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OCTUBRE 30, 2014

Fútbol, nazis y Colombia: una historia olvidada


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Simon Kuper, el mismo de esa maravillosa biblia de fútbol y antropología económica llamada
Soccernomics, tiene un libro delicioso del 2003 llamado Ajax, The Dutch, the War: Football in
Europe during the Second World War, en el que le recuerda a los ingleses en particular y a los
europeos en general ese momento de la historia en el que todos parecían amar el Nazismo, y pone
como ejemplo el fútbol de la época.

Claro, hoy Hitler es sinónimo del mal con bigotes y es fácil hablar del estereotipo del alemán racista y
amante de las ideas totalitarias que nos caricaturiza cada película de Hollywood sobre la II Guerra
Mundial, pero lo cierto es que en los años 30 el mundo veía a Alemania como un modelo a seguir y a
Hitler como el deber ser del un líder. Suena absurdo, pero es que la
historia es absurda.

Hasta los grandes enemigos de la Alemania Nazi en la guerra eran


admiradores de ella antes de 1939, no nos olvidemos a Hitler como
hombre del año en la revista Time de Estados Unidos en 1938 (foto);
o de Eduardo VIII, cabeza del Imperio Británico, señalado como
proNazi y que tuvo que abdicar en diciembre de 1936, diez meses
después de subir al poder, para casarse con la divorciada Wallis
Simpson, señalada por múltiples biógrafos como simpatizante de
Hitler.

Entender los momentos históricos en su contexto es complejo pues


nuestros ojos miran con el filtro de los prejuicios actuales, pero lo
cierto es que en la década del 30 el mundo era Nazi: Alemania había pasado de ser la gran perdedora
de la I Guerra Mundial a una potencia industrial y militar en muy poco tiempo y, como suele pasar, el
desarrollo económico llevaba a que muchos ignoraran las atrocidades contra las minorías (judíos,
polacos, gitanos, homosexuales) y los atropellos contra todo aquel que tuviese una voz que le llevara
la contraria al régimen. El discurso de orden, progreso y seguridad triunfaba pisando vidas que poco
les importaban a los beneficiados (si les suena actual y cercano, no es mi culpa).

Ahí es donde Kuper recuerda cómo la selección de Inglaterra en 1938 visitó a Alemania en el Estadio
Olímpico de Berlín y saludó al führer con el brazo derecho extendido, saludo imperial tomado por los
Nazis del fascismo italiano de Mussolini, quien con él por esos mismos años había convencido a sus
compatriotas de que el gran imperio romano, en donde así se saludaba al César, nunca había muerto.
Los amigos de la maravillosa
Revista Un Caño de Argentina
recuerdan la historia en este buen
artículo de Pablo Cheb, y destacan
que en medio de las tensiones
políticas de ese 1938, cuando
Alemania ya se había anexado
Austria en busca de las "fronteras
naturales del Tercer Imperio" y
afilaba sus garras para comerse a
Polonia, los jugadores fueron
obligados a realizar el "heil Hitler"
por la FA, pues así era la cosa:
Alemania era el deber ser y era una descortesía romper los protocolos de homenaje al líder mundial.

Lo lindo es que Un Caño también nos recuerda que los seleccionados ingleses también saludaron así
a Mussolini en 1939, justo antes de la Guerra, pero claro, para nuestra mirada actual los malos eran
los alemanes, no los italianos... en fin.

La pregunta es: ¿Colombia también fue Nazi? Más allá de la idiotez salida de contexto, anacrónica y
sin sentido de los neonazis colombianos de hoy en día que apoyan al procurador Ordóñez y hablan
de "raza superior" en una nación pluriétnica y multicultural, en los 30 las ideas del nacionalsocialismo
calaron profundamente en nuestra sociedad.

No se trató solamente de migración alemana entre guerras, como relatan las novelas El jardín de las
Weismann de Jorge Eliécer Pardo y Los Informantes de Juan Gabriel Vásquez, se trató de una
relación política tan cercana, que incluso Colombia entró en la mirilla de la sospecha de Estados
Unidos al comenzar en 1939 la II Guerra Mundial, como bien lo retrata esa tremenda investigación de
Silvia Galvis y Alberto Donadio llamada Colombia Nazi.

Teníamos juventudes con camisas pardas, lineamientos políticos de clara tendencia Nazi
(encabezados por Laureano Gómez), reuniones del partido llenas de esvásticas y banderas alusivas
al nacionalsocialismo alemán (ver foto al lado de una reunión en Barranquilla, tomada de Colombia
Nazi), pero sobre todo teníamos una idea fundamental del fascismo que se basaba en buscar la
superioridad de la raza.

Insisto, hoy parece un mal chiste, pero incluso el primero Ministro de Educación (1934) y luego
Canciller de la República (1938) Luis López de Mesa era un defensor de una política de mejoramiento
de la raza en la que se prohibiera el mestizaje con indígenas y negros, y se estimulara la llegada de
alemanes. Fue él quien cerró las fronteras del país a los judíos que huían de Alemania.

Pero la superioridad racial era un tema vital para las diferentes naciones del mundo de los 30, no sólo
para Colombia: la raza italiana tenía que demostrar que era superior y por eso no quiso disputar el
Mundial del 30 en Uruguay, no fuera que ese equipo con negros los humillara como había pasado con
las otras naciones europeas en los Olímpicos del 24 y el 28, y precisamente por eso se convirtió en
cuestión de estado ganar los Mundiales de del 34 y 38, con amenazas a técnico y jugadores a bordo
en el ya mítico "vencer o morir" de Mussolini.
Hitler siguió el ejemplo y organizó los Olímpicos de Berlín en 1936 para demostrar la superioridad de
la raza alemana, hecho que quedaría para la historia en Olympia, un documental en dos partes de
Leni Riefenstahl, la genio cinematográfica de la propaganda Nazi, en las que se muestra la belleza, el
poder físico, el sacrificio y el heroísmo de la considerada "raza superior" por ellos, López de Mesa y
Laureano.

Por supuesto, el deporte era la clave para tener una "raza superior" y Colombia lo entendió pronto. En
1928 se realizaron los primeros Juegos Deportivos Nacionales para reunir a lo más granado de la
juventud y tratar de seguir el ejemplo de Uruguay, primer país sudamericano en lograr medallas de
oro en los Olímpicos, codeándose así con las potencias mundiales. Bien lo escribió la entonces popular
revista bogotana El Gráfico ese año, tras el bicampeonato olímpico de los uruguayos: "Colombia no
ha participado aún en el torneo universal; su bandera no ha flotado con las ondulaciones del triunfo en
el palenque cosmopolita como lo hicieron los pabellones del Uruguay y la Argentina. Ello se debe a
que nuestro país asimila de manera tardía los sistemas implantados en los Estados de alta
civilización”[1]

El tema era ese: ser "civilizados", ser" europeos", ser más blancos, y la clave era el deporte, como
bien lo registró la ya desaparecida revista Deportivas en su primer número en 1931: “Es que el
deporte está absorbiendo la gloria que correspondió exclusivamente a los ejércitos. Es una ventaja de
la civilización. El deportista es en su verdadero concepto un arquetipo físico y moral de la raza”[1].

Por eso, para mejorar la raza, el presidente de la República entre 1930 y 1934, Enrique Olaya Herrera,
tomó medidas como respaldar los Juegos Deportivos Nacionales de Medellín en 1932 y, sobre todo,
firmar el decreto 1734 de 1933 para que se creara la Comisión Nacional de Educación Física con el
fin de construir un estadio nacional en Bogotá, lograr que Colombia participara en el Mundial de fútbol
de 1934 y desarrollar y divulgar los deportes en la clase obrera. Lo primero se cumplió en 1938 con la
inauguración del 'Nemesio Camacho' El Campín, lo segundo se quedó en veremos (la primera
Selección Colombia fue de 1935) y lo tercero condujo a la aparición de clubes de obreros en diferentes
fábricas del país como Indulana o Unión en Medellín, que se fundirían en el Atlético Municipal, al que
hoy conocemos como Atlético Nacional.

Pero la medida que nos metió de lleno en la idea de deporte como mejoramiento de la raza y refuerzo
de la identidad nacional fue la creación de los Juegos Bolivarianos de 1938. Alberto Nariño Cheyne
llevó a Berlín 36 la idea de unas justas regionales en Sudamérica que sirvieran para ampliar el
calendario olímpico y promovieran la idea de panamericanismo que imperaba en la región tras la
guerra entre Colombia y Perú de 1932 (en la que, por cierto, fue fundamental el apoyo de los
inmigrantes alemanes), y entre vítores y banderas con esvásticas se anunció la primera edición de los
Juegos entre las naciones bolivarianas que se disputarían en Bogotá, que ya tenía el plan del estadio
El Campín y contaba con las canchas y campos de la Universidad Nacional.

Estos quedaron para la historia por el triunfo general de Perú (para malestar nacional pues las heridas
de la guerra aún estaban abiertas), por la polémica que generó la conformación de la Selección
Colombia de fútbol a cargo del argentino Fernando Paternoster (subcampeón mundial del 30), ya que
cada región exigía a sus jugadores y al final nadie quedó contento, especialmente porque los de la
franja roja nos golearon 4-2 (vale la pena recordar, ese equipo de Perú había sido cuartofinalista de
Berlín 36, eliminado en una polémica histórica marcada por el racismo); por el oro colombiano en
baloncesto (en la que además fue la primera transmisión radial del que luego sería el legendario Carlos
Arturo Rueda), por la inauguración del estadio
El Campín y, sí, por la demostración proNazi
de nuestras juventudes bolivarianas.

Repito, hoy es fácil criticar, pero recordemos


cómo las delegaciones de los cinco países
saludaron en la inauguración el palco del
presidente Alfonso López y en la clausura en
de Eduardo Santos (justo coincidió el cambio
de administración) con la mano derecha en alto
al mejor estilo Nazi como se ve en estas fotos:

La publicidad del evento también fue una


deliciosa muestra de cómo nos había
influenciado la Alemania Nazi; repasemos:

Sí, Colombia también fue proNazi y se vio


simbólicamente en esos Juegos Bolivarianos
del 38, pero sobre todo en nuestra forma de
asumir el deporte como una cuestión de
mejoramiento de la raza. Parafraseando a
Borges, el nazismo fue popular -muy, muy,
muy popular- porque la estupidez es popular.
Lo irónico es que aún pasa...

En Twitter: @PinoCalad

[1] El Gráfico No. 698. Bogotá. Agosto 2 de 1924

[1] Deportivas. No. 1 Medellín Junio 20 de 1931. Pág. 1

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