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LA AUTOPSIA

El doctor Winters salió de la minúscula estación de auto- Entró en el edificio de los juzgados por una puerta
buses de la Greyhound a medianoche y se encontró en una lateral. Sus tacones resonaron en el linóleo del pasillo. Una
calle que olía a pinos y al río, aunque la calle estaba situada puerta situada al final, sobre la que estaba escrito NA-
en el corazón del pueblo. Pero, claro, el pueblo sólo conta- TE CRAVEN, SHERIFF DEL CONDADO, se abrió bastante antes
ba con cinco calles de importancia, y éstas se extendían de que llegara a ella, y su amigo salió de la habitación para
apenas unos dos kilómetros a lo largo de la cañada. Por lo recibirle.
más hondo de esa cañada corría el río, y su rugir apagado
—Maldita sea, Carl, sigues estando tan delgado
fluía, perfectamente nítido, por entre las orillas formadas
que te podrían usar como látigo. Dame eso. Se te ve dema-
por los oscuros escaparates. En la ventana de la estación se
siado sano. No te hace falta tanto ejercicio.
veía brillar la única luz, con excepción de un reloj lumino-
so que se encontraba varias puertas más allá, y un pequeño La maleta colgaba de su mano como si no pesara
neón que anunciaba una cerveza a dos manzanas de distan- nada, sin hacer que sus hombros de toro se inclinaran en lo
cia. Cuando hubo recorrido unos pocos metros, el doctor más mínimo. Pese al reproche que había implícito en sus
Winters dejó su maleta en el suelo, se metió las manos en palabras, no tenía demasiada barriga para un hombre de su
los bolsillos y contempló las estrellas, parecidas a un mon- edad y talla. Su rostro estaba tallado en toscas líneas, y la
tón de guijarros, en el negro golfo del cielo. masa formada por la frente, la nariz y la mandíbula hacía
que sus ojos verdes parecieran pequeños, hasta que uno se
—Una aldea de montaña…, un pueblo minero —
fijaba en ellos y sentía la tensa penetración de su inteligen-
dijo—. Estrellas. No hay luna. Estamos en Bailey.
cia. Llenó hasta la mitad dos tazas con una jarra de café
Hablaba con su cáncer. El cáncer se hallaba situa- que había sobre la mesa, y luego completó la ración con
do en su estómago. Desde que conoció su existencia, había bourbon de una botella que sacó de su escritorio. Cuando
llegado a desarrollar esta irónica costumbre de comunicar terminaron de beber, también habían acabado de intercam-
con él. Pretendía mostrarse cortés hacia su huésped no biar noticias sobre sus amigos mutuos. El sheriff sirvió otra
invitado, la Muerte. No le encontraría grosero ni hosco, ronda, y fue tomando sorbos de su taza en un silencio que,
pues ello haría que su victoria fuera absoluta. Claro que, evidentemente, era el preludio a una conversación sobre el
por supuesto, su victoria sería absoluta, con o sin sus iro- trabajo que les esperaba.
nías.
—Dicen que la justicia es dura —suspiró—. Aho-
Cogió su maleta y siguió andando. El resplandor ra lo he visto. Uno de esos…, esos pacientes tuyos sobre
de las estrellas convertía en débiles espejos la negrura de los cuales tendrás que trabajar… Era un asesino. A decir
los escaparates, y le mostraba al hombre que iba pasando verdad, la palabra «asesino» no explica ni la mitad de lo
ante ellos: delgado como una lagartija, el pelo blanco (a los que hizo. Podrías afirmar que él tuvo lo que se merecía al
cincuenta y siete), un hombre que viajaba para encargarse ser ejecutado en esa explosión. Sí, maldita sea, fue un acto
de los asuntos de la muerte, llevando dentro de él su propia de justicia. Pero en cuanto a los otros nueve, la cosa fue
muerte e, incluso, transportando en su maleta el vestuario bastante dura. Y el asunto no termina con su muerte, no…
de la muerte, pues la maleta —dejando aparte su equipo ¡Ese jefe tuyo, ese maldito besaculos! Se romperá la espal-
médico y unos parcos artículos necesarios para él— estaba da intentando tocarse los pies con cada reverencia que hace
llena de bolsas para cadáveres. El sheriff le había contado a la Mutua Fordham. ¿Qué parte te ha contado?
por teléfono los arreglos improvisados que se habían hecho
—Supongo que te refieres al muy estimable foren-
con los cadáveres, y el forense había cogido esas bolsas,
se Waddleton del condado de Fordham. —El doctor Win-
colocándolas en su maleta con una amarga diversión,
ters hizo una pausa para beber de su taza y, con una delica-
comprobando la anchura de la última ante el espejo, enci-
da dilatación de sus fosas nasales, comunicó todo el dis-
ma de su propio pecho, igual que una mujer juzgaría un
gusto, desprecio y diversión que había sentido en sus
vestido antes de ponérselo, y diciéndole a su cáncer: «¡Oh,
cuatro años como patólogo en el departamento de Waddle-
sí, hay espacio más que suficiente para los dos!».
ton. El sheriff se rió—. De las palabras del forense rara vez
La maleta pesaba, y el forense se detenía a menu- se puede sacar una imagen clara —siguió diciendo el
do para descansar y mirar al cielo. ¡Qué trabajo para hacer- doctor—. Tomó tu nombre en vano. De forma tan enérgica
lo de noche, hurgando por entre despojos carentes de alma, como repetida. Tales expresiones fueron las primeras
los ojos clavados en la tierra bajo ese techo de estrellas! frases con que abordó el asunto. Luego, se dedicó a desa-
Habían hecho falta cinco días para sacarlos. El equinoccio rrollar el tema de la estricta responsabilidad que nuestro
de otoño ya había pasado, pero el tiempo había seguido departamento le debe a la letra de la ley y, en particular, a
siendo cálido. Y, sin duda, a tales profundidades todavía lo la ley de compensaciones a los trabajadores. Los beneficios
sería más.
por razón de muerte deben ir sólo a quienes dependieran de suya, y las llenó hasta las dos terceras partes de su capaci-
los difuntos, cuya muerte tenga lugar por causa directa de dad con bourbon, añadiendo luego un poquito de café en la
su trabajo, no meramente en el curso de éste. Las víctimas del forense. Los dos amigos se miraron fijamente, sin
de un ataque cometido por un maníaco, aunque mueran en parpadear, como dos jugadores de póquer que se encuen-
su trabajo, no tienen por qué dar derecho a compensacio- tran en la mano decisiva de la partida. El sheriff bajó la
nes legales. Luego estuvimos meditando sobre la trágica vista hacia su taza y tomó un sorbo de ella.
injusticia sufrida por una compañía de seguros (cualquier —In locem mortis. ¿Qué quiere decir exactamente
compañía de seguros), que debe pagar a personas que todo eso?
carecen de todo derecho a ello, únicamente por la incom-
—En el lugar de la muerte.
petencia y laxitud de los funcionarios que han realizado la
investigación. Tu nombre apareció de nuevo. —Oh. ¿Quieres un poco más?

Craven dejó escapar un ladrido, mezcla de furia y —Gracias, acabo de empezar.


risa. Los dos hombres se rieron, callaron, y luego vol-
—¡El imparcial servidor del bien público! ¡Ja! Un vieron a reírse de una forma que quizá algunas personas
marrullero estúpido e imparcial, eso es lo que él es. Te hubieran considerado excesiva.
apuesto diez contra uno a que la Mutua Fordham logrará —Habló de todo salvo de que debía encontrar algo
zafarse de todo esto sin su ayuda, y que esas viudas no que hiciera obligatoria una segunda autopsia —acabó
verán ni un solo centavo. —Las palabras no bastaban para diciendo el doctor—. Habría vendido su alma (o la habría
dar rienda suelta a su ira; el sheriff se dio la vuelta y escu- hipotecado por segunda vez), a cambio de un equipo móvil
pió en su papelera. Acabó el contenido de su taza y suspi- de rayos equis. Tiene razón, claro. Si esos cuerpos han
ró—. Te pido perdón, Carl. Llevamos cinco días cavando recibido algún fragmento de bomba, ése sería el modo más
para sacar a esos hombres, y durante los dos últimos hemos seguro y rápido de encontrarlo. Sigue asombrándome que
estado hurgando en esa montaña buscando rastros de vuestro doctor Parsons haya podido tener averiada durante
explosivos, con esos investigadores de la compañía de tanto tiempo su unidad de rayos equis.
seguros resoplando en nuestros cuellos, y cuanto han —Arregla huesos, cose heridas, hace recetas, y to-
podido decir es que existían «sólidos indicios que hacían do lo que suponga problemas lo manda a otro sitio. Eso es
presumir» la existencia de una bomba. Bueno, no pienso lo único que sabe hacer. Los borrachos no son muy útiles.
romperme los cuernos con eso porque no me hace falta.
—¿Tan mal está?
Waddleton puede meterse sus «circunstancias extraordina-
rias» donde le quepan. Si no encuentras nada en esos —Aguanta a duras penas y nada más. Waddleton
cuerpos, el trámite de la autopsia habrá terminado, y se les estuvo aquí, y no le consideró digno de ser nombrado
podrá enterrar aquí mismo, donde sus familias quieren que patólogo. Dudo de que pudiera encontrar una bala de
estén. cañón en una rata muerta. No es algo que piense decir si es
que puede llegar a sus oídos, al menos mientras siga arre-
El doctor estaba mirando a su amigo y sonreía.
glándoselas como hasta ahora, pero todos los de aquí lo
Acabó su taza y habló con la irónica falta de emoción que
saben. Lo cierto es que durante la mitad del tiempo son sus
había empleado antes, como si el sheriff no le hubiera
pacientes quienes cuidan de él. Pero Waddleton te habría
interrumpido.
mandado sin importar quién estuviera aquí. La Mutua
—Luego, el honorable forense habló con más que Fordham sólo contribuye a sus fiestas con lo mejor.
notable entusiasmo sobre el tema de los impresos de auto-
El doctor se miró las manos y se encogió de hom-
rización para la autopsia, y la maliciosa subversión de la
bros.
voluntad de los ciudadanos particulares llevada a cabo por
ciertos agentes de la ley. Dio la casualidad de que sobre su —De acuerdo. Un asesino metido en el asunto.
escritorio tenía un fajo de tales impresos, todos firmados, ¿Había una bomba?
con una cláusula particular escrita a máquina sobre las Moviéndose muy despacio, el sheriff puso los co-
firmas. Un párrafo muy interesante. Entre otras cualidades, dos sobre la mesa y se apretó las sienes con las manos,
tenía la propiedad de hacer que el rostro del forense se como si la pregunta hubiera levantado toda una tempestad
volviera púrpura cuando la leía en voz alta. Me la leyó en de recuerdos. Por primera vez, el forense —que no presta-
voz alta tres veces. Al parecer, el consentimiento de los ba demasiada atención al mundo exterior, concentrado
familiares dependía de dos condiciones: que la autopsia siempre en el continuo y callado removerse de la muerte
fuera ejecutada in locem mortis, lo cual quiere decir en que llevaba dentro— vio lo cansado que estaba su amigo:
Bailey, y que sólo si el patólogo de la oficina forense el temblor de su mano, los círculos oscuros que había bajo
encontraba pruebas concretas de homicidio, se podría sus ojos.
llevar los cadáveres fuera de Bailey, o ejecutar más ne- —Te daré todo lo que tengo, Carl. Ya te he dicho
cropsias sobre ellos. La cláusula estaba muy bien redactada. que, según creo, no encontrarás nada de nada en esos
Recuerdo que me pregunté quién la habría escrito. cadáveres. Probablemente, acabarás pensando lo mismo
El sheriff movió la cabeza en un gesto pensativo. que yo, pero en este asunto nunca se podrá llegar más allá
Cogió la taza vacía del doctor Winters, la puso junto a la de las suposiciones. Realmente, es una de esas pesadillas
especiales con que el buen Dios tortura a los abogados, Parte de él. Sabemos que medía metro ochenta y cinco
para luego ocultar eternamente la respuesta. porque todos los huesos estaban allí, y que debía de pesar
»Bien… Hace dos meses un hombre desapareció: probablemente entre noventa y noventa y cinco kilos, pero
Ronald Hanley. Un minero, sólido como una roca, un estaba doblado sobre sí mismo igual que si fuera una bolsa
hombre amante de su familia. Una noche no volvió a su de ropa sucia para lavar. Seguía conservando la cara, los
casa, y jamás hallamos rastro de él. Vale, eso ocurre a dos hombros y el brazo izquierdo, pero el resto se encon-
veces. Aproximadamente una semana después, la señora traba limpio. No era obra de un animal. Había sido hecho
que se encarga de nuestra lavandería automática, Sharon con un cuchillo, y los cortes eran tan limpios como si los
Starker…, desapareció, sin dejar huellas. Entonces nos hubiera realizado un carnicero. Salvo que la carne sigue
pusimos nerviosos. Hablé por la emisora local diciendo sangrando durante un buen rato después de que la cortes,
que quizá anduviera suelto un chalado, y fui muy claro por mucho cuidado que pongas, y en la lona y en la carne
sobre las precauciones especiales que todo el mundo debía de ese hombre no había ni una maldita gota de sangre.
adoptar. Empezamos a patrullar de noche con nuestros dos Estaba tan pálido como un pescado.
vehículos, y de día nos dedicamos a llamar a todas las Y en lo más hondo de su cuerpo, el cáncer del doc-
puertas del pueblo recogiendo coartadas para las dos desa- tor le tocó. No fue un ataque feroz; se limitó a hundir un
pariciones. colmillo de dolor, como interrogativamente, en un poco de
»Fue inútil. Quizá te engañe este uniforme y creas carne que aún no había probado, tanteando el campo que
que soy un agente de la ley, un protector de la gente y todo ésta ofrecía a su apetito. Winters disfrazó su temblor con
eso… Un error muy natural. Mucha gente se dejó engañar un gesto de la cabeza.
por eso. En menos de siete semanas desaparecieron seis —Entonces, era un escondite.
personas, así de sencillo. Para lo que conseguimos hacer, El sheriff asintió.
yo y mis hombres podríamos habernos quedado en cama
—Igual que tú guardarías un plato de estofado en
todo el día.
la nevera para comértelo poco a poco. Tomé algunas fotos
El sheriff vació su taza. de su cara; luego, lo dejamos donde estaba y borramos
—Bueno, al final tuvimos un poco de suerte. No nuestras huellas. Dos de los mineros a los que había nom-
me interpretes mal, cuidado… No es que lográramos evitar brado como agentes cazaban mucho y sabían moverse por
un crimen ni nada parecido, no… Pero encontramos un los bosques, así que les dejé para hacer la primera guardia.
cuerpo…, salvo que no era el de ninguna de las siete per- Anotamos bien las posiciones, ellos buscaron un sitio
sonas que habían desaparecido. Empezamos a peinar los donde esconderse y nos fuimos.
bosques más cercanos al pueblo, nombrando como agentes »Después, nos dedicamos a buscar al muerto, y
temporales a unos cuantos mineros para que nos ayudaran. enviamos descripciones suyas a todos los pueblos en un
Bueno, uno de esos chicos estaba allí con nosotros la radio de ciento cincuenta kilómetros. Era alguien que nadie
semana pasada. Hacía calor, como lo lleva haciendo ya había visto jamás en Bailey, y tampoco en ningún otro sitio,
desde las últimas semanas, y el lugar estaba realmente según nos pareció después de haber pasado todo el día
tranquilo y callado. Oí un zumbido, y miré a mi alrededor recorriendo el pueblo con las fotos. Y entonces, de pronto,
buscando su fuente, y él vio unas cuantas abejas en el Billy Lee Davis se dio una palmada en la frente y dijo:
hueco de un árbol. Pero era lo bastante listo para saber que “¡Sheriff, yo he visto a este hombre en alguna parte del
eso no es normal por aquí…, no tenemos demasiadas pueblo, y no hace mucho!”.
colmenas. Así que no eran abejas. Eran moscardones, una
»Desde que vomitó, llevaba todo el día bastante
maldita nube de ellos, cubriendo un bulto que estaba en-
nervioso y, de repente, saltó. Estaba totalmente seguro de
vuelto en una lona.
ello, pero no podía recordar el dónde o el cuándo. Le
El sheriff se miró los nudillos. En su más bien mo- dimos vueltas al asunto una y otra vez, y él lo intentó con
vida existencia había encontrado de vez en cuando hom- todas sus fuerzas. Llegó un momento en el que deseé
bres lo bastante instruidos como para entender lo que cogerle por los tobillos y colgarle cabeza abajo para sacu-
significaba su apellido1, y lo bastante temerarios como para dirle hasta que el dato cayera de él. Pero era inútil, claro.
divertirse a costa de ello, y los nudillos —maltrechos y Después de oscurecer, volvimos a ese árbol; habíamos
cubiertos de cicatrices— demostraban elocuentemente su encontrado un lugar donde esconder los coches y un ca-
reacción ante eso. Alzó la vista, y miró nuevamente a su mino para llegar a través del bosque. Cuando estábamos
viejo amigo. cerca, llamamos por radio a los hombres que habíamos
—Bien, lo sacamos del árbol y lo desenvolvimos. dejado allá, diciéndoles que todo estaba despejado y que
Billy Lee Davis, uno de mis agentes, estuvo en Vietnam y podían salir. No hubo respuesta. Y cuando llegamos,
se encontró cerca de algunas cosas bastante, bastante malas cuanto quedaba de nuestra trampa era el árbol. No había
y lo aguantó. Billy Lee soltó todo lo que había comido cuerpo, no había luna y no había agentes especiales. Nada.
cuando desenvolvimos esa cosa de la lona. Era un hombre. Esta vez, el doctor Winters se encargó de servir el
café y el bourbon.
1 «Craven», en inglés, significa cobarde. (N. del T.)
—Demasiado café —murmuró el sheriff, pero se
lo bebió pese a todo—. Una parte de mí deseaba comerse demás mineros. Finalmente, Dougherty juró que se lo
las uñas y romper algunos cuellos. Y otra parte estaba llevaría a otro bar para celebrar las vacaciones que había
cagada de miedo. Cuando volvimos, fui otra vez a la emi- empezado a tomarse ese mismo día. Joe Allen se puso en
sora e hice una llamada de emergencia, y luego hice que el pie, sonriendo, y dijo que, maldita sea, no podía complacer
hombre de la emisora la pusiera en antena cada hora. Dije a a Dougherty en lo de ser ese tal Sykes, pero que, desde
todo el mundo que no hicieran nada salvo en grupos de tres luego, podía tomarse una copa con cualquiera que estuvie-
personas, que cuando fuera de noche tenían que reunirse ra dispuesto a beber seriamente y a invitarle. Salió con él y
como mínimo tres personas, que salieran tan poco como dirigió un guiño a los que estaban en el bar, para satisfac-
fuera posible, que estuvieran armados, y que se vigilaran ción general de éstos.
continuamente los unos a los otros. Sonaba condenada- Craven se calló. El doctor Winters le miró a los
mente ridículo, pero formar parejas no serviría de protec- ojos, y leyó dos imágenes en sus pensamientos: el alegre
ción si la mitad de una pareja era el asesino. Nombré a más guiño que hizo reír a todos los del bar, y la cosa que se
hombres, y los puse en las calles para reforzar a la patrulla encontraba envuelta en la lona cubierta de moscardones de
nocturna. un brillante color azul.
»La cosa estalló a la mañana siguiente. Llamó el —Todo me pareció bastante claro —dijo el she-
sheriff de Rakehell, en el condado vecino. Dijo que nuestro riff—. Ordené a Billy Lee que registrara la habitación de
cadáver se parecía mucho al de un hombre llamado Abel Allen en la pensión Skettles, y que luego fuera directamen-
Dougherty, un obrero de la serrería que trabajaba en Made- te a la mina y lo trajera. Cuando le tuviéramos en nuestro
ras Con. Dejé a Billy Lee al mando de todo, y salí inmedia- poder, ya acabaríamos de pulir el asunto. Dado que me
tamente en coche para allá. encontraba en Rakehell, me ocupé de algunos cabos suel-
»Dougherty tenía una hermana mayor lisiada, a la tos antes de volver. Fui con el sheriff Peck a Maderas Con,
que siempre llamaba por teléfono para ver cómo estaba y encontramos una foto de Eddie Sykes en sus archivos de
cuando tenía que ausentarse un tiempo del pueblo, una personal. Había visto bastante a menudo a Joe Allen, y la
costumbre de la que nadie sabía nada porque probablemen- foto que había en ese archivo era la suya.
te le avergonzaba un poco. El sheriff Peck sólo se enteró de »Descubrimos que Sykes vivía solo y que trabaja-
eso cuando la mujer le llamó, diciendo que su hermano ba a temporadas; era muy reservado en todo lo que hacía, y
llevaba cuatro días fuera, y que no la había telefoneado ni llevaba un tiempo ausente. Pero uno de los aserradores
una sola vez. De no ser por eso, quizá Peck no hubiera estaba bastante seguro de la fecha en que se había marcha-
pensado en Dougherty con sólo nuestra descripción, aun- do de Rakehell, porque había ido a la cabaña de Sykes la
que reconoció la foto que le mostré, y muy pronto le habría mañana siguiente a una gran lluvia de meteoros, que se
llegado una por correo. Bueno, apenas había colgado el había producido unas nueve semanas atrás, pues algunos
teléfono cuando llegó una llamada para mí. Era Billy Lee. pensaban que parte de la lluvia podía haber caído en el
Se había acordado. suelo, no muy lejos de la parte de montaña donde vivía
»Vio a Dougherty la noche del domingo, tres días Sykes. Esa mañana no estaba allí, y el aserrador no le había
antes de que le encontráramos. Le había visto en la Taber- vuelto a ver desde entonces.
na del Camionero, situada al norte del pueblo. Dougherty »Todo parecía encajar. Encajaba. Después de tan-
había creado cierto jaleo porque estaba francamente borra- tas semanas, me encontraba a menos de un kilómetro y
cho, y se metió con un minero que estaba bebiendo allí, un medio de Bailey, y tenía el pie encima del acelerador.
hombre llamado Joe Allen que había empezado a trabajar Lleno de rabia y deseos de venganza, me sentía… igual
hacía unos dos meses en la mina. Dougherty le decía una y que una bala, como si fuera un gran proyectil del calibre
otra vez que no era Joe Allen, sino un viejo amigo de treinta que iba a incrustarse justo en ese caníbal que bebía
Dougherty llamado Sykes, que había trabajado con él en sangre, atravesándolo y arrancándole toda la verdad del
Maderas Con durante más años de los que podía recordar, corazón, lo suficiente como para ahorcarle un centenar de
y a ver qué clase de broma era ésta, venga, viejo, tómate veces. Hasta allí llegué, muy cerca. Tan cerca que cuando
una cerveza, y dime por qué te fuiste tan de repente, y qué todo se fue a la mierda, lo oí.
diablos has estado haciendo.
»Debe parecerte que soy un cobarde. Ya lo sé.
»Allen se lo tomó a risa. Dougherty le daba una Quizá todo esto me ha dado algo de lo que nunca podré
palmada en el hombro, y Allen se la devolvía y hacía toda desprenderme. Teníamos que averiguar lo ocurrido. Billy
clase de bromas al respecto, como decir: “Dale otra cerve- Lee no estaba acompañado por mi otro agente. Travis
za a este hombre, estoy sustituyendo a un viejo amigo suyo andaba con algunos hombres en las montañas, buscando
al que no ve desde hace mucho”. Dougherty era muy pistas alrededor de ese árbol. Por suerte, se encontraba en
corpulento, cada vez gritaba más, y se mostraba tan tozudo el coche cuando Billy Lee intentó localizarle. Dijo que
que Billy Lee temió fuera a empezar una pelea; y no era él había revisado el cuarto de Allen, y había encontrado algo
solo quien se preocupaba por ello. Pero Joe Allen era un que quizá nos sirviera. Era una esfera que tendría la mitad
buen tipo, y supo manejar perfectamente la situación. del tamaño de una pelota de baloncesto, pesada, hecha de
Habíamos comprobado su coartada semanas atrás, junto algo que no era ni metal ni vidrio, pero que se parecía a las
con las de todo el mundo, y era realmente popular entre los dos cosas. Era posible ver un poco a través de ella, y pare-
cía estar llena de alguna especie de circuitos y componen- la mayor parte de los fragmentos sigan en su sitio, así
tes electrónicos. Si alguien tenía dudas sobre la culpabili- pueden subirse a las pilas y hacer más altos los techos.
dad de Allen, podíamos acusarle de haber robado eso, o Dejan secciones de muro para que sirvan de apoyo entre
decir que sospechábamos que ese artefacto era una bomba. ellas, y esos hombres quedaron enterrados a varias seccio-
¡Jesús! De todos modos nos comunicó que era lo único nes del pozo. El derrumbamiento les mató. La montaña se
raro que había encontrado en su habitación, aunque, claro, plegó sobre ellos, eso fue todo. No les llegó ningún tipo de
era algo bastante extraño. Le dijo a Travis que fuera a la fragmento, estoy totalmente seguro. Los únicos que encon-
mina para apoyarle. Llegaría antes que él, y para cuando traron eran de algunas cargas normales, que fueron detona-
Travis llegara a la mina, suponía que ya tendría cogido a dos por el estallido principal, y ésos ni siquiera llegaron
nuestro hombre. cerca de ellos. La gran explosión tuvo lugar allí donde el
»Tierney, el jefe de turnos en la mina, tenía un nivel se une al pozo, allí mismo, y justo cuando Billy Lee y
ayudante que nos contó el resto. Billy Lee aparcó detrás de Tierney salieron del ascensor. Y allí no queda nada. Carl.
las oficinas para que los hombres del patio no pudieran ver No hay esfera, no hay ascensor, no hay Tierney ni Billy
su coche. Subió la escalera para arreglar los detalles del Lee Davis. Sólo roca convertida en un polvo tan fino como
arresto con Tierney. Reunieron media docena de hombres. la harina.
Cuando salían del edificio, vieron que Allen se apartaba El doctor Winters asintió, y se puso en pie pasado
corriendo del coche patrulla con la esfera bajo el brazo. un instante.
»Todo el recinto está vallado, y Tierney ya había —Vamos, Nate, tengo que empezar. Tendré suerte
telefoneado para avisar que cerraran las puertas. Allen si consigo hacer unos cuantos antes de mañana. Déjame
estuvo corriendo en zigzag, y pronto se dio cuenta de que allí y vete a dormir, por lo menos hasta mañana. Tendrás
estaba metido en una trampa. La esfera le obligaba a ir más tiempo para presenciar la mayor parte del trabajo.
despacio, pero seguía llevándoles una buena ventaja. El sheriff se puso en pie, cogió la maleta del foren-
Vaciló durante unos instantes, y luego corrió en línea recta se y le precedió hasta el exterior de la oficina sin decir ni
hacia el pozo principal de la mina. Un ascensor estaba a una palabra, como concesión a lo pedido por Winters.
punto de bajar con una cuadrilla, y Allen arriesgó todos los
El coche patrulla se encontraba detrás del edificio.
huesos de su cuerpo saltando sobre él, pero logró aterrizar
El doctor vio en las estrellas una hermosura más cruel que
en el techo sin hacerse daño. Cuando les fue posible llegar
una hora antes. Entraron en el coche, y Craven enfiló por la
a los controles, el ascensor ya estaba en el segundo nivel, y
calle vacía. El doctor abrió la ventanilla y aguzó el oído,
tanto Allen como la cuadrilla ya habían bajado de él. Tier-
pero el estruendo del motor ahogaba el sonido del río.
ney hizo subir el ascensor. Billy Lee ordenó a los demás
Agredidos por los haces de sus faros, hileras de viejos
que cogieran armas y les siguieran, y él y Tierney se fueron
parquímetros harían brotar largas sombras sobre las aceras,
en el ascensor hacia abajo. Y unos dos minutos después, la
sombras que se encogían y eran segadas por el movimiento
mitad de la maldita mina saltó en pedazos.
de las luces.
El sheriff dejó de hablar tan bruscamente como si
—Todos esos muertos de más… —dijo el she-
le hubieran interrumpido, sus labios todavía abiertos para
riff—. ¡Para nada! Ni siquiera para… ¡alimentarle! Si era
decir algo más, y sus ojos demostrando, y quizá fuera la
una bomba, y si la había fabricado él mismo, debía saber
vez número cien, su asombro al darse cuenta de que no
cuál era su potencia. No creo que intentara ninguna estúpi-
había más, que las semanas de muerte y perplejidad termi-
da forma de huir con ella. ¿Y cómo sabía que el artefacto
naban allí con esa recapitulación de los hechos, que sólo
estaba allí? Lo arreglamos todo de tal forma que Allen
ocupaba una fracción de segundo: más muerte, más oscu-
estaba terminando un turno de trabajo, pero ni siquiera
ridad sin respuestas, sellándolo todo.
había salido de la mina cuando Billy Lee aparcó donde
—Nate… nadie podía verle.
—¿Qué? —Déjalo, Nate. Quiero tener más detalles del
—Olvídate de todo y vete a dormir. No necesito tu asunto, pero después de que hayas dormido. Te conozco.
ayuda. No te sostienes en pie. Todas las fotos estarán allí, así como el informe completo,
—Ahora no estoy en pie. Y voy a ir contigo. y tendrás todas las pruebas ordenadamente metidas en
cajas y cuidadosamente explicadas. Cuando lo haya exa-
—Explícame cuál era la posición de las víctimas
minado, sabré exactamente cómo debo actuar.
respecto al punto de explosión. Me iré a trabajar, y tú te
irás a la cama. Bailey no tenía ni hospital ni morgue, y los cadá-
veres se encontraban en una vieja fábrica de hielo situada
El sheriff meneó la cabeza distraídamente.
en las afueras de la ciudad. Se había traído un generador de
—Las operaciones de minería se realizan en estra- la mina, se había improvisado un sistema de iluminación, y
tos que van disminuyendo gradualmente. Los niveles se habían vuelto a poner en marcha el sistema de refrigera-
abren lateralmente partiendo del pozo vertical, y a partir de ción. El despacho del doctor Parsons y la pequeña sala de
un nivel van cavando hacia arriba hasta encontrarse con el pruebas, que desempeñaba funciones de morgue en la
superior. Cavan grandes recámaras en la roca, y dejan que comisaría del sheriff, habían proporcionado todo el equipo
que el doctor Winters necesitaría, excepto lo que había —Excelente —murmuró Winters.
traído con él. Cuando se encontraban a medio kilómetro —La luz del techo es fluorescente, de espectro
del pueblo, distinguieron la fábrica. Era un conjunto de dos completo o como lo llamen. Es mejor para distinguir los
edificios rodeado de árboles y sin ninguna otra construc- colores. En el primer cajón del escritorio hay una pinta de
ción vecina: el más pequeño de los dos edificios —la bourbon bastante bueno. ¿Listo para echarles una mirada?
oficina— estaba iluminado. Los cuerpos se hallaban en el
—Sí.
edificio mayor, carente de ventanas, donde estaba instalado
el equipo de refrigeración. Craven frenó junto a otro coche El sheriff quitó la barra que aseguraba la gran
patrulla que estaba aparcado cerca de la puerta de las puerta metálica de la cámara refrigerada y la abrió. Una
oficinas. Un hombre bajito y muy delgado, que llevaba un marea de aire gélido y cargado de un olor metálico brotó
gran sombrero Stetson blanco, salió del coche y vino hacia por el umbral. La luz del interior era más tenue que la de la
ellos. Craven bajó su ventanilla. oficina; bajo su claridad amarilla yacían diez bultos alarga-
dos sostenidos por tablas y caballetes.
—Trav, éste es el doctor Winters.
Los dos hombres se quedaron en silencio durante
—Hola, Nate. Doctor Winters… Todo está prepa-
unos instantes, inmóviles en una especie de improvisado
rado allá dentro. Pero me encontraba más a gusto aquí
homenaje al eterno misterio ante cuyo umbral se encontra-
fuera. El último de los sabuesos de la prensa se fue hace
ban. Como si, de hecho, la fría habitación fuera un auténti-
unas dos horas.
co mausoleo, el forense descubrió que la hilera de siluetas
—Son tozudos, desde luego… Puedes irte, Trav. veladas por las sábanas le producía una impresión particu-
Duerme un poco y vuelve por la mañana. ¿Qué temperatu- lar cercana al temor y el respeto. La horrible combinación
ra tenemos? de su muerte y la tumba titánica que les había sido prepa-
La pálida silueta del Stetson, mucho más clara a la rada, les daba una inflexible y austera autoridad, como si
luz de las estrellas que el rostro ensombrecido que había fueran los elegidos de la muerte. Le dolía el estómago, y se
bajo ella, se movió en un gesto dubitativo. encontró con que su mano apretaba fuertemente el abdo-
—Un poco menos de dos grados. No se puede ba- men. Miró a Craven, y sintió alivio al ver que su amigo no
jar más… hay alguna especie de fuga. había notado el gesto; seguía contemplando los cadáveres
con una expresión de cansancio.
—Eso debería ser suficiente —dijo el doctor.
—Nate, ayúdame a destaparlos.
Travis se marchó en el coche patrulla, y el sheriff
abrió el candado que cerraba la puerta de las oficinas. Empezando cada uno por un extremo de la hilera,
Mientras esperaba detrás de él, Winters oyó nuevamente el fueron quitando las sábanas y las dejaron en un rincón de la
río —un frío bálsamo, un susurro de libertad— y, por cámara. Ahora los dos se movían con gestos rápidos y
encima de él, los tartamudeos y el suave gruñir del genera- bruscos, sin detenerse ante la revelación de los rostros
dor situado detrás del edificio, un sonido implacable que hinchados y medio convertidos en pulpa (casi todos ellos
parecía roer el silencio y, sin que supiera cómo, alimentar provistos de tres labios, debido a la saturación gaseosa de
la oscura angustia que el otro rumor calmaba. Entraron en sus lenguas), y las gruesas y lívidas manos que brotaban de
la oficina. las sucias mangas. Pero Craven acabó deteniéndose ante
uno de los cuerpos. El doctor se dio cuenta de cómo lo
Los preparativos habían sido hechos a conciencia,
miraba y torcía el gesto. Luego, arrojó la sábana al montón
y no faltaba nada.
y avanzó hacia el siguiente par de caballetes.
—Puedes sacarlos de la nevera con esto, y hacer
Cuando salieron de la cámara, el doctor Winters
los exámenes aquí —dijo el sheriff, indicando una mesa y
sacó la botella y los vasos que Craven había dejado en el
una camilla con ruedas—. Encontrarás todo el equipo que
escritorio, y los dos tomaron un trago. El sheriff abrió la
necesitas en esa gran mesa de allí, y puedes escribir tus
boca como si se dispusiera a decir algo, pero meneó la
informes en esa otra. El teléfono no tiene línea; hay un
cabeza y suspiró.
teléfono público en esa gasolinera por la que pasamos, si es
que te hace falta llamarme. —Dormiré un poco, Carl. Todo este asunto me es-
tá empezando a inspirar unas ideas bastante extrañas.
El doctor asintió mientras comprobaba el material
situado encima de la gran mesa: escalpelos, cuchillos para El doctor sintió deseos de preguntarle cuáles eran
las incisiones post mortem y para cortar los cartílagos, esas ideas, pero, en vez de ello, puso la mano sobre el
tijeras para los intestinos, cizallas para la caja torácica, hombro de su amigo.
fórceps, pinzas, martillo y cinceles, una sierra manual y —Vete a casa, sheriff Craven. Quítate la insignia y
una sierra eléctrica para huesos, medidores, recipientes acuéstate. Los muertos no van a fugarse. Por la mañana,
para las muestras, agujas y sutura, esterilizador, guantes… todos seguiremos aquí.
Junto a todo eso había unas cuantas cajas y sobres con Cuando el sonido del coche patrulla se hubo des-
hojas de explicación unidas, conteniendo las fotos y todos vanecido, el doctor se quedó inmóvil, escuchando el gruñi-
los objetos que habían sido encontrados junto a los cadáve- do del generador y el silencio de los muertos, que ahora
res, que podían servir como pruebas. volvía a ser casi palpable. Tanto el gruñido como el silen-
cio parecían burlarse de él. El eco final de sus últimas Puso a Willet sobre la mesa de examen; le quitó
palabras le ponía nervioso. las ropas usando las tijeras, guardando los pedazos en una
—¿Qué te parece, querido colega? —le dijo a su caja para pruebas. El mono estaba manchado con los
cáncer—. ¿Seguiremos aquí por la mañana? ¿Todos? excrementos liberados durante la agonía. Con involuntaria
piedad, el doctor contempló durante un segundo a su
Sonrió, pero sentía una extraña incomodidad, co-
desnudo espécimen.
mo si hubiera hecho una broma en medio de un grupo de
gente y hubiera logrado concitar un silencio hostil. Fue —No tendrás que ir a Fordham —le dijo al cadá-
hacia la puerta de la cámara, la abrió y contempló la orde- ver—. No a menos que encuentre algo condenadamente
nada hilera de los cuerpos, con su extraño aspecto de evidente…
tribunal. Se ciñó un poco más los guantes, y puso en orden
—¿Y bien, señores? —murmuró—. ¿Me juzgáis? su equipo. Waddleton le había dicho unas cuantas cosas
Si puedo preguntarlo, ¿quién va a examinar a quién esta que no le había contado al sheriff. El doctor debía encon-
noche? trar «indicios» consistentes, que hicieran absolutamente
necesario el traslado de los difuntos a Fordham para un
Volvió a la oficina; una vez allí, su primera acción
examen con rayos equis y una segunda y exhaustiva autop-
fue examinar las fotos tomadas por el sheriff, para ver cuál
sia, y debía consignar por escrito lo que había encontrado.
era el aspecto de los muertos cuando habían sido desente-
La continuidad de su trabajo en el departamento del foren-
rrados. La tierra se había apoderado de ellos con una terri-
se dependía totalmente de que cumpliera con tal petición.
ble brusquedad. Algunos estaban agazapados, otros tenían
Winters había acogido esas palabras con un silencio que
el cuerpo medio erguido, otros yacían en extrañas posturas,
Waddleton no había creído necesario romper. La decisión
como liberados de la gravedad. Cada sucesión fotográfica
que había tomado, por supuesto, no era fruto de ningún
revelaba un poco más de la confusión, a medida que las
impulso momentáneo. Aceptaría lo evidente como tal. Si
palas proseguían su trabajo entre instantánea e instantánea.
los demás mostraban tan claramente como Willet las
El doctor las examinó atentamente, fijándose en las identi-
señales externas de la muerte por asfixia, no padecerían
ficaciones escritas con tinta sobre los cuerpos, al ir que-
más que un concienzudo examen externo. A Willet tam-
dando éstos al descubierto.
bién le examinaría por dentro, meramente para dejar bien
Un hombre, Roger Willet, había muerto a unos claro en este cadáver lo que parecía obvio en todos los
metros del grupo principal. Daba la impresión de que demás. De lo contrario, y sólo cuando el examen externo
hubiera entrado por casualidad en el nivel justo cuando se revelara algo claramente anómalo —y ese algo debía estar
producía la explosión, y por ello había recibido de forma bien claro y saltar a la vista—, miraría con más atención.
más directa que ninguno de los otros la onda expansiva de
Usó una palangana para lavarle el cabello, guardó
la detonación. Si había fragmentos de bomba que encontrar
los sedimentos en un frasquito, y le pegó una etiqueta.
en alguno de los cadáveres, el del señor Willet parecía su
Luego, con el escalpelo, empezó a examinar minuciosa-
recipiente más probable. El doctor Winters se puso un par
mente el cuerpo, registrando sus observaciones a medida
de guantes quirúrgicos.
que avanzaba.
El cadáver se encontraba a un extremo de la hilera.
Las señales características de la muerte por asfixia
Llevaba una camiseta térmica especial, y un mono sor-
eran evidentes, pese a las complicaciones producidas como
prendentemente nuevo bajo el polvo y la suciedad que lo
efecto de la autolisis y la putrefacción. La hinchazón de los
habían enterrado. La gruesa tela formaba un extraño con-
globos oculares y la forma en que asomaba la lengua se
traste con su carne: azul, hinchada, algo que daba la impre-
debían, en parte, tanto a la presión de los gases como a la
sión de ser muy frágil o estar a punto de estallar, igual que
forma de la muerte, pero este último órgano había sido
una fruta madura. En vida, Willet se había peinado usando
atrapado entre los dientes, dejando muy pocas dudas en
brillantina. Ahora, su cabello formaba una escultura de
cuanto a la forma de morir. La coloración del cambio
polvo, mechones puntiagudos y remolinos causados por
degenerativo —un tono verde amarillento, un oscureci-
los últimos movimientos de la cabeza frotando contra la
miento de las venas superficiales que las hacía destacar
montaña que la había aferrado.
como en un mapa— estaba muy clara, pero no era sufi-
El rigor mortis había llegado y se había marchado; ciente para ocultar el azul cianótico del rostro y el cuello,
el cuerpo de Willet se movía fláccidamente sobre la cami- así como tampoco las hemorragias en forma de cabeza de
lla. Al pasar con él junto a los demás, Winters fue aguda- alfiler que formaban una capa parecida a pecas en el cuello,
mente consciente de sí mismo y de lo que estaba haciendo. el pecho y los hombros. El doctor tomó muestras de la
La sensación de que aquella asamblea de muertos le estaba boca y la nariz, confiando en que la sustancia recogida
juzgando de alguna forma se pegaba a sus pensamientos fuera la mucosidad teñida de sangre que, normalmente, se
con una extraña tenacidad, a diferencia de lo que ocurría proyectaba al exterior por falta de aire durante la agonía.
con casi todo ese tipo de adornos emocionales de su expe-
Empezó a parecerle que en su trabajo había algo
riencia profesional. Esa tozuda incomodidad empezaba a
de cómico. ¡En qué bufón sabía convertir la muerte a un
conseguir que se irritara consigo mismo, y Winters se
hombre! Una cosa azulada, de ojos saltones y provista de
movió con un poco más de rapidez.
tres labios. Y aquí se encontraba él, en una curiosa y solíci-
ta intimidad con este despojo que parecía un payaso. Dis- rodeados por un aura de callada vigilancia, como si hubiera
cúlpeme, señor Willet, mientras hurgo en esta laceración. alguna corriente de aire, algo que acariciaba furtivamente
¿Qué nota cuando le hago esto? ¿Nada? ¿Nada en absoluto? sus nervios con una pregunta mientras trabajaba? Se enco-
Estupendo, y ahora, ¿qué hay de esas uñas? Se las rompió gió de hombros, ahora claramente irritado. ¿De quién se
arañando la tierra, ¿verdad? Sí. Ya veo, una soberbia estaba ocupando sino de la Muerte? ¿No era acaso el
ampolla de sangre bajo la uña de este pulgar…, se la hizo subordinado de la Muerte, y no era éste el lugar de la
en el trabajo unos cuantos días antes de su accidente, Muerte? Bueno, entonces dejemos que la dueña eche un
¿cierto? Qué callosidades tan notables tiene aquí, siguen vistazo.
estando muy duras… Mientras hacía a un lado la piel de Willet, moteada
Durante un segundo robado al análisis, el doctor por las hemorragias, el doctor Winters leyó en el cuerpo
miró esas manos…, unas zarpas hinchadas y oscuras, con una creciente falta de emoción, igual que si fuera un
inmóviles e inexpresivas, que habían renunciado para texto sobre autopsias. Limitó su inspección a los pulmones
siempre al tacto y la presa. Tuvo la sensación de que toda y el mediastino, y encontró allí un inequívoco testimonio
la inútil muerte de aquel hombre se concentraba en las de que Willet había muerto por asfixia. La pleura pulmonar
manos. La dolorosa futilidad de la soberbia articulación mostraba las equimosis, unos puntos hinchados y violáceos
corporal cuando es contemplada en la muerte; sí, hacía que destacaban en la vítrea membrana envolvente. Por
mucho que había aprendido a no reconocer esa conmove- debajo de ésta, los lóbulos superficiales poliédricos de los
dora emoción cuando trabajaba. Pero ahora permitió que le pulmones estaban cubiertos de burbujas, algunas de las
afectara un poco. Este Roger Willet había sido borrado cuales habían reventado; el previsible enfisema intersticial.
repentinamente del mapa cuando iba a su trabajo una tarde, Los pulmones, al ser examinados en corte, se encontraban
aplastado hasta verse convertido en un montón inservible afectados por una intensa congestión sanguínea. Descubrió
de materiales perecederos. Sencillamente, dio la casualidad que la mitad izquierda del corazón estaba vacía y contraída,
de que su vida se había acercado demasiado al curso de mientras que la derecha estaba demasiado hinchada y llena
otra vida más poderosa, una de esas vidas hambrientas e de sangre oscura, al igual que las venas principales del
inexorables que dejan tras de sí un cortejo de ruinas huma- mediastino superior. Era el clásico cuadro de la muerte por
nas, conocidas e ignoradas para siempre. Mala suerte, asfixia, y el forense, usando aguja e hilo de sutura, acabó
señor Willet. Naturalmente que lamentamos mucho todo cerrando nuevamente el texto.
esto. Pero ese tal Joe Allen, su compañero de trabajo… Al Devolvió el cadáver a la camilla, y lo envolvió a
parecer era alguna especie de… caníbal. Es complicado. guisa de sudario en una de sus bolsas. Cuando tuviera
No comprendemos nada del asunto. Pero el hecho es que ayuda por la mañana, pesaría los cuerpos en una balanza de
nos vemos obligados a deshacer su cuerpo hasta cierto plataforma situada en la oficina, y luego cerraría adecua-
punto. Realmente, me temo que no hay esperanza alguna damente las bolsas. Fue hacia la puerta de la cámara y se
de utilizar otra vez los componentes de su cuerpo, señor detuvo, vacilante, mirándola, sin moverse, sin entender por
Willet. ¿Está preparado? qué.
El doctor procedió al examen interno, algo nervio- «Corre. Vete de aquí, ahora».
so ante la fragmentación de Willet, deseando desarticular
La idea era suya, pero le llegó de forma tan apre-
esa tristeza en su forma natural. Cogió a Willet por la
miante que se dio la vuelta como si alguien hubiera habla-
mandíbula y tomó el cuchillo de autopsias. Hundió su
do detrás de él. Al otro extremo de la habitación, un hom-
punta detrás de la mandíbula, y empezó con la prolongada
bre delgado con una bata blanca y guantes, sus ojos una
incisión que abriría a Willet desde la garganta hasta las
masa de sombras, contempló al forense desde la negrura de
ingles, aserrando suavemente.
las ventanas. Detrás del hombre había una camilla con un
El doctor Winters se aplicó placenteramente en la bulto tapado y, detrás de eso, una gran puerta metálica.
lenta y complicada separación de su lámina corporal. Y,
—¿Por qué he de irme? —preguntó el doctor en
aun así, de forma marginal pero insistente, sentía fluir en su
voz baja y algo sorprendida.
interior un torrente de imágenes que no tenían relación con
su labor actual. Imágenes del edificio que le contenía, y de El hombre sin ojos del cristal seguía con el cuerpo
la noche que contenía al edificio. Vio la fábrica como si medio encogido, en una postura de temor.
estuviera fuera de ella —maderas descoloridas, el tejado de Apenas un instante después, el hombre se irguió,
hierro—, y los árboles que se agolpaban a su alrededor, echó la cabeza hacia atrás y se rió. El doctor fue hacia el
todo bajo la luz de las estrellas, como el cuadro de un escritorio y tomó asiento junto a él, hombro con hombro.
pueblo fantasma. Y vio la bóveda del refrigerador, situado Sacó la botella y tomaron un trago, mirándose el uno al
más allá de la pared, como si estuviera dentro, sintiendo la otro con la misma sonrisa divertida y algo perpleja.
calma y el silencio de aquellos hombres asesinados, que —Deja que te sirva otro —dijo después el foren-
yacían bajo una fría luz amarilla. Y, al fin, acabó formán- se—. Lo necesitas, viejo amigo. Hace que un hombre
dose una pregunta, asomando fugazmente por entre la vuelva a ser él mismo.
telaraña de su concentración al igual que lo hacían las
Sin embargo, le costó entrar de nuevo en la bóveda,
imágenes: ¿por qué sentía que todos sus actos estaban
y cada paso pareció requerir un nuevo esfuerzo de voluntad.
Todos los movimientos eran un desafío bajo esa gélida muertes, por los siglos de los siglos. Vidas arrancadas
penumbra amarilla. Su cuerpo no estaba dispuesto a cum- pataleando de sus cómodos marcos de carne. Walter Lou
plir con sus deseos de ir más rápido, de terminar con las Jackson había tenido una muerte muy dura. «Fue Joe Allen
molestias que le causaba al grupo de muertos. Colocó quien le hizo esto, señor Jackson. Creemos que fue parte de
nuevamente a Willet en su sitio y cogió a su vecino. El su intento de escapar a la ley».
nombre escrito en la etiqueta unida a su bota era Ed Moses. Pero ¡qué huida tan estrepitosamente fracasada! Su
El doctor Winters le llevó a la oficina, y cerró la gran enorme futilidad y falta de razón resultaban algo más que
puerta detrás de él. sorprendentes, eran casi fantásticas. Resultaba imposible
Con Moses, su trabajo cobró un poco más de im- dudar de que Allen era astuto. Un ogro con la delicadeza
pulso. No tenía la intención de realizar más necropsias social de un psicópata, un tipo muy divertido que podía
internas. Pensó en su jefe, alegrándose ahora de su aparente hacer reír a una taberna llena de hombres, dejándoles
sumisión al ultimátum de Waddleton. El impacto posterior encantados, mientras se llevaba a su víctima, haciéndoles
sería aún más tremendo. Se imaginó al forense, aturdido, aplaudir su salida con la presa, que entraba jovialmente en
los informes del patólogo en una mano, y sonrió. la oscuridad con su asesino caminando a su lado, y dándole
Probablemente, Waddleton podría montar un caso palmaditas en el hombro. Inteligente, desde luego, y tam-
más o menos plausible alegando que el examen había sido bién poseedor de una extraña sofisticación técnica, sugeri-
incompleto. Con todo, los poderes discrecionales de un da por la esfera. Y entonces, ¿cómo explicar la locura aún
patólogo eran algo no muy bien definido. Muchos patólo- más insistentemente sugerida por ese objeto? En la esfera
gos de buena reputación aprobarían los métodos del doctor, se concentraba todo el misterio letal de la prolongada
teniendo en cuenta las condiciones del trabajo. El inevita- pesadilla de Bailey.
ble litigio contra una coalición de familiares que pedirían ¿Por qué la explosión? El punto donde se había
las compensaciones del seguro resultaría largo y difícil. producido implicaba una emboscada tendida a los perse-
Ganara o perdiera, la venal devoción de Waddleton a los guidores de Allen, una detonación planeada consciente-
intereses de la compañía de seguros quedaría claramente mente. ¿Pretendió conseguir un derrumbe limitado, a partir
demostrada. Además, en cuanto le despidieran, el forense del cual pensaba huir de alguna forma inconcebible? Como
revelaría a la prensa la causa oculta de tal despido. A ello locura ya bastaba con eso…, y todavía más si, como pare-
seguiría un pleito por calumnias, algo a lo que Winters cía seguro, Allen había fabricado la bomba, pues entonces
debía temer tan poco como a su despido. Tanto sus ahorros debía saber hasta qué punto su poder resultaba grosera-
como los pleitos durarían mucho más que su vida. mente inadecuado para lo que necesitaba.
Externamente, Ed Moses presentaba un estado tan Pero si no era una bomba, si tenía una función dis-
típico de la asfixia como lo había sido el de Willet, sin la tinta y su potencial explosivo era algo meramente acceso-
más leve señal de que algún fragmento hubiera entrado en rio, quizá Allen hubiera subestimado la fuerza de la deto-
su cuerpo. El forense terminó su informe, y llevó nueva- nación. Daba la impresión de que poseía alguna forma para
mente a Moses a la bóveda, moviéndose de forma rápida y controlar a distancia el objeto, pues la sucesión de los
precisa. Ahora ya casi no se sentía incómodo. Ese extraño acontecimientos demostraba que había ido directamente a
e indefinible agitarse del aire…, ¿lo había notado realmen- cogerlo apenas salió del pozo, sin dirigirse al autobús que
te? Quizá había sido alguna nueva reverberación de la aguardaba para llevar a su turno de regreso al pueblo, y
muerte que se afanaba en su interior, un temblor psíquico alejándose para evitar así a un coche patrulla que no podía
de respuesta, emitido ante los cautelosos tanteos del cáncer ver por ocultárselo el edificio de las oficinas. Esto sugería
que examinaba su vida. Sacó de la bóveda el cuerpo que algo más complicado que un mero artefacto explosivo,
estaba junto al de Moses. algo, quizá, cuya destrucción entraba más en los planes de
Walter Lou Jackson era alto, más de un metro Allen que la explosión producida a consecuencia de ese
ochenta y cinco de la coronilla a los pies, y seguramente objetivo.
debía superar los noventa y cinco kilos de peso. Había El hecho de que se hubiera arriesgado a recuperar
luchado valerosamente contra su ataúd de un millón de la esfera apuntaba hacia esta interpretación, pues cuando se
toneladas, usando la fuerza de la agonía para hacerse dio cuenta de la presencia policial en la mina, debió adivi-
pedazos el rostro y las manos. La muerte había tenido que nar que la investigación de los crímenes había conducido a
vencerlo como si fuera un león herido. El doctor empezó a su descubrimiento, y a que se la llevaran de su habitación.
trabajar. Pero entonces, sabiendo que podía hacerse acreedor a la
Ahora sus manos le pertenecían por completo: ve- máxima pena, ¿por qué Allen debía correr tantos riesgos
loces, exactas, moviéndose en una intrincada serie de para apoderarse nuevamente de una prueba que sólo le
gestos que tanteaban el carácter del cadáver, igual que los hacía culpable de un delito menor, la posesión de un arte-
dedos de otra persona podrían explorar un teclado en busca facto explosivo?
de melodías latentes. Y el doctor las observaba con un Bien, admitamos entonces que la esfera era algo
viejo placer, uno de los pocos que nunca le habían fallado, más, un instrumento para sus crímenes capaz de probar
su mente alejada en una fracción de grado de su afanosa algo que de lo contrario no le afectaría. Aun así, su gambi-
inteligencia. ¡Todas las muertes! Un mundo entero de to carecía de sentido. Ya que la esfera —y, en consecuen-
cia, los agentes de la ley que se suponía se habían apodera- cortándolas por su punto de unión central al esternón.
do de ella— se encontraba en la oficina de la mina, podía Cuando llegó al final, sacó los extremos de las clavículas
suponer que en cualquier momento se cerrara el recinto. con el cuchillo, dejándolos libres. Cuando hubo arrancado
Mientras, la puerta estaba abierta, y la huida a las montañas las bisagras del cofre, el cuchillo se deslizó bajo la tapa y la
era una posibilidad bastante atractiva para un hombre abrió.
capaz de sorprender y eliminar a dos montañeses experi- Unos minutos después, el doctor se irguió y se
mentados y bien armados, que le habían tendido una em- apartó del cuerpo que había examinado. Se movía casi
boscada. ¿Por qué no había asegurado su huida para debili- igual que un borracho, y ahora los años parecían todavía
tar las pruebas del caso montado contra él, caso que su más marcados en su rostro. Se quitó los guantes a toda
huida habría vuelto por completo irrelevante? El doctor velocidad, con un gesto de repugnancia. Fue al escritorio,
Winters vio cómo sus dedos, igual que una jauría alrededor tomó asiento ante él y se sirvió otro vaso. Si en su rostro
del cubil de su presa, convergían sobre una pequeña herida había algo parecido al horror, también se le había endure-
situada bajo el proceso xifoide de Walter Lou Jackson, cido la línea de los labios, y los músculos de la mandíbula
entre el octavo par de costillas. estaban tensos.
Su mano izquierda tanteó los confines de la herida —Así sea, su excelencia —dijo al vaso—. Algo
con rápida delicadeza. La mano derecha introdujo una nuevo para tu humilde sirviente. ¿Poniendo a prueba mis
sonda, y las dos la hicieron penetrar en la herida, adentrán- nervios?
dose en el cuerpo sin hallar obstrucción alguna, subiendo
El pericardio de Jackson, la cápsula que contenía
por la curvatura del diafragma hacia el corazón. El doctor
su corazón, tendría que estar prácticamente oculto entre las
sintió que los latidos de su corazón se aceleraban. Vio
dos grandes masas de sus pulmones, hinchados por la
moverse sus manos para anotar lo encontrado, las vio
sangre. El doctor lo había encontrado totalmente al descu-
detenerse y vio cómo regresaban a su exploración del
bierto, y los pulmones que lo flanqueaban eran masas
cadáver, dejando la página y la pluma sin tocar.
arrugadas que tenían menos de una tercera parte de su
La inspección no reveló más anomalías. El doctor tamaño normal. No sólo estos órganos, sino también la
anotó fielmente el resto de sus hallazgos, y mientras lo parte izquierda del corazón y las venas medias de la parte
hacía se interrogó sobre las causas del malestar que sentía. superior, todas las regiones que deberían estar saturadas de
Cuando hubo terminado, lo comprendió. La causa no era el sangre…, no había ni una gota de ella, nada.
descubrimiento de una herida de entrada que podía reforzar
El doctor tragó el resto de su bebida y fue nueva-
las alegaciones de Waddleton; habían bastado unos mo-
mente hacia las fotos. Descubrió que Jackson había muerto
mentos desde que hizo tal hallazgo para que éste le revela-
de bruces sobre el cuerpo de otro minero, con el torso de
ra que si encontraba algo que pareciera ser un indicio de la
una tercera víctima atrapado entre los dos. Ni los cuerpos
penetración de un fragmento, haría caso omiso de él. Los
de abajo ni la tierra que les rodeaba mostraban señal alguna
daños producidos por Joe Allen iban a terminar aquí, con
de pérdida de sangre, que debía de haber llegado casi a los
esta última gran matanza, y no se extenderían hasta produ-
dos litros.
cir la ruina de quienes habían sobrevivido a sus víctimas.
No más exámenes internos. A partir de ahora, los externos, Era posible que algún truco de la luz hubiera pro-
revelaran lo que revelasen, sólo servirían como explícita vocado que las fotos no lograran recoger esa pérdida. Se
contraindicación de la necesidad de practicar más explora- volvió para buscar el informe de la investigación, donde
ciones. Craven tenía que haber mencionado cualquier cantidad
significativa de tierra ensangrentada que se hubiera descu-
El problema era que no creía que la herida situada
bierto durante el rescate de los cuerpos. El sheriff no había
en el tórax de Jackson fuera la señal de entrada producida
anotado nada al respecto. El doctor Winters volvió a las
por algún fragmento. ¿Por qué? Y, al no encontrar respues-
fotos.
ta a tal pregunta, ¿por qué volvía a tener miedo? Firmó
lentamente el informe de Jackson, lo dejó a un lado y cogió Ronald Pollock, el compañero más íntimo que Ja-
el cuchillo para las incisiones post mortem. ckson había tenido en su tumba, murió tendido de espaldas,
debajo de Jackson y un tanto desviado de él, haciendo que
Primero, el largo movimiento de aserrar, desabro-
la mayor parte de sus respectivos torsos estuviera en con-
chando el abrigo de la mortalidad. Luego, tras haber apar-
tacto, salvo allí donde se interponían la cabeza y el hombro
tado dos grandes pedazos cuadrados de carne, enrollándo-
del tercer cuerpo. Parecía inconcebible que en las ropas de
los de forma lateral hasta la altura de las axilas, dejar al
Pollock no quedara rastro alguno de la enorme hemorragia
descubierto el pecho; una mano sujetaba el borde de la
sufrida por el compañero al que había abrazado en su
carne, la otra introducía el cuchillo por debajo, hendiendo
muerte.
el tejido de aspecto vítreo que lo unía a la pared del pecho,
soltando los músculos de sus conexiones con el hueso y el El forense se puso en pie bruscamente, se colocó
cartílago que había más allá. Luego, desmantelar la caja mi nuevo par de guantes y regresó a la mesa donde estaba
fuerte del cuerpo. Cortar las costillas, con una herramienta Jackson. Ahora, sus manos exhibían una velocidad más
tan sencilla y directa como las tijeras de podar de un jardi- brutal, cerrando temporalmente la gran incisión con unas
nero. El acero iba mordiendo cada una de las costillas, cuantas suturas separadas por grandes espacios. Guardó el
cadáver nuevamente en la bóveda y sacó a Pollock, la latura, disimulada ahora por la espúrea obesidad de la
respiración entrecortada al mirar las muertas siluetas agru- muerte. El rostro era más bien cuadrado, la frente ancha, la
padas en la hilera, moviéndose a grandes zancadas, con- nariz vulpina desviada por una vieja fractura. La lengua,
fiando siempre —o eso le parecía— en mantenerse un paso hinchada, estaba colocada detrás de los dientes, y la des-
por delante de las apremiantes ideas que no deseaba tener, composición no lograba ocultar cuál había sido el efecto
las deformidades que murmuraban a su espalda, emitiendo inicial que ese hombre debió producir en vida: apuesto y de
débiles y heladas ráfagas de pútrido aliento. Meneó la maneras francas, sus ojos negros, ahora algo céreos, astutos
cabeza —negando, posponiendo lo inevitable—, y colocó y dispuestos a bromear. Eh, amigo, ¿tienes un momento?
el nuevo cadáver sobre la mesa de examen. Las tijeras Te he visto llegar cada día en el otro turno, ¿verdad? Ajá,
desnudaron a Pollock con una codiciosa serie de mordiscos. Joe Allen. Mira, ya sé que es tarde, quieres volver a casa,
Pero al final, cuando hubo examinado cada tira de decirle a tu mujer que no has estado bebiendo aquí desde la
tejido y no encontró nada parecido a la mancha de sangre hora de salir, ¿eh? Oh, claro, ya he oído todo eso. Pero este
que buscaba, el doctor Winters se quedó una vez más maldito asunto de las desapariciones me ha puesto los
inmóvil; se olvidó de esa decisión tan sencilla y deseada nervios de punta, y juro por Dios que, justo cuando venía
que había intentado tomar en su apresuramiento. Se quedó aquí, vi que alguien rondaba por la parte trasera de esa casa
inmóvil ante la mesa del instrumental, sin verla, sometién- que hay al final de la calle. ¿Ves por dónde asoma la luna,
dose al lento avance de las cosas a medio formar que allí donde los árboles se aclaran un poco, detrás del patio?
rondaban por la periferia de su mente. Eso es. Bueno, pues allí le he visto. Oh, claro, perfecto, le
cogeremos entre los dos. Sabía que aquí podría encontrar a
La revelación que supuso los encogidos pulmones
un hombre al que no le asustara un poco de jaleo…, no he
de Jackson había sido algo más que una mera sorpresa.
visto ningún coche patrulla en toda la calle. Sí, aquí mismo,
También había sentido una aguda cuchillada de pánico y,
en esos pinos. Ten cuidado, casi no se puede ver. Eso es…
de hecho, el mismo y curioso terror hacia este lugar, per-
fectamente claro, que antes le había impulsado a salir El rostro del forense estaba cubierto de sudor. Se
corriendo de él. Ahora se daba cuenta de que el germen de volvió y salió de la bóveda, cerrando la puerta a su espalda
ese terror, rápidamente suprimido de su mente, había sido con un fuerte golpe. En la atmósfera más cálida de la
una premonición del fracaso al no encontrar algún rastro de oficina, notó que la transpiración empapaba su camisa por
la sangre que faltaba. ¿De dónde venía la premonición? debajo de la bata blanca. El estómago le latía con un conti-
Tenía que ver con un problema que se había negado tozu- nuo y doloroso vaivén, pero apenas hizo caso de ello. Fue
damente a considerar: el aspecto mecánico de cómo había hacia Pollock, y cogió el cuchillo para las incisiones.
podido vaciarse de forma tan completa la densa retícula de El trabajo se hizo con una velocidad irreal, con to-
la estructura vascular de los pulmones. ¿Era posible que la da la capa de carne y hueso deslizándose suavemente bajo
simple presión de la tierra actuara de forma tan concienzu- sus manos desesperadas pero infalibles, hasta que la cavi-
da, dejando sólo un orificio de salida que, al mismo tiempo, dad torácica quedó al descubierto; en su interior vio los
no era muy ancho y poseía una extraña curvatura? Y luego pulmones que habían sucumbido al vampiro, dos masas
estaba la foto que había examinado. Ahora le daba miedo arrugadas de tejido gris.
recordar la imagen; algo se agitaba dentro de él, algo que No buscó más, sabiendo el aspecto que tendrían el
intentaba hacerse nítido y luchaba por ser visto y compren- corazón y las venas. Volvió a sentarse ante el escritorio,
dido. El doctor Winters cogió la sonda de la mesa y se débil y encorvado, olvidando que aún sostenía el cuchillo
volvió nuevamente hacia el cadáver. Se inclinó sobre él y en su mano izquierda. Miró hacia la ventana, y le pareció
tocó la herida, con tanta exactitud y seguridad como si ya que sus pensamientos se originaban en ese borroso y tenue
hubiera localizado su presencia: un orificio pequeño y doctor Winters suspendido en el exterior igual que un
limpio, justo bajo el proceso xifoide. Introdujo la sonda. La fantasma.
herida la acogió hasta lo más hondo del cuerpo, siguiendo
¿En qué mundo vivía? Cierto, no había llegado a
una dirección familiar.
saberlo en toda su existencia. ¡Alimentarse de tal forma!
El forense fue hacia el escritorio y cogió nueva- Únicamente en eso ya había horror más que suficiente.
mente la foto. Las heridas de Pollock y Jackson no se Pero alimentarse así en su propia tumba. Excluyendo la
tocaban. La cabeza del tercer hombre estaba atrapada entre manera como había logrado no asfixiarse durante el tiempo
sus dos cuerpos justo en ese punto. Buscó otra foto, en la suficiente para hacer algo, ¿cómo lo había conseguido…?
que este tercer hombre ocupaba una posición más central, ¿Cómo se podía entender una avidez tan ardiente, que era
y descubrió su nombre escrito con tinta bajo la imagen: Joe capaz de atiborrarse incluso hallándose en el mismísimo
Allen. umbral de su destrucción? El último banquete debía seguir
Como si andara en sueños, el doctor Winters fue aún en su estómago.
hacia la gran puerta metálica, la abrió y entró en la bóveda. El doctor Winters miró la foto, la cabeza de Allen
No le hizo falta buscar. Se dirigió en línea recta al par de atrapada entre los cuerpos de los otros dos, igual que un
caballetes ante los que se había parado su amigo hacía unas cerdito hambriento buscando el pezón de su madre. Luego
horas, y encontró el mismo nombre en la etiqueta. miró el cuchillo que tenía en la mano. Su mano parecía
El cuerpo era delgado y poseía una buena muscu- haber perdido toda la técnica aprendida. Su único impulso
era cortar y hendir, eliminar los restos de esa glotona mano muerta golpeó el pecho del cadáver—. Hambre,
criatura llamada Joe Allen. Debía hacerlo, o de lo contrario muriendo.
tenía que huir ahora mismo. No había ningún camino —¿Qué eres?
intermedio. Siguió inmóvil.
—Viajero. No de aquí.
—Yo lo examinaré —dijo el fantasma del cristal,
—Un devorador de carne humana. Alguien que
y no se movió.
bebe sangre humana.
En el interior de la bóveda refrigerada se oyó un
—No. No. Sólo escondiéndome. Soy pequeño.
leve ruido.
Forma horrible para vosotros. Temía muerte.
No. Había sido alguna variación en el murmullo
—Trajiste la muerte.
del generador. Nada podía moverse allí dentro. Y entonces
hubo otro ruido, una corta fricción contra la pared interior El forense hablaba con la calma del perfecto incré-
de la bóveda. Los dos viejos se miraron, meneando la dulo, y su propia persona le resultaba tan increíble como la
cabeza. El chasquido de un pestillo y la puerta se abrió. cosa con la que conversaba. La criatura meneó la cabeza,
Tras la imagen congelada de su propio asombro, el doctor sus ojos, apagados y saltones, ardiendo ahora con una
vio una maltrecha silueta que se recortaba en el umbral y agonía de expresiones retorcidas.
alzaba hacia él sus brazos en un gesto de súplica. El doctor —Matado ninguno. Escondido en éste. Escondido
se dio la vuelta, aún sentado. Y de la silueta le llegó un en éste no ser matado. Ahora cinco días. Ahogándome en
gemido sibilante, el fragmento corrompido de una voz podredumbre. Libérame. Por favor.
humana. —No. Has venido para alimentarte de nosotros, no
Joe Allen movió su mandíbula, y extendió sus ma- te estás ocultando porque tengas miedo. Somos tu alimento,
nos purpúreas como si estuviera pidiéndole algo. Como si tu carne y tu bebida. Te alimentaste de esos dos hombres
el habla fuera un gusano que luchara por brotar de su boca; dentro de la tumba. Su tumba. Para ti no fue más que un
el rostro azul y tumefacto se contorsionó en una mueca, su retraso. De hecho, fue algo divertido que te ha permitido
enorme lengua agitándose inútilmente entre sus labios poner punto final a la caza.
viscosos. —¡No! ¡No! Usado hombres ya muertos. Para mí,
El forense alargó la mano hacia el teléfono, levan- cinco días, morir de hambre. Incluso menos. Alimentado
tó el auricular, y el que a su oído sólo llegara el muerto sólo por necesidad. ¡Horrible necesidad!
silencio de la línea no significó nada; le habría sido impo- El destrozado instrumento vocal del cadáver con-
sible hablar. La criatura que tenía delante destrozaba con virtió la última palabra en un jadeo maltrecho —un sonido
cada uno de sus movimientos el mismísimo marco de la inhumano que parecía brotar de un pozo de serpientes; el
cordura, en cuyo interior hubiera sido posible que las doctor lo sintió como el frío y veloz movimiento de unas
palabras tuvieran un significado, reduciendo el mundo a lenguas ofidias dentro de su oídos—, mientras que los
una extensión desolada de oscuridad y silencio, una ruina muertos brazos se movían en una torpe aproximación al
iluminada por las estrellas, donde ya, por todas partes, lo lenguaje corporal usado por quien está jurando decir la
extraño y lo inimaginable despertaba para ocupar su nuevo verdad.
dominio. El cadáver se irguió y alargó una mano como
—No —dijo el doctor—. Les mataste a todos. In-
para indicarle que no se moviera; luego se dio la vuelta y
cluyendo a tu… tu herramienta…, este hombre. ¿Qué eres?
fue hacia la mesa del instrumental. Sus piernas parecían
—En esa pregunta había surgido el pánico, que intentó
pesar como si fueran de plomo, movía los hombros como
ocultar respondiendo él mismo sin perder ni un instante—.
si estuviera nadando, luchando por abrirse paso a través del
Eres decidido, sí. Eso es seguro. Usaste la muerte como
espeso medio formado por la gravedad. Llegó a la mesa y
camino de huida. Quizá no necesites oxígeno.
se agarró a ella como si se hubiera quedado exhausto. El
doctor descubrió que se había puesto en pie, y que su —Extraído más de lo que necesito en los gases de
cuerpo estaba levemente agazapado, quieto, como sin peso. la corrupción. Un componente menor de nuestro metabo-
El cuchillo sujeto en la mano era la única parte de sí mismo lismo.
que podía sentir con nitidez, y era como una lengua de La voz se estaba haciendo más clara, logrando im-
fuego, una llama crematoria. El cadáver de Joe Allen metió provisar sustitutivos para los distintos matices perdidos en
una mano por entre los instrumentos. Los gruesos dedos, la agónica ruptura de las válvulas y los frenos del lenguaje,
con una extraña y simiesca ineptitud, cogieron un escalpelo. arrancando con mayor efectividad vocal y consonante de la
Las dos manos sujetaron el pequeño mango y hundieron la lengua y los labios podridos. Al mismo tiempo, la tosque-
hoja entre sus labios, como un niño sediento haría con una dad de los movimientos del cuerpo no ocultaba del todo
botella de refresco, y la apartaron luego con una sacudida, una sutil e incesante experimentación. Los dedos se flexio-
cortando la lengua. Un fluido turbio se derramó sobre el naban y se agitaban, probando la capacidad de los tendones,
suelo. La mandíbula se movió rígidamente, y la boca logró buscando en la palma de la mano los viejos puntos de
emitir palabras en un siseo húmedo y entrecortado. agarre y contrapresión que había tenido Las rodillas, con
—Por favor. Ayúdame. Atrapado en esto. —Una cautelosas repeticiones, ponían a prueba los nuevos límites
de la articulación.
—¿Qué era la esfera? rá tu ataúd. En él serás enterrado por segunda vez y para
—Mi nave. Su destrucción nuestro primer deber si toda la eternidad.
enfrentados a ser descubiertos. La cosa dio un paso más hacia él y abrió la boca.
El doctor sintió miedo, igual que una oruga que es- La arrugada garganta se debatió como si se esforzara en
tuviera trepando por su cuello; cuando la criatura habló, hablar, pero lo que surgió de ella era un delgado filamento
había visto el agudo movimiento espástico de la lengua y blanco, más veloz que un látigo. El forense Winters perci-
una disminución de su masa, como si algún ajuste interno bió sólo el primer y fugaz instante de su erupción, y luego
tirara de ella. su cerebro estalló igual que una nova, debilitándose más y
más, a la velocidad de la luz, hasta llegar a un vacío blanco.
—No oportunidad volver. Dejar esto llevar dema-
siado tiempo. Ni siquiera tiempo para preparar destruc- Cuando el forense volvió en sí, de hecho sólo re-
ción…, tener que emitir un cilio, clave química para rom- cobró una parte de su propio ser. Antes de abrir los ojos, ya
per escudo casco. En pozo mi única oportunidad para había descubierto que su mente, nuevamente despierta,
detener anfitrión. volvía a ser dueña tan sólo de una porción extrañamente
truncada de su cuerpo. Su cabeza, su cuello, su hombro
El brazo derecho experimentó la muñeca, y el es-
izquierdo, así como la mano y el brazo, declararon que le
calpelo que la mano seguía sosteniendo hizo saltar chispas
pertenecían: el resto era silencio.
blancas del aire, mientras que la palabra «anfitrión» parecía
un pequeño gesto de hurgar con el cuchillo, una juguetona Cuando abrió los ojos, se encontró tendido en po-
forma de hacer a un lado toda ficción —aunque la máscara sición supina sobre la camilla, desnudo. Algo le sostenía la
muerta no mostraba ironía alguna—, algo preliminar al cabeza. Una tira de cuero sujetaba su codo izquierdo a la
ataque. camilla, una tira que podía sentir. Su pecho también estaba
sujeto por una tira, pero era incapaz de notarla. A decir
Pero el doctor descubrió que el miedo le había
verdad, salvo por la parte activa que aún le quedaba, todo
abandonado. La imposibilidad con la que estaba conver-
su cuerpo podría estar aprisionado en un bloque de hielo; el
sando y con la que iba a luchar estaba consiguiendo que en
entumecimiento y la impotencia le impedían hacer el más
él se operase una abrumadora amplificación de la prolon-
ligero movimiento con la más pequeña de sus partes.
gada e impotente rabia que durante toda su vida había
sentido hacia la muerte. Descubrió que, ahora, su provin- La habitación estaba vacía, pero de la puerta abier-
ciana piedad hacia la Tierra se extendía hasta la magnitud ta de la bóveda le llegaban leves ruidos: el crujir y las
interestelar sobre la que mandaba este viajero, a todo el suaves fricciones de pesadas lonas cambiadas de sitio, para
basurero cósmico con sus múltiples cadáveres rudamente llevar a cabo cierta labor que exigía chasquidos y un soni-
manejados; ruedas galácticas de carnicería interminable — do parecido al de los besos.
estrellas, planetas con sus más majestuosas generaciones—, Lágrimas de furia llenaron los ojos del forense.
todo basura, huesos rotos y harapos sucios, que se asenta- Apretando su único puño, y alzándolo hacia la estrellada
ban y volvían a concatenarse en fútiles simetrías grávidas máquina de la creación que ahora no podía ver, rechinó los
ya por las nuevas multitudes de basura, brevemente ani- dientes y, con un sollozo ahogado, murmuró:
madas. —¡Quítame esta sucia y pequeña hebra de vida!
Y esto, lo que ahora se encontraba ante él, era la La aparto alegremente de mí, como el desperdicio que es.
muerte con la que se le había concedido tratar de forma En el interior de la bóveda resonó el lento golpeteo
particular; ahora había llegado el momento de entregar su de unas botas de suela gruesa, y el forense volvió la cabeza.
óbolo al Tesoro universal de la muerte; el doctor Winters, El cadáver de Joe Allen cruzó el umbral de la bóveda y se
un viejo dedicado a sanar, estaba poseído por el ardiente le acercó.
deseo de pagar. Su hoja, más letal que la otra, tiraba de su
Se movía con una nueva energía, aunque su paso
mano con un afilado apetito particular. Ahora sentía que
era grotesco, un avance furtivo y encorvado en el que se
todo su ser pertenecía nuevamente al Examinador, y cono-
notaban los espasmos a que le obligaban los músculos
cía con precisión qué cortes haría, veloces y sin error
corrompidos, mientras que por encima de ese cuerpo
alguno. «Muy pronto», pensó, mientras decidía con frial-
galvanizado, que se esforzaba por moverse, se cernía
dad buscar algún dato más antes de la matanza.
inanimado el rostro, hinchado y violáceo, la misma imagen
—¿Por qué debía ser destruida tu nave, aun al pre- de la imperturbabilidad y la distancia. Ese rostro revelaba
cio de la vida de tu anfitrión? con terrible nitidez lo que realmente era la cosa: el estro-
—No debemos ser comprendidos. peado guante de una marioneta accionada vigorosa mente
—El ganado no debe comprender qué les devora. desde el interior. Y cuando ese rostro paralizado quedó
suspendido sobre el forense, las manos apestosas reposaron
—Sí, doctor. No todos al mismo tiempo. Pero uno
leves y solícitas sobre su pecho desnudo, de la misma
a uno. Usted comprenderá lo que le está devorando. Eso es
forma que los amigos se apoyan en la cabecera de los
algo esencial para mi banquete.
enfermos.
El doctor meneó la cabeza.
La ausencia de toda sensación hizo que ese contac-
—Viajero, ya estás en tu sepultura. Ese cuerpo se- to fuera todavía más horrible de lo esperado. Le demostró
que la pesadilla que seguía negando desesperadamente en obligados a desconectarnos, contraernos, ocultarnos tan
su corazón se había anexionado a su cuerpo, mientras que bien como sea posible en el cuerpo del anfitrión. Suicidio,
él —manteniendo libres el brazo y la cabeza— ya estaba en efecto. Hice caso omiso de los imperativos de la situa-
más que medio sumergido en su mortal parálisis. Allí yacía ción, pese a que la muerte por hambre antes de ser desente-
su parte de pesadilla, una masa de nada que podía ser rrado y de la autopsia posterior era prácticamente segura.
libremente poseída por algo que resultaba imposible expre- Alcancé a la cuadrilla, hice caer a Pollock y Jackson mi-
sar en palabras. crosegundos antes de la detonación. Computé cinco días de
—Sangre podrida —dijo el cadáver—. Poco ali- supervivencia en el escondite, podía desconectarme en el
mento. Sólo una hora antes de que vinieras. Alimentado de límite de mis fuerzas, pero de otro modo correría el riesgo
vecino a mi izquierda…, apenas si tuve fuerzas para exten- de la autopsia, sabiendo que el doctor era un alcohólico
der el sifón. Alimentado del de la derecha mientras traba- incompetente. Y ahora veo lo que he ganado. Eres un
jabas. Difícil…, tú alerta. Esperaba al doctor Parsons. excelente anfitrión, puedo alimentarme casi con impunidad
Energía necesaria para animar esto… —una mano soltó el incluso cuando matar sea demasiado peligroso. Comida
muslo del doctor y golpeó levemente el mono cubierto de segura se te entrega cuando aún está caliente.
polvo—… y de transferencia al anfitrión, muy alta. Cuan- El cadáver, tras muchos esfuerzos, había alineado
do haya conseguido establecer tus sinapsis, me encontraré la camilla junto a la mesa de trabajo, pero lo había hecho
nuevamente cerca de la muerte por inanición. de tal modo que la mesa asomaba más allá del final de la
Una secuencia de imágenes insoportables se des- camilla, ambas separadas por una distancia un tanto infe-
plegó en la mente del forense, mientras el robot hecho de rior a la que podía cubrir el brazo derecho de Joe Allen.
carroña se apartaba de la camilla e iba hacia la mesa del Las muertas manos empezaron a distribuir el instrumental
instrumental; la llegada del sheriff justo después del alba, en la parte derecha de la mesa, apartando las tijeras y la
solo, por supuesto, ya que Craven siempre pensaba en el caja. El cadáver llevó esos dos objetos al final de la mesa,
descanso de sus agentes, y porque en este asunto desearía dejó allí la caja y pasó las tijeras laboriosamente por entre
un poco de intimidad para meditar sobre cualquier indis- una de las tiras que sostenían su mono. Empezó a hablar de
creción que el problema pudiera exigir en pro de los fami- nuevo y, mientras lo hacía, las tijeras se encargaron de ir
liares supervivientes; cómo encontraría a su viejo amigo, cortando sus ropas lenta y metódicamente.
tendido en la camilla y alarmantemente débil; cómo ven- —La incisión debe ser adecuada tanto en lo médi-
dría corriendo hacia él y se inclinaría sobre su cuerpo. co como en lo forense, aunque una pequeña más fácil.
Luego, un poco después, un coche de la policía con un Debo tener cuidado con músculos pectorales, o brazos no
montón de huesos todavía húmedos se saldría de la carrete- me obedecerán. Ya no soy una larva…, más de kilo y
ra en algún punto de la garganta donde la altura fuese medio.
considerable. Para aliviar un poco la asfixiante presión de la pe-
El cadáver tomó una de las cajas para pruebas que sadilla, para oponer algún destello de su propia voluntad a
había sobre la mesa, y puso el escalpelo en su interior. la marea que la había engullido, el forense hizo una pre-
Luego se dio la vuelta, cogió el cuchillo para las incisiones gunta, su propia voz más ronca ahora que la del cadáver.
del suelo y también lo guardó; mientras lo hacía, sin vol- —¿Por qué sigo teniendo libre el brazo?
verse, dijo:
—El último y delicado corte neural requiere un
—El sheriff vendrá por la mañana. Hablabais co- promedio sensorial-motriz, para que mi cerebro encaje
mo si fuerais íntimos amigos. Probablemente vendrá solo. perfectamente con el tuyo. Si no existe esa comprobación
La coincidencia con sus pensamientos tenía que coordinada ojo-mano, mucho más tosco control motor del
ser un accidente, pero la pretensión de aterrorizarle e im- anfitrión. Hecho esto, elimino al paralítico, nos desato y
presionarle estaba muy clara. El tono y el ritmo de esa voz somos libres juntos.
medio recompuesta eran inconfundiblemente deliberados: Los ropajes de la tumba habían caído ya en una
hábiles sondas que buscaban sólo su angustia, el centro confusa masa de harapos; ahora el cadáver estaba desnudo,
personal de su mente. Vio cómo el cadáver —una vez más su oscura silueta hinchada por los gases, parecido a alguna
ante la mesa— movía en un gesto simiesco pero preciso la lustrosa criatura de los mares, que tuviera por timón el sexo
mano y cogía las cizallas, las tijeras y los separadores, cubierto de venas negras y distendido por los gases. Una
añadiéndolo todo a la caja. Y siguió mirando, momentá- vez más, la voz del cadáver había intentado provocarle el
neamente vacío de todo lo que no fuera la voluntad de miedo, y había pronunciado la última palabra con lentitud,
llegar a conocer finalmente la extensión del horror que se como si la saboreara; y en ese instante, la copa que conte-
había apropiado de su vida. El cuerpo de Joe Allen llevó la nía la angustia del forense se desbordó; el horror y la
caja hasta la mesa de trabajo que había junto a la camilla, y ofensa sufrida lucharon por su espíritu en una brutal alter-
los ojos carentes de expresión se encontraron con los del nancia, como si intentaran arrancarlo de la estructura que
forense. lo mantenía cautivo. El forense sacudió la cabeza mientras
—He apostado. Una apuesta muy grave. Pero aho- duraba el combate, su boca empezó a retorcerse con el
ra he ganado. Ante el riesgo de ser descubiertos nos vemos lento nacimiento de un alarido que dejaría su mente vacía.
El cadáver observó todo esto, moviendo una sola del cuchillo—. Las más supremas adaptaciones compradas
vez la cabeza en lo que podría ser un gesto de aprobación. al precio de las capacidades que no son esenciales. —El
Luego subió a la mesa de trabajo y, con la preocupada codo se apoyó en la mesa y se dobló lentamente, acercando
cautela de algún convaleciente veterano que se instala el cuchillo al cuerpo—. Nuestros anfitriones son todos
nuevamente en su cama, se tendió de espaldas. Los muer- seres conscientes, que dominan sus ecologías, que ya
tos ojos buscaron nuevamente los ojos que aún vivían, y se llevan la carga de estructuras con las cuales manejar el
encontraron con la mirada del forense, que le sonreía con ambiente planetario. Miembros, umbrales de los senti-
una mueca enloquecida. dos… —El puño clavó el colmillo de su herramienta bajo
—¡Astuto cadáver! —exclamó el forense—. ¡As- el mentón, lo inclinó, y lo hizo bajar en un gesto lleno de
tuto y carnívoro cadáver! ¡Alienígena lleno de recursos! fluidez por la garganta, mientras la voz seguía brotando del
Por favor, no pienses que te estoy criticando. ¿Quién soy surco labrado por el acero, aparentemente sin que ello le
yo para hacerte críticas? No soy más que un brazo y un afectara en lo más mínimo—. Envolturas somáticas, ins-
hombro, una mano que habla, sólo el pequeño fragmento trumentos… —bajando por el esternón, el diafragma y el
de un patólogo. Pero estoy confuso. —Hizo una pausa, abdomen, la hoja de acero inoxidable iba pintando su tira
paladeando el atento silencio del monstruo, y gozando de de tejido viscoso, sacándola a la luz—, con el cerebro de
la histérica despreocupación que le había liberado de forma un anfitrión heredamos todo eso, el dominio de cualquier
tan inesperada—. Vas a utilizar a tu marioneta para que te planeta, trazado en su nexo cerebral más importante. Por
saque de ella misma y te meta dentro de mí. Pero en cuanto eso nuestros códigos genéticos no son estorbados ahora por
haya dejado libre el asiento desde el que la conduces, ¿no tal tipo de arreglos.
morirá, por así decirlo, y te dejará caer? Podrías recibir un Con la misma rapidez que el forense usó para dar
golpe muy desagradable… ¿Por qué no colocar un tablón un respingo, la mano de Joe Allen trazó cuatro cortes
entre las mesas? El muñeco abre la puerta y entonces tú te laterales a partir del gran eje creado por la herida. Lo que
escabulles, fluyes, rezumas, saltas o lo que deba ser a en principio parecía sólo una mera carnicería, dejó dos
través del puente. No se perderá nada, no habrá ningún impecables pedazos de tejido torácico claramente delimi-
desperdicio. Y, en cualquier caso, ¿no te parece que éste es tados. La mano izquierda levantó el borde del pedazo
un modo bastante extraño y torpe de moverte por entre tu izquierdo, y la derecha introdujo el cuchillo en la abertura,
ganado? ¿No deberías llevar al menos tus propios escalpe- ahondándola con pequeños cortes y tajos. La postura era la
los cuando viajas? Siempre existe el riesgo de que tropie- de un hombre que hurga en un bolsillo de su pecho, con los
ces con ese anfitrión entre un millón que no lleva encima ojos del cadáver estudiando el lento retroceso de la carne.
su escalpelo. La voz, cuando siguió hablando, sonaba ahora con mayor
Sabía que todas sus pullas serían contestadas para premura e intensidad.
aumentar su desesperación. Era presa de una alegría exul- —Galácticamente abunda el paradigma de los
tante, pero ésta tenía como única fuente la momentánea cordados con nervio/cerebro, y el laberinto neural es nues-
sorpresa del predador al haber conseguido, sólo por un tro dominio. ¿Tenemos que hacer puentes con tablones
segundo, ridiculizarle en su feroz seguridad, haciéndole para cruzarlos y llegar a nuestro alimento? ¿Son las cuca-
callar, y estropeando la perfección de su banquete. rachas superiores a nosotros porque tienen patas para subir
La mano derecha del cadáver cogió el cuchillo que corriendo por los muros y antenas con las que tantear su
había junto a él, y la izquierda colocó un rollo de gasa bajo camino? ¡Todas las extrañas y complejas muletas que se
el cuello de Allen, levantando la garganta hasta situarla en complace en usar la vida! ¡Los zancos, las aletas, los aba-
un ángulo más prominente. La boca del cadáver habló, nicos, las alas, los tallos, las plumas y las colas, todo eso
dirigiéndose al techo: termina a su vez en formas muy variadas: ventosas, gan-
chos, pinzas, tijeras, tenazas o pequeñas jaulas formadas
—Mantenemos forma larval hasta entrada en el
por dedos! Y, además, todos los trucos que se inventa para
anfitrión. Como larvas, tenemos estructura para la locomo-
abrirse paso luchando a través de sus mundos, todas esas
ción y brotes sensoriales utilizables fuera de los amplifica-
sucesiones de plumas, pelos, penachos, púas, escamas,
dores para los sentidos de nuestras naves. Esperé enrosca-
placas u orificios, cubiertas por equipo perceptivo con el
do alrededor de la pata de la cama de Joe Allen hasta la
cual arrancar el alimento del ruido o el color al ambiente
llegada de la noche, entré en su boca mientras dormía. —
que la rodea por completo…
La mano de Allen alzó el cuchillo, sosteniéndolo por
encima de los ojos que carecían de brillo, haciéndolo girar Dotadas de una calma y una seguridad invencibles,
bajo la luz—. Una vez alojados, tenemos tres estadios las manos cambiaron de herramienta y de labores. El
hasta la forma adulta —siguió diciendo distraídamente la pedazo derecho de tejido fue apartado, revelando unos
voz, y el cuchillo podría haber sido un espejo en el que el cordones de músculo que habían sido ingeniosamente
cadáver descifraba sus rasgos—. Larvalmente sólo posee- salvados del cuchillo, y que prometían tener un aspecto
mos un esbozo de todo nuestro equipo neurológico. Nues- completamente normal una vez hubieran sido colocados de
tra metamorfosis es provocada y determinada por la estruc- nuevo en su sitio con suturas. Indefenso, el forense sintió
tura endosomática del anfitrión. Yo maduré en tres días. — que el delirio de su desafío iba muriendo, y una morbosa
La muñeca de Allen se flexionó, haciendo bajar la punta fascinación le dejaba nuevamente paralizado.
—Somos los nódulos y los relés que comparten el través del diestro e incansable autodesmembramiento que
conjunto de impulsos nerviosos aferentes del anfitrión el cadáver se imponía a sí mismo —la pura orquestación
justo en sus puntos integradores. Somos los cerebros que neuromuscular de la actividad que le estaba siendo descri-
examinan estas integraciones de datos, y las suman a ta—, hizo que el doctor Winters sintiera la absorta fascina-
nuestros ya existentes bancos de datos sobre el anfitrión y, ción que los grandes artistas del teclado eran capaces de
finalmente, dejamos que sus consecuencias fluyan por los imponerle. Fue capaz de distinguir un atisbo del punto de
senderos motrices…, ya sea para las consecuencias que vista alienígena: un Gulliver esperando en una tumba de
ellos buscan espontáneamente, o para las que deseamos Brobdignac, que luego dirigía a un gigante muerto en
injertar en ellos. Además, poseemos un eficiente sistema contra de otro vivo, igual que un enano en una gigantesca
circulatorio/alimenticio y un aparato reproductor. Y no estructura mecánica, programando febrilmente el combate
necesitamos ser nada más que esto. en toda una batería de palancas y pedales, y esperaba que
El cadáver había abierto ya su ensangrentada cha- los brazos del robot cumplieran sus órdenes con el remoto
queta, y las manos que parecían hechas de fécula tomaron y titánico impacto sobre los enemigos… y se maravilló,
ahora las cizallas. La siniestra tensión que teñía la voz se sintiendo que su ser quedaba colmado por una medio
hizo todavía más acusada, y las frases se deslizaron de la horrorizada sorpresa ante la infinita estrategia y plasticidad
lengua con el balanceo de la cobra que busca su presa, de la vida. Las manos de Joe Allen se metieron en la cavi-
enredando sus líquidos ritmos alrededor del forense, hasta dad abdominal, que había quedado medio abierta, hun-
que una brecha en su resistencia les dejara entrar para diéndose por debajo del músculo anterior, sin cortar, y
acabar con el poco valor que aún le quedaba. descubierto por la delgada incisión de la epidermis, hasta
que mediante una presión externa las capas de tejido que-
—Pues de esta forma hemos habitado la más den-
daron lo bastante sueltas como para llegar hasta sus muslos.
sa telaraña cerebral de trescientas razas, y hemos yacido
La voz guardó silencio, mientras los antebrazos delataban
cómodamente en su interior igual que medra la yedra sobre
una delicada actividad llevada a cabo por los dedos ente-
las maderas del emparrado. Hemos atisbado desde la parte
rrados en el cuerpo. Los hombros se tensaron hacia atrás. A
posterior de un excesivo número de máscaras, provistas de
medida que el firme movimiento de éstos hacía emerger
muchas ventanas, y por ello no podemos lamentar que
las muñecas, las muertas piernas se estremecieron y se
nuestros sentidos propios sean meros vestigios. Ninguno
agitaron con una imprecisa serie de espasmos.
sabía leer del todo sus mundos. Por eso es mucho mejor
nuestro poder de nómadas, nuestra gama de elecciones, —Doctor, dijo que su especie era nuestra comida y
antes que el dominio inmutable de un pobre juego de alimento. Si fueran solamente eso, una elemental usurpa-
estructuras corporales. Es mucho mejor caer cautelosamen- ción de sus rasgos motrices nos satisfaría, dándonos un
te sobre un ser viviente completo, y revestirnos inmedia- perfecto control sobre el ganado, pues, ¿cuál de las pala-
tamente con todos sus miembros y órganos, recuerdos y bras más extrañas o las conductas más sutiles no es sino un
poderes…, hacerlo tan estrechamente congruente a nues- agitarse de un conjunto muscular? Esa ridícula habilidad
tras voluntades como lo es el guante para la mano que lo era nuestra hace mucho tiempo. No es simplemente la
colma. sangre la que alimenta esta lujuria que ahora yo deseo
instalar en su cuerpo, este anhelo por una intimidad que los
Las cizallas se abrieron paso a través del hueso,
años no echarán a perder. Mi auténtico festín se encuentra
mandíbulas estólidas y ensangrentadas que se alimentaban
en obligarle a que se alimente de esa forma, y en la com-
monótonamente, deteniéndose ante la unión del esternón y
pleta deformación de su voluntad que ello supondrá. Si la
la clavícula, en el manubrio, allí donde los músculos pecto-
grosera alimentación que supone hubiera sido mi necesi-
rales tienen una importante sujeción.
dad primordial, entonces mis compañeros de tumba, Po-
—Ninguna de las conciencias del tipo cordada que llock y Jackson, podrían haberme dado dos semanas de
hemos descubierto ha resultado impermeable a nuestra vida o más. Pero me negué a tan cobarde parsimonia
habilidad…, no hay modelo dendrítico tan elaborado como enfrentado a la muerte. Gasté más de la mitad de la energía
para que no podamos leer sus hebras y tejernos de tal que su sangre me dio fabricando sustancias químicas con
forma que encajemos con ellas, trazando con precisión el las cuales mantener vivos sus cerebros, y les bañé en un
mapa de cada costura sináptica hasta que seamos capaces fluido alimenticio oxigenado.
de aflojarla, y dar nueva forma a ese ropaje para que nos
Del abismo creado en el cuerpo, las manos man-
resulte adecuado. Nos hemos movido ataviados con los
chadas sacaron dos largos haces de filamentos plateados,
cuerpos de autarcas planetarios, venerables maniquíes de la
que se retorcían y brillaban con un millar de enroscamien-
última moda moral, pero siempre cortados con la tela
tos y contracciones simultáneas. Las piernas se movieron
universal: la urdimbre de los veloces filamentos eléctricos
con débiles y caóticas pulsaciones, que se abrían paso a
de la experiencia, que nosotros podemos hacer pasar fácil-
través de su musculatura, hasta que los brillantes haces
mente de nuevo por el telar y la lanzadera de nuestros
vermiculados quedaron reunidos en dos masas esféricas
deseos. Y después de eso, nuevamente cortada, su tela
que las manos depositaron cuidosamente dentro de la
viviente se pliega obediente a nuestros fines, invistiéndo-
incisión. Luego, las piernas se quedaron inmóviles, igual
nos con un honor y una influencia ilimitados.
que en la muerte.
La engañosa melodía verbal que se prolongaba a
—Sólo podía prescindir de conexiones neurales consumación, era su fuerza la que les sacaba las entrañas
accesorias, pero teñía acceso a gran cantidad de recuerdos humeantes, y su propia lengua y su garganta las que se
y a todas sus respuestas cognoscitivas, y teniendo en mis hundían en el horrible banquete palpitante.
bancos todas las conversiones electroquímicas correspon- Y el doctor pudo ver algo de la historia que había
dientes a las palabras de su idioma, almacenadas en el tras esa actividad predadora, la de una raza que había
órgano de Coti, podía hablarles en un susurro directo a llegado tan lejos en la esencia e inexorable abstracción de
través del octavo nervio craneal. Ése es nuestro auténtico su propia textura mental, que mediante el auto-cultivo
banquete, doctor, las tormentas eléctricas incorpóreas de la genético y la entrega a la ciencia habían logrado encarnar
impotencia al saber y comprender, provocada cuando hice su propio modelo de la conciencia perfecta, diseñándolo y
cosquillas a esos dos pequeños globos óseos. Ayer me vi afinándolo para permitir que pudiera entrar en otros seres,
obligado a dejarles secos, justo antes de que nos desente- y adquirir así directamente todos los mundos de su expe-
rraran. Vivieron hasta entonces, y lo entendieron todo…, riencia. Al principio, todo había sido un asunto de la más
todo lo que les hice. estricta erudición, hasta que en los estudiosos carentes de
Cuando la voz calló, los ojos muertos y los ojos cuerpo maduró ese odio envidioso que había germinado
vivos se miraron fijamente. Así permanecieron durante un durante largo tiempo y que ahora ardía con ferocidad, el
segundo, y luego el rostro muerto sonrió. odio hacia todas las mentes «menores» que tenían sus
Este despertar de un alma capaz de expresarse en raíces en el suelo de mundos sólidos y específicos, bañán-
esos rasgos que pertenecían al túmulo funerario, recapituló dose con su sol. El parásito le habló de la «música cere-
todo el horror de la primera resurrección de Allen. Y lo que bral» y las «sinfonías de la paradoja agónica», que eran el
el forense vio despertar era el alma de un demonio: la botín principal de sus invasiones. El forense percibió la
sonrisa estaba erizada por agudos ganchos de crueldad en verdad que había tras toda esa grandilocuencia; la cosecha
las comisuras de los labios, mientras que esos ojos como real que sacaban de la violación sistemática de las persona-
cuchillos relucían con una lánguida y cariñosa anticipación lidades era experimentar una estéril supremacía de medios
de su dolor. Desde muy lejos, el doctor Winters oyó el sobre vidas quizá más primitivas, pero mucho más ricas en
inexpresivo sonido de su voz, preguntando: la intensa y apasionada preocupación con la que toda
existencia estaba imbuida para ellos.
—¿Y Joe Allen?
Las manos de Joe Allen habían tomado ya las dos
—Oh, sí, doctor. Ahora está con nosotros, lo ha es-
bolas de nervios alienígenas, con el arrugado nódulo cere-
tado siempre. ¡Lamento abandonar un anfitrión tan difícil
bral situado entre ellas, y por algún tiempo había estado
de hallar! Es un auténtico ermitaño-filósofo, un hombre
esperando a que se produjera la lenta retracción de una
que ha leído mucho en cuatro idiomas distintos. Está tradu-
última e importante conexión que, al parecer, había estado
ciendo a Marco Aurelio…, quiero decir que estaba tradu-
alojada a lo largo del eje espinal. Por fin, cuando sólo
ciendo, en su tiempo libre…
quedaba implantada una delgada subfibra de ésta, el cadá-
A esas palabras sucedieron largos minutos de la ver, sonriendo una vez más, alzó toda la masa para que el
voz acompañando la autopsia irreal que practicaba sobre su doctor contemplara a su futuro amo, otra vez reunido. El
cuerpo, pero el forense guardó silencio, sin moverse, vacío forense miró entonces a los ojos del cadáver y habló…, no
de todo poder de reacción. Aun así, la plena comprensión a quien le controlaba, sino al cautivo que compartía esos
de su destino reverberaba en su mente, una estancia vacía, ojos con él, y que ahora, bien lo sabía el doctor, se acerca-
en la que, sin embargo, la voz que no era exactamente oída ba a su muerte final.
pero que, sin que pudiera saber cómo, había logrado im-
—Adiós, Joe Allen. Eddie Sykes… No eres cul-
plantarse directamente como en la tortura subterránea que
pable de nada. Que la paz sea al fin contigo.
le había descrito hacía unos instantes, mandaba ola tras ola
de pensamiento en el que se amplificaba lo indecible. La sonrisa del demonio siguió sin alterarse, y la
mano derecha hizo pasar su viscosa carga a través del
El parásito había localizado la compleja superficie
espacio que separaba la mesa de la camilla, colocándola
de contacto existente entre la integración cortical de los
sobre la ingle del doctor. Winters vio cómo la mano colo-
datos y la consecuente salida neural que daba forma a la
caba la reluciente cabeza de medusa, su nuevo yo, sobre la
respuesta. Había colocado su cerebro justo en el centro,
carne de su cuerpo; luego se volvió a la mesa, cogió el
compartiendo la conciencia mientras mandaba solamente
escalpelo y se estiró de nuevo para trazar en su ingle una
sobre los caminos de la reacción. El anfitrión, la personali-
incisión de unos diez centímetros, todo ello en medio de
dad encerrada en una botella, se encontraba mudo y carecía
una fantasmagórica ausencia de estímulos táctiles. La fibra,
de miembros con los que expresar la más mínima fracción
que seguía metida en el cadáver, se liberó repentinamente
de su voluntad, mientras que poseía una infernal agilidad e
de la hendidura mediastinal, encogiéndose para cruzar el
inteligencia al servicio del parásito. Eran las manos del
espacio que la separaba de la camilla, y quedó convertida
anfitrión las que ataban a su presa y le arrancaban la vida,
en un grueso tallo que coronaba el organismo situado sobre
su cuerpo el que experimentaba los repetidos orgasmos con
el doctor.
los que se coronaba el despojo de los cuerpos. Y cuando
éstas yacían ante él, atadas, gritando todavía, listas para la El cuerpo de Joe Allen se derrumbó al quedar va-
cío. Ahora volvía a ser un cadáver y nada más, pero en su
postura había algo anormal. Su brazo derecho no había gelatina y, pese a todo, seguía estando condenado, como
quedado en la posición casi vertical que habría resultado un atisbo de la impotencia futura que le correspondería
natural. En el instante en que el alienígena se desconectó, para siempre.
el hombro se había movido con gran fuerza, impulsando Pero, por supuesto, había un medio. No para so-
hacia arriba el brazo. Ahora, éste se encontraba orientado brevivir. Pero sí para escapar y para cobrarse la venganza.
igual que el de un hombre intentando llegar al siguiente Miró por un momento a la criatura que le había capturado,
peldaño de la escalera por la que está subiendo. El más endureciendo su resolución y su temple con las llamas del
ligero temblor haría que las articulaciones dejaran de odio que encendía en él. Luego decidió rápidamente el
sostenerse en ese equilibrio, y el brazo volvería a quedar orden de sus movimientos y empezó.
sujeto a la fuerza gravitatoria; también serviría para hacer
Llevó el escalpelo a su cuello y se abrió la vena ti-
que el escalpelo cayera de la mano que ahora lo sostenía en
roides superior, su tintero. Colocó el escalpelo junto a su
su palma, como ofreciéndolo en esa precaria posición.
oreja, mojó el dedo en su sangre, y empezó a escribir sobre
Un microsegundo antes de su final, aquel hombre el metal de la camilla, primero a la altura de su muslo, y
había vuelto a ser dueño de sí mismo. El corazón del foren- después subiendo hacia su axila. Era extraño, pero aunque
se se agitó dentro de su pecho, despertando con un cántico esos músculos se hallaban despiertos, la incisión de su
emocionado, pues vio que el escalpelo se encontraba en cuello no le había dolido, lo que le dio esperanzas y le
una posición a la que podían llegar sus dedos si estiraba el animó a reunir el coraje para lo que aún faltaba por hacer.
antebrazo al máximo a partir de la atadura del codo… El
Cuando hubo terminado, su mensaje decía esto:
horror se agazapó sobre él, introduciendo lentamente su
tallo en la incisión de la ingle; en el primer instante, eso
CUIDADO PARÁSITO
hizo que la mano del doctor se detuviera ante la punzada
DE ALLEN EN MÍ
de terror que sintió. Y luego se recordó a sí mismo que,
ABRIR TODO HASTA
hasta no ser implantado, el enemigo era una masa carente
ENCONTRAR
de sentidos, un cuerpo erizado de conexiones sensoriales
1.500 G MASA
con las que recibir datos, pero hasta que no se hubiera
FIBRA NERVIOSA
instalado en los amplificadores físicos de los ojos y los
oídos era una mónada totalmente sorda y ciega que aguar-
Deseó escribir un adiós a su amigo, pero el aliení-
daba en un perfecto solipsismo entre dos envolturas senso-
gena había empezado a enviar filamentos auxiliares más
riales cautivas.
pequeños junto al principal, y ahora todo dependía de la
Vio cómo sus dedos se esforzaban por llegar a la velocidad.
brillante herramienta de la libertad, y con una sonrisa
Cogió el escalpelo, volvió la cabeza hacia la iz-
enloquecida pensó en Dios y Adán en el techo de la Capilla
quierda, y hundió profundamente la hoja en su oído.
Sixtina, y luego, con el preciso control que le daba toda
una existencia como cirujano, cogió el escalpelo. El brazo ¡Milagro! ¡Un último y casual acto compasivo del
del cadáver cayó y quedó colgando fláccidamente. destino! No había dolor. Algún anestésico altamente espe-
cializado estaba actuando durante la entrada del ser. Hun-
—Duerme —dijo el forense—. Duerme vengado.
diendo cuidadosamente su hoja, destrozó el oído interno
Pero descubrió que su ataque se encontraba seve- derecho, y luego provocó el silencio en el izquierdo, de
ramente limitado por los cuidadosos preparativos del forma igualmente concienzuda. Después, cortó las cuerdas
alienígena. Su codo había sido atado dejándolo casi en vocales y los tendones situados en la parte trasera del
ángulo recto con el eje más largo de su cuerpo; el antebra- cuello, los que le mantenían erguido. Deseó tener la posibi-
zo podía hacer que su mano fuera hacia él hasta quedar lidad de cortar también los tendones de las rodillas y los
cerca de su cara, lo cual se adecuaba a las necesidades del codos, mas era imposible. Pero cegado, con los centros del
parásito, que precisaba un control de coordinación ojo- equilibrio perdidos, con sólo un tosco control motriz…,
mano, pero ni siquiera con la longitud suplementaria que le todo eso tendría que hacer más difícil la huida del alieníge-
daba el escalpelo podía llevar su punta a menos de diez na, si es que en primer lugar tenía que intentar reaccionar a
centímetros de su ingle. Y el parásito seguía introduciendo un cadáver sin sangre, en el que todavía no había logrado
sin detenerse su conexión sensorial. Dentro de tres o cuatro llevar a cabo una conexión bien ajustada. Antes de apagar
minutos como máximo usurparía su control motriz, a sus ojos se detuvo, el escalpelo suspendido encima de su
juzgar por el tiempo que le había costado salir de Allen. cabeza, y pestañeó para que las lágrimas no enturbiaran su
El doctor retorció frenéticamente su muñeca hasta puntería. El derecho, luego el izquierdo, las dos retinas
el límite, intentando cortar la tira allí donde ésta tocaba la meticulosamente extirpadas, la yema de la visión absolu-
parte interna de su codo. Resultaba imposible ejercer una tamente eliminada de los ojos. La última tarea del escalpe-
presión suficiente, y la presa con que sostenía el escalpelo lo, una vez hubo ladeado la cabeza para que el flujo de
era tan incómoda que incluso sus más débiles intentonas sangre cayera en una dirección que hiciera absolutamente
amenazaban con hacerle perder el instrumento. La raíz del imposible borrar el mensaje, fue cortar la arteria carótida
control del alienígena seguía entrando en él. Poseía un externa.
arma letal con la que enfrentarse a una indefensa cosa de
Una vez realizado el último gesto, el anciano lanzó han producido ciertos actos de vandalismo…, las luces no
un suspiro de alivió y soltó el escalpelo. En el mismo funcionan, y en las cañerías hay una fuga bastante grave.
instante en que lo soltaba, notó en su interior el cosquilleo También hay algunas otras cosas que no andan bien…, el
de una energía extraña…, algo que se encendía y crepitaba, vecindario es quizá demasiado tranquilo, y puede que te
que se encendía y que buscaba, pero no lograba encontrar resulte un tanto difícil desplazarte. Pero ha sido un hermo-
del todo su asidero. Y, dentro de él, mientras el doctor se so hogar para mí durante cincuenta y siete años y, aunque
hundía hacia el sueño, cerebralmente, tal y como debe no sé muy bien por qué, creo que te quedarás en él…
hablar un hombre sin voz, dirigió al parásito estas palabras, El rostro, vuelto hacia el cuerpo de Joe Allen, pa-
cuidadosamente escogidas: recía llorar lágrimas escarlata, pero su último gesto antes
—Bienvenido a tu nueva casa. Me temo que se de la muerte fue una sonrisa.

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