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La cultura progresista
en la España liberal
Editor
Manuel Suárez Cortina
La redención del pueblo
La cultura progresista
en la España liberal
Editor
Manuel Suárez Cortina
La Redención del pueblo : la cultura progresista en la España
liberal / editor, Manuel Suárez Cortina. -- Santander : Servicio de
Publicaciones de la Universidad de Cantabria : Sociedad Menéndez
Pelayo, 2006
ISBN 84-8102-991-2
1. España - Política y Gobierno - S. XIX 2. Progreso I. Suárez
Cortina, Manuel, ed. lit.
329.13(460)"18"
316.422.4
© Autores
© Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cantabria
Avda. de los Castros, s/n. 39005 Santander
Tlfno.: 942 201 087 - Fax: 942 201 290
Sociedad Menéndez Pelayo
ISBN: 84-8102-991-2
D.L.: M-6.686-2006
En su artículo «Fortschritt» para el Geschichtliche Grundbegriffe. Historisches Lexikon zur
politisch-sozialen Sprache in Deutschland, coordinado por Otto Brunner, Werner Conze y el
propio Koselleck (Klett-Cotta, Stuttgart, 1975-1994, Band 2, E-G, pp. 350-423).
R. Koselleck, art. cit., p. 351.
No es extraño este origen del vocablo alemán, ya que también en el período de génesis del
concepto en España encontramos testimonios en ese sentido. Así, Feijoo en su Cartas eruditas
(1753) llama a la facultad de andar «facultad progresiva propia de los seres vivientes». Citado
en Pedro Álvarez de Miranda, Palabras e ideas: el léxico de la ilustración temprana en España
(1680-1760), Madrid, Real Academia Española, 1992, p. 666.
Tomo la cita de Koselleck, art. cit., p. 386.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 43
Lo mismo se percibe en el ámbito francés donde Comte, al tratar de la cuestión del progreso,
llega a afirmar: «Para él [para el espíritu positivo], el hombre propiamente dicho no existe, no
puede existir más que la humanidad» (Discurso sobre el espíritu positivo, Madrid, Biblioteca
Nueva, 1999, p. 132).
44 La redención del pueblo
mental y de acción del hombre una meta que oscila entre «la perfección finita» y
un «infinito aplazamiento del objetivo».
Así podemos entender que Koselleck cierre su mencionado estudio afirmando
que el concepto progreso unificó bajo el apostolado intelectual de Hegel, dos sig
nificados fundamentales. Uno como «categoría del devenir» que designaba «la es-
tructura temporal del ser humano en cuanto ser en constante superación histórica».
Y el segundo como «categoría metahistórica», consecuencia a su vez de la idea
de perfectibilidad del ser humano. Justamente la evolución histórica del concepto
a lo largo del siglo XIX en Alemania se caracterizó, de acuerdo con el autor, por
el paulatino desvanecimiento del segundo aspecto.
En el ámbito anglosajón, sin embargo, prefiere situarse el origen del moderno con-
cepto de progreso «a finales del siglo XVII». Un proceso de conformación concep
tual que «alcanzaría su punto culminante hacia finales del siglo XIX». Esta visión,
frente a la tardía construcción del concepto en el caso alemán y su fuerte dependencia
de la filosofía idealista, adquiría su principal base en una realidad más empírica
directamente vinculada a «los avances claramente visibles de la ciencia y en las
todavía más obvias consecuencias en la civilización material». El primero de esos
elementos, a su vez, aparecía a los ojos de los coetáneos, como Comte, indisolu-
blemente asociado a «la aparición de las ciencias positivas en el siglo XVII».
Pero junto a esa interpretación más o menos generalizada en la actualidad,
se ha acuñado la expresión de «idea antigua del progreso», a la par que se han
multiplicado los estudios sobre los precedentes remotos del concepto. Quizá fue
Bury entre los estudiosos de la cuestión quien de una manera más taxativa negó la
posibilidad de existencia de una idea de progreso entre las antiguas corrientes de
pensamiento, dada la incompatibilidad radical entre los presupuestos de su moderna
concepción y algunas ideas centrales de la antigüedad, tanto clásica como medie-
val. En el caso del pensamiento antiguo Bury argumenta que «podemos explicar
por qué la mentalidad especulativa de los griegos no se topó nunca con la idea de
progreso… sus aprensiones hacia el cambio, sus teorías de la Moira, de la degene-
ración y de los ciclos les sugerían una visión del mundo que era la antítesis misma
de la del desarrollo progresivo». Posteriormente –sigue argumentando el autor– la
Éstas, como la anteriores expresiones entrecomilladas, pertenecen a Koselleck, art. cit., p. 352.
Ibídem, pp. 422-423.
Morris Ginsberg, «Progress in the Modern Era», en Dictionary of the History of Ideas, University
of Virginia, The Electronic Text Center, 2003, vol. III, pp. 633-634.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 45
Cf. John Bury (1920), La idea del progreso, Madrid, Alianza Editorial, 1971, p. 36. Las dos citas
previas en pp. 28-29 y 31.
10
Cf. p. 117. La cita anterior en p. 13. Sigo la edición española de Barcelona, Gedisa, 1981.
11
Vid. De l’humanité, de son principe et de son avenir, où se trouve exposée la vrai définition de
la religion, Paris, Perrotin, 1840 (cito por la edición de Paris, INALF, 1961, p. III; hay versión
electrónica en Gallica: www.bnf.fr).
46 La redención del pueblo
que han visto en «las modernas creencias en el progreso una versión secularizada
de la escatología hebrea y cristiana»12.
Pero, al mismo tiempo, el propio Leroux no dudó en señalar la contradicción
de algunos aspectos del cristianismo tal y como posteriormente los difundiría la
Iglesia con la idea de progreso en su forma moderna. Así, por ejemplo, su énfasis
en la «impotencia y la depravación del hombre» en una vida terrena que contras-
taba vigorosamente con «la bienaventuranza del reino de los cielos». Todo ello en
una época donde en la nómina de errores condenada por la Iglesia Católica en el
Syllabus errorum (1864) se incluía, por supuesto, el progreso.
En cualquier caso, también en los ámbitos francés y anglosajón se puede rastrear
desde los orígenes mismos del moderno desarrollo del concepto de progreso una
serie de transformaciones que van dotando de complejidad semántica al término.
Las nociones de universalidad y unidad, por ejemplo, ya habían sido incorporadas
por Turgot para mediados del siglo XVIII cuando pronuncia sus célebres discursos
(convertidos ya en un lugar común para los estudiosos de la historia del progreso).
Cuando el estadista francés afirma que «toda la masa de la raza humana» (en otros
pasajes del texto utiliza directamente el término «Humanidad»), aunque alternando
la calma con la agitación y las buenas con las malas condiciones, «marcha siempre,
aunque despacio, hacia una mayor perfección»; al escribir esto, insisto, Turgot
había ya incorporado la noción de continuidad al concepto de progreso, así como
lo había interpretado en un sentido positivo de crecimiento. Es decir, concebía el
progreso en términos de mejora o perfección, con las connotaciones morales que
ello suponía (sobre la relación entre progreso y moral, uno de los grandes temas
en este asunto, haré hincapié más adelante)13.
Ahora bien, se trata de una visión universal y única (toda la Humanidad en
todo momento), que no excluía la conciencia de que el progreso se desplegaba de
una forma desigual. Alguno de los grandes teóricos de la cuestión, como Herder,
incluso llegaron a diferenciar entre la privilegiada posición de Europa, «la única
capaz de un progreso indefinido» y la de «otros pueblos» (como los chinos o los
negros) que «habían permanecido estáticos». Lo que realmente se pone de mani-
fiesto en este tipo de observaciones es justamente otro de los rasgos del moderno
concepto de progreso: la coexistencia bajo su manto lingüístico de dos aspectos
12
M. Ginsberg, art. cit., p. 635. La cita de Lord Acton en ibídem, p. 636.
13
No en vano, Nisbet ha atribuido a este autor «la primera declaración sistemática, secular y
naturalista de la idea moderna de progreso». Sólo le «reprocha» sus reiteradas alusiones a la
Providencia. Una referencia que, por otro lado, sufre en Turgot una transformación radical ya que
pasa de entenderse la Providencia como progreso para entender al progreso como Providencia, un
proceso colectivo que caracteriza precisamente al moderno concepto de progreso. Las referencias
a Turgot en su op. cit., pp. 254-263.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 47
14
Sigo la edición del Cours de philosophie positive, Paris, Rouen frères, 1830-1842 en 6 vols. (versión
digitalizada accesible en Gallica, www.bnf.fr), vol. VI, p. 624. Las citas anteriores en p. 623.
48 La redención del pueblo
15
M. Ginsberg, art. cit., p. 643.
16
La teoría kantiana al respecto puede verse en su opúsculo «Replanteamiento de la cuestión sobre
el género humano se halla en el continuo progreso hacia lo mejor», incluido en Ideas para una
historia universal en clave cosmopolita y otros escritos sobre filosofía de la historia, Madrid,
Tecnos, 1987, pp. 79-100. El texto fue escrito en 1797 por Kant para publicarlo de forma inde-
pendiente en el Berliner Blätter, pero debido a la censura no pudo ver la luz hasta un año más
tarde, como parte de su obra El conflicto de las facultades.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 49
17
Manuel García Morente (1932), Ensayos sobre el progreso, Madrid, Ediciones Encuentro, 2002,
p. 22.
50 La redención del pueblo
18
José Antonio Maravall (1966), Antiguos y modernos. Visión de la historia e idea de progreso
hasta el Renacimiento, Madrid, Alianza Editorial, 1986, p. 581.
19
Ibídem, p. 584. La cita en p. 582. El primer testimonio documentado del término progreso en
nuestra lengua es de 1523 y procede de una carta del Abad de Nájera. Ese uso pionero de la voz
progreso en castellano sigue la estela de la novedad léxica que poco antes se había producido en
italiano.
20
Texto citado en P. Álvarez de Miranda, Palabras e ideas…, op. cit., p. 662, nota 72. La carta en
cuestión está datada en 1794. Las cursivas son mías.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 51
21
Ibídem, p. 664.
22
De hecho, de su exhaustivo análisis concluye Álvarez de Miranda que «La familia léxica de pro-
greso tenía aún en el siglo XVIII un desarrollo bastante exiguo». Y como muestra de ello indica
que el postnominal progresar es inexistente antes del XIX (op. cit., p. 665; para otra información
aportada en ese párrafo vid. pp. 664 y 666-669).
52 La redención del pueblo
23
En su valiosa voz «progreso» para el Diccionario político y social del siglo XIX español, dirigido
por el propio Fernández Sebastián y Juan Francisco Fuentes (Madrid, Alianza, 2002, p. 563). Éste
es el único texto que se aproxima a la historia del progreso en la España del siglo XIX desde
una perspectiva conceptual y resulta por ello una referencia básica.
24
Ibídem.
25
Ibídem, p. 564.
26
Me refiero a Jorge Vilches, Progreso y libertad. El partido progresista en la revolución liberal
española, Madrid, Alianza, 2001, p. 31.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 53
27
Citado en Vilches, op. cit., p. 38.
28
El texto aparece en un suelto de una hoja con las únicas indicaciones de año, 1836, lugar, Palma
de Mallorca e imprenta, la regentada por José Savall.
29
El Progreso, nº 1, sábado 1 de octubre de 1836, pp. 1-2.
30
Nº 55, miércoles 24 de febrero de 1836, p. 1.
54 La redención del pueblo
31
El Vapor, art. cit., p. 1. No se olvide que semejante asimilación de ideas «orden y progreso» no
suponían una invención del caso español sino que estaban ya explícitamente formuladas nada
menos que en Augusto Comte. De hecho, en su máxima «El amor por principio, el orden por base,
el progreso por fin», encontraron inspiración los revolucionarios brasileños de 1820 (de filiación
positivista) dejando perenne constancia del hecho en su bandera (que, como bien sabe el lector,
está presidida por las palabras «orden y progreso»). Por contradictorio que esto parezca, que unos
revolucionarios independentistas autoproclamados «radicales» identifiquen progreso con orden,
ésta es justamente una de las notas características del concepto desde una perspectiva histórica.
32
Véase el nº 1 correspondiente al sábado 19 de noviembre de 1864.
33
«La gran cuestión», viernes 25 de mayo de 1866. La gran cuestión era para los redactores de
La Iberia, precisamente, la del orden público que creían que el unionista O’Donnell no estaba
resolviendo adecuadamente. Las varias veces que se invoca el término progreso en este artículo
parece a su vez concebido en términos de una misión que se cumple por grados sucesivos y que
está directamente emparentada con la idea misma de civilización.
34
Año I, nº 1, viernes 1 de enero de 1869, pp. 1-2. El artículo inaugural donde se vierten esas
ideas aparece firmado por D.M.L. bajo el título «un poco de historia. ¿Qué se ha hecho de la
revolución de setiembre?».
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 55
Mientras que la interpretación revolucionaria del progreso por parte del ala
radical del progresismo parecía alejarse, como enunciaba Balmes, de la «acepción
genuina» del término, los militantes más templados del partido progresista y buena
parte de los liberales moderados parecían haber entablado un tácito consenso en-
torno a una idea de progreso conciliadora de lo viejo y lo nuevo, de la reacción
y la revolución35. Una interpretación del progreso que fue ganando fuerza con el
tiempo y en la que se encontraron igualmente cómodos algunos autores de compleja
filiación federalista-fuerista, como Serafín Olave y Díez. En su obra sobre Tradi-
ción y progreso arremete contra la creencia extendida en ciertos ámbitos de que
tradición y progreso «responden a ideas antitéticas, cuando en España nada existe
más armónico, nada más íntimamente hermanado, que nuestros recuerdos históricos
más nacionales y nuestras aspiraciones más avanzadas»36. Una conciliación entre
los tres vectores del tiempo, pasado, presente y futuro, que compartieron asimismo
versiones más templadas del republicanismo, como el armonismo krausista.
Por lo que a los manifiestos y programas del partido progresista se refiere la
presencia del vocablo progreso aparece con cierta frecuencia, pero más que como
un punto programático concreto, con un sentido específico bien definido, se afirma
con carácter genérico, como una aspiración global a la que se llega por medio de
todas las medidas concretas que componen su ideario político: Cortes representati-
vas, una Constitución expresión de la voluntad del pueblo, libre comercio, milicia
nacional… Todo esto no debe hacernos olvidar que aquí no debemos confundir
(ni identificar, sin más) el progreso con la totalidad del programa político del
partido progresista. Es decir, que si bien el progreso sigue siendo una idea central
de este credo, y si bien el concepto cobra en el seno de la cultura progresista del
liberalismo español un determinado sentido, si remite, como diría Koselleck, a un
espacio de experiencia definido (que es justamente lo que aquí me interesa sub
rayar), no podemos confundir su campo semántico con todas las ideas múltiples
y diversas que tuvieron cabida dentro del progresismo (y de las que el progreso
constituyó sencillamente una más). Sin embargo, sí quiero llamar la atención so-
bre un aspecto: el concepto de progreso no aparece connotado desde el punto de
vista de las formas de gobierno en la cultura política liberal española del período.
Para corroborar este hecho basta con leer, por ejemplo, el programa del partido
progresista redactado por Olózaga en 1856. En su último punto afirma este texto:
35
Sobre este punto ver J. Fernández Sebastián, art. cit., pp. 567-568. De ahí tomo las palabras de
Balmes.
36
Barcelona, Tipografía de Oliveres, 1877, p. 3. Olave y Díez fue un curioso sevillano que militó
en el partido radical durante el Sexenio para posteriormente defender la causa federal. Más tarde
acabó siendo pieza clave en el diseño del proyecto de Constitución de Navarra durante la oleada
federalista de 1883 y fundó la Asociación Euskara de Navarra.
56 La redención del pueblo
37
Tomo el texto del programa de La Iberia, lunes 31 de marzo de 1856.
38
Sobre las discrepancias entre progresistas y demócratas en torno a este punto, además de las
obras de Rubio y Castelar, puede verse la conferencia de Gumersindo de Azcárate, «Olózaga.
Origen, ideas y vicisitudes del partido progresista», en La España del siglo XIX. Colección de
conferencias históricas, Madrid, Librería de Don Antonio San Martín, 1886, t. II, pp. 5-36.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 57
39
Teoría del progreso, Madrid, Imprenta de Manuel de Rojas, 1859, p. 8.
40
Ibídem, p. 13.
41
Ibídem, p. 18.
42
Aunque La fórmula del progreso vio la luz por primera vez en 1858, seguiré aquí la edición de
1870 (Madrid, Saenz de Jubera Hermanos y Ángel de San Martín). A ese segundo «prólogo»,
p. 1, pertenece la cita.
58 La redención del pueblo
43
Ibídem, pp. XV-XVI. Este aspecto no ofrecía ninguna dificultad a un Castelar que escribe: «la
democracia que proclamamos, lejos de ser antirreligiosa, como pretenden nuestros enemigos, es
cristiana» (p. 209 y de nuevo en 221). E incluso llega a definir al cristianismo como «la realiza-
ción social de la democracia» (p. 97).
44
Ibídem, p. 24. La cita anterior en p. 92.
45
Ibídem, pp. 92-93. Sobre la fórmula del progreso en cada etapa histórica vid. pp. 84-86.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 59
dando que «la sociedad camine a su fin y progreso con regular y acompasado
movimiento»46.
Similar gradualismo exento de rupturas propugnaron en esos momentos unos
autores a los que por lo general se agrupa bajo el nombre de krausistas. Ideoló-
gicamente, hacia 1860 estaban muy cerca de Castelar, quien tampoco desconoció
la influencia de la filosofía krausiana. De hecho cabría inscribirles en esa defensa
del derecho por encima de la soberanía, en un liberalismo democrático que rom-
pía en esos momentos con la tradición progresista. La propia revista que sirvió
de órgano de expresión a los jóvenes krausistas de segunda generación como
Francisco de Paula Canalejas, La Razón también se hizo eco de esas polémicas.
Pero lo que ahora me interesa señalar es la incondicional creencia en el progreso
del krausismo español. Un buen ejemplo es justamente el artículo que Canale-
jas publica en 1860 en La Razón bajo el título «Teoría del progreso». La idea
central es la de que el progreso es una ley que explica la historia y la vida huma-
na. El krausismo, en consonancia con la filosofía de la historia del idealismo ale-
mán en la que se inspira, fundamentó la idea de progreso en los conceptos de
humanidad, ideal y Dios (versión castellanizada del Absoluto, del Ser). Así Ca
nalejas se muestra convencido, de un lado, de que el progreso es una «ley univer-
sal» que rige «la vida de la humanidad en todas sus relaciones y en toda su ac-
tividad»; de otro lado, de que es «Dios soberano» quien «causa tales progresos».
Y por eso, «el progreso sin Dios, es una agitación eterna, ciega, estéril, una mal
dición47.
Dado que la humanidad progresa, fruto de esa ley universal, y que Dios es
simultáneamente causa y garante de ese progreso eterno, a canalejas solo le cabe
una pregunta, ¿en qué consiste ese progreso? En la filosofía krausista la respuesta
aparece diáfana: el paso del ser al deber ser, de lo real a lo ideal. Que en la prác-
tica significa que la humanidad camina hacia la realización de las ideas divinas
(ideales para el hombre) de la verdad, la belleza y el bien. En el fondo estamos
ante la idea krausiana de que el hombre tiene como fin el asemejarse y unirse a
Dios. A la vez como parte de Dios, como partícipe de la esencia divina, el hom-
bre es un ser infinitamente perfectible cuya vida consiste principalmente en eso,
en el desarrollo de su esencia, asemejarse a Dios como ser infinitamente bello,
sabio, justo y bueno. Ése es, según Canalejas, el criterio para evaluar el progreso
del hombre en la historia, la medida en que avanza hacia el cumplimiento de ese
ideal. Eso es lo que, en realidad, debe entenderse en las aparentemente ininteligi-
46
Ibídem, p. 172. El propio Rubio también se confiesa «convencido de que todo va por grados en
la naturaleza» (op. cit., p. 12).
47
Tomo I, p. 114. las citas previas en pp. 108 y 110.
60 La redención del pueblo
bles palabras (propias de la «jerga» krausista) que Canalejas emplea para exponer
su concepto de progreso:
«Realizar por lo tanto en una serie infinita de estados particulares, bajo la idea
de Dios, la esencia infinita de la humanidad, es el destino del hombre y es el fin
de la creación, y por tanto su ley de progreso»48.
48
Tomo II, p. 267. Sobre este desarrollo filosófico de la idea de progreso véase la segunda entrega
de su trabajo, pp. 263 y ss.
49
Esta información se la proporcionaba en carta de 19 de agosto de 1876 precisamente al autor de
los «Heterodoxos». Marcelino Menéndez Pelayo, Epistolario, vol. 2, carta 59 (cito por Menéndez
Pelayo Digital. Obras completas-Epistolario-Bibliografía. CD-ROM, Santander, Caja Cantabria,
1999).
50
Vol. II, carta 230 fechada el 31 de agosto de 1877. Tan raro que hoy, al menos a mí, me ha
resultado imposible localizar un solo ejemplar de la citada obra.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 61
51
Los textos de los debates fueron recogidos por Tomas Farrugia y editados bajo el título Las
cátedras del Ateneo, Madrid, Tomás Núñez Amor, 1858. No obstante su importancia e interés,
se trata de una obra raramente citada.
52
Op. cit., p. 13.
53
Para la idea de progreso en Valera puede verse De la doctrina del progreso en relación a la doc-
trina cristiana, recogido en el tomo I de sus Estudios críticos sobre filosofía y religión, Madrid,
Imprenta Alemana, S.A. [1913].
62 La redención del pueblo
tener un concepto más cabal y sistemático de los objetos de nuestra fe que el que
tenían los primeros cristianos, fuera de los Apóstoles»54.
Una variación semántica del concepto que, fruto de los intereses de un catoli-
cismo contrario a los cambios, mutila todo el sentido dinámico del progreso para
reducirlo a una categoría estática, ya que ninguna mudanza se produce en lo esen-
cial, en la sustancia, en este caso de la doctrina cristiana. La verdad no cambia, es
inmutable, aunque nuestra comprensión sí pueda hacerlo. Éste es el máximo que
los católicos conservadores estaban dispuestos a admitir.
Una postura, con todo, que ni siquiera se permitía desde la definición más or-
todoxa de la religión que sostuvieron los denominados integristas (que se situaban
a la derecha del catolicismo conservador de Laverde, por ejemplo). No olvidemos,
en este contexto, que la propia Iglesia Católica incluyó en la nómina de errores
condenada por el Syllabus (1864) el progreso. Y esto no es algo que el documento
pontifico haga «de refilón», sino que la condena es tan explícita como reiterada.
El quinto de los errores es el que más estrictamente se dirige a la proscripción de
la idea de progreso o, como reza el texto, el Vaticano condena a quienes sosten-
gan que «La revelación divina es imperfecta, y está por consiguiente sujeta a un
progreso continuo e indefinido correspondiente al progreso de la razón humana».
Otros dos errores se refieren al hecho de considerar que la Iglesia o sus doctrinas
impiden el «progreso de la ciencia» (número XII) o al de que la Teología y los
principios de los antiguos doctores eclesiásticos no estén en perfecta armonía con
«el progreso de las ciencias» (número XIII). Y en la síntesis de los errores que
recoge la última proposición del Syllabus, la número LXXX, se condena la idea de
que «El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso,
con el liberalismo y con la moderna civilización»55.
Volviendo a la intervención de Valera en el Ateneo, concluye el célebre literato
que si bien la idea de progreso, en la versión de un aumento infinito, quizá no se
apoye en el cristianismo, tampoco es algo que le repugne56.
En contestación a ambos autores tomaría por último la palabra el señor
R. B. de la Cueva, quien comienza por reprochar a ambos el no haber defini-
54
Vol. II, carta 66, del día 4 de septiembre de 1876. las cursivas son mías para acentuar la actitud
conservadora a ultranza, negadora del progreso en su sentido moderno real, que encierran las
palabras de Laverde.
55
«Índice de los principales errores de nuestro siglo [Syllabus Complectens Praecipios Nostrae
Aetatis Errores] ya notados en las alocuciones consistoriales y otras letras apostólicas de nuestro
Santísimo Padre Pío IX», p. 418. Los otros «errores» citados en pp. 400 y 402. Tomo el texto
del apéndice incluido en Gabino Tejado, El catolicismo liberal, Madrid, Librería Católica Inter-
nacional, 1875.
56
Cf., pp. 14 y 15.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 63
Toda una radiografía de los entresijos mismos del concepto de progreso que
nos sitúan ante cuestiones centrales del mismo. Hasta tal punto es así, que De
la Cueva considera que a menos que demos respuesta a esas preguntas, es decir,
que llenemos de sentido, de significados y referentes a la idea del progreso, un
ermitaño que consumiera su vida invocando a Dios desde una cueva de la Tebaida
podría entender que progresa más que el mismísimo Washington «revolucionando
el Norte de América con unas cuantas proclamaciones de derecho político»58. Una
serie de incógnitas, por otro lado, que el autor cree resolver asociando la idea de
progreso a otras dos de idéntico significado (pese a que es habitual considerarlas de
forma separada y diferenciada), verdad y civilización. Porque buscando la verdad
se logra el progreso científico, trasladándola mediante la civilización a los hábitos
de un siglo o un país se obtiene el progreso moral y si después esa realidad se
institucionaliza alcanzaremos el progreso político.
Pero, incluso si aceptásemos semejante propuesta, volveríamos a hallarnos ante
una nueva incógnita no carente de importancia, como se verá. Y es que solo habría
mos trasladado la indefinición de un concepto a otro, del de progreso al de verdad.
¿Cuál es la verdad, a qué verdad se refiere De la Cueva? Pues ni más ni menos que
la misma a la que se iban a referir muchos autores del período, a la única verdad
posible desde un punto de vista cristiano: a «la verdad». Con ello se produce todo
un proceso clave de paulatina absorción del concepto de progreso por parte de
sectores del catolicismo español. Un proceso que cabe enmarcar en las batallas
ideológicas por la apropiación de los conceptos que para Koselleck representan un
factor consustancial y definitorio de la naturaleza misma de los conceptos.
57
Ibídem, p. 34.
58
Ibídem.
64 La redención del pueblo
59
Carta de 6 de septiembre de 1883 (vol. VII), en Menéndez Pelayo Digital.
60
Tomo el texto de María Paz Battaner Arias, Vocabulario político-social en España (1868-1873),
Madrid, Real Academia de la Historia, 1977, p. 574.
61
La cita procede de Battaner Arias, Vocabulario…, p. 111.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 65
62
Cito por la edición de La verdad del progreso incluida en Obras de D. Severo Catalina, tomo II,
Madrid, Imprenta de la Revista de Legislación, 1909, pp. 426-427.
63
Antología. Aparisi y Guijarro, Madrid, Ediciones Fe, S.A. Los textos en pp. 38 y 154-155.
66 La redención del pueblo
64
Tomo el texto de Battaner Arias, Vocabulario…, p. 111.
65
«Prólogo» a J. P. Proudhon (1852), Filosofía del progreso, Madrid, tipografía de Dionisio de los
Ríos, 1885 (2ª), p. 5.
66
Discurso pronunciado por el Exmo. Señor D. Antonio Cánovas del Castillo el día 25 de noviembre
de 1873 en el Ateneo Científico y Literario de Madrid con motivo de la apertura de sus cátedras,
Madrid, Imprenta de la Biblioteca de Instrucción y Recreo, 1873, p.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 67
67
«Prólogo», pp. 9-10.
68
«Lo del día. Se ha cumplido una ley histórica», 19-I-1935. La cita anterior en el artículo «La
economía, los revolucionarios y la derecha», 17-X-1933. Tomo los textos de de José Mª. García
Escudero, El pensamiento de ‘El Debate’. Un diario católico en la crisis de España, Madrid,
BAC, 1983, p. 207.
69
Fechado el día 2 de febrero.
68 La redención del pueblo
70
Cito por la edición de Madrid, Cátedra, 1988, p. 63. La cita anterior en p. 398.
71
A esa conclusión llegaba hace algunos años J. A. Maravall en un trabajo monográfico sobre la
cuestión: «La transformación de la idea de progreso en Miguel de Unamuno», en Cuadernos
Hispanoamericanos, nº 440-441, 1987, p. 131.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 69
propiedad, que ya no sirve sólo para atender a las necesidades del vivir, y que en
vez de estar regida por la justicia está regida por la estrategia, ha de acabar sin dejar
rastro, como acabaron los brutales imperios de los medos y de los persas»72.
72
Idearium español (1897), edición a cargo de Inman Fox, Madrid, Espasa-Calpe, 1990, p. 82.
73
La perspectiva del progreso. Pensamiento político en la España del cambio de siglo (1890-1914),
Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, p. 252. La cita anterior en p. 243.
70 La redención del pueblo
(…) Al venir el final del siglo, la época en que se llamó en francés fin de siècle,
grandes nubarrones cubrieron aquel cielo azul y optimista, y comenzó el mundo a
tomar unos caracteres de oscuridad y de tenebrosidad. El optimismo del siglo XIX
se vino abajo. El progreso moral no existía, según los hombres de final de siglo.
Todos los escritores célebres del tiempo comenzaron a trabajar en la obra demo
ledora y a deshacer la ilusión optimista del siglo XIX.
El optimismo del siglo XIX, formado a base del culto de la ciencia, de la li-
bertad; del progreso, de la fraternidad de los pueblos, se vino también abajo por la
teoría de hombres ilustres poco políticos, como Schopenhauer, Ibsen, Dostoyevski
y Tolstoi»74.
Con ello, el autor nos pone ante una nueva dimensión del concepto de progreso,
la subjetividad que lo reduce a una mera percepción psicológica del hombre. La idea
moderna de progresa no difería, bajo esta concepción, del puro movimiento de las
cosas, del puro fluir que había constatado el hombre desde tiempos antiguos y que
había sido el centro de la reflexión filosófica de autores como Heráclito. El pro-
greso no era otra cosa que ese movimiento (definición elemental que ya había dado
Proudhon), sólo que percibido en términos de mejora por la mentalidad optimista
74
Desde la última vuelta del camino. Memorias (1944-1949). Cito por la edición de Madrid, Bi-
blioteca Nueva, 1979, p. 548. El último párrafo procede de la p. 689.
75
Ibídem, p. 689.
76
Ibídem, p. 1004.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 71
del hombre del XIX. Una mentalidad alimentada, entre otras cosas, precisamente
por el avance de la ciencia o del conocimiento humano (y para muchos por el
incremento de la riqueza material y el bienestar derivado para algunos sectores de
la población). Por lo tanto, para Baroja, ese fino hilo por el que pende la idea de
progreso podía fácilmente quebrarse al cesar el optimismo, el estado psicológico
del hombre o la sociedad en una cierta coyuntura. Al romper con la concepción
progresista del devenir, movimiento no era sinónimo de crecimiento, de progreso,
Baroja antes que al pesimismo nos aboca hacia una postura de escepticismo: «Todo
puede fluir; pero nada indica que, independientemente de la voluntad humana, las
cosas cambien en un sentido optimista o pesimista para el hombre»77.
Con todo conviene, además de constatar la existencia de ese estado anímico
extendido al menos entre ciertos intelectuales, españoles y foráneos, no olvidar
que la idea de progreso seguía arraigada no sólo entre «las masas» (como recono-
cía el propio Baroja), sino entre amplios sectores de la cultura liberal. Basta con
mencionar aquí un par de testimonios en ese sentido. Y es que en paralelo a esas
actitudes escépticas o pesimistas del período finisecular, los ánimos encendidos
que buscaban y que proclamaban una regeneración, un seguir por la senda del
progreso, estuvieron igualmente presentes en la escena intelectual. La conexión
entre ciencia-educación-progreso-regeneración, en diferente medida y forma cono-
ció en esos años un momento de apogeo. En algunos casos como testimonio de la
pervivencia de los ideales ilustrados de que «las luces» conducen al hombre por
la senda del progreso, convicción sobre la que se asienta, por ejemplo, la idea de
extender la instrucción popular78. O simplemente, como resultado de la creencia de
que la educación era una premisa esencial para cualquier concepción del progreso,
tal y como lo expuso Emilia Pardo Bazán con motivo del Congresos Pedagógico
Hispanoamericano celebrado en 1892. Pardo Bazán cree en un progreso en el que
«cada paso hacia delante cuesta sangre y lagrimas», especialmente para la mujer.
Porque distingue entre la visión «optimista» de la perfectibilidad del ser humano
que preside la educación del hombre de otra visión, la de un «pesimismo oscuro
y horrendo» que «encierra a la mitad del género humano [la mujer] en el círculo
de hierro de la inmovilidad»79. Por ese motivo, particularmente en el caso de la
mujer, educación es sinónimo de progreso.
77
Ibídem.
78
Planteamientos de este tipo, que adquirían especial vigencia en sociedades donde los niveles de
analfabetismo era aún a finales del siglo XIX muy elevados, podemos encontrarlos en Emilia
Serrano, Baronesa de Wilson, La ley del progreso: páginas para los pueblos americanos, San
Salvador, Tipografía La Concordia, 1883.
79
El texto está recogido en la obra La mujer española, y otros escritos, Madrid, Cátedra, 1999,
pp. 149 y ss. Las citas literales en p. 152.
72 La redención del pueblo
Si los historiadores que se han ocupado del concepto progreso han debatido sobre
su génesis o sobre cuáles eran sus elementos constitutivos en aras de establecer una
definición clara y universal de una idea de por sí compleja, lo cierto es que existe
un consenso generalizado en señalar su consolidación en el siglo XIX. A lo largo de
este siglo, y en buena medida en paralelo al auge de la cultura liberal, el progreso
se convirtió en un auténtico artículo de fe al que ninguno de los credos políticos
en liza se sustrajo. A lo largo de la centuria se debatió sobre la interpretación del
progreso, sobre los medios para perseguirlo, pero no sobre la idea misma que había
adquirido para entonces un carácter autolegitimador en sí misma.
A veces se ha establecido una secuencia de origen (siglos XVII-XVIII), auge
(XIX) y crisis (XX) del concepto que en buena medida se corresponde mal con la
historia del progreso. Por un lado, porque las críticas hacia el concepto estuvieron
tan presentes en un momento de supuesta efervescencia como el período ilustrado
como en el de supuesta inflexión que marca el final del siglo XIX81. La historia
del progreso es más bien la de un largo período en el que defensores y detracto-
80
Tomo el texto de Pelayo García Sierra, «La evolución filosófica e ideológica de la Asociación
Española para el Progreso de las Ciencias (1908-1979)», en El Basilisco, 2ª época, nº 15, 1993,
p. 58. Las cursivas son mías.
81
Sobre este particular vid. Rafael Corazón González, El pesimismo ilustrado. Kant y las teorías
políticas de la Ilustración, Madrid, Ediciones Rialp, 2004.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 73
en que «la teoría del progreso ha sido recibida como un dogma en la época en la
que la burguesía era la clase dominante». En consecuencia podía calificarse como
«una doctrina burguesa», «la ideología de los vencedores»82. De hecho, la historia
del progreso es la de «la formación, ascenso y triunfo de la burguesía» que, sin
embargo, es sólo una parte de «la gran aventura social». Ésta exigía reescribir la
historia desde, en este caso, una perspectiva marxista. Junto a estas críticas com-
prensibles en el marco de su filiación ideológica, Sorel también refuta algunos de
los elementos constitutivos básicos del concepto de progreso, tales como el «de-
terminismo histórico» propio de la «charlatanería y la puerilidad». También hay
en la teoría de Sorel un reconocimiento del progreso que él denomina «real», el
«progreso de la producción técnica» que se ha producido en el mundo capitalista
y que es, a su vez, la condición necesaria de la revolución socialista (de ahí que
no lo niegue)83.
De muy diferente naturaleza son otra serie de críticas hacia la idea de progreso
que se extendieron desde finales del siglo XIX. En este caso la crítica toma razón
de ser en un terreno donde las contradicciones entre un supuesto progreso global
y permanente de la humanidad y la realidad histórica de sus logros se hizo más
palpable: el socioeconómico. Es aquí la faceta fáctica, antes que la ideal e ideoló-
gica, del progreso la que dio pie a un rechazo frontal a los supuestos del moderno
progreso. Ya a lo largo del proceso de industrialización en Gran Bretaña el opti-
mismo sobre la prosperidad ilimitada de todos fruto del crecimiento económico se
vio pronto ensombrecido por la cruda realidad del pauperismo o una cuestión social
que comenzaron a denunciar numerosos reformadores sociales y cultivadores de la
Economía política. En semejante contexto el concepto de progreso no podía dejar
de experimentar serias dificultades, que se hicieron especialmente patentes en las
denuncias de Henry George. Su obra Miseria y progreso alcanzó una resonancia
universal y sirvió para proporcionar una herida mortal a la idea de progreso en el
terreno económico. H. George no puede tenerse por un enemigo del progreso en el
plano desiderativo. Desde el arranque mismo de su obra, en la dedicatoria, demuestra
su creencia «en la posibilidad de un más alto estado social», así como su deseo
de «lucha por alcanzarlo». Tampoco cuestiona una idea central del progreso como
la de que «el ser humano es un ser progresivo», ni siquiera niega completamente
que al progreso se le atribuya el rango de ley de la evolución histórica. Donde
encuentra las más serias objeciones a esta idea es en su interpretación, comenzando
por la categoría clave de Humanidad que George reduce a los hombres de carne
y hueso que componen ese concepto abstracto, muchos de los cuales se hayan en
82
Cito por la 5ª edición, Paris, Marcel Rivière et Cie, 1947, pp. 5-6 y 8.
83
Ibídem, pp. 9 y 276-277.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 75
84
Sigo la traducción castellana de Baldomero Argente, Progreso y Miseria. Indagación acerca de
las crisis industriales y del aumento de la miseria a la par del aumento de la riqueza, Madrid,
Francisco Beltrán, 1922, pp. 416-418.
76 La redención del pueblo
85
«The idea of progress», en Progress and History, Humphrey Milford, Oxford University Press,
1921 (5ª reimpresión), p. 7.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 77
86
Vid. «Introduction» de los editores de la obra, G. A. Almond, M. Chodorow y R. H. Pearce, p. 1.
87
Joel Colton, «Foreward», pp. X-XI.
78 La redención del pueblo
vaga como políticamente eficaz del progreso, que se proyecta de manera positiva
hacia un futuro. Especialmente porque ir contra el progreso no podría significar
más que ir hacia atrás o una actitud reaccionaria difícilmente comprensible en la
sociedad del siglo XXI.
Hasta tal punto parece haberse vuelto a producir una inflexión en los últimos
años, que los resultados del trabajo de un grupo de científicos de diferentes espe-
cialidades se editaban poco después bajo este título: El progreso. ¿Un concepto
acabado o emergente? Y la pregunta no carecía de sentido, porque como pensaba
el físico Jorge Wagensberg (uno de los editores de este trabajo colectivo), aunque
en algunas ciencias –como la biología– ya nadie se atreva «a pronunciar la palabra
progreso sin sonrojarse», «el arraigo cultural del concepto progreso y las ideas
que orbitan en torno a la teoría de la evolución de las especies van a seguir atra-
yéndose entre sí como imanes, querámoslo o no». Por tanto, concluye, «El debate
no ha terminado» y numerosos autores buscan ahora una nueva definición para el
concepto. La propuesta que en el mencionado encuentro se realizó y en torno a la
que giró el debate fue una nueva definición que sirviese para al menos tres cosas:
reactualizar las críticas generales al concepto de progreso para estudiar su vigencia,
revisar la nueva coherencia y contrastar con ella ejemplos emblemáticos, estudiar
su potencial de nueva inteligibilidad88.
Desde las ciencias humanas también en los últimos años se han dejado oír las
voces de los «discontents» con el progreso. Y especialmente en algunos ámbitos
vinculados a la izquierda ideológica y los nuevos movimientos sociales, que es desde
donde la vieja bandera progresista y socialdemócrata del progreso, está recibiendo
sus mayores ataques al responsabilizársele de numerosos males del mundo actual,
desde las guerras hasta el daño medioambiental pasando por el subdesarrollo de una
buena parte de la humanidad, único punto de referencia que encuentra el progreso
para subsistir como concepto89. Así, algunas de las corrientes críticas del progreso
parten de la tesis de que este concepto no puede definirse de forma unilateral, sino
dialécticamente. Es decir, en relación con otros conceptos que pertenecen al propio
proceso de despliegue del progreso como el de regresión o atraso o degradación90.
88
Vid. su artículo, «El progreso: ¿un concepto acabado o emergente?», en Jordi Agustí y Jorge
Wasensberg (eds.), El progreso… (Barcelona, Tusquets, 1998), pp. 17-54.
89
La idea de que la otra cara el progreso está constituida por el subdesarrollo, el retroceso y otras
rémoras del mundo actual que pueden englobarse en el concepto de «barbarie», procede de Walter
Benjamín, Ensayos escogidos, México, 1999, Tesis XIII, p. 49.
90
Ése es el planteamiento que, por ejemplo, se expuso en la Universidad de Oviedo en el desarrollo
de un curso celebrado en la Facultad de Filosofía y Letras (1993/1994). Vid. el resumen de la
actividad que hace José María Laso Prieto en http://www.ucm.es/info/eurotheo/hismat/proyecto/
progreso/htm y también Vidal Peña, «Algunas preguntas sobre la idea de progreso», en Revista
El Basilisco, nº 15, 1993.
¿Mejora la Humanidad? El concepto de progreso en la España liberal 79
Creo que ese malestar está indisolublemente unido a las reflexiones que en el
siglo XXI podemos hacer, una vez que se han visto no sólo las consecuencias po-
sitivas en diversos órdenes de la vida, sino también las negativas (y no totalmente
independientes) que ha acarreado el progreso a la sociedad, así como el distinto
modo en que unos y otros efectos se han repartido entre las diferentes partes
del mundo y de la población. Ese malestar con el que la inquebrantable idea de
progreso convive hoy queda muy bien reflejado en las palabras de un científico
actual justamente:
«Pido a la tecnología moderna, escribe Juan Oró, la facilidad de comunicarme
con mis semejantes sin que el ruido de los aviones me enloquezca ni las radiaciones
maten mis células. Pido utilizar la energía fósil sin que la contaminación devaste
nuestras costas, o la energía nuclear sin que ello produzca en mis descendientes
anomalías genéticas eternas»91.
91
Citado por Juan Ramón Lacadena, en «Evolución de la humanidad: evolución biológica: evolu-
ción cultural», en Genética y Bioética, publicación electrónica del C.N.I.C.E., 2001 (http://www.
cnice.es)�.
ISBN 84-8102-991-2
9 788481 029918