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Capítulo 2
LA C IU D A D C O M O A G E N T E DE C IV ILIZA C IÓ N ;
C. 1 2 0 0 - C. .1 5 0 0
.murallas y pilares y nunca se vio una dudad más sólidamente empla- ·-.
zada... Nunca se contempló un panorama más bello. Había veinte
torres construidas de brillante piedra. En el centro de la dudad otra
orre atraía la mirada. En la punta de su parte más alta se alzaba una
ella bola de oro traída del otro lado del mar; en ella habían coio
do un rubí que lanzaba destellos y brillaba con esplendor seme
jante al del sol nádente. En las noches oscuras, y esto no es mentira,
i podía perdbir su fulgor desde cuatro leguas de «Estancia. A un
lldo se hallaba la costa, al otro el torrendal río Aude, que llevaba a n
ids habitantes de la ciudad todo lo que podían desear. En ios gran
dfcs navios que allí andaban, los mercaderes llevaban a la ciudad tan
tas riquezas que nada faltaba de lo que puede ser agradable^ al hom
bre. El rey contempló la ciudad y su corazón la codicio .
Todo el pensamiento del hombre de la Alta Edad Media se evi-
denda en este párrafo: el pfStigio dedls m rffc ;'^ d r
los sólidos edifidos, la seducdón de las líneas vernales que pueden
contemplarse desde lejos, el lujo brillante y coloreado de los orna
mentos, la prodigalidad de bienes. El sueño urbano de los guerreros
ocddentales dé la Alta Edad Media se convierte finalmente en reali
dad con el saqueo y pillaje de Constantinopla en 1204.
Debido a todo esto, k vida urbana no sufrió un e d ip se t.ptal en
la Alta Edad Media. No fueron solamente las islas de vida urbana y
espedalmente las sedes episcopales las que mantuviéron la contmm-
dad de la realidad y dd ideal urbanos; Lewis Mumford indica que,
si, bienmara..dotas gentes deiaiLdad Media y de épocas posteriores
(san Bernardo por ejemplo) d daustro fue una antidu a , un e
sierro, de hecho, el monasterio de la Alta Edad Media era en el
fondo una nueva dase de dudad. El famoso plano de St. Gal!, que
data del siglo ix, es en realidad el plano de una ciudad. Aunque el
impulso proviniese de algún otro factor, especialmente dei renaci
miento comerdal del exterior, en numerosas ocasiones las ciudades
medievales tuvieron su origen en el desarrollo de un monasterio
- S t Riquier, Fulda o Deutz, donde d abad Ruperto escribía cop
predsión e indignado pesar acerca dd paso dd estado monástico a
urbano—. "El monasterio -d ic e Lesos M um ford- era cnrealtdad
una n u e ,i dase de jW ri": en efecto, en los elaus.tos descubre aq -
líos aspeaos de la organización y puntos de vista que caracterizan
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1. Debe hacerse notar que en los siglos xi y xn, y en comparación con la inseguridad
del campo abierto o del bosque, el castillo ofrecía un refugio seguro de carácter semejante aS
de la dudad. M uchos de ios testes que se mendonan asedan castillo y dudad: en algunos
aspectos el castalio, al igual que el monasterio, prcnguraDa un modelo uroano.
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se Había adueñado de éL
Como ejemplo de este fenómeno social podemos tomar en consi
deración dos festivales que provienen dd folklore urbano de la Baja
Edad Media. En Tarascón se celebra d festiva! de la “Tarasca”, en
el que Lotus Dumont reconoce a “la bestia epónima, protectora de la
comunidad.... asociada con la gran cabalgata local de los gremios de
comerciantes’ . En Londres tenía lugar la gran exhibición del Lord
Mayor, en la que los gremios sacaban en procesión sus figuras de
carnaval; un documento de 1417 parece referirse a esta antigua cos
tumbre.
Pero las ciudades obtenían dd campo no sólo hombres, sino
también productos. Aunque no se puede decir cuál es el motivo que
lo determinó, sabemos que se produjo una gran expansión del sector
rural, el cual desde d siglo x y durante todo d siglo xi, amplió el
área cultivada y multiplicó, los cultivos. El renacer de las ciudades,
aunque no pudo ser d determinante de este crecimiento, debió pro
porcionarle un irresistible impulso, ül arado disimétrico, la mejora
de los arreos, la utilización de caballos para arar y la rotadón de tres
cultivos, todo contribuyó al ritmo dd crecimiento urbano. La dudad
medieval consumía d cereal que d campo producía y también com
praba su vmo y los productos que necesitaba para la indiistria,. espe
cialmente para obtener tintes. En d siglo xm, por ejemplo, Amiens
contribuyó a que la Picardía se cubriese de campos de glasto, y en d
siguiente siglo Toulouse hizo lo mismo en d Lauragais y el Albi-
geois. Roger Dion ha demostrado de qué modo, en París, d comer
cie de vinos se incrementó a la par que d credmiento de la dudad.
Un cunoso texto de I 3 30 presenta a Montpellier en el centro de un
mar de viñedos que se extendían en oleadas y obligaban a que el cul
tivo dd trigo se alejase más y más, hasta d punto de que la dudad
tuvo que importarlo en cantidades credentes. Antonio Petino ha de
mostrado de qué modo d azafrán conquistó las colinas de la Toscana
en San Gimignano, Yolterra y los alrededores de Lucca, mientras
que en el siglo xiv conquistó las Marcas, los Abruzzos, Lombardía,
Aragón, Cataluña y d Albigeois. Dos sectores de la economía red-
bieron un ímpetu espectacular gradas a la demanda urbana: d co-
merdo de telas y la construcdón.
Como centros de consumo y como mercados, para la distribu-
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París, este gremio fue dominado por ios maestros; en otros, por
ejemplo Bolonia, por los estudiantes. El gremio tenía sus propios es
tatutos, privilegios y sello, y (aunque esto se adquiría con gran difi
cultad). derecho de huelga. Algunos de los maestros vivían de lo que
les pagaban los estudiantes, con lo que se ganaban la acusación de
los tradidonalistas de ser 'Vendedores de palabras y también de sa
crilegio, ya que "el conocimiento, ese don de Dios, no puede ser
vendido". Otros vivían de benefidos edesiásticos, mientras que en
algunos centros comerdales los salarios eran propordonados por las
autoridades públicas. Bolonia, Ñapóles, Vercelli, Salamanca, Angers
y Toulouse fueron los prindpales centros universitarios duda danos,
fundados, con fortuna varia, en la primera mitad del siglo xm. Sur
gió así una nueva y poderosa figura, la del graduado. Fue la segunda
de las aristocradas creadas por la dudad medieval, para contrapo-
^nerias a la nobleza de nadmiento y de sangre. Tras y casi junto al
patridado de la dudad, fundado en primer lugar sobre la riqueza, es
tuvo la élite intelectual, creada por el éxito en el examen: ios manda
rines universitarios.
Los éxitos del nuevo modelo urbano fueron tales que, gradual
mente, los grupos más extraños e induso los más hostiles a la dudad
se adhirieron a él Así, para los más brillantes de sús noviaos, los ds-
teraenses fundaron tin colegio-en 1245 junto a la-universidad de Pa
rís, el Collége des Bernardas.
Aunque la enseñanza era prinapalmente verbal, el nuevo gremio
multiplicaba los libros, que constituían sus herramientas, y pronto és
tos fueron objeto de un importante comerao. Se inventaron nuevos
procesos que hadan posible ima copia más rápida (lapeda) ; de ser un
objeto casi sagrado, el libro se convirtió en tina herramienta de tra
bajo; y se produjo un gran incremento en el número de los libreros
(ilationarii) reladonados con las universidades. De todos modos, los
libros seguían siendo caros. Esto constituyó siempre una grave difi
cultad para la difusión de la universidad y de la cultura urbana.
Pero la verdadera influenda cultural de la dudad se hallaba a un
nivel más elemental que el mendonado; en efecto, no hay que olvi
dar que por debajo de la universidad se hallaban las escuelas —lo que
actualmente se denominan escuelas primarias y secundarias, si bien a
menudo las universidades desempeñaban el papel de estas últimas—,
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niveles, aun cuando los humanistas creían que el campo debe comple
mentar a la ciudad, como bacía la villa respecto al palacio, y el par
que respecto a la plaza del mercado.
La imprenta, el vehículo del humanismo, fue asimismo una téc
nica relacionada íntimamente con la dudad. Cuando, en 1470, Gui-
llaume Fichet feliataba ai prior de la Sorbona por haber hecho im
primir las cartas de Gasparino de Bérgamo, que formaron el primer
libro que se imprimió en París, deda: “Esas gentes que hacen libros,
a quienes habéis traído a esta dudad desde su propio país, Alemania,
producen libros extraordinariamente bien hechos, que siguen perfec
tamente d texto que se les ha propordonado... Merecéis, pues, el
mismo encomio que Qusntilius [sic]... por haber devuelto a Gaspa
rino su dulce elocuenda y haber así estimulado a la gran mayoría de
las nobles mentes de esta dudad que sienten disgusto por la barbarie,
permitiéndoles gustar y beber diariamente en el manantial de una
elocuenda más dulce que la miel”.
Tal vez el más importante camino por el cual la burguesía ur
bana difundió su cultura fue el de la revolución que efectuó en las ca
tegorías mentales del hombre medieval.
La más espectacular de estas revoluaones fue, sin duda, la con
cerniente ai concepto y medida dei tiempo. ;.·■■-·:-
El tiempo, en la Alta Edad Media, estuvo ligado estrechamente
al reloj de la iglesia. Éste era litúrgico, seguía el mundo natural y se
basaba sobre puntos naturales y fijos del día: la salida y la puesta del
sol; era a la vez religioso y rural.
La necesidad de regular el tiempo de trabajo indujo a 1a dudad,
antes que nada, a exigir campanas espedales para la pobladón laica
de la dudad, y ello condujo a la construcdón de máquinas e instru
mentos que dividían el tiempo en pordones igual« y fijas: relojes de
pared y de bolsillo, que se basaban en las horas.
En Toumai, por ejemplo, ya en 1188, los burgueses señalaban
orgullosamente, entre los privilegios que les garantizaba el rey Felipe
Augusto de Francia, el derecho a tener una campana “en la dudad,
en un lugar apropiado”, la cual debía sonar “para la satisfaedón de
los dudadanos y para los negodos propios de la dudad”.
En lo referente a los relojes mecánicos, Cario Cipolla dice que
los prim er« aparederon en Milán (San Eustorgio) en 1309, en la
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B ibliografía
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Capítulo 3
PAU TAS Y ESTRUCTURA DE LA DEM ANDA,
1000-1 500 *
por R ic h a r d R oehl