................................... ,\N IO N IO I.AN IUI ;lt( >.................................

Pitos bien, on aquellos antiguos tiempos, un gran


diluvio que perduró por muchos duss y noches azoto
el valle del Anáhuac aniquilando buena parle de lo
creado y anegando la Tierra. Así nacieron ios mares,
los ríos y los lagos, y en ellos surgieron los peces y
todas las superficies líquidas se convirtieron en un
torbellino de vida. Y fue entonces cuando Jos dioses
creyeron que había llegado el momento de poner
sobre la Tierra al hombre mismo.

Hl (¡uinlo Sol Reunidos los dioses, decidieron


que el quinto Sol, llamado Sol de Movimiento, sería
el padre del genero fui mano. Mas para alcanzar este
privilegio sobre los demás soles era preciso que sur­
giese dotado de una virtud no conocida. ¿Cómo al­
canzar este merecimiento? 'iras mucho discurrir, los
dioses llegaron a la conclusión de que sólo mediante
el sacrificio de dos de ellos, el quinto Sol podría crear
y alumbrar a los hombres que poblasen la Tierra.
Y se juntaron los dioses... y se dijeron los unos a
los otros;
—¿Quién tendrá la responsabilidad de alumbrar
al mundo...?
A estas palabras respondió un dios que se llama­
ba Tecuci’ztócati y dijo:
— Yo me cneargo de alumbrar al mundo.
Luego otra vez hablaron las deidades y dijeron:
—-¿Quién será el otro...?
A Nanauatzin, uno de esos dioses ai cpie nadie
Inicia caso y que nunca hablaba, sino que siempre
i.r.vr:Ni jas v i :i h :n i< js i n d k , i-n a s i >i - h is p a n » ja m c iíjc a 17

oía lo que los olios decían, las deidades habláronlo y


dijeron lo:
— Sé tú Nanaualzin, el otro que alumbra.
Y él respondió:
— Con adrado recibo este mandato.
Los dos dioses hicieron penitencia durante cua­
tro días y un gran luego Fue encendido.MÍ primer
dios olrecía, junto con su vida, objetos y cosas pre­
ciosas, incienso lino y joyas espléndidas, bl olio, el
dios del silencio, sólo podía ofrecer como ofrenda,
además de su vida, espinas ele maguey ensangrenta­
das con su propia sangre, porque era pobre.
A la media noche del quinto día —se cuenta—
se pusieron delante del luego y los otros dioses dije­
ron:
— ¡ha pues, Tccuciztécatl, entra tú en el fuego!
Pero el dios rico tuvo miedo. '(Ves veces probó,
pero en ninguna se atrevió a arrojarse al fuego. Los
dioses hablaron entonces a Nanaualzin, el dios pobre:
— ¡lía pues, Nanaualzin, prueba tú!
Y como le hubieran hablado los dioses, se esfor­
zó y cerrando los ojos... se echó al fuego...
Cuando vio Tecuei/léeatl que Nanaualzin se ha­
bía arrojado en el fuego y ardía, ara*metió él también
y se sumió en la hoguera.
Así, mediante el sacrilicio de los dos dioses, sur­
gió el quinto Sol y nacieron los hombres en la 'Fierra.
Iíl antiguo mito afirma que el quinto Sol habrá
de ser aniquilado algún día para que la humanidad
alcance la suma perfección.
I?; ................. ANTONIOI.ANDAUIÍO ................

1*1 quinto Sol nadó en TeoLihuacán, la ciudad


sagrada donde fue levantada la pirámide en honor
del Sol. Id quinto Sol unió los cuatro elementos y de
tal unión surgió la Pdad en la que vivimos. Algunos
sostienen que la presente es la Kdad de los Terremo­
tos, del Hambre, de la Guerra y de la Confusión;
otros dicen que, bajo el influjo del quinto Sol, el
mundo sobrevive 'porque los cuatro elementos se con­
jugan perfectamente. Pero hay quienes afirman que
la armonía no podrá mantenerse a menos que d
hombre observe el respeto debido a las divinidades y
sea virtuoso.
LOS DOS AMANTES
(Azteca )

acc siglos, cuando los fieros aztecas gobernaban


casi todo el territorio que actualmente ocupa
México, surgió un majestuoso reino ai que todos los
pueblos de la región tenían que contribuir para au­
mentar la riqueza y el esplendor de su corle,
Hntre los reyes vasallos estaba Tlaxcala, sabio y
prudente gobernante; mas un día, aburrido de esta in­
justa situación, se rebeló contra el gran imperio. No
quería que su pueblo siguiera pagando tributos ni em­
pobreciendo su comarca para enriquecer a otro reino.
Pero, ¿cómo podría sublevarse contra un imperio
organizado y muy superior a sus fuerzas? Tlaxcala
sabía que su ejército estaba bien entrenado, que sus
hombres eran osados, que su general lo respetaba y
que podía confiar en él y en sus capacidades.
Popocatépetí, como se llamaba el joven general
y estratega de Tlaxcala, estaba seguro de saber ven­
cer a cualquier enemigo. “Nuestras tropas no son
numerosas, pero pelearemos con entusiasmo e inteli­
gencia porque estamos luchando por nuestra patria
contra los enemigos y protegiendo a nuestras mujeres
y hogares” , pensaba.
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o l.o.s <i¡( í.s d r I ’<)¡ ><h ', i ¡c | n i I ir s j >1,1 in k v i.m .ti p ro -


o m r l;is pa la b ra s pal l ia \' I k >gar. Ai lem as, esíal >a

o an.sjo.si) p o r dcm< >sl ra r si i v a in illa v m i lid c lk la d . Q uena

o reg re sa r v ic to rio s o . p u e s deseaba (¡tu- I la sca la lo e s ti­


ma ni y lo e o n s k ie ra ra e o m o su igual.
o Pero, ¿por qué estaba tan interesado Popocaté-
o petl en conquistar la amistad de su rey'r' No hay duda
o de que realmente lo estimaba, pero también amaba a
o su hija. Kl general se había enamorado de la princesa,
o a quien quería con todo el corazón. (Jaro que esto
era un secreto todavía. No sabía si podía atreverse a
o revelarlo antes de salir a combate, aunque estaba
o seguro de que la princesa había adivinado su amor.
o Los ojos de la joven reflejaban los mismos sentimien­
o tos cuando él buscaba su mirada. Pila no lo había
o rechazad* >.

o —Si tengo el valor de enfrentarme con el enemi­


go. debo tener el valor de halil.tr o>n el padre de ella
o ... se dijo, y fue asi como un día le preguntó al rey si
o podía tener la esperanza de conquistara la princesa
o si lograba la victoria.
o til rey miró al general, Pl joven era el hombre
más honesto y valiente que el rey había conocido, he
o estrechó la mano y le aseguro:
o — Así como pongo la suerte de* mi reino en tus
manos, del mismo modo le encomendaré la felicidad
de mí hija.
o hi general, lleno de* emoción, apenas pudo ex­
o presar su gratitud. Se puso entonces al frente de sus
huestes y salió a combate.
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......J > \NI< INI* > I . U . M U K ' »

Luchó ron un v a lo r ejemplar que lleno de entu­


siasmo ;i lodos m i s hombres y les permitió conquistar
una victoria Ir;is otra.
Durante (.‘I combate, l’opocatépel! ¿lo había dejado
volar sus pensamientos, pero en el momento en que las
tropas enemigas se retiraron empezó a soñar con su
novia, t uyos ojos le habían prometido la felicidad.
¡(orno alentaba a sus soldados! ¡Cómo buscaba el
sendero más próximo para regresar a la capital! I iasla
que al fin un día entró en la ciudad. Mas no fue
recibido con júbilo. Los habitantes no lo esperaban
con coronas de llores y plumas, como era la costum­
bre cuando regresaban las tropas victoriosas, ni en el
palacio redoblaban los tambores de la victoria.
Los guardias lo miraron y lo dejaron pasar sin
emitir una sola palabra. Alguna desgracia había ocu­
rrido. Popocalépcfl recordó que su padre un día le
había dicho: "I lijo mío, es difícil encontrar en un solo
camino el éxito, la fama y el amor", lisio lo atemori­
zó, pero sin embargo entró en los aposentos del
monarca.
liste, dándole un abrazo, le agradeció la victoria
conseguida, pero su cara estaba triste y no reflejaba
el gran triunfo obtenido por sus valientes guerreros.
— lisiamos ile luto, Lopocalépetl — exclamó. V
agregó—: en vano vienes en busca de tu novia. Ixla-
rihuatl va caá en>v notaros la flor *e marchitó
antes de tiempo. ¡Los dioses no quisieron que diera
fruto vuestro amor! Ayer por la noche murió, y hoy
por la mañana la llevamos al templo sagrado.
1.0 ) \) U S \ < l.|A |l is |(\| >li ,1 III IHM’ANI lAMI JíK A

Id ivy ocultaba el rostro. No quena que mi gene-


tal \ ¡era I;is lágrimas que brotaban de sus ojos, Ivi
dolor le desgarraba rl alma.
Popncalcpcll so despidió. No piulo <¡uedarse en
el palacio. Ouería oslar junio a su novia, aquolla que
los diosos no lo habían querido dar por esposa. Dos-
ion< orlado y con ol alma ahiena, so fue al encuenlro
dr la doncella y sin dificultad encontró su lutnba en
oí templo. Allí, líenle a olla, no pudo conicncr su
amargura y derramó las lacrimas más amargas (|iio
lian brotado de ojos enamorados.
— No me dejaré robar ol prem io-a mis hazañas.
Nadie me quitará a mi novia; olla me pertenece y yo
a ella — exclam ó en Inno solemne.
V moviendo la loza (¡uo cubría la tumba, tomó a
la muchacha entre sus brazos y comenzó a subir la
montaña, en cuya cima se hallaba el templo de los
dilunti is.
(atando la aurora empezó a reinar su luz rosada,
l’opot alépetl llego a la cumbre (pie oslaba cubierta
de nievo y que ahora si* veía como bañada de colo­
tes suaves. Id joven acostó a su novia y so tendió a
su lado; les rogo a los dioses que los dejaran dcs-
i.tusar para siempre. Y asi lúe. ha princesa todavía
\acc sobre la cima, cubierta con un manto de nieve1
que se enciende de rosado por la noche y por la
manana.
■)
l.................................... A N 1< I K I ' i ¡ \.M )AI Ki > - ................................................

3 de l;is ;11Hir;is vigila el sueño eterno de su amada, y el


3 sol y el viento lo acompañan en su guardia.
3 I.os reyes de aquel tiempo han sitio olvidados,
3 pero la ícente sintió recordando a Popocatépetl y a
Ixlacihuatl. Las montañas recibieron sus nombres y
3
los guardarán para siempre.
3 Al inicio del verano, las lomas de estos cerros se
3 llenan de bollas campanillas rosadas. -Los jóvenes'que
3 quieren demostrar su amor van en busca de ellas y
les llevan un ramo a sus novias en señal do que las
3
amarán tanto como el joven guerrero amó a su pro­
3 metida.
3
3
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SIPAC Y LOS ESPIRITUS ! )PP MAIZ
(A cb i)

os indios achis de (materna la, descendientes del


L gran (roneo maya, protegían el maíz con gran
celo, incluso entregaban sus vidas con tal de conser­
var las semillas de este alimento sagrado, Y los espíri­
tus del maíz lo sabían. A lo largo de muchos siglos
¡os achis habían vivido en armonía hasta que .apare­
ció en la región un pérfido gigante llamado Sipac. lira
éste tan grande, tan fuerte y tan glotón, que se comía
■cualquier cosa que encontrara, incluso seres huma­
nos. IJn día tenía tanta hambre que decidió canjear
algunas de sus tierras por alimento. A cambio de los
volcanes, las temerosas gentes de la costa le ofrecie­
ron enormes hogazas. Tan bueno encontró .Sipac ese
trueque, que se dedicó a vagar a lo largo y ancho del
territorio recolectando volcanes. Un día, en un lugar
llamado Belejuj, halló uno muy hermoso. Lo levantó
del suelo con gran facilidad y se lo echó al hombro;
al caminar oía cómo el lago del cráter agitaba sus
aguas. Se dirigía a la costa para vender su mercancía,
cuando vio a tres muchachas muy hermosas que la­
vaban sus cabellos en las aguas del río que había
brotado en el lugar en que antes estaba el volean. Las
¿(, AN TO N IO l.ANDAUHU .......................

muchachas no parecían mucho, mas se diferenciaban


en el color de su le/: una tenía el cutis blanco, la otra
oscuro y la tercera rojo. Las tres poseían, sin embar­
go, una larga y sedosa mata de pelo cjue cubría sus
espaldas. Aunque Si pac no las reconoció como tales,
las tres doncellas eran lies espíritus del maíz, guardia­
nes de la tierra y protectoras de los achis, y los
disti ritos colores de su te/, representa lian las tres cla­
ses de maíz. Tenían la potestad de producir buenas
cosechas o de secar el grano en los campos, provo­
cando así grandes hambrunas en todo el territorio.
Pero el gigante no vio en ellas sino a tres adorables
muchachas.
— Quisiera desposaros a las des — les dijo— .
¿Aceptaríais ser mis esposas?
— lii verdad es que nos gustaría mucho que un
hombre tan fuerte como tú cuidara de nosotras-, he­
mos oído hablar mucho de ti — dijeron los espíritus
del maíz— . Nos casaremos contigo, pero con una
condición: que sólo nos alimentemos de aquello'que
vive en el río.'Peces, cangrejos y ranas; eso es lo que
comenu >s. ¿Aceptas?
— ¡Por supuesto! — dijo Sipac, imaginándose que
semejante labor le resultaría fácil.
Las (res espíritus del maíz, empero, querían pro­
teger a los indígenas del gigante de apetito insacia­
ble.
— Me parece que tienes hambre —dijo la donce­
lla más joven— . Si buscas bajo aquella piedra, encon­
trarás un gran cangrejo y te lo puedes comer.
UíYIÍKOAS Y C (¡K N 'ñ »S IN D Ít ilíNAS O lí HISPAN* JAMI-MCA 11

Señaló iinn gran piedra en el medio del río.


Sipae, deseoso de moslrar.su fuerza, se liundió en las
aguas hasta desaparecer. Hsluvo sumergido un largo
ralo, intentando dar eaza al cangrejo. Mientras lanío,
la muchacha se quilo la cinta de su cabeza y diestra­
mente simuló con ella la forma de un cangrejo, fue­
go, cuidadosamente, puso lacinia bajo aquella gran
n >ca.
— /Todavía no has pescado el cangrejo? — pre­
gunte) a Sipae.
— No, no lo he pescado — respondió Sipae des­
de el fondo del agua.
— Bien, acabo de descubrir olm aquí — dijo la
doncella— . Sai y ve a buscarlo.
Sipae salió a la superficie a respirar, preguntán­
dose si no sería un error haber pedido a las tres
jóvenes que se casaran con OI.
— SO que hay un cangrejo bajo esa lastra — dijo
la joven con gran convencimiento— ; pero el río es
muy profundo en esa parle, y el agujero que lapa la
roca, mayor que cualquiera gruía. Voy a ponerle una
cadena en las piernas para que podamos rescalarle si
lienes algún problema.
A Sipae no le hizo mucha gracia la idea de tener
amanadas las piernas con una cadena, pero estaba
tan encantado con la belleza do las muchachas que
aceptó sin poner reparo alguno; los espíritus del maíz
sostuvieron el extremo de la cadena que les corres­
pondía, y él se metió en el agua y buceó hacia el
lugar en donde estaba la gran piedra. Cuando des-
o
0 .............................. '
_ JM ANT! >NI<) I.ANDAl U<(>....

apareció dcbíijo do l;i roca on busca do! cangrejo, las


0
doncellas vieron llegada su oportunidad. Sallaron a la
O
parle de la roca que emergía de las aguas y alaron
o allí la cadena para que Si pac quedara atrapado.
0 timonees Sipac cogió el cangrejo hecho con la
0 cinta de pelo, mas, dándose cuenta de que se ha­
o bían burlado de él, intentó escapar de debajo de la
roca. La cadena estaba bien sujeta, pero los espíritus
0 no habían sabido calibrar la fortaleza del gigante.
o Con la roca atada a sus espaldas se puso de pie
0 tambaleándose y luego huyó a grandes zancadas,
o sin atreverse a mirar de nuevo a la cara a los espíri­
o tus del maíz,. Con la prisa no se fijó por dónde

o pisaba y al llegar a un gran barranco cayó al abismo


con tal fuerza que su gigantesco cuerpo se incrustó
0 en el suelo y encima de él quedó empotrada la gran*
o roca que llevaba al hombro y que se convirtió en un
o nuevo volcán.

o Ahora,'junto al río Cala, en Guatemala, se alza el


volcán que lleva por nombre Sipac. Cerca hay un
o pueblo encantado que se llama Pueblo Viejo; y, si
o usted se aventura por ese lugar, le será posible escu­
o char un ruido ensordecedor que emerge desde las
o profundidades de la tierra. Lis el gigante Sipac, que
sacude sus cadenas sentado bajo la roca acordándose
0
de las tres espíritus del maíz que. lo engañaron; los
o4 espíritus de las blancas, negras y rojas plantas del
o maíz, que de esa manera protegieron a los lugareños
o ele la gula y la perversidad de Sipac.
o
o
o
o
o
o
o
0
ItL 1-1G KIv I) IvL S AMPI JL
(M aya)

staba allí, quieto, inmóvil como una roca, ace­


E chante, con su cara siniestra salpicada de luz de
luna. Se le distinguía claramente por las tres plumas
de guara que llevaba sujetas en la frente: era el tigre
del Nampul, un indio de origen maya, perverso y
cruel, que había sido expulsado de su tierra debido a
sus numerosos desmanes y fechorías. Se crió en las
montañas, en las altas tierras de Chalaienango, donde
la confederación pipil había detenido el avance del
imperio olmeca, los guerreros de las tierras del norte.
Orgulloso y rencoroso, guiado por el odio y la
maldad, desde que fue expulsado de su comunidad
se había convertido en un cruel asesino. Solitario se
arrastraba entre las peñas y los matorrales, y sin ser
visto exterminaba a sus víctimas sólo por el placer de
la venganza. Había recorrido desde el alto Cayaguan-
ea hasta el solitario y tétrico Sanipuí cometiendo crí­
menes, sembrando la tierra tic sangre y huesos,
imponiendo el dolor.
Allí mismo donde estaba ahora, oculto tras el
tronco de un nudoso tiguilole, había robado a nume­
rosos viajeros y manchado la tierra con su sangre.

¿y
W A N TO N IO (.A N IM N ItO

lín las orillas do los cam inos acostum braba que­


mar una mezcla de hojas de tapa (datura ) y de taba­
co, cuyo hum o producía sueño y d e b ilid a d tísica
instantánea; generalm ente hacía caer a sus víctimas
por m edio de ese vio le n to veneno de la daturina.
D e a m b u la n d o y d e a m b u la n d o , estaba ahora
en tierra s p ip ile s , y seguía s ie n d o el c rim in a l de
antes.
bra bastante entrada la noche, bl silencio engran­
decía el ru id o de las lagartijas y reptiles. De pro n to se
oyeron unos pasos apagados p or el p o lv o del sende­
ro. Un joven avanzaba. Un in d io q u e rid o de todo el
pueblo, M alinalli ( “ Yerba retorcida” ). A la luz de la
luna se le veía, cruzado sobre el pecho el valioso
tejido de piel de ch in ch in to r que acostum braba llevar
siempre; venía distraído, cantando una vieja canción,
cerca ya del tig u ilo te fatal.
Detrás del tronco nudoso, el tigre del Sampul
preparaba su cerbatana, un c a r r i z o largo con el que
disparaba dardos envenenados. A p u n tó , y en ei m o ­
m ento preciso en q u e -M a lin a lli pasaba (rente al árbol,
sople) en la boca de la cerbatana.
bí jo ven sin tió el im pacto del dardo y cayó, bi
veneno, quizás dem asiado viejo, no p ro d u jo su electo
de in m ed iato porque ei in d io p ud o defenderse p or
algún tie m p o sin que la parálisis nerviosa lo im p o si­
bilitara, 'i ras una corta lucha, el tigre del Sampul sacó)
un c u c h illo de obsidiana y bajo la m irada inocente de
la luna, lo h u n d ió en el pecho de su víctima. Salió la
sangre m anchando el suelo, y con un ademán violen-
l , m : N I> A S . Y . t . l '! íN T í >N IN I )|< ¡IÍN A N IH ; M IS I'A N f lA M IÍK IC A 31

lo arrancó el tejido de piel de c h in c h in to r que llevaba


ei joven en e! pecho.
Y el tigre del Sampul se alejó del lugar con esc
preciado botín y con la satisfacción de haber com eti­
do un h o rrendo crimen.
La desaparición de M alinalli causó pesar, estupor
y desencanto en el pueblo. Pero lodos aseguraban
(|tie sería vengado por su naltual, su anim al protector.
Id nahual que debía vengar su m uerte era una cule­
bra, la famosa masacual, que, según aseguraban algu­
nos, ostentaba una gran mancha blanca sobre su lom o
negro y era la misma que se le apareció cuando niño,
tras la invocación al espíritu protector que hizo un
hechicero, acorde con las tradiciones indígenas.
Y pasaron los días y las semanas, los meses y los
años... lil tigre del Sampul había h u id o de tierras
pipiles, asustado p o r los írccuenles encuentros que
había tenid o en el peñón de Cayaguanca con una
gran culebra masacuat, que tenía una in confundible
mancha blanca sobre su lom o negro.
Ida de noche. Una noche diferente. La luna se
paseaba silenciosa y expectante sobre el techo de la
selva. De las montañas vecinas venía un aire frío,
com o presagiando un acontecim iento.
Por la o rilla de una escueta ladera, entre un ralo
g ru p o de árboles, caminaba un hom bre con una cer­
batana al hom bro, bn el tronco de un nudoso tingu i-
lote, la luna dibujaba sobre el suelo la figura com o
de una rama que se movía. Avanzó el hom bre y al
pasar (rente al árbol, algo se alargó), enrollándose
3
3 ANTONIO I.ANI >(\MIÍ<)
3
rápidam ente sobre su cuello. Se o yo un g rito tic
3 ahogo, de espanto y una prolongada exhalación. Allí,
3 contra el árbol, había un hom bre aplastado al tronco.
3 De p ro n to quedó libre, y p o r la escueta ladera
3 ro d ó un cuerpo sin vida; en la frente se le distinguían
claram ente tres plumas de guara. Rodó y rodó p o r la
3
escueta ladera, bajo la ingenua y atenta nlitada de la
3 luna... Del tro n co se desprendió una culebra, que se
3 deslizó rápidam ente por el sendero hasta desapare­
O cer. Una gran mancha blanca se distinguía sobre su
3 lo m o negro, lira da masacuat que había vengado la
3 m uerte de Malina! li, y ahora — según las creencias
indígenas— se aprontaba a ir al . encuentro de su
3 p ro te g id o en las tierras del sueño.
3
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3
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LOS MISKJTOS Y I-L GRAN RÍO
(Miski(u)

vScgún los indios m iskilos, el grupo cínico más num e­


roso de Nica nigua, asen lado desde antaño en las
costas del Caribe, en las riberas del río Coco, del
seno de la montaña sagrada Kaun-apa nació la p rim e ­
ra pareja. Esa que poblaría la tierra y de la cual ellos
son descendientes.
Un lejano día, del que no lia y lecha en los ana­
les del tiem po, las serpientes y las culebras, los tapi­
res, los jabalíes, los venados, los jaguares, los ocelotes,
en fin, todos los animales existentes percibieron que
la tierra se estremecía bajo sus pies; sintieron que la
montaña bramaba lanzando broncos rugidos, com o
anunciando una buena nueva. Pronto so dieron cuen­
ta de que algo m aravilloso estaba sucediendo. lira un
verdadero p ro d ig io que honraría la tierra. Desde lo
más alto vieron la luz los primeros hijas de la m onta­
ña. Kran N an-baikan, e! gran padre, y Yapli-m isri, la
gran madre. Los progenitores de la estirpe de los
m iskilos. Al rom perse el cordón um bilical que unía la
montaña sagrada con la pareja divina, aquélla v o lv ió
a quedarse quieta, com o una madre que recién ha
dado a luz.
Ai AN TO N IO I.ANDAMKO

Kann-tipa, henchida de gran bondad y mejores


sentim ientos, Ies enseñó a sus vastagos todo cuanto
había que aprender para ser amos y señores de ia
tierra. Nan-baikan y Yapti-m isrí enseñaron lo m ism o a
sus descendientes. Y estos a sus hijos. Así se transm i­
tieron las enseñanzas y usos de la palmera, árbol cjue
les daría alim ento y les serviría para cobijarse, tam­
bién para construir Hechas y lanzas y produ cir bebi­
das para sus ritos sagrados. Tam bién transm itieron a
sus hijos el arte de sem brar la tierra, cosechar sus
frutos y m oler la yauhra o raíz, de la vida. Les enseña­
ron a tejer hamacas, mantas y cono cieron las bonda­
des y peligros del luego, del agua, de la tierra y del
viento. Por boca de los mayores sabían del consejo
de no alejarse dem asiado de la som bra que les pro-
* porcionaba la montaña sagrada.
Pero un día nació W aikna, joven in q u ie to y va­
leroso cilio quería ir más allá de las fronteras del
Kaun-apa, g uiado p o r un im p u lso superior. 1:1 contó
a sus herm anos que en un sueño había tenid o una
visió n : veía una ancha corriente de agua en la que
el sol depositaba sus rayos. Una co rrie n te tan gra n ­
de y poderosa que era com o el brazo del astro rey.
Y que a llí aprenderían nuevas artes que mejorarían
la vida de los hom bres. I:n sus aguas encontrarían
p o r señal un gran tro n co flotante. A h í podrían co ­
m enzar o irá vida. Conocerían otra cara del m undo,
una faz desconocida.
K1 consejo de no alejarse de la montaña sagrada
era para otros, no para él y la nueva generación,
1
l.i.Y í.N l )AS Y ( .t tl-M'IY )S INI >U ;|-NAS I > -, IHM 'ANt íAMIÍHH.A

afirm ó Waikna en un consejo. Kilos eran los descen­


dientes del gran padre y ia gran madre, y debían
m ostrar su valor, su inteligencia y su astucia. Su entu- i
siasmo motive') a otros de sus hermanos, ios que un
día tom aron sus pertenencias y se pusieron en mar­
cha hacia donde el sueño les había revelado una
m ejor vida.
Llevaban el fuego, las estacas de la raíz de ia 1
vida, sus armas, sus ritos y sus cantos. A la cabeza
marchaba Waikna, guiand o a los suyos, consolándo­
los de sus (aligas y alentándolos para que no se
dejaran vencer p or las asperezas de la travesía.
— Pronto veremos la señal, bsc será el inicio de
una nueva vida — los animaba el joven guerrero.
Hn la gran odisea subieron y bajaron gigantescas
laderas, bordearon pedregosos precipicios, cruzaron )
enmarañadas selvas, vadearon torrentosos ríos, esca­
brosos pantanos y ciénagas... Una noche, al am paro
de las estrellas, mientras descansaban llegó hasta sus
oídos un sobrecogedor rumor, incesante y bronco,
com o la respiración entrecortada de un gigante. Poco 1
a poco empezó) a crecer entre ellos la desconfianza y
el temor. -¡
Al amanecer, Waikna ordenó iniciar la nueva jor- ;
nada, com o si nada ocurriera. Algunos pensaron en
regresar, volver a los dom in ios de la montaña sagra­
da, pero encubriendo su tem or siguieron al aventure- 1
ro que muchas veces había dem ostrado un valor y >
arro jo incom parables, in genio desm edido y decisión ¡
d ilíc ií de igualar. KI rum o r fue creciendo y el dcscon- ,

¡
A N T O N IO U N IM IJ K O

cierto también. Al atardecer alcanzaron las arenas de


una playa desierta y vieron — con asom bro— una
inmensa superficie ondulante. Tan ancha era esa masa
de agua azul que se perdía en el o tro azul del cielo.
Los lomos de agua que se sucedían interm inables
reventaban cerca de sus pies convertidos en una blan­
cura de espuma. Y si sorprendidos estaban con el
perpetuo m ovim ie nto de las aguas, a la mañana si­
guiente se tragaron el habla cuando vieron que el sol
em pezó a crecer sobre las inm ensidades del mar, al
que llamaron Kabutara.
Un hom bre del g ru p o guiado p or la curiosidad
se adentró en ei oleaje. D io varios pasos entre la
espuma, se agachó, tom ó agua con sus manos y se la
llevó a la boca. Pero con desagrado la arrojó. Luego
v o lv ió sobre sus pasos y le preguntó a Waikna si era
esa amargura la que beberían en el futuro. Kl guía
respondió que no eran éstas las aguas dulces de su
sueño, que aún no llegaban a la corriente prom etida,
y los in citó a co n tin u a r la travesía.
Y pasaron p o r un río de aguas turbias, cruzaron
extensas ciénagas don d e el lo d o quería tragárselos,
bordearon lagunas de aguas estancadas, atravesaron
zonas de grandes árboles sostenidos p o r gruesas raí­
ces aéreas com o arcos, pero no se desanim aron, lin
el peregrinaje tam bién encontraron zonas de frutos
suculentos, de árboles llo rid o s que tendían sus ramas
sobre la quietud del agua, in vitando al descanso,
pero nada im pedía que el g ru p o se detuviera; todos
seguían la voz del sueño del jefe-herm ano. Durante
t.I'M'.NhAS VC m -N T O S ¡NOK.IINAS D i: lll.srAN O AM I-KIC A .17

varias lunas peregiinaron sin que Waikna Ies dijera


liem os llegado.
Una mañana Waikna observó el cielo, olfateó la
brisa y dijo: éste es el día. Cam inaron con renovada
esperan/,a. Durante horas se desplazaron al amparo
de una fresca sombra proporcionada por enormes
árboles que entrelazaban sus ramajes m uy arriba, y
donde era posible escuchar el alegre canto de unos
pájaros de encendido plumaje.
Desembocaron en el am plísim o claro de un río,
vasto, resplandeciente. 1.a superficie serena les pare­
ció in m óvil, hasta que cruzó ante ellos una mancha
de lirios viajeros. De la corriente sallaron unos peces
que form aban unces arcos espejeantes, desaparecían y
volvían a reaparecer más allá. Probaron el agua y ésta
era dulce, tan dulce com o ninguna, 'lodos estaban
m aravillados.
W aikna lanzó un g rito y éste resonó contestán­
dose a sí mismo, 'lo m a ro n posesión de la zona y
llam aron ai río con el nom bre de W angki. Junto a él
vivirían ellos y sus descendientes.
Pero el sueñe; aún no estaba com pleto. Mientras
sus herm anos se bañaban en las frescas aguas, W aik­
na cam inó p o r la orilla en busca de la señal. Más allá,
en un recodo, encontró un gran tronco que flotaba.
W aikna m iró la otra orilla y supo que era allí donde
debían sembrar las estacas de yauhra para que se
m ultiplicaran.
Llam ó a sus hermanos. Les d ijo que trajeran sus
pertenencias y las depositaran sobre el tronco flotan-
.'X A N TO N IO l.ANI JAI :W )

te. De pro n to Osle se desprendió de la arena y poco a


poco fue desplazándose hacia la otra orilla. Al ver
este extraño suceso, en el que no había intervención
hum ana sino sólo la voluntad de la brisa y la corrien­
te, los peregrinos tuvieron escalofríos de sorpresa.
W aikna los tra n q u ilizó diciéndoles que nada debían
tem er del W ungki, que de ahora en adelante él sería
para ellos com o un padre fuerte y generoso. Después
respiraron tranquilidad y se saciaron con la herm osu­
ra del gran río.
Y sem braron sus estacas de ya u ltra , asentaron
el fu e g o entre piedras, p u lie ro n sus flechas, ensa­
yaron sus ritos y com p u sie ro n nuevos cánticos, Pero
W aikna no estaba tra n q u ilo , él sabía que podía
p e rfe c c io n a r ese tro n co que estaba varado en un
banco de arena cercano. Luego de una larga ca vila­
ció n , d e p o s itó unas brasas sobre unos cueros, las
arra stró hasta el tro n co y las puso sobre éste. Poco
a p o c o las brasas fu e ro n q u e m a ndo, con paciencia
in fin ita , toda la su p e rfic ie de la m adera que las
sostenía. Fue así co m o W aikna creó el p itp a n , una
ligera em ba rca ció n que Ies p e rm itiría desplazarse
con gran fa c ilid a d , pescar y adueñarse ele las riq u e ­
zas del río.
D e él se valieron para conocer sus orillas y re­
m ontar sus aguas. Entre más lo rem ontaban, más
am arillentas se tornaban las aguas, llegando a des­
lu m b ra r con su b rillo . El sol habitaba en el río y se
m anifestaba en pequeños granos dorados que se des­
hacían al tocarlos.
u-: v i -i n d a s v c m - x n >s i n d h - i i n a s d i ; i i w a n h a m i I iu c a y¡
Waikna com prendió que esos gránulos dtjaldos
eran las escamas de la diosa Iawa-m airin, protectora
de los m iskiios mientras navegaban, pescaban, se ba­
ñaban, calmaban su sed, dorm ían o trabajaban junto
al no. Asi lo creyeron y . así fue mientras Waikna
g o b ernó entre ellos.
Pero üvva-m airin tam bién puede oscurecer et cie­
lo, desalar el viento y la lluvia, hinchar la corriente,
volcar las embarcaciones, arrasar las casas con su
lodo, cada vez que sus protegidos se apartan del
cam ino de la rectitud trazado p or W aikna, el virtuoso.
Desde entonces los m iskiios saben que ella, la diosa
del río al que los condujo Waikna, es una y es otra,
cuando brilla y cuando se oscurece, cuando canta y
cuando ruge.
y á ñ 'í q u h , i :l PRINCiPK nahua
(A z te c a )

ace ya varios siglos, en la región mesoamericana


habitada por los nahuas, fam ilia indígena de o ri­
gen m exicano que se extendía p o r toda la zona, se
hablaba de las maravillas del im p e rio de los aztecas,
pero nadie había llegado hasta él.
Un día, el joven y apuesto prín cipe Yanique, que
tam bién había oído hablar del gran im p e rio del norte,
d e c id ió ir hasta allá y conocerlo. Reunió entonces
una veintena de sus mejores hom bres y em prendió la
gran travesía.
N adie supo para dónde iban; pues se vistieron
de cam pesinos. Viajaban de noche y se escondían de
día entre las rocas y los arbustos para que nadie los
viera n i reconociera.
C uando llegaron al valle de los aztecas se sor­
p re n d ie ro n de lo que encontraron, pues nada de lo
que habían oíd o podía compararse con la realidad.
Los te m p los de los dioses se elevaban casi hasta los
lím ites m ism os del cielo; las paredes de piedra de
éstos estaban adornadas con tallas labradas p o r miles
de artesanos, y eran verdaderas joyas m onum entales.
A m plias escaleras conducían a las plazas donde se
U - V I- N D A S Y a i l - N T f ) S IN I ) [ < ; Í: N A S D I- ll'ls r Á N O A M I - I H C A -í]

realizaban los riLos ele sacrificio. I\n ninguna parle se


veía gente ociosa; lodos desarrollaban alguna activi­
dad. Los campesinos trabajaban la tierra y cultivaban
maíz, cacao y batata, y recogían l'rulas y verduras que
los forasteros tío conocían. Kn los pueblos cercanos a
la gran capital la gente hacía bellos adornos de p lu ­
mas y lubricaban ollas, tinajas y vasijas de barro coci­
do y pintado. También había orfebres que trabajaban
el o ro y la plata, y creaban deslum brantes joyas,
areles, collares y armas de diferentes (amaños. La
piedra era trabajada con ahínco y destreza p or artesa­
nos maestros en el arle de tallar y pulir.
Yanique — que deseaba el progreso de su gen­
te— negocio las semillas de los írulos desconocidos
en su tierra y logró que varios jóvenes artesanos se
com prom etieran a acom pañarlo a la región de donde
él provenía para enseñarles a los suyos las artes y las
ciencias en las que ellos eran expertos. lil joven les
ofreció a cam bio tierras para que se quedaran a v iv ir
a llí y ju nio s progresaran.
No fue difícil convencer al jefe m ayor de las
m aravillas que habían visto, pues las telas y otros
utensilios que traían — y lo que habían aprendido—
así ío atestiguaban. De esta manera los artesanos az­
tecas instalaron talleres en (ierras al sur de su im perio
y les enseñaron a los lugareños a trabajar y a sem brar
las sem illas traídas.
La gente del pue blo de Yanique aprendía y p ro ­
gresaba con gran rapidez, hasta que un día los choro-
tegas, tribu que vivía en lo que hoy es Nicaragua,
I.! n
A NT* >Nt i

vieron con asom bro lo que calaba pasando con sus


vecinos, y pensaron (¡ue se estaban transform ando en
un pueblo m uy poderoso y (¡ue Imbuí que d o m in a r­
los ames que ellos se adueñaran de todo el te rrito rio
a! sur del im p e rio azteca,
Los sacerdotes chorolegas encendieron el fuego
para saber la /echa en que era conveniente atacarlos;
les consultaron a sus dioses y prepararon sus armas
para la guerra.
Las huestes de Ya ñique fueron tomadas p or sor­
presa, pero su p ie ro n del endorse con coraje y astucia.
Ya ñique d irig ió el com bate y alentó a sus guerreros
para que contin uaran la lucha, hasta que los chorote-
gas tuvieron que retirai'se con grandes bajas y la
mora! por el suelo.
Cuenta la leyenda que mientras todo esto pasa­
ba, com o los sacerdotes chorotegas habían p re n d id o
el fuego de la guerra, la hija de la madrugada, que
desde el cielo lo había contem plado todo, se enam o­
ró del valeroso p rín cip e y se escapó partí conocerlo.
KI joven gue rrero fue solo al tem p lo después del
com bate para darles gracias a las divinidades que lo
habían socorrido, y al acercarse a ía plazuela vio a
una doncella que en nada se parecía a las mujeres
que él conocía. Tenía la piel blanca y rosada, los ojos
ciaros com o ci c ic lo y los cabellos brillantes co m o el
sol. Yanique, deslum brado ante la belleza de la m u ­
chachil, se acercó y le preguntó de dónde venía.
Hila no o c u ltó la verdad y fe confesó su amor.
Hnlonces Yanique le dijo:
I.l-MNI >AS Y( VINInS IA'1>lt,IN.\> Itl. IIISI'ANí tAMI.KK.'A M

— Noy m ism o (o llevare ;i la casa de mis padres


para (¡ue bendigan nuestro am or y serás Ja reina de
mi pueblo.
Ciuando regresaron ai pueblo ya era de noche. Al
viejo jefe no le parecía bien que su hijo se casara con
una extranjera, poro consintió e hi/,o venir a los sa­
bios y sacerdotes para anunciarles la unión de su hijo
con la princesa azteca, pues así se la había presenta­
do Yanique.
Se hicieron lodos los preparativos para la fiesta.
Se amasaron panes, se hicieron mostos dulces y efer­
vescentes, se fabricaron adornos de plumas y collares
de plata y oro, y la fiesta lúe hermosa, com o las
fies tas de los aztecas.
La princesa de los ojos azules estaba feliz de
haber escogido a Yanique com o esposo y a su pue­
blo com o (amiba. Pero en el cielo no se habían
conform ado con la huida de la hija de la madrugada
y decidieron m andar a una de sus hermanas para que
destruyera el m atrim onio.
Habían pasado ya /nieve meses desde la llegada
de la niña celestial, y el nacimiento del príncipe, hijo
de Yanique, se acercaba. Las mujeres más respetadas
se habían reunido para a yud ara la madre. De repente,
un viento Irío se hizo sentir sobre ellas. L i princesa
reconoció a su hermana por el gélido hálito y p o r la
estela de in ce rlitlu m b rc que sembró; entonces sus ojos
se llenaron de angustia y de ellos brotaron amargas y
salobres gotas de llanto. Poco después dio a luz un
robusto varón, pero ella jamás se levantó del lecho.
\Se dice que el príncipe Yaniquc nunca pudo
olvidar a su joven esposa, y que algún tiempo des­
pués em pezó a luchar con gran fiereza contra los
chorotegas, hasta som eterlos.
Yanique, que fue un gran gobernante, tuvo la
protección de los seres celestiales, con los que estaba
em parentado sin querer. Lo distinguió la prudencia y
la mesura, rasgos que deberían poseer todos aquellos
hom bres que tienen la responsabilidad de guiar a sus
pueblos p o r el sendero del progreso y el desan olio.
LA LAGUNA HNCANTADA
(C b o c o e , c u n a )

a laguna más grande de Panamá es sin eluda la


denom inada Matusaguratí, ubicada en las p ro x im i­
dades del 'lu irá . La belleza de sus alrededores es
im ponderable; la vegetación que la rodea presenta la
más sugestiva variedad ele árboles frondosos, m atiza­
dos con florecí lias rosadas, blancas, amarillas, azules
cam panillas y encendidos gallitos que parecen brasas
de fuego en la verde floresta. En la espesura crecen
m ulticolores orquídeas, pero más vistosas aun son Jas
grandes m ariposas de irisadas tonalidades que se p o ­
san en sus pétalos.
En Ja laguna, los ílameneos lucen majestuosos su
plum aje blanco y rojo, m ientras que las garzas osten­
tan orgullosas su esbelta figura de plumajes blanco o
rosa, y los pajariIJos de todas las especies llenan ei
aire con una m elodiosa armonía.
Entre los habitantes de la región existe una vieja
leyenda en lo m o a la laguna, que deriva de las a n ti­
guas creencias de los indios que rendían culto a las
aguas de la laguna Malusagaralt. Los indios la creían
un lugar m isterioso, pob lad o de monstruos de todas
las especies. En sus aguas se agitan las culebras y los
lít \ i \ K >\‘ K í LANMAi 'líí >

lagartos de cucTpo escamoso y aíihidos clientes, Sus


ondas lafídicas convertían un sures horrendos o q u ita ­
ban l;i vicia al osado que se’ atreviera a mirarse un
ellas. Su decía que un sur m aligno destruía las voces
de ¡os cazadores que se aveníuraban por la inmensa
floresta. Sin m edios para com unicarse, cam inando sin
rum bo por la intrincada espesura, su perdían en la
jungla inaccesible y som bría, de la cual nadie salía
con vida. Todas estas historias perduraron en la m en­
te de los darieniias y aun de los mismos españoles,
quienes convirtie ro n al Darién caí un paraje1 te n ebro­
so, de supersticiones y terrores.
Según la m itología de los indios de la región, la
laguna surgió de la lu d ía entre Acore1, dios de los
indios chococs, que habitaban en las tierras regadas
p or el Zambú y el Tuira. y Ncic\. dios ele1 los camas,
que viven en las comarcas bañadas por el torrentoso
y nunca bien e xplorado Chucamaque/
Acoré y Nele se disputaban el am or de una bellí­
sima india darienila llamada Set ulule. Cegados p or la
pasión, luchaban noche y día con odio ñero deseando
cada uno exterm inar a su rival, has tribus, entre tanto,
permanecían tranquilas. Nadie osaba tom ar partido por
alguno de los dioses. Nadie tam poco tenía derecho a
intervenir en la rivalidad de las divinidades.
Setelule pertenecía a la raza cuna, pero su cora­
zón se inclinaba hacia Acoré, el atractivo y arrogante
dios de los chococs. Sin em bargo, disim ulaba su sen­
tir buscando la concordia. Para no desagradar a su
dios ocultaba su amor.
í
Pero .sucedió lo .que tenía que suceder, lo que el
destino había determ inado. Setetule tenía un herma­
no, el valiente M utusagaralí o lie iia beliz, bn cicita
ocasión lo m andó con una embajada ante Acoté.
C um plida su m isión, regresaba Matusagaratí cargado
con toda suerte de regalos que le obsequio el dios,
así com o de presentes valiosísim os que Acoré envia­
ba a Nele, su enem igo. Caminaba m uy ufano y satis­
fecho de sí m isino, ajeno a lo que el destino le había
deparado. Nele, sabedor de la embajada, loco de
cólera y celos, sin darle tie m p o para hablai ni discul­
parse, le quitó la vida. 'Luego arrastró a su víctima p o l­
la tierra hum edecida hasta las orillas del lu irá , dios
del mal. Con violencia extraordinaria cogió entre sus
fuertes brazos al caído y lo arrojó furioso a las aguas,
con todos (os obsequios del rival.
Tu ira, espectador del hecho, se asustó. A pesar
de su maldad, no deseaba esta vez llevar sobre sus
hom bros la particip ació n en un crim en tan abom ina­
ble. Tenía m iedo de Acoré. Recordaba el cruel castigo
con q u e el dios prem ió sus desacatos y maldades.
Rara salvar su responsabilidad puesta en duro
trance p o r el im petuoso y vengativo Nele, recogió el
cuerpo de Matusagaratí con todos los regalos y lo
arro jó lejos de sí. Luego se co lo có de centinela ju nto
al m uerto para im p e d ir que alguien lo ultrajara.
La sangre del indio, que brotaba a raudales de
sus heridas, fo rm ó la laguna, y los regalos, las piedras
y los bosques que a sus orillas se extienden. Desde
entonces la laguna llevó el nom bre de! in feliz herma-
U-YFiNIM.S v U 'I'K I'O S tN H ir.líN A S |>|-: IIIM ’ANOAMtitíJCA >i<)

no de la bella Setetulc. V la doncella, herida en sus


más caros sentim ientos, siguiendo los mandatos de su
alma, busco y halló consuelo en el pecho fuerte y
am oroso de Acoré. Id dios y la muchacha se casaron,
bsto enconó todavía más la rivalidad entre Nele y la
pareja, bse o d io se extendió a las tribus de los cunas
y los chococs; y aun hoy sus descendientes, a pesar
de los siglos transcurridos, jamás han p o d id o encon­
trar la paz.
1.ÍL CANTO 1 )K I.A ■ CALANDRIA
(A ra g ú a c ó )

S e cuenta que en tiem pos rem óles, cuando los


pueblos precolom binos vivían apañados los unos
de los o lio s y los ancianos tes transm itían a los jove­
nes todos los secretos de la vida, y en especial com o
co n stru ir sus armas — que com o es de suponei cían
h ed ías de piedra, huesos, palos, libras vegetales, tu ­
pas de animales y otros elementos de la naturaleza— ,
no existía aún la calandria, 'ta m p o co nadie se puede
im agina i' que este be llo pájaro gris, no más guinde
q u e una mano extendida, con alas orladas de azul y
b la n co y cuyo trin o saluda la mañana con agudas
notas llenas de alegría, alguna vez lúe un in d io joven
y esbelto, que esperaba ser recono cido entre los su­
yos com o adulto y guerrero.
U njanlo, que así se llamaba el jo ven, se prepara­
ba para la gran fiesta en la cual sería som etido a una
prueba y consagrado com o guerrero. Había tai dado
m u c h o en term inar sus armas, pues se había entrete­
n id o en tocar una pequeña flauta que él m ism o había
hecho con un pedazo de caña, y con la cual emitía
d ife re n te s notas creando hermosas m elodías que se­
m ejaban el canto de las aves.
u : v i -i n d a s y i :i 'I.n t i js in i m , j :n a s i h - m is t a n » >a m i -:iíi <:a yi

W nalmcnte, cuando term inó de tensar su arco y


u liia r las punías ele sus Hechas, se puso a practicar
m ostrando gran pericia, lira infalible y eso le provo­
caba gian o ig u lio . Se sometería a la prueba porque la
bella princesa O riú no lo quería esperar más; lo iba a
e legir com o su pareja en la cerem onia que se cele-
biaua después de la gran com petencia donde los
jóvenes debían mostrar i odas sus habilidades.
hos com petidores debían dem ostrar que sabían
usar las armas, p o r ello tenían que dar caza y entre­
garle al jefe de la asamblea de sabios y sacerdotes de
la trib u una gallineta o un palo silvestre, aves difíciles
de cazar porque vivían en lugares intrincados de la
selva, donde el terreno era cóm plice.
A U njanlo le quedaba una semana para cazarlos
en las misteriosas y extensas selvas del O rinoco, 'le ­
ma que ii solo, pero el sabia prender lu ego con un
palo y unas piedras y preparar su alim ento. Además,
estaba seguro de que el Gran iispírilu de la selva le
ayudaría a pasar la prueba. Confiado en sí m ism o se
in te rn ó en ios verdes páramos en busca de las precia- '
das aves. Sin embargo, la suerte no le fue favorable.
I o í más que buscó y buscó no encontró p o r ninguna
parle las aves que debía cazar.
Lleno de íLiria e indignación le g ritó al Gran
Kspírilu:
¿Hoi qué no quieres ayudarme? ¿Acaso quieres
que lodos se burlen de mí? ¡No eres justo!
^ tabia desmedida se puso a disparar las
Hechas que portaba en su carcaj de cuero, matando
0
_.......... ANTONIO I.ANI >AI ) ....................................
O .-
o lo prim ero que veía o .se m ovía sobre las copas ele

o ios árboles, 'tocias sus flechas diero n en el blanco y


los a n im a le s.ensangrentados y sin vicia, uno a uno,
o cayeron sobre la superficie de la tiena. I c io a Uiija
m o no le im portaba lo que había hecho. La iia había
o nublado su razón.
o Para aumentar su oíensa no recogía lo que cazaba,
sólo quería demostrarle al Gran Hspíritu que el sabía usar
O .......
las armas, que era el mejor de todos los indios arahuacos
o — aragú aeos o arawak— que poblaban la legión.
o Al ver la manera en que el joven in d io actuaba,
3 el Gran hspíritu se enojó. ¿Cómo era posible que se
o. com portara asi? ¿Acaso U rijam o no sabía que sólo *se
o perm itía cazar lo que era necesario? ¿Poi que no
respetaba las leyes de la naturaleza?
o Id Gran hspíritu, m olesto con el com portam iento
o del m uchacho y co n m o vid o p o r aquella matanza, d i­
o rig ió los pasos de U rijam o ivacia el gran pantano
o don de las aguas y el fango lo aprisionaron, im p id ié n ­

o. d o le salir de allí.
Los pájaros, que se habían escondido para que
o no ios matara, volvieron a salir y lo rodearon. Cada
o cual cantaba su canción de alegría y se burlaba del
O : cazador cazado por el fango.
O ' Cuando el Gran hspíritu vio que el joven perdía
la vida, tomó su cuerpo y lo convirtió en pájaro. Un
0 :í pájaro, para que nunca olvidara lo que había hecho.
Lo dotó de los colores de las aves que lo rodeaban y
o le permitió cantar todas las canciones que había escu­
o chado antes del castigo.
o
o
o
o
o
...)
o
i.i'V ¡:Ñ i)A S v f;ifj*:NTf is (n i »k ; i :n a s d k h is c a n o a m i í h i c a sí

Así nació la calandria, ci pájaro de canto m elo­


dioso. Uno de los más arm oniosos de toda la selva.
Al amanecer, cuando la cerem onia oslaba term i­
nada y el sol empezaba a poner un poco de luz en el
cielo, los nuevos guerreros se fueron a descansar. De
pronto, a lo lejos, oyeron el canto de un pájaro que
no habían visto ni escuchado antes, y pensaron que
era el joven guerrero que había estado ausente en el
d io de iniciación e l.qu e regresaba tocando su (lauta.
Peto su sorpresa fue grande: sólo vieron un pajarito
desconocido, y en su recuerdo decidieron llama río
Urijam o. Con el tiem po este nom bre se pe rd ió y se le
d io el de calandria, que aun pervive.
EL CACTO Y EL JUNCO
( C h ib e b cü

Los chibchas eran, a la llegada de -los españoles, el


p u e b lo eulluraim ente más avanzado que habitaba el
actual te rrito rio de C olom bia. luán in dio s pacíficos y
se dedicaban principalm ente a la agricultura; cían
expertos en el arle de trabajar los metales y las joyas.
A u nque eran politeístas, tenían al sol com o deidad
suprem a. Creían en el designio de los dioses y, com o
tales, los respetaban con gran celo.
T in lo b a , m ozo Inerte, de piel curtida p o i el sol,
alto, con pelo negro y ojos oscuros, era el p to to tip o
del in d io chibcha. C om o todos los jóvenes, in q u ie to
e in tré p id o , deseaba conocer el m u n d o ; sumiese en
jos d o m in io s más allá de las fronteras conocidas, ^
así lo h izo ; un día abandonó su hogar en busca de
aventuras.
C ruzó los verdes valles de Sogamoso, hizo lo
p ro p io en Duilama y se alim entó de cunabas; más
tarde lle g ó a Tibasosa, y allí p ro b ó el e lix ir de la
m iel. En Ráquira construyó pequeñas figurilla s de a n i­
males co n barro; en la laguna Io ta a p re n d ió a nadai
y en las rocas del M uzo saco piedras de esmetalda
que tra n sfo rm ó en joyas.
u -:y i :n d a .s y j n ih < m as m: ij im >
an ( j a m iík íc a

Una mañana cualquiera, luego de iiaher.se baña­


do en una quebrada de aguas cristalinas, muy. cansa­
do se d u rm ió bajo un bondoso sauce. bntre sueños
oyo las voces y risas de algunas m ujeres que habían
llegado hasta las proxim idades en busca de agua.
Despertó cuando la última de ellas, antes de retirarse,
le te n d ió un cántaro y le ofreció de beber. VÁ joven
quedó prend ado de aquellos ojos más negros que el
carbón que lo m iraban con respeto y p o r esa sonrisa
tan suave com o la brisa, basto ese encuentro para
Jarse cuenta de que ésa era la m ujer de su vida,
bastaron esa mirada y esa sonrisa para que se sintiera
enam orado.
La joven doncella había apagado su sed, pero a
la vez había encendido el fuego de su corazón. No
obstante, Tintoba no la siguió) de inm ediato. Obser­
vando las nubes que pasaban silenciosas y alegres
sobre su cabeza, se puso a pensar en la form a com o
le declararía su amor, bues él era un forastero y ella
sin duda, p o r su hermosura, debía ser una princesa
de noble estirpe.
C uando arribe) a la aldea más próxim a y pregun­
tó p o r ella, nadie supo decirle donde estaba, pues
había o lv id a d o preguntarle su nom bre, IV ro com o no
podía b o rra r de su mente el b rillo de esos ojos ne­
gros y su m irada penetrante, decidió establecerse a llí
hasta encontrarla. Los lugareños, que eran hábiles
artesanos, le enseñaron el arle de trabajar la lana; y
com o estaba enamorado, em pezó a tejer una bella
manta para obsequiársela a su amada.
©
%.............................................. 1
o,' A N TO N IO ..ANI >A (• li<)

o Un día en que T in loba lejía ensim ism ado en su


telar, la gritería y el jo lg o rio de los ñiños lo distraje­
o ron de su labor. Acababa de aparecer p o r el cam ino
o p rin c ip a l de la aldea una gran co m itiva de hom bres
o cargados de presentes para la hija del cacique del
o lugar; se destacaban vestidos de finas pieles c u rti­
o das, pectorales y joyas de o ro y plata labradas, a d o r­

o nos de plum as m u ltico lo re s... Poco después supo


que todos esos presentes eran parte del pacto que
o sellaba el enlace entre el h ijo del poderoso cacique
o de las tierras del norte con la hija m enor del cacique
o de estas tierras. T in to b a s in tió en el corazón una
o verdadera estocada y creyó m orir. Intuía que la d o n ­

o cella que lo había hechizado era la hija m enor del


cacique. Presentía una gran tragedia. Desde e n to n ­
o ces no p u d o concentrarse mas en el trabajo y lo
o abandon ó; le m olestaba la alegría de la gente que lo
o rodeaba y en la noche llo ró desconsolado. Nadie
o podía entend er su súbito cam bio de personalidad.

o Sólo él lo sabía.
C om o la noche estaba oscura com o boca de
o lo b o y no podía co n cilia r el sueño, se internó en el
o bosque de altos alisos y arrayanes; mientras cam inaba
o y cargaba su dolor, Tintoba encontró llo ra n d o a una
o herm osa joven que estrechaba su cuerpo al tronco de
un á rb o l. A l sentirse observada ella v o lv ió la mirada y
él re co n o ció aquellos ojos. Era la misma doncella que
había calm ad o su sed con el agua del cántaro. Era
o Súnuba, la hija del cacique, quien había sido prom eti­
o da en m a trim o n io a un im portante soldado-guerrero
o
o
o
o
0
3
o
_____________ I.ÜVJ-NI IAS--V- CI ilvNTí >S INDÍ( ;(-NAS I lIS t’AN í ÍAMI-HÍCA 7
S

que no amaba. Su padre la obligaba a casarse p or


intereses ajenos a sus seniiniienlos.
Al am paro de la oscuridad y cóm plices del sile n ­
cio los jovenes com prendieron que se amaban, se
besaron con pasión y juraron un pacto. Entonces
asomó la luna com o aprobando dicha unión y ios
ben dijo con su luz. En la madrugada, cuando ía luz
pintaba su claridad en el cielo y los pájaros anuncia­
ban el nacim iento del día. 'Tintoba se desp idió de su
a ¡nada, no sin antes prom eterle que pro n to se re u n i­
ría' con ella para siempre.
Iíl in d io regresó a su aldea dispuesto a estable­
cerse allí, don de algún día form aría una fam ilia con
la jo ven de su encuentro. Pero no podía dejar de
pensar en ella en n ingún m om ento, p or lo que d e ci­
d ió ir a buscarla. Tira una m isión d ifíc il, pero su
am or era tan grande que no había barrera que se
interpusiera entre él y Sunuba. Y se puso en ca m i­
no. N o había obstáculo que lo detuviera. A los p o ­
cos, citas de cam ino llegó hasta el p o b lad o anhelado,
se acercó a la vivie n d a del soldado-guerrero y d ijo
que le traía un presente a la princesa; los guardias,
al ve r las relucientes esmeraldas, lo dejaron pasar
sin hacer preguntas.
El soldado-guerrero a la cabeza de sus huestes
había pa rtid o a luchar contra las tribus del sur que
amenazaban sus dom inios, de manera que la pareja
ele enam orados p u d o reunirse sin problemas. Súnuba
lo n o m b ró centinela de confianza para tenerlo cerca
suyo sin despertar sospechas. ,

O
=,s W fO N :l'> l.\M > .\l'K (>

Pero com o la felicidad nunca es com pleta, c o ­


menzaron fas habladurías y fas conjeturas. A ía d o n ­
cella .se la acusó de in fie l y al joven de no c u m p lir a
cabaíicíad con sus deberes de guardia de honor. 1.a
envidia y la mala in ten ción fueron más poderosas
que los sentim ientos. Apenas regresó el soldado-gue­
rrero cargado de regalos para su esposa, las m ujeres
del pueblo, celosas, le c o n ta ro n .lo que ellas creían
que había pasado entre su m ujer y el forastero.
Súnuba co rrió rauda com o una fierecilla acosada
a avisarle a T in toba del p elig ro que corrían, y los dos
huyeron p o r cam pos y atajos desconocidos. Luego
cruzaron Paquita, Tibasosa, Duitama y los valles de
Sogamoso, que él conocía com o la palma de su mano,
hasta que llegaron a la aldea donde vivían sus pa­
dres. A llí la doncella apren dió el arte de tejer, sem ­
brar y cocinar. A am bos la vida parecía sonreírles.
IJna tarde, cuando T inioba regresaba de sus la bo­
res cotidianas, encontró a un forastero que había p e d i­
do un poco de agua y un lugar para reposar. Apenas
lo vio se reconocieron, bra el mensajero del soldado-
guerrero traicionado que había localizado el escondite
efe la pareja. Él les com unicó a todos los presentes lo
que había sucedido, y todos quedaron horrorizados,
pues sabían, com í) lo d o chibcha, que el hom bre que
le roba la m ujer a otro debe ser castigado.
Súnuba y. T in io b a com parecieron ante el gran
sacerdote. Éste orden ó que ella debía regresar con su
esposo y T in to b a debía ofrecer, sacrificios para apla­
car la furia de los dioses. Antes de partir, Súnuba

O
Vl M ,A s v ÍS INPK ;i -:nan ni- m i m -a n i ia m iíiii c a V)

pemil,so para ir p or sus joyas y pertenencias


m om ento que aprovechó pura huir con su p rom etido
IX- p ro n to U „;, gran inm adura se hizo sentir en
Odo el valle y l;l nena tem bló en toda su extensión,
•os amantes co rrie ro n despavoridos loma ahajo Sello
deseaban estar u n o al lado de! otro. M ientras corrían
inloba sim io que sus piernas no obedecían a su
voluntad y sin saber cóm o, su cuerpo em pezó a
cn.sai.se hasta quedar conve nid o en un ríg id o 'ca cto
11,11 Pu n zanlcs espinas. Súnuba tam bién perdió
i.i m ovilida d y, presa entre el fango de |Us pantanos
a d q u irió la lorm a y estatuía de un junco.
l-uct-o de aquel prodigio , la tierra recuperó la
alma. ^ hoy todavía están allí: el cacto a la orilla de
a laguna don d e se mece el junco, suave y sutil
ju n to s quedaron y junios están, pero no pueden ha-

V
■v
%
LA CADENA SAGRADA
(In c a )

Esta em otiva leyenda inca que e s


naturales de la regió n del Titicaca, narra
la cadena sagrada que se ocultaba en el templo del
Sol, tan afanosamente buscada y tan bien escondida
que nunca ha podido ser encontrada.
Hace muchísimos años el dios Inti, o Sol, compro
bó la fortaleza espiritual de sus h ijo s seres de
hierro, montados a caballo, que lanzaban
truenos con sus manos, intentaron apoderarse de sus
reliquias sagradas. Parecía que estos seres eran in mort
ales pues ni las flechas ni las lanzas tu las pedradas
lograban derribarlos en las batallas. N o c a b ía d u d a
que eran enviados por un dios muy poderoso; habien
do desembarcado en las costas del imperio de Atahualpa
, se apoderaron del Cuzco, la capital, y también
del monarca, al que habían hecho prisionero.
Un ese entonces, cerca de las orillas del Titicaca,
el lago sagrado, vivía en su templo el gran sacerdote
Khapac Muchar, jefe religioso d el imperio. Bien inform
ado sobre los últimos suces o s , el c o n o c í a t o d oslo
s
acontecimientos y su ciencia secreta le guiabalumino
samente en estos difíciles momentos. Él se proponía
m antener la unidad del im perio por la relig iosidad de
su raza, y diariam ente enviaba desde el t em plo del Sol
numerosos emisarios que visitaban todos los tem plos
del im perio y m antenía así la unidad y la esperanza
en la abatida nación inca q u e amenazaba desaparecer.
En esos días se aproxim aba e l Inti-Raimi o Gran
Fiesta del Sol, pues era el tiem po del pacha p ucuy
(marzo, equinoccio de o to ñ o ), y Khapac Muchar h izo
excepcionales preparativos en honor de Pachacamac
— dios padre— y de I n t i — dios hijo— para que los
ayudaran a term inar con los invasores de hierro que
se habían apoderado de gran parte del im perio y
amenazaban destruirlo totalm ente.
Llegó la solem ne fecha y d e todas partes del
im perio venían emisarios con ricas ofrendas para el
Tem plo del Sol. innum erables piedras preciosas traían
del norte; de Atacama y T u cu m án llegaban sacos de
oro cargados a lom o de lla m as; objetos de arte de
toda especie y finísimas telas del sur; perfumes sagra
dos venían de las selvas de o riente; en fin, llegaban
ofrendas desde todos los p u n tos cardinales.
Estas enormes riquezas se acum ularon en el tem
plo, mientras Khapac M uchar dirigía todos los prepa
rativos para esta extraordinaria ceremonia religiosa,
secundado por la sacerdotisa Layca, que dirigía las
vestales cuidadoras del fuego sagrado.
Este año, p o r ser extra ord ina rio y para ganar el
favor de los dioses debía inm olarse a la más hermosa
vestal del im perio: Palla Co y ilie r; la pira sagrada se
alzaría en el centro de la explanada del templo.
El día fausto llegó y una g ran m uchedum bre se
congregó en el te m p lo para seg u ir devotam ente el
r itual. Todo parecía augurar el é x ito de la ceremonia.
El día despuntó claro y agradab le. Al oriente apareció
el sol entre in definidas nubes, y su halo dorado d io
vida a las cristalinas aguas del lago.
En ese preciso instante se oyeron las voces del
coro de las vestales e n tona r el him n o al sol, y luego
la voz del gran sacerdote K hapac M uchar entonando,
en m edio de un p ro f u n d o silencio, u n cántico sagrad
o. Al term inar aparecieron las bailarinas q ue inter
p re ta ro n una d a n z a sa g ra d a al son de r a ros
instrum entos de caña y hueso. En ese instante el
espectáculo era m ajestuoso. Luego la m uchedum bre
entonó un h im n o de gracias, m ientras los p e rfumes y
óleos sagrados em balsam aban la atmósfera. Era un
m om ento de gran solem n ida d y em oció n. Después el
p u e b lo se entregó a la m editac ión, m ientras los sir
vientes preparaban la pira para el sac rific io, el que
debía realizarse a la caída del sol.
Pa lla Co y llier, educada en m ístico rigor, aceptó
resignada el sacrificio y em pezó con los preparativos,
em belleciéndose y ataviándose para la circunstancia.
Antes del sacrificio debía tener lugar la exposición y
veneración de la cadena sagrada, y esto era algo de
sum a im portancia para atraer las benéficas influencias
d e los dioses. L a cadena sagrada era el talism án del
im p e rio , y sólo se exponía en las grandes ceremo n ias
de los equ ino ccios. Era m uy notable p or su hechura
y h asta misteriosa en sus influencias. Tenía setenta y
siete eslab o nes d e o ro macizo, gruesos c o m o un p u lgar,
cada eslabó n tenía tres secciones. Estaba dividida
en c uatro partes, y poseía g rabadas en relieve f ig uras
que sim b o lizaban a los dioses d e ag ua, fuego, aire y
tie rra, además te nía incrustadas en cada eslabón siete
clases de piedras preciosas. Cada nueve eslabones
contenía una plancha circular de o ro m acizo, en cuyo
anverso fig uraba e l sol, y al reverso, la luna, en p lata
labrada. Doce cadenas más pequeñas, al interior, se
unían en el centro y su jetaban un gran d isco en oro y
p ie d ras sim b o lizando al dios sol, com o el centro del
u n iverso. Todos estos signos eran co n o cidos p o r los
sacerdotes e iniciados.
La cadena sagrada era tan grande y pesada que
se necesitaban cuatro hom bres para levantarla, y era
celosamente custodiada en una cámara subterránea
en el centro de l tem plo, cuya existencia conocían
sólo el g ran sacerdote y sus ayudantes.
Esa tarde fue llevada hasta el atrio del tem plo
para su veneración p o r el pueblo, el que se acercaba
con temor y devo ción a contem plar el obsequio que
el dios In ti había confeccionado para su pueblo, para
recordarles materialm ente su lum inosa presencia. M ien
tras esta cerem onia se realizaba en el T em plo del Sol
a o r illas del Titicaca a pocas leguas de a llí avanzaba
velozm ente una colum na de belicosos jinetes pro te g i
dos de corazas, yelm os, escudos y profusam ente ar
mados. Su cabello hirsuto y barbas desordenadas les
daban un extraño aspecto que asombraba a los in dí
genas. Por un tra id o r se habían enterado de la fecha
y el lugar de la gran cerem onia religiosa y acudían
a llí para d estru ir aquel centro de fu e rza mo ral del
im p e rio inca, y tam bién para apoderarse de la gran
cadena.
El centenar d e jinetes, conscientes de la superio
ridad de sus armas y c o n fiando en el efecto sorpresa,
avanzaba rápidam ente h acia el te m p lo . Atardecía.
C uando el sol principiaba a declinar, dos vigías die
ron la alerta: ¡Los pequeños dioses de hierro ataca
ban! E l sacerdote suprem o q u edó estupefacto, pero
se repuso e hizo tocar los tambores de alarma. La
m uchedum bre huyó despavorida hacia los cerros,
abandonando en su precipitada fuga lo d o cuanto te
nían. Los sacerdotes ocultaron la cadena sagrada en
el dep ósito subterráneo. A llí se que d ó K hapac M u
char con dos ayudantes y haciendo g ira r una piedra
en la pared apareció ante ellos un túnel; uniendo sus
fuerzas, llevaron la cadena p or ocultos pasillos.
M ientras avanzaban p or la oscura galería, cuya
salida daba entre unas rocas al n ivel del lago, llega
ron los conquistadores y penetraron violentam ente
en el recinto. Pero no encontraron nada ni a nadie, lo
que constituyó para ellos una desagradable so rp resa.
Entonces registraron el tem plo y encontraron la cá
mara de las vestales, se apoderaron de algunas d o n
cellas y l as interrogaron violentam ente. ¡Buscaban la
cadena sagrada! Aterrorizadas, las doncellas les seña
la ro n la cámara subterránea, pero cuando los conq
u istadores llegaron se encontraron con otra amarga sorpresa:
l a c á m a r a p r i n c i p a l - - - - - - - v e n garse de la
hum illa ció n m altrataron a la herm osa Palla Co y llier,
pero e ll a no m o v ió los labios y no reveló ningún
secreto. De pro n to una trágica lu z b rilló en sus ojos;
algo pasaba en su corazón y su lím pida m irada in d i
caba una solución extrema. Com o no conocía el id io
ma de los conquistadores, les señaló el corre dor que
ib a hacia arriba, luego los g uió hasta el atrio y bajó
con ellos p or o tro corredor.
Pal la C o yllier deseaba encerrar a los hombres de
h ie rro . Conocía un cam ino secreto que conducía a un
la berinto sin salida. En varios tú neles había profundas
trampas que se activaban sólo locando una saliente
de piedra en el m u ro . Una vez en el interior, la
valerosa joven se adelantó a los hombres qué colm a
ban los oscuros pasillos. En un instante en que reina
ba la confusión, un soldado de hierro intentó besarla
y ella lo rechazó; t ras un vio len to forcejeo, la moza
rozó la saliente de un m uro y se abrió ante ellos un
foso de defensa, cayendo ambos en un p ro fu n d o
p recipicio. Los otros soldados, dispersos y desorienta
dos, quedaron sum idos para siempre en las p ro fu n d i
dades de la tierra.
Mientras se m aterializaba esta catástrofe — que
sim bolizaba el derrum be del im perio inca - llegaba a
las proxim idades del lago el gran sacerdote que arras
traba la cadena sagrada, lisie com prendió que debía
o cu lta r para siem pre ese valioso talismán que había
despertado la codicia y las bajas pasiones en los
hom bres de hierro. Al am paro de la oscuridad de la
noche y con la ayuda de sus dos ayudantes, cargó la
c a d e n a e n una frágil em b a rc ac ió n d e totora y remando
silenciosam e n te se d irig ió al c en tro d e l lago. Una
v e z a llí, con el más a b so lu to estoicism o d io u n a v io
lenta sacudida a la cadena sagrada, y sa can d o un
p u ñ a l de p ied ra se a b rió las venas y se arro jo a las

ag uas.
D u ra n te siglos se ha b u scado a fan o s a m e n te este
m a ra v illo s o talism án , p e ro nunca ha a p a re c id o ni a p a
recerá , pues el Titicaca sabe g u a rd a r sus secretos. Sin
e m b a rg o , la cadena sagrada está a llí, c o m o m udo
Testigo de esta histo ria.
L a M ú sic a d e la s M o n ta ñ a s
(71 vi ii ar á)

acia ya varios días que ( L u q u i, un n iñ o pastor


de Mamas y guanacos, trataba de convencer al
yatiri — el sabio de su ayliu (caserío a n d in o )— para
que le enseñara el sendero hacia la veri ¡ente sagrada.
Esa donde el agua cantaba cóm plice del viento, El
anciano sólo lo miraba en silencio y luego le decía
que aún no había llegado el m om ento para revelarle
el secreto. El niño estaba impaciente porque con una
caña había tallado una quena y — según las creen­
cias— para que ésta em itiera un sonido diáfano com o
el vie nto debía recibir el rocío del agua de la vertien­
te. Él tenía la secreta intención de unirse a la cofradía
de m úsicos que animaría las próxim as festividades
dedicadas al sol.
Su m adre, Chullca, que era tejedora, lo observa­
ba con atención cuando regresaba en las tardes con
el rebaño, m ientras tejía en el telar una colorida in an­
ta para protegerse de los intensos fríos altiplánieos.
Lo veía preocupado, pero no le decía nada. Esperaba
que él le contara lo que tanto lo inquietaba. Y un
atardecer, no pud ie n d o soportar más, usando su na­
tural prudencia, ella le preguntó qué le sucedía.
o
(>!< ........................ ....................... AN TONIO I.ANDAUHO.........................................................

o Pero C lu iq u i no quería contarle el porqué de .su


3 amargura.
o — A lgo íe sucede; le encuentro d islin lo , com o si
estuvieras pensando en oirá cosa — íe d ijo en tono
o
com pasivo.
o — Nada me pasa..., nada...
3 — Te conozco. A lgo te inquieta, ¿le puedo ayudar?
3 — No creo que puedas, lis una cuestión de h o m ­
■3 bres.
3 — ¿De hombres?
— Sí. A lgo que las mujeres no saben; se trata de
3
cóm o llegar hasta la vertiente sagrada.
o — Ah. tira eso. ¿Quieres ir hasta el Supaya, el
:> cerro sagrado, don de esta la veniente, para que la
3 luna tem ple Ui (¡nena?
3 — til rocío es el que templa los instrum entos; él
pone la arm onía de n tro de ellos.
o
— Bueno..., la luna tam bién ayuda. Pero no tie ­
3
nes p o rq u é viajar hasta allá. Cualquier rocío afina los
3 instrum entos.
) — No es así.
3 — lin realidad sólo el Supaya hace el m ilagro. ¿Y
p o r qué no vas hasta allá?
3
— Porque no sé cóm o ir.
O — ¿Mas conversado con el yatiri?
— Muchas veces, pero no me quiere revelar el
sccreí<).
3 — Seguram ente está esperando el m ejor m o ­
m ento.
— lis pero que así sea.
j
3
3
3
J
3
3
"0 ANT< >N!< > LANS >A1 U ít)

pasaban los días y la in quietud de C h aqui iba en


aum ento. Los atardeceres se hacían cada v e / más
largos, interm inables. Uno de ellos, cuando volvía
con su rebaño oyó a lo lejos cóm o algunos jóvenes
tocaban arm oniosam ente sus zam ponas y otros ins­
trum entos. Un escozor creciente re corrió su c u e ip o
de pies a cabeza. No resistió más y fue nuevam ente
don d e el yatiri a preguntarle el seciclo.
Ksta vez su sorpresa y alegría fueron enoim cs. Ul
anciano lo sentó a su lado y dibujando sobre la tierra
con una vara le fue explicando, paso a paso, el trayec­
to que debería hacer ¡rara llegar al m onte sagrado.
__Debes partir con el alba y cam inar durante
to d o el día. lis con la aurora, antes que las prim eras
luces del alba se dibujen sobre las cum bres nevadas,
cuan do el rocío entrega sus melodías. Id las sopla en
los instrum entos y los dota de espíritu.
C h u q u i le agradeció infinitam ente ai yatiri; casi
no cabía en sí de alegría. C orrió a su casa a peclides a
sus herm anos que se hicieran cargo del ganado d u ­
rante dos días. Luego llenó su chuspa — o bolsa teji­
da— co n sem illas de maíz tostado y papas de chuñ o
y se recosió esperando descansar.
La m adre no le elijo nada. Lo ni i taba con una
sonrisa de o rg u llo . Sabía lo que la música teptesenta-
ba para su h ijo y com prendía la agita ción que lo
embargaba. Todos en el ayilu, donde vivían d ife re n ­
tes fa m ilia s todas emparentadas, hacían buenos ins­
tru m e n to s m u sica le s y s ie m p re to c a b a n en las
cerem onias im portantes.
i.m -ND As 'i (.1 ii-:n ru.s i\n t i . in a s ui nt.M’ANOAMiínu.A ?i

(1nic¡ui no d u rm ió on in d i la noche, la agitación


m lc rio r era m uy grande. Anlea que clareara se puso
en marcha. Com enzó a subir la quebrada que le era
fam iliar, ya que allí acostumbraba llevar a pastar su
icb año. Iba cabeza baja, ensim ism ado en el cam ino;
súbitam ente, el relincho de una vicuña lo distrajo y
se sondo. Mil ó el cielo y con alegría vio que Jos
p o n im o s (espiándoles dibujaban hermosos reflejos
dorados en las montañas. Mañana a esta hora ya
tendí la líe n le a si el suave rocío y su quena bien
tem plada con todas las melodías conocidas, pensaba
Chuqui. Sus dotes musicales contribuirían a darles
más belleza a sus interpretaciones.
De pronto, (ocio se ilum ino. Junto con la aparé
cion cíe los pi¡m eros rayos ele sol (oda la naturaleza
se puso en m ovim iento. Decenas d e parinas o fla­
mencos rosados pasaron volando con sus gritos ca­
tite, let íst icos p o i so b re su ca b e z a . (¡ rala m e n te
co m p la cid o se puso a descansar en una piedra azu­
lenca y observó el m aravilloso espectáculo de esa
bota, Lia un paisaje dulce y apacible donde había
muchas piechas y paja brava, elementos característi­
cos del a ltipla no. A su izquierda alcanza) a divisar la
cola larga y peluda de una vizcacha que se escondía,
la m b ie n se peí cato que a lo lejos, ante un rebaño de
vicuñas hem bras, dos machos en celo estaban pe­
leando. Luego del descanso se puso en marcha nue­
vamente’, pues le quedaba muc ho aún p o r subir.
hía a paso mas lento, pues debía guardar fuerzas
ya que le quedaba todo un día de camino. Cuando el

)
sol caía v e r i ¡cálm enle, sacó ele su chuspa algunas
semillas y se las echó en la boca, Peio no se detuvo.
Y caminí)... y cam iní)... y cam inó. ¿Cuánto había subi­
do? No lo sabía, pero era bastante, pues se sentía un
poco ahogado. C uando los rayos del sol se p u sicio n
oblicuos, de in m ed iato com enzó a bajai la te m p e ia tu ­
ra. Pero él no sentía el frío, ya que en su m ente había
un solo pensam iento: el rocío de la mañana. Cuando
el sol em pezó a abreviar su luz en el h o iizo n te , él
siguió escalando sin desmayar. Debía avanzar cuanto
más pudiera; presentía la proxim idad de las nieves
eternas.
¿Había sabido interpretar bien las indicaciones
del yatiri? ¿listaría en la senda correcta? ¿Lograría lle ­
gar a tiem po a la meta?
Observó el cielo y vio las primeras estrellas. Sintió
su presencia y sus guiños le aseguraron que estaba
cerca del lugar que con tanto alan andaba buscando.
Y no se detuvo. C onfiando en su buena estrella co n ti­
nuó ascendiendo. Debía ir con mueno cuidado, pues
cualquier resbalón podía coslarle la vida. Pero un dios
benevolente hizo que surgiera la luna y con su luz
alumbrara el cam ino que había por delante.
Pn lotices aspiró varias veces e! aire cada vez más
delgado, más diáfano y más puro, y aceleró el tranco.
Pl silencio era majestuoso, sólo se escuchaba el ru­
m or del viento. Se detuvo una vez más para aquilatar
la situación. Con inmensa dicha sintió a lo lejos un
breve ru m o r de agua. Y sigiloso se acercó a la ver­
tiente de plata, to m ó un poco de agua entre sus
l.liV I'N I >AS Y CI l|ÍNT( )S INJ )|( ;i:NAS (>!■; IIISJ’ANOAMIiWCA 7.t

m;tnos y d io un g rito de felicidad. I*m ei iug;ir señala­


do. Y se sentó a esperar, iín realidad no sabía bien
qué esperaba, pero el rocío debía hacer sentir su
presencia con la aurora. Los mi nulos parecían siglos.
Se paraba, miraba, se sentaba, se volvía a levantar...,
esperaba...
hm pozaron a borrarse las estrellas y a llegar la
claiidad, acompañada ele una sutil humedad.- lira com o
un velo transparente de dulzura, com o p olvo frío de
estrellas. Y salió el sol. ¡Cuánta desilusión! Había he­
cho la larga caminata p o r nada, líl creía que aparece­
ría un dio s y p o n d ría la música d e n tro de su
instrum ento, hn su mente infantil se había forjado
esta ilusión. Id esperaba una señal, pero nada había
sucedido. Y de sus ojos brotaron lágrimas muy amar­
gas, I-monees vio planear unos cóndores, listos agita­
ban sus alas com o para hacerlo olviciar su pena,
lo d o había sido en vano. ¡Tanto sacrificio p or nada!
Ahora debía regresar. Intente) tranquilizarse y buscó
las ultim as sem illas que habían en su chuspa. Palpó
su quena, su q ue rido instrum ento p or el que había
hecho la travesía. Instintivam ente se lo puso en los
labios y sopló... ¡Milagro! ¡Milagro! De él brotaron
unos agudos y m elodiosos sonidos com o nunca antes
había escuchado. Su claridad despertó a todo el a lti­
plano. Sintió una leíicidad nunca antes experim enta­
da. V o lvió a -soplar para saber que lo d o no era un
sueño. Otra vez se deleite) con las notas que brotaban
espontáneas de su caña. No podía creerlo, no podía
creerlo.
A N TO N IO l.A N D A I'líO
rl

¿Cómo pudo el rocío estar con él y no vedo?


Entonces co m p re n d ió p o r que el anciano había
esperado tanto tiem po para p e rm itirle em prender la
búsqueda. Se necesitaba el rocío de la luna llena de
marzo, esa del e q u in o ccio de oto ñ o en el hem isíctio
sur. En ese instante una gran paz se apoden') de su
ser y regresó con los suyos. Nunca más dudaba de la
sabiduría de los mayores. Esa que sólo los años y la
experiencia p ro po rcionan.
Chuquí se integró a la colradía de m úsicos de su
ayllu y con su quena presid io las cetem onius sugia-
das más im portantes de su tierra.
LA HIJA DHL SOL
f C u c m n ií)

n lo.s límites de las actuales repúblicas del Para­


E guay y Argentina, y hasta en territorios brasileños,
existe una rara ave cuyo extraño canto parece un
lam ento hum ano. Pn la herm osísima zona de las cata­
ratas del Igua/ú, en la frontera brasileño-argentina,
este pájaro tan singular deja escuchar ocasionalmente
su canto: es “ la hija del sol", com o por allí se le llama
ai ave que lo emite, y la leyenda sobre su origen es
m uy poco conocida.
Se cuenta que hace m uchísim os años un cacique
guaraní, célebre y m uy respetado en la región p o r ser
el m ayor de los caciques sobrevivientes, tenía una
bellísim a hija a cuya m ano aspiraban todos los valien­
tes guerreros de la región. M ultitud de presentes ofren­
daban los pretendientes a diario: los más variados
collares, piedras preciosas, exóticos pájaros, telas de
m il colores; en fin, cada uno procuraba complacerla
con sus obsequios y trataba de superar el regalo de
su rival.
Pero ella permanecía indiferente a lóelas las,.ma­
nifestaciones con que trataban de conquistarla; in clu ­
so había rechazado a los que, más osados; se
AN TO N IO l.ANDANKO
?(>.........

0 ■
atrevieron a declararle su am or y a pedirle su mano.
O N inguno de los pretcndienles le había llegado al co­
o razón, por lo que, triste, temía que-alguna vez tuvieia
o que aceptar a alguno en contra de su voluntad.
Ante tal situación, tem iendo el anciano cacique
.o
que el tiem po transcurriera sin que su hija se d ecidie­
o ra, lo que traería sin dudas com o consecuencia que
o él pudiera m o rir sin conocer al íu tu io gobernante, y
o tem iendo además que las dudas de la pi incesa p u d ie ­
o ran acarrear grandes desgracias a su pueblo poi am ­

o bicion es desm edidas de algún caciq u e ve cin o o


guerreros atrevidos, tu vo que decidirse a poner iin
o personalm ente a tan larga espera.
o Llamó a su hija y ambos discutieron el problem a,
o líl anciano insistía en la urgencia de que ella escogie­
o ra a su hit uro esposo; la joven, p o r el cont latió,
quería dilatar la elección, esperanzada en que p to n to
)
aparecería el hom bre de sus sueños. Poi Iin, ambos
o llegaron a un acuerdo; se celebraría un tonteo e n tic
o lo dos los pretendientes, en el que deberían cumplit.se
0 determ inadas pruebas, y el vencedor gana lía el más
o codicia do de los prem ios; la m ano de la herniosa

O mujer.
De tal suerte, al día siguiente se convocó a los
O
mas b ru v i>> v apuestos guerreros de la región al céle­
O bre torneo; y se hizo saber que quien presentara ante
o el cacique el ave más bella y de canto más arm o nio­
'o
so, la piedra de mayores destellos, el jaguar más
herm oso tic aquellas selvas y la flo r más extraña \
0
desconocida, obtendría en m atrim onio a la princesa.
O

0
0
0
0
0
i .i :m :n' i >a s y u ;i ;n k >n i .\i >í( ;i ¡n a .s i >i -; i u n i ’a n í j a m iík k :a 77

Se fijó com o pun ió de reunión p;ini in iciar el lom eo


la pinza de la aldea, y ro m o lecha, lie s días después
de difun did a la convocatoria.
Llegó el día señalado, iin la plaza de la aldea,
presidiendo la com petencia, se encontraba el cacique
que vestía sus mejores galas, rodeado de ancianos,
guerreros y brujos de la tribu. La joven, que lucía más
hermosa que nunca y que se hallaba ricamente enga­
lanada, alejada del lugar veía con tristeza cóm o iba a
em pezar aquel extraordinario torneo.
A una señal del cacique se apresuraron los con­
tendientes a Lomar sus posiciones para in iciar la com ­
petencia; mas, en el m om ento en que todo se hallaba
dispuesLo, la joven alzó .su voz y gritó;
— ¡Alto, padre, deten el torneo; p o r fin lie decidi­
do con quién he de casarme!
Mientras los que iban a participar se preparaban
para hacerlo, un desconocido, de baja estatura, de
c o m p le xió n endeble, sucio y harapiento, con la ropa
hecha jirones y lleno de p o lvo y lo d o había llegado
hasta la aldea. Poco antes ele su a rribo había visto a
la bella muchacha y prendado de su hermosura le
o fre ció su am or y protección, lilla, misteriosamente
influenciada p o r la mirada, la expresión y un algo
o c u lto que no acertaba a descubrir en aquel extraño,
se había enam orado de él y así se lo com unicó a su
padre.
Extrañado y sorprendido detuvo el cacique los
preparativos, se levantó de su asiento y atravesando
la plaza llegó al lugar en que se encontraban su hija
7íí A N T O N » ) I.ANDAHIÍO

y el extraño visitante, o rden ándole a ella que le pre­


sentara a su fu turo esposo y sucesor. Al ver a aquel
desconocido y al darse cuenta de su triste apariencia,
m ontó en cólera, desaprobó la elección de la joven y
orden ó que expulsaran del lugar a aquel extranjero,
lilla debía obedecer a su padre, p o r lo que solamente
p u d o sollozar, entristecerse y desp edir con lágrimas
en los ojos al hom bre del que se había prendado a
pesar de su deplorable físico.
De pronto, un deslumbrante rayo de luz iluminó el
ambiente. Una espesa y negra nube envolvió al extrañe)
sujeto y una vez disipada apareció ante los asombrados e
incrédulos ojos de todos los presentes un apuesto y gallar-
río guerrero como nunca antes habían visto. Tenía los ojos
del cielo, de fuerte musculatura, y estaba ricamente vestido
con unos ropajes tan extraños como vistosos; enseguida se
volvió hacía la muchacha y tras contemplarla por unos
instantes, le dijo:
— Yo soy el h ijo del sol, y he ve n id o hasta aquí
e n via d o p or mi padre para casarme contigo. Pero me
he dado cuenta de la altanería y el desprecio con que
tu padre trata a quienes considera indignos de su
rango. Por lo tanto, lie d e c id id o castigarlo para que
con eso sufra Jas consecuencias de su carácter despó­
tico y se arrepienta de ser tan despreciativo con sus
semejantes. Por eso, Jejos de casarme contig o com o
eran m is más sinceros deseos, he de convertirte en
pájaro para que tu padre llo re am argam ente su desdi­
cha cada vez que vea a “ la hija del sol” , bella ave en
la que te has de conve rtir den tro de un instante.
ü'.'l l-.NDAS V C(tt:NT( >.S INI >f( ¡KNAS !)|- I NM’ANOAMIÍKIC.A 7<;

Afjuel cacique llo ró su gran pena durante toda la


vida y [tic victim a de !a indiferencia de quienes lo
conocieron. Hoy día, evcntualm ente se escucha en
las tierras guaraníes un canto que se parece a un
la m en to hum ano; es “la hija del s o l”, que convertida
en ave canta sus desdichas en algún rincón de la
íc rlil tierra amazónica.
LA YERBA MARAVILLOSA
(Guaraní, charrúa)

lia d a ya m ucho, pero m uellísim o tie m p o — no sabía


exactam ente cuánto— que Jaguareté andaba vagando
p or la selva, alejándose cada vez más de su aldea y
de su tribu. Se había encontrado con numerosos a n i­
males, llores y frutos desconocidos y comenzaba a
sentir nostalgia; una especie de desesperación y fa ti­
ga. Su fuerza y su valentía estaban cediendo frente al
desgano y el aburrim iento. Esa tarde, tras un largo
peregrinaje, vio un enorm e ceibo; hacia él se d irig ió
y se sentó bajo la som bra de sus ramas y hermosas
flores rojas. Llevaba en sus manos unos sabrosos ma­
maos y mangos para m itigar el cansancio y la sed.
Una vez más las imágenes de su gente y de su
aldea se le vin ieron a la mente, pero en esta ocasión
co n m ayor nitidez. Sus recuerdos revivieron de nuevo
la fogata, su tribu y la discusión.
Se vio , de pronto, en un claro del basque ju n to a
todos los que estaban reunidos después de una e x ito ­
sa cacería. Entre ellos, tam bién el valeroso Pira úna,
lu c ie n d o con o rg u llo su co lla r adornado con los d ie n ­
tes de decenas de enem igos y cientos de bestias
vencidos p o r él.
................ i ^ v i *;n i m s y <;h i -;n t ( )n in i >k iicna .s nr; im m v w o á m i Uíic á «i

A unque hizo el esfuerzo, no le fue posible recor­


dar con exactitud el m otivo p o r el cual com enzaron a
discutir. Pero claramente fue percibiendo de nuevo el
tono de la pelea que em pezaron los dos, cada m o­
m ento más inerte y más atrevido. Se vio, otra vez,
tom ando un garrote, lo prim ero que encontró, para
darle con él un terrible mazazo en la cabeza.
C uando llegó a este p u n to de sus recuerdos,
com o tantas otras veces había sucedido, despertó de
su ensueño y de un salto quedó de pie ju n to ai
tronco del árbol. Su corazón agitado y su respiración
entrecortada le decían cine aún tenía m uy frescos los
acontecim ientos, a pesar ríe las muchas, muchas lu ­
nas que él llevaba deam bulando en e s to s : parajes
selváticos. No había lograrlo superar aquel trance.
¿Cernió podría hacerlo, si con ese acto había m atado a
su amigo? Vio, de nuevo, a Piraúna te n d id o en el
suelo en un charco de sangre y, de inm ediato, él
m ism o rodeado de furiosos guerreros que lo llevaron
al poste de los condenados y allí lo amarraron. Sabía
que merecía la pena de muerte, pero era el padre del
d ifu n to quien debía pronunciarla. Según las leyes de
la tribu, a él le correspondía d icta r sentencia.
Fue p o r eso que, rasgando el pesado y tenso
silencio que había caído sobre la gente de la trib u , se
alzó la voz luerte y poderosa del sabio Cuaruasú, el
anciano padre de Piraúna. Con ira contenida y aspi­
rando profundam ente el aire, dijo:
— N o deseo la sangre ni la vida de Jaguareté,
p o rq u e creo que no lú e él q u ie n realm ente m ató a
A N IO N in I.A N IM P H O

m i hijo, Pienso ([lie íue Anhanga, el c s p íiitu del


nui L
'Io d o s se quedaron mudos. No podían dar cré d i­
to a lo que habían oído. Una larga pausa se hizo
sentir, sin que la rom pieran siquiera las aves con su
canto. Luego, el a d o lo rid o viejo contin uo:
— Pido que Jaguareté sea expulsado de nuestra
com unidad; que nunca mas viva con nosottos; q u e se
vaya, de inm ediato, lo nías lejos que sus piernas
puedan llevarlo. Será desterrado para sicm pie.
Al o ír la sentencia el joven asesino palid eció.
Habría p re fe rid o m o rir él también, lúa peor el eslai
oblig a d o a v iv ir solo, sin sus padres, ni herm anos, ni
amigos, ni nunca poder volver a ver a su gente.
Sin em bargo, no cabía apelación posible. La pa­
labra del p ro g e n ito r de su víctima era ley, según las
creencias. Id padre de Pirauna había hablado y lo
que había d ich o se cum pliría. Y a qu í estaba ahora
ja guareté, bajo el ceibo frondoso, después de haber
vagado tanto p o r la selva desconocida.
Y nuevam ente se puso a vagar, tratando de e x­
p ia r su culpa. Así estuvo deam bulando durante varios
citas. A hora había llegado a un lugar lejano d o n d e no
había m ucha gente. Las pocas tribus que había en­
co n trado en su largo peregrinaje eran de personas
am ables y pacíficas, pero nadie había aceptado que
C se quedara a v iv ir con ellos. Los charrúas le habían
dem ostrado más sim patía, pero tam poco lo re cib ie ­
ron. Eso lo d e cid ió a instalarse, entonces, cerca de
ellos. Con d ific u lta d se construyó una choza, entre
U S I NI 1AS ( I ■I-A1'! ( )S li\'l )l< il.ís'AS I ti- ! tl.M‘AN< >AM(‘lf|( ;A

ái lióles extraños y arbustos desconocidos. Y se dis~


puso a v iv ir solo. Se preparaba su com ida, cazaba
algo o pescaba en un arroyo cercano.
Adem ás le gustaba to m a r una exq u isita bebida
que le había enseriado a preparar la diosa Caa-
íharé, p ro te cto ra de las ¡llantas, y que se había
apia d a d o de él. Se podía beber fría o calien te y se
hacía con una yerba m aravillosa que devo lvía ía
fue iza y daba nuevas energías. C uando la diosa se
le había presentado en sueños, com o una vis ió n
celestial rodeada de luz, al p rin c ip io se d e m o ró en
c o m p re n d e r lo que ella trataba de e x p lic a rle , pe ro
con d u lzu ra y paciencia le hizo entend er fin a lm e n ­
te q u e aqu ellas matas que crecían ahí cerca de su
choza servían para hacer una pócim a sabrosa y
re co n fo rta n te , ha diosa era generosa, ha diosa era
benévola.
Y pasó m ucho tiem po...
Un día estaba sentado lleno de rem ordim ientos,
lam entando una vez más su destino, cuando vio apa-
lecei un g ru p o de indios desconocidos, Kran altos y
Incites, con aspecto licro. Pero ¡oh sorpresa!, cuando
hablaron les entend ió todo, ¡litan de su misma tribu!
hslaba ahora entre los suyos, listos, m uy asombrados
al ver a este erm itaño solitario en m edio de ninguna
paite, teideado tínicam ente de selva y cerca de un
riachuelo, quisie ron conocer su historia,
hos in vitó , entonces, a sentarse en un círculo
m ientias les ofrecía el exquisito brebaje. Y com enzó
a recordar.
o
m

a H) A N T O N I O I. A N O A I K O

a — Muy avergonzado y arrepenliclo poi haber ma-


taclcj a mi am igo Pira lina y angustiado con la senten­
o cia del viejo Guaní asó, anduve semanas y semanas
a sin rum bo a lguno en m edio de la selva. No sabía en
o qué dirección me m ovía, porque después de to d o me
0
daba ig u a ld o n d e llegara. Cierta vez estaba d e p rim id o
n
y fatigado, cuando al fin me v e n d ó el cansancio y caí
desmayado en un lugar desconocido. D orm í p io llin ­
1
damente y creo que deseaba morir. Pero tai sueños
a se me apareció la diosa Caa-Iliaré, que cuida de las
a plantas, y me enseñó a preparar una bebida con unas
o hojas de la selva. Hs ésta que están tom ando ustedes
o ahora. ¿No es maravillosa?
— Sí, sí, es m uy sabrosa. No la conocíamos.
O
— Bueno, gracias a ella pude continuar viviendo con
3 nuevas tuerzas y energías. Ustedes también se van a
O sentir mejor, menos cansados después de un momento.
o — Ya estamos sintiéndonos con más tuerza — dije­
ron algunos que se veían más resentidos después de la
o
larga jornada.
o
Después de esto, los recién llegados se dedica­
....)
ron a mirarlo de arriba abajo. Su asombro era enor­
o me. Hasta que uno de ellos habló:
o —Nosotros habíamos oído de tu caso; sucedió
o hace muchos años. Nadie imagina que tú estés vivo.
'Iodos creen allá que la selva te devoró. Que era muy
0 í: difícil que pudieras salir con vida de ese castigo. ¿No
O quieres volver con nosotros ahora? Piraúna y su pa­
o dre están muertos y no te pasará nada. Ya has paga­
do tu culpa.
O
O
a
o ■'
o
o
o
.................I I; VI:N|)AN V < t ll'N I ( >N JN[>I( ¡!:NAM J |(IM ’A N uA M IíH IC A HS

jaguareté los m iro larga Míenle, uno por uno, y


finalm ente expresó:
Creo que ya no podría vivir de otro m odo.
A q uí soy com pletam ente libre y si necesito algo que
yo m ism o no me pueda procurar, se lo pido a mis
amigos charrúas que son m uy buenos conm igo. Siem­
pre vienen a visitarm e, hilos también loman esta be­
bida, qué llaman yerba mate, fes voy a convidar a
ustedes para que lleven y no se eansen demasiado al
volver a la Iribú. Mis padres ya no deben existir y mis
hem iarios estarán viejos com o yo. A los que queden
de mi familia los saludan en mi nombre.
fo s lorasteros se levantaron en silencio y, agitan­
do sus manos en alto, se lu cron alejando lentamente.
De vez en cuando alguno dalia vuelta su cabeza y
ahí estaba Jaguareté m irando cóm o se iba el úiLimo
lazo con su pueblo, pero feliz, porque les había p o d i­
do cnseñai a beber la yerba mate. Y también porqu e
ellos podrían cultivaría en sus (ierras.
hl tiem po b o rró su recuerdo entre aquellas g e n ­
tes a las que había pertenecido, pero ía costum bre de
bebei yeiba mate que de éi aprendieran— se q u e ­
d ó 'co n ellos para siem pre.
liL ÁRBOL PARLANTE
(Araucana)

u lin d o los españoles iniciaron la conquista de


C Chile se encontraron con una tenaz resistencia de
parle de las tribus araucanas que poblaban el te rrito ­
rio, desde Santiago al sur, principalm ente más allá del
gran río Biu-Biu (B io b ío ).
Id conquistador don Pedro de Valdivia después
de haber fundado Santiago, el 12 de febrero de 1541,
se aseguró de un p u n to de em barque fundan do Val­
paraíso — que en el fu tu ro se constituiría en el p rim e r
pue rto de Chile— y tam bién creó las ciudades de La
Serena y Copiapó.
Con posterioridad, el capitán español se fue al
Perú en busca de recursos para continuar la conq uis­
ta, p rincipalm e nte la parte sur del país, donde no
sólo encontró una fiera resistencia sino tam bién la
m uerte, y sus sucesores sufrieron serias derrotas, has­
ta que un hecho increíble puso fin a esta situación
favorable a los araucanos, al m ando de Lautaro, lo
que p e rm itió a los españoles com pletar la conquista
del sur de Chile.
En efecto, un fam oso machi o brujo llam ado
M añilclco, predecía con gran acierto los acontecim ien-

K!>
r.i:VI N !)A S Y r H K N T n s IN IW il'N A N l>l I IIM ’ANt M M I.IU C A ........................87

los (jue iban a suceder a los indios, lanío los favora­


bles com o los adversos.
■lisie vivía al sur del B iobío; tenía su ruca de
maderos y paja oculta en m edio de un bosque,
cerca de un enorm e canelo,, árbol sagrado, adorna­
do con hermosas guirnaldas de c o p ilu ic s rojos y
blancos.
M añilelco tenía la costum bre de hacer sus ritos
y conjuros bajo el Árbol Paríanle, lúa cono cido por
todas las tribus de la región y constantem ente los
jetes lo consultaban. Un (.lía tocó el cuerno para lla­
mar a los caciques y anunciarles una gran noticia.
M uy pronto se reunieron los más im portantes guerre­
ros de la zona, entre ellos el fo rn id o Caupolicán,
M ichim alongo, Colo Colo, Q u ilc o , Locolralo, Üanan-
tur y oíros más.
'lo d o s estaban sentados en círculo d iente a la
ruca del machi, y éste les dijo, en tono solemne, que
el Á rbol Parlante se había pronunciado y anunciaba
una gran guerra entre las tribus araucanas y los inva­
sores blancos, pero que un joven jefe enviado p o r el
dios Pillán haría m ilagros y salvaría a su pueblo. M uy
pensativos quedaron los caciques y p ro n to se retira­
ron para prepararse para la lucha.
Transcurrido algún tiem po, una luminosa maña­
na de verano, en 1550, apareció por el valle del
B iobío una colum na de jinetes españoles con un nu­
m eroso séquito de indios, lúa Pedro de Valdivia con
sus huestes, quiénes se detuvieron cerca de la desem­
bocadura del río Andalién, en la región del Biobío.
o
© o

HK A N T O N I O 1.A N I JA I N iO

Los araucanos c.stnlxm preparados y m uy bien


organizados, pues tenían un nuevo jefe que había
o sido prisionero de los españoles y logrado escapar;
o éste conocía perfectam ente sus costum bres y su p o ­
.o der m ilitar, además sabía que eran hom bres com unes
o y corrientes y no pequeños dioses, com o entonces
creían los indios, tiste joven era Lautaro, cuyo no m ­
o bre pronto pasaría a la historia.
O " bl 22 de fe b re ro de 1550 los españoles estaban
O ' acam pados al pie del .p e q u e ñ o cerro Caracol, en
o C oncepción, dispuestos a descansar, pues no ha­
■o bían visto enem igos en los alred edores y to d o p re ­
s a g ia b a la c a l m a c o m p l e t a . S ú b i t a m e n t e , a
o inedia noche, los in d io s se acercaron sigilosos y los
o atacaron; después de una v io le n ta lucha — la bata­
o lla nocturna de A n tla lié n — , los co nq uistado res tu ­
o v ie ro n que a b a n d o n a r el lu g a r y retirarse m uy
o m altrechos hacia el norte.
Este p rim er é xito enva len ton ó a los indios y per­
o m itió a Lautaro organizarse y esperar el regreso de
) los españoles. En efecto, los cálculos de Lautaro eran
o correctos. Pedro de V aldivia y sus huestes regresaron
o al valle del Biobío, y el co nq uistado r fu n d ó entonces
o la p rim itiva ciudad de C oncepción, lo que alarm ó a
los caciques de la región, pues veían a sus enemigos
o ■ instalarse definitivam ente en la comarca.
oc Consultado nuevam ente el m achi M añilelco, éste
o. in terrogó al Á rbol Parlante y d ijo a los caciques que
O ■■ ■ grandes victorias tendrían contra el invasor. Una vez
o más, el árbol sagrado y su m achi decían la verdad.

o ;
0
3
o
3
3
3
i.cvi'MMN v aii:N !ns i n i >h ; i -:n a s d i . j a m i -k i c a ................. m

Electivamente, Pedro de Valdivia salió en perse­


cución de los indios y llegó hasta Tuca peí, pero ahí
los araucanos lo atacaron ferozmente hasta que ago­
taron a las huestes españolas que, casi aniquiladas,
tuvieron que h u ir hacia Concepción, mientras que el
p ro p io Pedro ele Valdivia caía en manos de los indios
y era ajusticiado.
M uerto Valdivia, le sucedió en el m ando el capi­
tán don Francisco de Villagra, quien quiso vengar la
m uerte de su jele y p ro n to se d irig ió al sur, con el
objeto de castigar a los indios clónele ios etKontrase.
Pero el hábil Lautaro, enterado por sus espías de los
m ovim ientos de los españoles, se preparó y los espe­
re) en Macigüeño, in fligiéndo les una sangrienta de rro ­
ta en la cual Villagra apenas pudo salvarse con un
puñado ele jinetes; éste vo lv ió a Concepción, hacien­
do evacuar la ciudad, pues estaba en grave peligro.
Poco después Lautaro se apoderó de la naciente p o ­
blación, la-saqueó e in ce n d ió por prim era vez.
Consultado nuevam ente Mañilelco, éste interrogó
al Á rbol Parlante y, p o r el susurro de sus hojas, el
machi com prendió que.la buena suerte seguiría, pero
p ro n to iba a term inar. Así lo com unicó a los caciques
y Lautaro tom ó las m edidas necesarias para avanzar
al norte, con el objeto de expulsar a los invasores;
pero a orillas del M ata quilo su I rió un serio revés, p o r
lo cual vo lv ió al sur para reorganizarse y continuar la
lucha.
Una vez repuesto, regresó a orillas del m encio­
nado río para atacar a los españoles, pero Villagra lo
ANTí ) N [( ) I.ANI>AWH<)

sorprendió con una estratagema, Lautaro cayó grave­


mente herido y perdió la vida. A unque los indios se
batieron con su habitual valentía, la pérdida de su
jefe lo s desm oralizó y v o lvie ro n a retirarse hacia el
sur, derrotados. Así empezaba a cum plirse el últim o
oráculo de M añileico.
Consultado nuevam ente el 'fam oso-adivino, éste,
les anunció que p or la “gran agua", (el m ar) llegarían
p ro n to muchos soldados enem igos, y que la guerra
sería sangrienta. Más aún, posiblem ente él m ism o
sería llam ado p o r el dios Pillán y entonces el Árbol
Parlante ya no hablaría más.
lista profecía llenó de alarm a a los caciques que,
sin em bargo, contin uaron sus preparativos para la
nueva etapa de la guerra, e lig ie n d o com o jefe a Cau-
policán, quien se desem peñó hábil y valientemente.
bl oráculo del Á rbol Parlante se realizó sin tar­
danza, confirm ándose el e xtra o rd in a rio p o d e r a d ivi­
natorio del viejo machi y del Á rb o l Sagrado, pues
p ro n to una fuerte exp e d ició n española al m ando del
capitán don García H urtado de M endoza desembarcó
cerca de la destruida C oncepción, la que fue reedifi­
cada en 1553.
Los araucanos a! m ando de C aupolicán lo ataca­
ro n tenazmente, pero fueron rechazados con grandes
pérdidas y perseguidos p o r los españoles, que los
derrotaron en varios encuentros. García H urtado de
M endoza avanzó hacia el sur y fu n d ó la ciudad de
Cañete, donde los fieros araucanos lo atacaron nue­
vam ente, y después de una cruenta batalla fueron
............ i.m'N'nÁKY■ c p i -ntos i n i í k .i -.nan iti-'.iiiM'AM* jamiíhica o zg

com pletam ente derrotados. Caupolicán cayó en po- >


dcr de los conquistadores, quienes lo ajusticiaron.
Inexorablem ente se cu m p lió el oráculo del gran
machi, y pocos días después una partida de soldados
españoles sorprendió el.esco ndite del lam oso a d ivi­
no, quien ya m uy viejo no pudo h u ir y fue hecho 5
prisionero. 5
Conscientes los conquistadores, .desprestigio del
adivino, resolvieron vengarse1; lo ataron al árbol sa­
grado y le prendieron luego hasta que ambos queda- .,
ron reducidos a cenizas.
Desde entonces los araucanos, desmoralizados,
ya no pudieron organizarse para rechazar ai invasor, !
y poco a poco fueron cayendo bajo el d o m in io de los >
españoles, quienes afianzaron sus conquistas definid- }
vam enle en la zona sur de América. ,
EL CARAO
(C J u a y c u r ú )

arao era un joven íuerle y esbelto, de tez broncí­


C nea y cabellos negros com o el azabache. O rg u llo ­
so de su estirpe, unos dicen t|ue era guaraní, otros,
tim bé o mataco, y hay quienes afirm an que pertenecía
a la fam ilia de los guaycurées. Lo cie rto es-que se
hablaba de él en todas las regiones del noreste argenti­
no, en los esteros de Santa Fe, Chaco, F'ormosa, Entre
Ríos y Corrientes; también era c o n o cid o en algunas
regiones del Uruguay y de Paraguay. P's que su historia
encierra una gran moraleja e incita a pensar.
Era el único hijo de una india anciana. Ágil y
musculoso, parecía una pantera cuando se deslizaba
entre los árboles de la selva y los juncos de los panta­
nos; diestro en el empleo de la lanza, era una verdadera
fiera cuando cazaba o debía defender su vida, si venía
el caso, ante el ataque de una alimaña o un lelino.
Carao cuidaba de su m adre y le procuraba el
a lim e n to que ella necesitaba; pero la pob re poco
com ía, ya que estaba m uy enferm a... ¿Qué hacer sin
una m u je r jo ven al lado, que la atendiera? Cada vez
que escuchaba la apagada voz de su m adre, cuando
le pedía agua, imaginaba que se iba a levantar de
u ;vi:ndas y <:lji:nto .s indh ;í:nas oí; ihm’anoamfIrica <;.í

pronto, reprochándole que no le hubiese traído una


com pañera, y que no le hubiese dado descendientes
a quien mimar.
Carao estaba desesperado, y un día en que la
anciana se retorcía de dolor, no p u d o más y salió
en busca de! abaré o curandero para p e d irle h ie r­
bas, em plastos, brebajes, h u m o ,.. ¡Jo que Juera!,
con tal de a livia rla del mal que la aquejaba. liste
vivía lejos, en otra aldea, y Carao se puso en mar­
cha. Entonces, q uiso el espíritu del mal y los place­
res que Carao se desviara y pasara p o r una aldea
d o n d e los lugareños celebraban un gran festejo.
Se detuvo con cierta indecisión para saludarlos;
sólo para eso. Pero en ese mismo instante lo tom ó
del brazo una cu ña tai o moza y lo in vitó a cjueclar.se.
hra más bien alta que baja, alegre e irradiaba ternura.
Tenía los ojos brillantes com o esmeraldas; el cabello,
largo y negro, le caía p o r la espalda com o una catara­
ta. ¡Parecía una paloma silenciosa! A lgo m isterioso
tenía en su m irada que lo obligaba a perm anecer a su
lado. Solo el sentir su voz cerca de su oído lo hacía
tem blar. Después de beber un ru b io brebaje de caña,
su cabeza ya no recordaba los dolores de su madre.
Sus ojos y sentidos estaban puestos en la cuñatai. ¡Su
corazón había encontrado el amor! Era un sentim ien­
to co n tra d icto rio , pero muy fuerte. Luego, lo había
o lv id a d o todo. ¡Todo!
En eso, un hom bre desconocido — parecía un
viejo, que no había visto nunca, de aspecto m uy
extra ño— se le acercó y le dijo:
,)t AN'M >NI< > I.ANI ) A l: K< > .......................................................................

— Perdona que te interrum pa, Carao, pero tu ma­


dre te está esperando.
__v o y ... — contesto Caiao, sin podci quitai
los ojos de la moza, que sonreía con dulzura y m iste­
rioso encanto.
Parecía hech izad o, co m o si no p u d ic ia aíejaise
clel lugar. La cuña lai era lin d a c o m o ia m añana en
la laguna, cuan do se rizan las aguas y el sol c o ­
m ienza a dorar, lentam ente, los ju ncos de la o iiíia .
¿No buscaba él una com pañera? ¡Ahí la tenía, al
alcance de sus brazos! Era im p o s ib le dejarla a llí
abandonada.
De pronto, el m ism o personaje aparecido de la
nada ío o b lig ó a reacciona!' y, rem ecién dolo y alzan-
tío eí to n o de la voz, le dijo:
— Carao, tu m adre acaba de m orir.
Y el m u c h a c h o , que s ó lo oía la vo z de su
c o ra z ó n , c o m o e n c e g u e c id o y e m b elesado , c o n ­
testó:
— ¡Hay tiem po para llorar!
Dicen que se quedó allí toda la noche, y al llegar
las primeras luces de la mañana los ojos se le cerra­
ban de cansando y casi no sentía el cuerpo. Era una
extraña sensación jamás antes experimentada por él.
En una de esas sintió como si abrazara el aire y al
mirar a la que tenía en sus brazos vio, asombrado,
que había desaparecido. Buscó en torno suyo y solo
encontró a dos o tres conocidos, inmóviles, como
pájaros dormidos.
Carao corrió a casa de su madre. Anduvo y an-
i.o i'Ni >as 'i' <,¡ ;i:nt <in i ni >k ;i:nas i >r i mmian<>ami:m<:a ’j'í

el ti ví 5; el cam ino se ¡e hacía largo, m ucho más largo


c[ue a la venida, ayer no más, cuando salió en busca
del abaré. Pero nadie lo esperaba.
Parecía que había transcurrido m ucho tiem po.
Sólo había p o lvo y cenizas Irías allí donde antes
estaba su hogar.
PI m uchacho s in tió que su corazón le estallaba
de d o lo r y a rre pentim ie nto . Corría, ele. un lado a
otro; interrogaba a los árboles mudos, se lastimaba
las manos y el pecho ío rn id o con las espinas y las
zarzas. Sus piernas, que habían re corrido las selvas
y cruzado los grandes nos, apenas lo sostenían en
pie. Pero aí caer la larde, ad virtió que el cuerpo se
le cubría de plum as oscuras; quiso ocultarse, luego 1
se m etió en las aguas de un río para bañarse y 1
em pezó a gritar. ¡
...id suyo fue un g rito roneo, inarticulado, que q
más parecía g em id o que g rito de un pájaro; porque
eso era ahora, un pájaro de alas negras. ¡Carao...!
¡Carao...! ¡C arao...! )
¿Se llam a a sí m ism o o nombra a su madre? )
Los naturalistas lo han clasificado con un d ifíc il 5
nom bre en latín — A r a m u s s c o lo jta c e u s c u r a n — , pero ,
nosotios sabemos su verdadera historia y lo recono­
cemos, negro lantasma, cuando gim e y se lamenta a
orillas del pantano. 1
Los payadores del norte santalereño solían can- 1
tar, acom pañados de su guitarra, esta leyenda que así : )
term ina:

i
o
<
......................... A \ i >NJ() I.A N D A C K O ............ .......

¿ M b a c p á ({ y a p ó r a e r á ?
o / T ris te e t e r e f u f> e rú l
3
Q O sea: "¡Qué tengo que hacer?
¡Esto es dem asiado triste!"
O
o S i a lg u n o q u ie r e b u s c a rm e
o v a y a a o r i l l a s d e u n e s te ro ,
O ..................... y m e e n c o n tra rá , llo r a n d o
o e n v u e lt o e n u n p o n c h o n e g r o

o
o
o
o
o
o
o
o
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o
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PC . .
0
0
o
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o
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SI-CUNDA l ’AKTIí

LO QUE CUENTA EL VIENTO

Cuentos

II
i
i
I

i
e
LA PRINCESA DE LAS ALAS
DE MARIPOSA
(Azteca)

n las tibias noches de verano, cuando el cielo


luce lo d o su esplend or y jas estrellas deslum bran
con su luz los ojos de cualquiera que observe la
bóveda celeste, el viento lleva mariposas azules des­
de las orillas del mar hacia las montañas.
Los m exicanos las m iran con cariño. Y tal vez
recuerdan a la princesa Mirra, esa qué en tiem pos
pasados se c o n virtió en una mariposa de alas azules
ribeteadas de o ro y que andaba buscando a su hijo
perdido.
Pero, ¿quién es Mirra? Muchos cuentos se han
tejido en torn o a ella, mas ahora conoceréis su verda­
dera historia.
Cuentan que fue la hija de un gran rey azteca:
Acam apichlli, que la adoraba com o todo padre a sus
hijos, y más, porque ella era tan tierna com o una
mariposa. lira hermosa, de piel suave y tersa; sus ojos
tenían la misma fuerza e intensidad dorada del sol,
astro que velaba p o r el tro n o de Acam apichlli.
Cierta vez una gran sequía, que hizo sentir su
rig o r en tocio el reino, agotó las tierras y acabó con
las cosechas. La gente com enzó a sentir las inciernen-
A N T O N IO I.A N IM U H O
Uto

cías del ham bre y la m uerte. 1:1 dios de las .siembras y


cosechas, para aplacar su ira, reclamaba que le e n v e ­
garan las doncellas más hermosas del territorio. Vein­
ticuatro sacerdotisas, todas niñas, esbeltas y herniosas,
debía tener el dios a su servicio pata que las cose­
chas y frutos se dieran en abundancia. Peí o poco
tiem po duraban las niñas en el tem plo, pues cuando
comenzaban a crecer y perdían su i i escuta, el dios,
que no quería ver la vejez sino la juventud, las envia­
ba a un m onasterio al pie del tem plo,
Acam apichlli no pensaba ni quería sepauuse de
Mirra, quien se encontraba entre las doncellas que
ahora serían enviadas al te m p lo pata hon iai al dios,
pero el pueblo le rogó, le im p lo ró y le lloró, y éste se
vio obligado a tom ar la triste decisión de enviada al
tem plo sagrado, ha niña, obediente y set vil, no opuso
resistencia. Al contrario, sentía cierto agrado y orgullo
de ser una de las elegidas, y em pezó a aprender las
danzas y ritos p ro p io s de las sirvientas del elios.
hí día de la cerem onia ele iniciación se coloco las
largas vestiduras blancas, los pectorales y aretes de
plata y jacle, los adornos de plum a y tuiqucsas que
acostum braban lu c ir las sacerdotisas y juró pasat su
vida al servicio de la gran deidad. Se despidió de su
padre y le p id ió que no sintiera pena, pues to d o era
p or el bien ele ella y del p u e b lo que él tanto quería.
Sucedió entonces que un hacendado noble y
joven, llam ado Yariz, subió a lo alto de la m ontaña
para pedirle ayuda al gran dios de las siembras y
cosechas, ya que sus cam pos se estaban secando y él
........................ ITVIÍNDAS V CHKNTOS INI >l't ,|-;NAS DC MI.SI’ANOAMÓIIC;A - 101

no sabía cóm o alim entar todas las bocas que había


en sus dom inios, donde abundaban los niños y los
ancianos.
Ll joven se a n im o lo que más p u d o al escalpado
tem plo; ceica ele una explanada se a rro d illó y em pe­
zó a orar, hn esos insumios, en una terraza cercana
un g ru p o de doncellas realizaba una danza ritual; se
acercó sigiloso y, o culto entre las piedras, se puso a
observar. Había allí una doncella que acaparó su aten­
ción, danzaba con tanta gracia y devoción que uno
no podía dejar de mirarla.
Hato de empezar a orar, pero el baile de Mirra no
se lo permitía. Y regresó enam orado de esa imagen.
— Ayúdame a olvidarla. No me dejes ceder a ia
tentación le logaba al dios días después, pero lo do
era en vano. 1*1 recuerdo de Mirra y su servicio sagra­
do no lo abandonaban, y hasta en sueños la veía.
Lila se había vuelto una verdadera obsesión.
Id joven subía todas las noches al monasterio y
luego aJ tem plo, hsperaba o c u lto que las doncellas
celebiaian las danzas al am anecer y regresaba a su
hogar apenas salía el sol en el horizonte. No íe im-
poiLtba que estuviera llo v ie n d o o tronando, para él
se había co n v c itid o en un verdadero rito espiar la
danza de las doncellas del tem plo.
La gente em pezó a com entar la extraña conducta
del m uchacho y los sacerdotes del reino lo llamaron
pata que explicara su actitud y sus permanentes visi­
tas al tem plo, hntonces Variz desnudó su alma y
reveló los sentim ientos que lo animaban:
| Ui, ..................... ...........................ANT< »NI< > I.AM>AI¡K< >........................................................................

— Q uiero pedirles que me concedan com o espo­


sa a la 'sacerdotisa Mirra. No p u e d o seguir viviendo
sin ella. Id gran dios de las siembras y las cosechas
ha hecho llover y estoy seguro de que no me la
negará.
Los sacerdotes y el consejo de ancianos no com ­
prendían el atrevim iento de Yariz. Pedir en m atrim o­
n io a una sacerdotisa no solo era una gtan insolencia,
sino una verdadera locura. I In desatino mayusc tilo
que podía tener nefastas consecuencias.
__¿No sabes acaso — le p regu nto el sacerdote
m ayor— que tina virgen no debe casaise jamás? ¿No
te das cuenta de que pondrías en p e lig ro todo el
im perio y todas las cosechas? Ademas, ¿no te das
cuenta de que no estas a la altura de una vestal del
m ism o linaje de nuestro rey?
— Quisiera hablar con el padre de Mirra. Yo per­
tenezco a una de las fam ilias más poderosas de todo
el reino, y tam bién tengo ancestros de gran linaje.
Mis antepasados han sido gloriosos guerreros.
MI rey lo recibió con cierta molestia y cara severa.
— Mirra ya no pertenece a esta tierra, hila debe
servir al dios durante lo que le reste de vida acoto
el monarca.
Variz estaba desesperado. No podía dejar de pen­
sar en la muchacha que lo había cautivado y siguió
escalando la montaña para mirarla durante el servicio
sagrado. Para evitar com entarios e intrigas, Yariz su­
bía ahora m uy de noche cuando todos dorm ían, y
perm anecía o culto hasta que llegara él día.
i n ¡ M >\s y <:i i n r< js i n i >¡( ;i ñ a s i>r i ü .m ’a n <>.\\ii :ui (. a ¡o *

Una noche la bella doncella salió del tem plo y se


enco n tró con V iriz , que en esc m om ento se aproxi-
maba con sararí sigilo.
— No puedo seguir viviendo sin ti — le dijo el
m uchacho y le confesó todos sus sentimientos, listaba
loco de am or desde el prim er día que la había visto.
M iira lo escuche) con atención, con la cabeza
in d in a d a . Después le lom ó la mano con gran ternura
y lo cond ujo al tem plo p or un sendero oculto. Allí,
con gran respeto, se a rro d illó ante la imagen del dios
y le p id ió perdón.
Gran dios, deseo dejar de servirte. Creo que
no tengo vocación para ello. I’cro no me castigues
p o r lo que hago, ni dejes de bendecir la tierra de mis
herm anos. Sé que no soy digna de ti, pero me duele
el corazón y siento que. m oriría si no me* dejaras ir
dije) Mirra con gran respeto y solemnidad.
Al le ím in a i la plegaria se despojó de su rico
atuendo, lo deje) sobre las piedras del altar y salió
co rrie n d o .
La paieja de enamorados sabía que jamás podría
dejai.se vci en el ic in o de Acam apichlü, así que huye-
io n hacia el monte, escondiéndose de día y cam inan­
d o en la oscuridad de la noche.
A lgún tiem po después, cuando creían estar lejos
del peligro, p or fin se detuvieron; levantaron una
p o b re tienda y allí se establecieron. Nada tenían, ex­
cepto su amoí. Pero era suficiente y no les im portaba.
Variz cazaba animales y ella realizaba las tareas de!
hogai, también tejía y cultivaba un pequeño huerto.
¡ { ) j .......................................................AN TO N IO t.ANDAHKO

Poro su felicidad no iba a ser duradera. Id padre


de Mirra e nvió decenas de soldados en su búsqueda
hasta que dieron con ella. Cuando se la llevaban,
Yariz, que regresaba de una cacería, trató de d efen­
derla con gran valentía y arrojo, pero cayó m uerto
ante la superioridad del enem igo. A M irra y el peque­
ño hijo que había nacido los hicieron prisioneros y
los llevaron al palacio de Acam apiehtli.
Id v ie jo m onarca no p u d o co n te n e i las la g ii-
mas al ver frente a él a su q u e rid a hija con su
vastago entre los brazos. Ai fin de cuentas era su
m ism a sangre. Pero no d ijo nada. La joven, que
desde la m uerte de Yariz no había p ro b a d o com ida
alguna, estaba delicada y sus ojos expresaban h o n ­
da tristeza.
__Separen al n iñ o de su m adre. Lleven a la
princesa a sus antiguos aposentos y déjenla encerra­
da — o rden ó A cam apiehtli.
liste pensó que el p u e b lo iba a o lv id a r a la
princesa, pero no fue así. La sequía nuevam ente
estaba haciend o estragos con las cosechas, ya que
desde hacía tie m p o que no caía una sola gota de
agua.
— Id dios de las siembras está enojado porque* la
sacerdotisa infiel que lo traicionó sigue con vida.
Pedim os que muera y le saquen el corazón — ése era
el cla m o r y el deseo del pueblo.
Mas el m onarca no p e rm itió que matasen a su
hija; o rd e n ó q u e 'la llevaran al m onasterio y la ence­
rraran en una torre que solo tenía una pequeña
¡.i-'.yi-ni iAs y ci ikntí w i ni >k ;í-;ñas ük i iispaño anímica uis

ventana p o r la cual apenas entraba la luz. Hl padre


no quería que el sol viera otra vez a su hija, y M irra
ta m p oco se atrevía a m ostrarle su faz. Al contrario,
se escondía en la oscuridad y sólo en las noches se
acercaba a la ventana y buscaba en el cie lo una
estrella lum inosa que le diera alguna esperanza de
vida.
No com ía; estaba pálida, débil y m uy delgada;
las mujeres que la custodiaban le llevaban alim entos,
pero tenían que llevárselos ele vuelta .tal cual com o
los habían traído.
Una m añana sucedió algo inusitado. M irra des­
apa re ció de la p risió n y nadie1 p u d o en co n tra rla
jamás. Los guardias buscaron p o r todas parles, mas
lo ú n ic o que e n co n tra ro n fue una m ariposa posada
sobre la ventana de la torre*. Lra, p o r c ie rto , la
m ariposa más grande y bella que jamás se había
visto en la tierra; sus alas eran ele c o lo r azul oscuro
y tenían un b o rd e d o rad o lum inoso, co m o si fuera
o ro puro, lira tan frágil com o un suspiro y bella
co m o el b r illo de la luna. Sin em bargo, cu a n d o
trataron de capturarla ésta elcsapareció c o m o p o r
encanto.
Al cabo de unos días la mariposa vo lv ió a dejar­
se ver. Desde entonces venía de noche en noche, con
la ve>z de la brisa; entraba en los hogares, buscaba los
aposentos donde había niños, ios miraba y luego
volvía a desaparecer.
— M irra está buscando a su hijito — decían los
dueños de casa, y también decían que para ayudarla
,(|(| AN TO NIO I.AN UAIWJ

las estrellas liabían hecho sus alas del m a n ió de la


noche y luego Jas luibían bordado con su luz.
Y aún Jo dicen en la comarca, especialm ente
cuando en las noches libias las estrellas paiecen co n ­
tar el cuento de la desgraciada princesa azteca que se
c o n v irtió en m ariposa.
LA CABKZA Dli PATRICIO
( ( ,'a ra b a l i-a ragua co)

S egún cuentan en Remedios, y de acuerdo a las


más fidedignas tradiciones cayeras, vivía en esta
pequeña ciudad cubana en los últim os años del siglo
X V III, en un b oh ío m uy pobre pero lim p io , un h o n ­
rado zapatero, mezcla de negro carabalí e in d io ara-
guaco, al que lodos Mamaban maestro Patricio.
Su choza estaba ubicada al final de la calle de ha
bermeja, esquina con Santa Rosa, frente al cam ino
que llevaba a Puerto Príncipe. Allí vivía m odestam en­
te este h u m ild e y pintoresco artesano, cuyo nom bre
Iva llegado hasta nuestros días.
Había sido esclavo, pero se libertó porque su
am o lo e n vió a ha Habana a pelear contra los in gle­
ses, que p o r aquel lejano 1762 eran dueños de la isla.
Al regresar a Remedios, en prem io a su buen co m ­
portam iento y a la bravura demostrada en la lucha, le
dieron la carta de libertad.
Según apuntes que realizó el más antiguo m édi­
co que se conoce en esta ciudad, el do cto r Martín
Rojas, el. m aestro Patricio tenía una cabeza.-muy gran­
de, cubierta de una abundante cabellera negra que le

nr
o
10
IO S A N T O N I O I . A N D . M 'K O

o daba un aspecto ele m onum entalidad. Y a ra n d o se


o quitaba el som brero parecía una esponja gigante. Des­
o de entonces entre tos vecinos se hizo m uy p o p u la r
o com parar cu a lquier cosa m uy grande con la cabeza
o de Patricio. Tam bién notaron que siem pre que se

o nublaba el cie lo p o r la parte en que vivía Patricio, el


agua era segura, aunque estuviera despejado p o r otras
o parles y viceversa.
) i)e aquí nació la proverbial (rase: “ ha Cabeza de
o Patricio". Porque los remedíanos de entonces para
x decir p o r dónde venía el nublado, acostum braban
expresarlo así:
“M ire, p o r allá; p o r encima de la Cabeza de
o Patricio” .
o
De abuelos a-nietos, p or varias generaciones, se
o heredaron esta costum bre y hoy cualquier natural de
o Remedios, cuando ve nublado hacia el sur, dice:
o “Agua segura; está nublada la Cabeza de Patricio".
Éste es un baróm etro especial que tienen los
o
rem edianos y que es tan exacto com o el aneroides
o m etálico de B ourdon, más perfecto. Y no hay baró­
o m etro de cubeta, de sifón ni m etálico que exprese
o m ejor las variaciones atmosféricas del cayo e in d iq u e
o fas aproxim aciones de lluvia o tiem po seco com o la
) Cabeza de Patricio.
Pero tam bién en esta localidad había o tro baró­
o : e m etro m u y ef icaz y seguro que com petía con Patricio.
o vSe trata de “151 Baúl de Ña Trina".
ó Esta respetable señora, por la que tam bién corría
O sangre indígena y africana, tenía un baúl de madera

o
o
o
)
o
o
o
l.fiY IÍN I >AN V CUIÍNTUS IM IH l, l-N AS l>]: I |[M ’AN< IA M U ü CA |(W

lo ria d o de cuero que indicaba muy bien el liem po.


Cuando era seco, ,su tapa se ada piaba perfectamente
y quedaba herm éticam enic cerrado; costaba trabajo
abrirlo. Pero cuando había probabilidad de aguacero
se abría espontáneam ente y no había m odo, p o r m u­
cha fuerza que se em pleara, de cerrarlo.
Y según Ja m ayor o m enor abertura, así era la
proxim idad m ayor o m enor del agua y su cantidad.
Por aquel entonces, a ni es de salir de casa lodos
¡os vecinos de Remedios consultaban el Paúl de Ña
Irina o la Cabeza de Palricio en los días sospechosos
de lluvia. Y los consultaban todos, hombres y m uje­
res, niños y viejos, sin distinción de clases, co n d icio ­
nes sociales o credos religiosos; gobernadores, alcaldes
mayores, jueces, obispos, campesinos, pescadores, ta­
labarteros, carpinteros, marineros, mineros, parteras,
médicos, panaderos...
Y unos se inclinaban p or el ISaúi de Ña Trina y
otros p or la Cabeza de Patricio. Ambos eran excelen­
tes baróm etros naturales y nunca, pero nunca falla­
ban sus pronósticos.
¡Guárdese su baúl!, que mientras tengamos la
Cabeza de Patricio no habrá otro baróm etro m ejor ni
más seguro, ¿sabe? — le decía Ña Regla a Ña Trina en
una discusión casera habitual.
— ¡Que sabe usted, cachorra, de barómetros! ¡Júi-
gase pa la batea, intrusa atrevía! ¡luye! — le replicaba
Ña Trina, segura de la certeza de su instrumento.
Estas escenas se repetían a cada rato y en cada
esquina entre los remedianos. Unos defendían a capa
A N 'l'f >NI<) I.ANI >AI 'KO
1 !<l

V espada a la dueña del baúl-baróm etro. O tros se


inclinaban p or el o rá cu lo de Patricio. Nunca antes
había existido tanta d ivisió n en un pueblo p o r cues-
tiones clim atológicas.
Pero esta disputa la d irim ió el luego, ¿hi luego.
¡Sí! Dicen que una noche oscura com o una bove~
da cuando celebraban un bautizo en casa de Na
Trina, un am igo de ésta dejó un caito de vela encen­
dido sobre el baúl y se o lv id ó de él. hn la juerga
lodos se olvid a ro n del cabo de vela y cuando se
percataron ya era tarde; el baúl estaba reducido a
cenizas. ¡Pobre baúl!
Desde entonces los rem edianos perdieron uno
de sus mejores baróm etros y acaso el mas seguí o.
d o y, pues, los viejos oriun dos de Remedios c o n ­
sultan “ La Cabeza de P atricio” para saber si va a
llover. G eneralm ente cae agua cuando aparecen g la n ­
des nubarrones p o r la salida de Rojas (antes del P iin ­
o p e ), que era el sitio d on de residía el pop ula r zam bo
Patricio, y que corresponde al sureste ele la ciudad.
CUAROA, MIGIJIiMOTA Y
GUAROCUYA
(Taina)

O yó, m uy cerca de sí, con viva sorpresa, a tres o


cuatro pasos dentro de la espesura del bosque, una
voz grave y apacible que la llam ó, diciéndole:
— I ligúem ela, óyem e; no temas.
La interpelada, poniéndose instantáneamente de
pie, d irig ió la vista asombrada aí punto de donde
provenía la voz; y d ijo con entereza:
— ¿Quién habla? ¿Qué quiere? ¿Dónde está?
— Soy yo — repuso la voz— , tu prim o Guaroa; y
vengo a sal vane.
Al m ism o tiem po, abandonando el rugoso tronco
de una ceiba que lo ocultaba, se presentó a la vista
de dona Ana, aunque perm aneciendo cautelosamente
al abrigo de los árboles, un joven in d io comí) de
veinticinco años de edad. Ida alio, forn ido , de aspec­
to tran quilo y mirada expresiva, con la frente marca­
da con una cicatriz reciente. Su traje consistía en una
manta de algodón burdo de colores vivos, que le
llegaba hasta las rodillas, ceñida a la cintura con una
laja de piel, y otra manta de co lo r oscuro, con una

m
.A N T O N IO l.A N l)A l!K <>
It2
abertura al medio para pasai la cala... Y
perfectamente toda la parte supenor del c-UUP«; •
hnzos como las piernas, iban completamente desnu­
dos;' calzaban sus pies, hasta arriba del tobillo,
abarcas de piel ele iguana; sus armas eran un
de monte U . u c mal encubierto en una vama
cuero pendía de su c in tu ró n -, y un recto y
bastón de madera de ácana, tan dura com ^ h
Pn el momento de hablar a dona Ana se uto de la
cabeza su toquilla o casquete de esparullo pardo,
dejando en libertad el cabello que abu,telante, negro
y lado, le caía sobre los hombros.

II
Separación

Higuemota lanzó una exclamación ele espanto al pie


sentársele el indio.
No estaba exenta de esa superstición, tan untvci-
sal como el sentimiento religioso, que atribuye a as
almas que ya no pertenecen a este mundo la hrtNud
ele tomar las formas corpóreas con que en ext.
ron, para visitar a lees vivos. Creyó, pues, que su pumo
Guama, a quien suponía muerto con los demas eac -
ques el día de la prisión de Anacaona, venia 'de a
mansión ele los espíritus; y su primer tmpulso uc um
Dio algunos pasos, trémula de pavor, en dt.ee-
ción a sil casa; pero el instinto maternal se sobrepuso
U-iYlíNI MN V C d liN i'O S ¡NI )|( ¡l-NAS D I' 1IINI'ANO AM HÍICA H3

a .su m iedo, y volvien do el rosi.ro en demanda de su


hija, la v io absorta en los brillantes colores de una
mariposa que para ella había cazado el niño Guaro-
cuya; m ientras que éste, en actitud de medrosa cu rio ­
sid ad, se acercaba al a p a re c id o ,, que se había
adelantado hasta la salida del bosque, y dirigía ai
n iñ o la palabra con benévola sonrisa, liste espectácu­
lo tra n q u ilizó a la tímida joven: observó atentamente
al indio, y después de breves instantes, vencido ente­
ramente su terror, prevaleció el antiguo alecto qué
profesaba a Guaroa; y adm itiendo la posibilidad de
que estuviera vivo, se acercó a él sin recelo, le tendió
la mano con afable ademán, y le dijo:
— Guaroa, yo te creía m uerto y he llorado m u­
cho p or ti.
— No, Higuem ota — repuso el in d io — , me h irie­
ron aquí en la frente; caí sin saber de mí al p rin cip ia r
Ja lucha; cuando recobré el sentido me hallé rodeado
de m uertos; entre ellos reconocí a m i padre, a pocos
pasos de distancia, y a mi herm ano Magicalex, que"
descansaba su cabeza en mis rodillas, lira ya de no ­
che; nadie vigilaba, y salí de a llí arrastrándome com o
una culebra. Me fui a la montaña, y o cu lto en casa de
un am igo curé mi herida. Después, m i prim er cuida­
d o fue m andar gente de confianza a saber de ti, de
m i tía Anacaona, de todos los míos, 'lam ayo, que
h u y ó pocos días después, me encontró y me d io
razón de todo. He venido porque si tú sufres, si le
m altratan, si temes algo, quiero llevarte conm igo a las
montañas, a un lugar seguro que tengo ya escogido
I ¡i ANTONIO I.ANDAUtíi)

c o tilo refugio para lodos los de mi taza. I espeto, pues,


Lu determ inación, Dos com pañeros me agualdan c u i­
ca de aquí.
— Buen prim o G uaroa — d ijo M igue m ol a , yo te
agradezco m ucho lu cariño y preocupación, y d oy
gracias al cielo de verte sano y salvo. bs un consuelo
para mis pesadumbres; éstas son grandes, inmensas,
p rim o mío, pero no se pueden rem cdiat con mi luga
a los montes. Yo solo padezco males del coiazón, en
lo d o lo demás estoy bien y me respetan com o a la
viuda de Guevara, títu lo que me im p o n e el deber de
resignarm e a vivir, p or el bien de nn hija Mencía, que
llevará el ape llido de su padre y que tiene parientes
españoles que la quieren m ucho.
— Yo creo que a ti no te perseguirán, pero debes
o cu lta rle hasta que yo le avise que ha pasado todo el
pelig ro.
Guaroa frunció el entrecejo al escuchar las u lti­
mas palabras de su prim a.
— ¿Piensas — le dijo— que yo he venido a buscar
la piedad o el perdón ele los invasores? ¡No; ni ahora, ni
nunca! Tú podrás vivir con ellos; dejaste de ser india
desde que te bautizaste y te diste a don Hernando, que
era tan bueno com o sólo he conocido a otros dos
blancos, don Diego y don Bartolomé, que siem pie ti ata­
ban bien al pobre indio. Los ciernas son malos, abusa­
dores. Querían que nos bautizáramos p or la fuerza, y
solo éstos dijeron que no debía ser así; y quisieron que
nos enseñaran letras y la doctrina cristiana. Y ahoia que
todos estábamos dispuestos a ser cristianos, y creíamos
i.ií 'i i- ní >a .s v <:i m;n t ( ) s ini )i< ; i :n a s d i -: m i m ’anc >a m i :h k :a lis

({uc las f¡estas ¡han a terminar con esa ceremonia, nos


matan com o a hutías con sus lanzas y sus espadas. No
u e o en nuestros cení íes, c[ue no han tenido poder para
defenderse; pero tampoco puedo creer...
No hablemos más ele eso, (íuaroa — interrum ­
p ió la joven , me hace m ucho daño. Tienes razón;
huye a los montes, pero dejame a mí c u m p lir mi
debeí y mi destino. Asi me lo ha dicho o tro español
m uy bueno, que también se1 llama don Bartolomé.
Soy cristiana y se que no debo aborrecer ni aun a ios
que más mal nos hacen.
V ) no lo soy, ílig u c m o la — elijo con pesar
(m a m a , y no p or culpa mía; pero tam poco sé
aborrecer a nadie, ni com prendo cóm o los que se
llam an cristianos son tan malos con los de mi raza,
cum ulo su Dios es tan manso y tan bueno. Muyo de
la m uerte y huyo de la esclavitud, peor que la m uer­
te. Q uédate aqut en paz, pero dame a mi sobrino
Guai ocuya para que se críe libre y feliz en las m onta­
ñas. Pata él no hay excusa posible: no es todavía
cristiano; es un pobre niño sin parientes ni protecto­
res blancos, y mañana su muerte1 podrá ser tan des­
ju ic ia d a e n tie esa gente, (¡uc más valiera m o rir desde
ahora. ¿Qué me respondes?
M iguem oia, que había bajado la cabeza al o ír la
ultim a p io p o s ic ió n de Guaroa, m iró a éste lijamente.
Su i o s ito estaba inundado en llanto, y con acento
angustiado y vehemente le dijo:
¡Llevarle a Guarocuya! ¡Im posible! lis el com ­
pañero ele juegos de mi Mencía, y ei ser que más
, |C, ......................................................AN TO N IO T A N D A I'ltO

am o después de mi madre y la hija de mi.s entumas.


¿Qué sería de ésta y de mí si él rio estnvíeia con
nosotras?
— Sea él quien decida su suerte — d ijo Guaroa
con solem ne entonación— . Ni tú' ni yo debemos re­
solver este punto. Id Gran Padre de alia ai liba habla­
rá p o r boca de este niño.
Y tom ando a G uarocuya p o r la m ano, lo colocó
entre él y la llorosa doña Ana, y lo interrogo en los
térm inos siguientes:
— Dinos, G uarocuya, ¿te quieres quedar aquí, o
irte con m ig o a las montañas?
Id n iñ o m iró a Guaroa y a doña Ana alternativa­
mente; después dirigid) la vista a Mencía, que c o n ti­
nuaba entretenida con las flores silvestres a coila
distancia del grupo, y d ijo con decisión:
— ¡No me quiero ir de aquí!
Guaroa hizo un m ovim iento de despecho, mientras
que su prima se sonreía a través de sus lágrimas, com o
suele b rilla r el iris en m edio de la lluvia. Reino el
silencio durante un breve tiem po y el contrariado indio,
que a falta de argumentos volvía la vista a todas partes
com o buscando .una idea en a u xilio de su mal patada
causa, se volvió bruscamente bacía el niño y señalando
con la diestra extendida a un hom bre andrajoso, casi
desnudo — que cruzaba la pradera contigua con un
enorm e haz de leña en los hombros, y encorvado bajo
su peso— , d ijo con ímpetu, casi con rabia:
— D im e, Guarocuya, ¿quieres ser lib re y señor de
la m ontaña, tener vasallos que te obedezcan y te
i.tíYKM >a s y <;h i :n T( js ¡n i >í< ,i :nan i m : i n m 'AN< j a m iík k :a 117

.sirvan, o quieres cuando seas hom bre varear leña y


agua en las espaldas com o aquel vil naboría que va
allí?
Pasó com o una nube pálida p or la faz del niño;
v o lv ió a m irar profundam ente a Mencía y a H iguem o-
ta, y dirigiéndose con entereza a (m am a:
— ¡Q uiero ser libre! —-exclamó.
hres mi sangre — d ijo el jele in d io con o rg u ­
llo — . ¿ I ¡enes algo que decir, 1ligúemela?
[esta no contestó. Parecía sumida en una reflexión
¡mensa, y su mirada seguía tenazmente al pobre in ­
d io de la lena, que tan a punto vino a servir de
a igum ento victorioso a Guama. Luego, com o quien
despierta de un sueño, puso vivamente ambas manos
en la cabeza ele G uarocuya. im p rim ió en su frente un
p io lo n g a d o y tiernísim o beso, y ro n rostro serene) y
con\ ulsivo ademan lo entregó a (m am a, diciéndoíe
estas pala liras:
— Llévatelo; más vale así.
Pl n iñ o se escapó com o una flecha de manos de
G llam a, y coi riendo hacia Mencía la estrechó entre
sus bracitos y cubrió su rostro de Ilesos. Después,
enjugando sus ojos llorosos, vo lv ió con paso firm e
adonde su tío y dijo a ífiguem ota:
— Más vale así.
G uaroa se d e s p id ió tom a ndo la m ano de su
p rim a y llevándosela al pecho con respetuoso aca­
ta m ie n to . N o sabemos si p o r distracció n o p o r otra
causa, n in g u n a demostraciém cariñosa se le o c u rrió
d ir ig ir a la niña Mencía; y g u ia n d o de la diestra a
A N T O N I O I.ANDANIIO
l IH

su sobrino, se in te rn ó en la m o n e a d a selva,
p o c o s pasos se p e r d ió d e visla e n tre los añ o so s y
c o rp u le n to s á rb o le s , e n cuya espesura J e a g u a ld a ­
b a n sus d o s c o m p a ñ e ro s , in d io s c o m o e l, jo v e n e s y

robustos.
I*L III*RMANO MULO
( Maya)

ste es un vie jo relato del tiem po ele la colonia,


E mezcla de crónica y ficción, que cuenta la historia
cíe un venerable m onje, un asno muy particular y un
indio maya que hablaba con los animales.
Corría el año 1653 y el venerable herm ano Pe­
dro de San U ethancourt trataba p or todos los m edios
de fu n d a r en la A n ticu a Guatemala el hospital de
C onvalecientes y el convento de bellem itas. Vestía
rsna túnica y capa azules de la Tercera O rden de San
Francisco y un c in to de cuero a la cintura; siem pre
llevaba la cabeza descubierta y apoyaba' su gruesa
contextura en un ru d im e n ta rio bastón. Por aquellos
tiem pos iba de casa en casa p id ie n d o lim osna para
term in ar las obras de caridad, tan necesarias para el
pueblo. A lgunos p a rro q u ia n o s le obsequiaban d in e ­
ro, otros ropa y com estibles, otros tantos le daban
con la puerta en las narices y mas de a lg u n o le
p ro p in ó uno que o tro bofetón. Pero no desmayaba.
Y desde el día en que se trabó a golpes con unos
m alandrines, fue acom pañado en sus menesteres f i­
lantrópicos p o r ju p ín , un viejo sirviente de raza maya,
nacido en Copan, tan m isterioso com o su origen y
Á N T ( } N I ( ) I.A NUA HKO
124)

que según lo d o s era a d iv in o , brujo, curandero, ago­


rero o algo p o r el estilo.
Ivn una de sus tantas salidas callejeras se e n co n ­
traron con un hom bre de malos sentim ientos y peot
(alante, q u ie n q u e rie n d o m<liarse de la dupla, les
dijo:
__-i tem íanos, sólo tengo un m ulo que pue co
darles. ¡Llévenselo si pueden! lis más, desde ahora Ies
pertenece.
liste anim al p a titu e rto y rabicorto era m uy terco
y tenía malas pulgas y peor carácter; nadie había
p od ido amansarlo del to d o y cuando se taimaba no
había quien lo m oviera. Id “generoso parroquiano
que les regaló la bestia, y que sabía cóm o ésta reac­
cionaba frente a los desconocidos, esperaba un íestín
ele coces y rebuznos.
Pero no fue así. Su sorpresa lúe mayúscula y su
asom bro casi lo lleva al suelo cuando vio que el
in d io se acercó lentam ente al cuadrúpedo, le echó
una soga ai cuello, ie palm oteo el lo m o y le d ijo unas
palabras en un idiom a que nadie entendía. Luego el
m ulo, sin chistar, más m anso que una palom a y más
h um ilde que un c o rd e rilo se fue detrás de la pareja,
b o q u ia b ie rto se quedo el hom bie sin entendet qué
había.pasado con el m añoso burro.
Desde aquel, día el anim al, uncid o a una caí teta
de la mañana a la tarde, trabajaba y ttabajaba bajo
las órdenes del in d io . Nunca descansaba ni se fa ti­
gaba, 'le n ta varias virtu d e s y habilidades, una de
ellas la de com unicarse con su amo. ¿Como el in d io
U :V|:N [ v <'■ * WNTI >S INI )|i ¡l-NAN I >1- í llNI’ANf JAMÓICA }¿¡

había logrado que el b u rro — do proverbial porfía­


le obedeciera sin.chistar?
Dicen (jue ju p ín conocía las vinudes de las plan­
tas y las hieibas, que hacia pócimas milagrosas que
ornaban todas las dolencias, pasajeras y permanentes;
las inflamaciones las curaba con espinas de puerco
espía, a m anera de bisturí. 1.a grasa de z o rrillo ic
servía para curar infecciones; el tabaco lo usaba para
m ordeduras de animales venenosos o ponzoñosos.
Conocía también el arte de dom esticar los animales,
tan com ún entre los mayas que se com unican con las
bestias e incluso podía in flu ir en su conducta. Según
estos indígenas, los animales tienen alma, igual que
las plantas, y responden al llam ado del cariño y el
afecto. Y parece que ésta era una santa verdad, pues
el m ulo había sufrido una milagrosa transformación.
Un día de invierno, cuando los carpinteros, alba­
ñiles y monjes trabajaban con gran afán en la construc­
ción del hospital, em pezó a caer un torrencial aguacero
de padre y señor mío. 'lo d o s suspendieron sus labo-
tes, se albergaron en los edificios aledaños y espera­
ron que llegara la calma; sólo el burro permaneció
activo, sufriendo estoicamente el rigor del chubasco.
Protegido p or su buena estrella lo vio ei herma­
no Pedro y le grito en to n o com pasivo:
— Herm ano m ulo, no se m oje m ás. Póngase bajo
techo. ' f

O bedeció inm ediatam ente el interpelado y desde


entonces Jo bautizaron con eí nom bre de "Pf herma­
no m u lo ” .
A N I O N ' I D I . A N D A H N O ...............................................................

Algunos años después, en 1667, ILiego de una


larga y fructífera vida, m u rió el apóstol Pedro de San
José Bethancourt, hoy injustam ente olvidado. Id en­
tierro (|uc se le hizo fue dig n o de sus virtudes. Su
cuerpo fue expuesto en capilla ardiente en el tem p lo
de la Kscuela de Cristo y se le co n d u jo después en
solem ne procesión al de San Francisco, en cuyas b ó ­
veda s se le preparó una honr<)sís¡m;i sepi 11Eu ra. \a ts
personas mas notables de la capital se disputaban el
honor de llevar su cuerpo y una inmensa m uchedum ­
bre lo seguía con los ojos llenos de i agí1i mas. Al llegar
a San Francisco y a los acordes de una triste m elodía
que interpretaba un grandioso coro, se le colocó en
un riquísim o catafalco,
Pero lo más e m o tivo del lunera! fue la congoja
expresada por el m ulo, liste caminí'» solitario y lacri­
moso, no sólo p or el peso de los años, sino tam bién
por los dardos del dolor. Fsta muestra de hon do
pesar; el hecho tic que hubiese sido fiel com pañero
del santo fundador y prestado tantos auxilios a enfer-,
mos y viejos, o b lig ó a los superiores de la orden
bellem ita a concederle al m ulo su jubilación. Sí señor:
¡su jubilación!
Así se hizo electivam ente: y desde entonces se
vio lib re de su em pleo, con casa, mesa y abrigo
seguros. Más respetado que el Bucéfalo de Alejandro,
más lam oso que el Rocinante de don Q uijote y más
regalado que el Babieca del Cid, no había solípedo
en cien leguas a la redonda que echase la pata en
esto de llevar una existencia regalona.
... . 1 2 : 1 ....... _________ ANTONK-O.ANI-MIlfiU....

¿Que rompía los huertos de los vecinos? Pues en


v e / de correrlo a palos se le conducía respetuosamen­
te al convento. ¿Que se entraba a la enfermería del
hospital? Pues venga cebada para acariciarlo. ¿Que se
metía al tem plo a la hora de los divinos oficios? Pues
en ve / de echarlo se le hacía lugar entre los fie le s..
Curiosam ente, la partida del fam oso cura coinci­
d ió con la desaparición del fiel ju p ín . Unos dicen que
regresó a su tierra para m o rir entre los suyos; otros,
q u e 'n o resistió la pérdida de su gran protector. Kl
casi) es que nadie nunca más lo vio. O tro gran enig­
ma de los mayas.
Y com o en este m undo nada es eterno, pocos
días después el m ulo lió la maleta, e stiló la pala y se
marchó al o tro m undo. Los betlem itas, agradecidos,
en lugar de arrojarlo a una fosa cualquiera le dieron
honrosa sepultura al pie de un naranjo del convento.
Para com ple ta r el cuento, al día siguiente apare­
ció sobre su fosa una madera grabada con el siguien­
te epitafio:

A u n q u e p a r e z c a v il c u e n to
A q u í d o n d e u s te d e s v e n ,
Y ace u n fa m o s o ju m e n t o
Q u e fu e f r a ile d e l c o n v e n to
D e IS e tlé n .
D e s c a n s a e n p a z , a m ig o .

¿Que fue la m ano del vie jo in d io q u ie n la escri­


bió? Tal ve /. Nunca se sabrá.
i.i-.'i i.nj jas v i :i js iñi >i<;i:ñas i >\; nim ’aní jamiÍiw ;a i ¿s

Muchos hombres — especialmente unos de l;i casta


política— envidiarían l;i p o p u la rid a d del héroe cua­
d rú p e d o de esle euenlo. Pero pocos pueden decir
(|ue han trabajado tanto com o el herm ano m ulo ju b i­
lado de Huilón. ¡Trabajo en b e n eficio de la lium ani-
tl;id!
......... ¡Dichoso m ulo!..................................................................
POR Ql.'l- ESCASEA HOY LA MIEL
(A rc fg tiü c o )

as tribus araguscos o m aipures que antes de la


L llegada de los conquistadores al N uevo M undo se
hallaban diseminadas en la selva am azónica que bey
Corma parte de Venezuela, de la meseta de Guayana
y del norte de Brasil— valoraban grandem ente la
m iel y a tos hom bres que la recogían, liste piecíado
e lix ir de la naturaleza — que p or aquel entonces abun­
daba en el territorio del A lto O rin o c o y poseía reco­
nocidas virtudes a lim enticias y m edicinales ua
considerado un p rodu cto sagrado.
Los indios protegían con gran celo las colmenas
que había en el seno de esta verde jungla, inexploia-
da y misteriosa, y trataban de no despertar la ira de
las abejas, cuya peligrosidad era conocida poi todos.
La m iel y la cera que existían en abundancia no
eran d ifícile s de obtener; pero no cualquiera podía
hacerlo. El recolector tenía que ser experto en este
o fic io y debía poseer, además, el d o n de sabe) com u­
nicarse cor» los pequeños insectos.
Entre los araguatos-había un hom bre m uy parti­
cular, se llamaba Caroní y sabía e n co n tra r las mejores
colm enas y obtener de ellas su rico fiu to . Se adentia-

I2(i
1.1 Vi-NhAS Y i;P|:.NT()S INI >¡t.1-iNAS DI- 1IINl’ANoAMI:.t{¡CA I ¿7

ha en la selva con un hacha al hom bro y lih gran


m orral de cuero. Luego, deslizándose lenta y suave­
m ente p o r sobre la alfom bra de hojas caídas, oteaba
a su alrededor observando cóm o los insectos se p o ­
saban en las flores; estudiaba las oquedades de las
cortezas de los árboles y encendía unas ramas perfu­
madas que sólo él conocía. Seguidamente se untaba
el cuerpo con una mezcla de cera y vegetales m o li­
dos y enfrentaba a las abejas... Y siem pre obtenía una
buena p ro visión de miel y ninguna picadura. Parecie­
ra que alguien o algo lo protegía en todas sus m isio­
nes.
Un día se hallaba cortando un tronco hueco p a n
alcanzar luego la miel, cuando oyó un g rito de dolor.
Un g rito agudo y profundo, com o el canto de un ave.
— ¡Ay, me estás cortando! ¡Detente, me haces daño!
Caroní quedó muy sorprendido, perplejo. Y agui­
joneado p o r la curiosidad agrandó) con m ucho cuida­
do ei agujero para poder ver lo que había dentro.
G rande fue su sorpresa; ¡había una hermosa mujer!
lira joven, bella y grácil.
— Me llam o Maba — le d ijo — . Soy el espíritu de
ia m iel, la m adre de la miel, listaba inspeccionando
esta colm ena de abejas cuando casi me cortaste en
dos pedazos.
Com o Maba iba desnuda, Caroní co rrió hacia un
algodonero, arrancó varias pulpas blancas y con la
facilida d de un maestro artesano hizo un trozo de
suave tela. Sólo entonces pudo hablarle correctam en­
te. 'ira s un largo diálogo los jóvenes descubrieron su
o
o ¡>.H A N 'I'I > N K ) I.A N I )A1 'R O

■e::: afinidad espiritual, y el indio, sin titubear, le p id ió


o que fuera su com pañera; cosa que ella aceptó gusto­
sa, pues C aroní sabía tratar a las abejas y era un ser
o m uy tie rn o y bondadoso.
o ■ — Debes tener presente una cosa, sin em bargo
o — añadió ella-—. Jamás, jamas, deberás pro n u n cia r mi
o nom bre en voz alta. Si lo hicieras, tendría que aban­
Q donarle p o r m ucho que me pesara...................
I*’I in d io pro m e tió tener m ucho cuidado al res­
O
pecto, y trataba de no pensar en su nom bre para que
o no se le escapara en un m om ento de distracción,
o tim onees d e c id ió llamaría sim plem ente esposa.
o ha pareja v iv ió leí ¡/.mente durante varios años.
o Maba era una buena cocinera y hacía excelentes casi-
ris y paiw arris, tina deliciosa cerveza de yuca ferm en­
o
tada y batatas rojas, has I¡estas que ellos brindaban
o en h o n o r a los dioses de la selva se hicieron m uy
o famosas p o r el e lix ir que servían. A unque los in vita ­
O dos fueran m uy numerosos, con una jarra de cerveza
o bastaba para alegrarlos a todos.
Con el tiem po, Caroní llegó a ser el más diestro
o
en encontrar y obtener m iel; su nom bre era respeta­
o
d o y adm irad o en todas las aldeas de la selva. Se
o llegó a creer (¡lie tenía facultades superiores, mas en
o realidad era Maba quien le enseñaba todo lo que un
o hom bre podía saber sobre la miel y las abejas.
Sin embargo, sucedió lo que nunca debió suceder.
o
Un día, Caroní se encontraba bebiendo con unos am i­
O - gos. Todos estaban muy contentos y animados y acaba­
o ban de Ix:berse la última gola de la jarra de casiri.
o
i

o
o

o
G
h : v i :n i v\s v c;r j f í n t <>n i n ( >k ¡ k n a s i »t;: i íis i'A N t í a m i í r k ^a _ u *j_

— No os preocupáis — d ijo Caroní en (ono festi­


vo— que Maba nos hará más.
Pero Mafia se encontraba al otro exlrem o de Ja
casa y debió llam arla a grandes voces:
— ¡Maba...! ¡Maba...! ¡Ven acá!
hn cuanto p ro n u n cio su nombre, y estando aun
algo achispado, se percató de! error que había com e­
tido. De la promesa que había hecho. ¡Del juram ento!
Se puso ele pie’ m uy preocupado y corrió hacia la
ventana; justo en ese instante una pee|ueña abeja
paso volando frente a la choza, rielante ele su cabeza.
Die> una vuelta a su alrededor y, aunque alzó) Jas
manos im plorando que se detuviera, la abejita des­
apareció y se in te rn ó en Ja majestuosa selva.
Maba cum plía su promesa. I.o había abandónado
para siempre.
Cem Maba desaparecieron la buena suerte y la
felicidad del hom bre del Alto O rinoco. Y resultó) m uy
d ifícil, desde entonces, encontrar miel en cantidad
suficiente.
HL DIOS SOL Y LA RK1NA
DK LAS AGUAS
(Shyris)

sta historia está basada en una tradición oral reco­


E gida en la p ro v in c ia .d e Guayas, y lúe transform a­
da en un cuento p or Francisco Delgado Santos, narra­
ción c[iie a su vez nos ha p e rm itid o escribir este
cuento.
Según la m itología shyris, com unidad am erindia
que vivía donde actualm ente se alza la ciudad de
Q uito, hace m uchísim os anos, cuando sólo existían
los astros, las fuerzas de la naturaleza y los animales,
el Sol era el am o y señor de los cielos. Podía, a su
voluntad, secar mares, lagos y ríos, desatar las to r­
mentas más furiosas o dejar la tierra sin luz. Nadie se
atrevía a contradecir su voluntad. ¡Nadie podía!
Se dice que el dios Sol acostum braba tom ar la
forma de un apuesto guerrero shyris para visitar las
islas de su predilección en el océano Pací!ico.
Cierta vez, m ientras cam inaba sobre la blanca
espuma que la sal form a sobre la arena, vio a una
bella don cella que emergía desde la inm ensidad del
océano, sentada en la caparazón de una gigantesca
tortuga. La joven, de esbelta figura, tez cobriza y
fresca, cabe llo negro com o la noche y m ovim ientos
u:'i i:m >as ^ i i w indísimas di-: him’ani >amj:ui(.a i.íi

Um delicados com í) el viento, cautive) ios ojos y el


corazón de i joven varón. Deslum hrado por su bel le-
z.a. el soberano de los cielos se le acercó para hablar­
le; pero la to rtu ca , co n fu n d id a ante tan in sólita
aparición, súbitam ente se sum ergió en las aguas, lie-
vándo.se consigo a la misteriosa muchacha. ¡
Al verla desaparecer, y sin saber qué hacer para
volver a verla, el Sol se entristeció, y llo ró durante
varios días, nublando la tierra. Más larde, enfurecido;
desalo un vio le n to huracán que amenazó con acabar ?
con la vicia en casi todas las islas del Pacífico. Pn *
aquella op o rtu n id a d casi perecieron lodos los anim a- )
Ies, las plantas y ios peces del archipiélago. i
hntonces, ios pocos sobrevivientes se reunieron s
y acordaron ayudar al dios enamorado; de lo contra­
rio, todos podrían perecer, bastaba un ataque de ira }
más del Sol y sería el fin. '
— Debemos hacer algo — elijo un pingüino, es- ' )
condiendo tím idam ente su cabeza entre las alas. )
— ¡Sí, tenem os que hacer a lg o !— acoló una igua­
na.
Si el Sol nos castiga otra vez con su furia, no
quedara n in g u n o de nosotros — sentenció un lo b o de ~J
mar con voz grave. Y agregó— : Debemos7 actuar.
— ¡Explícate! ¿Qué quieres .decir con que debe- >
mus actuar?— ch illaro n las locas.
Y lo b o m arino les narró la escena que había !
presenciado aquella mañana a ta n d o apareció sobre
las aguas, montada en una tortuga, una bella joven !
que había cautivado al Sol. ' )
' . )
i

)
— Debem os buscar a l a tortuga y pedirle que
traiga nuevam ente a la joven hasta la costa — o p in o
un alabastro.
— M m m m m m ... — d ijo un pinzón, m ovien do la
cabeza con cierto dejo de amargura— . Recuerden
que hace años expulsam os de estos parajes a todas
las tortugas. Bitas deben estar resentidas aun.
— Debem os pedirles perdón — exclam ó el pelí-
ca ñ( >, n i u y con ira riaclo.
Luego em pezaron a deliberar todos tos animales
que habitaban el archipiélago. Y concluyeron en crear
una com isión presidida p o r el delfín para cjue hablara
con las tortugas. La com itiva la integraban cangrejos,
pingüinos, lagartos, ballenas, iguanas..., en fin, los
más diversos especímenes.
Y partieron en busca de la tortuga gigante. Tras
un largo deam bular de horas, días y más días, lu ­
chando contra grandes corrientes y vientos tem pes­
tuosos, ai fin die ro n con una bella m ansión de coral
y jardines subterráneos donde vivían numerosas ga­
lápagos. A llí, en el centro de aquel hernioso lugar,
estaba la reina con sus amigas tortugas.
— ¿Qué hacen ustedes p or aquí? ¿Se han extravia­
do? — les d ijo la gran tortuga en to n o sarcástico.
— N o nos liem os extraviado. Te buscábamos a ti
— se atrevió a de cir el delfín con voz entrecortada.
— ¿A mí? Q ué extrañas me suenan tus palabras
— d ijo la tortuga— . ¿Acaso no recuerdan que hace
algún tie m p o nos expulsaron de las islas, acusándo­
nos de lentas y pesadas?
!,i;V(■;n i>as v <.1:i .n r<is inim;i ñas i »' msrANi>ami:iu<a 133

— Lo recuerdo m uy bien — balbuceó el delfín— ,


pero...
— ¿Pero qué,..? — Je in te rru m p ió hi tortuga— . De
no haber sido p o r la Reina de las Aguas, que nos
acogió en su reino, hasta hoy anduviéram os errando
p o r los mares, lis m e jo rq u e se marchen.
— ¡Sí, márchense! — respondieron a coro otras
(orine,as que se habían a rre m o lin a d o en (orno a los
visitantes.
— Esperen un m om ento — exclam ó la ballena— .
Nosotros hemos reconocido nuestro error. Luimos in ­
justos con ustedes. Nos equivocamos. Lo sabemos.
Pero lo im portante ahora es conservar la vida. Y para
e llo debemos actuar todos en forma conjunta.
— ¡Vaya, vaya! ¡Cómo nos cambia la vida! — agre­
gó en tono risueño la tortuga.
— Ustedes nos hacen falta ahora. Acepten nues­
tras disculpas y regresen con nosotros. Si lo hacen,
bautizarem os a las islas con vuestro nombre. Las lla­
maremos Islas Galápagos. ¿Qué les parece? — excla­
m ó el delfín.
— M m m m ... m m m m — susurraro n las tortugas,
c o n fu n d id a s e indecisas. N adie se atrevía a d e c ir
nada.
— No podríam os dejar abandonada a la Reina de
las Aguas, que tanto nos ha ayudado — exclamó la
tortuga mayor.
Entonces se a brió una puerta tachonada de pie­
dras preciosas y apareció la reina, que lo había escu­
chado todo.
n , A.MftiiV/n l A i V D A l ' R n

__Kscuchen, um itas to rtuga s— acolo la doncella ,


no deben sacrificarse por mí. Deben regresar a la tierra
de donde provienen. Allí nuevamente serán lelk.es.
— Reina de las Aguas — d ijo el clellín— , tu debe­
rías ir con las tortugas. Allá en la superficie hay un
joven, (jue no es o tro que el ctios-Sol, Ifoiando pot tu
amor. Al no poder verte, lo d o se lia enso m b iccid o y
tememos p o r nuestras vidas.
— Conozco a ese joven desde hace mucho tiempo.
Pero jamás perm ití que me mirase, hasta hace unos días,
en que me sorprendió contem plándolo. Ignoraba sus
sentimientos. Pero sé que es bueno y bondadoso, 1 01
eso iré con ustedes — dijo la doncella pausadamente.
Después del feliz encuentro entre el dios Sol y la
Reina de las Aguas, se casaron y decidiero n poblar la
tierra con la especie humana. V así lo hicieron.
Por su parte, las galápagos retornaron a v iv ir al
archipiélago y fueron bendecidas p o r el dios Sol con
el don de la longevidad. Dieen que la Reina de las
Aguas a m enudo las visita, com parte con ellas en su
palacio subterráneo y luego regresa ju n to a su amado
con los últim os resplandores cleí crepúsculo.
I.os THSOKO.S I)!'C A TA N NA IIIJANCA
(In ca )

os huancas o indígenas del valle do Iluancayo


L constituían, a p rincipios d r i .siglo X/, Lina Iribú
independiente m uy belicosa, a ía que el inca Pacha-
cuíee logro, después ele una fatigosa campaña, some­
ter a su im perio, aunque reconociendo por cacique a
O to Apu-Alaya y declarándole el derecho de transmi­
tir el título y el m ando a sus descendientes.
Pi isioncro Atahualpa, envió Pizarro fuerzas al ri­
ñón del país, y el cacique I Juanea yo fue uno de los
p lim e ro s en reconocer el nuevo orden de gobierno, a
cam bio de que respetasen sus antiguos privilegios.
Pizatio, que era un sagaz polílie o, apreció la conve­
niencia del pacto, y para halagar más al cacique e
in sp iia rle m ayor confianza, se u n ió a él p o r un víncu­
lo sagrado, llevando a la pila bautism al, en calidad de
p a d iin o , a Catalina Apu-Alaya, heredera clei título y
dom inios.
iil pueblo de San Jerónimo, situado a tres leguas de
Huancayo y a tres kilóm etros deJ convento de Ocopa,
eia p or aquel e n to n c e s ía cabeza def eaeieazgo,
Catalina Muanca, com o generalm ente es llamada
la protagonista de esta historia, íue una mujer de


o

I <,(, _ .......... ............. A N T O N I O I.ANPAI M(<) - - -............- ..........


.j
i>r;m devoción y caridad. Se calcula en cien monedas
O
de o ro las que obsequió para la construcción de la
o iglesia y el conve nio de San Francisco; asociada al
o arzobispo Loayza y al obispo de la Fíala fray D o m in­
o go de Santo Tomás, edificó el hospital de Santa.Ana.
o Para el m antenim iento de d ic h o hospital d io ade­

o más lincas y terrenos que poseía en Lima. Su caridad


para con Tos pobres, a los que socorría con esplendi­
o' dez, se hizo proverbial.
o Fn-la real caja de censos de Lima estableció una
o fundación, cuyos fondos debían emplearse en pagar
o parte de la contribu ción correspondiente a los indíge­

o nas de San Jerónim o, M ito, O rco!una, Concepción,


Cincos, Cluipaca y Sicaya, pueblecilos inm ediatos a la
o capital cleí cacicazgo.
o Fila fue tam bién la que im p la n tó en estos siete
o pu e b lo s la costum bre de que todos los ciegos de
o esa ju risd icció n se congregaran en Ja festividad anual
del patrón titu la r de cada p u e b lo y fuesen vestidos y
o
alim entados a expensas del m ayo rd o m o , en cuya
o casa se les proporcionaba, además, alojam iento. Como
o es sabido, en los lugares de la sierra esas i ¡estas
Q" d u rab an de ocho a quince días, tie m p o en que los
o ciegos disfrutaban dei festín, en que la pacha manca
o de c a m e ro y la chicha de m aíz se consum ían sin
m edida.
O
Doña Catalina pasaba cuatro meses dei año en
o su casa .solariega ele San Jerónim o, y al regresar a
o Lima lo hacía en una Silera de plata escoltada por
o trescientos indios. Por supuesto que en todos los
o
o
o
o
o

o
u - y r \ n \ s v <: i íj:n t <>s i n j >k , i n a n i n -, h i n c a n » i a m ú i k :a M7

villorrio*, y caseríos del tránsito ora esperada con gran­


des festejos. Los naturales del país la trataban con las
consideraciones debidas a una reina o dama muy
respetada, y aun los españoles Je tributaban un respe­
tuoso homenaje.
Verdad es que la codicia de los conquistadores
estaba interesada en tratar con deferencia a la cacica,
que, anualm ente, al regresar de su paseo a la sierra,
traía a Lima cincuenta acémilas cargadas de oro y
plata. ¿De dónde sacaba doña Catalina esa riqueza?
¿lira el trib u to que le pagaban los adm inistradores de
sus minas y demás propiedades? ¿lira acaso parle de
un tesoro que durante siglos y cíe padres a hijos
habían id o acum ulando sus antecesores? -..lista última
era la creencia más divulgada p o r lodos.
Catalina líuanca m urió en los tiem pos del virrey
marqués de Guadalcá/ar, a los noventa años de edad,
y lúe llorada p or grandes y pequeños, pordiom bres y
mujeres. De su fortuna nadie supo dónde la ocultó o
si la regaló.
Hl cura párroco de San Jerónim o, p o r los años de
1642, era un fraile d om in ico m uy celoso del bien de
sus feligreses, p o r los que velaba de día y de noche.
Jamas h ostilizó a nadie para el pago de diezmos, ni
cobró p o r los entierros o casamientos, ni recurrió a
tretas para obtener beneficio de sus parroquianos.
Con tan evangélica conduela, entend ido está que
el párroco de San Jerónim o sieñipre andaba escaso
de dinero, pero esa desgracia no ie quitaba nunca su
buen h u m o r ni un m inuto de sueño.
i s,><....................................an:i:oni<i i.anííauko.............................. - - -.....

Un buen elbt .se supo que el iluslrísim o señor


arzobispo clon Pedro Viüagómez había nom brado un
delegado que visitaría todas las diócesis del territorio.
Y com o era de esperar, todos los curas se prepa­
raron para echar la casa p o r la ventana, con el fin de
agasajara la visita y su com itiva.
Los días volaban y al párroco de San Je rónim o le
corrían letanías p or el cuerpo y sudaba avellanas
cavilan do en la manera de recibir dignam ente a la
visita.
Pero p o r más que se devanaba los sesos, no
encontraba la forma de conseguir dinero, que era lo
que ahora necesitaba.
Un viejo refrán dice que n u n c a f a l t a q u i e n d é u n
d u r o para un apuro; y esta vez el hombre indicado para
socorrer al párroco fue aquel en quien el menos había
pensado: el sacristán y campanero de la parroquia.
liste era un in d io que apenas se sostenía en pie
p o r el peso de los años, arrugado com o pasa y hara­
p ie n to co m o ninguno. Una noche; vie ndo la congoja
y desesperación del párroco se acercó a él y con voz
m elodiosa le dijo:
— Taita cura, no le aflijas. Déjale vendar los ojos
y ven conm ig o, que yo te llevaré a d on de hay más
piala q u e la que lú necesitas.
A l p rin c ip io pensó el reverendo que su sacristán
había em p in a d o el codo más de lo razonable; pero
tal fue el em peño del in d io y tales su seriedad y
a p lo m o , que el cura term inó p o r recordar el refrán
“ del v ie jo , cí conseto. \ del rico, el rem edio", v se
i r . Y i: \ n \s v «:ím : \ í < >s ¡\im .i-.N ,v s di ih s c w > \ m i :k k a í ;w

dejó poner un pañuelo sobre los ojos y apoyado en


el h ra /o del cam panero, ro m o si éste litera su lazari­
llo, se echó a cam inar por el pueblo.
Id párroco, que sabía que los vecinos de San
Je ró n im o se entregaban al sueño a la misma hora que
lo hacen las gallinas, sabía que las Valles estarían
desiertas com o un cem enterio, que no habría, pues,
que tem er un im p o rtu n o encuentro, ni menos m ira­
das curiosas.
Id sacristán, después de las idas y venidas nece­
sarias para que el cura perdiera la pista, dio en una
puerta tres gol p e d io s cabalísticos, abrieron y penetró
con el d o m in ico en un patio. A llí se repitió) lo de las
vueltas y revueltas, hasta que em pezaron a descender
escalones que conducían a un subterráneo.
Id in d io sacó) la venda de los ojos del cura,
diciendole:
— Jaita, mira y coge lo que necesites.
id d o m in ic o se quedó petrificado, com o quien
ve visiones.
Se hallaba en una vasta galería, alumbrada p or
teas de resina sujetas a las pilastras. Vio ídolos de oro
colocados sobre andamias de plata, y barras de este
reluciente metal profusamente esparcidas p or el suelo.
¡Pimpinelas! ¡Aquel tesoro era para volver loco al
m ism ísim o Santo Padre de Roma!
Una semana después del m aravilloso hallazgo de
que fue objeto el cura de San Jerónim o, llegó hasta
su parroquia el visitador, acom pañado de un clérigo
y de una com itiva de m onaguillos.
Aunque el p ro p o sito ele su señoría eia estai p o ­
cas lloras en esa parroquia, tuvo que permanece! ti es
días com pletos d e b id o a los glandes agasajos de que
fue objeto. H ubo toros, com ilonas, danzas y demás
leste jos p o r el estilo; pero todo con un boato y es­
ple n d id e z que dejó m aravillados a los feligreses.
¿ D e dónde este pastor, cuyos em olum entos ape­
nas alcanzaban para una anémica com ida, balita saca­
do para tanto boato? Aquello no tenía explicación lógica.
Pero desde que el visitador co n tin u o el viaje, el
cura de San Jerónim o, antes alegre, expansivo y alec-
tuoso, em pezó a perder carnes com o si lo chupasen
las brujas, y a ensimismarse y pronu nciar (rases sin
sentido claro, com o quien empieza a delira!'.
Llamó tam bién m ucho la atención, y lúe m o tivo
de pelam bre de las comadres del pueblo, que desde
ese día no se v o lv ió a ver al sacristán ni viv o ni
pinta do, ni a tenerse noticias de él, com o si la tie ira
se lo hubiese tragado.
La verdad es que en la cabeza del buen religioso
comenzaron a rondar todo tipo ele conjeturas acerca
de su sacristán. Entre ceja y ceja .se le metió la idea
de que el indio había sido el demonio en carne y
hueso, y que el oro y la plata gastados en la recep­
ción del visitador y su comitiva habían sido un regalo
del infierno. Y a tal punto llegó su preocupación y su
melancolía que se encaprichó en morirse, y a la pos­
tre se murió.
En el archivo de los (railes de Ocopa hay una
declaración que presté) el moribundo sobre los teso­
ri*vi:Ni)Ás v (:iii:isf i()s in |)I{'.i:nas ] >!■: (IJ.si’a n o a \h:)íi <:a líl

ros que el d ia b lo le hizo ver. hi M aldito lo había


lom ado p or la vanidad y la codicia.
bxislc en San Jerónim o la casa de Catalina í luan-
ca. I‘ l p u e b lo cree a píe junlilias que en ella deben
oslar escondidas en un subterráneo las fabulosas r i­
quezas de la cacica, las mismas que d eb ió ver el
párroco de San Jerónim o. Durante muchos años se
han hecho excavaciones para encontrar esas barras
de o ro y plata, pero no han podido ser localizadas
p or nadie.
¿\/á cacica lema un pacto con el demonio...,? ¡Tal
vez! ¿\‘Á cliablo oculta esos tesoros a los ojos hum a­
nos? ¡Tal vez! Miles de conjeturas se* han tejido con el
c o ire r del tiem po; mientras tanto, ese tesoro reposa
en algún lugar de! pueblo de San Jerónim o en espera
de ser descubierto. Dicen también que q u ie n lo en­
cuentre padecerá el mismo mal del cura, que se tras­
to rn ó con el b rillo de la tentación.
El PACHAMAMA
( in c a )

D os in d íc a lo s y su padre, después de haber ca­


balgado toda la mañana por la vasla llanura aiti-
plánica sorteando to d o tip o de obstáculos y sop o rta n ­
do el viento helado que es p ro p io de esta región de
América, decid ie ro n detenerse y descansar un ralo.
I>ra m ediodía y las (lacas cabalgaduias, insensi­
bles al látigo, com enzaban a alargar los cuellos para
arrancar bocados de paja dura de la veía dcá cam ino,
el cual, lle n o de baches o cubierto de piedras, se
alargaba hasta perderse de vista, y era tia jin a d o poi
algunas caravanas de incliecilos desgarbados o poi
grupos de arrieros que conducían sus m ulos o b o n i­
cos cargados con pieles o tambores de hojas de coca.
Después de haber saciado el ham bte y calm ado
la sed, antes ele partir, el padre, atándose a la espalda
el saco con la m erienda compuesta de maíz cocido,
un poco de carne seca, algunos trozos de pan y
agua, d ijo con aire preocupado:
— Mañana, hijos, tendrem os que descansar o b li­
gadam ente.
— ¿Por qué? — pregu ntó el m enor de ellos.
— Porque mañana es "el Pachamama” .
i . i ; v i ; i \ ¡ ) , \ s v c i i k n k >s i n m k ;i ;n a s m : i u s í ’a n c í a m ú íic a lí.i
— V ¿qué es el Pachamama?
hs la fiesta ele );i.s bestias. Ii.se día los animales
no ha lia jan.
— ¿De veras?
Si, mi niño; si trabajasen, se m orirían en el
eurso del ano, y yo no q u ie ro perder mis animales.
— ¿Y dónde nos quedaremos?
hn casa de u n am igo. l,o conozco bien, nada
nos dallará. ! lay forraje, leche, carne fresca. Además,
en ese sitio abundan las perdices, las liebres, conejos
V palomas. No pasaremos hambre.
Id indiecito más pequeño se vo lvió hacia su her­
mano con el rostro radiante de alegría.
— ¿Qué dices lú? — le preguntó amable y solícito.
— Rsloy cansado, pero quiero saber lo que es la
(¡esta del Pachamama.
— Y yo cazar conejos.
— ¿Hníonces?
— De acuerdo; nos quedamos.
Los tres vo lvie ro n a sus cabalgaduras y em pren­
dieron la ruta.
(Atando el sol ya se ocultaba tras la cum bre de
los ceños, p o r fin llega ron a la casa deí am igo, que
en ese instante estaba atareado encerrando en el
establo a sus anim ales que acababan de llegar d d
pastoreo.
La casa del pastor estaba construida en un re­
pliegue de la montaña, o m ejor dicho, en una especie
de plataform a, que casi se caía sobre e! cam ino tendi­
do en lo hon d o del cerro, y para llegar a ella había
t il Ai\ K )NÍ< I I.AN‘1>At llí<)

que hacer un largo rodeo. Se com ponía de tres habi­


taciones con puertas angostitas y bajas. Su techo eia
de paja ennegrecida por los anos y estaba tem alado
p o r una cruz de madera, paracleto de toitola s y g o ­
rriones. Las ventanas, dos agujeros practicados en la
pared y sin vidrios, dejaban penetrar el aite al inte­
rior. Detrás, y apoyado en el cerro, se alzaba el corral
de las bestias y más arriba, en otra plataform a, viejos
árboles rugosos que mecían sus copas al compás de
la brisa. H¡ suelo estaba tapizado de llores rojas, pre­
cioso alim ento de picaflores con plum aje de oro y
esmeralda.
De los cielos enrojecidos p or los rayos del sol
poniente parecía descender paz y m ansedum bic so­
bre esas alturas.
Muy alto, m uy lejos, arriba, bien arriba, algunos
cóndores pasaban en dirección de los inaccesibles
peñascales, guarida ele la pollada; a los tuyos clcl sol
m oribun do se veta b rilla r el plum aje blanco de su
espalda.
Amable fue la recepción del amigo; y cuando
supo que los tres visitantes pasarían en su casa to d o
el día siguiente, llam ó a su hija, una bella joven de
bronceada tez, y .se pusieron a traslada! a la habita­
ción contigua los trastos que llenaban el cu a ito que
ellos ocuparían, y en la que ardía un bteve luego
alim entado p o r pequeños maderos. Contra los m uios
interio re s de la pieza había dos repisas, de las cuales
sacaron tres cueros de oveja blancos, m uy lim pios, y
ios te n d ie ro n en el suelo.
\.\-\ KNU.VS V ( ; [ U-.N !( )S IN IH íll-N A S IH-: IIIM 'ANUAM l-UU.A HS
t

— ¿Démdc y cuándo se celebra la fiesta del Pa­


chamama? — preguntó el niño al padre, después que
h u lx) encontrado sitio fiara sus caballos en el corral
donde se confundían ovejas, bueyes, asnos y llamas
que participaban del pienso servido en abundancia
p o r esa sola ve/, en el año, en razón de la fiesta.
— Mañana, aquí mismo, a l salir el sol — repuso el
padre, lu cien do una amable sonrisa, lista era una
fiesta de dar gracias y era bueno que sus hijos cono­
cieran su significado.
Doraba el sol las cumbres donde se hallaba la
casa del am able pastor cuando comenzaron a acudir
a ella, unos después de oíros, los indios de la región.
Venían ataviados con sus mejores ropas, tratan atados
de leña seca recogida en el cerro, y las mujeres,
flores de penetrante perfum e y raíces de plantas aro­
máticas. Una de ellas, muy joven y esbelta, traía en
sus manos un gran ram illete de llores blancas y azu­
les m uy hermosas.
Una vez que el sol hubo ilum inado todo el esta­
blo, apareció el viejo pastor vistiendo sus mejores
ropas y llevan do en sus manos un pequeño brasero
encendido sobre el que había una bandeja con agua
donde a su vez se destacaba una ramita nueva. Kl
pastor deposité) el brasero en m edio del corral, co lo ­
có en los ángulos de éste los haces de leña traídos
p o r los otros indios, Ies prendió fuego y echó en las
hogueras algunas hierbas que, al arder, aromaron el
am biente con perfum e de delicias, iziego, volviendo
al lado del brasero, cogió de las manos de la joven
1 |(, ANT< J.N'K ) I.ANI )Al ’tí< >

india el ram illete de extrañas llores, las puso a cocer


en el agua hirviendo, y cuando ésta, a m edio consu­
mirse p o r ía eb u llició n , hubo a d q u irid o un c o lo r ver­
doso, untó sus dedos en el liq u id o y esparció p o r tres
veces algunas ¿jotas sobre el suelo, en distintas d ire c­
ciones; acto seguido, b eb ió un trago y, pausadam en­
te, con augusto gesto, se acercó prim e ro a la llama,
acarició) su cabeza, mojó) sus dedos y d io una pincela­
da del ingrediente en su (Vente, después la besó) con
unción y respeto. Lo p ro p io hizo c o n 'e l Loro, y fue
repitiendo la operacióm, una a' una, con las demas
bestias reunidas en el establo. Concluida la singular
cerem onia, los otros indios sembraron el suelo del
establo con abundantes hierbas frescas.
intrigados p o r lo que veían y no p e d ie n d o co m ­
prender el alcance del raro cerem onial, los indicados
rogaron al viejo pastor que les explicara su sig n ifica ­
do. Al escuchar estas palabras el anciano repuso sen­
tenciosamente:
— V ivim os de las bestias, mis niños, lillas nos lo
han dado to d o y son sagradas. Con el velló>n de las
ovejas dam os abrigo a nuestros hijos, tejemos nues­
tras ropas; sus desperdicios fecundan los cam pos y su
carne es nuestra carne. Con las astas del lo ro cons­
truim os el arado que rom pe las entrañas de la tierra,
pañi re cib ir la sim iente fructifica dora; de su piel hace­
mos sandalias para trajinar p or los cam inos de la
tierra, y tam bién su carne es alim ento para nuestros
cuerpos, bl asno es nuestro com pañero de fatigas y
desvelos; en sus lomos traemos a nuestros hogares
i;i:\ l Ni >\ n v < ii*NT< >s jí\'i jk ,i ;n a s d i - m i m a n »).\m i :iík :a 1-17

ios Irmas que nos (altan o llevam os a vender los que


nos sobran. í,a llama fue en un tiem po la única com ­
pañera de los de nuestra raza y hacía el oficio cíe los
demás que he nom brado. Todo nos lo da ella: su
bosta, su piel, su carne y su fuerza, y es la más
(¡ueiida p or todos nosotros, y si a todas las he besa­
do, es señal de aprecio y carino; es una forma de
honrar a todos los animales.
Después de p ro n u n cia r estas solemnes palabras
el anciano calló y se m archó.
Al otro día los dos indieciíos con su padre m on­
taron sus caballos y contin uaron el viaje, dejaron
altas la casita del am able pastor y se perdieron entre
las elevadas cum bres ele la altiplanicie que en el
fondo lim itaban al valle con altos muros.
(O jH iy c )

n la /o n ;i sur del M ullo (irosso, entre ios lím ites


tle Molivia y Paraguay. habita l;t lrif)ii opayé, que
vive de la raza, la que reparlen equitativam ente entre
toda la com unidad. Son m uy apegados a sus tra d icio ­
nes y reeha/.an ¡as formas de vida deí hom bre blan­
co. Creen que el p rim e r pro p ie ta rio y guardián del
fuego fue la madre del jaguar, y que ningún otro
animal de la selva sabía hacerlo, Por eso le debían
respeto y en to rn o a su figura se crearon muchos
cuentos c historias.
Un día. cuando un g ru p o de mujeres de la tribu
se encontraba haciend o un claro en la selva, una de
ellas, una m uchacha aún, e n co n tró los restos de un
anim a! m uerto p o r un jaguar. No sin tió tem or ni
rechazo, al co n tra rio , lo in te rp re tó com o un buen
augurio.
— Me gustaría ser la hija o la esposa de un jaguar
— d ijo ella en voz alia— . Así tendría siempre toda la
carne que me apeteciera. Mirad, ha dejado un tapir
intacto para mí.
Cuando exam inaba los restos del animal m uerto
escuchó un rugido fuerte, ronco y profundo que pro-
On AN í <>NI() I.ANI >A¡ >1<( >

VX-IIKI do l;i csprsuni til- la selva; lu i‘S<>, en medio de


hi hierba, apareció írento a olhi un inm enso jaguai.
lira im ponente y Tuerte y tenía la mirada de un rey.
— Conseguir carne es fácil le d ijo a la mucha-
<;lm— , No tienes que hacer mas cjue ve n tile conm igo.
Te prom eto que nunca te causaré daño alguno. Co­
nozco estos parajes y nada te Tallará para ser feliz.
La muchacha m iró a su alrededor para pedir
consejo a las oirás mujeres, pero todas ellas habían
echado a correr en cuanto vieron Ilegal al jaguai,
luego de pensar en la propuesta, sonrió al jaguar y
accedió a irse con él. C uando regresaron, las otras
mujeres no encontraron rastro de ella y pensaron que
el jaguar se la había llevado para quitarle la vida.
Varios meses después, una mañana la muchacha
apareció en la aldea y fue a visitar a su familia.
Parecía estar bien y contenía, p or lo que todos se
apiñaron en to rn o a ella para pregunta i le qué le
había sucedido.
— Me casé con el jaguar — d ijo — , y ahota tengo
toda (a carne que necesito. De hecho tenem os mas
que suficiente, y él com o buen yerno, se sentiría muy
feliz de traerles a ustedes ia com ida que apetezcan.
¿Qué tipo de carne prefieren?
— Cualquier carne nos va bien — clijeion.
— Pero díganme la que .prefieren — insistió la
m uchacha, y sus padres, entonces, le dije ro n que
deseaban carne de tapir.
— M uy bien — d ijo la m uchacha— . Mañana p or
la mañana podrán recoger del tejado toda la caí no de
U S l'ND.-VS Y >N IN p Ií.rN A N MI- tMM'AIVi JAMÚttüA IM

ta p ir cnK’ nrccsiian. Pero apuntalen bien el lecho


para que res isla el peso be la carga.
A la mañana siguiente, según su promesa, el
tejado de la choza apareció cubierto de carne de
tapir, y además ya cocinada, lúa un verdadero regalo
d ig n o de un dios. i,a familia d io cucnia del leslín,
hasta que no pudo com er más; y dos días después
ocurrid) lo mismo. Un lo sucesivo, la provisión de
carne llegó regularmente.
Pasado un tiem po el jaguar com enzó a cansarse
de llevar carne desde su cubil a la aldea, y m andó un
recado p or m edio de su m ujer de que le gustaría
establecerse en el poblado.
Los padres de la muchacha aún tenían m iedo de
su yerno; pero les gustaba tanto com er aquella carne
— y sin ningún esfuerzo— que aceptaron; la pareja,
pues, recibió una choza situada a prudente distancia
del hogar familiar. Al principio todo fue bien, ha espo­
sa del jaguar se había convertido en una cazadora casi
tan diestra com o su m arido, y había comida en abun­
dancia para todos. Pero un día, la abuela notó) que
algo extraño le sucedía a su niela preferida, he habían
com enzado a salir manchas negras en el cuerpo y,
cuando extendía las manos para hacerles entrega de la
carne, sus dedos eran m uy pareciólos a garras. Tam­
bién sus pies estaban cam biando y, aunque su cara
seguía siendo tan humana com o siempre, sus dientes
se hicieron un poco más largos, com o colmillos, bi
anciana no dijo nada a nadie, pero p or la noche pre­
paró) una pÓK'ima con extrañas hierbas y minerales
|S>...................................................... ANI'c >NK > I A M l A C U í ) ........................

m olidos y la dejó a l:i intemperie.' para que la mucha-


eha aplacara su sed. A la mañana siguiente la joven
fue encontrada sin vida bajo unos matorrales.
Su fam ilia se sintió secretamente aliviada p or aque­
lla m uerte, pero tem ieron la reacción del jaguar; así,
pues, le ofrecieron a la hermana pequeña de su es­
posa para que la reemplazase.
— No quiero nada de vosotros- — d ijo el jaguar,
con m ucha calma— . Ahora que ya sé lo que es v iv ir
con un hum ano, me iré de aquí hoy mismo, y no les
sucederá nada malo. Se lo prom eto. Quizás algún día
se acuerden de mí y del com portam iento que (tive
con vosotros. ¡Adiós, amigos!
Id jaguar se adentró en la jungla rugiendo m uy
decepcionado y sem brando el pánico p or toda la
selva; pero el ruido se lúe d e b ilita n d o a medida que
él proseguía su cam ino.
LA-PALOMA BLANCA
c o n pkci ipra ROJA
(Tupí)

os charrúas — familia indígena que vivió en lo que


hoy es U ruguay— estaban divididos en seis tribus,
algunas ele ellas entroncadas con los guaraníes, la
gran nación de origen tupí que hoy vive en los valles
de los ríos Paraguay, Paraná, Uruguay y en el norte
ele la Argentina, ele la que recibieron influencias que
se reflejan en sus costumbres y en sus creencias p o ­
pulares.
Pntre los cuentos que han sobrevivido hasta hoy,
el que se narra a continuación toma m otivos de la
m itología guaraní, con la que ellos se confunden.
Se cuenta que el el ios Tupa, el suprem o hacedor,
gobernaba el cielo y la tierra. Desele las alturas miraba
las verdes planicie*s, las alias montañas, los caudalosos
ríos, los frescos lagos, las cantarillas cataratas, los ma­
res azules, y se alegraba. Su espíritu se contentaba con
las bellas creaciones a las que había dado origen.
Había llores de lodos los colores, pájaros de
plum aje verde y rojo vivo, animales de co lo r am arillo,
castaño, negro, hombres de piel morena, serpientes
cobrizas y anaranjadas, árboles con follajes m u ltico lo ­
res, igual que sus troncos...
ISl ANTONIO I.AN1 )AI *tH 5

Su mirada se lijaba en las cum bres blancas de las


montañas y en las nubes, y veía que este c o lo r no se
repetía en ninguna de sus creaciones vivas, hntonces
em pezó a idear qué hacer para d o ta r a una de sus
criaturas de este color.
— Q uisiera ver un animal blanco; hace íalia entre
todos estos colores fuertes — decía——. Pero, ¿cómo
lograrlo?
Un día en que el sol ya se había o culta do y lupa
seguía recostado en su hamaca, pensando y re fle xio ­
nando, la luna apareció en el cielo b a ila n d o to d o con
su pálida luz. Al ver a Tupa preocu pado, con la
frente fruncida y la vista perdida, m ando a una de sus
hijas a averiguar qué preocupaba al dios.
Apenas lo supo la diosa blanca tomé) una deci-
sié>n. hila misma le prestaría a 'Tupa su co lo r blanco
resplandeciente para que pudiera crear un anim al a
su gusto.
Tupa le agradeció) a la luna su ayuda y em ocio­
nado creí) una grácil paloma, frágil y hermosa. Cuan­
do ésta empezó) a moverse entre las manos del dios
todo p o d e ro so , la luna la bañó con to d o su blanco
resplandor.
— T y será tu nom bre — exclamó) el dios, y la
palom a, al oír su nom bre, abrió) con su p ico las
m anos del dios y voló) hacia la tierra, hacia las majes­
tuosas selvas que se hallan ubicadas entre los to rre n ­
tosos ríos Uruguay y Paraná.
bl pájaro era feliz. Encontraba pepitas rojas y
azules para com er y tenía agua lim p ia para tom ar y
U-Yl'NDAN Y {.ni'.NH >S IMDK.I NAs DI-; IIIM'ANi JAMÚflCA IVi

bañarse. Lo gustaba acercarse a las chozas do los


hom bros, m irarlos y volar alrededor do sus aldeas.
A llí encontraba los granos do maíz que (aillo le gusta-
ban.
Los hom bros aprendieron su nom bre y se lo
aplicaban a todo lo blanco que veían.
— y;De donde viniste. Ty? — le preguntaban.
Caiando el tiem po había pasado y muchas lunas
habían sobrevolado la selva, la palom a em pezó a
sentirse triste.
— ¿Qué le ocurre, amiga Ty? ¿Lor qué estás tan
triste? ¿'Le podem os ayudar? Dinos qué le ¡rasa.
La palom a los oía, mas vivía triste porque en
ninguna parte había un ser parecido a ella, 'lodos
eran de colores inertes y resplandecientes; sedo ella
era blanca.
— Regresaré al cielo y le pediré a 'Lupa que me
cam bie el c o lo r del plum aje y me lo llene de co lo r
se d ijo la palom a mientras volaba en dirección a la
morada divina.
Llego m uy cansada y presente) su petición con
prem ura y dolor, pero ésta le fue negada.
— ¿Como es que no estás contenta? ¡Invertí toda
una tarde y una noche completas para hacerle! — le
d ijo lu p a , y la desp idió con cierto dejo de molestia.
Id estaba orgulloso de haber creado esta ave.
Tenía bellas form as que emulaban a la luna.
— Me siento rechazada. No quiero v iv ir más. No
tengo ganas de seguir sin color en un m undo lleno
de colores — sollozaba la paloma al volver a la tierra.
IS<) ANTONIO l.ANI >Al >!i< >

Regresó y se escondió en la selva entre lianas y


enredaderas. Una mañana en la que se sentía m uy
abrum ada, buscó una mata con largas espinas y, es­
trellándose contra ella con todas sus fuerzas, se clavo
una en el pecho. La sangre manó abundante, m ancho
su blanco plum aje y ia hizo caer al suelo sin sentido.
A l atardecer la palom a despertó; ya no sangraba
y fue a bañarse al río, pero la mancha roja no se le
borró. Ahora tenía dos colores, lira blanca y roja.
Los hom bres y los animales supieron de los su­
frim ientos de la palom a y aprendieron a quererla
porque estuvo a p u n to de m o rir p or tratar de tener
colores parecidos a los de los otros seres vivos de la
tierra. Tal vez, una verdadera insignificancia.
(Tuba)

ñire las historias que narran ios lobas — una co­


m unidad indígena que en tiem pos precolom binos
vivía en el chaco argentino y parte del b o livia n o —
ésta es m uy popular, y ha quedado com o testim onio
del ansia de justicia y libertad que persigue el ho m ­
bre desde siempre, sin im portarle su condición ni
linaje.
Crtentan que balita una vez (.los jóvenes- herma-
tíos que trabajaban para un hacendado muy p o d e ro ­
so y acaudalado, bl m ayor de ellos tenía la mala
costum bre de que cuando el ¡'taitón mandaba hacer
algo m uy difícil, m uy trabajoso o com plicado, él m an­
daba al m enor para que lo hiciera. Siempre era igual
y ya se había con ve rtid o en un mal hábito.
— Vamos, hazlo tú; este trabajo es para ti — le
decía en tono im p o sitivo y autoritario.
bl herm ano m enor, sin discutir ni decirle palabra
alguna, iba y lo hacía. De más está decir que siem pre
andaba cansado porqu e hacía dos trabajos, el de él y
el de su hermano.
Una vez el patrón les dijo que andaba buscando
una persona que le agarrara un caballo muy hermoso y

IS7
¡ ^ ....................... - - ............. A NT< > N K > I.A N I >M ' .....................................................

muy ;irisco que andaba vacando por las praderas. N u iv


ca nadie — ni el más experto— había podido enla/ai a
este potro que estaba lleno de mañas, tenía una luerxa
fuera de lo com ún y corría tan v e lo / com o un rayo, hta
un potro que no tenía igual en toda la comal tu y
muchos cía lían cualquier cosa por sei su dueño.
Al escuchar al patrón el herm ano mayor, siem pre
tan vivo, d ijo que el se iba a ocupai riel asunto.
— Patrón. Yo m ando a mi herm ano y el se lo
abarra. No se preocupe, to d o saldrá bien. Siem pte
cum ple con mis ordenes, bsta v e / tam poco lulíaia.
__Bueno — d ijo el patrón— . Pero a mí no me
gusta que me hagan promesas que despees no se
cum plen. ¡Si tu herm ano no me trae ese alazán te voy
a cortar la cabeza! Te lo juro. Y sabes muy bien que
yo cu m p lo con lo que digo.
Y el herm ano mayor, com o era su costum bre, le
im puso al m enor la m isión de alrapat al p o n o salvaje
de la pradera.
“ Vaya tarea” , pensó el herm ano m enor para sus
adentros, pero no d ijo nada. Y se fue al cam po m uy
preocupado porque no sabia cóm o iba a captuiui esc
anim al tan codiciado, 'Tras un largo d is c u tíii en sile n ­
cio tu v o una gran idea.
— Llamaré a los tábanos del cerro — se dijo. Y
em pezó a gritar:
— fiá b a n o s cerro! fiába nos cerro, ayúdenme! ¡Ten­
go que agarrar a ese caballo que quiere m i patión!
Y com o p o r arte de magia, poco a poco, em pe­
zaron a llegar volando tábanos de todas partes.
U-: V i'N i JAN V i.t'iíN T fíS JNOK.ÜNAS Di-: J IIM ’ANf lAMPÍHK ¡A |s<í

¡bz/zz, \y/:/;/\ — xun)i>;ib;m y revoloteaban alre-


dccioi del muc hac lio m iles tic tábanos, sin picarlo ni
rozado.
¿Me van ;í ayud ar?— les preguntó.
¡Bzzzz, bzzzz! — zum baron éstos al unísono, y
el supo t|ue decían cjue sí lo liarían.
hntoju.es él se lúe a la pradera con los (abanos
sobre su cabeza revoloteando com o una nube. Ninguno
lo rozaba, ninguno lo picaba y (orlos lo seguían. V así
lúe hasta que dieron con el bello ejemplar que cabalga­
ba libre com o el viento. Apenas el alazán vio acercarse
al joven indio empezó a correr com o endemoniado,
pero los tábanos rápidos com o saetas— volaron so­
bre el y lo rodearon; Juego se posaron delante de sus
ojos, ro m o una impenetrable cortina y le im pidieron ver
el líente, hra com o si le hubieran cubierto la cabeza con
una gran manta; había tantos, tantos tábanos, que el
caballo tuvo que detener el galope.
Lntonccs el m uchacho, rápido y astuto com o un
galo montes, le echó un lazo sobre el cuello; luego lo
m onto, allí m ism o lo d o m ó y más (arcíe lo condujo
hasta donde vivía su patrón, quien al verlo no cabía
en sí de pina alegría.
^ com o él se había lu cid o con esta verdadera
pioezu, el p a lto n ahora lo tenía tocio el día cu m p lie n ­
do tareas difíciles y trabajosas. Pero el m uchacho no
soportó más y protestó:
¡No puedo mas! No soporto más este trato
indigno. Pj in ic io las órdenes caprichosas de m i her­
mano, ahora el injusto trato de mi patrón. ¡Hasta ya!
-A N :I'() N I (-)-I A N I ) A i: 11(-)
© - ~lf.ll-

O Y .sin d e c irle una sola palabra a nadie, lo m o


una pequeña cu ch illa , lle n ó una bolsa con caine
O
seca y se ech ó a andar. C am inó.... c a m in ó y ca m i­
o nó..., ¿cuántas leguas? No lo sabía, pero d e b ie ro n
o ser m uchas pues pasaron sobre su cabeza varias
o lunas y su bolsa había d is m in u id o en form a co n s i­

o derable. fin a lm e n te , se d e tu vo y se sentó sobre


una pie d ra . De pronto, a io lejos, divisó) en el c ie lo
o una e n o rm e águila...
o :— ¡Águila! ¡Hermana águila, ayúdame! — clam ó en
o lono piadoso. Y a g re g ó ^ : Me quiero ir lejos. Q uiero
o abandonar esta tierra injusta. ¿Me puedes llevai?
o I/a dueña de los cielos lo co ntem pló desde arriba
y se conm ovió. Realmente el m uchacho hablaba con
o
o franqueza.
— lista bien — le contestó), y se aproxim o.
o — Gracias, hermana águila. No sabes cuanto agra­
o dezco tu gesto. Sólo tu puedes llevarm e lejos de aquí.
o — Te v o y a lle va r m uy lejos. Vamos a cruzar el
mar. f l gran mar. fo r o la travesía va a d u ra r vatios
o
días, ¿bienes com ida su h cicnte para un Rugo tia -
o yeclo? P orqu e si me canso y no te n g o nada que
} com er, no vo y a so p o rta r y nos caerem os los dos al
O ■ agua.
o — 'Rengo un poco de carne seca — le d ijo el

o m uchacho y le enseñó) la bolsa.


— lista b ie n . Te llevaré más allá de esta p rade­
o C ra para q u e com iences otra vida. Sé que etes joven
O s u frid o . Vamos, m ó n ta te en m i g ru p a y partam os
o ya.
o
o
o
o
o
o
o
U'.S i-.NMA.s 'i c n i N r u s i n i H (; i :n a s nr i ii s c a n ím m k h ic a ia i

líl muchacho, sin pensarlo dos veces, se subió ai


águila y ella em pezó a volar y rem oniar los cielos.
1 i in ic io t lu za io n la pradera, después un m onte y
o tro más y la cordillera toda. Ianalmente llegaron al
m a r No se veía la otra orilla, pero la dueña de los
cielos volaba y volaba p o r las celestes praderas, bn
>su Mm Pa el m uchacho iba m uy contento m irando y
obseivanelo la m agnitud de la naturaleza. i,o cjue más
lo complacía era la frescura que se respiraba en los
d o m in io s deí cielo.
Después de un largo trayecto, el águila d io vu e l­
ta la cabeza y el m uchacho se dio cuenta de cjue
tenía hambre. Sacó entonces carne de su bolsa, la
que lúe cortando en pequeños pedazos y se* los fue
m etiendo en el pico al aves Así siguieron volando y
se hizo de noche. Ül m uchacho nunca antes había
visto tantas estrellas jumas y tan luminosas q u e ip a re­
chín una catarata de piedras brillantes.
Cuando salió el sol en el horizonte con su calor
d iv in o , el aguila m iro otra vez para atrás y el m ucha­
cho cortó más carne y se la in trodu jo en el pico, ho
m ism o pasó al m ediodía, al atardecer y poco antes
del anochecer.
A l día siguiente el mar no se acababa pero Ja
carne sí. bl m uchacho le d io el últim o.pe dacito y se
q u e d ó m uy preocupado. Su m orral estaba vacío. A fo r­
tunadam ente, a lo lejos se divisaba la tierra sobre el
horizonte.
— i Parece que en un rato más llegamos! — d ijo el
m uchacho con cierta alegría contenida.
m ........ ANTONIO I.ANI >A! K<)

— ¡Sí, pero yo necesito comer más! ¡Aún fallan mu-


días leguas! Los sentidos engañan, joven am igo — con-
lesíó el águila.
— ¡Aguanta, hermana, falta poco! ¡falta m uy poco!
— la anim aba el m uchacho con dejos de p reocu pa­
ción. Rstabá tan cerca de la libertad que parecía in ­
com prensible no alcanzarla.
Id águila sig uió volando, pero al ralo dijo:
— No me quedan fuerzas. O com o algo o me
caigo.
— ¡Aguanta! ¡Eres la dueña del ciclo!
— ¡No puedo más! ¡No puedo más, te lo juro!
— ¡Aguanta! Eres la más poderosa ave de rapiña
que existe. ¡No puedes caer! ¡No me puedes p riva r de
la libertad!
— ¡Te d ig o que no doy más!
La verdad es que estaban bastante cerca de la
tierra y el m uchacho, no queriendo m o rir frente a la
libertad, agarró el c u c h illo que llevaba, se cortó una
lo n jita de carne del m uslo y se la m etió en el pico.
Así el águila recuperó fuerzas y pudo llegar.
C uando estuvie ro n en tierra firm e, atardecía y el
sol saludaba la llegada de la noche, el joven in d io y
el águila se despidieron. Id ave ju n tó fuerzas un rato
y se e le vó en busca del in fin ito . Pero se elevó sola.
Subió, su b ió y subió hasta que llegó al cielo. A llí se
q ue dó para siem pre convertida en un lucero m uy
brillan te.
El m uchacho se que dó m irando aquel p ro d ig io .
Le había gustado tanto cruzar p or los cielos y sentirse
I I-VI-NDAN V Ct !|-'NT( >NINI >/<,| NA.S 1)1 j JISI‘AN( JAMIÍHICA Ifi.l

ii ;m to (.leí a i iv que ahora no quería quedarse en la


liona. 1a iií micos so puso a cantar una canción mágica
que so entonaba en su lio n a natal y so transform ó en
la tormenta.
Desdo entonces anda siem pre por el cielo, in ­
quieto com o su joven espíritu, de un lado para o tro
sin parar.
abia una \v /. un hom bre ele* origen m apuche
llam ado Namuncura, que se enam oró perdida-
m ente de una hermosa joven, tam bién india com o éf,
hija de un jefe .mapuche. Id hom bre no tenía nada en
el m undo, excepto tres cadenas de o ro que su padre
le había dejado com o herencia, de las que se sentía
m uy orgulloso, lira dem asiado pobre y por ello no se
atrevía a pretender oficialm ente a la joven, solicitán­
dola a su im portante fam ilia, l’ero un día, desespera­
do de amor, se acercó a la m uchacha y le mostró una
de las cadenas.
— dé amo — le dijo— , aunque sé que soy dem a­
siado pobre para pretenderte. Pero si me dejas d o rm ir
a tus pies una sola noche, te daré esta cadena de oro.
La hija del jefe m apuche siem pre tenía en su
cuarto criadas que dorm ían con ella, p o r lo que esta­
ba segura de no sufrir daño alguno y. com o le había
gustado m ucho la cadena de oro. acepté».
Aquella noche Nam uncura d u rm ió a sus pies,
contentándose sim plem ente con estar a su lado.
Al día siguiente o fre c ió a la m uchacha otra
cadena, con la misma c o n d ic ió n que la m uchacha
lY x,............................ _............. A NT< ) N K ) I. A N D A I ¡IU>............. .............. ... ......... .......... .

aceptó. V al tercer día v o lv ió a hacer lo m ism o,


entregan do a la jo ven, en conse cuencia, su tercera
cadena de oro, y pasando la tercera noche ju n to a
ella a sus pies.
La doncella quedó gratam ente im presionada p o l­
las muestras de am or y respeto de aquel hom bre tan
pobre, y cuando al fin se a tre vió a pedirle que se
casara con el, aceptó.
— Pero m antengám oslo en secreto durante un
tie m p o — le rogó ella— . Deberé explicárselo a mi
padre, hl tal ve/, no com prenda, pero no quiero co n ­
traria rlo ahora.
— De acuerdo — re spon dió N am uncura— . Nos
casaremos y de ahora en adelante a nadie hablaré de
nuestro com prom iso. Será mi más preciado secreto.
Pero, a cam bio, te p id o que me esperes tres años,
pues en ese tiem po seré c a p a / de labrar mi propia
fortuna. Si vas a ser m i esposa, tengo que hacerme
rico y poderoso, dig n o esposo de la hija de un jete
tan im portante.
—¿y cóm o sé yo que volverás? ¿Que no es un vil
engaño? — le preguntó ella.
— Me llevaré tres de tus prendas — d ijo N am un­
cura— . liso nos unirá para siem pre.
La muchacha le entregó tres de sus mejores pren­
das: una falda, una blusa y una manta, que él m etió
co n gran ternura en un m orral de cuero para salir,
acto seguido, en busca de fortuna.
Tres años después N am uncura v o lv ió c o n v e rti­
do en un hom bre rico, con m uchas anécdotas que
"l

.................................. u : m n ¡ >a > < i ¡i :n i { >s in i >x u :n a s i i i -: i i i s i v w i i a m u u c a ' i r , ? ....... 7 ■

contar acerca tic las aventuras p o r el vividas. Venía


elegantem ente vestido, y parecía un hom bre que
había viajado m ucho y apre n d id o m ú ltiples cosas. •
De in m ed iato se d irig ió a la aldea donde vivía la )
hija del jefe, ansioso de co m p a rtir con ella su fo rtu - i
na. Pero cuantío lle g ó se enco ntró con muchas per­
sonas vestidas elegantem ente, qu.e.sc disponían a
celebrar algo. Id se interese) m uchísim o p o r lo que
ocurría y así p ud o saber que, justo aquel día, la bija ■
del jele se iba a casar. Pintonees, tratando de d isím il- )
lar la gran pena que embargaba su corazón, se u nió
con los lugareños.
— Tú eres forastero, ¿no? — le preguntó el jele,
mientras observaba lleno de adm iración el caballo
que el extranjero m ontaba— . Por las ropas que luces
y lo Im ám enle enjaezado que tienes el caballo, .me f
parece que vienes ríe m uy Jejos. ¿Por qué no des- )
montas y nos cuentas cosas acerca de ti? Mi hija se va ^
a casar hoy con el h ijo de un rico terrateniente que
yo escogí para ella, pues no quien) que pase el resto
de su vida sola. Me ha contado que espera a un ^
hom bre con el que se casó en secreto, yo no le creo. }
Pero no hablemos más ele ella. Ven, desmonta y cuén-
taños tu historia m ientras esperamos que em piece la }
cerem onia.
— Si tanto os interesa... — d ijo eortésmetUe Na­
m uncura, lom ando asiento delante de la casa del jefe, ";)
y rodeado de un c o rrillo de oyentes. ■
Así estaba cuando la hija del jefe apareció en la
puerta; su corazón d io un brinco y em pezó a latir )
)
lf,H___________________________ A N T O N '!'> I.AiN'IM i U« ) - ............ ..............

o mas rápido: estaba tan hermosa com o siempre, aun­

o que sus ojos, ie pareció a él, demostraban tristeza.


Lilia lo m iró sin reconocerlo. Con sus elegantes ropas,
o con la barba que se había dejado crecer en su ausen­
o cia, y un som brero que le cubría gran parle de la
G cara, le pareció un extraño.
O — La p rim era cosa b ien h e d ía , p or m i parte,
lúe la de com prar, con lo p rim e ro que gané, tres
O
fuertes perros de presa — co m e n zó a de cir el íora s­
O te ro— . Kilos me d ie ro n suerte. Me encontraba yo
o cabalgando un día p o r la pam pa, cuando vi un
o avestruz que corría delante de mí. Tenía unas p lu ­
o mas tan herm osas que d e c id í darle caza, para lo

o cual envié tras él a uno de m is perros. Liste era


ligero; pero, ¡cóm o corría ese avestruz! Nunca ha­
o bía visto cosa ig ual, y parecía que el perro no iba a
o ser capaz de d a rle alcance. Al fin , sin em bargo, el
o perro lo g ró a tra p a rlo p o r la cola, y m irad lo que le
o arrancó.

o Na ni un cura, entonces, les mosLré) la laida que


la hija del jefe le había dado e n -p ré n d a . La m u lti­
o tud se echó a reír, al im aginarse a un avestruz con
o faldas, y la m uchacha m iró al hom bre con sum o
o interés.
o — Después — p ro sig u ió — me d i cuenta de que el
perro estaba agotado y mandé a o tro en persecución
o
del gran pájaro. Yo no cejaba en m i afán de hacerm e
o il con sus plumas. Kl segundo perro era más rápid o
o que el prim ero y p ro n to se puso á la altura del ave.
(3 Kntonces' le tiré) un m ordisco trem endo y se quedó
o
o
o
o
o
o
Q
— ------¡:IvV'1'N11)AS~V r 1TI■N')'()S“ ! NT)í<VITÑAS 7 (TCnISI’A ÑOAi\7l7tiI(:A .. \W

con una de sus alas. Id avestruz, a pesar de* Lodo,


¡ogro escapar; pero-m irad lo que se le cayó.
Entonces el e x tra n je ro m o stró a las gentes a llí
reunidas la s yd |in d a prend a: la blusa. Otra vez se
cebaron tóy> / a reír, y de n u e vo la muchacha
m iró con los ojos m uy a b ie rto s al na rra d o r de esta
historia. ................................................... ....................... ......
— Yo, de todas form as, no podía p e rm itir que
el gran pájaro se me escapara — c o n tin u ó — . Lo
veía co m e r tra n q u ila m e n te a lo lejos. Me acerqué
sigilosam ente, com o un galo m ontes, sin que se
percatara de mi p ro x im id a d , y envié tras él al ter­
cer perro, íil avestruz, s o rp re n d id o , intente) correr,
pero el perro ya estaba encim a de éi. Tras .un breve
forcejea) los dos cayeron rodan do al sucio. Tim on­
ees me di cuenta de que el ave ya era mío., Y en su
caída s o ltó esto.
Namuncura m ostró el manto, la tercera prenda.
— Y entonces...
— Calla — g ritó la m uchacha— . No hace falla
que digas ni una sola palabra más. Tú eres N am un­
cura que ha regresado. Tú eres m i ú n ico am or y m i
verdadero esposo, pues ésas son las prendas que
yo le entregué hace tres años, para asegurarm e de
que regresarías. Q u ie ro tenerlas de nuevo y tenerle
a ti.
til jefe, im presionado p or la próspera apariencia
de Nam uncura, y reconociendo que su hija no Je
había m entido acerca de su m atrim onio secreto, dio
su consentim iento para el casamiento; y ni siquiera
I ?() A N I <)N |() l.A N l )AI MIO......................................................

c! h ijo de! lerralenie nle , a pesar cié su frustración, se


o p u so a ios deseos de la bella joven. Así pues,
aquel hom bre que no tenía más que tres cadenas de
o ro v io cu m p lid o s ios más hon dos deseos de su
corazón.

v
V O C A B U L A R IO

Abarca: Calzado que cubre parle del pie y se ala con


cuerdas.
Acana: Árbol de madera nudosa, muy dura.
Acore: Dios de los indios ciiocoes, que habitaban el
te rrito rio que actualmente ocupan Panamá y parle
del norte de Colom bia.
Achís: Familia indígena descendiente de los mayas,
establecida en Guatemala.
Aliso: Á rbol bcluláceo, de iro n co lim p io y rollizo,
copa poblada y redonda, hojas alternas algo visco­
sas, llores blancas y frutos rojizos; madera dura,
algo am arillenta.
A n á liu a c : Valle de México. / / Cordillera central de
M éxico.
Aneroide: T ip o de batóm etro que se com pone de
una cajila metálica, e n'que se ha hecho el vacío, y
cuya tapa se comba o se d ep rim e según las varia­
ciones de la presión atmosférica.
Anhangá: Rspíritu del mal, según los indios guara­
níes.
|7 > W )(.M U il.A U K ) ....................................... ...........

Araguacos (a raima eos o arawak): Familia indígena


extendida en Sudamérica y ias Antillas. Fueron
diezm ados p o r los indios caribes.
Araucana: in d ó m ita fam ilia de aborígenes de Chile.
Vivían en la parle sur del país o Araucanía; tam ­
bién se les denom ina mapuches.
Ataliualpa: (I5 0 0 M 5 3 3 ) Ú ltim o gobernante del im -
perio inca; fue ejecutado p or órdenes de Pi/.arn>.
Ayllu: Caserío andino; cada una de las parcialidades
en (jiie se dividían las com unidades quechuas.
Aymará: Raza indígena del altiplano peruboliviano,
del cual se supone oriunda la dinastía de los incas.
Azteca: Ui última tribu nahua en llegar al valle de Méxi­
co. Se estableció en el valle de Análmac y allí fundó
la ciudad ele Tenochtiilán, hoy México, en I32S.
Bohío: Cabaña hecha de madera y ramas, caña o
paja.
Caa-Iharé: Diosa de las plantas, según la m itología
guaraní.
Calandria: Ave de alegre canto, especie de alondra.
Carabalí: Dícese del negro africano de carácter in d ó ­
m ito.
Casiri: Fspecie de cerveza hecha a base de yuca
ferm entada.
Cayo: Isla rasa, arenosa, con frecuencia anegadiza y
cubierta en gran parte de manglares, m uy com ún
en el mar de las Antillas y en el G o lfo de M éxico.
.............................____ ___v<)(.Anm.Amn___ ____ _____— ...- h7.í

Ceibo: Á rbol anacardiáceo, grande, que cía flores arra­


cim adas de* co lo r lacre.
Cunas: Indígenas de Panamá que o cu p a ro n en un
tie m p o casi to d o el país; hoy habitan aldeas del
istm o, p rin c ip a lm e n te en la costa norte de! G o l­
fo de D arién, y tam bién en el norte de C o lo m ­
bia. ........... ................. .................
Cuñataí: Joven muchacha grácil, hermosa.
Chalatcnango: Deparlam ento de Hl Salvador, capital
Chaíatenango.
Charrúa: Familia indígena que viv ió en lo que hoy
es Uruguay y estaba dividida en seis tribus. Hoy
existe una pequeña población que vive en la p ro­
vincia de Irntre Ríos, Argentina.
Chibcha: Familia de alta civilización, que com pren­
día a los borucas, bribris, guatusos, muiscas y
otras tribus que habitaban lo que hoy es C olom ­
bia, Fcuaclor y parle de Cenlroamérica.
Chocoes: T ribu chibcha que habitó en C o lom bia en­
tre los Andes y el Pacífico, principalm ente en el
D epartam ento del Cauca. Otra parle vive en el
norte de Fcuador y otra en Panamá.
Chorotega: T ribu precolom bina que habita el te rrito ­
rio que actualm ente ocupa Nicaragua.
Chuspa: Bolsa tejida, especie de morral.
Darién: Provincia de Panamá, capital ha Palma, / /
G o lfo entre Colom bia y Panamá,
17. ¡ V U C A IIH I.A IW »

Daturina: A lcaloide tóxico extraído de! estram onio,


que* se o b tie n e de la datura, planta solanacea.
Duítama; C iudad colom biana en Boyacá.
Emolumento: U tilidad, propina, sueldo.
Enjaezar: Poner los jaeces a la caballería, ensillar.
Echécatl: D ios lolleca; una de las representaciones
de Q uctza lcóatl com o dios de! viento.
Guaraní: N ación de origen tu p í que vive en los va­
lles de ios ríos Paraguay, Paraná, U ruguay y norte
de Argentina.
Guaycuru: T rib u de origen tupiguaraní, que habita
en la región del chaco argentino.
Hogaza: Pan grande, de harina mal cernida que co n ­
tiene algo de salvado.
Huanca: Indígena de Huancayo, Perú.
Huancayo: C iudad peruana, capital Junín.
Hutía: Roedor que vive en los árboles, de carne
comestible, pelo espeso, leonado, más oscuro en
el lomo.
Inca: Tribu quechua que vivía principalmente en el
Cuzco, Perú. Su imperio se extendía desde Ecua­
dor hasta el centro de Chile, abarcando el noroes­
te de Bolivia y parte de Argentina.
IxtacÜiuatl: Montaña mexicana.
Lastra: Laja, piedra lisa, plana y delgada.
Machi: Curandero o curandera de oiieio.
M a g u e y: N( »nit >rc' gene rio > cle nuincro.s as p ia n ta s; de
sus hojas se obtienen la pita y otras fibras, tam ­
bién jugo para pulque y otras bebidas espiritosas.
M a ip u re s : Tribu de araguacos de la que quedan sólo
vestigios en el alto O rinoco, Venezuela.
M a p u c h e : bn Chile se designa así, principalm ente, a
los indios araucanos; viene del nom bre M a pocho,
río que atraviesa Santiago, la capital-del país.
M a tto G ro s s o : Citan zona selvática.// listado de Bra­
sil, capital Guiaba, 1.2Sl.S-'í9 km '.
M a tu s a g a ra tí: (Tierra feliz) la laguna más grande de
Panamá, ubicada en las proxim idades del 'lu irá .
M a ya : G ran (a mi lia indígena que p ob ló el suroeste
de M éxico, Guatemala y Honduras, y estableció
un (?rden social y una adm irable cultura desde
p rin c ip io s de la era cristiana; sus grandes ciudades
fu e ro n Tikal, Palenque, Copan’, llaxación, Chichón
Itzá, Uxma) y Mayapán,
Miskito: G ru p o étnico establecido.en Nicaragua, en
las costas del Caribe.

Naboría: bn los prim eros tiempos de la conquista de


Am érica, india o in d io de servicio.
N a h u a (náhuatl): Familia indígena que ocupa gran
parte del oeste de M éxico y se extendía hasta
Cenlroam érica; correspondía a Jos aztecas, tlaxcal­
tecas, tollecas y muchas otras tribus.
N a h u a l: A nim al protector, según Jas creencias mayas.
O
Vi X .A H ¡:I.AU¡< )

0 -
Neie: Dios de los in dio s cun;is.
O
Obsidiana: M ineral volcánico vitreo,
negro o verde,
O muy oscuro. Con el los indios huelan espejos,
o flechas y am ias cortantes.
.o Obneca: T ribu o rig in a ria de México, la mas antigua
o del país; ya antes de Jesucristo vivían en cavernas
o desde Tabasco hasta Veracruz. Crearon un calen­
dario y un sistema de escritura y num eración.
o
Opayé:
o T rib u que habita la selva del M allo Grosso,
de origen tuoiguaraní.
o
Orinoco: Río venezolano de 2.900 km, que cruza
o una gran zona selvática; marca 420 km de frontera
o con C olom bia.
o Paiwarris: Iespecie de cerveza hecha a base de bata­
o tas rojas fermentadas.
o Pachacutcc Yupanqui: (s. XV), inca sucesor de V ira ­
o cocha.
o Pachamama: Según la m itología inca, diosa de ia
o fe c u n d id a d .// Fiesta en h o n o r de los animales.

o Parina: T ip o de flam enco rosado.


o Pipil: T rib u nahua que o cu p ó la costa
de Soconusco
:.G y de la frontera entre Guatemala y El Salvador,
sobre el Pacífico.
O
Pitpan: Ligera em barcación de madera.
Popocatépetl: Volcán de M éxico, 5.452 m de altura.
o Ruca: Choza de in d io construida a base de paja y
o ramas.

o
o
o
o

o
o
o
Vt x A U tf| .A Itfn 177

S h y ris : C om unidad amerindia que vivía clónele ac­


tualm ente se levanta la ciudad ele Q uito, lid ia d o r.
Sogamoso: Valle y ciudad colom biana en Boyacá.//
Río afínem e de Magdalena, 350 km.
Taino: 'Irib ú extinguida que Rabilaba en el norte de
Venezuela, en Brasil y en las Antillas, especial­
mente en Santo Dom ingo. 1loy se llama tainos a
todos los aborígenes de las Antillas Mayores.
Talabartero: Persona que trabaja el cuero, que hace
correas, sillas de montar, etc.
Tcotihuacán: Ciudad sagrada. Zona arqueológica a
46 km al noreste de la capital mexicana.
Iiguüotc: A rbusto de tronco nudoso.
Titicaca: Lago ele Bolivia y Perú, de 8.3-10 km !; altura,
3.850 m.
Toba: C om unidad indígena que habitaba en el chaco
argentino y parte del boliviano.
Tolteca: Tribu nahua, la primera en llegar del norte al
valle de M éxico, posiblemente al comenzar la era
cristiana, y que floreció hasta el siglo IX. Su civiliza­
ción se extendió) hasta Yucatán y Guatemala.
Tota: Laguna en el departam ento de Boyacá, C olom ­
bia.

Tula: Antigua capital de los loltecas, llamada tam bién


Tollán.
Tupa: Dios suprem o, gobernador del cielo y de la
tierra, según la m itología guaraní.
I7H V< K.AIUU.AIUO

Tupí (tam bién tupíes): Familia indígena que ocupaba


trian parte de Brasil a la llegada de los p o itu g u e -
ses.
Yatiri: Persona con gran experiencia y sabiduría.
Zambo: D ícese de la persona que tiene sangre negra
e india o al contrario; mestizo.
HL A U T O R DI* LA S E L E C C IO N

A n ton io Landauro nació en Santiago, Chile, en 1953.


lis licenciado en 'leona e Misiona del Arle en la
Universidad de Chile, y Ira realizado cursos de per-
íeccionam ienlo de Español Instrum ental, en el Institu­
to Pedagógico y de Dramaturgia en la Universidad de
Miami. F.nlre 1983 y 1996 residió en listados Unidos,
donde desarrolló una intensa labor periodística y lite­
raria. Hjerció tam bién la docencia en la Universidad
M etropolitana de Ciencias de la Educación.
A ctualm ente ejerce la docencia en la Universidad
Finís Terrae y colabora con el d iario IU M e r c u r i o y
con varias publicaciones internacionales.
Además de haber sido seleccionado entre varios
escritores de diversos países para escribir la biografía
oficial del pianista C laudio Arrau, Landauro lia obte­
n id o num erosos prem ios, entre los que destacamos
los siguientes:
-1982, Prem io Gabriela M istral, de la M unicipali­
dad de Santiago, en el género ensayo.
-1983, 1985, 1989, Premio Asociación de Críticos
y Comentaristas de Arte de M iam i, en las categorías
artículo periodístico, cuento y teatro, respectivamente.

17<)
o
¡8 0 A N T O N I O ¡ . A N IJ A IW O -

© :-
-1989, Premio C írculo tic Cultura Panamericana,
o Nueva York, en ensayo.
o -1990, Prem io Eugenio D iu b o rn , Universidad Ca­
o tólica de Chile, y Gala, de M iam i, am bos en teatro.
o -1995, Premio Letras de O ro, Universidad de M ia­
o m i, en teatro.

o Es a u tor de L e y e n d a s t r a d i c i o n a l e s c h ile n a s ; L a
o h e r e n c ia in m o r ta l; B a n d e ra s y escu d os d e l m u n d o ;
o A p re n d a a re d a c ta r c o rre c ta m e n te ; E l h o m b re q u e c o n -

© c ju is tó a l m u n d o c o n u n sa xo; Leyend as d e a m o r;

o F á b u la s d e A m é r ic a .
son:
A lg u n a s de sus obras de teatro

o T e a tr o d e ilu s io n e s , E l la d o o s c u r o d e u n p a r a ís o ;
L a M a n d r a g o r a ; C o ló n , e l Q u i j o t e d e l m a r ; T r id a a n t e
D e l e s p e jo ; E l h a c e d o r d e s u e ñ o s ; L o s r o s t r o s d e V i r g in ia
o W o o l f La q u in t a d e l s o rd o y L a c a s a d e v id r io .
o En sus ensayos Landauro exalta la im portancia
de las posiciones vanguardistas del arte y la literatura;
o
en sus cuentos aborda los temas sicológicos con esti­
)
lo casi expresionista; en sus obras de teatro explora
o la problem ática del hom bre contem poráneo.
o Destaca su labor com o investigador, ya que a
o través de sus numerosas recopilaciones de leyendas,
o cuentos y tradiciones, intenta rescatar los valores cul­
turales y sociales, en especial de Hispanoam érica, y
o estas L e y e n d a s y c u e n t o s i n d í g e n a s d e H i s p a n o a m é r i ­
o c a constituyen una nueva etapa en esta valiosa tarea
o de investigación.
o
o
o
O
o
o
o
o
o
ACTIVIDADES RELACIONADAS
CON ESTE LIBRO

VOCABULARIO
1. Escoge al azar una frase del libro que te inspire para escri­
bir una leyenda corta. No debes repetir ningún adjetivo. Al
terminar, escoge diez palabras y trata de reemplazarlas por
otras que signifiquen lo contrario.
2. Busca, en tu historia preferida, seis sustantivos que empie­
cen con la letra a y seis con la letra n. Escribe al lado de
cada uno su significado según el diccionario.
3. Júntate con ocho amigos. Haz que cada uno elija al azar
una palabra del libro, la escriba en un papel y después lo
doble, sin dar a conocer su contenido. Luego deben abrir­
los por turno y formar una historia con los términos que les
vayan saliendo.
4. Escoge dentro de este texto algunas palabras indígenas.
Apunta el significado que tú les atribuyes. Después averi­
gua cual es el correcto. Corta tarjetas de dos colores En
unas coloca el término indígena y en las otras, revueltas
ambos conceptos. Reúne cuatro amigos. Saca de a una la
tarjeta con el nombre indígena. Haz que por turno tus ami­
gos escojan cuál es la versión verdadera del significado de
(a palabra. El que acierta obtiene un punto y juega otra
vez. Gana el que tiene más puntos a) terminar de dar vuel­
ta las tarjetas.

IKI
a <:t i v i (>a í )i ;s iu -;i.A < :n)N A i)A .s c o n i s t i : i. m u u
IK2

REDACCIÓN

1 Anota aué otro tipo de personajes de leyenda, no incluidos


a c u í t e g u s ta ría conocer. Averigua si existe uno s,m,lar en
la^tradición americana o europea. Si no es asi, descríbelo
e invéntale una historia.
2 Recuerda algún cuento que te haya impresionado en tu
niñez escríbelo con tus propias palabras y ve s. puedes
transformarlo en una leyenda.
3. Elige a dos personajes de distintas historias del texto y
establece por escrito un diálogo entre ambos.
4 Ve cuál personaje de leyenda es a tu juicio el más cómico
’ o el más triste y cuenta una aventura en que se note su
sentido del humor o su pena.
5. Inventa una historia de amor entre dos personajes de le­
yendas diferentes.
6. Escribe un poema en el cual uno de estos le exprese sus
sentimientos al Otro.

COMPRENSIÓN DE LECTURA

1. ¿Qué se conoce como el cuarto sol?


2. ¿Cómo nació la Calandria?
3. ¿Por qué recompensaron los dioses a Popocatepetl?
4. ¿Quiénes son los miskitos?
5. ¿De quién se enamoró Tintoba?
6. ¿Qué milagro se atribuye a Supaya?
7. ¿Por qué desterraron a Jaguareté?
8. ¿A quién se le conocía como el "hermano mulo ?
9. ¿Cómo se llama el espíritu de la miel?
10, ¿Dónde vivían los charrúas?
A< .1IV II )AI )I S KÜI.Ai.K >NA! )A.s i :< >N IWI'K Ü H ¡ « > IH S

ORTOGRAFÍA

1. Busca en este libro palabras que te parezcan similares en


su pronunciación y haz con ellas un trabalenguas. Verifica
que estén correctamente escritas, consultando en e! dic­
cionario.
2. Escoge dentro dei texto diez palabras que no sepas bien
cómo se escriben. Anótalas y verifica su ortografía,
3. Invita a tus amigos a jugar "Palabras difíciles". Cada uno
debe encontrar en el libro cinco que contengan b y v; igual
cantidad escritas con s, c o z. Y otras que tengan x o w.
Cada uno deberá leer las seleccionadas y los otros escri­
birlas. Al fin a liza r se deben co m p arar los resultados
correctos. El que tiene más puntos gana.

DRAMATIZACtÓN

1. Con un par de amigos elijan una leyenda e interprétenla,


disfrazados en la forma que especifica el texto.
2. Escoge cuatro personajes de historias diferentes e invita a
igual número de compañeros a jugar al diálogo, improvi­
sando textos que obedezcan a la forma de ser de cada
uno de los tipos descritos.
3. Inventa una historia usando a seres de leyenda y crea una
escena como si fuera parte de un guión de una teleserie.
Interprétalo primero con humor y después en serio.

INVESTIGACIÓN

1. Visita una biblioteca y busca otros textos que contengan


leyendas de Hispanoamérica. Ve cuáles no están en este
libro.
2. Averigua qué leyendas conocidas hay en tu ciudad o país,
además de las contadas aquí. Compara su contenido con
alguna de las incluidas en este texto.
o
................ IMI A C T IV il)A I )I!S NFI.ACIONAI)AS CON 1;S 11; )

© ............... 3. Investiga qué lenguas indígenas se hablan o se han habla­


o do en el continente americano.
4. Descubre cuáles son las plantas medicinales que usaban
O los antiguos pueblos latinoamericanos y sus principales cua­
O lidades terapéuticas. Haz un mapa donde figuren éstas

o 5.
según su lugar de origen.
Averigua qué diferencia hay entre mito, cuento y leyenda.
o
3 OTRAS ACTIVIDADES
J

O 1. Busca cinco similitudes y cinco diferencias entre los perso­


najes de las leyendas indígenas.
) 2. Descubre los valores que tratan de defender tres de fas
o historias contadas en este libro.

o 3. Inventa la letra de una canción, recreando situaciones en


que participen personajes de estas leyendas. Usa la meló-
) día de tu preferencia para cantarla.

o 4. Dibuja a dos personajes de leyendas distintas interactuan­


do en una situación que tú determines.
o 5. Elige algunos adornos o vestuario usado por los indígenas
0 latinoamericanos e intenta fabricarlos con cartulina u otros
.0 materiales.
6. Haz un mapa de las leyendas nombradas en este texto.
o 7. O rdena geográficamente las culturas indígenas latinoame-
) rícanas.
\
-J
VERDADERO 0 FALSO

o 1. Busca términos poco comunes usados en este libro e in-


Q venta otros que podrían estar aquí. Escribe los verdaderos,
,•. ' indicando en qué página están. Haz un concurso con un
0 grupo de amigos que hayan leído este cuento, comproban-
.0 do qué palabras son verdaderas y cuáles falsas. El que
q acierta más veces gana un premio.

O
O
O
o
o
©
a c 'i ¡v il taiman hi:i ,a i ;[( jnadas C o n icsít; i.ntito

2. Encuentra todos los nombres de animales que aparecen en


el texto. Inventa otros que podrían ser parte de diversas his­
torias. Invita a tus compañeros a jugar al verdadero y falso.
Tú serás el juez que dirá el resultado correcto y determinará
los puntajes. Ante cualquier duda pueden recurrir al texto.

SOPA DE LETRAS

T R A D 1 c 1 0 N
0 Q E S R T Y U 1
L A S 0 Ñ L J H P
T A G 1 B N A K T
E D 0 D A R G A S
C M A B A D U F 0
A Y S M E R A C L
D 0 A X E T R R E
1 R F L 0 R A S 0
R E 1 N A F I D R
0 A R E 1 N 0 Y M D R T A C A
F A L 0 Ñ A P S E D 1 A R A A
1 S A P E R A G U E ñ A D i Y
A Y M A R A S U 1 A c E T Z . A
S £ A R A U c A N 0 s D A L M
Ubica quince palabras relacionadas con la figura; pueden estar
en forma horizontal, vertical o diagonal, al derecho o al revés.
1K(> AC I IV ID A h IÍS UI-I.ACU )N A lM S CON KSTI- I.IU W )

SOLUCIONES

Sopa de letras
R A. D i ■c 1 0 N
0 E S R T Y u 1
A S 0 N L J H P
A G r B N A K T
D 0 D A R G A S
M A B A D U F 0
Y S M E R A C L
0 A X E T R R E
R F L 0 R A S 0
E i N A F 1 D R
DA R E,;,. t u . o Y M D R T A C A
F A l 0' ft A 'P S E D 1 A R A A
I S A P E R A G U E R A D t Y
AY M A’ R A S U 1 A C E T‘ Z A
S E A B A U C N_ 0. J L D_ A L JL
ÍN D 1CK

Vi'ólu^n

l’KIMKKA l'AKTli
ííi. i'SPÍKí'n i Dn ¡a rii'R H A

Leyendas
México
l.os fina) so le s dollcca)
Nos do.s amantes (a/lcca)
O ’u a le n ia la
Si|xic y los espíritu,s del maíz (;ielii)

Id S a lv a d o r
HJ (ijírc* de! Sampul (maya) ............

N ic a r a g u a
I-os nuskitos y el gran río (mísíoto)

C o s ía R ic a
Y;mi(|we, id príncipe nalma (azteca)

Panam á
I/.i laguna encantada (efincoe, cuna)

V e n e z u e la
Id canto de la calandria (araguaco)

C o lo m b ia
Id cacto y el junco (cliibclia) ...........
O
ikh i'Nincr:
................ íM)irc

0 ................ Hcnador, Perú


La cadena sagrada (inca) ...................................................... 60
0
O Pera, Poli nia, Chile , A rgen tina
La música de las montañas (aymaní) ................................. 67
0
P a ra g u a y
.J ■ La fiija de! sol (g u a ra n í)........................................................ 76
■J
P arag u ay , U ruguay
) La yerba maravillosa (guaraní, charrúa) ............................ 80

0 Chile
H1 árbol paríanle (a ra u ca n a )................................................. 86
0
o ■ A rgentina
lil carao (g u a y c u rú )............................................................... 92
0

0
0 SI-CUNDA p a r t í:
1,0 Q lIK C U K N T A Id, V fi-N T O
0
Cítenlos
0

0 M éxico
La princesa de las alas de mariposa (a zte c a )..................... 99
0
0 C ub a
La Cabeza de Patricio (carabalí-araguaco)............................. . . 107
•y
R epública D o m in ic a n a
0 Guarna, Miguen tola y Guarocuya (taina) ............................ . . . 111
\
G u ate m a la
0 K1 hermano m ulo (m a y a ) ........................................................ .. 119
j x^, Venezuela
0 Por qué escasea hoy la miel (araguaco) .............................. . , 126

0 lle n a d o r
I-I dios sol y la reina de las aguas (shyris) .......................... 130
' ")

o
o
o
ü
o

0
0
................................ .................................... IM iK .I. IJW

Perú
I,t)s Ic.soi'os de C;U:ilin;i lluuncu (im':i) ..................................... 135
Id ( í n o i ) .................................................................... \A2

P a ra g u a y
L:i cspo.su del j;it>u;ti‘ (opuyé) ..................................................... P18

U ruguay
L;i pulomu bl;mc;t con pccheni roj;i (U ip íJ ................................ J53

A rgentina
Id origen de l;i lom icnlu í lol > ................................................. 157

Chite, A rgen tin a


Les ices prcndu.s ( iiK ip u c lic ) ....................................................... KA

Vocabulario .................................................................................. J7I


HÍ auior de ta selección .............................................................. 179
Adicidades relacionadas con este libro ................................... 181
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