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La iglesia pacto con Carlomagno y le coronó emperador en el (800) y éste intentó reconstruir el
antiguo imperio. Por un lado los feudos comenzaron a ser hereditarios y la Iglesia inició la
organización de las órdenes monásticas, adquiriendo de esta manera una extensión internacional
(Orden de Cluny 910).
En verdad, la colaboración eclesiástica se inició desde los primeros tiempos. Los reinos bárbaros
sustituyeron al Imperio Romano de Occidente y la Iglesia pasó a colaborar con los conquistadores.
Se esforzó en bautizar a los bárbaros, sin importarle su verdadera conversión. Rubén Salazar Melle
nos resalta que Revaldo, rey de Est Anglia, “frente al altar donde oía misa había levantado otro
altar dedicado a ofrecer sacrificios a los antiguos dioses.
A partir del siglo XI, tras el fin de las invasiones bárbaras del espacio europeo, comienzan a surgir las
monarquías feudales, gracias a procesos políticos como las Cruzadas o la Reconquista en España.
Señores, nobles, que durante años hicieron de su linaje toda una familia noble, con ventajas que se
transmitían de forma hereditaria, comenzaron a tomar mucho poder.
Se pasó de un poder único, centralizado, el del imperio, a la instauración de muchos pequeños poderes
sobre tierras de distintos tamaños a mano de los nobles. Cada tierra se constituyó como una entidad
económica y política.
El proceso de consolidación por una parte de aristócratas, por otro del rey como centro de poder, fue
gracias a una serie de factores como la sacralización y ordenación del nuevo orden social que suponía el
sistema vasallático.
Para Dante (1265-1321) no hay una supremacía del poder eclesiástico, más bien existe
independencia, sobre todo, argumenta que siendo el reino de Dios una potestad de otro mundo, su
autoridad en la tierra es solo moral. Para el la soberanía del emperador deriva directamente de la
divinidad.
Para Marcilio de Padua (1270-1340), la soberanía no reside en el monarca, por el contrario reposa
en el pueblo y el gobierno civil y el eclesiástico debe responder a este principio fundamental. El
aboga por una democracia civil y eclesiástica. Los príncipes deben respetar la ley que no es hechura
de su potestad sino producto de la soberanía del pueblo quien es el supremo legislador.
Guillermo de Occam (1270-1347), en Inglaterra, defiende la autoridad soberana del rey y crítica
al papado en términos muy parecidos a los de Marsilio de Padua. Interpreta la famosa polémica de
los universales, dándoles una derivación lógica en política a fin de mostrar la ausencia de
fundamento de la autoridad papal. Se decidió por el nominalismo, y de esta manera, sostiene que
la Iglesia era una ficción, si se la considera como una realidad distinta de los fieles que la
componían.