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Uno de los miedos extremos más frecuentes, que no solo está presente en niños, es la
fobia a las inyecciones o tripanofobia. Seguro que todos conocemos a alguien siente
este gran miedo a vacunarse o realizarse una simple prueba de sangre.
Los tripanofóbicos lo pasan realmente mal cuando han de ponerse una inyección y
acudir al centro de salud. Y, en muchos casos, pueden incluso evitar estas situaciones
sin importarles poner en riesgo su vida (por no vacunarse contra enfermedades como el
tétanos) o reducir el dolor o la inflamación con corticoides.
Existen diferentes tipos de fobias, que suelen englobarse en tres grupos. La tripanofobia
se incluiría dentro de las fobias específicas que son generalmente temores a ciertos
objetos o situaciones. Algunos estímulos fóbicos específicos son las arañas, serpientes,
ascensores o volar.
Además de este grupo de fobias, que se conocen también como fobias simples, existen
dos más que son las fobias sociales, que involucran a otras personas o situaciones
sociales tales como ansiedad por el desempeño, el miedo a la vergüenza o la
humillación o la valoración de otros; y la agorafobia es un miedo de experimentar un
ataque de pánico en un lugar o situación en el que la persona se siente desprotegido.
Estas dos últimas fobias suelen considerarse fobias complejas.
Causas de la tripanofobia
El temor a las inyecciones suele desarrollarse durante la infancia y en muchos casos
suele perdurar en la edad adulta. Su causa a menudo es una experiencia traumática en la
infancia o adolescencia, y aunque en realidad no producen mucho dolor las inyecciones,
estas personas lo interpretan como una seria amenaza para su integridad física. No es
que crean que vayan a morir por la inyección, sino que el dolor será tan fuerte que no lo
podrán ni soportar.
El aprendizaje de este miedo suele ocurrir por lo que se conoce como condicionamiento
clásico, un tipo de aprendizaje asociativo que investigó inicialmente Iván Pávlov, un
fisiólogo ruso, pero que hizo famoso el conductista John B. Watson, pues creía que los
seres humanos podían aprender emociones fuertes por condicionamiento y luego
generalizarlas a situaciones similares.
Para ello ideó una serie de experimentos con niños, y en uno de ellos logró que un niño
pequeño, de nombre Albert, aprendiera a tener miedo de una rata blanca que al principio
adoraba. Este experimento no podría llevarse a cabo en la actualidad porque se
considera poco ético. Puedes verlo en el video a continuación:
Algunos teóricos también piensan que las causas pueden ser genéticas; y otros que
estamos predispuestos a padecer ciertas fobias. De hecho, esta última teoría afirma que
es fácil asociar ciertos estímulos al miedo, porque ésta es una emoción adaptativa que
ha ayudado a la especie humana a sobrevivir. En este sentido, los trastornos fóbicos se
forman por asociaciones primitivas y no cognitivas, que no son fácilmente modificables
por argumentos lógicos.
Tratamiento
El tratamiento de las fobias es similar en la mayoría de casos, y la terapia psicológica,
según las investigaciones, tiene un alto grado de efectividad. Existen diferentes
corrientes que pueden ser útiles para tratar la tripanofobia; sin embargo, la terapia
cognitivo conductual parece ser la que aporta mejores resultados. Este tipo de terapia
pretende modificar los eventos internos (pensamientos, emociones, creencias, etc.) y
comportamientos que se consideran que son los causantes del malestar.
Por ello se emplean diferentes técnicas, entre las que destacan las técnicas de relajación
(especialmente indicadas para momentos puntuales en los que la persona experimenta
una gran ansiedad) y la desensibilización sistemática, que es un tipo de técnica de
exposición en la que, como su nombre indica, se expone al paciente al estímulo fóbico
de manera gradual. Éste, además, aprende diferentes estrategias de afrontamiento que le
permiten ver con sus propios ojos que sus temores y miedos son irracionales.
Para tratar esta fobia también es posible emplear la terapia cognitiva basada en
Mindfulness o la terapia de aceptación y compromiso, que pertenecen ambas a las
terapias de tercera generación, y no pretenden modificar las conductas sino aceptar la
experiencia, lo que reduce automáticamente la sintomatología porque no se opone
resistencia a los hechos. Esto es lo que concluyen los últimos estudios científicos, que
parecen indicar que esta metodología es especialmente útil para tratar trastornos de
ansiedad, pues si pretendemos modificar nuestros eventos internos o comportamientos
se produce un efecto rebote y los síntomas ansiosos aumentan.
En casos puntuales y extremos pueden administrarse ansiolíticos; no obstante, siempre
junto a la psicoterapia.