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"Crítica de la razón cínica",

de Peter Sloterdijk (apuntes)

Sloterdijk define el cinismo como una falsa conciencia ilustrada, la conciencia de quienes se dan
cuenta de que todo se ha desenmascarado y pese a ello no hacen nada, viendo cómo los
demás siguen empeñados en "sostener y no enmendar" trasnochadas ideologías. El cinismo difuso
que impregna la civilización occidental se caracterizaría por la huida de quienes, siendo conscientes
del callejón sin salida en el que se encuentran las sociedades actuales, prefieren sobrevivir y
subsistir, que no vivir, tomando los últimos rayos de Sol en un desvencijado tonel (Diógenes de
Sinope) antes que mezclarse con el manso y adoctrinado rebaño de la civilización.

¿Cómo se han convertido en cínicos los ilustrados?

El cinismo es consecuencia del fracaso de las diferentes teorías críticas que se han sucedido a lo
largo de la historia, las cuales combatieron las falsas conciencias del enemigo por tal de mejor
legitimar sus conciencias verdaderas. El ilustrado se ha dado cuenta, en definitiva, de que toda
teoría que a lo largo de la historia pretendió legitimar su verdad no pudo evitar la cosificación de la
conciencia enemiga. En este sentido, Sloterdijk señala a la crítica ideológica marxista como la que
con mayor deshumor ha cosificado la conciencia enemiga (falsa conciencia en su parecer).

Las teorías críticas a lo largo de la historia.

En su magnífico ensayo "Crítica de la razón cínica", Sloterdijk nos explica que tras reconocer Kant
el fracaso de la razón pura para responder a las cuestiones radicales de la vida, la filosofía se
sumergió en un desesperanzador nihilismo. La razón pura, la lógica racional y el cientifismo
positivista, como bien señaló Kant, no podía dar respuestas a las cuestiones metafísicas más
transcendentales (Dios, existencia, muerte...). Así, que desde que Nietzsche certificara la muerte de
Dios, el pensamiento occidental, con Heidegger al frente, ensayó la búsqueda del sentido del ser por
vías alternativas a la teología y el cientifismo. Pero la última metafísica occidental obcecada
en desvelar la verdad desnuda del ex-sistere también fracasó. Heidegger acabó reconociendo que
solo un dios podría salvar al hombre.

Sin embargo, antes de que Heidegger quemara las últimas naves de la metafísica con "Ser y tiempo"
en la búsqueda del sentido del ser, un joven y brillante William James (se le atribuyó un CI superior
a 200) escribió un lúcido y pragmático ensayo titulado " La voluntad de creer". Venía a decir James
que no era tan importante el "creer" como el "desear creer", es decir, lo importante no era tanto
estar seguro de una verdad absoluta como el tener la firme voluntad de creer en dicha verdad.
La razón se convertía, así, en instrumento y se orientaba a un fin último pragmático, consistente
en facilitar la vida y, por tanto, destinado a la consecución de la felicidad. No deja de resultar
paradójico que James, una de las mentes más brillantes de su tiempo, legitimase, razón mediante,
la sagaz observación de Freud: "Hay dos maneras de ser felices, una es hacerse el idiota, y la otra es
serlo".
Cuando un intelecto superior reconoce que la única manera de ser feliz es no siendo en exceso
inteligente, o racional en todo caso, nos está diciendo claramente que la inteligencia no proporciona
la felicidad, sino al contrario, nos aleja de ella. Por eso el psicólogo William James aceptó una verdad
instrumental, no absoluta, por tal de sanar y proporcionar felicidad a los hombres: si creer en Dios
proporciona la felicidad, ¿por qué no utilizar terapeúticamente la voluntad de creer?
Freud, de hecho, también utilizó el psicoanálisis como una verdad instrumental, no probada
científicamente, pero sí susceptible de validarse a través de sus resultados, es decir, a través de la
capacidad demostrada para proporcionar bienestar y felicidad.

Los críticos de la razón instrumental

Antes de que Sloterdijk señalara el negativismo del pensamiento defensivo (cripto-budista) de


quienes criticaron este racionalismo instrumental, nuestro genial Unamuno, en su "Del sentimiento
trágico", ya se encargó de enmendarle la plana, como solía gustar, al pragmático William James. ¿De
verdad le vale a nuestro yo individual y atormentado, al menos para mitigar su angustia existencial,
autoengañarse conscientemente? ¿Era factible, de hecho, construir una conciencia a partir de
buenos deseos?

Pues sí, las corrientes románticas más sensibles y preocupadas por la estética más que por la ética,
ebrias de poesía irracional, acabarían legitimando un nuevo pensamiento defensivo encargado de
desenmascarar las falsas conciencias del tradicional pensamiento racional. Así, las
actuales corrientes filosóficas y, sobre todo, psicológicas (Gestalt transcendental, psicología
positiva...) han articulado sus teorías en torno al ser humano proponiendo una
nueva espiritualidad; un nuevo pensamiento alejado de la necesidad de ostentar el poder. Los
misticismos más peregrinos, de inspiración oriental, han inundado la vida occidental, intentando
ocupar el vacío que dejaron las vías más racionales (razón pura) y religiosas (monoteísmos
tradicionales).

La razón ilustrada, inteligente y sagaz, verá, sin embargo, la paradoja inherente a este nuevo
pensar, el cual tan solo transmutará valores, es decir, aspirará a convertir la falsa conciencia del
enemigo en lo que ellos considerarán conciencia verdadera. Así, descubiertas y puestas a la luz las
falacias del marxismo, lo cual significó tanto como poner al descubierto la falsa conciencia que dicha
ideología había logrado insertar en el subconsciente colectivo de las masas, se hicieron necesarias
nuevas propuestas; nuevas revisiones del marxismo primigenio. Y es que, como bien dice
Sloterdijk: "Una cultura neopagana que no cree en una vida después de la muerte tiene
consiguientemente que buscarla antes de ésta". Y añado yo: y las culturas neopaganas deberán
buscar una nueva vida (esperanza) como sea, y con la dosis de creatividad que fuere. Porque ya no
importa la verdad universal y absoluta de nuestros padres, sino la verdad inventada e ilusionante
de nuestras madres.

Y es que, si se analiza concienzudamente, el marxismo pecó de la misma instrumentalidad que éste


le criticara a las pragmáticas y deshumanizadas sociedades capitalistas, porque allí donde otrora se
defendió la voluntad de creer en un Dios, el marxismo impuso la voluntad de creer en una sociedad
utópica socialista. Dicha consecución del socialismo utópico, significaría, por supuesto, alcanzar la
felicidad para la humanidad; aquella misma felicidad que William James pensó que podría alcanzar
la humanidad a través de la voluntad de creer en un Dios, o en una religión.
Eso sí, el marxismo se cuidó mucho de llamar justicia a su particular visión o modo instrumental de
poder alcanzar la felicidad.

De la misma manera que hiciera el marxismo (trocando valores y transmutando unas conciencias
falsas por otras nuevas) hicieron las nuevas corrientes psicológicas más sugestivas (hipnosis,
psicoanálisis, psicología positiva...) y los misticismos más espiritualistas (budismo, tao...).
Todas las teorías críticas de la postmodernidad parten de una misma raíz o punto en común: crear
nuevas y verdaderas conciencias, es decir, crear nuevos fieles y adeptos a nuevos proyectos y formas
de vida.

Allí donde antes hubo un creyente en Dios y en la razón, ahora encontraremos a un creyente en el
socialismo, en el budismo, el taoísmo, o en el psicoanálisis.

Pero no pueden haber fieles creyentes si primero no hay voluntad de creer, es decir, si primero
no se construyen los sólidos cimientos de una nueva conciencia que pueda ser inserta en el
subconsciente colectivo y, al tiempo desenmascare y deslegitime a la falsa conciencia heredada
por la historia y la tradición. Y para tener "conciencia de" algo nuevo, primero hay que sufrir las
circunstancias que configuran nuestra realidad, nuestro entorno vital y social para, después,
someterlas a crítica.

Sostiene Sloterdijk que para ser un gran crítico, o creador de grandes teorías filosóficas, es necesario
sentir las heridas del ex-sistere; es necesario ser un sufridor y sentir el dolor que nos infligen
nuestras circunstancias.

La crítica es el trabajo al que se obligan aquellos que son los primeros en sentir el dolor de una
época (pioneros de su tiempo); es la ingrata labor que realizarán los espíritus más atormentados por
tal de señalar las heridas de una sociedad y buscar su curación.
Si la modernidad nos abocó al nihilismo existencial, la postmodernidad, una vez certificada y
consensuada la muerte de Dios, se dedicará a transmutar las otrora verdades eternas y universales
por verdades que serán reveladas por los críticos de turno, que no por Dios.

La teoría crítica marxista.


El dolor de toda una época, la época de la revolución industrial y el auge del capitalismo, fue sentido
por Marx y Engels; y ese dolor que sintieron despertó la necesidad de la crítica, y la crítica se encargó
de crear, mediante una razón instrumental denominada materialismo dialéctico,
una nueva conciencia: la conciencia proletaria.

Así, la dialéctica hegeliana fue utilizada por Marx para llevar a cabo lo que podríamos considerar la
primera importante deconstrucción de la historia; una reinterpretación de la historia a través de la
negación de unos valores tradicionales y la reivindicación de otros valores de nuevo cuño, más
acordes con el sentir o dolor, como se prefiera, de la época en curso.
Pero la historia siguió fluyendo, transcurriendo linealmente hacia un hipotético final que algunos
se obstinan en negar, pues reconocer que hemos llegado a un punto final en la historia de la
humanidad sería tanto como prescindir de la necesidad de seguir luchando, haciendo y creando.
Sería tanto como aceptar la autoinmolación vital a la que nos insta el nihilismo desesperanzador en
el que está angustiosamente inmersa la ilustración cínica.

Las teorías críticas herederas del marxismo (deconstructivismo y feminismo)

Por eso, para evitar una resignada autoinmolación vital, los que todavía se obligan a creer y no
aceptan que hayamos llegado al punto y final de la historia de la humanidad, vuelven a revisar la
propuesta marxista y vuelven a crear alternativas, que será tanto como volver a reinterpretar la
historia y la esencia humana, a través de nuevas teorías.

La dialéctica de la lucha de clases será revisada y sometida a una crítica constante, dando paso
a nuevos críticos y a la construcción de nuevas conciencias deseosas de señalar nuevas heridas
sociales y, por tanto, obstinadas en proponer nuevas curas para dar un nuevo sentido a la
humanidad.

La dialéctica ilustrada de Theodor Adorno (Escuela de Frankfurt) supondrá, de facto, una revisión y
actualización de la dialéctica de clases. Esta obra realizará una deconstrucción metódica (una nueva
interpretación) del espíritu ilustrado, al que se le criticará haber hecho
coincidir razón con autoridad, es decir, se le acusará de haberse servido de la razón para dominar a
los individuos e impedir su liberación. La lucha de contrarios, ahora, en vez de centrarse en
burgueses vs proletarios, se centrará en el dualismo liberación vs dominación. Se criticará,
paradójicamente, a la razón instrumental, acusada de crear verdades históricamente al servicio de
los intereses de las clases dominantes, es decir, se le acusará de crear falsas conciencias.
El descubrimiento de esta nueva lucha, o nuevo enfoque, legitimará las reivindicaciones de cualquier
minoría o grupo social que se sintiese reprimido a lo largo de la historia.

A partir de la Escuela de Frankfurt, y sobre todo de la obra de Adorno, aparecerían nuevas


deconstrucciones de la historia (interpretaciones al cabo, también susceptibles de legitimarse a
través de razones instrumentales) que culminarían con el deconstructivismo de Jacques Derrida.
El feminismo, de hecho, reivindicará su conciencia verdadera frente a la falsa conciencia del
tradicional patriarcado, identificado éste con una razón ilustrada tradicionalmente al servicio de la
autoridad dominante que no permitía la liberación de la mujer.

Conclusiones:

Pero como bien apunta Sloterdijk: "Toda teoría sensible, crítica con la razón, es algo sospechoso.
Efectivamente, sus fundadores, y Adorno en primera línea, tenían un concepto de lo sensible
reducido en sentido exclusivo, se fundamenta en una actitud de reproche, mezcla de sufrimiento e
ira contra todo lo que tiene poder".

Sloterdijk ve en Adorno al padre de una nueva forma de pensamiento negativo; un pensar


emocional y estético que arremeterá contra la razón, por considerar a ésta como una herramienta
de la ilustración al servicio de los poderosos y de las clases dominantes. En la dialéctica ilustrada y
la dialéctica de la negación de Adorno, percibirá Sloterdijk la negatividad implícita en las corrientes
sensibles y estéticas del actual pensamiento occidental que se muestran críticas con la razón, ebrias
de connotaciones cripto-budistas y caracterizadas por un pensar defensivo: un pensar de
resistencia frente al poder, un pensar orientado a un saber que no ansiará el poder; un pensar que
solo podrá provenir de la madre, en tanto el mundo varonil, del padre, ha sido tradicionalmente el
que legitimó la autoridad de los poderosos cercenadores de libertades.

La lucha entre conciencias está servida; las diferentes ideologías en pugna se enfrentan en un nuevo
campo de batalla donde ganará quien mejor deslegitime al contrario sin pegar un solo tiro, sin verter
ni una sola gota de sangre; ganará quien mejor logre despojar de esencia al enemigo, es decir, quien
consiga hacerle creer al contrario que su conciencia es la falsa y la de su oponente es la verdadera.
Y en una batalla que se desarrollará desde la aceptación de un apriorístico relativismo ético y moral
será inevitable hacer uso y abuso de falacias (ad hominem, prejuicios...) será inevitable tergiversar
la historia reinterpretándola al gusto del consumidor de una determinada verdad. De hecho, el
deconstructivismo a través del cual se legitima el feminismo es pura hermenéutica, mera
interpretación subjetiva de una "parte de" con respeto al todo que es la humanidad.
Como bien señala la pensadora María Teresa Zubiaurre, el feminismo no puede aceptar el final de
la historia, en tanto a dicho movimiento todavía no le ha sido dada la posibilidad de hacer prevalecer
su verdadera conciencia frente a la falsa conciencia del patriarcado. Por eso, según la autora, el
feminismo se vuelve astuto y su lema ya no es la solidaridad femenina, ni el abierto antagonismo
con el hombre, sino el justo acceso al poder para colonizar un centro de concordia a través de una
premeditada corrección política.

Al final, se repite la eterna paradoja de la historia, la cual acaba desenmascarando a


aquellos movimientos que a través de un pensamiento defensivo decían no desear ostentar el
poder (propio de la razón ilustrada patriarcal) aunque finalmente terminan buscándolo y
doblegándose a los dictados de la falsa conciencia que decían rechazar.

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