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4007095 - Medieval (Astarita) -19 cop

Capítulo 2

LA C IU D A D C O M O A G E N T E DE C IV ILIZA C IÓ N ;
C. 1 2 0 0 - C. .1 5 0 0

por J acques L e G off

La oposición erare campo y dudad comienza en el


momento en que se pasa de la barbarie a la dviliza-
ción.
K arl M arx , L a ideología alemana

En la antigua Greda y espedalmente en Roma, la verdadera di­


cotomía que yada en el corazón del mundo cultural grecorromano
era precisamente la existente entre ciudad y campo. Y no es que la
evidente primada que el hombre dvilizado concedía a la dudad,
frente a la barbarie del campo, carea ese de opositores; desde V arrón
a Columela, desde Catón a Virgilio, desde Cicerón a Pala dio, filóso­
fos, poetas y tratadistas de agricultura estuvieron de acuerdo con la
vieja idea latina de que sólo en el campo existen virtudes. Pero la an­
títesis urbanm-rmticus fue un legado lingüístico para los hombres de
la Edad Media; y la Cristiandad, hija de las colonias judías y grie­
gas, y por lo tanto esencialmente ciudadana, reforzó el prejuicio con­
tra el campo al convertir al campesino (paganas) en pagano, el re­
belde contra la palabra del Dios cristiano.
A pesar de las apariencias, esta oposición no reaparece en el Oc­
cidente medieval, o por lo menos lo hace sólo parcialmente, cuando
el renacimiento urbano, que comenzó en el siglo xu, fue acompañado
por la rcvitaiizadón de textos literarios y legales. Los poetas goliar-
LA CIUDAD COMO AGENTE BE CIVILIZACION 79

dos, producto de las ciudades y de la cultura de ia antigüedad, se -


iburlaban de los campesinos como si fueran algo asi como demomos
Rústicos. La Declinado rustid, de la Alemania del siglo xm, daba seis
lignificados para la voz “ campesino —villano, rústico, diablo, la­
drón, bandido y saqueador—; y en plural —miserables, mendigos,
epbusteros, bribones, gentuza e infieles— Hay un eco αε esto ea
Venecia, “la dudad triunfante’ según ia describe Commynes, en u
pjjema anónimo del siglo xv titulado El alfabeto ael villano, que con­
cluye didendo: “nosotros somos las heces del mundo ,
' Pero en la Edad Media la oposición fundamental se estableo®
entre ciudad y desierto. "En torno a la dudad nabia todo un mundo
ordenado, habitado y cultivado, que incluía ciudad y campo. ül de­
sierto era lo no cultivado y salvaje; es decir, el bosque, üd el am­
biente eclesiástico y religioso ía distinción entre los mundos urbano
y eremítico era igualmente fundamental. Ya en el siglo iv, san Mar­
tín de Tours, según nos cuenta Sulpidus Severas, abandono su sede
episcopal urbana cuando sintió ia necesidad de vivir en la soleuad
del yermo; para él, esto significaba un monasterio en medio del bos­
que, donde pudiera recuperar su energía espiritual.
Por otra parte, para toda una serie de gentes tradicionalistas, la i.;.;'
a
dudad, en lugar de ser un lugar que proporcionaba servicios y fac it
taba la comunicación, era un nido de iniquidades, una recreación de
la antigua Babilonia. ¿Acaso no fue la primera dudad una creación
de Caín? (Génesis, IV, 17.) La ciudad llevaba pues el estigma da
primer pecador. En Deiitz, ciudad gemela de Colonia, el gran abad
Ruperto,.a principios del siglo xii, establecía el contraste entre ’aín
y los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, que no construyeron ciu
dades ni castillos, sino que huyeron de las ciudades y vivieron _n
chozas, y construyeron lo contrario de una ciudad o un castillo, un
altar para honrar a Dios". . ,,
- Un siglo más tarde, hada 1210, Gervasio de Tiibury, un mgies
que fue mariscal del emperador Otón IV de Brunswick, recordaba
en su Oda Impendía el exea able linaje de b primera ciudad, donde
dos cosas fueron impuestas a sus baratantes: ia económica e¿ u
vento de los pesos v medida', mar , - abe ror b inoceoca de ios in-
tetcam biospreuiV .;- - ·, o i n i b b m alias, que sustituyeron
1/19
la segragacb-n . ^ ' c ·.
80 LA EDAD M EDIA

Nadie estigmatizó tan rudamente a la dudad, como instrumento


de pcrdidón, como san Bernardo, quien en el siglo xn iba a París
para tomar consigo algunos estudiantes de la escuela de la dudad y
llevarlos a la escuela del claustro, donde podrían alcanzar la salva­
ción: “Huid del polvo de Babilonia, huid y salvad vuestras almas .
Pero en aquel mismo tiempo, en París, otras gentes soñaban con
un modelo urbano que se halaba en el extremo opuesto en el sistema
de valores cristiano: Jerusalén. Y así Felipe de Harvengt, prior de la
abadía premostratense de Bonne-Espérance, deda: “Conducido por
el amor al estudio, te encuentras ahora en París, y asi has hallado la
Jerusalén por la que tanto tiempo suspiraste. Es el hogar de David...
del sabio Salomón”.
El crecimiento de las dudades a lo largo del siglo xn parece ha­
ber exacerbado ía sensibilidad de-los hombres respecto a ellas. Mien­
tras que aquellos que se sentían atraídos por la sodedad y la cultura
tradicionales las fulminaban, la fuerza atractiva de las ciudades ac­
tuaba aún más poderosamente. Payen Bolotin, un sacerdote de
Chartres, se indignaba cuando veía que induso los ermitaños pene­
traban en las dudades.
i
En la Alta Edad Media se produjo un eclipse de las dudades;
según M aui i do ~Lombardo, hubo una anemia urbana que fue
acompañada por una “anemia monetaria”. Los centros de midativa
cultural no fueron ya las dudades, sino los monasterios y el palacio
real —este último itinerante, a pesar del intento de Carlomagno de
establecerlo en Aquisgrán—.
Pero la Alta Edad Media no fue un período enteramente nega­
tivo, puesto que el modelo urbano seguía siendo atractivo. Las du­
dades siguieron constituyendo un escondrijo de tesoros; lugares
donde se amontonaban riquezas en edifidos y adornos, lugares que
ofrecían fabulosos botines a la codida de la nádente dase caballe-
~ “ andón de Rolando se expresan crudamente los deseos

f .a riqueza de España por Carlomagno es devorada.


,Los castillos conquistados y la ciudad desflorada.

caigAimery -de Narbona presenta a Carlomagno contemplando


léydc.nna:colina la ciudad de Narbona: “ Estaba bien protegida por
LA CIUDAD COMO AGENTE DE CIVILIZACIÓN
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.murallas y pilares y nunca se vio una dudad más sólidamente empla- ·-.
zada... Nunca se contempló un panorama más bello. Había veinte
torres construidas de brillante piedra. En el centro de la dudad otra
orre atraía la mirada. En la punta de su parte más alta se alzaba una
ella bola de oro traída del otro lado del mar; en ella habían coio­
do un rubí que lanzaba destellos y brillaba con esplendor seme­
jante al del sol nádente. En las noches oscuras, y esto no es mentira,
i podía perdbir su fulgor desde cuatro leguas de «Estancia. A un
lldo se hallaba la costa, al otro el torrendal río Aude, que llevaba a n
ids habitantes de la ciudad todo lo que podían desear. En ios gran
dfcs navios que allí andaban, los mercaderes llevaban a la ciudad tan­
tas riquezas que nada faltaba de lo que puede ser agradable^ al hom­
bre. El rey contempló la ciudad y su corazón la codicio .
Todo el pensamiento del hombre de la Alta Edad Media se evi-
denda en este párrafo: el pfStigio dedls m rffc ;'^ d r
los sólidos edifidos, la seducdón de las líneas vernales que pueden
contemplarse desde lejos, el lujo brillante y coloreado de los orna­
mentos, la prodigalidad de bienes. El sueño urbano de los guerreros
ocddentales dé la Alta Edad Media se convierte finalmente en reali­
dad con el saqueo y pillaje de Constantinopla en 1204.
Debido a todo esto, k vida urbana no sufrió un e d ip se t.ptal en
la Alta Edad Media. No fueron solamente las islas de vida urbana y
espedalmente las sedes episcopales las que mantuviéron la contmm-
dad de la realidad y dd ideal urbanos; Lewis Mumford indica que,
si, bienmara..dotas gentes deiaiLdad Media y de épocas posteriores
(san Bernardo por ejemplo) d daustro fue una antidu a , un e
sierro, de hecho, el monasterio de la Alta Edad Media era en el
fondo una nueva dase de dudad. El famoso plano de St. Gal!, que
data del siglo ix, es en realidad el plano de una ciudad. Aunque el
impulso proviniese de algún otro factor, especialmente dei renaci­
miento comerdal del exterior, en numerosas ocasiones las ciudades
medievales tuvieron su origen en el desarrollo de un monasterio
- S t Riquier, Fulda o Deutz, donde d abad Ruperto escribía cop
predsión e indignado pesar acerca dd paso dd estado monástico a
urbano—. "El monasterio -d ic e Lesos M um ford- era cnrealtdad
una n u e ,i dase de jW ri": en efecto, en los elaus.tos descubre aq -
líos aspeaos de la organización y puntos de vista que caracterizan

2/19
82 LA EDAD MEDIA

a la dudad de la Baja Edad Media y de los tiempos modernos: co­


medimiento, puntualidad, orden y una utilización del tiempo de cada
día que regulaba tanto d trabajo como el odo. También había que
considerar su estabilidad: era una isla de serenidad y paz .
De hecho, fue el renacer del comercio lo que determino el nad-
miento o el “renacimiento” de la ciudad como un area de paz. Ya en
el siglo !X, el concilio de Meaux-París (845-846) consideraba la chi­
tas como una zona de paz (locus pacificus) porque era un área de ac­
tivo comerao. £n el gran período de la organizadon urbana, el area
de la dudad era una zona desmilitarizada, donde sólo se permitía lle­
var armas a aquellos que preservaban el orden, en nombre de la auto­
ridad pública. Así, en los privilegios garantizados a la dudad de
Ypres por el conde Felipe de Flandes, entre 1168 y 1177, se lee.
“Él que viva en las afueras de Ypres no puede llevar espada, a menos
que se trate de un mercader u otra persona que cruce simplemente la
dudad a causa de sus negodos; si entra en la dudad con la intendón
de permanecer en ella, debe dejar su espada fuera de la dudad y sus
suburbios. Si no lo hace así, se le confiscara la espada y deberá pagar
una multa de 60 monedas” .
De este modo, la dudad medieval marca un paso importante en
la evoludón del deseo de seguridad que Luden Febvre considera
como un capítulo csendal en la historia de los sentimientos comuni­
tarios.5 Se trata de un deseo de seguridad que podía ser destruido
por toda dase de catástrofes, alguna de las cuales era peculiar de las
dudades, mientras que otras resultaban especialmente devastadoras
en un medio urbano. Así, el fuego podía consumir aquellas dudades
que, a pesar del orgullo que sentían por sus edifidos de piedra, esta­
ban construidas prindpalmente con madera. Así, después de 1348,
la epidemia enriquedó espedalmente a las gentes que habían huido al
campo desde las dudades, en las que la promiscuidad multiplicaba
los riesgos de infecdón. El campo se convirtió en un lugar de refugio
al igual que en la época de las invasiones de los bárbaros. A fines de
la Edad Media la huida ante la peste reforzó el papel de las grandes

1. Debe hacerse notar que en los siglos xi y xn, y en comparación con la inseguridad
del campo abierto o del bosque, el castillo ofrecía un refugio seguro de carácter semejante aS
de la dudad. M uchos de ios testes que se mendonan asedan castillo y dudad: en algunos
aspectos el castalio, al igual que el monasterio, prcnguraDa un modelo uroano.
LA CIUDAD COMO AGENTE DE CIVILIZACIÓN 83

mansiones de campo como agentes de civilización; esto es especial­


mente cierto en lo que concierne a las villas italianas, y sobre todo a
las villas de los Medici en la Toscana.
\ La ciudad medieval conservó ciertos rasgos del modelo urbano
monástico, rasgos que a menudo constituyeron limites, dificultades a
su expansión. Carol Heitz ha demostrado hasta que punto estuvie­
ron dominadas en el período carolingio, tanto la arquitectura como
la.liturgia, por el simbolismo de la jcrusalen celestial. Werner Mü-
íler, al estudiar la encarnación de la “Ciudad Santa , descubrió que
esta Jerusalén celestial fue el modelo perfecto de la dudad medieval.
Cuando Urbano II predicaba la cruzada en Clermont, en 1095,
exaltaba a Jerusalén del siguiente modo: ombligo del mundo, ciu­
dad real, situada en el centro del arculo de la Tierra . A partir de
los primeros decenios del siglo xn, esta idea de la ciudad como un
microcosmos “aumentó en fuerza y profundidad . De aquí provino
el plano de ciertas ciudades rodeadas por un cerco de murallas y di­
vididas en cuatro cuartos (quartiers) por las cuatro cabes principales
—de modo semejante a la Roma quadrata de la antigüedad , que re­
presentaban las cuatro partes del mundo. B1 plano cuatripartito , al
que Werner Müller denomina “plano gotico y que se encuentra
exactamente realizado en Londres y Copenhague, aparece también,
por ejemplo, en una serie de ciudades fundadas dentro del área de la
Alemania del siglo xn: los mercados creados por los Záhrmger en el
sudoeste del Imperio, Villingen (1119), Freiburg-im-Breisgau
(1120), Rottweil (entre-1120 y 1150), Friburgo (i 1 5 / ), Nurem-
berg (1181) y Berna (1191).
Pero la edad de oro de estas ciudades cuatripartitas fue el si­
glo xm, en el que constituyeron la encarnación del nuevo espíritu de
la organización cívica. En el centro de la ciudad, en el punto de in­
tersección del quadrhñum, generalmente había una plaza en la que se
hallaban el tribunal de justicia, la picota; la fuente y ei mercado, las
funciones judiciales y económicas de la dudad, que constituían as­
pectos esenciales de su cultura, se fundaban asi sobre una sagrada
tradidón y conservaban en derto modo una candad de tabú que
constituía una d a ta dificultad para el progreso líberai y lasco cL ia
dvilizadón urbana.......... _
Más aún, la ciudad jnedicvai retuvo ia mentalidad econor te. -■« 3/19
1.
84 LA EDAD MEDIA

la autosuficiencia de los monasterios de la Alta Edad Media. Todas


las cosas debían ser producidas, sí no dentro de los muros de la ciu­
dad, por lo menos ce su inmediata vecindad. El forastero no debía
ser admitido o, por lo menos, debía ser confinado en edificios espe-
daics (así, úftmdacco venedano, realizado sobre el modelo del mita-
ion de Bízando y d d funduk. musulmán); si dio no era posible, el fo­
rastero debía ser situado en un ambiente judidal que lúdese de él un
extranjero, disminuido a los ojos de la ley. La superproduedón que
obligaba a las gentes a buscar salidas fuera dd mercado local, debía
ser evitada. En todos este» puntos la ley benedictina parece ser la re­
guladora de la economía dudadana y su mentalidad. La mejor ilus-
tradón de este punto la constituye la organizadón de los gremios, la
cual, según ha demostrado daraxnente Gunnar Mickwitz, tendía a
actuar como un cartel y a realizar d ideal malthusiano. Existen nu­
merosos ejemplos de la persistente desconfianza que se sentía en la
cuidad medieval respecto a los extranjeros, y especialmente hada los
mercaderes forasteros, para cayo acceso a la dudad se ponían toda
■.jSsc de dificultades, de modo que aquella pudiese bencridarse de los
cambios que la presenda de los mercaderes harían posible mientras
que se procuraba prevenir el que estos se convirtiesen en peligrosos
competidores. Aunque los italianos disfrutaron de importantes privi­
legios en algunas ciudades dei Norte, los mercaderes extranjeros (in­
cluso dejando aparte los fondachi venenanos) sufrieron limitadones
tanto de tiempo como de espado. Su estanda era limitada general­
mente a cuarenta días (un tipo espedal de cuarentena), según sucedía
en Bristol en 1188 y en Londres al prindpio del siglo xn con los
mercaderes alemanes, loreneses, daneses y noruegos. En 1463, el
consejo mumdpal de Londres ordenaba que todos los mercaderes
extranjeros se congregasen en el area de "Whitechapel, junto a Ivíark
Lañe. En casi todas partes los mercaderes forasteros eran segregados
m un rincón dei mercado y tenían que recoger sus mercaderías y sa­
lir tan pronto como sonaba la campana que indicaba la hora del de-
ire. Un acta de 1439 obligaba a todos Ira mercaderes que llegaban a
un- puerto inglés a dar el nombre dd hostdero que debía alojarles du-
xante^su cstanaa y enviar un informe dos veces al año al Exchequer.
fin realidad, las dudades comenzaron a revivir desde prindpios
d d siglo jo gradas al a esarrollo de la dase artesanal y al inicio del
LA CIUDAD COMO AGENTE DE CIVILIZACION 85

^comercio; pero, hablando en general, hasta el siglo xin la mentalidad


iirbana era por encima de todo negativa y pasiva,
i Contra la inseguridad del mundo feudal, surgió la paz de la ciu­
dad, que acogía productos extranjeros tanto si procedían de los feu­
dos rurales como del Oriente bizantino y musulmán.
i En algunos lugares, desde mediados del siglo xn en adelante, y
en todas partes a partir del siglo xm, esta situación sufrió una pro­
funda alteración. Aunque la ciudad siguió siendo un centro de in­
tenso comercio, en este momento paso a ser especialmente un centro
de producción de bienes, de ideas y de modelos culturales y materia­
les. Las ciudades tomaron la iniciativa en todo. Entre la dudad y el
campo se desarrolló el diálogo entre ahorrador y despilfarrador que
dio nombre al poema alegórico inglés del siglo xiv titulado Winnet
and Wáster, con su instructiva moraleja.
—Esta fuerza .impulsora de las dudan esc que se~ piouujcz dei si­
glo xjii en adelante, nadie la comprendió mejor en su tiempo que los
superiores de las nuevas órdenes mendicantes franciscanos, domini­
cos, agustinos y carmelitas— que se enraizaron en el centro dé las ciu­
dades.
Esto representó un giro completo en la tradición monástica, que
pasó a sustituir el antiguo deseo de soledad por el de su presenda en
el ambiente más estimulante, el de las dudades; desde luego, este
cambio de actitud encontró profunda resistencia por parte de las ór­
denes que poseían rasgos eremíticos, pero induso en esas ordenes se
alzaron voces que justificaron la elección de las dudades. Asi, Hum­
berto de Romans, que fue general de los dominicos entre 12 54 y
1263 y murió en 1277, en su libro De eruditione praedicatorum (li­
bro II, cap. 72), da tres razones por las que los frailes debían preferir
las ciudades para su apostolado: 1) Predicar era cuantitativamente
más provechoso en las dudades, puesto que allí había mas gente.
Esto subraya el papel de las dudades en el desarrollo de la idea de
cantidad en la mente humana, ese interes por las afras que tendría
como resultado que, pasados los siglos xin y xiv, la Edad Media en­
trase en la era de la estadística. 2) La predicadón era cualitativa­
mente más necesaria en las dudades, puesto que la moral era en ellas
mucho más laxa (ib; sunt plura peccata). Esta idea acerca de la inmo­
ralidad de las dudades es" la otra cara de la moneda acuñada con su

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86 LA EDAD MEDIA

misión civilizadora. 3) A través de las ciudades la predicación in­


fluirá sobre .el campo, ya que éste intenta siempre emular a la ciudad.
Tenemos, pues, aquí una interesante expresión del papel que la ciu­
dad desempeña como productora de modelos culturales que se ex­
portan hacia el campo.
Otro famoso dominico del siglo xm, san Alberto Magno, en un
sermón predicado en Augsburgo en 1257 o 1263, tomó como base
e! texto de Matías V, -14: Non potosí civitas ahscondi supra montem
posita (“No puede ocultarse una dudad situada en la ama de un
monte”), y comentaba: “ Los doctores de la fe han sido comparados
con una dudad; esto es debido a que, como la dudad, ellos propor-
aonan seguridad (munitio), urbanidad (urbanitas), unidad (unitas) y
libertad (libertas)”.
El prindpal papel de la ciudad en la Baja Edad Media consistía
en la atracción que ejercía sobre el mundo exterior. La fuerza de esta
atraedón variaba en proporción directa con la importanda de la du­
dad. El horizonte de las grandes dudades era internadonal, el de las
pequeñas simplemente regional. Pero es importante hacer notar que
la zona de atraedón de la gran mayoría de las dudades medievales
se limitaba al territorio circundante. La obra de Hektor Ammann
acerca de una serie de dudades de Suafeia demuestra que la 'mayor
parte de los inmigrantes que llegaban a ellas procedía de distandas
inferiores a los 50- km, mientras que otros pequeños grupos proce­
dían de hasta unos 100 km. Charles-Edmond Perrin, al estudiar la
dudad de Metz en el siglo xm, calcula que la mayor parte de los in­
migrantes que llegaban a ella procedían de distandas menores de
40 km.; Phiiippe W olff observó un fenómeno semejante en Toulose,
entre 1360 y 1450; sin embargo, Toulouse ejercía también atrae­
dón más allá de su propia región, por ejemplo en Bretaña, e incluso
en el extranjero (especialmente en España).
Esta capa a dad para atraer a los hombres tuvo una serie de im­
portantes consecuencias. Propordonó gran abundanda de brazos al
patridado urbano y a los artesanos e hizo posible que fundonaran
numerosos taller«. Esto significó, por una parte, que los hombres
quedaran encadenados en las empresas de la nádente burguesía;
pero, por otra parte, les propordonó libertad en el sentido legal. El
proverbio alemán Stadtluft machí freí (“ El aire de la dudad hace li-
LA CIUDAD GOMO AGENTE DE CIVILIZACION
87

bre al hombre”) es una gran verdad. Y también podría decirse que e


-aire de la andad da la libertad incluso fuera de sus muros: la andad
podía obligar a los señores rurales a dar k libertad a sus siervos,
como sucedió en gran escala, en el siglo xm, en diversas ciudades ita­
lianas, en Vercelli en 1243, en Bolonia entre 1256 y 1257 y en
Florencia en 1289. Ernestos casos las motivaciones egoístas o de in­
terés personal no siempre eran expresadas ni formuladas y o con­
texto de todas estas medidas resultaba enormemente complicado; no
obstante, la opinión tradicional de que el pameiado de la cmdac me­
dieval liberaba al campesino de la servidumbre de la tierra para enca­
denarlo a la servidumbre del taller, es esencialmente cierta. ^
Uno de los resultados de esta captación del campo por la ciu­
dad es que a menudo Sos así captados llevaban consigo sus costum­
bres y modos de pensar y los imponían en la dudad. Según se na di­
cho frecuentemente, la dudad medieval estuvo impregnada por e.
campo, ya que ía mayoría de sus habitantes eran en realidad campe­
sinos. Frecuentemente el folklore urbano era simplemente el folklore
deí campo, y el área en la que íloretía era a menudo la de una comu-
: nidad rural dentro de la dudad. No obstante, aunque su origen hie
campesino, parece que en la Alta Edad Media el folklore de la an­
d a d le hizo ciudadano. Los carnavales,\m los que los gremios oe ía
dudad desempeñaban un papel predominante, con sus gigantes y
enanos, sus dragones y monstruos procesionales, así como sus sal va-
íes” (como el “hombre verde” y el “hombre salvaje de Londres),
eran estrictamente, festivales, dudadanos. En su interesante libro so­
bre Rabelais, Mikkail Bakhtin enlaza la comedia carnavalesca ue .a
Edad Media con la plaza pública de la dudad. Entre 1150 y 15ÜU
los monstruos y animales, que se convertirían en los s.mboios protec­
tores de las dudades, comenzaron a aparecer como aaornode Us ve­
letas, espedaimente en los edificios públicos del norte de Franca y
Bélgica. En la mayoría de los casos, este animal simbouco era un
dragón: así sucedía en Tournai, Yprcs, Bethune y Bruselas; y «
Gante, cuyo Drak, reconstruido, que pesa 396 kg y mide 3,35® de
alto, se conserva todavía en lo alto de su campanario. M udas veces
este dragón estaba situado en lo alto de la torre del edifico que con­
tenía el tesoro de la municipalidad y 3» íirchivos.^in duda se trata
de una transoosicón del dejo dragón custodio d a tesoro; la auaad

r
88 LA EDAD MEDIA

se Había adueñado de éL
Como ejemplo de este fenómeno social podemos tomar en consi­
deración dos festivales que provienen dd folklore urbano de la Baja
Edad Media. En Tarascón se celebra d festiva! de la “Tarasca”, en
el que Lotus Dumont reconoce a “la bestia epónima, protectora de la
comunidad.... asociada con la gran cabalgata local de los gremios de
comerciantes’ . En Londres tenía lugar la gran exhibición del Lord
Mayor, en la que los gremios sacaban en procesión sus figuras de
carnaval; un documento de 1417 parece referirse a esta antigua cos­
tumbre.
Pero las ciudades obtenían dd campo no sólo hombres, sino
también productos. Aunque no se puede decir cuál es el motivo que
lo determinó, sabemos que se produjo una gran expansión del sector
rural, el cual desde d siglo x y durante todo d siglo xi, amplió el
área cultivada y multiplicó, los cultivos. El renacer de las ciudades,
aunque no pudo ser d determinante de este crecimiento, debió pro­
porcionarle un irresistible impulso, ül arado disimétrico, la mejora
de los arreos, la utilización de caballos para arar y la rotadón de tres
cultivos, todo contribuyó al ritmo dd crecimiento urbano. La dudad
medieval consumía d cereal que d campo producía y también com­
praba su vmo y los productos que necesitaba para la indiistria,. espe­
cialmente para obtener tintes. En d siglo xm, por ejemplo, Amiens
contribuyó a que la Picardía se cubriese de campos de glasto, y en d
siguiente siglo Toulouse hizo lo mismo en d Lauragais y el Albi-
geois. Roger Dion ha demostrado de qué modo, en París, d comer­
cie de vinos se incrementó a la par que d credmiento de la dudad.
Un cunoso texto de I 3 30 presenta a Montpellier en el centro de un
mar de viñedos que se extendían en oleadas y obligaban a que el cul­
tivo dd trigo se alejase más y más, hasta d punto de que la dudad
tuvo que importarlo en cantidades credentes. Antonio Petino ha de­
mostrado de qué modo d azafrán conquistó las colinas de la Toscana
en San Gimignano, Yolterra y los alrededores de Lucca, mientras
que en el siglo xiv conquistó las Marcas, los Abruzzos, Lombardía,
Aragón, Cataluña y d Albigeois. Dos sectores de la economía red-
bieron un ímpetu espectacular gradas a la demanda urbana: d co-
merdo de telas y la construcdón.
Como centros de consumo y como mercados, para la distribu-
LA CIUDAD COMO AGENTE D E CIVILIZACIÓN 89

dón de bienes, las dudades recobraron el gran papel monetario que


ya habían tenido en la antigüedad. El dinero se convirtió quizás, una
vez más, en el símbolo de la prosperidad urbana. La monarquía fran­
cesa se apoderó en su propio provecho del control de las dos mone­
das que prosperaron en el siglo xii, la de Tours (el toumois) y la de
París (el parisis).
. . Cuando se volvieron a acuñar monedas de oro —el genovés
(-1252), el florín florentino (1252) y el ducado venedano (1284)—,
estas pasaron a ser una expresión de lo que Roberto López denomina
“-orgullo municipal”. Sobre el florín aparecía el lirio y el santo pa­
trono de la dudad, san Juan Bautista, en cuyo honor fue construido
él baptisterio (“il bel San Giovanni’’ de Dante). Sobre el ducado se
acuñó la imagen de san Marcos, con el Dux Dándolo a los pies del
santo evangelista, patrono de la dudad. La prosperidad comercial
apoyaba la ideología urbana.
• -- Las dudades medievales, además de ser centros de atracdón,
fueron también centros de difusión.
Los bienes manufacturados, tanto como el dinero, mostraron la
füérza y la confianza en sí mismas de las dudades. Y una vez más las
telas nos propordonan un excelente ejemplo. Cada ciudad impor-
. tante tenía sus- propias medidas para una-baláRÍe tela; y su sello sobre
las telas que exportaba constituía, a la vez, una garantía de calidad
y una expresión de la personalidad urbana. De este modo, la dudad
tomó de la esfera económica una nueva forma de seguridad: el con-
- tEol-La-garantía-queproperoonaba-la-dudad consistía en que asegu­
raba el éxito de sus productos. Cualquier comerá ante que intentara
actuar independientemente perdía en seguida su crédito. En la se­
gunda mitad del siglo xiv, Paolo di Messer Pace di Cernido, de
Florenda, en su Libro di buoni costumi (“ Libro.de buenas costum­
bres”), pone de relieve este extremo: “Nunca te dediques a negocios
prohibidos por tu munidpio, porque, si la fortuna te abandona, no
tendrás a nadie a quien apelar..., cuida del honor, del bienestar y de
la prosperidad de tu ciudad y de sus gobernantes, ponte tú y tus bie­
nes en favor de su causa, no tomes nunca partido contra tu propia
comunidad. ‘Tu comunidad’ y ‘tu dudad’ deben ser las del lugar en
que vives con tu, familia .«y.,donde-se hallan tus posesiones y tus pa­
rientes” .
6/19
90 LA EDAD MEDIA

Este extracto nos indica asimismo las bases sociales humanas de


la vida en la ciudad. En primer lugar, una casa: sólo los príncipes y
los grandes señores feudales podían trasladarse de una residencia a
otra, y ía casa fortificada (el castillo) era el modelo de la casa de un
mercader; pero el mundo feudal estaba más ligado a las personas que
a las casas, mientras que el mundo urbano confinaba a la sociedad
dentro de los muros de sus casas y sus ciudades. La dudad creó un
nuevo tipo de paria, d hombre “sin casa ni hogar” Los estatutos co­
munitarios de las comunidades rurales de Lombardía, durante el si­
glo xiv, a imitadón de los de los munidpios urbanos, tendían a ex­
cluir al indigente y al vagabundo, no al forastero” . Después de la
casa, y junto con la casa, lo más importante para el habitante de la
dudad era su familia. El grupo familiar lineal, con gran abundanda
de hijos, siempre que ello era posible, sustituyó al concepto de deu­
dos y amigos, el grupo de “amigos de sangre” {amis chaméis). Así
pues, junto a la comunidad urbana, tenemos aquí la segunda base de
segundad, la solidaridad familiar. Además, y siempre dentro de la
misma dudad, había un tercer círculo protector: los bienes y los pa­
rientes. Este nuevo tipo de familia creaba nuevas formas de sensibili­
dad; tenemos numerosas pruebas acerca de este punto, al menos en
cuanto a las ciudades de ía Italia medieval. Combinando fuentes lite­
rarias y demográficas, David Heriihy ha demostrado de qué modo
en Florenda, a partir de 1350, se produjo un aumento del círculo fa­
miliar feliz y se incrementó d afectuoso interés por los hijos. Gio­
vanni Morelli dedaraba: “Bienvenidas sean la alegría y la feliddad
al seno de tu familia, y que en su compañía consigas una vida feliz y
saludable”. Y Giovanni Dominio, en su Regola del govemo e cura
familiäre, nos presenta un panorama de padres jugando a la pelota
con sus hijos, de madres empleando largos ratos en pdnar y adarar
los cabellos de sus hijas y de niños aprendiendo a bailar para deldte
de sus padres y amigos.
La dudad fue un centro de atraedón y difusión, pero, por en-
dma de todo, fue un centro de produedón. La dudad fue una encru-
djada y una meta: a través de contactos, encuentros e intercambios,
pudo desempeñar un papd creativo de gran importanda.
El tallar urbano, resultado de la división dd trabajo, fue en pri­
mer lugar un centro de intercambios y de crcadón de nuevas técni-
U* CIUDAD -€GM<3 AGENTE DE CIVILIZACIÓN 91

'cas. Desde ei taller monástico, centro de técnicas'romanas —según el


testimonio de De diversis artibus, dei monje Teófilo de principios del
■siglo xh—, el impulso se volvió hacia el taller urbano, crisol de los as­
pectos material y espiritual de la civilización gótica. El paso de los
talleres controlados por los señores a los talleres en los que se manu­
facturaban los tejidos en la ciudad fue un acontecimiento tanto téc­
nico como sodal y económico, puesto que el telar vertical, pura­
mente manual, dio paso a un telar horizontal movido a pedal. Una
miniatura de mediados del siglo xíij, según manuscrito conservado
en el Trinity College de Cambridge, nos proporciona una de las pri­
meras imágenes de esta máquina. La grúa que ayudaba a descargar
ios barcos comerciales en los puertos ciudadanos se hizo tan familiar,
que en pinturas que representan a Gante, Lüneburg y Danzig es uti­
lizada como símbolo de la dudad dd siglo xv, ~
-- En el mundo de la cultura y las ideas es donde la ciudad medie­
val constituyó una verdadera encrudjada: un taller de modelos cul­
turales, un lugar de reunión de experiendas. En el siglo xh tuvo lu­
gar el gran movimiento que trasladó los centros distribuidores del
conodmíento desde los monasterios a las ciudades. Se produjo un re-
nadmiento de las escuelas episcopales gradas al impulso surgido de
los- decretos del" tercero y cuarto condlios lateranenses (1179 y
1215). Se produjo, asimismo un gran desarrollo de las escuelas mo­
násticas urbanas, siendo una de las más famosas la de San Víctor en
París, en las laderas del monte de Sainte-Geneviéve. Aumentó tam­
bién enormemente’ éb húmero de los maestros que enseñaban de
modo más o menos independiente; algunos de ellos teman el apoyo
de una comunidad religiosa, otros impartían sus enseñanzas con ca­
rácter privado, y el más famoso de estos nuevos maestros urbanos
fue Abelardo. Por fin, se produjo el comienzo de un desarrollo insti-
tuaonal que en algunas dudades condudría a la formadón de cen­
tros de educaaón superior que influirían en'toda la Cristiandad. La
licentia ubique docendi confería el derecho a impartir enseñanza en
cualquier parte, tanto si el privilegio para ello era concedido por ley
(por una bula papal) como si se obtenía simplemente por poseer uría
elevada reputadón como maestro.
Dichas institudones" se formaron sobre d modelo de los otros
gremios de trabajadores ciudadanos. En algunos lugares, como en
92 LA EDAD MEDIA

París, este gremio fue dominado por ios maestros; en otros, por
ejemplo Bolonia, por los estudiantes. El gremio tenía sus propios es­
tatutos, privilegios y sello, y (aunque esto se adquiría con gran difi­
cultad). derecho de huelga. Algunos de los maestros vivían de lo que
les pagaban los estudiantes, con lo que se ganaban la acusación de
los tradidonalistas de ser 'Vendedores de palabras y también de sa­
crilegio, ya que "el conocimiento, ese don de Dios, no puede ser
vendido". Otros vivían de benefidos edesiásticos, mientras que en
algunos centros comerdales los salarios eran propordonados por las
autoridades públicas. Bolonia, Ñapóles, Vercelli, Salamanca, Angers
y Toulouse fueron los prindpales centros universitarios duda danos,
fundados, con fortuna varia, en la primera mitad del siglo xm. Sur­
gió así una nueva y poderosa figura, la del graduado. Fue la segunda
de las aristocradas creadas por la dudad medieval, para contrapo-
^nerias a la nobleza de nadmiento y de sangre. Tras y casi junto al
patridado de la dudad, fundado en primer lugar sobre la riqueza, es­
tuvo la élite intelectual, creada por el éxito en el examen: ios manda­
rines universitarios.
Los éxitos del nuevo modelo urbano fueron tales que, gradual­
mente, los grupos más extraños e induso los más hostiles a la dudad
se adhirieron a él Así, para los más brillantes de sús noviaos, los ds-
teraenses fundaron tin colegio-en 1245 junto a la-universidad de Pa­
rís, el Collége des Bernardas.
Aunque la enseñanza era prinapalmente verbal, el nuevo gremio
multiplicaba los libros, que constituían sus herramientas, y pronto és­
tos fueron objeto de un importante comerao. Se inventaron nuevos
procesos que hadan posible ima copia más rápida (lapeda) ; de ser un
objeto casi sagrado, el libro se convirtió en tina herramienta de tra­
bajo; y se produjo un gran incremento en el número de los libreros
(ilationarii) reladonados con las universidades. De todos modos, los
libros seguían siendo caros. Esto constituyó siempre una grave difi­
cultad para la difusión de la universidad y de la cultura urbana.
Pero la verdadera influenda cultural de la dudad se hallaba a un
nivel más elemental que el mendonado; en efecto, no hay que olvi­
dar que por debajo de la universidad se hallaban las escuelas —lo que
actualmente se denominan escuelas primarias y secundarias, si bien a
menudo las universidades desempeñaban el papel de estas últimas—,
LA CIUDAD COMO AGENTE D E CIVILIZACIÓN 93

En ellas un niño podía aprender a leer y escribir -y otras cosas, sin


verse obligado, como antes, a convertirse en clérigo. Henri Pirenne,
“en un famoso artículo, indicaba que ya en 1179 los burgueses de
Gante obtuvieron el reconocimiento, por parte del conde, de las es­
cuelas fundadas por ellos; y en 1191 obtuvieron una garantía de la
condesa Matilde -de que “si alguna persona capaz y conveniente de­
seaba abrir una escuela en la ciudad de Gante, nadie podría impedír­
selo”.
Tras el artículo de Pirenne, Armando Sapori, Fritz Rorig,
Amintore Fanfani e Yves Renouard, por mencionar sólo los que han
creado obras más sobresalientes acerca de este tema, han proporcio­
nado nuevos datos sobre la cultura de los mercaderes. Era por en­
cima de todo una cultura práctica, que se fundaba en la escritura y la
aritmética. Según Giovanni Villani, en Florencia y en 1338 había
de 8.000 a 10.000 niños y niñas que ap^s¿í»a4eef'y*®ei^e8€®eiass''
de matemáticas en las que de 1.000 a 1.200 alumnos estaban apren­
diendo los usos comerciales antes de pasar al terreno práctico junto a
un mercader.
Según Rorig, lo que aseguraba la hegemonía de los mercaderes
hanseáticos el norte de Europa era su superioridad intelectual .
Otra manifestación de esto se praduje-en~-ltslia- con ci· perfecciona­
miento de las técnicas comerciales; letras de cambio, contabilidad
por partida doble, y la utilización de manuales escritos especialmente
para los mercaderes (las pratiebe della mtrcaturd). La instrucción que
proporcionaba la ciudad medieval fue una de las condiciones previas
para eí désarrolfó- económico y para la revolución industrial de los
tiempos modernos.
, Junto con esta instrucción práctica, la burguesía urbana de aque­
llos tiempos intentó imponer su propia cultura y sus puntos de vista
éticos y políticos; la inspiración para ello era extraída de las obras de
la antigüedad grecorromana, pero se fundaba especialmente sobre el
patriotismo urbano y estaba formada por la ciudad y su entorno.
Según Hans Barón, estos puntos eran especialmente ciertos en
cuanto a una parte de la burguesía de Florencia en los siglos xiv y
xv. A este aspecto y esta fase del prehumanismo, Barón las deno­
mina “humanismo cívico”. El humanismo aparece como un fe­
nómeno'urbano' a finales dé“la Edad -Media, y ello sucede a todos los
94 LA EDAD MEDIA

niveles, aun cuando los humanistas creían que el campo debe comple­
mentar a la ciudad, como bacía la villa respecto al palacio, y el par­
que respecto a la plaza del mercado.
La imprenta, el vehículo del humanismo, fue asimismo una téc­
nica relacionada íntimamente con la dudad. Cuando, en 1470, Gui-
llaume Fichet feliataba ai prior de la Sorbona por haber hecho im­
primir las cartas de Gasparino de Bérgamo, que formaron el primer
libro que se imprimió en París, deda: “Esas gentes que hacen libros,
a quienes habéis traído a esta dudad desde su propio país, Alemania,
producen libros extraordinariamente bien hechos, que siguen perfec­
tamente d texto que se les ha propordonado... Merecéis, pues, el
mismo encomio que Qusntilius [sic]... por haber devuelto a Gaspa­
rino su dulce elocuenda y haber así estimulado a la gran mayoría de
las nobles mentes de esta dudad que sienten disgusto por la barbarie,
permitiéndoles gustar y beber diariamente en el manantial de una
elocuenda más dulce que la miel”.
Tal vez el más importante camino por el cual la burguesía ur­
bana difundió su cultura fue el de la revolución que efectuó en las ca­
tegorías mentales del hombre medieval.
La más espectacular de estas revoluaones fue, sin duda, la con­
cerniente ai concepto y medida dei tiempo. ;.·■■-·:-
El tiempo, en la Alta Edad Media, estuvo ligado estrechamente
al reloj de la iglesia. Éste era litúrgico, seguía el mundo natural y se
basaba sobre puntos naturales y fijos del día: la salida y la puesta del
sol; era a la vez religioso y rural.
La necesidad de regular el tiempo de trabajo indujo a 1a dudad,
antes que nada, a exigir campanas espedales para la pobladón laica
de la dudad, y ello condujo a la construcdón de máquinas e instru­
mentos que dividían el tiempo en pordones igual« y fijas: relojes de
pared y de bolsillo, que se basaban en las horas.
En Toumai, por ejemplo, ya en 1188, los burgueses señalaban
orgullosamente, entre los privilegios que les garantizaba el rey Felipe
Augusto de Francia, el derecho a tener una campana “en la dudad,
en un lugar apropiado”, la cual debía sonar “para la satisfaedón de
los dudadanos y para los negodos propios de la dudad”.
En lo referente a los relojes mecánicos, Cario Cipolla dice que
los prim er« aparederon en Milán (San Eustorgio) en 1309, en la
L A -C IU D A D COMO AGENTE D E CIVILIZACIÓN 95

Lcatcdral de Beauvais antes de 1324, de nuevo en Milán (San Go-


,tardo) en 1335 —un reloj que daba las 24 horas del día—, en Padua
en 1 3.44, en Bolonia en 1356 y en Ferrara en 1 362. En 1370, el
-rey Carlos V de Francia instaló un reloj que daba las horas en una de
las torres del palacio real, de modo que cada parisino podía saber ia
hora “tanto si el sol brillaba como si no”.
r Esta racionalización y laicización del tiempo marcó el paso de la
naturaleza a la cultura y constituyó una contribución esencial a la
vida ciudadana. Causó tanto efecto sobre sus contemporáneos, que el
famoso cronista Froissart escribió un poema sobre el reloj de Car­
los Y, el rey que leía a Aristóteles:

El reloj es, si consideramos bien e! asunto,


un _invento importante y, hermoso,,
y útil e ingenioso también.
Nos permite conocer el tiempo de día y de noche,
que es buen artificio que sepamos esto bien,
incluso cuando el sol oculta por completo sus rayos;
por eso este reloj merece nuestro parabién.

Garlos V tenía en quién inspirarse, puesto que su abuelo, Felipe


el-Hermoso, que murió en 1314, tenía su propio reloj. Hasta el si­
glo xvr los relojes públicos mecánicos, y sobre todo los relojes do­
mésticos, siguieron siendo verdaderas rarezas. Hubo muy pocos es­
pecialistas- constnrcrom de reiojS. "En 1368 el rey Eduardo III de
Inglaterra dio un salvoconducto a tres holandeses de Delft “cons­
tructores de relojes que han venido a nuestro reino para practicar su
oficio”.
■e- En mayor escala, el sistema de vida ciudadana desarrollo una es­
pecial sensibilidad para la medida y la numeración, una mentalidad
que se concebía en términos cuantitativos. En el siglo xiv, desde el
interior de las ciudades, el Occidente medieval penetró en la edad de
la estadística. El mejor ejemplo acerca de este punto es el famoso li­
bro de Giovanni Villani en el que se disponía la ciudad de Florencia
en tablas (aquí importa ñoco el hecho de que éstas fueran o no co­
rrectas)...,-.. - ------ - - ·■'·■■ ........
Simultáneamente el ciudadano medieval se dio cuenta de la or-
96 LA E D A D MEDIA

gamzadáa d d espado. De este modo, cuando se trataba de -fundar


una nuera dudad, ésta era realizada según un piano en cuadriláteros
o concéntrico. La organizadón dd espado de la dudad se mostraba
también en la creación de varios espade» fije», sobre todo en las pla­
zas, que teman, o bien un propósito comunitario (en ellas se alzaba el
palado municipal o se reunía la asamblea general), o una fondón
económica (plaza dd mercado), o tina fondón religiosa de algún
nuevo tipo (por ejemplo, para que predicasen en ellas los frailes de
las órdenes mendicantes, que solían hacerlo al aire libre y frente a sus
igjksñs),.
Esta planificado!! d d espado en la dudad no era necesaria­
mente regular, ya que a veces debía seguir los acddentes del relieve.
Indudablemente, desde este punto de vista, el gran triunfo de la
planificación medieval de dudades fue Siena, tanto por su plaza
principal, que ñeñe la forma de una roncha, como por su. disposición
general. En último término, las dudades medievales respondían a ne­
cesidades .estéticas, las cuales, no podían ser reduádas a un modelo
único. Se supone que el medio ambiente urbano debía irradiar be­
lleza, y esta idea puede observarse no sólo al contemplar las duda-
des, sino también en algunos, textos. Así, por ejemplo, en 1290 el
municipio de Siena requirió de los frailes dominicos que derribasen
un muro que ocultaba kt iglesia e impedía .que pudiese ser vista a dis­
tanda, y daba como razón para esta solicitud que la iglesia contri­
buía a la bdkza dd panorama dudadano.
Indudablemente, fueron también las dudades —espedalmente
las italianas en la segunda mitad d d siglo xm— las que dieron naci-
miento a una nueva dase de visión, la perspectiva. Las calles dispues­
tas en M oas, y las plazas que presentaban d problema de la mejor
disponibilidad posible d d espacio, acostumbraron a los ojos a con­
templar d mundo a través de este nuevo cuadriculado perceptivo de
la perspectiva por d que días mismas eran reguladas.
El urbanismo, que se desarrolló con gran amplitud en el si­
glo xm y todavía más en d xrv, mezdó ideas que nosotros hemos
aprendido redentementc a distinguir: bdleza, exactitud, racionaliza­
ción.
Las calles de París fueron pavimentadas en 1184 por orden del
rey Fdipe Augusto, pero bs de Londres no fueron pavimentadas
LA CIUDAD COMO AGENTE DE CIVILIZACIÓN 97

hasta el reinado de Eduardo I, a fines dd siglo xui; en el siglo xiv la


pavimentación se generalizó. Las fuentes monumentales, que tan ne­
cesarias resultaban tanto por higiene como por satisfacdon estética,
son un buen ejemplo de la multiplicidad de facetas que presenta el
urbanismo medieval.
Las calles’se hirieron más y más estrechas. Las casas con tejados
saledizos se construyeron cada vez más altas, y a nivel del suelo se
dispusieron cobertizos y la entrada a las bodegas, de modo que las
calles perdían amplitud tanto a nivel de los techos como a nivel del
sudo. Ello llegó hasta tal extremo que hubo que adoptar severas me­
didas para combatirlo, por ejemplo en Douai (1245) y en Ratis-
bona. En 1243 se dispuso en Aviñón que las calles y los puentes de­
berían tener por lo menos dos carnes de ancho (unos cinco metros).
Además, a menudo se requería a los ciudadanos para que alineasen
las fachadas de sus casas; y en Praga, en 1331, para construir una
nueva casa, se necesitaba un permiso dd consejo municipal.
Sin embargo, no se debe dar por sentado que la dudad medieval
fuese un modelo de nacionalidad y orden y un lugar de perfección.
Philip Jones nos recuerda insistentemente que hasta el siglo xvm
las ciudades de Italia, y las ciudades-estado de la Edad Media, yux­
taponían “una masa .de incoherencias”. La.benévola influencia ce la
dudad medieval estaba limitada y contrapesada por un sinnúmero
de injusticias debidas al egotismo y a la ignorancia, por la actitud de
laissei^faire de los grupos que controlaban la ciudad, particularmente
el patririado. La dudad medieval engendró dos modos de vida que
alcanzarían sü culminadón en Ocddente en el siglo xix: la pobreza y
el robo. La pobreza dudadana no sólo estuvo mas arraigada y fue
más espectacular que la pobreza rural, sino que tuvo un carácter pro­
pio y espedal que comprende desde los tugurios en los que se hadna-
ban numerosas personas hasta formas culturales que prefiguraban lo
que Oscar Lewis ha denominado “ cultura* de la pobreza .
A fines de la Edad Media, la “chusma dudadana” era todavía
más evidente que antaño. Este mundo de crimen y violenda poseía
su propia organízadón y una jerga propia (a este respecto, tenemos
un excelente testigo en Francois Villon), su fealdad y, en ocasiones,
su encanto. Bronislaw Geremek nos ha mostrado la batalla que li­
braron las autoridades reales y munidpales francesas contra los vaga-

lo 10/19
98 LA EDAD MEDIA

hundas, las “caimanes” de París y otras ciudades, en les siglos xrv y


xv. Un edicto de P a rís contra “m ianes y picaros”, de mediados del
siglo xv, que condena a quienes pretendían ser mutilados o tullidos,
nos evoca exactamente el mundo de La ópera del -mendigo {The Beg-
gar’s Opera).
Había una causa determinante de que la injusticia y la desigual­
dad que reinaban en la sodedad urbana no fuesen evitadas por d go­
bierno, y esta causa eran las finanzas. La oligarquía ciudadana impo­
nía impuestos desiguales, e ilegales que do habías sido aprobados por
las msritudones adecuadas; esto implicó la malversación de los fon-
de® públicos y provocó la venta de la justicia. En d siglo xm, las tra­
pacerías de las finanzas ciudadanas provocaron en Frauda una serie
de intervendones de la monarquía, la cual fue imponiendo lenta­
mente su autoridad a las ciudades y cercenó sus privilegios. Á fines
del menaonado siglo,' Philip de’Beaumanoir estigmatizaba la explo-
tadón de los poderosos contra. las pobres gentes ciudadanas, en su
famosa obra Coutumes da Beamaim. Georgcs Espinas sostiene que
en Douai, durante d “período revoledonario” que va de 1296 a
1311, ia “revoJudón democrática” era simplemente “una rebelión
contra la tiranía fiscal”. A. B. Hibbert ha demostrado que en Ingla­
terra, entre-los siglos xin y xiv,’existía un descontento similar en ia
mayoría de las dudades; por ejemplo, en Londres, Ldccster, Lin­
coln, Oxford, King’s Lynn, Norwich e Ipswich. La dudad medieval
también conodó verdaderos motines.
También debemos responder a la pregunta planteada por Ro­
berto López de sí los patrióos de la dudad, con el lujo y boato de
sus ofidos» no provocaron en derto modo la ruina de las dudades;
de si las catedrales y las grandes casas consistoriales no impidieron
que las fortunas urbanas fueses mis provechosamente invertidas, de
modo .que su construcción no sólo frenó la prosperidad de la dudad,
sino la totalidad de su desarrollo económico. Al revés de lo que Víc­
tor Hugo preconizaba, ¿no sería la catedral la que destruiría la eco­
nomía? Sin duda, d problema está mal planteado. El moddo de la
dudad medieval dd siglo xm, y dio induje las acritudes mentales de
sus habitantes, ao permitía ninguna otra, alternativa de inversión.
Además, la extravagancia en la consmicdón no dependía única­
mente de la estructura sodoeconómics, sino que dependía también
99
LA CIUDAD COMO a g e n t e d e c i v i l i z a c i ó n

de la necesidad de compensar, mediante la ilusión estética fin q u e


ésta, en sí misma, producía valores reales), la realidad de, sfrbdesa-
r-oüo El patrocinio de la dudad era un instrumento del p o ^ r de ios
patrióos, puesto que así se transformaba el descontento ensamble
con, o por lo menos en distracdón en eí campo estético; e® consti­
tuía, en realidad, un aspecto esencial del patriotismo, un orgullo ciu­
dadano que podía cruzar las fronteras sodates.
. Finalmente, no se debe olvidar que, aunque de alguna «anera ,a
dudad medieval atacaba el mundo feudal por a m o s afectos e
la igualdad social que allí se alcanzaba (limitada a deaminadas
áreas), por su espíritu de empresa económica y por a e ra amosíera
de cálculo, en realidad la ciudad medieval se bailaba rodea* por un
mundo feudal. Debía adaptarse a! sistema feudal, y uno át-os mo­
dos de lograrlo consistía en actuar como si ella misma f e « ™ " » *
feudal. Las signarte que florecieron en Itsdir a· pamr d á -y- ■
pueden parecer un producto de las condiciones especificas de Italia,
pero, pese a lo que se pueda decir, representaban un d e s a r f o nor­
mal dentro del sistema feudal medieval.
Este punto fundamental nos retrotrae a las relaaones entre ciu­
dad y campo a fines de la Edad Media. ,
Todo el mundo está ya familiarizado con las celeores frases-de
Marx en su obra La ideología alemana y - e n coopoaoon con
Engels— en el M u e r t o comunista, que afirman que la b ^ a e sia ur­
bana esclavizó al sector agrícola. En este aspecto, su ¿ a t a c a que­
daba doblemente satisfecha, puesto que ésta fue una evoteon posi­
tiv a , dado que para Marx el campo representaba la barban*, mien­
tras que el egoísmo demostrado por la burguesía urbana re d a b a por
vez primera sus más depravados y sucios apetitos. La tetguesia
dice d Manifiesto comunista- ha sometido el campo a la nadad, ha
creado enormes ciudades, ha Incrementado p ro d ig io sa« ·« Ja po­
blación de las ciudades en comparación con la dd.campa, y de este
modo ha sustraído a la gran mayoría de la población e ’
■ cedora estrechez de miras de la vida campesma. D d n « > * o d o
que el campo ha sido sometido a la dudad, que ios p ars^tebaros o
semibárbaros han sido sometidos a los civilizados, asi hm sido su­
bordinadas las razas campesinas a las burguesas el este á O este
- Ciertamente, ía ommón trsdiciófial de los h is to r ia d a de las
/
LA ED AD M EDIA

ciudades, especialmente de las italianas, es la de que el municipio


conquistó al contado y lo esclavizó. Los campesinos pasaron de la
servidumbre de los señores a la servidumbre de los ciudadanos. La
tesis no queda confinada a Italia. Jean Sdm dder ha demostrado ad­
mirablemente de qué modo Metz, durante los siglos xm y xiv, llegó
a dominar económica, social y políticamente a la región campesina
circundante. Pero Plesner, al estudiar la inmigración rural de Floren­
cia, y posteriormente .Fiumi, quien reconsideró d problema en su to­
talidad, nos demuestran que este cuadro de las relaciones campo-du­
dad debería ser corregido y en derto modo invertido. El campo, por
io menos en la Italia medieval, obtenía tanto provecho como sufri­
miento dd dominio de las dudades; puesto que, estrictamente ha­
blando, como ya hemos sugerido, era el contado d que conquistaba a
la dudad, desde dentro, por inmigradón. Aunque esto sea en derto
modo un simple mego de palabras y no coindda con la tesis tradido-
naL no obstante, la idea enderra algo de verdad; La oposidón exis­
tente entre campo y dudad, en la Edad Media, fue a menudo insig­
nificante. A pesar del confinamiento y atrincheramiento de la dudad
en el interior de sus murallas, sus puertas permitían un activo tráfico
en ambas direcdones para un comerá o libre con el campo arcun-
dante. -
No existe mejor ilustración de este hecho que el testimonio de la
pintura medieval. Una sola obra maestra, los frescos de “El buen y
el mal gobierno” pintados por Ambrogio Lorenzetti en el ayunta­
miento de Siena entre 1337 y 1339, ha atraído la atendón lo
mismo de los historiadores dd arte medieval de k dudad, corno Pie-
rre Lavedan, que de los historiadores d d paisaje rural italiano, como
Emilio Serení Mientras que Lavedan ve en estos frescos “una reve-
laaón de la belleza y de la vida dudadana”, Serení descubre en dios
“una pintura moddo dd sector suburbano de las comunidades italia­
nas: la seguridad general atrae a los habitantes fuera de los estrechos
límites de la dudad fortificada y los dispersa entre las ocasionales v
aisladas granjas; al mismo tiempo, un verdadero ejérato de policías
protege los campos contra los daños que podrían ocasionar el ga­
nado y los ladrones: a lo largo de las plantaaones de árboles se desa­
rrolla una completa red de caminos rurales y de senderos que se
abren paso entre los campos”. Mirando más allá de los suburbios de
LA CIUDAD COMO AGENTE DE CIVILIZACION 101

la d u d a d . Serení descubre en la vida y el paisaje de la campiña cir­


cundante “la dvilizadora y organizadora influencia de la ciudad .
El debate anteriormente expuesto, ¿debe ser acreditado en favor
de la dudad, la más activa y benefidosa de las partes en litigio? Ello
equivaldría a una simplificación de la realidad.
La realidad es más bien que ambas partes constituían un todo
único. En diferentes regiones, y sobre todo en diferentes periodos, la
dirección y el valor de los intercambios complicaron y a veces invir­
tieron sus mutuas relaciones. La influenda dvilizaaora de las ciuda­
des establedó un verdadero enlace entre ambas partes.
Hasta 1280 aproximadamente, en la mayor parte del mundo
cristiano, la ola de prosperidad urbana inundó el campo, llevando
consigo progreso técnico y económico, liberando al hombre y urba­
nizando las áreas rurales. A partir de 1280, aún más desde 13 30^y
más tarde de modo' desesperado'.con'la peste de 1348, la civilízadón
urbana entró en crisis. Se produjo, un verdadero endurecimiento de
las arterias, cuando sus valores se hicieron rígidos; la medida del
tiempo se convirtió en un instrumento apto para el dominio de las
clases trabajadoras; el trabajo manual fue rechazado de la esfera de
valores y, juntamente con Dante, se pudo recordar con nostalgia el
pasado; - —:

Florencia, del primer cerco rodeada,


en donde aún sigue oyendo tercia y nona,
en paz vivía, sobria y recatada.
----- - --------- ' (Paradiso, XV, 97-99.)

La ciudad imponía su voluntad al campo circundante, pero el


fresco de Lorenzetti ¿no expresa más bien un ideal que una realidad?
Sintiéndose menos segura de sí misma y menos capaz de conocer la
presión del campo, en cierto modo la ciudad fue ruralizada, según
Anta!, la reacción florentina contra lo “ giottesco , en pintura, de­
muestra este extremo. Y, además, en cierto modo el campo escapaba
a su dominio; los esfuerzos de las órdenes mendicantes por introdu­
cirse en el campo no alcanzaron éxito y la industria rural (la nueva
industria del tejido especialmente) fue establecida contra la industria
urbana.
12/19
102 LA ED AD MEDIA

Más tarde, en el transcurso del siglo xv, la ciudad tomó de


nuevo la dirección, pero esto se llevó a cabo con dos importantes
modificaciones. El nuevo y activo elemento no fue la gran cuiden,
sino la pequeña, cuando una red de táuüades de mediano y pequeño
tamaño extendió una especie de fina trama bajo la dilatada y floja
urdimbre de una población diezmada por la peste y muy dispensada
debido a ia despoblación de los pueblos (W’üsiMngeB). En realidad,
estas pequeñas ciudades eran, desde otro punto de vista, grandes
pueblos. Así pues, ¿campo o dudad? La otra novedad fue que ía du­
dad quedó integrada en estados territoriales, unas veces siendo ab­
sorbida por dios, o (como sucedió en Italia) extendiéndose basta las
dimensiones de la dudad-estado. Bajo todas las apariencias, esto
constituyó d cénit de la ávilizadón y la influencia urbanas. Fue la
edad de oro de los gremios, el período de los grandes mercaderes, de
los M edid a los Fugger. Pero d estado había tomado el bastón de
mando que antes enarbolaban las dudades y se impuso ta tarea de di­
seminar sus moddos.
Es realmente, cierto que las acritudes mentales de la dudad me­
dieval eran indispensables para la formado» del capitalismo y para
la revolución industrial. Mas alia de la medida y control del tiempo,
puede ser visto d contorno de ios estudios de tiempo y movimiento,
tales como los de Frederick Winslow Tayior; más alia de la planifi-
cadón comunitaria de las dudades, la moderna organizadón dd es­
pado; más allá de las escuelas dudadanas, la educación y d progreso
dentífica de nuestros días; más allá de su cspinta de imdariva yacía
el espíritu de empresa dd mundo moderno. Pero todo esto no habría
podido ser llevado a cabo sin d factor fundamental de la acumuia-
dón de capital, que dio a la evoludon económica y social su fuerza
motriz esendal Y, como R. H . Hilton pone justamente de relieve, la
economía y las acritudes mentales de las dudades contribuyeron muy
poco a este proceso. Los benefidos que producía d comerdo y la in­
dustria urbanos-eran invertidos.prindpaimente en propiedades duda­
danas, y estas propiedades no constituyeron una fuente de fonnadón
de capital· Fueron los excedentes y los benefidos üe la economía ru­
ral los que dieron origen a la formado» dd capital· La dudad me­
dieval fue ya la dudad dd Anden Régime tal como la describe Fer-
aand Braudel: “un ejemplo de desequilibrio profundo, ae crecí-
LA CIUDAD COMO AGENTE DE ClVlUZACl'ÓN
103

miento sin contrapeso, de inversiones que resukáam irracionales e


improductivas para la nación -
Pero tal vez sería mejor que nos despidiésemos de la ciudad me­
dieval con la impresión que los ciudadanos medievales teman de e a,
es decir, la de que debían a la organización urbana un seno miento de
comunidad que-era una de las grandes conquistas de- h civihiaciou.
En este pumo tal vez sería inexacto oponer ciudad, y nación B n
gida Kurbis sostiene que, en la Polonia medieval VI lenguaje nacio­
nal se formaba mucho más rápidamente en los centros urbanos, y
esto sucedía tanto en la residencia de un señor íesda! como en d ta­
ller de un artesano o .e a la plaza del mercado. ¥, junto con el len­
guaje, la conciencia nacional se iba haciendo más fum e . e n un a
I
moso sermón predicado en ia iglesia de Santa María Noveil^cU lr>o
renda en 1 304, el dominico fra Giordano da liv olto decía oc *a
r‘~í dudad: “Cittá (ávitas) tanto saona-coOTi-am€»re^mM«},-pcrc«clit *
T-d dilettano le gente di stare insieme". “ Ciudad t caridad -q u e es
como dedr dudad y am or- suenan de modo tan pareado porque
los hombres gustan de vivir reunidos.

B ibliografía

D ciando aparte la amplísima bibliografía que hace reíerenu- .·


la dudad en general esta guía contiene únicamente aquellos estuoso,
que hacen referencia al tema de un modo más particular o bien -que
que parecían'proporcionar una mejor mtroduccon al problema y
a los aspeaos del fenómeno urbano que han sido tratados en - pre­
cedente capítulo. , . ,.
No se debe olvidar que en este terreno, más que en mgun i
el historiador debe hacer -aso de otras disdplinas que se interesan por
1 las ciudades: geografía, sociología, planificad^uroana. ^ ^ m p a -
1
radones por endma del tiempo y entre áreas «gerentes son particu­ i
i>
larmente ilustrativas a este respecto. ■- . .
Para prevenirse de los peligros que presenta eí adoptar un oun i
de. vista urbano acerca de la historia, particulannence ^ n o s o para
la Edad Media, cuya civilización era esencialmente rur , ^
obra de M. D iám othdTO n * e dangers of an urban interpreuuon
13/19
i?
104 LA EDAD MEDIA

of history”, en E. Goldman (e<L), Historiograph? and Urbanisation,


1941, pp. 67-108.
Puntos de vista generales acerca de método e historiografía
puede hallarlos el lector en tres obras colectivas: Urban Research
Melbods. ed. J..P. Gibbs, Princeton, 1961; The Study of Urban His-
tory, ed. B." ]. Dyos, 1968; The Historian and the City» ed.
O. Handlin y j. Binchard, M.I.T. y Harvard, 1963. La última de
esta obras contiene un brillante artículo de R. S. Lopez, The Cross-
roads within the Wall”, que toma la imagen y la idea de la obra de
A. H. Aiicroít, The Circle and lhe Cross, 1927: una dudad es una en­
erad] ada encerrada en un círculo, una convergenda de caminos pro­
tegida por una muralla.

Debemos recordar el impulso dado a la sodologia y a la historia


urbana por un famoso artículo de Louis Wirth, Urbanism as a
W at oí Life’ , American Journal of Socioiogy, XLIV, 1938, reim- ^
preso en Ov Ctties and Social Rife, Chicago, 1964. Mas alia de este
pesimista análisis de la vida urbana —la dudad es un centro de dis-
gregadón social donde los grupos familiares primarios declinan y el
individuo es presa del aislamiento—, es posible captar, sin hacer jui­
cios de valor, los siguientes rasgos de la vida en la dudad medieval,
la destruedón de la comunidad familiar extensa; un terreno favora­
ble para el desarrollo dd individualismo, sea este desdichado o libre,
destructivo o creador.
-Los puntos de vista acerca de la dudad de Max Weber, quien
hizo una gran contribudón a la historia y al estudio de la dudad me­
dieval (pero ¿es que había sólo una dase de dudades?), son expues­
tos en su obra The City, Nueva York, 1958, que contiene una intro-
duedón por Don Marrindale acerca de “The Theorv of the City .
Sobre la historia de las dudades hay dos obras particularmente
sugestivas: G. Sjoberg, i he Rreindustrial City, Glencoe, 1960, y
L. Mumford, el cual continuó su obra The Culture o f Ciñes, Nueva
York, 1938, con The City in History, Nueva York, 1961. Léanse
también los artículos de Sylvia Thrupp, Comparative Studies in Socio-
logy and History, IV (1961-1962), pp. 53-64, y Asa Briggs, History
and Theoty, II (1962), pp. 296-301.
También son útiles los dos volúmenes sobre La Ville en los
LA CRID A D COMO AGENTE DE CIVILIZACION 105

Recueils de la Société Jean Bodin, VI, Bruselas, 195 5-1956, si bien


predomina en ellos la perspectiva legal e institucional.
Las obras recogidas por Henri Pirenne acerca de las ciudades
medievales, Les villes et les institutions urbaines, 2 vols., París-Bruse­
las, 1939, siguen siendo clásicas y fundamentales, aunque el punto
de vista sea predominantemente económico por una parte e institu­
cional por la otra. Lo mismo puede decirse de The Medieval Toum,
Princeton, 1958, un pequeño librillo que contiene documentos esco­
gidos y una introducción por J. H. Mundy y P. Riesenberg. Hay un
■ interesante esbozo historiografía) en la obra de F. Vercauteren,
“Conceptions et méthodes de Fhistoire des villes medievales au
■ cours du dernier demi-siécle”, en el 12th Imemational Congress of
Historical Sciences, Viena, 1965, v. 649-666.
Sobre la tríad a dudad-cam po-bosque, se han abierto amplios
puntos de vista com parativos gradas a las obras sobre filología e his­
toria de las religiones; así G- Dumézil, espedalmente en Mythe et
Epopée, al establecer la oposición entre M itra-dudad-palacio-prospe-
ridad-paz por un lado y Varuna-cosmos-bosque-guerra por el otro
; (pp. 147-149, 156), y E. Benveniste, en Le vocabulaire des institu-
: tirns indo-européennes (París, 1969); véanse, por ejemplo, sus obser-
vadones-acerca , de la puerta, que física y mentalmente era un ele­
mento esendal de la dudad medieval, permitiendo el acceso, dando
la bienvenida y, al mismo tiempo, permitiendo la salida.
Hay un excelente estudio acerca del vocabulario en la obra de
_E.MLchaud-Quantin, lJmvemtas.-£xpressions du mouvemenl commu-
nautaire dans le Moyen-Age latín, París, 1970, cap. 4. La dté, ses
subdivisions et ses environs” . Es muy notable la sugerenría e que
en la Edad Media el término chitas podía aplicarse a un área más
pequeña o más grande que la de una dudad. A veces hacía referenda
únicamente al antiguo centro de la dudad (y aquí chitas se oponía a
“ dudad” , tal como, en efecto, sucedía tanto judicial como social-
K mente en muchas dudades); a veces el termino se extendía a la vean
jjjjdad inmediata. M onald de Capo D ’Istria, que escribía en el siglo
j XIV, dice que la palabra chitas induye, junto con la dudad, unos mil
■pasos más allá de las murallas.
J Acerca de las rdadon.es entre dudad y campo, son muy mtere
|: santes, aunque no estén espedalmente reladonados con la Edad Me
m 14/19
106 LA EDAD MEDIA

día, los papeles y debates del coloquio Vides tí Compagnes. Civilisa-


tion urbaine tí civilisation rurale en France, cd. G. Friedmans, París,
1951. La obra de O. Dobiache-Rojdesvensky, Les pesies Jes
Goliards, París, 1931, contiene un texto latino y una traducción
francesa del Declinado rustid, en la página 166. L alfabeto dei Vi-
llani (en dialecto veneciano dei siglo xv) fue editado por C. Mus-
cetta y D. PonchiroB, Poesía del Quattrocento e del Cinquecento, Par­
naso italiano” IV, Einaudi, Turin, 1959, p. 365.
Sobre el antagonismo entre campesinos y ciudadanos en Italia
al final de la Edad Media, véase la obra de P. S. Lacht, Operas,
artigiani, agricolton in Italia dal secóle V I al IKVI, Milán-, 1946,
p. 183 y s.
Los tradicionales puntos de vista de la esclavización del campo
por la ciudad son contestados por j. Plesner en L émigration de la
Campagne a la ville libre de Florence au X I I I siede, Copenhague,
1934, que podría ser complementado por el artículo de G. Luzzatto
en Studi di storia e diritto in onore di E. Besta, Milan, 1939, II, 185-
203, y por el de E. Fiumi, “Sui rapporti tra dttá e contado nelTeta
comunale”, Archivio Storico Italiano, CXIV (1956), pp. 18-68.
Véase también G. Volpe, Studi sulle imtittnjoni comunali a Pisa: rítta
e contado,.., nueva ed., Florencia, 1970.
Acerca del papel de la dudad en la liberación de los campesinos,
pueden consultarse las siguientes obras, ya clásicas: W. Silber­
schmidt, “Die Bedeutung der Gilde, inbesondere der Handelsgilde,
für die Entstehung der itaiianischen Städtefreiheit , Zeitschrift der
Savignystiftung für Rechtsgeschichte, sec. alem., 5 Í, 1931, cuya pers­
pectiva es prindpalmente urbana, y P. Vaccari, Le affrancaiioni co-
llective dei serví delta gleba, Milán, 1939. Acerca de la totalidad del
problema y desde un punto de partida esencialmente jurídico, hay
una importante publicadón del coloquio de Spa, Les libertes urbaines
tí rurales du X f au X IV* siede, 1968. R. Fossier se enfrenta juido-
samente con la idea del “triunfo de la dudad en su importante obra
Histoire sociale de l ’Occiderit medieval, París, 1970, p. 317 y s.
Acerca de la formadón del área urbana, además de la obra ya
clásica de G. von Below, Territorium und Stadt, Mumch-Berlín,
19222, hay una serie de interesantes obras especializadas: para Bru­
jas, A. VerhuSst, “Die Binnenkolonisation und die Anfänge der Lan-
la Ci u d a d como agente d e c iv il iz a o o« 107

. gemeinde in Seeflandern”, Vorträge und Forschungen, V H A L rl,


*'ed. T. Mayer; Constance, 1964; para Lübeck, G EffiL “ Lübecks
s Stadtgebiet (Geschichte und Rechtsverhältnisse ins Ütotclici,^ , -n
Städteioesen und Bürgertum als geschichtliche Kraft. Cciäcbtrr.ssf?' r
: für F rit\R Sng, ed. Á. von Brandt y W . Loppe, Lübeck 19 ' -"'Tg
v .243-296; y, por encima de tocia, para Metz, J. ScN-ñáer . L·. 7 ,
di M e t\ aux X IIfe t X IV * siieies, Nancy, 1950. ye- rnnsritt; · -
estudio ejemplar. ^
j En su excelente obra Hutmre de l« v:g",e ei su i"” * Fr in........
¡origines au X IX * siede, París, 1959, R. I>:oo ha herbe m -esnMo -
i pecializado en la creación de -nuevos v-.ñedos dcbicc- alu dem« ■
i urbana de vino, especialmente en cuanto a los viñedos & *os aire*
dores de París (p. 219 y s,), como un hecho de avfe.,»c.ol· v ,
nómica y humana (“ civilización alimentaria ).
El. estudio de la evolución de las ciudades a¡ principio de .
, Edad Media ha sido emprendido en un brillante y origmü „ -.c >
; de M . Lombard, “ L’evolución urbaine pendant le Hatut <·—y .n
Age”, Armales, E. S. C , 1957, pp. 7-28, y estudiada como ur o,··-
en La Cittá neU'alto Medioevo, VI Settitnana di stuo ü <L.ennrc
-..llano di Studi sulT Alto Medioevo, Spoíeto, 1950 cnenrns _r
1. de modo excelente el papel civilizador que tuvo la ciudad! en «t A*,..,.
Edad Media.
Para los modelos urbanos de la Alta Edad ve se -■>
obras siguientes: Mumíord, City m Htstory, cap 0 pata la cvM
monasterio; C. Heitz, Recherchtsjur ks rapports míre rrdmtecntt
turgie a l ’époqüe carolingienne, París, 1963, para la imagen de i. .. - - ·
salén celestial, que fue tomada y seguida en detalle ssgum L· ide^ y
-planificación de la “ciudad gótica , es I2 obra d; V. M ü...«, - >
heilige Stadt, Roma quadrata, biwmüscbes Jerusalem, rad die -■■y'··'*
von Weltnabel, Stuttgart, 1961. . . ,
El carácter “malthusuno” dt b tconomsa de 1*. gem iw -y-*·1
danos ha sido demostiado por G MrcMutz, Die hjtnt~.fi...k*~f·ff
der Zünfte und ihn Bedeutung hd der Erhebung des d i j e s e - H G
:■sinki, 1936. _ _
El antiguo reflejo de la. des confianza hada os e s—mj·. os de­
mostrado por las ciudades ocodeotales ae la BcLt- Medí?, y-* ,us
rdadones con los mercaderes .forasteros, ha soso SBfe&ayAuv pe*
15/19
108 LA ED AD MEDIA

A. B. H ibbcrt en su obra “ The Econom ic Policies of T ow ns” , en


The Cambridge Economic Histoiy of Europe, III (1963), pp. 157-
229. En el mismo volumen, E: Miller demuestra que en el siglo xv
“la xenofobia urbana se estaba convirtiendo ya en un nacionalismo
económico” (p. 328 y s.). Tales juicios, que se basan principalmente
en ejemplos ingleses, pueden aplicarse grosso modo a la totalidad de la
Europa cristiana.
El d d o de siete sermones pronunciados por Alberto el Grande
como comentario a Matías V, 14 (“non potest dvitas abscondi su­
per montem posita”) han sido publicados por J. B. Schneyer, “Al-
berts des Grossen Augsburger Predigtyzklus über den hl. Augusti­
nus” ,Recherches de Theologie ancienne et médiévale, XXXVI (1969),
pp. 100-147. En ellos se exalta a la dudad, a la que glorifica espe-
dalmente por su belleza y por el gozo que da a sus habitantes y visi­
tantes, y se compara a los doctores de la Iglesia con ella.
Acerca de las zonas de atracaón e inmigradón en el interior de
las dudades, hay asimismo un buen número de descripdones simila­
res; así, para Metz, C. E. Perrin, “Le droit de bourgeoisie et Fimmi-
gration rurale á Metz au X III'sied e” , Annuaire de la Société d ’his-
toire et d ’arcbéologie de la Lorraine, XXX (1921), pp. 5 13-639, y
XX XIII (1924), pp. 148-152; para Toulouse, P. Worf, Commerces
et marchands de Toulouse, vers 1310 - vers 1 4 )0 , París, 1954, p. 79
y s., y mapas A, B, C; y para las ciudades de Suabia, H. Am m ann,'
“Vom Lebensraum der mittelalterlichen Stadt. Eine Untersuchung
an Schwäbischen Beispielen” , Berichte tgtr deutschen Landeskunde, 31
(1963), pp. 284-316, con mapas.
Sobre el folklore urbano, véase: M. Bakhtin, Rabelais and His
World, Cambridge, Mass., 1968; A. van Gennep, Le Folklore de la
Flandre et du Hainault, département du Nord, París, 1935, que en las
pp. 154-177 contiene una lista completa de todos los gigantes hu­
manos o irradonales dd Norte de Frauda, Bélgica y Holanda, con
un mapa de su distribudón y una tabla que muestra las fechas de su
aparidón; G. Unwin, The Gilds and Companies of London, 1908,
cap. XVI: “The Lord Mayor s Show” ; L. Dumont, La Tarasque.
Essai de descripción d ’un fait local d ’un point de vue etbnograpbique,
París, 1951; acerca del carnaval, como “juego dudadano”, con re-
ferenda particular a ia dudad de Nuremberg en el siglo xv, véase
LA CIU D A D COMO AGENTE DE CIVILIZACIÓN 109

; Lefebvre, Les fols el la folie. Étude sur les gentes du comique et la


ilion littíraire en Allemagne pendant la Renaissance, Paris, 1969;
Saintyves, “ Le tour de la viÜe et la chute de Jericho , en Essais de
Ifclore biblique, Paris, 1923, pp. 177-204.
^ Acerca de la visión cristiana de la ciudad existe un interesante y
Pdesconcertante libró de J. Comblin, Theologie de la pille, París,
IÍ9 6 8 .
Hay una traducción al inglés del texto de Messer Pace da-Cer-
jptlldo, de R. S. López y I. W . Raymond, Medieval Trade in the Me-
Uiterranean W orld, Nueva York, 195 5, p. 424. Véase también
J l L Herlihy, “ Family Solidarity in Medieval Italian History”,
jíÉfplorations in Economic History, 7 (1969-1970), pp- 1 / 3-184.
| | aí L os estatutos municipales de las ciudades italianas nos muestran
K i|n ^microcosmos urbano que .llevó un estilo de vida urbana al mismo
|b corazón del campo: P. Toubert, Les Statuts communaux et 1 his-
^ tpire des campagnes lombardes au XIV siécle , Melanges d Archéo-
¿Jqgtt et d ’Histoire, 1960, pp. 397-508.
¿ fe . Acerca de las ciudades como centros de enseñanza, P. Delhaye,
K lL ’Organisation scolaire au X II siécle , Traditio, V (1947),
¡l§p. 211-268; J. Le Goff, Les intellectuels au mayen ¿ge, 1957, que
|T relaciona las universidades con las ciudades y el comercio de la ense-
pñánza con los otros comercios urbanos —lo cual es sostenido, desde
ílilá punto de vista legal e institucional, por G. Post, Parisian Mas-
giters as a Corporation, 1200-1246”, Speculum, 9 (1934), pp. 421-
J 445 En cuanto a 4a oposición que se hizo a la venta del conod-
¡¡»miento, como si se tratara de una mercancía, léase G. Post, K. Gio-
peárini y R. Kay, “The Medieval Heritage of a Humanistic Ideal.
%stientia donum Dei est, unde vendí non potest , Traditio, 195 5. Acerca
»de la importanda que tenía para una dudad el tener universidad,
í véase, J. Paquet, “Bourgeois et universitaires a la fin du Moyen .
*JÁge. A propos du cas de Louvain”, Le Moyen Age, 1961, pp.
"325-340. Acerca de la cultura de los mercaderes de la ciudad medie-
pl, H. Pírenne, “ L’instruction des marchands au Moyen Age ,
jiinales, I (1929), pp. 13-28; F. Rórig, “ Les raisons d’une su-
prématie intellectuelle: la Hanse”, ibid., II (1930), pp. 481-494,
Ä ; Sapori, “La cultura deí mercante medievale italiano , Rivista di
tioria Economica, II (1937-1938), pp. 89-125; Y. Renouard, Les
u 16/19
110 LA EDAD MEDIA

hommes d 'affaires Italiens du Mayen Äge, nueva edidón, París,^ 1968.


Entre otras muchas obras que hacen referenda a la difusión de la
¡nfluenda cultural de las dudades medievales, cabe indicar: J. L esto-
quoy, Les villes de Flandre tí d ’halte sous le gouvemement despainaens,
París, 1952; P. Dollinger, The Germán Ram a, 1.9/0; Y. Renpuard,
Les pilles d ’Italie de la fin du X* siede au debut du X I V 1siech, nueva
edidón, París, 1969; y un libro de ¡mpíicadones mucho más genera­
les: F. Rörig, Die europäische Stadt und die Kultur aes Bürgertums twt
Mittelalter, Gekringen, 19643.
Hay también libros que tratan algún aspecto particular de esta
cultura. El “puy” , una- asoaaaón cultural sostenida por el patndado
de Arras, es situada en un contexto soda! mucho más amplio por
M. Ungureanu, Société tí littérature bourgeoise d ’Arras aux X I I tí
X I I f siécles. Arras, 195 5. El papel de los notarios de la dudad ita­
liana al escribir las crónicas de la dudad, asi como la formadón de la
cultura y el patriotismo dudadano, son expuestos por G. Arnaldi,
“II notario-ehromsta e le cronache ottadine m Italia , en La stotta
del diritto nel quadro delle sciemg storiche, Floreada, 1966. Sobre es­
tas crónicas usadas como modelos literarios, políticos y mentales,
véase H . Schmidt, Die deutschen Städtechroniken als Spiegel des bürger­
lichen Selbstverständnissesfirn Spätmittelalter, 1958; J. B. Menke,
“Geschichtsschreibung und Politik in deutschen Städten des Spat-
mittelakers (Die Entstehung deutscher Geschichtsprossa in Köln,
Braunschwdg, Lübeck, Mainz und Magdeburg)” , Jahrbuch des Köl­
nischen Geschichtsvereins, 33 y 34/35 (1958-1960); C- Dericam,.
Das Bild der Städte in der bwrgundischm Geschichtschreibung des 1 /
Jahrhunderts, Heidelberg, 1961; N. Rubinstein “The Beginnings oí
Political Thought in Florence”, Journal o f tbe Warburg and Cour-
tauld Institutes,· 5 (1942), pp. 198-225.
La gran obra de Hans Baron, The Crisis oj tbe Early Italian Re­
naissance, Civic Humanista and Republican Liberty in an age of Classi-
dsm and Tyrämty, nueva edidón, Princcton, 1966, ha sido criticada
por J. 1 . Seigel, “ ‘Civic Humanism’ or Ciceronian RhetoricP” , Fast
and Present, 34 (1966), pp. 3-48: d humanismo de Bruni, no muy
diferente del de Petrarca, fue predominantemente literario y tuvo
poco contacto con la situadón sodal de la burguesía de Florencia en
tomo al 1400.
LA CIUDAD COMO AGENTE DE aVULlZAClÓN 1 11

La personalidad y el patrocinio de la dadaid medieval y la ela­


boración de modelos estéticos dentro de las ciudades son tema de
numerosas obras, la mayor parte de las cuales se refieren a Italia. So­
bre la bibliografía ciudadana hay que destacar dos estimulantes ii
bros: P, franeaste!, “Imagination et réalite ians i archstecture^a,„.
du Quattrocento” , en Eventail de l ’Histoirt venante, Pans, i >'■■■■.<*,
pp. 195-206, y W Braunfeis, Mittelalterlük Stadtbaukunst m der
Toskana, Berlin, 1953. Para una explicaciónsocial de la pmeur*, r
Antal, Florentine Painting and its Soaal Background, 1947. Acen-,
•de las relaciones entre arte y política dentro át las ciudades, K. ^ ·■-■
ruszowski, “Art and me Commune in the lime of Dante , 5|>ea#-
lum, XIX (1944), pp. 14-33, y N. Rubinstein, “Political Ideáis m
Sienese Art” , Journal of the Warburg and Csurtauld Institutes,
(1958), pp. 179-207. Sobre las pinturas de las ciudades y la idea de
ia dudad que ellas intentan· comunicar, véanse: ?. La vedan,
Representation des talles dans Tari du Mayen Age, Pans, 19.· ·,
Yolpe, L. Volpicclli y otros. La citta medioeval? italiana nella minia­
tura, Roma, I9 6 0 ; y una obra esencial para demostrar la urbanaa-
dón del campo: E. Serení, Histoirt du Payse& rural Italien, traduc­
ción del italiano, París, 1964.
Los puntos de vista de R. S. López-aeerea-ae las-íeeh&rías come­
tidas Dor las ciudades en sus programas artísticos durante el s*g.
(Anuales, E. S. C , 1952, pp. 433-458) han provocado un recen:,
debate en Explorations in Economic Hisiory, 1967- a>68.
En el lado negro del cuadro: (1) acerca de la pobreza urbana en­
contramos las obras siguientes: M. Mollar, La notion de la p*u-
: ¡vretc au M oyen Age: position des problemes , Reviu d His>o-it cíe
VÉdise de France, 1966, pp. 5-23; f . O: tus, “ Au ba. M oyer Age.
pauvres de viiles et pauvres de campagnes , Anuales ■£··>· -·> - ^ - 1'
» B. Tiemey, Altdieval Poor Lata: a St&eb oj catnonuu* ¿.bet-ty * ·*: «.■
" application to E n g la n d , Berkeley, 1959; (2) d vagabundaje^)
men dentro de las ciudades es estudiado por ä>. Gereutek, -u·1 i-ti..
contre le vagabondage a Paxis aux xi·' et ^ si celes > eíl
Storicbe e d Ecenom iche in M em oria, d i C ofrade B a rb á g a llo , -íes,
1970, 11, pp. 213-236; (3) sobre la injusticia y la^trapaccr.a* n-
nancieras, G. Espinas, Les finantes ¿t ia commune de J jo u a t ^ <>rtg¡
;■ nes au X Y 's i k k , París, i 902; Enantes et mmptabtbií uroatnes uU
í,
\ tlr
112 LA EDAD MEDIA

X I I Í au X I V 1 sacie, Simposium internacional de Blakenberg,


1962; Bruselas, 1964.
También debe recordarse que en las ciudades vivían los judíos,
lo cual produjo efectos especiales sobre la cultura, sobre las actitudes
humanas y sobre la eccraomía. Un buen ejemplo, aparte de la enorme
bibliografía existente sobre el tema, es un estudio de una comunidad
urbana judía que muestra la difusión de las operaciones financieras
de la dudad y las deudas de los campesinos: R. W . Emery, The Jetas
of Perpignan in tbe Thirteenth Century, Nueva York, 1959.
Acerca de las dudades como centros de herejía, puede consul­
tarse J. Le Goff (ed.), Hérésies et sociétés dans l ’Europe préindustrielle
( l l ’- lí * síteles), París, 1968, y espedalmente los artículos de
C. Violante (“ Hérésies urbaines et hérésies rurales en Italie du 11
au 1 3Csiédes”, pp. 171-198), J. Macek (“Villes et campagnes dans
le hussitisme”, pp. 243-258) y P. W olff (“Villes et campagnes dans
l’hérésie cathare”, pp. 203-207).
En cuanto a la imagen que las dudades deseaban ofrecer de si
mismas —de su belleza, 'su riqueza, su influenda—, véase la crónica
de Benzo de Alejandría (de prindpios del siglo xiv), edita.da y prolo­
gada por J. R. Berrigan, “Benzo de Alejandría y las dudades del
Norte de Italia”, en Studies m Medieval and Repaissance Hisíory,
ed. por W . M. Bowski, Lincoln, Neb., 1967, pp. 127-192.
De las numerosas monografías acerca de las dudades medieva­
les, que nos muestran a la perfecdón el lado cultural del tema —arte,
literatura, planificadón urbana—, hay que poner de relieve un estu-
dio va bastante antiguo: F. Schevill, Siena. The History of a Medie­
val Commane, 1909, y dos estudios redentes, uno de una ciudad del
Sur y el otro de una dudad del Norte: M. B. Becker, Florence in
Transition, II, Baltimore, 1968, y G. Williams, Medieval London:
From Commune to Capital, 1963.
Acerca de la transidón entre dudad y dudad-estado· ]. Lejeune,
Liége. Namanee d ’une nation, 1948; P. J. Jones, “Communes and
Despots: the City-State in Late Medieval Italy”, Trans, Royal His­
torie Society, 5.a ser., 15 (1965), 71-96; A. Tenenti, Florence a l ’épo-
que des Mediéis. De la cite' a l'état, París, 1969. -
Para la creadón de un nuevo medio ambiente de tipo secular en
las ciudades de la Baja Edad Media, consúltese: C. Cipolla, docks
LA CIUDAD COMO AGENTE DE CIVILIZACION 113

and Culture. 1300-1700, Londres, 1967, reimpreso en rústica


como una parte de European Culture and Overseas Expansion, 1970,
J. Le Gofif, “Au Moyen Age: temps de l'Église et temps du mar-
chand” , Aunóles E. S. C ., 1 9 6 0 , y “ L e tem ps du travail dans la
‘crise’ du X IV ' siéde: du temps medieval au temps moderne , Le
Moyen Age, 1963; P. Wolff, “ Le temps et sa mesure au Moyen
Age”, Anuales E. S. C., 1962.
Acerca del papel de las ciudades en el progreso técnico y cien­
tífico, véanse las diversas historias de la ciencia y de la tecnología,
por ejemplo: B. Gille en Les origines de la civilisation technique, vol I
dé la Histoire Genérale des Techniques, ed. M. Daumas, París, 1962,
y G. Beaujouan en La Science antique et médiévale, vol. I de la Histoire
genérale des Sciences, ed. R. Taton, París, 1957.
El papel cultural y nacional de las ciudades polacas en la Edad
Media ha sido m östradcrpörfr ^ a i ^ r ÄB r p r d t e ^ e f e - iadture
intellectuelle dans les villes polonaises du x au xn siécle , en L A r -
tisanat tí la vie urbaine en Pologne médiévale, Varsovia, 1962.
La forma adoptada por la red de pequeñas ciudades en la Baja
Edad Media ha sido demostrado por H. Stoob, Minderstädte.
Formen der Stadtentstehung im Spätmittelalter , Vierteljahrschrift
für Sozial- und Wirtschaftsgeschichte: I W ; p R T - 2 |r y subrayado,
por J. Le Goff como parte de una investigación que estudiaba un
apostolado religioso que tuvo una base urbana, la de los frailes entre
ios siglos xih y xv: “ Ordres mendients et urbanisation dans la
_ France médiévale", Anuales E. S. C , 1970, p. 924 y ss. El mismo
fenómeno aparece asimismo, por ejemplo, en Hungría: G.^ Szekely,
“ Le développement des bourgs hongrois á 1 époque du feodalisme
florissant et tardif’, Anuales Universitatis Scientiarum Budapestensis,
Sectio Histórica, V (196 3), pp. 5 3-87, y J. Szucs, Das Stadtioesen tn
Ungarn im 11-17 Jh., 5 3, pp. 97-165.
El estudio fundamental de la paradoja de la ciudad^medieval,
que surge del feudalismo y al mismo tiempo lucha contra él, lo cons­
tituye la obra de J. L. Romero, La revolución burguesa en el mundo
feudal, Buenos Aires, 1967.
La debilidad de la parte desempeñada por la dudad medieval en
la primaria acumuladón de capital es subrayada por R. H. Hilton,
“ Rent and Capital Formation in Feudal Society , Second Intcr-
18/19
M
114 LA EDAD MEDÍA

national Conference of Economic History, París-La Haya, 1965,


pp, 33-68.
La obra de P. Braudd, Civilisation materielle et capitalisme,
X V * - X V H f siecles, Paris, 1967, cap. 8: “ Les viles” , abre amplios
horizontes acerca d d papel de la dudad.
Para establecer una comparador* entre la civilización de las ciu­
dades medievales de Occidente con las musulmanas de O cadente y
con las de Oriente, es muy interesante la obra de L. Torres Balbas,
“ Les villes musulmanes d Espagne ct leur urbanisation , Anuales t¿£
1’Institut d ’Eludes Otientales, Algiers, 1942-1947, y la de M- Tikbo-
mirov, The Toums e f Ancím t Raí, Moscú, 19 5% .cap. 7 : “ Urban
Culture”.

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Capítulo 3
PAU TAS Y ESTRUCTURA DE LA DEM ANDA,
1000-1 500 *

por R ic h a r d R oehl

Nuestro conocimiento de la historia económica de j a nair-TDá


medieval se ha acrecentado enormemente durante los uinmos
:xí
cuenta años. Este logro no es, desde mego producto
último medio siglo; durante el siglo xix se d.eron ya tan m.p ■-
pasos como en el xx, especialmente en cuanto a. ¡ogro de '
les de material y a su interpretación y síntesis. Realmente - í —
decir que fueron Bloch, Dopsch y Pirenne quienes h iaer n ^ ^
terpretación y la síntesis lo que ellas son en la actual,dad.
i:
bres parecen marcar una transición en la histona econoin.« . -
h simple, descripción .y narradónTse ha convelí o e,. u-,c
nica V un nuevo medio de investigación y explicación.
Numerosos investigadores han contribuido a ia ela w w c ^ .
panorama que ahora poseemos acerca de la economía ^ ^
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occidental durante el período medieval, y no es neces^ '
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pasemos revista detallada de sus múltiples componen.es. ^ -
tante, me gustaría llamar la atención sobre una ^
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