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Weber, el poder y la dominación

Weber define al Poder como “la posibilidad de imponer la propia voluntad, dentro de
una relación social, aún contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento
de esa probabilidad”. A su vez, considera que el concepto de poder es
”sociológicamente amorfo”, con una dimensión escasa en matices y relieves y por
ende menos relevante que el de dominación.

La Dominación, en tanto, existe o se manifiesta, no solamente cuando se tiene la


capacidad de imponer una voluntad determinada sino cuando ésta va acompañada
por una probable obediencia de él o los destinatarios de dicha imposición (la
“legitimidad” de una dominación debe considerarse sólo como una probabilidad, la
de ser tratada prácticamente como tal y mantenida en una proporción importante)
entonces, la dominación es una modalidad de poder donde existe la clara voluntad de
obedecer por parte de la instancia subordinada. En esta distinción, contenida en el
mínimo de voluntad de obediencia ó interés de obedecer que observamos en toda
sociedad, se encontraría una de las claves de la relevancia sociológica de la
dominación: la relación de mando y obediencia implica un ordenamiento legítimo por
medio del cual del cual los actores orientan y hacen previsible su comportamiento, a
su vez este comportamiento previsible descansa en la creencia de la legitimidad de
determinadas normas o prácticas por parte de los sujetos del orden en cuestión, de
allí que ese orden socialmente dado sea solo probable y esté condicionado por la
probabilidad de que quienes obedecen otorguen legitimidad a los mandatos. En
orden al autor observamos que la legitimidad está referida a una constelación
normativa (o “máximas”) y ocurre cuando dicha constelación es aceptada y elevada a
la posición de obligatoria o ejemplar, la acción del que obedece acontece como sí el
contenido del mandato se hubiera convertido, por sí mismo, en máxima de su
conducta; y eso únicamente en méritos de la relación formal de obediencia, sin tener
en cuenta la propia opinión sobre el valor o disvalor del mandato como tal, (aquí
deberíamos hacer referencia: 1) a la dimensión estructural de la legitimidad
introduciéndonos en el concepto de orden social y 2) a la dimensión subjetiva, que
tiene que ver con la validez de dicho orden en tanto que los actores que participan de
las relaciones de dominación lo perciben como tal, orientando sus interacciones en
ese sentido).

También debe destacarse que, si la creencia mencionada, basada en la legitimidad


(entendida como aquella situación donde los actores involucrados aceptan un orden y
lo reconocen como válido) caducara, la configuración basada en dicha probabilidad
perdería toda consistencia, y el orden social se derrumbaría.

Weber desarrolla tres tipos puros de dominación legítima.

a) Dominación de carácter racional: según el autor es el tipo más puro de dominación


legal (aún cuando ninguno de los tres tipos ideales acostumbre a darse “puro” en la
realidad histórica). Se rige por un orden impersonal cuyas normas están legalmente
constituidas y se asienta en la creencia en la legalidad de dichas normas y de los
derechos de mando que tienen quienes, por esas normas están llamados a ejercer la
autoridad. Habitualmente, entre el mandante y los que obedecen se interpone un
cuadro administrativo que está al servicio del mandatario.

La dominación racional se vale de un aparato burocrático con competencias fijas y


bien delimitadas, con estrictas reglas de procedimiento, circulación de la información
y control centralizado. El Estado racional ofrece un orden fundado en el derecho
racional que es funcional al sistema de acumulación capitalista en tanto brinda
garantías sobre las regla de juego permitiendo un grado de calculabilidad necesaria
para la voracidad capitalista. El orden racional se impone y expande por toda la
sociedad en virtud de su eficiencia, que es independiente de los objetivos
perseguidos.

b) Dominación de carácter tradicional: fundada en la creencia cotidiana en la santidad


de las tradiciones que rigieron desde lejanos tiempos y en la legitimidad del derecho
de mandar que tienen quienes han heredado su capacidad asentándose en esas
reglas (autoridad tradicional). En este tipo observamos un sentido de pertenencia leal,
no solo hacia el pasado, sino también respecto de las figuras representativas de ese
pasado. El vínculo entre la lealtad mencionada y la convicción respecto de la
sacralidad de determinados hechos del pasado a menudo brindan el sentido al orden
social.

c) Dominación de carácter carismático: un orden legítimo puede basarse también en


el carisma de determinados individuos producto de sus cualidades militares, dominio
religioso, santidad, heroísmo o ejemplaridad. El concepto de “carisma” se ha tomado
de la terminología del cristianismo primitivo. En este tipo a lo se obedece es al
caudillo carismáticamente calificado por razones de confianza personal en la
revelación, heroicidad o ejemplaridad, dentro del círculo en que la fe en su carisma
tiene validez. No obstante la necesidad del líder carismático de tener que rendir
cuentas permanentemente de sus capacidades como así también la delegación de
facultades que debe efectuar necesariamente en terceros (delegación de poder, en
definitiva) condicionan en cierta manera a este tipo de dominación. Esta debilidad
puede salvarse mediante lo que se denomina “rutinización del carisma” de tal forma
se constituye una organización con jerarquías y competencias de los seguidores del
líder y se aleja la dependencia del orden social de las relaciones estrictamente
interpersonales.

La Burocracia en la sociedad moderna:

Para Weber el orden racional burocrático es el que se expandirá por toda la sociedad:
el Estado moderno es en definitiva, un Estado Burocrático.

Una de las características salientes de la burocracia es la existencia de un personal


especializado e instruido (racional y técnicamente) en las tareas que tiene a su cargo
lo que significa que su desempeño deberá estar caracterizado por la imparcialidad, la
objetividad y la universalidad. El orden racional se impone por que demuestra su
eficiencia independientemente de los objetivos perseguidos. En tal sentido la
burocracia obedecerá y cumplirá órdenes políticas aún cuando fueran contrarias a sus
convicciones pues en el espíritu de su cargo está la obligación de resignar la opinión
personal en aras del cumplimiento del deber, la responsabilidad de las acciones, en
tanto, quedará bajo competencia y responsabilidad exclusiva del dirigente político.

Dijimos que el orden racional es eficiente pero no debe soslayarse que el entramado
de reglas y disposiciones que genera puede atentar contra la creatividad, la iniciativa
personal y la generación y concreción de nuevas ideas y acciones, de allí que se
requiera de la actuación de un liderazgo político fuerte para liberar tales virtudes de
un orden que en las sociedades modernas se ha convertido en lo que el autor a
denominado acertadamente como una verdadera “jaula de hierro”.

“En un Estado moderno –afirma Weber- el poder real, que no se manifiesta en los
discursos parlamentarios ni en las proclamaciones de los monarcas, sino en la
actuación administrativa cotidiana, reside necesaria e inevitablemente en las manos
del funcionariado; del civil y del militar”. De allí el carácter trascendente de la
burocracia en las sociedades modernas: es un componente esencial del Estado
moderno, un rasgo más general de lo que Weber denomina como racionalización
(aún cuando la burocracia entendida como racionalización no sea una característica
exclusiva de la esfera estatal).

Debe decirse también que la emergencia de una economía mercantil y capitalista


emerge entre los factores que favorecieron el surgimiento del Estado moderno como
estado burocrático: la empresa capitalista está fundada en el cálculo (racionalización),
necesita de una justicia y de una administración, es decir, de un Estado cuyo
funcionamiento pueda ser calculado racionalmente del mismo modo a como se
calculan las operaciones de una máquina o los dividendos de una empresa. Y esto es
posible y solamente posible sobre la base de la existencia de normas fijas que regulen
la actuación del personal estatal.

Facundo Arnaudo

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