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La Bola

Reflexiones sobre el movimiento armado de 1910

Por: Antonio Fuentes Flores

Este año México celebra los 100 años de la revolución a la que


el pueblo le llamó “la bola”; la bola de intereses mezclados, la bola de
participantes con sus distintas motivaciones, la bola de ideas y
estandartes, que como madeja se desordenan y enredan unos con
otros; como los postulados de los hermanos Ricardo y Enrique Flores
Magón, por un cambio radical hacia el socialismo, los cuales se
mezclaron con desventaja, con la actitud reformista de los llamados
revolucionarios, paradójicamente de pensamiento conservador y
pequeño-burgués, quedando al final todo revuelto dentro de una gran
bola de polvo que difumina y hace confusas las siluetas, extraviándolo
todo, confundiéndolo todo. Una bola que castigó a muchos inocentes,
personas inermes que ni la debían pero sí la temían. Una bola que en
pos de la justicia cometió grandes injusticias, que acabó con muchas
fuentes de trabajo y de riqueza, que propició el despojo indiscriminado,
principalmente del más débil, que dejó impunes a muchos criminales y
saqueadores. Una bola que repartió las tierras para volver a
acumularlas en los generales “victoriosos” que reclamaban su botín;
una bola que, como en las fundiciones, hizo que la escoria subiera a
las capas superiores que es donde permanece actualmente con el
camuflaje de la vestimenta que proporciona la riqueza, aunque sea
mal habida. Sin embargo, en cierta forma esto era necesario para
romper con la inercia de tanta injusticia y que, al igual que en las
fundiciones, también preserva o pretende preservar lo mejor que yace
adentro; en las entrañas de México.

Así como en la etapa que se vivió con la lucha por la


independencia, lo que pudo haber sido relativamente breve, también
aquí en la llamada revolución, el movimiento armado no sólo se
prolongaría por un período adicional de más de 10 años, con un
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enorme costo social y económico, viciándose los principios y


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contaminándose los intereses legítimos, con los intereses más viles y


corruptos. Los líderes e ideólogos honestos, que veían necesario e
impostergable el cambio en México; se vieron marginados, ellos y sus
ideas, por algunos con madera de líder o de caudillo que pudieron
llegar a ser verdaderos guías nacionales, verdaderos estadistas; pero
que sucumbieron también a las tentaciones del poder y al final no se
distinguieron mucho de los oportunistas y mercaderes de la política,
adictos al poder, que vieron en el proceso social y político una gran
oportunidad para hacer fortuna sin que les importara, ni en forma
mínima, la pérdida de vidas y el sufrimiento del pueblo.
Las dictaduras cuando no son por ley, suelen estar disfrazadas
como democracias para guardar las apariencias sólo en la forma,
porque en esencia y de hecho, ejercen un poder absoluto, despótico y
tiránico. De esta forma, durante 34 años ejerció Porfirio Díaz el poder,
con la única excepción del intervalo en el que momentáneamente le
prestó ese poder a su compadre Manuel González, ya que no le
quedaba otra opción si quería respetar su propia reforma
constitucional. Posteriormente, con la complicidad de un congreso
dócil, previamente designado por él, (como seria desde aquí y en el
futuro, hasta finales del siglo XX) fue adecuando la Constitución hasta
que le permitiera reelegirse cuantas veces quisiera. Aquí podemos
encontrar las raíces del origen del sistema político unipartidista, priista,
que como continuación de la dictadura, se apropió de hecho del poder
político en México, a partir de marzo de 1929 y durante más de 70
años.

Díaz gobernó con mano de hierro, lo que en algunos casos no es


malo si se respeta el derecho. Se dice que hizo mucho y así fue, hizo
tanto como el trabajo de ocho presidentes juntos, ya que gobernó por
más de 8 periodos presidenciales, incluyendo el de su compadre. Lo
cierto es que los pueblos tienen que avanzar y lo hacen, incluso a
pesar de sus gobernantes, más todavía si el pueblo estaba cansado
de tanta lucha fratricida, si lo que quería era vivir en paz y con esto
tener la oportunidad de trabajar y superarse. Sin embargo, hay que
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reconocer que en regímenes dictatoriales como el de Díaz, se pueden


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lograr avances materiales extraordinarios; durante el Porfiriato los


ferrocarriles crecieron al 12% anual, la agricultura floreció, la
producción de alimentos aumentaba a mayor ritmo que la población y
la industrialización del país se inició con gran pujanza. A principios del
siglo XX México contaba con más de 5,000 fábricas de diversos
productos, las finanzas públicas también se vieron fortalecidas. Pero
cuando el dictador no tiene límites, suele pervertirse el poder positivo
del ejecutivo en beneficio del pueblo, para convertirse en tiranía.

Mucho tuvo que ver en todo este progreso material, el ánimo y la


disposición del pueblo que desde su independencia y ya desde antes
de lograrla no había hecho otra cosa que luchar, o cuando menos
soportar el fragor de la batalla, además de sufrir las consecuencias
directas e indirectas de los diferentes movimientos armados, y de los
diferentes bandos que siempre cobran, forzosa e injustamente, un
“impuesto” de guerra. Desde la “independencia” El pueblo estuvo
sufriendo constantemente conflagraciones internas y el resto del
tiempo luchando contra la invasión del extranjero. En estas
condiciones casi no se habían tenido momentos de paz para construir
la Patria, con excepción de la última etapa de Juárez, en donde una
vez rechazada la invasión extranjera se aprovechó el tiempo para
restaurar la Republica. El pueblo sabe, intuitivamente; que el progreso
material no es lo más importante, sobre todo cuando se hace a costa
del progreso social, de la libertad política y de la dignidad de la
persona.

El pragmatismo político y económico, en donde el logro de lo


propuesto es lo único que importa y todos los medios podían, no sólo
explicarse sino justificarse plenamente si se lograba el fin buscado; fue
la “filosofía” que animó al tirano con sentimientos de profundo aprecio
y compasión por sí mismo, zalamero con el extranjero y adusto y
severo con los propios, pronto al llanto mentiroso y conmovedor de
mentes ingenuas y pueriles. Don Porfirio siempre fue un viejo zorro,
astuto, de múltiples mañas y gran habilidad política. En materia de
humanismo tampoco contaba con muchos escrúpulos, lo cual
3

demostró en forma positiva controlando eficientemente a malhechores


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y forajidos, pero también en forma negativa reprimiendo injustamente


a grupos indígenas como los yaquis de Sonora y permitiendo la
explotación del trabajador en la ciudad y en el campo como se hizo
durante la colonia lo cual él y su clase veían como normal, (lo que
sucede hasta la actualidad). Lo cierto es que sin ser él mismo un gran
administrador se supo rodear de gente capaz y darles una cierta
autonomía, estableciendo las reglas del juego y manteniendo un férreo
control político, lo cual nunca sale sobrando en muchos casos del
quehacer en el gobierno.

Fue Porfirio Díaz quien instituyó el “paternalismo” en la vida


política nacional como uno más de los instrumentos de control político,
basado en un profundo desprecio por la manera de ser del mexicano,
o de lo que él creía que era la idiosincrasia nacional. Con esto nace la
subestimación de la capacidad popular para determinar con libre
albedrío su propio destino (utilizado por don Porfirio y por el sistema
político que le siguió): “la sociedad mexicana no está preparada para
gobernarse” y “no saben lo que quieren”. Por lo tanto, Díaz sentía la
obligación de perpetuarse en el poder y para esto contaba con la
complicidad de las diferentes potencias representadas en México; las
cuales aceptaban el régimen dictatorial ejercido por don Porfirio,
mientras les favoreciera en sus intereses y grandes negocios.

Aquí nace también el presidencialismo mexicano que tiene sus


raíces en la similitud de nuestra Constitución del 24, con la primera
también de los EU., en 1787. Ellos han sido igualmente un país
presidencialista, con la diferencia de que su presidencialismo en
muchas ocasiones ha podido ser el instrumento de los mejores
propósitos nacionales, lo cual demuestra que éste no siempre es malo.
En cambio, el presidencialismo mexicano ha sido perjudicial, salvo en
la época juarista cuando fue dignificado como institución de gran
lealtad y seriedad, habiendo servido para salvar a la República. A
partir del Porfiriato, el presidencialismo se instituye como sinónimo de
infalibilidad y de autoritarismo, sin importar que éste sea despótico,
oprobioso e injusto. Y perdura hasta nuestro tiempo, cuando menos en
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el ánimo servil y abyecto de los cortesanos de siempre.


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Europa, a través de Inglaterra principalmente, se interesó en
México. La exploración, perforación y explotación del petróleo
existente en el subsuelo mexicano, atrajeron a una serie de
inversionistas extranjeros; esto ocasionó que los intereses británicos
empezaran a competir “peligrosamente” con los estadounidenses.
Porfirio Díaz inteligentemente y a propósito, trató de diversificar los
intereses y la inversión extranjera en México, pero esto no le atrajo la
simpatía de las compañías petroleras estadounidenses que veían
amenazada la exclusividad de su “coto de caza”. El progreso material
de las grandes compañías nacionales y extranjeras, de sus
intermediarios, de la clase política en el gobierno y de la aristocracia
ligada a la esfera cercana a don Porfirio; era público y notorio. Y
aunque existía una clase media con aceptables condiciones de vida,
esto no sucedía en las clases populares, que constituían desde la
colonia la gran mayoría, especialmente los campesinos e indígenas
que seguían siendo discriminados y explotados igual y en algunos
casos peor como lo habían sido en la colonia por medio de las
encomiendas. Sin embargo lo que mayor malestar causaba era la
permanencia de la misma elite y su líder por tanto tiempo en el poder y
la desesperanza de la mayoría.

La ley sobre deslinde y colonización de los terrenos baldíos fue


promulgada a finales de 1883, creándose para esto “las compañías
deslindadoras”. Éstas eran los únicos árbitros para establecer cuáles
eran terrenos baldíos y, por lo tanto, susceptibles de apropiación. “Se
afectaron las propiedades comunales indígenas, los manejos turbios
crearon los latifundios, y un nuevo sistema de vida nació para el
campo […] Fue del dominio público que personajes políticos se
apoderaron de la tierra […] El dato más objetivo es que las haciendas
en 1877 sumaban 5869, y en 1910 su número aumentó a 8431, pero
en manos de un reducido número de personas”1. Los campesinos
mantenían el mismo estatus de la época de las encomiendas,
agravado ahora también, una vez más, con el despojo “legal” de sus
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1
Jorge Carpizo, La Constitución mexicana de 1917 (México: Universidad Nacional Autónoma de México,
1980) 25.
tierras, al no poseer títulos “confiables”. Las tierras comunales
despojadas a los indígenas fueron un platillo apetecible para muchos
latifundistas. Las llamadas tiendas de raya de algunas haciendas
representaban verdaderos instrumentos de opresión y esclavismo, que
mantenían al peón y a su familia encadenados con la deuda y en la
miseria. Vivían en una situación de explotación, indefensión e injusticia
constantes y endeudados de por vida, lo que se componía, cada vez
más, una escenario insostenible. Desde entonces la migración de esta
gente hacia los Estados Unidos, comenzó a darse en forma
sistemática, a pesar del trato discriminatorio y vejatorio que recibían
allende el Bravo.

Las condiciones estaban dadas, los factores externos y los


internos se combinaban en una mezcla explosiva, el detonador lo dio
la misma tozudez e intolerancia del dictador que se creía eterno.
Como en la época de la independencia, las condiciones eran propicias
para la insurrección del pueblo, que como paja seca solo esperaba el
calor para ser encendido: el movimiento armado se dio y el tirano
cayó.

Agotado por sí mismo y abandonado por los Estados Unidos,


termina el Porfiriato2, más por el exilio de su líder que por la
superación de sus vicios. La revolución de 1910 y el ideal Maderista,
que fue el factor interno que terminó con el Porfiriato también
terminan. A su paso dejan sin realizar el cambio radical para el bien de
la vida nacional, favoreciendo tanto a la persona como a la empresa y
no solo al capital como hasta la fecha sucede. Al final se lograría sólo
una acción medianamente reformadora y una efímera participación
democrática de los mexicanos, pero a un enorme costo social y
humano. El lema del Plan de San Luis y de la revolución maderista
fue: “Sufragio Efectivo, No Reelección”. Lema que al término de la
revolución se usaba, sin sentido alguno en toda la correspondencia
oficial y que, por otro lado, entraña una grave contradicción, porque si
el sufragio fuera efectivo, luego entonces ¿por qué la no reelección?
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El Porfiriato se había enseñoreado del país desde 1877.
Durante mucho tiempo esta divisa3 sólo se logró por derecho en
cuanto a la no reelección, toda vez que en la práctica y de hecho
nunca respondió al espíritu de la ley. Si bien es cierto que legalmente
estaba impedida la reelección de las personas, aunque con Obregón
se dio la excepción, esto no impidió que un mismo grupo, un mismo
partido, haya sido el que se perpetuase en el poder ejecutivo federal
precisamente por ser nulo el sufragio efectivo que ellos prometieron.
En realidad la dictadura continuó, aunque ahora de partido, y la
llamada revolución resultó en una parodia que al final logró establecer
un verdadero neoporfiriato por el resto del siglo XX.

La misma actitud tímida y medrosa que se dio en la época de la


Independencia cuando se luchaba en contra de la Corona, al plantear
la posibilidad de que gobernara en México alguien de la casa de
Fernando VII, ahora se volvía a dar; “el apóstol de la democracia”,
Francisco I. Madero, en su libro “La sucesión presidencial de 1910”,
sugería que podría continuar gobernando don Porfirio y que sólo se
eligiera al Vicepresidente, actitud ingenua, que ya presagiaba las
consecuencias que al final se dieron. Al igual que en el inicio del
movimiento insurgente de independencia; en la revolución maderista
los hechos de guerra exitosos se sucedieron si no con facilidad, sí con
relativa rapidez. En escasos 6 meses ya se había logrado la renuncia
del dictador. Indudablemente que fue factor decisivo la participación de
líderes guerreros como Pascual Orozco y Francisco Villa en el norte, y
Emiliano Zapata en el sur, quienes lucharon con denuedo, animados
por un ímpetu reivindicatorio, más que de cambio social,.

Al triunfo de la causa, Madero fue demasiado clemente y


magnánimo con el enemigo, y exageradamente escrupuloso en cuanto
a la legalidad de los actos. Llegó al grado de, como vulgarmente se
dice, “dejar al lobo a cargo del rebaño”, al permitir que un porfirista
recalcitrante se hiciera cargo, en forma interina, de la Presidencia de la
República. Habiendo renunciado el Presidente, por ministerio de ley le
correspondía el cargo al Secretario de Relaciones Exteriores. No se
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Pienso que una vez que se logre plenamente el sufragio efectivo, la disposición legal de “la no reelección”
deberá ser revisada para estudiar los casos en que pudiera ser derogada.
daba cuenta, o no quiso comprender, que él mismo había iniciado un
proceso pretendidamente revolucionario, que debería llevar a cambios
radicales, y que él había ganado y podía y debía fijar las condiciones.
Sin embargo de acuerdo a lo aceptado en el tratado de C. Juárez,
Francisco León de la Barra, quien tenía como uno de sus
lugartenientes a Victoriano Huerta, asume la primera magistratura de
la nación con todas las prerrogativas que el cargo implica y
únicamente con las limitaciones del interinato, para convocar a
elecciones democráticas por primera vez en muchos años.
Sorprendentemente Madero le encomendaba a quienes él había
derrotado; el control del poder y del ejército, y a sus generales que lo
habían llevado al triunfo de la causa, les ordenó terminantemente:
licenciar, desarticular y despachar a su casa a las fuerzas
revolucionarias vencedoras. La sorpresa y descontento fueron
mayúsculos, ya no de los jefes revolucionarios que se sentían con
sobrada razón traicionados, sino del pueblo en general que creía
haber derrotado a sus opresores y ahora los veía con azoro continuar
en el poder con nuevos bríos y el mismo autoritarismo. Madero, con
estas acciones aberrantes, le confiaba la seguridad nacional nada
menos que al ejército federal que él había derrotado. ¡Verdaderamente
increíble!

El 7 de Junio de 1911, don Francisco I. Madero hizo su entrada


triunfal a la Ciudad de México. En ese mismo año se realizan las
elecciones resultando él electo Presidente Constitucional de los
Estados Unidos Mexicanos. Ni pudo ni quiso consolidar un gobierno
fuerte y absolutamente leal, como le aconsejaban sus colaboradores
más cercanos y preclaros, como su propio hermano Gustavo Madero,
Luís Cabrera y Serapio Rendón, gente de absoluta lealtad.

La tarea más grata y la que más ocupaba su tiempo y atención


eran Las reformas que Madero como Presidente de México estaba
realizando en todos los ámbitos de la vida nacional, principalmente en
el campo agrícola, en donde muchas de ellas, aunque sin ir afondo en
forma radical restituyendo las tierras a los campesinos que fueron
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despojados, si acababan con las prebendas y privilegios de los


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diferentes grupos, que asociados con el poder político se habían


convertido, a través de las diferentes épocas, en los dueños en turno
del país. Sin embargo, estas reformas también eran la principal causa
para su eliminación por parte de los intereses ilegítimos de nacionales
y extranjeros y de la oligarquía de siempre.

No es posible hacer gran cosa, ni mucho menos realizar los


cambios estructurales necesarios, si cuando se gana el poder se
mantiene intacto el aparato burocrático viciado y corrupto y, aún más,
se conserva a los pillos y asesinos que lo han manejado. Y además,
por un acto de fe, de confianza exagerada, por no decir de ingenuidad,
y por una justicia que nadie reclamaba se les confiere el poder y el
mando, se les vuelve a dar autoridad. Esto naturalmente resulta
suicida. El trabajo de León de la Barra fue de sabotaje, centrando su
acción no solo en el distanciamiento de Zapata y Madero sino tratando
de provocar su enfrentamiento, utilizando a Victoriano Huerta y al
general Blanquet con tal efectividad que a escasos 20 días de haber
asumido Madero la Presidencia, Zapata, apoyado intelectualmente por
Antonio Díaz Soto y Gama, proclama el Plan de Ayala. Éste establece
que se levantaran en armas contra el supremo gobierno y solo las
dejaran cuando los pueblos despojados recuperen sus tierras, que
había sido el motivo del levantamiento armado en apoyo a Madero.

El resto de los grupos revolucionarios que vieron licenciadas sus


tropas y se sentían marginados, también mantenían latente el
descontento y la frustración por haber fracasado; porque una
revolución que claudica, sin imponer sus condiciones; es una
revolución que fatalmente está perdida. Algunos de ellos, como
Pascual Orozco, se sublevaron en el norte porque no les pareció
suficiente el botín logrado por su “sacrificio”. Incluso los del bando
contrario, en forma oportunista, como Bernardo Reyes que se levantó
en Nuevo León porque creía que él era el verdadero heredero de don
Porfirio y porque sentía que contaba con amplia experiencia como
gobernante y “no como los nuevos que acababan de llegar” y Félix
Díaz, sobrino del dictador, el oportunista que se levantó en Veracruz.
Ambos fueron momentáneamente dominados y apresados.
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Toda esta efervescencia y malestar en contra de Madero, era
aprovechada por quienes habían venido socavando la solidez del
nuevo régimen como; los hacendados, los ricos empresarios, “las
plumas vendidas” de siempre de la prensa ligada a los intereses
económicos y los militares que Madero había equivocadamente
encumbrado; como Victoriano Huerta, apoyados y orquestados por el
embajador de los EE. UU., que consideraba inconvenientes las
reformas de Madero sobre la explotación petrolera, para los intereses
de las compañías estadounidenses. Todos estos conspiradores se
veían ampliamente ayudados por la misma actitud del Presidente, que
ensimismado no alcanzaba a vislumbrar la realidad nacional, la cual
estaba plagada de verdaderos peligros a tal grado que se podría
semejar al tránsito del Presidente por un campo minado y teniendo por
guías, mal intencionados, a los mismos que plantaron los explosivos.

La intervención injusta, vil y contradictoria del embajador de los


EU., Henry Lane Wilson, aliado a las fuerzas más oscuras de la
política en ese tiempo, encabezadas por Victoriano Huerta, Félix Díaz
y Bernardo Reyes, para planear y ejecutar en 1913 el asesinato del
Presidente Madero y del Vicepresidente Pino Suárez; dos hombres de
Estado que por primera vez en 35 años, habían sido electos
democráticamente por el pueblo de México; son un ejemplo digno de
análisis, para que no se vuelva a repetir. Estos hechos son prueba de
cómo una clase identificada por intereses económicos y políticos de
gran corrupción y codicia, con una actitud servil hacia los EU., y el
representante de un país extranjero, de la misma calaña que los
traidores con los que se asoció, que con prepotencia y desprecio,
excede sus funciones; causaron un daño irreparable a la nación
mexicana. Lo cual resulta paradójico, sobre todo viniendo de un país
que se proclamaba como abanderado de la democracia.

La parodia de la presidencia de Victoriano Huerta y de su pelele


Pedro Lascurain (presidente sólo por minutos), protegidos del
embajador norteamericano, se topó con la dignidad nacional. Algunos
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de los gobernadores de los Estados, convocados por el gobernador de


Coahuila, don Venustiano Carranza, formaron el Ejército
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Constitucionalista mediante el plan de Guadalupe. Y retomaron la


lucha armada. Ésta habría de terminar, en su primer parte, con la
caída del usurpador, a quien la rectificación de los Estados Unidos le
dio la puntilla.

Digna de profundo respeto y reconocimiento fue la valiente


intervención del doctor don Belisario Domínguez, político chiapaneco
de gran valor e integridad, que llegó al Senado como Senador
suplente a la muerte del titular. Este personaje excepcional, actúo
como un verdadero tribuno, como un verdadero Senador de la
República, que a la hora de la verdad y en representación de los
chiapanecos y de todo el pueblo de México, fue la excepción en un
Congreso mayoritariamente servil y oportunista. Se enfrentó al
usurpador, costándole el martirio y la vida misma.

A la lucha continua se incorporan nuevos protagonistas, como


los sonorenses Álvaro Obregón, Adolfo de la Huerta, Plutarco Elías
Calles. Gente de Coahuila que venía con Venustiano Carranza, como
Eulalio Gutiérrez, y de varios estados de la República, como el artillero
Felipe Ángeles, Roque González Garza y otros ya conocidos como
Francisco Villa, Pablo González y Emiliano Zapata en el sur, este
último, con cierta justificación, nunca reconoció a Carranza, lo que
terminó por costarle la vida. Y muchos otros de todo tipo que se iban
sumando al proceso, desde los bien intencionados por la causa, hasta
por supuesto, los que utilizaban la causa nacional para su propia
“causa”. De inmediato se crearon diferentes facciones, que en cierta
forma constituían verdaderos frentes de batalla. El principal estaba
encabezado por el jefe del ejército constitucionalista, don Venustiano
Carranza. Otra facción estaba liderada por el “Centauro del Norte” y
jefe de la división del norte, Francisco Villa. Álvaro Obregón tenía la
suya propia en el occidente. En el sur estaba a la cabeza Emiliano
Zapata, el “Caudillo del Sur”, y en el oriente, Pablo González. En un
principio participaron activamente algunos intelectuales que trataban
de darle orientación y congruencia a la lucha armada, tales como Luis
Cabrera, Antonio Villarreal, Juan Sarabia, José Vasconcelos y Antonio
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Díaz Soto y Gama, entre otros. Ricardo Flores Magón había emigrado
hacia los EU., en donde murió más tarde encarcelado, su delito había
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sido promover internacionalmente el socialismo anarquista.


Durante una de las batallas más importantes, la toma de
Zacatecas, las fuerzas constitucionalistas estaban perdiendo terreno y
hubieran perdido esa batalla si Francisco Villa, desobedeciendo
órdenes del primer jefe constitucionalista, no hubiera dejado Torreón y
llegado muy oportunamente con la División del Norte a reforzar al
general Pánfilo Natera, para la toma de los cerros del Grillo y de la
Bufa con gran intuición y determinación. Así fue como se ganó la
batalla que marcaría la derrota definitiva de Victoriano Huerta. Otra
vez Francisco Villa como en la toma de Ciudad Juárez junto con
Pascual Orozco, desobedecieron las ordenes de quienes carecían de
intuición estratégica y lograron el triunfo. En estas condiciones,
después de la firma de los Tratados de Teoloyucan, el 20 de agosto de
1914, hizo su entrada triunfal a la ciudad de México don Venustiano
Carranza al frente del Ejército Constitucionalista y, de acuerdo al Plan
de Guadalupe asume la Presidencia de la República. En 1914 al
pretender Carranza ser ratificado como Presidente interino, es
rechazado por las otras dos facciones de zapatistas y villistas, que
pedían que el nuevo presidente fuera electo democráticamente en una
convención de las fuerzas revolucionarias; el mismo Carranza acepta
que esa convención se lleve a cabo en Aguascalientes. Sin embargo
se les va de las manos y la misma Convención de Aguascalientes, el
10 de octubre de ese mismo año desconoce a Carranza como
Presidente y nombra a Eulalio Gutiérrez. Posteriormente, la misma
Convención, dando bandazos, desconoce a Eulalio Gutiérrez y
nombra en su lugar a Roque González Garza como Presidente de la
República, a quien más adelante substituye por Francisco Lagos
Cházaro, personaje poco conocido. Mientras tanto las diferentes
facciones pelean unas contra otras, y la facción de la Convención de
Aguascalientes mantiene en su poder a la capital de la República.

A principios de 1915 Venustiano Carranza que se había


trasladado a Veracruz, nombra al general Álvaro Obregón jefe de los
ejércitos constitucionalistas, y en menos de un mes toma la Ciudad de
México. Acto seguido, combate y derrota a la facción villista que
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estaba en el centro de la República, aunque le costaría la pérdida del


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ante brazo derecho y casi la vida. Esto, aunado a que el 19 de octubre


de ese año los Estados Unidos convocando a gran parte de los
gobiernos de América; reconocen como legítimo al gobierno de
Venustiano Carranza. Esto trae como consecuencia que las aguas se
asienten y tomen otra vez su cauce. Lo cual permite que más tarde en
septiembre de 1916 se convoque a un Congreso Constituyente para
elaborar la nueva Constitución. Sin embargo y mientras tanto, cuando
Francisco Villa se entera del reconocimiento de los EU., para el
gobierno de Carranza, reacciona de inmediato y, enfurecido como
bestia rabiosa, manda fusilar a 5 inocentes ciudadanos
norteamericanos que hacían el viaje por ferrocarril de Chihuahua a
Ciudad Juárez, no pierde oportunidad de vengarse con gente inocente
y finalmente llega al extremo de cometer un acto descabellado, injusto
y bárbaro al llevar a cabo un ataque en contra la pequeña población
de Columbus, situada en la frontera, en los EU., a principios de marzo
de 1916, asesinando y saqueando por doquier. Esto fue lo que motivó
la expedición punitiva del ejército estadounidense a cargo del general
Pershing, que penetró a territorio mexicano (con autorización de
Carranza) en busca de Villa, sin poder encontrarlo después de más de
2 meses.

El Congreso Constituyente se integró con representantes de


todos los Estados de la República y del Distrito Federal. De acuerdo a
su población se asignaron: un diputado y un suplente por cada 60,000
habitantes o fracción que pasara de 20,000. Éstos ideológicamente
resultaron tanto de pensamiento conservador o de derecha, como de
ideas progresistas o de izquierda; sin embargo en la integración de las
comisiones prevalecieron los de ideas progresistas. En realidad, el
proyecto enviado por Carranza era una tímida modificación, solo en la
forma, de la Constitución de 1857. Lo que dejaba claro que nunca fue
una revolución lo que él pretendía. Debido a esto, las comisiones
tuvieron que revisarlo y modificarlo a fondo tratando de plasmar en la
nueva Constitución cuando menos los principios y bases jurídicas
fundamentales que respondieran a las causas que habían motivado el
movimiento social y la lucha armada del pueblo de México.
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Intelectuales y políticos de toda la República participaron con sus


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ideas en la conformación de la nueva Constitución, con el objeto de


establecer reformas jurídicas que fueran verdaderas reivindicaciones
por las injusticias que habían prevalecido en la vida nacional afectando
el desarrollo equilibrado del pueblo de México. En estas condiciones
se puso especial énfasis en el tema agrario y de la propiedad, por
medio del artículo 27, en el del trabajo a través del artículo 123, y el de
la soberanía popular quedó consagrado en el artículo 39 constitucional
de la nueva Carta Magna. En el artículo 3º establecieron la obligación
del Estado para proporcionar educación laica y gratuita. Así mismo se
logró la inclusión del importante tema sobre las garantías individuales.
Por otro lado, se subsanaba el error de la primacía del poder
legislativo sobre los otros dos y se ratificaron las reformas
constitucionales de Lerdo de Tejada, con la inclusión del Senado como
cámara alta representativa de los Estados de la República. Se
fortaleció al ejecutivo con un presidencialismo positivo, estableciendo
la autonomía entre los poderes del gobierno, mediante su división,
separación y el respeto entre los mismos.

De esta forma, la movilización de la sociedad civil con la


participación popular y de los intelectuales patriotas bien
intencionados, fue lo que al final logró algunos cambios que sin llegar
a ser radicales si fueron sustanciales. El movimiento armado culminó
con la Constitución de 1917, plasmando en instrumentos jurídicos los
anhelos de libertad, justicia y democracia del pueblo de México. En
este gran movimiento social se sacrificaron más de un millón de vidas
en una guerra fratricida por un México mejor, pagando así su cuota de
sangre, esperemos que para siempre. Sin embargo, los mejores
ideales que dieron origen al movimiento armado, continuarían siendo
letra muerta por mucho tiempo aunque el derecho los preservara, o
incluso traicionados con los hechos de gobierno por el mismo grupo
emanado de la lucha armada que se autoproclamaría “revolucionario”.

Un ejemplo temprano de la traición con los hechos del


autoproclamado gobierno revolucionario, fue el movimiento agrario
encabezado por Zapata, que llevaba como lema “Tierra y Libertad”. El
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reclamo era que se restituyera el despojo que habían sufrido las


comunidades de campesinos durante el Porfiriato mediante el gran
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fraude de las compañías deslindadoras. Éstas les habían arrebatado a


los campesinos, principalmente indígenas, los terrenos de su
propiedad por diversos medios, los más injustos y a la fuerza, por no
haber podido comprobar documentalmente a satisfacción de los
expropiadores, la tenencia de las tierras comunales, que desde tiempo
inmemorial les pertenecían. Emiliano Zapata, tal vez el caudillo más
auténtico de la Revolución Mexicana terminaría víctima de su propia
intolerancia y del mismo grupo revolucionario hecho gobierno, que lo
engaña y lo asesina con saña y cobardía. Los gobiernos
autoproclamados “revolucionarios” siguieron con la misma tónica, mas
tarde en la época de Lopez Mateos asesinan a Rubén Jaramillo y a
toda su familia acribillando su choza, siguieron con muchos otros
como los de Aguas Blancas y tantos y tantos mas.

Al final de su mandato, Carranza cometió un error garrafal al


querer imponer a su sucesor. Escogió para esto al Ing. Ignacio
Bonillas, quien en ese entonces era el embajador de México en los
Estados Unidos y casi un desconocido. Olvidó que la lucha del pueblo
de México había sido precisamente por imposiciones políticas
arbitrarias como la que ahora él pretendía, pero además agravó su
error al subestimar y pretender marginar del proceso al héroe del
triunfo armado de la revolución, al general Álvaro Obregón, quien lo
había apoyado y llevado al poder. Seguramente las intenciones de
Carranza eran buenas. Durante el movimiento armado, pero sobre
todo al final, la corrupción del grupo revolucionario era escandalosa,
principalmente entre los generales. Tal vez la acción de Carranza se
pudiera explicar, que no justificar, como un doble intento del
Presidente por acabar con la corrupción y con la continuidad de los
generales. Sin embargo, su decisión de llevar a la Presidencia a un
civil cuando todavía no era tiempo y al haberlo manejado con torpeza
política, le costó la vida.

Al inicio de la década de 1920, “la familia” de Sonora ya estaba


integrada: la encabezaba el héroe militar de la revolución, el general
Álvaro Obregón, el Ministro de Guerra Plutarco Elías Calles, y el
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propio Gobernador de Sonora, Adolfo de la Huerta. Además, este


grupo ya había esbozado su plan para perpetuarse en el poder,
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ocupándolo alternativamente por ellos mismos o por personas


designadas por ellos. Lo que hizo Carranza involuntariamente con su
pretendida imposición, fue darles el pretexto para quitarlo de en medio
y consolidar su plan. El 23 de abril de1920, el grupo Sonora lanza el
plan de Agua Prieta, que desconoce al presidente Carranza y nombra
al C. Adolfo de la Huerta, jefe supremo del Ejército Liberal
Constitucionalista. El presidente Carranza, ante esta circunstancia,
consideró que si continuaba en la Ciudad de México estaría en grave
riesgo por el avance del ejercito comandado por Adolfo de la Huerta;
por lo que decide salir de la capital y dirigirse a Veracruz, sin embargo
esto no dio resultado, porque de inmediato fue seguido por el ejército
obregonista. En la sierra de Puebla cercaron al Presidente y a las
pocas tropas que le quedaban, no le presentaron batalla pero
planearon su asesinato. Éste ocurrió en una triste cabaña
desvencijada, en el poblado de Tlaxcalantongo, en medio de la noche
helada y de una lluvia torrencial, aprovechando la espesura del
bosque, cobardemente acribillan la cabaña en donde se había
refugiado el Presidente, rodeado de su gente más leal. La operación
estuvo a cargo de las tropas al mando del general Herrero, un
mercenario que el grupo utilizaría más tarde en otras encomiendas.

Por supuesto, en el asesinato de Carranza como en los


asesinatos similares que el sistema sabe perpetrar cuando tiene que
eliminar a alguien, “no se sabe” a ciencia cierta quiénes son los
autores intelectuales, incluso en esta ocasión se pretendió que había
sido un suicidio. Y en cierta forma puede ser que lo haya sido, pero de
la misma manera que no se le puede llamar suicidio al asesinato de
Salvador Allende perpetrado por Pinochet en Chile, tampoco a la
muerte de Carranza en la sierra de Puebla. Aquí se inaugura el
asesinato en la política como medida drástica pero sistemática, tanto
para deshacerse de los oponentes o enemigos, como para mandar un
claro mensaje a los demás (“cabestrean o se ahorcan”). La etapa del
grupo Sonora en la historia contemporánea de México significa, en
cierta forma, la etapa de transición del final del movimiento armado al
inicio de la etapa de la consolidación de las instituciones, a la luz y
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bajo la consolidación del llamado sistema político mexicano, que


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partiendo de las enseñanzas del Porfiriato y asimilando y continuando


con todos sus vicios; manejaron en el discurso lo que el pueblo quería
oír, pero hacían lo que al grupo le convenía. Para controlar las
acciones, consolidaron la hegemonía política y se mantuvieron en el
poder a toda costa, principalmente para el beneficio político y material
de ellos mismos.

Muerto Carranza, Adolfo de la Huerta, de acuerdo al Plan de


Agua Prieta, asume la Presidencia de la República en forma interina, y
prepara el terreno que habría de propiciar el advenimiento de Álvaro
Obregón a la Presidencia por un período constitucional de 4 años. A
de la Huerta se le hizo la promesa de que volvería a la Presidencia,
ahora en un nuevo período de 4 años. Posteriormente le tocaría a
Calles ocupar el cargo de Presidente de México. Fácil, como un juego
de niños se repartían el País: “ahora te toca a ti y después a mí, ¿he?”
Ciertamente no era un juego de niños, ni siquiera un juego. Este grupo
integrado por gente sencilla, sin mucha preparación académica, pero
con grandes habilidades y mucha astucia, que había surgido al
escenario político en forma modesta a partir de la Revolución de 1910
y con más importancia a partir de la revuelta orozquista y del
levantamiento en contra de Victoriano Huerta; resultó ser un grupo
verdaderamente maquiavélico (con el perdón de Niccolo) y visionario.
A partir de varios triunfos que lo hicieron destacar y llegar a posiciones
estratégicas del nuevo gobierno, guiado por su jefe Álvaro Obregón, el
grupo supo hacerse respetar y urdir hábilmente un plan a largo plazo,
allegándose y utilizando a destacados intelectuales, primero para
posicionarse y luego para llevar a cabo la transformación por la que se
había luchado. Demostró en cada una de sus acciones que no “se
andaban por las ramas” para conseguir lo que querían, incluso la
“depuración” entre ellos mismos.

Adolfo de la Huerta, aunque brevemente, desempeña un


gobierno de verdadera transición. Logra conciliar a los diferentes
grupos y facciones, y momentáneamente los pacifica, prepara el
camino para el advenimiento de Obregón. Además, otorga una
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amnistía a Francisco Villa que había tomado Sabinas Coahuila para


presionar al su gobierno y lograr un armisticio. Villa depone las armas
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y en premio le otorgan la hacienda de Canutillo, cerca de Parral


Chihuahua, y suficientes recursos para que se retire “en santa paz”.
En materia cultural y educativa logra avances significativos, convoca a
elecciones, las cuales gana su compañero, jefe del grupo y amigo. El 1
de diciembre de 1920 toma posesión Álvaro Obregón como Presidente
de la República. Con el grupo Sonora y precisamente con el Gobierno
de Obregón, se inicia la consolidación de un grupo y un sistema
político que ya no dejaría el poder, y que prevalece hasta nuestros
días (solo que ya no en forma unipartidista). La personalidad de
Obregón es la de un verdadero caudillo, un hombre sumamente
inteligente y carismático, con una memoria privilegiada; era un tipo
simpático, con sentido del humor y un aura de semidiós por sus “ocho
mil kilómetros en campaña”. Con cinismo (con el perdón de Diogenes)
y tomándolo a broma reconocía que le gustaban los centenarios 4,
sobre todo los ajenos, y creía que en el medio político no había quien
pudiera resistir un “cañonazo de cincuenta mil” (mil centenarios).

Obregón inicia su mandato con una dualidad que, para bien y


para mal, marcaría el inicio del sistema que prevalecerá durante el
tiempo. Por un lado encarga la cartera de la nueva Secretaría de
Educación Pública a José Vasconcelos, quien impulsa la educación de
manera notable y promueve un desarrollo artístico y cultural
excepcional. Se preocupa por consolidar la identidad nacional y dar
participación y promoción a una pléyade de valores de excepción.
Impulsa el florecimiento de las artes, principalmente en el muralismo
con figuras como Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro
Sequeiros y el humanismo en todas sus expresiones. Por otro lado,
está la cara opuesta de la moneda; el manejo del poder a manera de
un caudillo que no paraba en miramientos ante nada ni ante nadie
para lograr sus fines. En estas condiciones, asocia a su grupo al
sindicalista Luís N. Morones, líder de la Confederación Regional
Obrera Mexicana, CROM, fundada por Carranza y antecesora de la
CTM que crearía Cárdenas en 1936. A partir de aquí, la CROM será
muy útil al gobierno como uno de tantos instrumentos que ha utilizado
el sistema para controlar y mediatizar al movimiento obrero. Lo ha
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4
Monedas de oro con valor de 50 pesos oro nacional, emitidas por Porfirio Díaz para conmemorar el
centenario de la guerra de independencia
hecho a través de líderes corruptos que han propiciado que el sector
de los trabajadores en México sea uno de los más desfavorecidos,
traicionando así uno de los principales postulados revolucionarios.

Otra de las grandes preocupaciones de Obregón y que también


es una constante del actual sistema, aunque de diferente manera; fue
el reconocimiento de su régimen por parte de los Estados Unidos. Por
lo que se entablaron pláticas con funcionarios del gobierno de los EU.,
Promovidas por Alberto J. Pani, Secretario de Relaciones Exteriores,
en un edificio por las calles de Bucareli, dando así nombre a los
tratados que de allí surgieron. Que en términos generales se
circunscribieron oficialmente a la formación de dos convenciones; la
primera para los reclamos de los ciudadanos norteamericanos por
daños sufridos durante las guerras de revolución de 1910 a 1920. La
segunda convención por las mismas causas pero de 1868 a la fecha,
excluyendo las anteriores, y un acuerdo extra oficial (de los llamados
por debajo de la mesa) que se centraba en que los gobiernos
“revolucionarios” se comprometían a mantener como letra muerta el
artículo 27 constitucional. Todo esto se acordó el 13 de agosto de
1923, logrando el reconocimiento de los EUA, 18 días más tarde.

Anticipándose a las mafias de Chicago, Obregón manda fusilar al


último jefe carrancista siempre fiel a don Venustiano, el general
Francisco Murguía. También, ese mismo año asesinan en Parral,
Chihuahua, a Francisco Villa. Y cuando deciden que el siguiente en la
Presidencia será Calles, Adolfo de la Huerta se levanta en armas en
Veracruz. Derrotado el ex presidente de la Huerta emigra a los EU.
Calles naturalmente es electo y toma posesión como Presidente de
México el 1 de diciembre de 1924.

Calles asume la Presidencia como un potencial estadista y,


contra todos los pronósticos no se convierte en alguien que puedan
manejar a su antojo los Estados Unidos y los intereses
estadounidenses. Es más, no respeta del todo la parte oculta de los
Tratados de Bucareli y reglamenta las concesiones petroleras, al punto
19

que el gobierno mexicano es calificado por los capitalistas


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conservadores estadounidenses, como bolchevique sin saber que


Calles tenía una cierta aversión al comunismo. Inicia la reconstrucción
del país dando un gran impulso a la infraestructura carretera. En
materia económica tiene la gran ayuda de Manuel Gómez Morín, con
quien funda en agosto de 1925 el Banco de México, una de las
instituciones que ha prevalecido con mayor seriedad e independencia
hasta nuestros días siempre que las circunstancias lo han permitido. El
gobierno de Calles se caracterizó por el fortalecimiento de las
instituciones post-revolucionarias, fue un gobierno inteligente.

Contrastan los inicios de un gobierno inteligente del Presidente


Calles con los arrebatos autoritarios del mismo Calles por la cuestión
religiosa. Por declaraciones a la prensa por parte de miembros del
clero que criticaban a su gobierno y llegaban a exigir nuevas leyes en
materia religiosa y de educación, en 1926 Calles, azuzado servilmente
por Morones el de la CROM, llegó a una situación ridícula, con los
auspicios oficiales para la creación de una Iglesia Apostólica
Mexicana, una iglesia “nacionalista” independiente de Roma. A pesar
de que la revolución y la Constitución de1917 habían consagrado el
Estado laico. Paradójicamente, por ignorancia y oportunismo, un
gobierno emanado de la “revolución”, aparecía ahora tratando de
establecer una Iglesia oficial. Tal era el grado de la costumbre al
paradigma del Estado confesional. Pero tal vez también porque sabían
que la Iglesia y la religión, siempre han sido un fuerte instrumento
político para la manipulación de las conciencias. (De otra forma no se
podría explicar tan aberrante medida).
Por declaraciones controversiales y acusaciones cruzadas en la
prensa por parte del clero y del gobierno, el Presidente reacciona con
el estómago y no con la cabeza. Ordena a todos los gobernadores
aplicar rigurosamente el artículo 130 constitucional cerrando escuelas
y culto religioso, por medio de una intolerancia religiosa a ultranza. Por
ambas partes se calientan los ánimos y se estimulan
irresponsablemente posiciones radicales y fanáticas. Se inicia una vez
más la lucha armada, (la Guerra de los Cristeros) pero ahora por
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causas religiosas; fue un enfrentamiento cruento, irracional, cargado


de fanatismo religioso y actitudes jacobinas intolerantes y
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revanchistas. Al igual que todas las confrontaciones violentas, la


Guerra Cristera ocasionó cientos de muertes y miles de víctimas
inocentes. El enfrentamiento no terminaría sino hasta 1929 con un
sinnúmero de bajas por ambos bandos, y mediante la conciliación del
gobierno interino del Presidente Emilio Portes Gil. Lo que es
paradójico y absolutamente incomprensible; es que después de haber
cometido un imperdonable error por parte de las autoridades
eclesiásticas de ese tiempo, actuando totalmente en contra de los
principios del cristianismo, ahora se quiera tratar como mártires a los
que ellos mismos mandaron al matadero imbuyéndoles un espíritu
fanático suicida y luego se les pretenda canonizar por la misma iglesia.

En 1927, el general Álvaro Obregón, decidió volver a presentarse


para la Presidencia de la República, manipulando previamente las
reformas constitucionales necesarias en acuerdo con el presidente
Calles y haciendo caso omiso del principio de no reelección por él que
se había luchado, asesinando además a sus principales oponentes.
“Ganó” las elecciones, pero fue asesinado a su vez por José de León
Toral el 17 de julio de 1928, mientras comía en un acto público que le
era ofrecido en el parque La Bombilla en San Ángel, al sur de la
Ciudad de México. Sin habérselo propuesto, de León Toral, fanático
religioso, cortó de tajo una nueva etapa del caudillismo mexicano,
eliminando a un nuevo dictador en potencia que, paradójicamente,
tenía una actitud hacia la Iglesia católica mucho menos radical que la
del propio Calles.
Por decisión del general Calles, la presidencia que dejó
Obregón, fue sustituida por el político tamaulipeco Emilio Portes Gil,
mediante su designación oficial por parte del Congreso, para que en
forma interina asumiera el poder Ejecutivo el 1 de diciembre de 1928,
período que terminaría el 5 de febrero de 1930. Emilio Portes Gil había
sido un excelente abogado y demostrado ser buen político, lo cual
puso de manifiesto durante el breve lapso que le tocó presidir la
República, actuando conciliadoramente, respetando el papel que
había asumido Calles como “Jefe Máximo de la Revolución”, pero sin
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descuidar su responsabilidad administrativa. Por su parte, Calles había


aprendido bien la lección del legado del Porfiriato y él también
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ordenaba que “mataran en caliente” a todo aquel que se le opusiera o


que pudiera representar un obstáculo; ejemplos sobran: ahí están los
asesinatos de Serrano y del general Gómez, previos a la elección de
Obregón. Incluso se especuló que el mismo asesinato de Obregón
pudiera haber tenido la misma factura. Este solo hecho y la forma de
ejercer el poder; lo alejan para siempre de la posibilidad de haber sido
uno de los estadistas que tanto necesitaba el país y lo ubican como
monarca absoluto, cliché que han querido repetir muchos de sus
sucesores, que ante la imposibilidad constitucional de seguir en la
Presidencia, al final transformaron el sistema en una virtual dictadura
de partido.

Por la experiencia última de Obregón, Calles se convenció de


que no era viable ni aceptable que procediendo como Porfirio Díaz,
mediante series de reformas constitucionales ad hoc, pudiera
perpetuarse en el poder como él lo hubiera querido. Muerto Obregón,
se niega a dejar el poder; pero para guardar las apariencias, se hace
designar "Jefe Máximo de la Revolución", para de esta manera seguir
controlando el poder, que sólo en la forma ejercerían los tres
subsecuentes "presidentes", convirtiéndose en el gran elector y por
ese medio seguir controlando el gobierno de la República en sus tres
poderes.

Después de todas las previsiones tomadas por el Maximato de


Calles para estabilizar la gobernabilidad, éste preparó hábilmente el
camino para la solución de uno de los grandes problemas pendientes,
tal vez el más grande de todos: el de las antiguas y nuevas facciones
de grupos armados en toda la República, que amenazaban con
encender, otra vez, la lucha cruenta generalizada en busca del poder
por el poder mismo. Surge así una medida política para lograr
consolidar el poder en el grupo llamado revolucionario, y darle a cada
facción o grupo de poder parte de éste, o la ilusión de tener acceso al
poder político pero sí al beneficio material que este conlleva y en esta
forma lograr que la actuación política del grupo fuera a través de un
partido político que los uniera e identificara a todos. Esta nueva
22

organización tendría el objeto de consolidar la hegemonía política,


para ser utilizada como pieza clave de un nuevo sistema político que
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tendría como misión salvaguardar y conservar el poder a toda costa.


Así, en 1928, es concebido por Plutarco Elías Calles el Partido
Nacional Revolucionario (PNR), que surge a la vida nacional en marzo
de 1929, durante la administración de Emilio Portes Gil, como el
primer antecesor del PRI.

El PNR se estrena con las elecciones presidenciales de finales


de 1929, en donde se enfrentaba el ingeniero Pascual Ortiz Rubio,
candidato de Calles y del PNR, buen político michoacano, a José
Vasconcelos, el ex Secretario de educación de Obregón, quien como
hemos visto, había hecho una magnífica labor en bien de la educación
y la cultura y por supuesto era el candidato de los intelectuales a
través del Partido Nacional Anti reeleccionista. Por supuesto, el Jefe
Máximo aunque reconocía su capacidad, no iba a permitir nunca que
un candidato opositor le ganase al partido de la revolución recién
inaugurado. Y después de una elección de resultados no muy claros y
muy discutidos, “ganó” el candidato del PNR. De ahí en adelante, sería
la misma historia en casi todas las elecciones presidenciales durante
los próximos 70 años. Se iniciaba así una maquinaria política
“invencible” que se decía democrática y que se adueñó del poder
político y del país, aliándose, como sistema, al poder económico de
muchos empresarios que veían en él el mejor instrumento de progreso
económico y “paz social”, en pocas palabras: el mejor negocio. Y
subyacentemente, aliado también al otro poder; el del alto clero de la
iglesia católica, (ya que no pudieron crear la propia), de la cual nunca
se han desligado y siempre practican tras bambalinas.
Los verdaderos orígenes del sistema político mexicano que
seguimos sufriendo los mexicanos debemos ubicarlos en el Porfiriato,
del cual es éste una autentica continuación, caracterizado por el
autoritarismo del partido único. Lo que significa de hecho, una
verdadera traición a la revolución que nunca fue y que tantas vidas y
sufrimiento costó al pueblo de México en su lucha armada. La mejor
prueba de lo anterior es que no solo la gran mayoría de los vicios e
injusticias que se dieron durante el Porfiriato y que fueron la causa del
23

movimiento armado ahora siguen prevaleciendo, agravados con males


peores; como la liga del sistema político con la delincuencia
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organizada.
De hecho y el mismo sistema político en muchos de sus grupos,
se ha organizado también de la misma forma que la delincuencia
organizada y con igual propósito; para explotar cotidianamente y por
múltiples formas al pueblo de México a través de miles de
concesiones, la mayoría otorgadas mediante la corrupción, pero todas
para explotar cotidianamente al pueblo de México. Otro ejemplo son
los trabajadores entregados al esclavismo sindical mediante la
clausula de exclusión en contubernio entre el sindicalismo corrupto y
los empresarios que lo utilizan, para señalar solo algunos entre
múltiples ejemplos, que han tenido como resultado la migración de
casi medio millón mexicanos que cada año arriesgan su vida
buscando en los EU., lo que aquí no pueden encontrar: mejores
condiciones de vida y un futuro digno para sus familias.

Increíblemente y a pesar de las primeras elecciones


presidenciales ganadas por “la oposición” en el 2000, este mismo
sistema político perdura hasta nuestros días con todos sus vicios
ahora magnificados porque la oposición, que por decisión democrática
del pueblo de México tomó el poder; ha traicionado a su pueblo
dejando intacto el sistema político mexicano, y a sus peores
exponentes, aliándose con los más viles, que han sido origen y causa
de todos los males y el atraso que sufre nuestro país, sumido
actualmente en la injusticia, la inseguridad, la corrupción y la
impunidad. Una situación peor a la que privaba antes de la revolución
de 1910, ahora agravada constantemente por la falta casi absoluta de
autoridad, nulificando al Estado de derecho.

Los nuevos gobernantes, tanto el nuevo Presidente, electo en el


2000 que aportó para la antología política el concepto de “La Pareja
Presidencial”, así como el actual presidente, de una manera
inexplicable, que lo menos que denota es ingenuidad, trataron de
congraciarse con el sistema y se aliaron con figuras de muy negro
historial pensando que serian guiados por ellos en los laberintos de la
política nacional y los habilitarían en las “artes” electorales para ganar
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elecciones “democráticamente”; curiosamente sin importarles mucho


los procedimientos éticos que su partido en un principio defendió; sin
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darse cuenta que en realidad se los estaban engullendo. Faltando así


a su único compromiso que es con la Nación y con nadie más. Aquí se
repitió otra vez, aunque en diferentes circunstancias y consecuencias,
la misma historia, el mismo error que Madero cometió en 1910.

Por lo tanto también en este caso como en el de la


independencia de México no hay mucha razón para celebrar.

¿Qué celebraríamos? ¿Cien años perdidos?

San Pedro Garza García septiembre del 2010


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