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LA R E V O L U C I Ó N

RUSA

por
Sheila Fitzpatrick

1/36

m
Siglo
veintiuno
editores
Argentina
m _____________________
Siglo veintiuno editores Argentina s. a.
TUCUMÁN 1621 N (C1050AAG), BUENOS AIRES. REPÚBLICA ARGENTINA

Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.


CERRO DEL AGUA 24«, DELEGACIÓN COVOACÁN, 04310, MÉXICO, D. F.

9 4 7 .0 8 4 ¡ F it z p a tr ic k , S h e iia .
CDD L a r e v o lu c ió n r u s a . - I a e d . - B u e n o s A ire s : S ig lo X X I
E d ito re s A rg e n tin a , 200 5 .
2 4 0 p. ; 2 1 x 1 4 c m . - (H is to ria y C u ltu ra / d irig id a p o r
L u is A l b e r t o R o m e r o ; 12)

T r a d u c i d o p o r . A g u s t ín P ic o E s tr a d a .

IS B N 9 8 7 -1 2 2 0 -0 1 -4
2 /3 6

1. H is to r ia . 2 . R e v o lu c ió n R u s a . I. P ic o E s t r a d a , A g u s tín ,
tr a d . II . T í t u l o

The Russian Revolution - Second Edition was originally p u b lish ed in English in 1994.
T his translación is p u b lish ed by a rra n g e m e n t wíth O xford University Press.

La segunda edición d e La revolución rusa fue o rig in alm en te p u b licad a e n inglés en


1994. La presen te edición ha sido au to rizad a p o r O x fo rd U niversity Press.

Portada: Peter Tjebbes

© 2005, Sheila Fitzpatrick


© 2005, Siglo XXI Editores Argentina S. A.

ISBN 987-1220-0 M

Im preso e n 4sobre4 S.R.L.


Jo sé M árm ol 1660, B uenos Aires,
en el m es de abril d e 2005

H ech o el d epó sito q u e m arca la ley 11.723


f m n rp ír i ^ tI A rcr^n unti _ YÍAH** m A r-rr^n f i n ct
ín d ic e

Agrade cimientos

Introducción

1. El escenario
La sociedad
La tradición revolucionaria
La revolución de 1905 y sus consecuencias;
la P rim era G u erra M undial

2. 1917: Las revoluciones de febrero y octubre


La revolución d e feb rero y el “p o d e r d u a l”
Los bolcheviques
La revolución p o p u la r
Las crisis políticas del verano
La revolución de o ctu b re

3. La guerra civil
La g u e rra civil, el Ejército Rojo y la C heka
C om unism o de g u e rra
Visiones del nuevo m u n d o
Los bolcheviques en el p o d e r

4. La NEP y el futuro de la revolución


La disciplina de la retirad a
El pro b lem a de la b u ro cracia
La lucha p o r el liderazgo
C onstruyendo el socialism o en u n país
5. La revolución d e Stalin 153
Stalin co n tra la d erech a 158
El program a industrializador 165
Colectivización 171
Revolución cultural 1^9

6. Finalizar la revolución 189


“Revolución cu m p lid a” 192
“Revolución traicio n ad a” 199
T erro r 207

N otas 21/

B ibliografía 231
5. La rev o lu ció n d e Stalin

El p ro g ram a in d u strializad o r del p rim e r p lan q u in q u e n al


(1929-32) v la colectivización fo rzad a de la ag ricu ltu ra q u e lo
acom pañó se h a n descrip to a m e n u d o com o u n a “revolución
desde a rrib a ”. Pero la im ag in ería de la g u erra se le p u e d e aplicar
en fo rm a igualm ente a p ro p ia d a y en su m o m en to - “en el fu ro r
de la b atalla”, com o les g u stab a d ecir a los com entaristas sovié­
ticos— ; las m etáforas bélicas eran aú n más com unes que las revo­
lucionarias. Los com unistas e ra n “c o m b atie n tes”; las fuerzas
soviéticas d eb ían ser “m ovilizadas” a los “fren te s” de la in d u stria­
lización y la colectivización; e ra n de esp erar “c o n tra ataq u e s y
“em b o scad as” de los en em ig o s d e clase b u rg u eses y kulak. E r ^
u n a g u e rra co n tra el a tra so de Rusia y al m ism o tiem p o , u n * j
g u e rra c o n tra los enem ig o s de clase d el p ro le ta ria d o , d e n tro y
fuera del país. Según la in te rp re ta c ió n de histo riad o res p o sterio ­
res éste fue, de h ech o , el p e río d o de la “g u e rra de Stalin co n tra
la n ació n ”. . ..
La im aginería bélica tenía la clara intención de sim bolizar u n
reto rn o al espíritu de la g u e rra civil y del com unism o de g u erra y
un rep u d io de los poco h eroicos com prom isos de la NEP. Pero
Stalin no se lim itaba a ju g a r con sím bolos, pues, en m uchos aspec­
tos la U nión Soviética bajo el Plan Q u in q u en al realm ente p arecía
u n país en guerra. La oposición política y la resistencia a las políti­
cas del régim en eran d en u n ciad as com o traición y a m en u d o cas­
tigadas con severidad pro p ia de tiem pos de guerra. La necesidad
de estar atentos a espías y saboteadores se transform o en un tem a
constante en la p ren sa soviética. Se ex h o rtab a a la población a la
solidaridad patriótica, y ésta debió h acer m uchos sacrificios p o r e
“esfuerzo bélico” de la industrialización: com o una recreación mas
p ro fu n d a (aunque no in ten cio n al) de las condiciones de tiem pos
de guerra, se rein tro d u jo el racionam iento a las ciudades.
154
SHEILA FITZPATRICK

A unque la atmósfera de crisis de época de guerra a veces se per­


cibe como una m era respuesta a las tensiones producidas p o r las
forzadas industrialización y colectivización, en realidad era anterior
a éstas. El estado psicológico de em ergencia bélica com enzó con la
gran alarm a de g u erra de 1927, m om ento en que se difundió am­
pliam ente la creencia de que una nueva intervención m ilitar de los
países capitalistas era inm inente. La Unión Soviética acababa de su­
frir una serie de reveses en su política exterior y en la Internacional
Comunista: un allanam iento británico a la misión comercial soviéti­
ca (ARCOS) de Londres, el ataque del K uom intang nacionalista
contra sus aliados com unistas en China, el asesinato político de un
diplom ático plenipotenciario soviético en Polonia. Trotsky y otros
oposicionistas responsabilizaban a Stalin de los desastres de ía polí­
tica exterior, en particular el de China. Una cantidad de dirigentes
soviéticos y de la Internacional Com unista in terp retaro n pública­
m ente estos reproches com o evidencia de una conspiración a n tiso
viética dirigida p o r G ran Bretaña, que p robablem ente culm inaría
5/3 6

con un ataque militar com binado contra la U nión Soviética. La ten­


sión en el frente in tern o aum entó cuando la GPU (sucesora de la
Cheka) com enzó a d e te n e r a p resu n to s enem igos del régim en y
la prensa inform ó acerca de incidentes de terrorism o antisoviético
y del d escu b rim ien to de co n sp iracio n es in te rn a s c o n tra el régi­
m en. En espera de una guerra, los cam pesinos com enzaron a reta­
cearle g ran o al m ercado; y hubo com pras de bienes de consum o
im pulsadas por el pánico p o r parte de la población rural y urbana.
La m ayor p arte de los historiadores occidentales llegan a la
conclusión de que no había un peligro de intervención real e in­
m ediato; esta era tam bién la opinión del Com isariato soviético de
asuntos exteriores y, casi con certeza, de integrantes del Politburó
com o Alexei Rykov, poco inclinados a pensar en térm inos conspi­
rativos. Pero otros integrantes de la dirigencia del p artido se alar­
m aban con más facilidad. Entre ellos, el excitable Bujarin, p o r en ­
tonces a cargo de la In tern acio n al C om unista, d o n d e m ed rab an
los rum o res alarm istas y escaseaban las inform aciones concretas
sobre las intenciones de los gobiernos extranjeros.
La actitud de Stalin es más difícil de evaluar. Se m antuvo en si­
lencio d u ra n te los meses de ansiosas discusiones sobre el peligro
la REVOLUCION DE STALIN 155

de guerra. Luego, a m ediados de 1927, con g ran h abilidad enfocó


ia discusión sobre la oposición. A unque negó q u e la g u e rra era in­
m inente, vilipendió de todas form as a Trotsky p o r h ab er afirm ado
que, com o C lem enceau d u ran te la P rim era G u erra M undial, con­
tinuaría la oposición activa a !a dirigencia de su país aun si el en e­
migo estuviese a las puertas de la capital. A los com unistas leales y
patriotas soviéticos, esto casi les sonaba a traición; y p ro b ab lem en ­
te tuvo un papel decisivo en perm itirle a Stalin q u e asestase su gol­
pe final a la oposición pocos meses después, cu an d o Trotsky y
otros dirigentes opositores fueron expulsados del partido.
El enfrentam iento en tre Stalin y Trotsky en 1927 dio ocasión
a un om inoso aum ento de la tem p eratu ra política. Q u eb ran d o lo
que hasta entonces había sido un tabú del P artido Bolchevique, la
dirigencia autorizó el arresto y el exilio adm inistrativo de oposito­
res políticos, así com o otras form as de acoso de la GPU a la oposi­
ción. (El propio Trotsky fue exiliado a Alma-Ata tras su expulsión
del partido; en en ero de 1929, p o r o rd en del politburó, fue d ep o r­
tado de la U nión Soviética.) A fines de 1929, en respuesta a infor­
mes de la GPU sobre el peligro q u e rep resen tab a u n golpe de la
oposición, Stalin presen tó al p o litb u ró u n a serie de propuestas
que sólo se p u ed en com parar a la tristem ente célebre ley de sospe­
chosos de la revolución francesa.2 Sus propuestas, que se acepta­
ron, pero no se hicieron públicas eran que

... quienes propaguen las opiniones de la oposición deben ser consi­


derados cómplices peligrosos de los enemigos externos e internos de
la Unión Soviética y que tales personas serán sentenciadas como “es­
pías” por decreto administrativo de la GPU; que la GPU debe organi­
zar una red de agentes vastamente ramificada con la misión de de­
tectar elementos hostiles dentro del aparato gubernativo, aun en los
niveles más altos de éste, y dentro del partido, incluyendo en órganos
conductivos. “Quienquiera que despierte la más pequeña sospecha
debe ser desplazado”, concluyó Stalin...3

La atm ósfera de crisis g en erad a p o r la culm inación del en­


frentam iento con la oposición y el tem o r a u n a g u erra se exacerbó
en los prim eros meses de 1928 con el estallido de un im portante
156
SHEILA FITZPATRIc k

en frentam iento con el cam pesinado (véase infra, pp. 158-164) I


form ulación de cargos p o r deslealtad co n tra ¡a antigua in telf
guentsia “bu rg u esa”. En marzo de 1928, el fiscal del esmdo anun
o o que un g ru p o de ingenieros en la región de Shajti en la cuen'
ca del Don se n a ju zg ad o p o r sabotaje d elib erad o de la industria
m inera y conspiración con potencias e x tra n je r a ^ Éste fue el 1
m ero de Una serie d eju icio s ejem plificado/es a expertos b ^ '
s, en los cuales la parte acusadora asoció la am enaza in te r n f de
los enem igos de clase con la am enaza de intervención de p o t e n
dad T o f r eMranJeras V acusados confesaron su culpabili-
c l a n d Z " P0 ™ “ 0™ “ “ ^ n i a s de sus acuidades

Los juicios, am plios extractos de los cuales se d iero n


a cono-
cer literalm en te en los diarios, im plicaban el ab ierto m ensaje de
q e a pesar d e su p re te n d id a lealtad hacia el p o d e r soviético U

el c u a f Un en e m iS ° de con
e cual, p o r definición, no se po d ía contar. M enos ab ierto pero
aram en te au d ib le p ara los capataces y ad m in istrad o re s com u
s que trab ajab an con ex p erto s b urgueses era qu<
= Zos7estaban
e s Z a Zenn tfalta,
,h " que
C° n eran culpables
bUrgUe5es ' ra g u ' y ,a r a b ií"
d ad " qUC — culPabIes ^de estupidez
estupidez creduli
dad, s, no de cosas p eo res, al h ab er p erm itid o q Se los e x p e r^ s'
los e n g a n a ra n .3 H expertos

. P° lítÍCa recur"n a a los sentim ientos de suspicacia v


c u e n t a clase obre P ™ 1'« '“'1« que eran endémí-
eos en la clase o brera rusa y las bases com unistas. Sin d u d a era en
parte una respuesta al escepticism o de m uchos expertos e ingenie
os de que los elevados objetivos que se fijaba el p rim er p la /q u in
quenal pueberan alcanzaran. Aun así, fue una política que Z '
enorm es costos para un régimen que se disponía a embarcarsl eñ
un program a de industrialización a m a r c h é f o r z a d a H ^ i
cam n añ i iqoc o , rorzacias, asi com o la
la X Z r u C° mra “ enem¡gOS "kulak" del sector agríco-
. Al país le faltaban expertos de toda clase, en especial ingenie

z a d o X Z s t mi' mOS eran CrUdaleS Para d impUlS° "“ d i ­


eran “burgueses" y Z c Z u n ' Z ) rUSOS “ M eados
Las razones de Stalin para lanzar su campaña anuexnertos
han desconcertado a los historiadores. Como fa s a c u s a c Z e s de
LA REVOLUCIÓN DE STALIN 157

conspiración y sabotaje eran tan inverosímiles, y las confesiones de


los acusados, fraudulentas u obtenidas m ediante coerción, a m enu­
do se da p o r sentado que no es posible que Stalin y sus colegas ha­
yan creído en ellas. Sin em bargo, a m edida que surgen nuevos datos
de los archivos, se refuerza cada vez más la im presión de que Stalin
(aunque no necesariam ente sus colegas del politburó) realm ente
creía en estas conspiraciones — o al m enos, creía a medias, dándose
cuenta al mismo tiem po de que se le podía dar u n ventajoso em pleo
político a esa creencia.
C uando Viacheslav M enyinskii, cabeza del OGPU (anterior­
m ente GPU) le envió a Stalin material originado en el interrogatorio
a expertos a quienes se acusaba de p e rte n e c e r al “p artid o indus­
trial”, cuyos dirigentes supuestam ente habían p lan ead o u n golpe
respaldado p o r capitalistas em igrados y co o rd in ad o s con planes
p ara u na intervención m ilitar extranjera, Stalin replicó en térm i­
nos que sugieren que aceptó literalm ente las confesiones y q u e se
tom aba muy en serio el peligro de g u e rra inm inente. La evidencia
más interesante, le dijo Stalin a Menyinskii, era la que se refería a£D
la ocasión de la p lanead a intervención m ilitar: CD

Resulta que habían planeado la intervención para 1930, y que luego


la pospusieron para 1931 o incluso 1932. Eso es muy probable y es
importante. Es tan importante porque es información que se origi­
na en una fuente primaria, es decir, del grupo de Riabushinskii, Gu-
kasov, Denisov y Nobel’ [capitalistas que tenían importantes intere­
ses en la Rusia prerrevolucionaria], que representa el más poderoso
de todos los grupos socioeconómicos en la URSS y en la emigración,
los más poderosos en términos de capital y de conexiones con los
gobiernos francés e inglés.

A hora q ue tenía la evidencia en sus m anos, concluía Stalin, el


régim en soviético podría darle intensa publicidad en el fren te d o ­
m éstico y en el ex terio r “paralizando y d eten ien d o así todo in te n ­
to de intervención du ran te los próxim os u n o o dos años, lo cual es
de la m ayor im portancia para n o so tro s”.6
Más allá de qué, o en qué form a, Stalin y los otros dirigentes
creyeran con respecto a conspiraciones antisoviéticas y am enazas
158
SHEILA F IT Z P A T R iq ^

m ilitares Inm ediatas, estas ideas se disem inaron am pliam em ^


la L nton Sovtetica. Ello n o sólo fne así p o r los esfuerzos nT '
dísticos del régim en, sino p orque tales conceptos al r j o r l ^ '
JUICIOS v tem ores ya existentes, eran creíbles para a m p b S s e a o ^
de la opinión publica soviética. A p a rtir de L e s d e í a d é c a d a ?
1JJU, se invocaban remilarmentra __ .·. . aüa de
internas y exter_
ñas para explicar problem as com o la
escasez de alim entos y las m-
terru p cio n es en la industria, el transporte y la
C?I y-trt ^ 1 _ 1· . * energía. En f0rma
sim iiar.ei peligro de g u erra se in corporó a la m entalidad soviética
de la

estallido de la g u erra en 1941. a^ero

S ta lin co n tra la d e r e c h a

de grano. A pesar de una b u en a cosecha en el o toño de 19 ™ " Z


te del’ e L T c naP° r PaTO !“ CamPesÍnos t *< sum inlsm o'por par­
, yeron muy p o r debajo de lo que se esperaba El te
m or a la gu erra era un factor, pero también lo era el balo
que el estado pagaba p o r el grano. Ante la inm inencia del pro ^
industrializado»·, la p reg u n ta era si el régim en debía co rrer d
esgo político de p res.onar más a los cam pesinos o aceptar las con
secuencia económ icas de com prar ,a b u en a voluntad de ésto“
D urante la NEP, p arte de la filosofía económ ica del régim en
consistió en au m en tar la acum ulación de capital del estado m e an
do precios relativam ente bajos p o r la producción agrícola de los"
campesinos, co b ran d o al mismo tiempo precios re.atifam ente ,L
L
gada. Pero enL los hechos,
' esta
^ r - “ * 'a n a c ió n '^
situación siem pre había estado miti­
gada po r ia existencia de un m ercado libre Hptrmr,
^ C lO S q iie p a g a b a e ^ ^
creado. Por en to n ces, el estado n o q u e ría e n fren tarse al cam-
159
■¿¿REVOLUCIÓN DE STAL1N

esinado y, p o r lo tanto, había h ech o concesiones cu an d o , com o


ocurrió en la “crisis de las tijeras” de 1923-4, la discrepancia en tre
ios precios agrícolas e industriales era dem asiado pro n u n ciad a.
Sin em bargo, en 1927, el in m in en te program a de industriaii-
Zación cam bió la ecuación en m uchas form as. Q ue e! sum inistro
de granos no fuera confiable p o n ía en peligro los planes p ara u n a
exportación de grano en gran escala que com pensaría la im p o rta­
ción de m aquinarias extranjeras. U na suba del precio del grano
reduciría los fondos disponibles p ara la expansión industrial, y tal
vez hiciera im posible cum plir con el plan quinquenal. Además, co­
mo se daba p o r sentado que u n a pro p o rció n muy im p o rtan te de
todo el gran o que se com ercializaba venía de sólo u n a p e q u e ñ a
proporción de los agricultores cam pesinos de Rusia, p arecía de es­
perar que el aum ento del precio del grano beneficiaría a los “ku-
jajcs” — enem igos del rég im en — más bien que al c o n ju n to del
cam pesinado. _
En el decim oquinto congreso del partido, celeb rad o en di­
ciem bre de 1927, los principales tem as de discusión p ú b lica fue­
ron el plan q u in q u en al y la ex co m u n ió n de la “oposición de iz­
q u ierd a” (trotskista-zinovievista). P ero entre bam balinas, el tem a
del sum inistro de granos o cu p ab a b u e n a p arte del p en sam ien to
de los dirigentes, y se m an ten ían ansiosas discusiones con los dele­
gados de las principales regiones pro d u cto ras de g rano del país.
Poco después del congreso, u n a cantidad de integrantes del polit-
buró y del com ité central p a rtie ro n en m isiones investigativas de
urgencia a esas regiones. El p ro p io Stalin, en u n o de sus in fre­
cuentes viajes a la provincia desde la g u erra civil, fue a investigar la
situación en Siberia. El com ité del p artido en Siberia, encabezado
p o r u na de las estrellas ascendentes del partido, el bien ed u cad o y
eficiente Serguei Syrtsov, estaba in ten tan d o evitar en fren tam ien ­
tos con los cam pesinos p o r los sum inistros, y Rykov (jefe del go­
b ie rn o soviético e in teg ran te del po litb u ró ) le había asegurado
que ésa era la línea correcta a seguir. Pero Stalin op in ab a de otra
m anera. Al regresar de Siberia a com ienzos de 1928, dio a conocer
su p u n to de vista ante el p o litb u ró y el com ité cen tral.'
Stalin llegó a la conclusión de que el problem a básico era que
los kulaks estaban acum ulando grano a escondidas con el proposito
160
SHEILA FíTZPATRjr

de te n e r com o reh én al estado soviético. Las m edidas


c°nci]iat
rías com o elevar el precio del grano o in crem en tar el
suministro
de bienes manufacturados para el campo no tenían sentido
que las demandas de los kulaks no harían más que ir en aun, -
De todas maneras, el estado no podía permitirse ceder a ta7e " ,H “
mandas, pues la .„versión indus.nai tenía ]a prioridad S ,
cion de corto plazo (a la m íe se hn r W / L So^ r
“I ”j _ 1 qUC Se ha A g u a d o com o el m étodo,"
Urales.Siberia"de iidiar con el campesinado) era la coerciónT“ '
especuladores cam pesinos debían ~ · n ' *°Si
i ser com batidos m ediante el·
articulo 107 de] Código Penal, designado
con especuladores urbanos en origen p ara lidiar,·

leed£ r s :: “ t s gopte° -CO '


conhabie para ,as necesidades í *
exportación, quebrando además el domir ' · ,JerclI° RoJ° f la
m ercado de er-innc c fn?· , " ' n i° *os kulaks en el
------------ ,g n ° S- Stahn n eSaba que esta política im plicara me­
didas radicales co n tra los kulaks (“dekulakización „
a las prácticas de requisición de grano de h l } ?
negativa misma tenía una resonancia sin ‘ ^ ' P er° Ia
- a la busca de líneas o r i e n ^ “ ^ “
la g u erra civil unidas n ,a 1-u c e n c ia a las políticas de
equivalía
equivalía aa una
una señal H
de ataque ^ a ^ NEP

cha en la prim avera de 109S v n a ■ d se Puso en mar-


el nivel del suministro de g r a n o s " “ m,P° raria en
de la tensión en el cam no p~ ' u -- e un m arcado ascenso
torno a la nueva política en el tÜTor de"| p a m ^ l t e ñ ' " " 6" ”

^ ^
el comité central. Mientras s'tTn t d ^ T 'o T " " de' P° ,i,bUrÓ y
nos que fuesen duros \,f„ch l ,. ‘ os comuntstas siberia-

- e t o por e,
REVOLUCIÓN de staun 161

-artidaria de M oscú y aspirante a in teg rar el po litb u ró ) daba con­


sejos parecidos en la región del Volga inferior, n o ta n d o de paso
que la excesiva presión desde el cen tro h ab ía llevado a algunos
funcionarios locales del partido a em plear indeseables m étodos pro­
pios del “com unism o de g u erra” para ob ten er el grano.8 Accidental
o deliberadam ente, Stalin había dejado m al p arad o s a h o m b res co­
mo F rum kin y Uglanov. En el po litb u ró , dejó de lado su p ráctica
inicial de c o n stru ir un co n sen so y sim p lem en te h a d a a p ro b a r
sus decisiones políticas a la fuerza de la fo rm a m ás a rb itraria y
provocativa.
U na oposición de d erec h a a Stalin co m enzaba a aglutinarse
en la dirigencia del partido a com ienzos de 1928, a pocos meses de
la d e rro ta final de la oposición de izquierda. La esencia de la pos­
tura de la d erec h a era que el m arco político y las políticas sociales
básicas de la NEP debían p erm a n ecer inm utables, y que éstas re­
presentaban el verdadero enfoque leninista de la construcción del
socialismo. La d erech a se o p o n ía a la coerción a los cam pesinos, el

8/3 6
excesivo énfasis en el peligro kulak y las políticas destinadas a esti­
m ular u n a g u e rra de clases en el cam po que en fren tara a los cam ­
pesinos pobres con los más ricos. Al arg u m en to de que la coerción
contra los cam pesinos era necesaria p ara garantizar el sum inistro
de granos (y p o r lo tanto, la exportación de g ran o s que financia­
ría el proyecto de industrialización), la d e re c h a resp o n d ía sugi­
rien d o que las m etas de p ro d u cció n industrial del p rim er plan
quinquenal debían m an ten erse “realistas” es decir, relativam ente
bajas. La d erec h a tam bién se o p o n ía a la nueva política de g u erra
de clase agresiva co n tra la antigua inteliguentsia ejem plificada p o r
el ju icio de Shajti, e inten tab a neutralizar la atm ósfera de crisis en­
g en d rad a p o r la constante discusión de la inm inencia de la g u erra
y el peligro d e espías y saboteadores.
Los dos principales derechistas del politburó eran Rykov, cabe­
za del g o b ie rn o soviético y B ujarin, e d ito r en je fe d e Pravda, ca­
beza de la In tern acio n al C om unista y destacado teórico m arxista.
Tras sus d esacu erd o s políticos con Stalin subyacía la n oción de
q u e éste h ab ía cam biado u n ilateralm en te las reglas del ju e g o po­
lítico según se ju g a b a éste desde la m u erte de L enin, d escartan ­
do a b ru p ta m e n te las convenciones de la co n d u cc ió n colectiva y
162 SHEILA FITZPATRicjr

ap aren tem en te ab an d o n an d o en form a sim ultánea las bases poli


ticas fundam entales de la NEP. Bujarin, ard ien te polem ista pro'
Stalin en las batallas con los trotskistas y zinovievistas experim enta
ba una particular sensación de haber sido traicionado en lo perso­
nal. Stalm lo había tratado com o a un par político, asegurándole
que am bos eran los dos “Himalayas” del partido, pero sus acciones
sugerían que sentía poco respeto gen u in o p o r Bujarin en lo polí­
tico y en lo personal. Bujarin reaccionó im petuosam ente ante esta
decepción, d an d o el paso, políticam ente desastroso, de iniciar
conversaciones secretas con algunos de los dirigentes de la d e rro
tada oposición de izquierda en el verano de 1928. Acusó en priva­
do a Stalin de ser un “Gengis K han” que destruiría a la revolución
lo cual llegó rápidam ente a oídos de éste, pero no contribuvó a fe
credibilidad de Bujarin en tre aquellos a los que tan recientem ente
había atacado en n om bre de Stalin.
A pesar de esta iniciativa privada de B ujarin, los derechistas
del p o litb u ró no hicieron n ingún in ten to real de organizar una
facción opositora (ya que habían observado los castigos p o r “faccio-
nalism o” que había recibido la izquierda), y llevaron ad elan te sus
discusiones con Stalin y sus p artidarios en el p o litb u ró a puertas
cerradas. Sin em bargo, esta táctica tam bién resultó te n er serias
desventajas, ya que los derechistas encubiertos del Politburó se vie­
ron obligados a participar en ataques públicos a un vago v anóni­
mo “peligro derech ista” - l o cual significaba la tendencia a la co­
bardía, la falta de seguridad en el liderazgo y la falta de confianza
revolucionaria— en el partido. Para quienes estaban afuera del
circulo cerrad o de la dirigencia p artid aria q u ed ab a claro que se
estaba d esarrollando alguna clase de lucha p o r el poder, pero pa­
saron m uchos meses hasta que se definió claram ente cuáles eran
los temas en discusión y la identidad de los acusados de derechis­
tas. Los derechistas del p o litb u ró no podían buscar un apoyo en
gran escala en e] partido, y su plataform a sólo fue dada a conocer
en form a de distorsionada paráfrasis p o r sus opositores, adem ás
de a través de ocasionales sugerencias y referencias propias de las
fábulas de Esopo p o r los propios derechistas.
Las dos principales bases de poder de la derecha eran la organi­
zación del partido de Moscú, encabezada p o r U glanovy el consejo
LA REVOLUCION DE STALIN 163

central de sindicatos, encabezado p o r el d erechista in teg ran te del


politburó Mijail Tomskv. El p rim ero cayó en m anos de los estalinis-
ías en el otoño de 1928, tras lo cual fue som etido a u n a p u rg a diri-
crida p o r el viejo allegado a Stalin, Viacheslav M olotov. El seg u n ­
do cayó unos m eses después, esta vez m e d ia n te u n a o p eració n
co n d u cid a p o r un ascen d e n te p a rtid a rio d el estalinism o, Lazar
Kaganovich, por entonces sólo aspirante a integrar el politburó, pe­
ro ya conocido por su dureza y su habilidad política gracias a su in­
tervención previa en la n o to riam en te prob lem ática organización
del p artid o en U crania. Aislados y sin iniciativa, los derechistas
del p o litb u ró finalm ente fu ero n iden tificad o s p o r sus n o m b res y
llevados a ju ic io a com ienzos de 1929. Tomsky p erd ió la co n d u c­
ción de los sindicatos y Bujarin fue desplazado de sus puestos de la
Internacional Com unista y del consejo editorial de Pravda. Rykov
—el decano de los derechistas del politburó, político más cauto y
pragm ático que Bujarin, p ero tal vez u n a fuerza a ser tom ada más
en serio que éste en la cúpula del partido— co n tin u ó al frente del
gobierno soviético p o r casi dos años después del d e rru m b re de la
derecha, pero fue rem plazado p o r M olotov en 1930.
La verdadera fuerza de la d erech a en el seno del p artid o y la
elite adm inistrativa es difícil de evaluar, d ad a la ausencia de con­
flicto abierto o facciones organizadas. La p u rg a intensiva de la b u ­
rocracia del partido y el gob iern o q u e siguió a la d e rro ta de la d e­
recha, hace su p o n er que tal vez la d erec h a te n ía (o se creía que
tenía) considerable apoyo.9 Sin em bargo, los funcionarios despla­
zados p o r derechism o no necesariam ente eran derechistas ideoló­
gicos. El ró tu lo de derechistas se aplicaba tan to a los disidentes
ideológicos com o al “peso m u e rto ” b u ro crático — es decir, aq u e­
llos funcionarios a quienes se co n sid erab a dem asiado in com pe­
tentes, apáticos y co rru p to s p ara estar a la altu ra de los req u eri­
m ientos de la agresiva revolución desde arrib a ejectutada p o r
Stalin. Está claro que estas categorías no eran idénticas: ponerles el
mismo rótulo era sim plem ente u n a de las form as de los estalinistas
de desacreditar a la derecha ideológica.
Del m ism o m odo que q u ien es se h ab ían o p u esto previam en­
te a Stalin, la d erec h a fue d e rro ta d a p o r la m á q u in a p artid a ria
q u e co n tro lab a Stalin. Pero en co n traste con otras luchas p o r el
164 SHEILA FITZPATR1CK

liderazgo, ésta im plicaba temas de discusión de principios y políti­


cas claram ente definidos. C om o tales tem as no eran som etidos a
voto, sólo podem os especular con respecto a la actitud del conjun­
to del partido. La p lataform a de la d erech a e n tra ñ ab a u n m enor
riesgo de conm oción social y política, y no req u ería que los cua­
dros del p artido cam biaran los hábitos y la o rientación de la NEP.
Del lado del debe, la derecha prom etía m ucho m enos que Stalin en
m ateria de logros; y, a fines de la década de 1920, el partido tenía
h am b re de logros y no contaba con nu estro conocim iento retros­
pectivo de cuáles sería los costos. A fin de cuentas, lo que proponía
la d erech a era un program a m oderado, de poca ganancia y poco
conflicto para un partido que era belicosam ente revolucionario, se
sentía am enazado por u n a variedad de enem igos in tern o s y exter­
nos y continuaba creyendo que la sociedad po d ía y debía ser trans­
form ada. Lenin había ganado aceptación con un program a como
ése en 1921. Pero en 1928-9, la d erech a no tenía un L enin que la
condujera; y las políticas de retirada de la NEP ya no p odían ser ju s­
tificadas (com o en 1921) p o r la inm inencia del colapso económ ico
total y la revuelta popular.
Si los líderes de la derech a no buscaron publicitar su platafor­
m a o forzar un debate generalizado en el p artido sobre los temas
en discusión, ello puede haberse debido a que tenían buenas razo­
nes que iban más allá de sus declam ados escrúpulos sobre la unidad
partidaria. La plataform a de la d erech a era racional y tal vez tam­
bién (com o ellos decían) leninista, p ero no era u n a buena platafor­
ma para hacer cam paña den tro del partido com unista. En térm inos
políticos, los derechistas tenían la clase de problem as que, por
ejem plo, enfrentarían los líderes conservadores británicos si debie­
ran hacer concesiones im portantes a los sindicatos o los republica­
nos estadounidenses si planearan au m en tar los controles federales
e in crem en tar la regulación g u b ern am en tal a las em presas priva­
das. Por razones pragmáticas, tales políticas p odían prevalecer en
las discusiones a puertas cerradas del gobierno (en eso consistía la
esperanza y la estrategia de la d erech a en 1928). Pero no proveían
de buenas consignas con las que movilizar a los fieles del partido.
Mientras que la derecha, com o las oposiciones que habían exis­
tido previamente, tam bién enarbolaba la causa de una dem ocracia
LA REVOLUCIÓN DE STALIN 165

tnás am plia d en tro del partid o , ello tenía un valor dudoso a la ho­
ra de o b te n er votos com unistas. Los funcionarios partidarios loca­
les se quejaban de que socavaba su au to rid ad . En u n a discusión
p articularm ente áspera o cu rrid a en los Urales, a Rykov se le dijo
que la intención de la d erech a p arecía ser la de atacar a los secre­
tarios [regionales] del p a rtid o ”,10 es decir, culparlos p o r cualquier
cosa que anduviera m al y, adem ás, p re te n d e r que no ten ían d ere­
cho a sus cargos p o r n o h ab er sido elegidos com o co rresp o n d e.
Desde el p u n to de vísta del funcionario provincial in term ed io , los
derechistas eran más bien elitistas que dem ócratas, h o m b res que,
tal vez p o r estar dem asiado tiem po en M oscú, h ab ían p erd id o
contacto con las bases partidarias.

El p ro g ra m a in d u str ia liz a d o r

Para Stalin, com o p ara el principal m o d ern izad o r del últim o

10/36
período zarista, el cond e W itte, u n veloz desarrollo de la in d u stria
pesada de Rusia era u n requisito previo a la fuerza nacional y el
p o derío militar. “En el p asad o ”, dijo Stalin en febrero de 1931,

... no teníamos patria, ni podíamos tenerla. Pero ahora que hemos


derrocado al capitalismo y el poder está en nuestras manos, en ma­
nos del pueblo, tenemos una patria y debemos defender su indepen­
dencia. ¿Queréis que nuestra patria socialista sea derrotada y pierda
su independencia? Si no queréis que eso ocurra, debéis terminar
con su atraso lo antes posible y construir su economía socialista con
ritmo, genuinamente.

Éste era un asunto de total urgencia, pues el ritm o de la in ­


dustrialización d e te rm in a ría si la p atria socialista sobrevivía o se
d erru m b ab a ante sus enem igos.

Aminorar el ritmo significaría quedar por el camino. Y los que que­


dan por el camino son derrotados. Pero no queremos ser derrota­
dos. ¡No, nos negamos a ser derrotados! Una característica de la his­
toria de la vieja Rusia fueron las continuas derrotas que le hizo sufrir
166
SHEILA FITZPATRICK

su atraso. Fue derrotada por mogoles. Fue derrotada por bevs tur­
cos. Fue derrotada por gobernantes feudales suecos. Fue derrotada
por nobles polacos y lituanos. Fue derrotada por capitalistas británi­
cos v franceses. Fue derrotada por barones japoneses. Todos la de­
rrotaban —debido a su atraso, debido a su atraso militar, atraso cul­
tural, atraso agrícola... estamos cincuenta o cien años por detrás de
los países avanzados. Debemos compensar esa brecha en diez años
O lo hacemos o nos hundimos.11

Con la adopción del prim er plan q u in q u en al en 1929, la in­


dustrialización se convirtió en la p rim era p rio rid ad del régim en
soviético. La agencia estatal que encabezaba la m archa a la in d u ^
rrialización, el Com isariato de la Industria Pesada (sucesor del Su­
prem o Consejo Económ ico) fue dirigido e n tre 1930 y 1937 por
Sergo O rzhonikidze, u n o de los integrantes más poderosos y diná­
micos de la dirigencia estalinista. El p rim er plan q u in q u e n al se
11/36

centró en el hierro y el acero, llevando las plantas ya establecidas


en L crania a su máxima capacidad productiva y construyendo des­
de cero nuevos com plejos inm ensos com o M agnitogorsk en los
Erales m eridionales. Las plantas de producción de tractores tam­
bién tenían alta prioridad, no sólo p o r las necesidades inm ediatas
de la agricultura colectivizada {aum entadas p o r el h ech o de que
los cam pesinos habían sacrificado sus anim ales de tiro d u ran te el
proceso de colectivización) sino p o rq u e podían ser reconvertidas
para p ro d u cir tanques con relativa facilidad. La industria de má­
quinas-herram ienta se expandió ráp id am en te con el fin de librar
al país de la im portación de m aquinarias del extranjero. La indus­
tria textil languidecía, a pesar de! hecho de que el estado había in­
vertido intensam ente para desarrollarla d u ran te la NEP y de que
contaba con una fuerza de trabajo am plia y experta. Pero, com o se
dice que dijo Stalin, el Ejército Rojo no com batiría con cuero y te­
la sino con m etal.12 '
La p rio rid ad que se le dio al m etal estaba inextricablem ente
ligada con consideraciones de seguridad nacional y defensa, pero,
en lo que respecta a Stalin, parecía ten er un significado que iba
mas allá de esto. A fin de cuentas, Stalin era un revolucionario bol­
chevique que había tom ado su nom bre de la palabra rusa stal\ que
LA REVOLUCION DE STALIN 167

significa “ace ro ”; y, a com ienzos de la década de 1930, el culto a la


producción de acero y h ierro de fundición sobrepasaba incluso al
naciente culto a Stalin. Todo se sacrificaba al m etal en el p rim er
plan quinquenal. De hecho, ia inversión en carbón, en erg ía eléc­
trica y ferro carriles fue tan insuficiente que las escaseces de
com bustibles y energía a m en u d o am enazaban con paralizar a las
plantas m etalúrgicas. Para Gleb Krzhizhanovsky, el antig u o bol­
chevique que encabezó la com isión de planificación estatal hasta
1930, Stalin y M olotov estaban tan obsesionados con la p ro d u c­
ción de m etal que tendían a olvidar que las plantas d e p en d ían de
la m ateria p rim a q ue les llegaba p o r ferro carril y del sum inistro
sostenido de com bustible, agua y electricidad.
Así y todo, la organización de sum inistros y distribución fue
posiblem ente la m ás form idable de las tareas de las que se hizo
cargo el estado en el transcurso del p rim er plan q u in q u en al. Tal
como lo hizo (sin éxito y en form a tem poral) u n a década antes ba­
jo el com unism o de g u erra, el estado tom ó el control casi total de
la econom ía, la distribución y el com ercio urbanos; y esta vez su
participación fue p erm an en te. La lim itación de las m anufacturas
y el com ercio privado com enzó en los últim os años de la NEP, y el
proceso se aceleró con u n a cam paña co n tra los h o m b res de la
NEP — que com binó la denigración en la prensa, el acoso legal y
financiero con el arresto de m uchos hom bres de negocios p o r “es­
peculación”— en 1928-9. Para com ienzos de la d écad a de 1950,
hasta los p e q u e ñ o s artesan o s y te n d ero s h ab ían sido forzados a
a b a n d o n a r sus actividades o a in te g ra r cooperativas supervisadas
p o r el estado. C on la colectivización sim u ltán ea de b u e n a p arte
de la ag ric u ltu ra cam pesina, la vieja eco n o m ía m ixta de la NEP
d esaparecía ráp id a m en te.
Para los bolcheviques, el p rin cip io de planificación cen trali­
zada y co n tro l estatal de la eco n o m ía ten ía gran significado, y la
introducción, en 1929, del prim er plan quin q u en al fue un hito en
el cam ino al socialism o. C iertam en te fue en estos años q u e se
ech aron los cim ientos institucionales de la econom ía planificada
soviética, au n q u e fue un p erío d o de transición y experim entación
en el cual el c o m p o n en te “planificador" del crecim ien to eco n ó ­
m ico no siem pre p u ed e ser tom ado muy literalm en te. El p rim er
168 SHEILA FITZP.ATRICK

plan q u inquenal tenía una relación m ucho más ten u e con el fun­
cionam iento real de la econom ía que los planes quinquenales pos­
teriores: de hecho, era un híbrido de planificación económ ica ge-
n u in a con exhortación política. U na de las paradojas de la época
era que en el m om ento álgido del plan, los años 1929-31, las agen­
cias planificadoras estatales estaban siendo tan im placablem ente
purgadas de derechistas, ex mencheviques y econom istas burgueses
que apenas si conseguían m antenerse en funcionam iento.
T anto antes com o después de su introducción en 1929, el pri­
m er plan quinquenal pasó p o r m uchas versiones y revisiones, con
distintos equipos planificadores que respondían en distinto grado
a la presión de los políticos.13 La versión básica que se adoptó en
1929 no tom ó en cuenta la colectivización de la agricultura, subes­
tim ó am pliam ente la necesidad de m ano de obra de la industria y
trató en form a harto difusa temas com o la producción y el com er­
cio artesanales, en los que la política del régim en seguía siendo
am bigua e inarticulada. El plan fijó m etas de p ro d u cció n — aun­
que en áreas clave, com o la m etalúrgica, éstas fueron elevadas re­
p etid am en te u n a vez q u e el plan estuvo en m arch a— p ero sólo
dio indicaciones muy vagas con respecto a la obtención de los recur­
sos necesarios para au m en tar la producción. Ni las sucesivas versio­
nes del plan ni la declaración final de los logros del plan tenían mu­
cha relación con la realidad. Incluso el título del plan resultó no ser
exacto, pues finalm ente se decidió com pletar (o concluir) el prim er
plan quinquenal en su cuarto año.
Se instó a la industria a ex ced er las metas del plan más bien
que sim plem ente cum plir con ellas. En otras palabras, este plan
no p rete n d ía adjudicar recursos o equ ilib rar dem andas, sino ha­
cer avanzar la econom ía a cualquier costo. Por ejem plo, la planta
de fabricación de tractores de Stalingrado sólo p odía cum plir con
el plan p ro d u cien d o más tractores que lo p laneado, aun si esto
pro d u jera un tota) desbarajuste en las plantas encargadas de sumi­
nistrarle metal, partes eléctricas y neum áticos. Las prioridades de
sum inistro no estaban determ inadas por un plan escrito sino por
u na s e n e de decisiones ad hoc del com isariato p ara la in d u stria
pesada, el consejo g u b ern am en tal de trabajo y defensa y aun el
p o litb u ró del partid o . H ab ía feroces co m p eten cias en to rn o de
LA REVOLUCIÓN DE STALIN 169

la lista oficial de los proyectos y em presas de m áxim a p rio rid ad


{udarnye), ya que ser incluido en ella significaba que los proveedo­
res debían ig n o rar todos los contratos y obligaciones previos hasta
que cum plieran con sus obligaciones hacia los udarnye.
P ero las máximas prioridades cam biaban co n stan tem en te en
respuesta a la crisis, a in m in en tes desastres o a u n a nueva eleva­
ción de las m etas en alguno de los sectores industríales clave. Las
“ru p tu ras en el frente industrializador” significaban que nuevas re­
servas de hom bres y m ateriales debían ser desviadas hacia allí, pro­
veían un elem ento de em oción a la c o b ertu ra realizada p o r la
prensa soviética que, de hecho, se extendía a la vida cotidiana de
los industrializadores soviéticos. El industrial soviético exitoso d u ­
rante el plan q u inquen al pro b ab lem en te no fuese un funcionario
in d e p en d ien te sino más bien un movedizo em presario, dispuesto
a tom ar atajos v aprovechar cualquier o p o rtu n id a d de ganarles de
m ano a sus com petidores. El fin — cum plir con las m etas y aun ex­
cederlas— era más im p o rtan te que los m edios; y h u b o casos e n ^
que plantas desesperadam ente necesitadas de sum inistros embos-£2
carón trenes de carga y requisaron lo que llevaban, sin consecuen-*-
cias más graves que un a ofendida n o ta de queja de las autoridades
a cargo del transporte.
Sin em bargo, a pesar del énfasis puesto en el au m en to inm e­
diato de la p ro d u cció n industrial, el v erd ad e ro p ro p ó sito del
p rim er plan quinquen al era construir. Los gigantescos nuevos pro­
yectos de plantas en construcción —de autos en Nizhny Novgorod
(Gorki), tractores en Stalingrado y Jarkov, m e talu rg ia en Kuznetsk
y M agnitogorsk, acero en D n ip er (Z aporoye) y m u ch as otras—
consum ieron inm ensas cantidades de recursos d u ra n te el p rim er
p lan q u in q u e n a l, p e ro sólo lleg aro n a su cap acid ad productiva
total d espués de 1932, d u ra n te el seg u n d o p la n q u in q u e n al
(1933-7). E ran u n a inversión a fu tu ro . D ebido a la m ag n itu d de
la inversión, las decisiones tom adas d u ran te el p rim er plan qu in ­
q uenal con respecto a la ubicación de los nuevos gigantes indus­
triales rediseñaron en los hechos el m apa económ ico de la U nión
Soviética.14
Ya en 1925, en el transcurso del conflicto e n tre Stalin y la opo­
sición zinovievista, el tem a de las inversiones h ab ía desem peñado
170
SHF.iLA FITZPATRICK

un papel en la política in te rn a p artidaria, ya que quienes hacían


cam paña en n o m b re de Staiin se habían asegurado de que los di­
rigentes partidarios regionales co m p ren d ieran ios beneficios que
los planes industrializadores de éste traerían a sus regiones. Pero
fue en los últim os años de la década de 1920, cu ando las decisio­
nes del prim er plan q u in q u en al se hicieron inm inentes, cuando
los ojos de los bolcheviques realm en te se ab riero n a u n a dim en­
sión política totalm ente nueva: la com petencia en tre regiones por
ser sedes de la industrialización. En la decim osexta conferencia del
partido de 1929, a los oradores les costó m antenerse concentrados
en la lucha ideológica con la derecha ya que estaban in ten sam en ­
te p reo cu p ad o s p o r asuntos más prácticos: com o n o tó con acri­
tud un viejo bolchevique: “Todos los discursos te rm in an con..,
[D ennos una fábrica en los Urales y al dem onio con los derechistas!
¡Dennos una usina eléctrica y al dem onio con los derechistas!”’13
Las organizaciones partidarias de U crania y de los U rales se
13/36

enfren taro n d u ram en te p o r la distribución de fondos de inversión


para la construcción de com plejos m ineros y m etalúrgicos y de
plantas para la construcción de m áquinas; y su riv a lid a d __que
atrajo la participación de im p o rtan tes políticos de nivel nacional
com o Lazar Kaganovich, ex secretario del p artido en U crania y Ni­
kolai Shvernik, quien encabezó la organización p artid aria en los
Urales antes de hacerse cargo de la dirección de los sindicatos a ni­
vel nacional— con tin u aría d u ra n te toda la década de 1930. Tam ­
bién surgieron intensas rivalidades respecto a la ubicación de
plantas específicas cuya construcción estaba prevista com o p arte
del p rim e r plan q u inquenal. M edia d o cen a de ciudades rusas y
ucranianas se postularon p ara que se radicara en ellas la planta de
tractores que finalm ente se instaló en Jarkov. U na batalla p areci­
da, prob ab lem en te la prim era de su tipo, se venía d isputando e n ­
carnizadam ente desde 1926 en to rn o de la ubicación de la planta
de fabricación de m áquinas de los U rales (U ralm ash): la ciudad
que finalm ente triunfó, Sverdlovsk com enzó la construcción con
fondos propios y sin autorización central de m odo de forzar la de­
cisión de Moscú con respecto al lugar de rad icació n .16
La fuerte co m petencia en tre regiones (p o r ejem plo, en tre
U crania y lo Urales) a m en u d o term inaba con una doble victoria:
la REVOLUCION DE STALIN 171

' ]a autorización para con stru ir dos plantas in d ep en d ien tes, u n a en


cada región, aun si la in ten ció n original de los planificadores ha­
bía sido la de construir sólo u n a planta. Este fue u n o de los facto-
[ jes que provocaron el c o n tin u o au m en to de las m etas y el creci-
! m iento incontrolable de los costos que caracterizaro n al p rim er
plan quinquenal. P ero ése no fue el ú nico factor, pues los políti-
eos y planificadores centrales de M oscú obviam ente p ad ecían de
“g ig an to m an ía”, la obsesión con lo en o rm e. La U n ió n Soviética
debía construir y producir más que ningún o tro país. Sus plantas de­
bían ser las más nuevas y mayores del m undo. No sólo debía alcanzar
el desarrollo económ ico de O ccidente, sino superarlo.
Com o Stalin no se cansaba de señalar, la tecnología m o d ern a
era esencial para el proceso de alcanzar y sobrepasar. Las nuevas fá­
bricas de automóviles y tractores fueron construidas para producir
m ediante el sistema de línea de m ontaje, au n q u e m uchos expertos
habían aconsejado que éste no se adoptara, p o rq u e el legendario
capitalista Ford debía ser d erro tad o en su p ropio ju eg o . En la prác­
tica, las nuevas cintas transportadoras a m en u d o p erm an eciero n
ociosas durante el prim er plan quinquenal, m ientras los obreros ar­
m aban trabajosam ente los tractores sobre el piso de la fábrica con
el sistema tradicional. Pero incluso u n a cinta tran sp o rtad o ra ociosa
cum plía una función. En térm inos concretos, era parte de la inver­
sión del prim er plan quinquenal para la producción futura. En tér­
minos simbólicos, al ser fotografiado p o r la prensa soviética y adm i­
rado por los visitantes oficiales y extranjeros, transm itía el mensaje
que Stalin quería que el pueblo soviético y el m u n d o recibieran: la
atrasada Rusia no tardaría en convertirse en la “América soviética”;
su gran paso al desarrollo económ ico ya estaba siendo dado.

C o le c tiv iz a c ió n

Los bolcheviques siem pre creyeron que la agricultura colecú-


va era superior a la explotación agrícola cam pesina individual, pe­
ro d u ran te la NEP se dio p o r sentado que convertir a los cam pesi­
nos a este punto de vista sería u n proceso largo y arduo. En 192S,
las granjas colectivas (koljozy) sólo ocupaban el 1,2 de la superficie
172 SHEILA FITZPATRIc k

sem brada total, el 1,5 de la cual estaba ocupada p o r explotaciones


del estado y el restante 97,3 cultivada individualm ente p o r cam pe­
sinos.1' El prim er plan quinquenal no preveía nin g u n a transición
a gran escala a la agricultura colectivizada d u ran te su desarrollo; y,
de hecho, los form idables problem as de la industrialización rápi­
da parecían más que suficientes p ara m a n ten er ocupado al régi­
m en d u ran te los siguientes años aun sin agregarles u n a reorgani­
zación fundam ental de la agricultura.
Sin em bargo, com o lo reconocía Stalin —y com o tam bién lo
hicieron Preobrayensky y Bujarin en sus debates de pocos años an­
tes (véase supra, pp. 148-150)— la cuestión de la industrialización
estaba estrech am en te vinculada a la cuestión de la agricultura
cam pesina. Para que el proyecto de industrialización fuese exito­
so, el estado necesitaba sum inistros de grano confiables y bajos
precios del grano. La crisis de sum inistros de 1927-8 destacó el he­
cho de que los cam pesinos — o al m enos la p eq u eñ a m in o ría de
cam pesinos relativam ente prósperos que sum inistraban la mayor
cantidad de g ran o del m ercado— p o d ían “tom ar al estado de re­
h é n ” en tanto existiera un m ercado libre y los precios que el esta­
do le adjudicaba al g ran o fuesen negociables en la práctica, tal co­
m o había o currido d u ran te la NEP.
Ya en en ero de 1928, S,talin había m anifestado que considera­
ba al especulador kulak culpable de la crisis de sum inistros, y que
creía que la colectivización de la agricultura cam pesina proveería
el m ecanism o de control que el estado necesitaba para garantizar
sum inistros al precio y en el m om ento que el estado considerase
adecuados. Pero el aliento a la colectivización voluntaria en 1928
y la p rim era m itad de 1929 sólo p ro d u jo resultados m odestos; y
los sum inistros siguieron siendo un p ro b lem a agudo, que p reo ­
cupaba al régim en no sólo p o r la carestía de alim entos en las ciu­
dades sino p o r el com prom iso de ex p o rta r granos com o m edio
de fin an ciar la co m p ra de bienes industriales en el exterior. A
m ed id a que iban en au m en to los m étodos coercitivos de o b te n ­
ción de sum inistros p reco n izad o r p o r Stalin, au m en tó la hostili­
dad e n tre el rég im en y el cam pesinado: a pesar de los intensos
esfuerzos p o r d esacred itar a los kulaks y estim ular el an tag o n is­
mo de clase en el seno del cam pesinado, la u n id ad ald ean a más
173
LArevolución de stai.ín

bien p arecía fo rtalecerse que d erru m b arse in tern am e n te ante las


presiones externas.
En el verano de 1929, u n a vez que elim inó en b u e n a parte el
m ercado Ubre de granos, el régim en im puso cuotas de sum inistro
v penas p o r no cu m p lir con ellas. En o to ñ o , los ataq u es a los ku­
laks se hicieron más estridentes, y los dirigentes del p artid o co­
m enzaron a hablar de u n irresistible m ovim iento cam pesino hacia
la colectivización en masa. In d u d ab lem en te, esto reflejaba su sen­
sación de que el e n fren tam ien to del régim en con las cam pesinos
había llegado tan lejos q u e ya no le era posible retroceder, ya que
pocos p u ed en haberse en g añ ad o con la idea de que el proceso pu­
diera ser llevado adelan te sin u n a áspera lucha. En palabras de Iu-
rü Pyatakok, un ex trotskista que se h ab ía convertido en entusias­
ta partidario del p rim er plan quinquenal:

No hay solución para el problema de la agricultura en el marco de


la explotación individual, y por lo tanto, estamos obligados a adoptar
una tasa extrema de colectivizarían de la agricultura... En nuestra tarea<D
debemos adoptar los ritmos de la guerra civil. Claro que no digcrj:
que debamos adoptar los métodos de la guerra civil, sino que cad a-
uno de nosotros... debe obligarse a trabajar con la misma tensión
con que trabajábamos en tiempos de la lucha armada contra nues­
tro enemigo de clase. Ha llegado el período heroico de nuestra construc­
ción del socialismo,18

Para fines de 1929, el p a rtid o se había co m p ro m etid o en u n


program a absoluto de colectivización de la agricultura cam pesina.
Pero los kulaks, enem igos de clase de! régim en soviético, no serian
adm itidos en las nuevas granjas colectivas. Sus tendencias explota­
doras ya no podían ser toleradas, anunció Stalin en diciem bre. Los
kulaks debían ser “liquidados com o clase”.
El invierno de 1929-30 fue u n a época de frenesí, en la cual el
ánim o apocalíptico y la retórica encendidam ente revolucionaria del
partido realm ente recordaban a las del “período h ero ico ” previo, la
desesperada culm inación de la guerra civil y el com unism o de gue­
rra en 1920. Pero en 1930, lo que los com unistas llevaban a las al­
deas no sólo era u n a revolución retórica, y no se limitaban a saquear
174
SHEILA FITZPATRJCK

sus alim entos y después partir, com o hicieron d u ran te la gu erra ci­
vil. La colectivización era un in tento de reorganizar la vida campe
sina, estableciendo al mismo tiem po controles administrativos que
llegaran hasta las aldeas. La naturaleza exacta de la reorganización
req u erid a no debe h ab er q u ed ad o clara para m uchos comunistas
de provincia, d ad o que las instrucciones del centro eran tan fer­
vientes com o im precisas. Pero sí qu ed ab a claro que el control era
uno de los objetivos, y que el m étodo de la reorganización era el
en fren tam ien to beligerante.
En térm inos prácticos, la nueva política requería que los fun­
cionarios del cam po forzaran un enfrentam iento inm ediato con los
kulaks. Ello significaba que los comunistas locales entraban en las al­
deas, ju n tab an una pequeña banda de campesinos pobres o codicio­
sos y procedían a intim idar a un puñ ad o de familias de “kulaks”
(que en general eran los campesinos más ricos, pero a veces simple­
m ente cam pesinos que no eran queridos en las aldeas o que habían
incui rido en el desagrado de las autoridades locales por algún otro
m otivo), los expulsaban de sus casas y confiscaban sus propiedades.
Al mismo tiem po, a los funcionarios se les o rd en ab a alen tar a
los dem ás cam pesinos a organizarse voluntariam ente en comunas,
y quedaba claro p o r el tono de las instrucciones centrales en el in­
vierno de 1929-30 que ese m ovim iento “voluntario” tenía que p ro ­
du cir resultados rápidos y espectaculares. Lo que esto significaba
habitual m ente en la práctica era que los funcionarios convocaban
a u n a reu n ió n en la aldea, anunciaban la organización de un kol-
joz y serm o n eab an y am ed ren tab an a los aldeanos hasta que un
n ú m ero suficiente de éstos aceptaba inscribir sus nom bres com o
integrantes voluntarios del koljoz. U na vez que esto se lograba, los
iniciadores del nuevo koljoz debían in te n ta r hacerse de los ani­
males de los ald ean o s — el p rin cip al bien m ueble en tre los que
constituían las p ro p ied ad es de los aldeanos— y declararlos p ro ­
piedad de la com una. Además, los colectivizadores com unistas (y
en p articu lar aquellos que p erten ecían al Komsomol) solían pro­
fanar la iglesia e insultar a los “enem igos de clase” locales, com o
el sacerdote y el m aestro.
Estas acciones produjeron inm ediatam ente indignación v caos
en el cam po. Antes que entregar sus animales, muchos cam pesinos
LA REVOLUCION DE STALIN 175

prefirieron sacrificarlos de inm ediato, o se ap resu raro n a v ender­


los en la ciudad más próxim a. A lgunos kulaks expropiados huye­
ron a las ciudades, pero otros se escondían en los bosques d u ra n ­
te el día y regresaban a aterro rizar la aldea p o r la noche. Llorosas
cam pesinas, a m en u d o acom pañadas del sacerdote, insultaban a
los colectivizadores. A m en u d o los funcionarios eran golpeados,
ap ed read o s o víctim as de disparos de agresores invisibles cu a n ­
do llegaban a las aldeas o se alejab an de éstas. M uchos nuevos
in teg rantes del koljoz dejaban ap resu rad am en te las aldeas p ara
en co n trar trabajo en las ciudades o en los nuevos proyectos en
construcción.
Ante este evidente desastre, el régim en reaccionó de dos m ane­
ras. En prim er lugar, llegó la OGPU a arrestar a los kulaks expro­
piados y a otros revoltosos, y ulteriorm ente organizó deportaciones
en masa a Siberia, los U rales y el no rte. En segundo lugar, la diri­
gencia del partido retroced ió algunos pasos del en fren tam ien to
extrem o con el cam pesinado a m ed id a que se acercaba el m o m en ­
to de la siem bra de prim avera. En m arzo, Stalin publicó el fam oso
artícu lo titu lad o “M areados p o r el é x ito ”, en el q u e cu lp ó a las
au to rid ad es locales p o r ex ced erse en el c u m p lim ien to de sus
in stru ccio n es y o rd e n ó q u e la m ayor p a rte de los an im ales co ­
lectivizados (con excepción de aquellos que habían p erten ecid o a
los kulaks) fueran devueltos a sus p ropietarios originales.19 A pro­
vechando la ocasión, los cam pesinos se ap resu raro n a retirar sus
nom bres de las listas de integrantes de los koljoz, hacien d o caer la
p roporción de hogares cam pesinos oficialm ente colectivizados en
toda la U nión Soviética de más de la m itad a m enos de un cuarto
en tre el 1Gde mayo y el l fi de ju n io de 1930.
Se dice que algunos colectivizadores com unistas, traicio n a­
dos y hum illados p o r la publicación de “M areados p o r el éx ito ”,
volvieron el retrato de Stalin de cara a la p ared y se sum ieron en
la m elancolía. Así y todo, el colapso del proyecto de colectiviza­
ción sólo fue tem porario . D ecenas de miles de com unistas y o b re­
ros urbanos (incluidos los conocidos “25.000-ers”, reclutados an­
te todo en las grandes plantas de Moscú, L en in g rad o y U crania)
fueron u rg en te m en te movilizados p ara que trabajasen en el cam ­
po com o organizadores y presid en tes de koljoz. U n a vez más, se
276
sheíla fitzpatt¿

persuadió o forzó p acien tem en te a los aldeanos a q u e se


ran en los koljoz, esta vez co n serv an d o sus varas v e u "™
c.fras oficiales soviéticas, p ara 1932 el fio „o ' P° OS' Seó -
res aldeanos h ab ía sido colectivizad'o. ¿ T w T * '? ? * *
cendido al 93 p o r cien to .20 ’ fra hab¡a
» m dudab]e que la colectivización rep resen tó una v , n
revolución desde arriba" — - > ____ - P Una verdad'
en el campo. Pero no fue e x a « ^ ! ^
la clase de revolución
r, n , q ue describió la prensa soviética de i - * V
‘ ’ que exage ro en o rm e m en te el alcance de los r l- * epch
dos; v en algunos respectos, fue una r e ^ n t de ,a “
pesma menos drástica que la ¡m on ada durante t e r l “ "’·-

m ado con la m ecanización „ 1 · , habían transfor-


hecho, buena parte de los t r a a o ^ " ^ 0^ 0 0 " ^ tractores· ° e
zos de la década de 1930· v los era^ magm anos para com ien­
do 1930-1 se d erru m b aro n H n d a 1' “koIJ - gigante.·
m inados, com o habían sido e r e a d T » b r e p " 0 " ; 1;-
JOZ era la antigua aldea, con sus cam pesinos P'C° ^
algo m e n o r d eb id o a la em igración fes d en t ^ Cantldad
derable m erm a de los an im fles de i d e P ° rtac io n « X la consi-
cabañas de m ad era y aran d o los ™ V m end° en iaS mismas
antes. Las p rin c ip á is t r a t l f l “ m ‘Sm° S C™ P” de ,a “ Mea que
ron las v i n c u l a d « s u T 2 “ “ « '"-¡d a s en la aldea L -
com erciahzactón ad m " - r a c o n y a sus p ro ced im ien to s de
El mir ald ean o fue abolido en 1930 v ic a · ·
koljoz que lo remplazó estaba en ra b ia d a ^D(í m m 'st™ción rfel
signado (al com ienzo, habitualmente u n o C ro " o n “ de_
de la ciudad). Dentro de la aldea-kolioz h d comunista
campesina había sido intimidada y e„ parte é íim il'd tradl<=lonal

^ ^ d r & r d ^ r ijSoT“,io<fc'»·
aquellos que sufrieron el mismo destino en 1939 , ’ S'" C° ntar 3
ses de 1933.!' (Más de la mitad de los kuhk , los P a n ero s me-
Pnestos a tr a b a r en ,a tndustrta y ,a
(

REVOLUCIÓN d e s t a l in 177

B rnavoría de ellos trabajaba en un rég im en de lib ertad y no com o


B convictos, aún se les pro h ib ía ab an d o n a r la región a la que habían
B sido d eportados y no podían regresar a sus aldeas n atales).
B Las granjas colectivas debían en tre g ar cantidades fijas de gra­
B no y alim entos al estado, cuyo costo se dividió en tre los integran-
B teS ¿el koljoz según su contribución en trabajo. Sólo el p ro d u cto
B de las pequeñas parcelas privadas de los cam pesinos se seguía co­
S m ercializando en form a individual y esta concesión no se formali-
S zó hasta m uchos años después del proyecto colectivizador. Para el
i producto general de cada koljoz, las cuotas de en tre g a eran muy
■ altas — hasta el 40 p o r ciento de la cosecha, lo que equivalía a dos
o tres veces el porcentaje que los cam pesinos com ercializaban has­
ta entonces— y los precios muy bajos. Los cam pesinos recu rriero n
a todo su re p e rto rio de evasión y resistencia pasiva, p ero el régi­
m en se m antuvo firm e y tom ó todo lo que pu d o , incluyendo ali­
m entos y semillas. El resultado fue q u e las principales zonas de

16/36
producción de granos del país — U crania, Volga central, Kasajstan
v el Cáucaso m eridional— q uedaron sum idos en la h am b ru n a du­
rante el verano de 1932-3. La h am b ru n a dejó un legado de enorm e
resentim iento: según rum ores que circulaban en la región del \ oiga
central, los campesinos la consideraron com o un deliberado castigo
del régim en por haberse resistido a la colectivización. Cálculos re­
cientes basados en datos de archivo soviéticos han dem ostrado que
las m uertes producidas p o r la h am b ru n a de 1933 oscilaron entre los
tres y cuatro millones.22
U na de las consecuencias inm ediatas de la h am b ru n a fue que
en diciem bre de 1932, el régim en rein tro d u jo los pasaportes inter­
nos, concediéndolos en form a autom ática a la población u rb an a
au nque no a la rural: d u ran te toda la crisis se hicieron todos los es­
fuerzos posibles p ara que los ham b read o s cam pesinos no abando­
n aran el cam po en busca del refugio y las raciones ofrecidas por
las ciudades. Es indudab le que esto reforzó la creencia de los cam ­
pesinos de que la colectivización era u n a segunda servidum bre; y
tam bién produjo entre algunos observadores occidentales la im pre­
sión de que uno de los propósitos de la colectivización era m an ten er
a los cam pesinos confinados en las granjas. Ésta no era la in ten ­
ción del régim en (a no ser bajo las circunstancias especiales que
178
SHEILA FITZPATRICK

creó la h a m b ru n a ), ya que su objetivo principal d u ran te la década


de 1930 era una rapida industrialización, la que im plicaba u n a rá­
pida expansión de la fuerza de trabajo urbana. Hacía tiem po que
se daba p o r cierto que el cam po ruso tenía un gran exceso de po­
blación. y los dirigentes soviéticos esperaban que la colectivización
} la m ecanización racionalizaran la p roducción agrícola, de ese
m odo red u cien d o aún más la cantidad de brazos req u erid a p o r la
agricultura. En térm inos funcionales, la relación en tre colectiviza­
ción y el m ovim iento industrializador soviético tenía m ucho en co­
m ún con el m ovim iento de cercam iento privado de tierras hasta
entonces com unales y la revolución industrial ocurridos en Gran
B retaña hacía más de un siglo.
. . CIaro tíue Probablem ente ésta no fuera u n a analogía que los
dirigentes soviéticos evocaran: a fin de cuentas, M arx había enfati­
zado el sufrim iento provocado por el cercam iento y el desarraigo
cam pesino en G ran Bretaña, au n q u e ese proceso rescató a los
cam pesinos de “la idiotez de la vida ru ra l” y, en el largo plazo, los
elevo a un nivel superior de existencia social al transformarlos en
proletarios urbanos. Los com unistas soviéticos p u ed en h ab er sen­
tido alguna am bivalencia acerca de la colectivización y la resultan­
te em igración cam pesina, que era una desco n certan te mezcla de
partida voluntaria hacia los recientem ente creados em pleos indus­
triales, huida de los koljoz y p artida involuntaria p o r m edio de la
deportación. Pero tam bién está claro que se sentían a la defensiva
y avergonzados p o r los desastres provocados p o r la colectivización
y trataro n de esco n d er todo el proceso detrás de una co rtin a de
hu m o de evasivas, afirm aciones increíbles y falso optim ism o. Así,
en 1931, un año en que dos m illones y m edio de cam pesinos em i­
gró d efin itiv am en te a las ciudades, Stalin hizo la in creíb le afir­
m ación de que los koljoz habían resultado tan atractivos p ara los
cam pesinos q u e éstos ya no sentían la trad icio n al u rg en cia de
h u ir de las miserias de la vida rural.33 Pero esto sólo fue el preám ­
bulo de su argum ento principal, que el reclutam iento de m ano de
ios koljoz debía sustituir a la espontánea e im predecible partida de
los cam pesinos.
D urante el p erio d o 1928-32, la población u rb an a de la U nión
Soviética se in crem en tó en unos doce m illones de personas, y al
;
LA REVOLUCIÓN DE STA1.I.N
179

m enos diez m illones de personas d ejaro n la agricu ltu ra y se con­


virtieron en asalariados.24 Éstas eran cifras enorm es, un trastorno
dem ográfico sin p reced en tes en la ex p erien cia de Rusia, y, se ha
afirm ado, de ningún otro país en un p erio d o tan corto. Los cam ­
pesinos jóvenes y sanos estaban d esp ro p o rcio n a d am en te re p re ­
sentados en la m igración, e in d u d a b lem e n te esto contribuyó al
subsiguiente debilitam iento de la agricultura colectivizada y la des­
m oralización del cam pesinado. Pero, en esos mismos térm inos, la
m igración hizo parte de la dinám ica de la industrialización de Ru­
sia. P or cada tres cam pesinos que se u n ían a granjas colectivas d u ­
rante el prim er plan quinquenal, un cam pesino dejaba la aldea pa­
ra convertirse en obrero o em pleado adm inistrativo en algún otro
lugar. Los desplazam ientos fu ero n u n a p arte tan g ran d e de la re­
volución de Stalin com o la colectivización misma.

R e v o lu c ió n cu ltu ral

^ La lucha contra los enem igos de clase fue u n a gran preo cu p a­


ción de los com unistas d u ran te el p rim er plan quinquenal. D uran­
te la cam paña de colectivización, la “liquidación de los kulaks como
clase era el p u n to focal de la actividad com unista. En la reorgani­
zación de la econom ía urbana, los em presarios privados (hom bres
de la NEP) eran los enem igos de clase a elim inar. Estas políticas
todas las cuales im plicaban el re p u d io del en fo q u e más co n ci­
liador que había prevalecido d u ra n te la NEP— ten ían su co n tra­
p a rtid a en la esfera cultural e intelectual, en la cual el enem igo de
clase era la inteliguentsia burguesa. La lucha contra la vieja inteli-
guentsia, los valores culturales burgueses, el elitismo, el privilegio y
la rutina burocrática constituyeron el fenóm eno que los contem po­
ráneos llam aron revolución cultural”.23 El propósito de la revolu­
ción cultural era establecer la “h eg em o n ía” com unista y proletaria,
lo que en térm inos prácucos significaba tanto afirm ar el control del
partido sobre la vida cultural com o abrir la elite administrativa y pro­
fesional a una nueva cohorte de jóvenes comunistas v trabajadores.
La revolución cultural fue iniciad a p o r la dirigencia del p ar­
tido o, más precisam ente, p o r la facción de Stalin d e n tro de la
ISO SHE1LA FITZPATRICK

dirig en cia— en !a prim avera de 1928, cu an d o el an u n cio del in­


m in en te ju ic io de Shajti (véase supra, p. 155) se u n ió a un llama­
do a la vigilancia co m u n ista en la esfera cu ltu ral, u n nuevo exa­
m en del p ap el de los ex p erto s b u rg u eses y el rech azo de las
p re te n sio n e s de la an tig u a in telig u en tsia a la su p e rio rid a d cul­
tural y al liderazgo. Esta cam p añ a se vinculaba estrech am en te a
la lucha de Stalin co n tra la d erech a. Se re p re se n ta b a a los dere­
chistas com o a p ro tec to res de la in telig u en tsia b u rg u esa, dema­
siado confiados en lo consejos de ex p erto s n o p erte n ecie n tes al
p artid o , co m p lacien tes an te la in flu en cia de los ex p erto s y ex
funcio n ario s zaristas en el seno de la b u ro cracia g u b ern am en tal
y pro p en so s a ser infectados p o r el “liberalism o c o rru p to y los
valores burgueses. Se in clin ab an a p re fe rir los m éto d o s burocrá­
ticos an tes q u e los rev o lu cio n ario s y favorecían al a p ara to del
g o b ie rn o an tes que al p artid o . A dem ás, p ro b a b le m e n te fuesen
intelectu ales euro p eizad o s q u e h ab ían p e rd id o co n tacto con las
bases p artid arias.
P ero la revolución cu ltu ral iba más allá de u n a lu ch a faccio­
sa en el in te rio r de la d irigencia. El co m b ate c o n tra el dom inio
cultu ral b u rg u és a tra ía m u ch o a la ju v e n tu d co m u n ista, así co­
m o a u n a can tid ad de o rganizaciones m ilitantes com unistas cu­
yo crec im ien to se h ab ía yisto fru strad o p o r la d irig en cia del
p a rtid o d u ra n te la NEP, y aun a g ru p o s de in telec tu ales no co­
m unistas p erte n ecie n tes a distintos cam pos que d isen tían con la
d irig en cia estab lecid a de sus p rofesiones. G ru p o s com o la aso­
ciación rusa de escritores p ro letario s (RAPP) y la Liga de ateos
m ilitantes se h ab ían agitado d u ra n te to d a la d écad a de 1920 en
favor de políticas de co n fro n ta c ió n cu ltu ral más agresivas. Los
jó v en es estudiosos de la A cadem ia co m u n ista y del In stitu to de
profesores rojos d eseab an a toda costa en fre n ta rse a los enquis­
tados estudiosos de más ed ad , en su m ayoría no com unistas que
aún d o m in ab an en m uchos cam pos académ icos. El com ité cen­
tral del K om som ol y su secretaria, que siem p re te n d ía n al “van­
g u ard ism o ” revolucionario y aspiraban a un papel más im portan­
te en la definición de política, sospechaba que hacía tiem po las
m uchas organizaciones con las que el Komsomol ten ía divergen­
cias políticas habían sucum bido a la degeneración burocrática. Pa-
LA REVOLUCION DE STALIN 181

ra los jóvenes radicales, la revolución cultural era u n a vindicación y,


según lo expresó un observador, u n a lib eració n .
Desde esta perspectiva, la revolución cultural fue un movi­
m iento juvenil iconoclasta y beligerante, cuyos activistas, com o las
de los guardias rojos de la revolución cultural ch in a de la década
de 1960 no eran de n in g u n a m an era u n a dócil h erram ien ta de la
dirigencia partidaria. Eran de m en talid ad in ten sam en te partidis­
ta, y afirm aban que, com o com unistas, tenían d erech o a conducir
v d ar órdenes a los dem ás, p ero al m ism o tiem po, tenían u n a hos­
tilidad instintiva hacia la m ayor p arte de las auto rid ad es y las insti­
tuciones existentes, sospechadas de ten d en cias burocráticas y
“objetivam ente con trarrev o lu cio n arias”. Eran conscientes de su
identidad proletaria (au n q u e la m ayor parte de los activistas p er­
tenecían, p o r origen o p o r ocupación, a los sectores m edios), des­
deñosos de la burguesía y en particular, de los respetables y m adu­
ros “burgueses hipócritas”. Su p ied ra de toque revolucionaria era
la g u erra civil, d o n d e tam bién se originaba b u e n a p arte de la ima­

18/36
ginería de su retórica. Eran enem igos ju rad o s del capitalism o, pe­
ro tendían a adm irar a los Estados U nidos, pues su capitalismo era
m o d ern o y en gran escala. La innovación radical en cualquier
cam po los atraía en orm em en te.
Com o m uchas de las iniciativas tom adas en n o m b re de la re­
volución cultural eran espontáneas, p ro d u cían algunos efectos
inesperados. Los m ilitantes llevaron sus cam pañas antirreligiosas a
las aldeas d u ran te el m o m en to álgido de la colectivización, confir­
m ando así las sospechas de los cam pesinos de que el koljoz era
obra del Anticristo. A taques de la “caballería lig era” del Komso­
mol in terru m p ían el trabajo en las oficinas del gobierno; y el “ejér­
cito cu ltu ral” del Komsomol (creado con el objetivo principal de
com batir al analfabetism o) estuvo a p u n to de te n e r éxito en su in­
tención de abolir los d ep artam en to s de educación locales — lo
cual ciertam ente no era un objetivo de la dirigencia del partido—
a los que consideraban burocráticos.
Jóvenes entusiastas in te rru m p ía n la rep resen tació n de obras
“burguesas” en los teatros del estado silbando y ab u cheando. En
literatura, los m ilitantes de la RAPP lanzaron u n a cam paña con­
tra el respetado (au n q u e no estrictam en te p ro letario ) escritor
182
SHEILA FITZPATRIck

M áximo Gorki en el preciso m o m en to en que Stalin y otros diri,


gen tes del partido trataban de persuadirlo de que regresara de su
exilio en Italia. Aun en el dom inio de la teoría política, los radica­
les seguían su p ropio cam ino. Creían, com o lo habían creído mu
chos entusiastas com unistas d u ran te la g u erra civil, que un cambio'
apocalíptico era inm inente: que el estado se extinguiría, llevándo­
se consigo a instituciones tales com o la ley y las escuelas. A media­
dos de 19a0, Stalin afirm ó muy claram ente que tal creencia era un
error. Pero su pro n u n ciam ien to prácticam ente fue ignorado has­
ta que, más de un año después, la dirigencia de! partido comenzó
un sen o in ten to de disciplinar a los activistas de la revolución cul­
tural y term in ar con sus “estúpidas intrigas”. ,
En cam pos com o la ciencia social y la filosofía, los jóvenes re­
volucionarios culturales a veces eran em pleados p o r Stalin y p o r la
dirigencia del partido para desacreditar teorías asociadas con
Trotsky o con Bujann, atacar a ex m encheviques o facilitar la subor­
dinación de respetadas instituciones culturales “burguesas” al con­
trol del p artid o .26 Pero este aspecto de la revolución cultural coe­
xistió con un breve florecim iento de utopism o visionario que
estaba lejos del m undo de la política práctica y de tas intrigas fac­
ciosas. Los visionarios — a m enudo m arginales en sus propias pro­
fesiones cuyas ideas habían parecido hasta entonces excéntricas e
irrealizables— se ocupaban de planes para nuevas “ciudades socia­
listas , proyectos para la vida com unitaria, especulaciones sobre la
transform ación de la naturaleza y la im agen del “nuevo hom bre
soviético . Se tom aban en serio la consigna del plan quin q u en al
que afirm aba que “estam os co n stru y en d o un nuevo m undo"; y,
d u ran te unos pocos años, en tre el fin de la década de 1920 y el co­
mienzo de la de 1930, sus ideas tam bién fueron tomadas seriam ente
y recibieron am plia publicidad además de, en muchos casos, consi­
derab le fin an ciació n de diversas agencias del g o b ie rn o y otros
organism os oficiales. '
A unque la revolución cultural se describía com o proletaria,
ello no debe ser tom ado literalm ente en lo que hace al dom inio de
la alta cultura y la erudición, En literatura, por ejemplo, los jóvenes
activistas de la RAPP em pleaban “proletario” com o sinónim o de “co­
munista : cuando hablaban de establecerla “hegem onía proletaria”,
LA REVOLUCION DE STALIN 183

expresaban su propio deseo de d o m in ar el cam po literario y de ser


reconocidos com o únicos rep resen tan tes acreditados del p artido
com unista en las organizaciones literarias. Sin d u d a, los arepistas
no eran totalm ente cínicos al invocar el n o m b re del proletariado,
pues hacían cuanto podían p o r alentar actividades culturales en las
fábricas y a b rir canales de co m u n icac ió n e n tre los escrito res
profesionales y la clase o b rera. P ero to d o esto se p arec ía m ucho
al esp íritu del “ir al p u e b lo ” de los p o p ulistas d e la d éca d a de
18 7 027 (véase supra, pp. 138-139). Los d irig e n te s de la inteli-
guentsia de la RAPP e ra n m ás b ien p artid ario s del p ro le ta ria d o
que p arte de éste.
D onde el aspecto proletario de la revolución cultural sí tenía
solidez era en la política de “ascenso” proletario que el régim en es­
tim ulaba vigorosam ente d u ra n te ese período. La traición de la in-
teliguentsia burguesa, dijo Stalin refiriéndose al ju icio de Shajti,
hacía im prescindible e n tre n a r a sus reem plazantes proletarios a la
m áxim a velocidad posible. La vieja dicotom ía que en fren tab a a los
rojos con los expertos d eb ía ser abolida. Era h o ra de que el régi­
m en soviético ad q u iriera su p ro p ia inteliguentsia (térm in o que,
en la form a en que lo em p leab a Stalin se aplicaba tanto a la elite
de especialistas com o a la adm inistrativa), y esa nueva in teliguent­
sia debía ser reclutada e n tre las clases bajas, en particu lar la clase
obrera urbana.28
La política de “asc e n d e r” a los trabajadores a tareas adm inis­
trativas y de enviar a jóvenes trabajadores a recibir educación supe­
rio r no era nueva, pero n u n ca había sido im p lem en tad a con tanta
urgencia o en u na escala tan en o rm e com o d u ran te la revolución
O

cultural. E norm es cantid ad es de trabajadores fu ero n ascendidos


d irectam en te a la adm in istració n industrial, se convirtieron en
funcionarios de los soviets o del p artid o o fu ero n designados co­
mo reem plazantes de los “enem igos de clase” purgados del gobier­
no central o de la burocracia sindical. De las 861.000 personas cla­
sificadas com o “cuadros conductivos o especialistas” en la U nión
Soviética a fines de 1933, más de 140.000 — más de u n o en seis—
habían estado em pleados en trabajos m anuales sólo cinco años an­
tes. Pero ésta era sólo la p u n ta del iceberg. La cantidad total de tra­
bajadores que se desplazaron a trabajos administrativos d u ran te el
184 SHEILA FITZPATRICK

prim er plan quinquenal fue probablem ente de al m enos un millón


y medio.
Al mism o tiem po, Stalin lanzó u n a cam paña intensiva para
enviar a jóvenes obreros v com unistas a recibir educación supe­
rior, pro d u cien d o un im p o rtan te trasto rn o en las universidades y
escuelas técnicas, indignando a los profesores “burgueses” y, mien­
tras duró el p rim er plan quinquenal, haciendo muy difícil que los
egresados de la educación secundaria p erten ecien tes a familias
del sector m edio pu d ieran acceder a la educación terciaria. Unos
150.000 obreros y com unistas ingresaron en la educación superior
d u ran te el p rim er plan q u in q u en al, la m ayor parte para estudiar
ingeniería, va que p o r entonces se consideraba que los conocimien­
tos técnicos, no la ciencia social marxista, eran la m ejor calificación
para el liderazgo en una sociedad en vías de industrializarse. El gru­
po, que incluía a Nikitajrushov, Leonid Brezhnev, Alexei Kosyguin y
una miríada de otros futuros dirigentes del partido y el gobierno, se
transform aría en el núcleo de la elite política estalinista tras las gran­
des purgas de 1937-8.

Para los in teg ran tes de este g ru p o privilegiado — “hijos de la


clase o b re ra ”, com o p o sterio rm en te se llam aban a sí mismos— la
revolución realm ente había cum plido con sus prom esas de darle
el p o d e r al pro letariad o y tran sfo rm ar a los trabajadores en amos
del estado. Sin em bargo, p ara otros in teg ran tes de la clase traba­
ja d o ra , el balance final de la revolución de Stalin fue m ucho m e­
nos favorable. D u ran te el p rim er plan q u in q u en al, los niveles de
vida y el salario real cayeron m arcad am en te p ara la m ayor parte
de los trabajadores. Los sindicatos fu ero n agotados tras la desti­
tución de Tomskv y p erdieron toda capacidad real de presionar en
nom bre de los derechos de los trabajadores en las negociaciones
con los adm inistradores. A m edida que nuevos trabajadores de ori­
gen cam pesino (incluyendo a ex kulaks) ocupaban en masa los
puestos de trabajo industriales, la sensación de los dirigentes del
partido de que tenían u n a relación especial con la clase obrera, y
con obligaciones especiales, se debilitó.29
El trastorno social y dem ográfico d u ran te el p erío d o del pri­
m er plan quinquenal fue enorm e. Millones de cam pesinos habían
LA REVOLUCIÓN' DE STALIN 185

ab an d o n ad o las aldeas, expulsados p o r la colectivización, la deku-


lakización o la h am b ru n a , o habían sido atraíd o s p o r las nuevas
o p o rtu n id ad es de trabajo surgidas en las ciudades. Las esposas de
los hogares urbanos tam bién trabajaban, p o rq u e con un salario no
alcanzaba; las esposas rurales habían sido abandonadas por esposos
que desaparecían en las ciudades; los niños p erd id o s o ab an d o n a­
dos p o r sus padres m ero d eab an en b andas de jó v en es sin h o g ar
(bepnizomyé) . Estudiantes de secundaria “burgueses” que habían
contado con ir a la universidad se encontraban con el cam ino blo­
queado, m ientras que jóvenes obreros que sólo tenían u n a educa­
ción general de siete años eran reclutados para que estudiaran
ingeniería. H om bres de la NEP y kulaks expropiados h u ían a ciu­
dades a d o n d e no fueran conocidos p ara iniciar allí u n a nueva vi­
da. Los hijos de sacerdotes aban d o n ab an sus hogares p ara evitar el
estigm a de la condición de sus padres. T renes llevaban cargas de
d ep o rtad o s y convictos a lugares desconocidos y no deseados. A
los trabajadores especializados se los “ascendía” a ad m in istrad o re s
o se los “m ovilizaba” a distantes lugares d o n d e se construía, c o m ^
M agnitogorsk; los com unistas eran enviados al cam po a adm inif^
trar granjas colectivas; los oficinistas eran despedidos d u ran te las
“lim piezas” de agencias gubernam entales. U na sociedad que ape­
nas había tenido tiem po de asentarse después de los trastornos de
la g uerra, la revolución y la g u erra civil hacía u n a década, era con­
m ocionada despiadadam ente o tra vez p o r la revolución de Stalin
La declinación del nivel y la calidad de vida afectaban a prác­
ticam ente todas las capas de la población, u rb an a y ru ral. Q uienes
más sufrían de resultas de la colectivización eran los cam pesinos.
Pero la vida en las ciudades era d u ra d eb id o al racio n am ien to de
alim entos, las colas, la constante escasez de bienes de consum o, in ­
cluyendo calzado y vestim enta, el grave h acin am ien to h ab itad o -
nal, las infinitas incom odidades asociadas a la elim inación del co­
m ercio privado y el d eterio ro de todos los servicios urbanos. La
población urbana de la U nión Soviética se disparó, pasando de los
29 m illones de com ienzos de 1929 a casi 40 m illones a com ienzos
de 1933: un in crem en to del 38 p o r ciento en cuatro años. La po­
blación de Moscú saltó de algo más de dos m illones a fines de
1926 a 3,7 m illones al com ienzo de 1933; en el mismo período, la
186
SHEILA FITZPATRJCK

población de Sverdlovsk (E katerinburgo), u n a ciudad industrial


de los Urales, aum entó un 346 p o r ciento.30
Tam bién en la esfera política había h ab id o cam bios, aunque
de tipo más sutil y gradual. El culto a Stalin em pezó en serio al fin
de 1929 con la celebración de su quincuagésim o cum pleaños. En
las conferencias del particio y otras grandes reu n io n es, se volvió
habitual recibir la en tra d a de Stalin con frenéticos aplausos. Pero
Stalin, quien recordaba el ejem plo de Lenin, p arecía no darle im­
portan cia a tanto entusiasm o; y su posición de secretario general
del partido no cam bió en lo formal.
Con el recu erd o del im placable ataque a la oposición de iz­
quierda, los líderes “derech istas” se cuidaban; y u n a vez que fue­
ron derrotados, su castigo fue p ro p o rcio n alm en te m esurado. Pe­
ro ésta fue la últim a oposición abierta (o cuasi abierta) en el seno
del partido. La prohibición a las facciones, que desde 1921 existía
en teoría, ahora existía en la práctica, con el resultado de que las
potenciales facciones autom áticam ente devenían en conspiracio­
nes. Los desacuerdos abiertos en m ateria de política ah o ra eran
u na rareza en los congresos partidarios. La conducción del parti­
do cada vez ten ía u n a actitud más secreta acerca de sus delibera­
ciones y las m inutas de las reuniones del com ité central ya no cir­
culaban rutinariam ente ni efan accesibles a las bases partidarias. Los
líderes en particular el suprem o Líder— com enzaron a culuvar
atributos divinos, haciéndose misteriosos e inescrutables.
La prensa soviética tam bién cam bió, volviéndose m ucho m e­
nos vivaz e informativa en m ateria de asuntos internos que en la dé­
cada de 1920. Se pregonaban los logros económ icos, a m enudo de
una form a que implicaba u n a flagrante distorsión de la realidad y
m anipulación de las estadísticas; y las noticias referidas a la ham ­
b ru n a de 1932-3 nunca llegaron a los diarios. Las exhortaciones a
mayor productividad y a estar atentos a los “saboteadores” eran la
orden del día. Los diarios ya no incluían anuncios de estilo occi­
dental de la última película de iMary Pickfbrd ni rep o rtab an hechos
m enudos com o accidentes callejeros, violaciones y robos.
El contacto con O ccidente se volvió m ucho más restringido y
peligroso durante el p rim er plan quinquenal. El aislam iento de Ru­
sia frente al m undo exterior había com enzado con la revolución de
LA REVOLUCION DE STALIN 187

1917, p ero en la década de 1920 había bastante tráfico y com uni­


cación. Los intelectuales aún podían p ublicar en el exterior; aún
se podían leer diarios extranjeros. Pero la suspicacia hacia los ex­
tranjeros Fue un rasgo p ro m in en te en los juicios ejem plificadores
de la revolución cultural, que reflejaba u n a creciente xenofobia
de la dirigencia e in d u d ab lem en te tam bién de la población. La
m eta de “autarquía eco n ó m ica” del p rim er plan q u in q u en al tam ­
bién im plicaba alejarse del m u n d o exterior. En esta época las fron­
teras cerradas, la m entalidad de asedio y el aislam iento cultural
que caracterizarían a la U nión Soviética del p erío d o de Stalin (y
post-Stalin) se establecieron firm em en te.31
Com o en tiem pos de Pedro el G rande, el pueblo enflaquecía
m ientras el estado eng o rd ab a. La revolución de Stalin h ab ía ex­
tendido el control estatal d irecto a toda la econom ía u rb an a y au­
m entado en gran m edida la capacidad del estado de sacar prove­
cho de la agricultura cam pesina. T am bién fortaleció m u ch o el
brazo policial del estado y creó el gulag, el im perio de cam pos de
trabajo que se asoció ín tim am en te al proyecto industrializador
(p rim ordialm ente com o fuente de fuerza de trabajo de co n d en a­
dos para las áreas d o n d e la m an o de o b ra libre escaseaba), que
crecería rápidam ente en las siguientes décadas. La persecución a
los “enem igos de clase” d u ran te la colectivización y la revolución
cultural dejó un com plejo legado de resentim iento, m iedo y suspi­
cacia, adem ás de alen tar prácticas com o la denuncia, las purgas y
la “autocrítica”. Cada recurso, cada nervio habían llegado a su má­
xim a tensión en el curso de la revolución de Stalin. Q u ed ab a p o r
ver hasta qué p u n to hab ía logrado su objetivo de sacar a Rusia del
atraso.
6. Finalizar la rev o lu ció n

En térm inos de C rane B rinton, u n a revolución es com o u n a


fiebre que se ap o d era de un paciente, sube hasta alcanzar u n a cri­
sis y finalm ente cede, dejando que el paciente prosiga su vida nor­
mal, “tal vez hasta fortalecido p o r la experiencia en algunos aspectos,
al m enos inm unizado p o r u n tiem po contra u n ataque similar, pe­
ro ciertam ente n o convertido en u n a persona to talm en te distinta
de la que e ra ”.1Para em plear la m etáfora de B rinton, la revolución
rusa pasó p o r varios accesos de fiebre. Las revoluciones de 1917 y
la g u e rra civil fuero n el p rim er acceso, la “revolución de S talin”
del p erio d o del p rim er plan q u in q u en al fue el seg u n d o y las gran ­

2 2 /3 6
des purgas el tercero. En esta esquem a, el p erío d o de la NEP fue
u n perío d o de convalecencia seguido de u n a recaída, o, según al­
gunos, de u n a nueva inyección de virus en el desd ich ad o pacien­
te. U n segundo p erío d o de convalecencia com enzó a m ediados de
la década de 1930 con las políticas de estabilización que Trotsky
d en o m in ó “el T erm id o r soviético” y T im asheff “la gran re tira d a ”.2
Tras o tra recaída d u ran te las grandes purgas de 1937-8, la fiebre
pareció" cu rad a y un tem bloroso pacien te se levantó de su cam a
para in te n ta r p roseg u ir con su vida norm al.
Pero, ¿era realm ente el paciente la misma persona de antes de
sus accesos de fiebre revolucionaria? ¿Seguía allí su vida anterior pa­
ra que la retomara? Ciertam ente, ia “convalecencia” de la NEP apare­
jó en muchos aspectos la continuación de la clase de vida que había
sido interrum pida p o r el estallido de la guerra en 1914, los trastornos
revolucionarios de 1917 y la guerra civil. Pero la “convalecencia” de la
década de 1930 fue de otra naturaleza, pues para entonces m uchos
de los vínculos con la vida anterior se habían roto. No se trataba tan­
to de retom ar la vida anterior como de com enzar una nueva.
Las estructuras de la vida cotidiana en Rusia h ab ían sido
transform adas p o r los trasto rn o s del p rim er plan q u in q u en al en
190
SHEILA FITZPATRICK

un a form a que no había ocurrido con la experiencia revolucionaria


de 1917-20. En 1924, d u ran te el interludio de la NEP, un moscovi^
que volviese a su ciudad después de diez años de ausencia podía ha­
ber tom ado la guia de teléfonos de su ciudad (inm ediatam ente reco­
nocible, pues su diseño y form ato apenas si habían cam biado desde
los años de la p reguerra) y aún hubiese tenido u n a b u en a posibüi-
dad de en co n trar allí a sus antiguos doctor, abogado y hasta agente
de bolsa, su pastelero favorito (que aún publicaba un discreto°aviso
do n d e ofrecía el m ejor chocolate im portado), la tab ern a local y el
cura párroco, así com o las firmas que antes habían reparado sus re­
lojes o le habían sum inistrado m ateriales de construcción o cajas re­
gistradoras. Diez años más tarde, a m ediados de la década de 1930
casi todos estos nom bres habrían desaparecido, y el viajero que regre­
saba había quedado aún más desorientado ante el cam bio de nom­
bre de muchas calles y plazas de Moscú y la destrucción de iglesias y
otros hitos familiares. En pocos años más, la propia guía de teléfonos
de la ciudad desaparecería, para no reaparecer hasta m edio siglo
más tarde.
C om o las revoluciones im plican u n a co n cen tració n anorm al
de en erg ía h u m an a, idealism o e ira, es n atu ral que su intensidad
com ience a decrecer después de cierto punto. Pero ¿cómo se finali­
za u n a revolución sin repúdiarla? Éste es un pro b lem a difícil para
los revolucionarios que p erm a n ecen en el p o d e r el tiem p o sufi­
ciente para ver com o m erm a el im pulso revolucionario. Q uien fue
revolucionario difícilm ente p u ed a seguir la m etáfora de B rin to n y
afirm ar q u e se ha re c u p e ra d o d e la fieb re rev o lu cio n aria. Pero
Stalin estuvo a la altura del desafío. Su m a n e ra de te rm in a r con
la revolución fue d eclarar la victoria.
La retórica de ¡a victoria llenó el aire de la prim era m itad de la
decada de 1930. Un nuevo diario, llam ado Nuestros logros, fundado
por el escritor Máximo Gorki, sintetizaba este espíritu. Las batallas
de la industrialización y la colectivización han sido ganadas, procla­
m aban los propagandistas soviéticos. Los enem igos de clase habían
sido liquidados. El desem pleo había desaparecido. La educación
prim aria se había vuelto universal y obligatoria y (se afirm aba), el
nivel de alfabetización de los adultos en la U nión Soviética alcanza­
ba el 90 p o r ciento.3 Con su Plan, la U nión Soviética había dado un
FINALIZAR LA REVOLUCION 191

gigantesco paso adelante en el dom inio hu m an o del m undo: los


hom bres ya no eran víctimas indefensas de fuerzas económ icas que
no podían controlar. Un “nuevo hom bre soviético” em ergía como
resultado del proceso de construcción del socialismo. Hasta el medio
am biente físico estaba siendo transform ada, y las fábricas se alzaban
en la estepa vacía m ientras los cientiñcos soviéticos se consagraban a
“la conquista de la naturaleza”.4
Decir que la revolución había triunfado equivalía a decir que la
revolución había term inado. Era hora de disfrutar de los frutos de
’ia victoria, si es que había alguno, o al m enos de descansar del ago­
tador ejercicio revolucionario. A m ediados de la década de 1930,
Stalin decía que la vida se había hecho más ligera y prom etía “una
día de fiesta en nuestra calle”. Las virtudes del o rd en , la m odera­
ción, la prerisibilidad y la estabilidad volvieron a gozar del favor ofi­
cial. En ia esfera económ ica, el segundo plan quinquenal (1933-7)
fue más sobrio y realista que su desm edidam ente ambicioso pred e­
cesor, aunque el énfasis puesto en la construcción de u n a poderosa
base industrial no cambió. En el cam po, el régim en tuvo gestos con­
ciliatorios hacia el cam pesinado, y en el marco de la colectivización
se procuró que el koljoz funcionara. U n observador no marxista,
Nicholas Tim asheff describió con aprobación lo que veía com o
“u n a gran retirada” de los valores y m étodos revolucionarios.
En este capítulo, analizaré tres aspectos de la transición de re­
volución a posrevolución. La prim era sección trata de la naturaleza
de la victoria revolucionaria proclam ada p o r el régim en en la déca­
da de 1930 “Revolución cu m p lid a”. La segunda sección exam ina
las políticas y tendencias term idorianas de ese mismo p erío d o “Re­
volución traicionada”. El tem a de la tercera sección, ‘T e r r o r ”, son
las grandes purgas de 1937-8. Éste arroja otra luz sobre el reto rn o
a la n o rm alid ad ” de la segunda sección, y nos recu erd a que la n o r­
m alidad puede ser casi tan elusiva com o la victoria. Del mism o m o­
do en que la declaración de victoria revolucionaria p o r p arte del
régim en era hueca en b u en a parte, tam bién había m ucho de fingi­
m iento y engañifa en las aseveraciones de que la vida volvía a la
norm alidad, por más que la población quisiera aceptarlas. No es fá­
cil term inar u na revolución. El virus revolucionario sigue en el or­
ganism o y, en m om entos de debilidad, puede recru d ecer. Ello
192 SHEILA FITZPATR1CK

o c u rrió d u ra n te las g ran d es purgas, un acceso final de Fiebre re­


volucionaria que quem ó casi todo lo que quedaba de la revolución,
energía, idealismo, com prom iso, íeguaje y, finalm ente, a los revolu­
cionarios mismos.

“R e v o lu c ió n c u m p lid a ”

C u an d o el decim oséptim o congreso del p artid o se reu n ió a


com ienzos de 1934, se lo d en o m in ó “C ongreso de los triu n fad o ­
res”. El triunfo en cuestión era la transform ación económ ica ocurri­
da durante el período del prim er plan quinquenal. La econom ía u r:
baña había sido com pletam ente nacionalizada con excepción de un
p eq u eñ o sector cooperativo; la agricultura había sido colectiviza­
da. De m odo que la revolución había cam biado exitosam ente los
m odos de producción; com o todo m arxista sabe, el m odo de pro­
ducción es la base económ ica sobre la cual reposan toda la supe­
restru ctu ra de la sociedad, la política y la cultura. A hora q u e la
U nión Soviética tenía una base socialista ¿cómo no iban a ad ap tar­
se a ella las superestructuras? Al cam biar la base, los com unistas
habían hecho todo lo que había que h a c e r—y probablem ente todo
lo que se podía hacer en térm inos marxistas— para crear u n a socie­
dad socialista. Lo demás era cuestión de tiem po. U na econom ía so­
cialista produciría el socialismo, del mismo m odo que el capitalismo
había producido la dem ocracia burguesa.
Ésa era la form ulación teórica. En la práctica, la mayor p arte
de los com unistas en ten d ían la misión revolucionaria y la victoria
en térm inos más simples. La m isión había sido la industrialización
y la m odernización económ ica, anunciada en el prim er plan q u in ­
quenal. Cada nueva chim enea de fábrica y cada nuevo tractor eran
u na señal de victoria. Si la revolución había logrado sentar los ci­
m ientos de un poderoso estado industrializado m o d ern o capaz de
defenderse de sus enem igos externos en la U nión Soviética, h abía
cum plido con su misión. En estos térm inos ¿qué había logrado?
Nadie podía dejar de percibir las señales visibles del program a
industrializador soviético. H abía obras en co n strucción en todas
partes. H ubo un decidido desarrollo u rb an o d u ra n te el p rim er
FINALIZAR LA REVOLUCION 193

plan quinquenal· los viejos centros in d u striales se ex p an d iero n


en o rm e m en te, tranquilas.ciudades de provincia se transform aron
con la llegada de gran d es fábricas y nuevos asen tam ien to s indus­
triales y m ineros b ro ta ro n en toda la U nión Soviética. E norm es
nuevas plantas m etalúrgicas y de fabricación de m áquinas se cons­
truían o ya estaban en funciones Se construyeron el ferrocarril de
Truksib y la gigantesca rep resa hidroeléctrica del D niéper.
Tras cuatro años y m edio, se declaró que el p rim er plan quin­
quenal había alcanzado sus objetivos. Los resultados oficiales, que
fueron motivo de intensa propaganda soviética en los frentes in ter­
no y externo, deben ser considerados con gran cautela. Aun así, los
econom istas occidentales p o r lo general han aceptado que hubo un
crecim iento real, q u e equivalió a lo que W alter Rostow denom inó
posteriorm ente “despegue” industrial. Al resum ir los logros del pri­
m er plan quinquenal, un historiador económ ico británico nota que
“aunque las afirm aciones referidas al conjunto de la operación son
dudosas, no cabe d u d a de que nació una poderosa industria ingenie-
ril, y que la producción de m áquinas-herram ientas, turbinas, tracto- £o
res, equipos metalúrgicos, etc. ascendió en porcentajes realm ente
im presionantes”. A unque la producción de acero no alcanzó la m e­
ta fijada, de todas form as aum entó (según las cifras soviéticas) en ca­
si un 50 por ciento. La producción de m ineral de h ierro casi se du­
plicó, aunque el increm ento planeado era aun mayor, y la hulla y el
hierro de fundición casi se duplicaron en el p erío d o 1927-8 a 1932.a
Ello n o significa que no h u b iera problem as con u n program a
de industrialización q u e enfatizaba la velocidad y la cantidad con
tan fanática im placabilidad. Los accidentes in dustriales eran co­
m unes; h ab ía u n in m en so desp erd icio de m ateriales; la calidad
era baja, y el porcentaje de p roducción defectuosa, alto. La estra­
tegia soviética era cara en térm inos financieros y hum anos; y no
necesariam ente ó p tim a siquiera en térm in o s d e tasas de creci­
m iento: un econom ista occidental h a calculado que la U nión So­
viética habría p odid o alcanzar niveles de crecim iento similares pa- ^
ra m ediados de la d écad a de 1930 sin a b a n d o n a r el m arco de la ■'
NEP.6 Con dem asiada frecuencia, “cum plir y ex ce d er el cum plí- '
m ie n to ” del plan significaba ignorar toda planificación racional y
lim itar el foco a unas pocas m etas de p ro d u cció n a expensas de
194
sh eo a FITZPATRICK

todo lo dem ás. Tal vez hu b iera nuevas fábricas que p ro d u cían bie
nes tan llenos de atractivo com o tractores y turbinas, p e ro hubo
una decidida escasez de clavos y materiales de em balaje d u ran te to
do el prim er plan qum quenal, y todas las ramas de la industria resal
taron afectadas p o r el derru m b e de los recursos cam pesinos de trac
cion a sangre que o cu rrió com o in esp erad a consecuencia de Ia
colectivización. La industria carbonífera de la cuenca del Don es­
taba en crisis en 1932, y u n a cantidad de otros sectores industria­
.. eS daVe tenian £raves Problem as de construcción y p ro d u cció n .7
c ·''4 A pesar de los problem as, la industria era la esfera en la cual ]a
dirigencia soviética realm ente creía estar logrando algo notable.
Prácticam ente todos los comunistas opinaban así, aun aquellos qü£
previam ente hab.an simpatizado con la oposición de izquierda o de
derecha; y algo de estos mismos orgullo y excitación se veía en la ge
neracion mas joven, más allá de afiliaciones partidarias, y hasta cier­
to punto, en el conjunto de la población urbana. M uchos ex trote-
k.stas habían aban d o n ad o su oposición p orque se entusiasm aron'
con el p rim er plan quinquenal, y hasta el propio Trotskv en esencia
T qo°Q o u “ C° mUnÍStaS qUe Se habían inclinado a la derecha
en 19-8-9 se habían retractado, asociándose p len am en te al progra-
m a industrializador. En la co ntabilidad in te rio r de m u ch o s que
hasta en to n ces du d ab an , M agnitogosk, la planta de tracto res de
S tal in g rad o y los otros g ran d es proyectos industriales com pensa­
ban los aspectos negativos de la carrera de Stalin, p o r ejem plo la
pesada rep resió n y los excesos en la colectivización. ’
^ colectivización era el talón de Aquiles del prim er plan quin­
quenal, una fu en te p erm an e n te de crisis, enfren taimemos y solucio
nes improvisadas. En su aspecto positivo, proveyó el deseado :meca-
ntsmo para la obtención d e grano p o r parte del estado a precios
bajos v no negociables y a un volumen mayor que el que los cam pe­
sinos estaban dispuestos a vender. Del lado del debe, dejó a los cam­
pesinos resentidos y poco dispuestos a trabajar, provocó el sacrificio
de hacienda a en o rm e escala, llevó a la h am b ru n a de 1932-3 (que
provoco crisis en toda la econom ía y el sistem a adm inistrativo) -■
forzó al estado a invertir m ucho más en el sector agrícola que lo
preMsto en la estrategia original de “exprim ir al cam pesinado” 8 En
teoría, la colectivización podía h ab er significado m uchas cosas. Tal
FINALIZAR LA REVOLUCIÓN
195

com o se practicaba en la U nión Soviética de la d écada de 1930, era


u n a form a extrem a de explotación económ ica estatal, que el cam pe­
sinado com prensiblem ente percibió com o "una segunda servidum­
b re ”. Ello no sólo fue desm oralizador para los cam pesinos, sino para
los cuadros del partido que lo experim entaron de prim era mano.
Nadie estaba realm ente satisfecho con la colectivización; los c o / , -
munistas la veían como una batalla ganada, pero a un costo muv al- ^
to. Además, el koljoz que finalm ente llegó a existir era muy diferen- ríú& d
te del koljoz de los sueños com unistas o al que representaba la
propaganda soviética. El verdadero koljoz era p equeño, basado en
las aldeas, y primitivo, m ientras que el koljoz soñado era u n a exhibi­
ción a gran escala de agricultura m o d ern a y m ecanizada. Al verdade­
ro no sólo le faltaban tractores, que se concentraban en term inales
locales de tractores y m aquinaria, sino que de hecho sufría una gra­
ve escasez de tracción debido al sacrificio de caballos o currido d u ­
rante la colectivización. El nivel de vida en la aldea cayó abruptam en­
te con la colectivización, y en m uchos lugares llegó al más desnudo
nivel de subsistencia. La electricidad rural era aún m enos frecuente
que en la década de 1920 debido a la desaparición de los molineros
kulak cuyos molinos hidráulicos la generaban. Para desazón de
muchos funcionarios com unistas rurales, la agricultura colectivizada
ni siquiera se había socializado p o r com pleto cuando se perm itió a
los campesinos que conservaran pequeñas parcelas privadas, aunque
esto les perm itía evitar el trabajo en los cam pos colectivos. Como ad­
mitió Stalin en 1935, la parcela privada era esencial para la supervi­
vencia de la familia campesina, ya que proveía la mayor parte de la le­
che, huevos y hortalizas que consum ían los campesinos (y el resto del
país). D urante buena parte de la década de 1930, la única paga que
los campesinos recibían p o r su ü'abajo en el koljoz era u n a pequeña
parte de la cosecha de granos.9
En que lo que respecta a los objetivos políticos de la revolución,
apenas se exageraría si se dijese que la supervivencia del régimen du­
rante los meses de ansiedad de 1931, 1932 y 1933 les pareció a m u­
chos comunistas un triunfo en sí misma, tal vez incluso un milagro.
Pero no era una victoria com o para celebrarla en público. Se necesi­
taba algo más, preferiblem ente algo que tuviera que ver con el so­
cialismo. A com ienzos de la década de 1930, la m oda era hablar de
196 SHEILA FTTZPATRICK

la “construcción del socialismo” y la “construcción socialista”. Pero


estas frases, que nunca se definieron en form a precisa, sugerían un
proceso más que un resultado. Con la introducción de la nueva cons­
titución soviética de 1936, Stalin indicó que la fase de “construcción”
estaba esencialm ente term inada. Ello significaba que la instalación
del socialismo en la U nión Soviética era una misión cumplida.
Teóricamente, era un salto considerable. El significado exacto de
“socialismo” siempre fue vago, pero si se consideraba como guía el Es­
tado y revoluáónde Lenin (escrito en septiembre de 1917), éste apare­
jab a una democracia local (“soviética”), la desaparición del enfrenta­
miento de clases y la extinción del estado. Este último requerim iento
era un problema, ya que ni el más optimista de los marxistas soviéticos
£ 'tj,, ' podía sostener que el estado soviético se había extinguido o exhibiese
señales de hacerlo en el futuro cercano. El qaroblema se solucionó in­
troduciendo una distinción teórica nueva, o a la que al menos no se le
había prestado atención hasta entonces, entre socialismo y comunis­
mo. Al parecer, sólo bajo el comunismo se extinguiríaLel estado. El so­
cialismo, aunque no era el objetivo final de la revolución, era lo mejor
que podía obtenerse en un m undo de estados-nación m utuam ente
antagónicos en el cual la Unión Soviética estaba rodeada de capitalis­
tas. Con el advenimiento de la revolución mundial, el estado podría
extinguirse. Hasta entonces, debía seguir siendo fuerte y poderoso pa­
ra proteger de su enemigos a la única sociedad socialista del mundo.
¿Cuáles eran las características del socialismo que existía en esos
m om entos en la Unión Soviética? La respuesta a esa pregunta la dio
la nueva constitución soviética, la prim era desde la constitución revo­
lucionaria de la república de Rusia de 1918. Para com prenderla, de­
bemos recordar que según la teoría marxista-Ieninista, existía u n a fa­
se transitoria de dictadura del proletariado entre la revolución y el
socialismo. Esta fase, que en Rusia com enzó en octubre de 1917, se
caracterizaba p o r una intensa g uerra de clases, que se producía
cuando las antiguas clases propietarias se resistían a su expropiación
y destrucción a m anos del estado proletario. Era el fin de la guerra
de clases, explicó Stalin al presentar su nueva constitución, lo que
íOúAU marcaba la transición de la dictadura del proletariado al socialismo.
Según la nueva constitución, todos los ciudadanos soviéticos te-'
nían iguales derechos y gozaban de libertades civiles apropiadas al
FINALIZAR LA REVOLUCION 197

socialismo. A hora que la burguesía capitalista y los kulaks habían si­


do eliminados, la lucha de clases había desaparecido. Aún existían
clases en la sociedad soviética— la clase obrera, el cam pesinado, y la
inteliguentsia (que, en su definición estricta, n o constituía u n a cla­
se sino un estrato)— p ero sus relaciones estaban libres de antago­
nism o y explotación. T enían idéntica je ra rq u ía, y tam bién eran
iguales en su devoción al socialismo y al estado soviético.10
Estas afirm aciones han enfurecido a m uchos com entaristas no
soviéticos en el transcurso de los años. Los socialistas h an negado
que el sistema estalinista fuese un verdadero socialismo; otros han se­
ñalado que las promesas de libertad e igualdad hechas p o r la consti­
tución eran un engaño. A unque hay espacio para discutir acerca del
grado de fraudulencia o del grado de la intención de defraudar,11 ta­
les reacciones son com prensibles, pues la constitución sólo tenía un
vínculo muy tenue con la realidad soviética. Sin em bargo, en el con­
texto de la presente discusión, no hace falta tom ar dem asiado en se­
rio a la constitución: en lo que hace a las afirm aciones de victoria re­

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volucionaria, eran un agregado que tenía poca carga em ocional
tanto para el partido com unista como para la sociedad en su conjun­
to. A la mayor parte de las personas les daba igual, a otras las confun­
dió. U na conm ovedora respuesta a la noticia de que el socialismo ya
existía provino de un joven periodista, verdadero creyente en el fu­
turo socialista que sabía cuán primitiva y miserable era la vida en su
aldea natal. Entonces, ¿esto era el socialismo? “N unca, antes ni des­
pués, experim enté tal decepción, tal desazón”.12
La garantía de igualdad de derechos de la nueva constitución
constituía un verdadero cam bio con respecto a la constitución de la
república de Rusia de 1918. La constitución de 1918 había sido explí­
cita en no conceder igualdad de derechos: se privaba a los integran­
tes de la antiguas clases explotadoras del derecho a votar en las elec­
ciones soviéticas, y el voto de los obreros urbanos tenía un peso que
se negaba al voto cam pesino. Asociada a este esquema, a partir de la
revolución regía u n a elaborada estructura de leyes de discrimina­
ción de clase diseñada para p o n er a los obreros en u n a posición p ri­
vilegiada y p erju d icar a la b urguesía. A hora, con la constitución
de 1936, todos, fu era cual fu ere la clase a la que p e rte n e c ía n ,je -
n ían derecho al voto. La categ o ría estigm atizada de las “personas
198 SHE1LA FITZPATRICK

sin derecho a voto" (lishentsy) desapareció- Las políticas y prácticas


de discriminación de clase ya estaban en extinción antes de la nueva
constitución. Por ejemplo, para el ingreso a la sus universidades se
había dejado de lado hacía algunos años la discriminación en favor
de los obreros.
Así, el abandono de la discriminación de clase era real, aunque
de ninguna m anera tan com pleta com o pretendía la constitución, y
tropezó con considerable resistencia p o r parte de los com unistas,
acostum brados a hacer las cosas a la vieja usanza.13 El significado
del cam bio podía interpretarse de dos maneras. Por un lado, el
abandono de la discriminación de clase podía ser considerado un re­
quisito previo a la igualdad socialista (“revolución cum plida”). Por
otro, podía ser interpretado como el definitivo alejamiento del prole­
tariado por parte de régimen (“revolución traicionada”). El estatus de
la clase obrera y su relación con el poder soviético bajo el nuevo régi­
men no quedaban claros. Nunca hubo un anuncio oficial directo de
que la era de la dictadura del proletariado hubiese finalizado (aun­
que ésa era la consecuencia lógica que entrañaba e! que la U nión So­
viética hubiera entrado en la era del socialismo), pero los usos com en­
zaron a descartar términos como “hegem onía proletaria” en favor de
fórmulas más blandas como “el papel protagónico de laclase ob rera”.
Críticos marxistas como Trotsky podían decir que el partido.ha­
bía perdido sus puntos de referencia al perm itir que la burocracia
remplazara a la clase obrera como fuente principal de respaldo social.
Pero Stalin veía las cosas de otra m anera. Desde el punto de vista de
Stalin, uno de los grandes logros de la revolución había sido la crea­
ción de “una nueva inteliguentsia soviética” (lo cual esencialm ente
significaba una nueva elite administrativa y profesional) reclutada en­
tre la clase obrera y el campesinado. El régimen soviético ya no debía
depender de la continuidad de funcionarios de las antiguas élites, si­
no que ahora podía confiar en su propia elite de “cuadros conducti­
vos y especialistas" producidos por él mismo, hombres que debían su
ascenso y sus carreras a la revolución y en cuya completa lealtad a ésta
(y a Stalin) se podía confiar. Dado que el régimen tenía esta “nueva
clase”1'1— “los obreros v campesinos de ayer, ascendidos a puestos de
mando"— como base social, todo el tema del proletariado y de su re­
lación especial con el régimen perdió importancia a ojos de Stalin. A
FINALIZAR LA REVOLUCION 199

fin de cuentas, como qu ed a implícito en sus com entarios al décim o


octavo congreso del partido en 1939, !a flor de la antigua clase obre­
ra revolucionaria había sido trasplantada de hecho a la nueva inteli-
guentsia soviética, y si los obreros que no habían podido ascender es­
taban envidiosos, tanto peo r para ellos. Caben pocas dudas de que
éste punto de vista les parecía perfectam ente lógico a los “hijos de la
d ase o b rera” de la nueva elite, quienes, como suelen hacer quienes
ascienden socialm ente en cualquier entorno, estaban simultánea­
m ente orgullosos de su m odesto origen y felices de haberlo dejado
muy atrás.

“R e v o lu c ió n tr a ic io n a d a ”

El com prom iso de liberté, égalité, fratemité es parte de casi todas


las revoluciones, pero es u n com prom iso del que los revolucionarios
que triunfan se desdicen casi inevitablemente. Com o habían leído a
Marx, lo bolcheviques ya sabían que esto era así. H icieron cuanto pu­
dieron, incluso en la euforia de octubre, p o r ser revolucionarios
científicos y no utopistas soñadores. Acotaron sus prom esas de liber­
té, égalité y fratemité con referencias a la guerra de clases y a la dictadu­
ra del proletariado. Pero era tan difícil repudiar las clásicas consignas
revolucionarias com o lo hu b iera sido llevar adelante u n a revolución
exitosa sin entusiasm o. Em ocionalm ente, los prim eros líderes bol­
cheviques no podían m enos que ser un poco igualitarios y liberta­
rios; y tam bién, a pesar de toda su teoría marxista, eran un poco utó­
picos. Los nuevos bolcheviques surgidos durante 1917 y la g u erra
civil tenían la misma respuesta em ocional sin las inhibiciones intelec­
tuales. A unque los bolcheviques no tuvieron la idea inicial de hacer
u n a revolución igualitaria, libertaria y utópica, la revolución hizo a
los bolcheviques esporádicam ente igualitarios, libertarios y utópicos.
La vertiente ultrarrevolucionaria del bolchevismo posoctubre
se destacó du ran te la g u e rra civil y ulterio rm en te en la revolución
cultural que acom pañó al prim er plan quinquenal. Se m anifestaba
en una militancia de la g u erra entre clases, rechazo agresivo del pri­
vilegio social, antielitismo, igualitarismo salarial, iconoclasia cultural,
hostilidad hacia la familia y experim entación en todos los campos,
200 SHEILA FITZPATRICK

desde los m étodos organizativos hasta la educación. En tiempos de


Lenin, tales tendencias fueron peyorativam ente tildadas de “iz­
quierdistas" o “vanguardistas”; péro los dirigentes tam bién las con­
tem plaban con cierta indulgencia, considerándolas producto de la
exuberancia revolucionaria juvenil o de un instinto proletario ca­
ren te de orientación. Lo paradójico del ab andono que hizo Stalin
del entusiasmo revolucionario era que éste tenía hondas raíces_enja
tradición leninista y la ideología bolchevique.
Con la “gran retirada” de la década de 1930, el partido estalinis­
ta abandonó la iconoclasia y el fervor antiburgués de la revolución
cultural y se volvió, p o r así decirlo, respetable. La respetabilidad sig­
nificaba nuevos valores culturales y morales, que reflejaban la tran­
sición m etafórica de la ju v en tu d proletaria a la m adurez de clase
media; una busca del orden y de una rutina manejable; y la acepta­
ción de una je ra rq u ía social basada en la educación, la ocupación y
el estatus. La autoridad debía ser obedecida más que cuestionada.
La tradición debía ser respetada más que descartada. Aún se descri­
bía el régim en com o “revolucionario”, pero ello cada vez más signi­
ficaba revolucionario p o r origen y p o r legitim idad más bien que re­
volucionario en la práctica. Éstos fueron los cam bios que Trotsky
denunció en su La revolución traicionada. A m uchos de ellos, p o r su­
puesto, se les puede d ar otra interpretación, verbigracia, la de nece­
sarios ajustes pragmáticos de la situación postrevolucionaria, si uno
acepta la prem isa de Stalin de que los objetivos revolucionarios ha­
bían sido alcanzados, no abandonados.
En la industria, con el segundo plan quinquenal que marcó una
transición a u n a planificación más sobria, con m enos consignas
acerca de metas inalcanzables y más racionalidad, la o rd en del día
de la década de 1930 era aum entar la productividad y desarrollar es­
pecializad on es. El principio de los incentivos materiales se arraigó fir­
m em en te, con un in crem en to del trabajo m ed id o p o r un id ad es
de producción, diferenciación de los salarios obreros según el gra­
do de especialización y prem ios p o r productividad p o r encim a de
la m edia. Se subieron los salarios de los especialistas y, en 1932, el
salario prom edio de ingenieros y técnicos fue más alto con relación
al salario o brero prom edio que en n inguna época anterio r o poste­
rior a ésa en el p erío d o soviético. Eran políticas lógicas, dada la
FINALIZAR LA REVOLUCION 201

prioridad del estado respecto de un crecim iento industrial rápido,


pero acentuaron el alejam iento del régim en de la identificación
revolucionaria original con la clase obrera. La denuncia que hizo Sta­
lin del igualitarismo vulgar (uvravnílcrvka) en la política salarial en su
célebre discurso de las “seis condiciones” del 23 de ju n io de 1931Í3 no
fue tan notable por su contenido concreto (dado que las tendencias
niveladoras del prim er plan quinquenal fueron espontáneas en buena
parte) como por su descuidada falta de respeto por una de las vacas sa­
gradas de la revolución obrera.
El m ovim iento estajanovista (así llam ado p o r u n m in ero de
carbón que había ro to réco rd s en la cuenca del Don)jEue tal vez el
ejem plo más curioso de la ética soviética posrevolucionaria y de la
actitud am bivalente del rég im en hacia los trabajadores. El estaja­
novista superaba los p ro m ed io s y era generosam ente recom pensa­
do p o r sus logros y celeb rad o p o r los medios, p ero en el m u n d o
real ex p erim en tab a casi inevitablem ente el rep u d io y el resenti-
rñíénto de sus colegas obreros. T am bién era un in n ovador y u n ra-

2 8 /3 6
cionalizador de la p ro d u cció n , a q u ien se instaba a cu estio n ar la
sabiduría con serv ad o ra de los expertos y d en u n c ia r los tácitos
acuerdos en tre los adm inistradores de fábricas, los ingenieros y las
ram as sindicales para resistir la constante presión desde arrib a pa­
ra que superasen los prom edios. El m ovim iento estajanovista glo­
rificaba a los trabajadores individuales, pero al m ism o tiem po era
an tio b rero y, en ciertos aspectos, an tiadm inistradores.16
Los m odos y estilos de dirigir tam bién cam biaron. En la década
de 1920, los modales proletarios eran cultivados incluso p o r los inte­
lectuales bolcheviques: cu an d o Stalin le dijo a un público del parti­
do que él era un hom bre “tosco”, esto sonó más a autoglorificación
que a modestia. Pero en la década de 1930, Stalin com enzó a presen­
tarse ante los com unistas soviéticos y los entrevistadores extranjeros
com o un hom bre de cultura, com o Lenin. Entre sus colegas de la di­
rigencia del partido, los recientem ente ascendidos Jrushov, confia­
dos en sus orígenes proletarios, pero temerosos de com portarse co­
m o cam pesinos, com enzaban a sobrepasar a los Bujarin, quienes
confiaban en su cultura pero tem ían com portarse com o intelectua­
les burgueses. En un nivel más bajo del m undo oficial, los com unis­
tas procuraban com p ren d er las reglas del com portam iento educado
202 ■SHEILA FITZPATRJCK

y dejar de lado sus botas del ejército y gorras de visera, pues no que­
rían ser tom ados p o r integrantes del proletariado que no ascendía
Ln nuevo tono del com placido didactism o propio de una maestra
de escuela, que luego sería familiar para generaciones de visitantes
de Intourist, se podía detectar en las páginas de Pravda.
■- En educación, la reorientación de políticas de la década de
1930 fue un contraste espectacular con lo hecho hasta entonces. Laj
tendencias educativas progresistas de la década de 1920 se habían"1
desbocado durante la revolución cultural, y a m entido se había rem­
plazado la enseñanza form al en aulas p o r “trabajos de utilidad so­
cial’’ realizados fuera de la escuela, y las lecciones, libros de texto,
tareas para el hogar y evaluación individual de logros académ icos'
habían q u ed ad o casi totalm ente desacreditados. E ntre 1931~y
1934 estas tendencias se invirtieron ab ru p ta m en te. En u n a fecha
posterior de la década d e l 1930 reap areciero n los uniform es esco­
lares, que h icieron que las niñas y niños de las escuelas secunda­
2 9 /3 6

rias soviéticas se pareciesen m ucho a sus predecesores de los liceos


zaristas. La reorganización de la educación su p erio r tam bién
represen tó en m uchos respectos un reto rn o a las norm as tradicim
nales anteriores a la revolución. Los antiguos profesores recu p era­
ron su autoridad; los requerim ientos de ingreso volvieron a basar­
se en criterios académ icos más bien q u e políticos y sociales; y se
reinstau raro n los exám enes, graduaciones y títulos académ icos.17
J-a historia, materia vetada al poco tiem po de la revolución con
el ar_?um e-n to <!(‘ ‘luc era irrelevante para la vida contcm poránea y
había sido em pleada tradicionalm ente para inculcar el patriotism o y
la ideología de la dase dom inante, reapareció en los program as d e '
?s_clie.las y universidades. Mija.il Pokrovsky, un antiguo bolchevique y
destacado historiador marxista cuyos discípulos se habían mostrado
muy activos en la rama académica de la revolución cultural, fue criti­
cado en form a postuma por reducir la historia a un registro abstrac­
to de conflictos de clase sin nom bres, fechas, héroes ni em ociones
convocantes. Stalin ordenó.que.sejescribieran nuevQsJibros_dejexto_
de historia, m uchos de ellos escritos p o r los antiguos enem igos de
Pokrovsky, los historiadores “burgueses” convencionales que sólo da­
ban un reconocim iento obligado al marxismo. Los héroes regresa­
ron a la historia: uno de los prim eros éxitos fue Napoleón de Tarlé,
FINALIZAR LA REVOLUCION 203

p ero la rehabilitación se ex ten d ió a gran d es líderes rusos com o


Iván el T errible (quien purg ó a los boyardos rusos en el siglo xvi)
iTPedro el G rande (el “zar transform ador”, arquitecto de la prim era
m odernización de Rusia a com ienzos del siglo XVlll).18
La m aternidad y las virtudes de la familia tam bién fueron exal­
tadas a partir de la m itad de la década de 1930. A pesar de sus reser­
vas acerca de la liberación sexual, los bolcheviques legalizaron el
aborto v el divorcio al poco tiem po de la revolución, y p opularm en­
te se los consideraba enem igos de la familia y de los valores morales
tradicionales. En la década de 1920, la dirigencia había adherido al
principio de que la intervención del estado en materia de m oralidad
sexual privada era indeseable, au n q u e siem pre d an d o p o r sentado
que todos los aspectos de la co n d u cta personal de un comunista de­
bían estar abiertos al escrutinio de sus camaradas del partido. En la
década de 1930, la “gran retirad a” de Stalin no sólo implicó u n a afir­
m ación de los valores familiares tradicionales sino u n a extensión del
principio de legítimo escrutinio de la conducta personal que se apli­
caba exclusivamente de los com unistas a la población en general.
En la era de Stalin, se hizo más difícil obtener el divorcio, el con-
cubiñato perdió valor legal y las personas que se tom aban a la ligera
sus responsabilidades familiares fueron criücadas con aspereza (Tin
mal marido y padre no puede ser un buen ciudadano ). La homose­
xualidad masculina se convirtió en delito; y en ^936, tras una discu­
sión pública de los puntos de vista pro y antiaborto, el aborto se pros­
cribió. Los anillos de casamiento de oro reaparecieron en el m ercado
y los tradicionales árboles de año nuevo (llamados elki y que son el
equivalente ruso de los árboles de Navidad) fueron revividos “para
darles alegría a los niños soviéticos”19 Para los comunistas que habían
asimilado las actitudes más em ancipadas propias del período anterior,
todo esto se parecía m ucho a la tem ida hipocresía del pequeño bur­
gués, especialmente dado el tono sentim ental y santurrón que se em­
pleaba ahora para hablar de la familia y los niños. Por supuesto que
las políticas que más chocaban a los intelectuales comunistas eran a
m enudo aquellas que eran recibidas con más entusiasmo por la ma-
voría “hipócrita y pequeño burguesa” de la población soviética. -
En este período hubo un retroceso en el respaldo a la causa de la
em ancipación fem enina, al m enos en lo que respecta a las mujeres
204 SHEILA FITZPATRICK

rusas educadas y de clase m edia.21 El antiguo estilo de m ujer comu­


nista liberada, d eclaradam ente in d ep en d ien te y com prom etida
ideológicam ente en temas como el aborto ya no causaba simpatía. El
nuevo mensaje era que prim ero venía la familia, a pesar del creciente
núm ero de mujeres que recibían educación y tenían empleos pagos.
Ningún logro superaba al de ser una esposa y m adre exitosa. En una
cam paña que habría sido inconcebible en la década de 1920, esposas
de los integrantes de la nueva elite soviética fueron destinadas a activi­
dades comunitarias voluntarias que se parecían mucho a las obras de
caridad de la clase alta que las feministas rusas comunistas y aun libe­
rales siempre despreciaron. En un “encuentro de esposas” nacional en
1936, las esposas de administradores e ingenieros describieron los éxi­
tos del movimiento voluntario en un encuentro en el Kremlin al que
asistieron Stalin y el jefe del ejército Klim Voroshilov, a quienes las es­
posas les regalaron camisas rusas tradicionales bordadas con sus pro­
pias manos. Posteriormente, se publicaron las minutas del encuentro
en un bonito volumen forrado en papel estampado de rosas.22
El aburguesam iento no se limitaba a las mujeres. En la década
de 1930, los privilegios y un alto nivel de vida devinieron en una con­
secuencia norm al y casi obligatoria del estatus de las elites, en con­
traste con la situación de la década de 1920, d u ran te la cual los.in-
gresos de los com unistas estaban lim itados, al m enos en teoría,
p o r un “m áxim o del p a rtid o ” que evitaba que sus salarios fueron
superiores a la rem u n eració n p ro m ed io de u n o b rero especializa-
do.JLa_elite — que incluía a profesionales (com unistas y no afilia­
dos) así com o funcionarios com unistas— estaba sep arad a de la
masa de la población no sólo p o r sus altos salarios, sino p o r su ac­
ceso privilegiado a servicios yTnéñés He consum o y a diversas.xe-
com pensas m ateriales y honoríficas. Los integrantes de la elite po­
d ían usar tiendas q u e no estaban abiertas al público en general,
co m p rar pro d u cto s que no estaban disponibles para los dem ás
consum idores y tom arse vacaciones en centros especiales y confor­
tables dachas. A m en u d o vivían en bloques de apartam entos espe­
ciales e iban a trabajar en autos con chofer. Muchas de esas dispo­
siciones surgieron de los sistemas de distribución cerrados que se
desarrollaron d u ran te el plan quinquenal en respuesta a las graves
carestías, para luego perpetuarse.
205
f in a l iz a r l a r e v o l u c i ó n

Los dirigentes d ebpartido aún eram uivpoeo.susceptibles. e lija ,


cuestión de losprivilegio^de el]teila.exhibición c o n sp icu a o lacp d i-
oa. podían ser motivo de reprim endas o incluso pagarse con la vida
durante las grandes purgas. Como sea, hasta cierto p u nto [osjjrivile-
gios d e ja elite perm anecían ocultos. Aún quedaban m uchos antiguos
bolcheviques que prom uigabañ'una vida ascética y criticaban a quie­
nes sucum bían al lujo: los ataques de Trotsky en ese sentido en La re-
voludán traiamiada no son muy diferentes de los com éntanos que hi­
zo el estalinista ortodoxo Molotov en sus m em orias;23 y el consumo
conspicuo y la tendencia a la acum ulación eran algunos de los abu­
sos por los cuales los funcionarios com unistas caídos en desgracia
eran habitualm ente criticados d u ran te las grandes purgas. H uelga
decir que para los m arxistas la em ergencia de u n a clase burocráti­
ca privilegiada, la “nueva clase” (por em plear el térm in o populari­
zado por el m arxista yugoeslavo Milovan Djilas) o “la nueva noble­
za de servicio” (en palabras de R obert T ucker) plan teab a ^
problem as conceptuales.24 U form a en que Stalin lidió con e s to s -
problem as fue tildando a esta nueva clase privilegiada de “in teh -^J
guentsia”, desplazando así el foco de la su p erio rid ad so cio eco n ó -g
m ica a la intelectual. Según presentaba las cosas Stalin, esta inteli­
guentsia (nueva elite) ten ía un papel de vanguardia com parable al
q ue el partido com unista desarrollaba en la política; en tanto van­
guardia cultural, necesariam ente tenía un acceso más am plio a los
valores culturales (incluyendo bienes de consum o) que los dispo­
nibles, por el m om ento, p ara el resto de la p o blación.23
La vida cultural fue muy afectada p o r la nueva orientación del
régim en. En prim er lugar, los intereses culturales y u n a conducta
cultivada (ku l’tumost) se contaban entre las señales visibles del esta­
tus de elite que se suponía que los funcionarios com unistas debían
exhibir. En segundo lugar, los profesionales no com unistas es de­
cir, la antigua “inteliguentsia burguesa”— pertenecían a la nueva éli­
te, se mezclaba socialmente con funcionarios com unistas y com par­
tía los mismos privilegios. Ello constituía un verdadero repudio del
viejo sesgo antiexpertos del partido que hizo posible la revolución
cultural (en su discurso de las “seis condiciones” de 1931, Stalin ha­
bía invertido la m archa con respecto a la cuestión del “sabotaje por
parte de la inteliguentsia burguesa, afirm ando sim plem ente que la
206
SHEILA FITZPATRICK

antigua intehguentsia técnica había abandonado sus intentos de


botear la econom ía soviética al darse cuenta de que los riesgos eran
demasiados y de que el program a industrializadorya estaba asemira-
d o ). Con el regreso de la antigua inteliguentsia a las simpatías del po-
cler, la inteliguentsia com unista — especialm ente los activistas de la
revolución cultural— cayeron en desgracia ante la conducción del
partido. L na de las premisas básicas de la revolución cultural era que
la era revolucionaria necesitaba una cultura que no fuera la de Push-
km y t i lago de los cisnes. Pero en la era de Stalin, con la inteliguentsia
burguesa defendiendo firm em ente el legado cultural y un público
recientem ente ascendido a la clase m edia que buscaba cultura acce­
sible que conocer, Pushkin y h l lago de los cisnes triunfaron.
f m em barco, era dem asiado pronto p ara hablar de un verdade-
10 regreso a la norm alidad. H abía tensiones externas, que se incre­
m entaron sin cesar a lo largo de la década de 1930. En el “congreso
de los triunfadores” de 1934, uno de los temas de discusión fue la re­
ciente llegada al p o d er de H ider en Alemania, episodio que dio sig­
nificado concreto a los hasta entonces inform es temores de interven­
ción militar por parte de potencias capitalistas occidentales. Había
vertientes internas de diversos tipos. H ablar de valores familiares era
muy bonito, pero una vez más, como en la guerra civil, ciudades y es­
taciones de ferrocarril estaban colmadas de niños abandonados y
huérfanos. El aburguesam iento sólo era posible para una pequeña
m inoría de habitantes de las ciudades; los dem ás estaban apiñados"'
j : n apartam entos com unales”, donde varias familias com partían una
C(q soIa habitación y com partían baño y cocina en lo que había sido an-~
- tes una residencia unifamiliar, y el racionam iento de bienes básicos
aún estaba vigente. Stalin podía decirles a los koljozniks que “la vida
mejora, cam aradas”, pero en ese m om ento — comienzos de 1935__
sólo dos cosechas los separaban de la h am b ru n a de 1932-3.
La precariedad de la “norm alidad” posrevolucionaria quedó de­
mostrada en el invierno de 1934-5. El racionam iento de pan debía le­
vantarse el 1- de enero de 1935, y el régim en tenía planeada una cam­
paña propagandística con el tema de “la vida m ejora”. Los diarios
celebraban la abundancia de bienes que p ronto habría disponibles
(aun adm itiendo que sólo fuera en algunos locales especiales de alto
precio) y describían con entusiasmo la alegría y la elegancia de los bai-
FINALIZAR LA REVOLUCION 207

les de máscaras con que los moscovitas recibían el año nuevo. En Fe­
brero, un congreso de koljozniks debía endosar el nuevo estatuto del
koljoz, que garantizaba la parcela privada y les hacía otras concesiones
a los campesinos. Tal como se esperaba, todo esto ocurrió en los pri­
meros meses de 1935, pero en una atm ósfera de tensión y amenaza,
marcada por el asesinato en diciembre de Serguei Kirov, jefe del parti­
do de Leningrado. Este episodio puso frenéticos al partido y a sus con­
ductores; en Lenigrado se produjeron arrestos en masa. A pesar de to­
dos los indicios y símbolos de un “regreso a la norm alidad”
posrevolucionario, la norm alidad aún estaba muy lejos.

T erro r

Im aginen que dijéramos, oh, lectores, que el milenio pugna en el


umbral, pero que no se consiguen ni hortalizas, debido a los traidores.
De ser así ¡con qué ím petu atacaría uno a los traidores!... En lo que res­
pecta al ánim o de hom bres y mujeres, ¿no basta con ver a qué punto
había llegado la SOSPECHA? A m enudo decíamos que ésta llegaba a lo
sobrenatural; lo que parece exagerado: pero oigamos al frío testimonio
de los testigos. Un patriota aficionado a la música no podría tocar unas
notas en su cuerno de caza, sentado pensativamente en la azotea, sin
que Mercier lo interprete como una señal de que un comité conspira­
dor le hace a otro... Louvet, con su capacidad para discernir los miste­
rios del futuro, ve que volveremos a ser convocados por una depura­
ción a la sala de la administración; y entonces los anarquistas matarán
a veintidós de nosotros a la salida. Es cosa de Pitt y Coburgo; del oro de
Pitt... Detrás, a los costados, delante, nos rodea un inmenso, sobrenatu­
ral juego de conspiraciones, y quien mueve los hilos es Pitt.J>
El 29 de julio de 1936, el com ité central envió u n a carta secreta a
todas las organizaciones partidarias locales llam ada “De la actividad
terrorista del bloque contrarrevolucionario trotskista-zinovievista” en
la que se afirm aba que los anteriores grupos oposicionistas se habían
convertido en imanes para “espías, provocadores, divisionistas, guar­
dias blancos [y] kulaks” que odiaban al p oder soviético, habían sido
responsables del asesinato de Serguei Kirov, el jefe del partido de Le­
ningrado. La vigilancia — “la capacidad de reconocer a un enem igo
208
SHEILA FITZPa TRic k

del partido p o r bien disfrazado que esté — era un atributo esencial


de todo com unista.2' Esta carta fue el preludio al prim er juicio ejem-
phfícador de las grandes purgas, ocurrido en agosto, en el cual Le
Kamenev y Grigorii Zinoviev, dos ex líderes de la oposición, fueron
encontrados culpables de complicidad en el asesinato de Kirov v con
denados a m uerte. 7 n~
i na-E? un‘segundo juicio ejemplificador celebrado a comienzos de
193 / el énfasis se puso en el sabotaje industrial. El principal acusado
era Ium Pyatakov, un ex trotskista quien había sido m ano derecha de
O rzhonikidze en el comisariato para la industria pesada desde co­
mienzos de la década de 1930. En ju n io de ese mismo año, el manir-
cal Tujachevsky y otros jefes militares fueron acusados de espiar para
Alemania y ejecutados inm ediatam ente tras un juicio sum ario secre-
ÍT foao ! ° de iosJulcios ejemplificadores, celebrados en m a n o
e 1938, los acusados incluían a Bujarin y Rykov, ex líderes de la de­
recha y a Guenrij Yagoda, exjefe de la policía secreta. En todos estos
juicios, los anuguos bolcheviques acusados confesaron diversos crí­
m enes extraordinarios, que describieron ante el tribunal con gran
ujo de detalles. Casi todos ellos fueron sentenciados a m uerte 28
Además de sus crím enes más flagrantes, en tre los que se con­
taban los asesinatos de Kirov y del escritor Máximo Gorki, los cons­
piradores confesaron m uchos actos de sabotaje realizados con la
intención de provocar descontento po p u lar contra el régim en pa­
ra facilitar el d errocam iento de éste. Éstos incluían la organización
de accidentes en minas y fábricas en los que m urieron m uchos tra­
bajadores, provocar dem oras en el pago de salarios y en to rp e cer la
circulación de bienes de m odo que los com ercios rurales se vieran
privados de azúcar y tabaco y las p anaderías urbanas, de pan. Los
conspiradores tam bién confesaron h ab er pracücado h abitualm en­
te el engano, fingiendo h ab er ren u n ciad o a sus puntos de vista
oposicionistas y proclam ando su adhesión a la línea del partido sin
dejar nunca de disentir, d u d ar y criticar en privado.29 ’
Se afirmó que agencias de inteligencia extranjeras - a le m a n a , ja­
ponesa, británica, francesa, polaca— estaban detras de las conspira­
ciones, cuyo objetivo final era lanzar un ataque militar contra la unión
sovieüca, d errocar al régim en com unista y restaurar el capitalismo.
Pero el eje de la conspiración era Trotsky, a quien se acusaba no sólo
FINALIZAR LA REVOLUCION 209

de agente de la Gestapo sino además (¡desde 1926!) del servicio de in­


teligencia británico, y que actuaba com o interm ediario entre las po­
tencias extranjeras y su red de conspiradores en la U nión Soviética.30
Las gran d es purgas no fueron el prim er episodio de te rro r de
la revolución rusa. El terro r contra los “enem igos d e clase" había si­
do p arte de la g u erra civil, así com o de la colectivización y la revo­
lución cultural. De hecho, en 1937 M olotov afirm ó que existía una
co n tin u id ad directa en tre el ju icio de Shajti y del “p artid o indus­
trial” de la revolución cultural y el presente — con la im p o rtan te di­
ferencia de q ue esta vez quienes llevaban ad elan te la conspiración
contra el p o d e r soviético no eran “especialistas b u rg u eses” sino co­
m unistas, o al m enos personas que “se hacían p asar” p o r tales, lo­
grando así p e n e tra r posiciones clave en el g o b iern o y el p artid o .31
Los arrestos en masa en los rangos jerárquicos com enzaron du­
rante el fin de 1936, particularm ente en la industria. Pero fue en un
plenario del com ité central celebrado en febrero-marzo de 1937 que
Stalin, Molotov y Nikolai Eyov (ahora al frente de la NKVD, nom bre

3 2 /3 6
que recibió la policía secreta a partir de 1934) dieron la señal para
que la caza de brujas com enzara en serio.32 D urante dos años ente­
ros, 1937 y 1938, funcionarios jerárquicos com unistas en todas las ra­
mas de la burocracia —gobierno, partido, industrial, militar, y, final­
m ente, policial— fueron denunciados y arrestados com o “enem igos
del p u eb lo ”. Algunos fueron fusilados; otros desaparecieron en el
gulag. En su discurso secreto ante el vigésimo congreso del partido,
Jrushov reveló que de los 139 m iem bros plenos y aspirantes del comi­
té central elegidos en el “congreso de los triunfadores” del partido
en 1939, todos m enos 41 fueron víctimas de las grandes purgas. La
continuidad del liderazgo quedó casi totalm ente quebrada: las p u r­
gas no sólo destruyeron a la mayor parte de los integrantes sobrevi­
vientes de la cohorte de antiguos bolcheviques, sino tam bién gran
parte de las cohortes partidarias form adas d u ran te la g u erra civil y el
período de colectivización. Sólo veinticuatro integrantes del comité
central elegido en el décim o octavo congreso del partido en 1939 ha­
bían integrado el anterior comité central, elegido hacía cinco años.33
Los comunistas en altos puestos no fueron las únicas víctimas de
las purgas. La inteliguentsia (tanto la antigua inteliguentsia “burgue­
sa” com o la inteliguentsia comunista de la década de 1920, en particu-
210
SHEILA FITZPATRIc k

lar los activistas de la revolución cultural) resultaron duram ente gol­


peados. Tam bién lo fueron los antiguos “enem igos de clase” __los
sospechosos habituales para todo terro r revolucionario ruso, aun
cuando, como en 1937, no fueran específicam ente designados —y
cualquier otro que alguna vez hubiese figurado en u n a lista negra
oficial por cualquier motivo. Las personas con familiares en el exte­
rior o conexiones extranjeras corrían especial peligro. Stalin incluso
emitió una orden secreta especial para arrestar a decenas de miles de
ex kulaks y delincuentes”, lo que incluía a reincidentes, ladrones de
caballos y sectarios religiosos con antecedentes penales, y fusilarlos o
enviarlos al gulag; además, 10.000 delincuentes em pedernidos que
cum plían penas en el gulag debían ser fusilados.34 La dim ensión to­
tal de las purgas, que fue motivo de especulación en O ccidente du­
rante muchos años, está com enzando a em erger con más claridad a
m edida que los estudiosos investigan archivos soviéticos previamente
inaccesibles. Según los archivos de la NKVD, la cantidad de condena­
3 3 /3 6

dos a los campos de trabajo del gulag ascendió en m edio millón en


los dos años que com enzaron el P de enero de 1937, llegando al mi­
llón trescientos mil el 1° de enero de 1939. En este último año, el 42
por ciento de los prisioneros del gulag estaba condenado por delitos
“políticos” (contrarrevolución, espionaje, etc.), el 24 p o r ciento esta­
ba clasificado com o “elem entos socialm ente dañinos o socialmente
peligrosos” y los demás eran delincuentes com unes. Pero muchas vic­
timas de las purgas fueron ejecutadas en la cárcel y nunca llegaron al
gulag. La NKVD registró 681,692 de estas ejecuciones en 1937-b.35
¿Qué sentido tuvieron las grandes purgas? Las explicaciones
que invocan la razón de estado (extirpación de una potencial quinta
colum na en tiempos de guerra) no son convincentes; ^ e x p lic a c io ­
nes en nom brc de necesidades totalitarias sólo generan la pregunta
de qué son las necesidades totalitarias Si analizamos el fenóm eno de
las grandes purgas en el contexto de ¡a revolución, la preg u n ta se
vuelve m enos desconcertante. Sospechar de los enem igos — a sueldo
de países extranjeros, a m enudo ocultos, com prom etidos en cons­
tantes conspiraciones para destruir la revolución y producirle sufri­
m iento al pueblo— es un rasgo constante de la m entalidad revolu­
cionaria que Thom as Carlyle captó vividamente en el pasaje sobre el
terro r jacobino de 1794 citado al com ienzo de esta sección. En cir-
FINALIZAR LA REVOLUCION 211

cunstancias normales, las personas rechazan la idea de que es m ejor


que perezcan diez inocentes a dejar en libertad a un culpable; bajo
las circunstancias anómalas de una revolución, a m enudo la aceptan.
Ser im portante no es garantía de seguridad en u n a revolución; más
bien, todo lo contrario. Q ue las grandes purgas hayan descubierto
tantos “enem igos” disfrazados de dirigentes revolucionarios no debe­
ría sorprender a quienes hayan estudiado la revolución francesa.
No es difícil rastrear la génesis revolucionaria de las grandes
purgas. Com o se dijo, Lenin no sentía escrúpulos sobre el em pleo
del terro r revolucionario y no toleraba la oposición ni d en tro ni fue­
ra del partido. Aun así, en tiem pos de Lenin se trazaba u ñ a nítida
distinción en tre los m étodos perm isibles de lidiar con la oposición
exterior al partido y aquellos que podían usarse contra la disidencia
interna. Los antiguos bolchevique ad h erían al principio de que los
desacuerdos internos del partido quedaban fuera del alcance de la
policía secreta, ya que los bolcheviques nunca debían seguir el ejem­
plo dé los jacobinos, que habían vuelto el terro r contra sus propios
camaradas. A unque ese principio era adm irable, debe decirse que el
hecho de que los líderes bolcheviques debieran form ularlo es revela­
d o r y con respecto a la atm ósfera de la política in tern a del partido.
A com ienzos de la década de 1920, cuando la oposición organi­
zada fuera del Partido Bolchevique desapareció y las facciones parti­
darias internas fueron prohibidas form alm ente, los grupos disiden­
tes del partido heredaron el lugar de los viejos partidos de oposición
externos, de m odo que no es de extrañar que fuesen tratados de for­
m a parecida. Com o sea, no se elevaron muchas protestas en el p arti­
do com unista cuando, a fines de la d écada de 1920, Stalin em pleó
a la policía secreta contra los trotskistas y luego (siguiendo el ejem ­
plo de la form a en que L enin trató a los dirigentes cadetes y m en­
cheviques en 1922-3) d ep o rtó a Trotskv fu era del país. D u ran te la
revolución cultural, los com unistas q u e habían trabajado estrecha­
m ente ju n to a los caídos en desgracia “expertos burgueses” parecían
en peligro de ser acusados de algo p eo r que estupidez. Stalin retro ­
cedió e incluso perm itió que los líderes derechistas siguieran en car­
gos de autoridad. Pero esto era actu ar a contrapelo: estaba claro
que a Stalin le costaba— com o a m uchos integrantes de las bases co­
m unistas— tolerar a quienes alguna vez habían sido oposicionistas.
212 SHE1LAF1TZPATRICK

Una práctica revolucionaria que es im portante para com prender


la génesis de las grandes purgas es la periódica “limpieza” (chistki, “pur­
gas” con minúscula) de su padrón que el partido llevó a cabo a partir
de comienzos de la década de 1920. La frecuencia de las purgas parti­
darias aum entó desde fines de la década de 1920: las hubo en 1929
1933-4, 1935 y 1936. En una purga partidaria, todo afiliado al partido
debía presentarse yjustificarse ante una comisión de purga, refutando
las críticas que se le hicieran allí mismo o que lo acusaran a través de
denuncias secretas. El efecto de las purgas repetidas fue que las viejas
contravenciones aparecían una y otra vez, haciendo virtualmente im­
posible dejarlas de lado. Parientes indeseables, contactos prerrevolu-
cionarios con otros partidos, haber integrado facciones opositoras en
el pasado, incluso confusiones burocráticas y errores de identidad pa­
sados; todas estas cosas pendían del cuello de los afiliados, y se hacían
más pesadas a cada año. La sospecha de la dirigencia del partido de
que éste estaba lleno de afiliados indignos y poco confiables parecía
exacerbarse más bien que aplacarse con cada nueva purga.36
Además, cada purga creaba más enem igos potenciales del régi­
men, ya que aquellos que eran expulsados del partido tendían a que­
dar resentidos por el golpe a su lugar en la sociedad y sus perspectivas
de ascenso. En 1937, un integrante del comité central sugirió ante un
tribunal que probablem ente hubiese más ex comunistas que afiliados
activos en el país, y quedaba claro que ése era un pensamiento que a
él y otros los perturbaba m ucho.3' Porque el partido ya tenía tantos
enemigos... ¡Y muchos de ellos estaban ocultos! Estaban los antiguos
enemigos, quienes habían perdido sus privilegios durante la revolu­
ción, sacerdotes, etc. Y ahora había nuevos enemigos, las víctimas de la
liquidación como clase de los hom bres de la NEP y los kulaks. Un ku­
lak, hubiera sido o no enem igo declarado del poder soviético antes de
su deskulakización, ahora indudablem ente lo era. Lo peor acerca de
eso era que tanta cantidad de kulaks expropiados huían a las ciu­
dades, com enzaban nuevas vidas, ocultaban su pasado (así debían ha­
cerlo si deseaban conseguir trabajo), se hacían pasar por honrados
trabajadores; en síntesis, se convertían en enemigos ocultos de la re­
volución. ¡Cuántos aparentem ente lealesjóvenes del Komsomol anda­
ban por ahí ocultando el hecho de que sus padres habían sido kulaks
o sacerdotes! No era sorprendente que, como advertía Stalin, los ene-
FINALIZAR LA REVOLUCION 213

migos de dase individuales se volvieron aún más peligrosos cuando la


clase enem iga era destruida. Claro que era así, pues la destrucción de
la clase los había perjudicado en lo personal; se les había dado una
causa real y concreta para estar resentidos contra el régim en soviético.
El volum en de denuncias en los legajos de todos los adm inis­
tradores com unistas crecía incesantem ente año a año. U no de los
aspectos populistas de la revolución de Stalin consistía en instar a
los ciudadanos del com ún a sentar p o r escrito sus quejas co n tra los
“abusos de p o d e r” de los funcionarios locales; y las consiguientes
investigaciones a m en u d o term inaban con el rem oción del funcio­
nario en cuestión. Pero m uchas de las quejas se o rig in ab an tanto
en la m alevolencia com o en la busca de justicia. U n resen tim ien to
generalizado, más bien que las infracciones q u e se invocaban, pa­
rece h ab er inspirado m uchas de las d enuncias co n tra presidentes
de koljoz y otros funcionarios rurales que airados koljozniks redac­
taron en grandes cantidades d u ran te la d écada de 1930.38
Sin participación popular, las grandes purgas n u n c a p o d rían

3 4 /3 6
h ab er e x p erim en tad o el crecim iento ex p o n en cial q u e tuvieron.
Las den u n cias originadas en el interés p ro p io d esem p e ñ aro n u n
papel, así com o las quejas co n tra au toridades q u e se basaban en
ofensas reales. La m an ía de ver espías recru d eció , com o h abía
o cu rrid o tantas veces en el transcurso de los últim os veinte años:
u n a joven pionera, Lena Petrenko, cap tu ró a u n espía en el tren a
su regreso del cam p am en to de verano cu an d o lo oyó h ab lar en
alem án; o tro ciudadan o vigilante le tiró de la barb a a u n religioso
m endicante y ésta se le q u ed ó en la m ano, d esenm ascarando así a
u n espía q ue acababa de cruzar la fro n tera. En las reu n io n e s de
“au to crítica” en oficinas y células del partido, el m iedo y la suspi­
cacia se com binaban p ara p ro d u cir la persecución de chivos em i­
sarios, acusaciones histéricas y atropellos.39
Sin em bargo, esto era algo distinto del terro r popular. Como el
terro r jacobino de la revolución francesa, se trataba de un terro r de
estado en el cual las víctimas visibles eran los hasta entonces dirigen­
tes revolucionarios. En contraste con anteriores episodios de terro r
revolucionario, la violencia popular espontánea desem peñó un pa­
pel lim itado. Además, el foco del terro r se había desplazado de los
“enem igos de clase” originarios (nobles, sacerdotes y otros verdade-
214
SHEILA FITZPATRJCK.

ros opositores a la revolución) a los “enem igos del p u e b lo ” d en tro


de las propias filas revolucionarias.
De todas maneras, las diferencias entre ambos casos son tan intri­
gantes como sus similitudes. En la revolución francesa, Robespierre,
instigador del terror, term inó como víctima de éste. En contraste, du­
rante el gran terror de la revolución rusa, el principal terrorista, Stalin,
sobrevivió incólume. Aunque eventualmente Stalin sacrificó a su dócil
herram ienta (Eyov,jefe del NKVD entre septiembre de 1936 y diciem­
bre de 1938 fue arrestado en la primavera de 1939 y posteriorm ente fu­
silado) nada indica que le haya parecido que las cosas se le iban de las
manos o que se sintiera en peligro, o que se haya librado de Eyov por
otra razón que la prudencia maquiavélica.40 El repudio de las “purgas
en masa” y la revelación de los “excesos” de vigilancia en el décimo oc­
tavo congreso del partido en marzo de 1939 fue conducido con calma;
en su discurso, Stalin le prestó poca atención al tema, aunque pasó un
m inuto refutando comentarios aparecidos en la prensa extranjera que
3 5 /3 6

afirmaban que las purgas habían debilitado a la Unión Soviética.41


Al leer las transcripciones de los juicios ejem plificadores de
Moscú, y de los discursos de Stalin y de M olotov en el p lenario de
febrero-m arzo, lo que im presiona es no sólo la teatralid ad de los
procedim ientos sino su aire de puesta en escena, lo q u e tienen de
forzado y calculado, la ausencia de to d a respuesta em ocional cru­
da p o r p arte de los dirigentes ante la revelación de la traición de
sus colegas. Hay una diferencia en este te rro r revolucionario; se
siente en él la m ano de un director, si no de un dram aturgo.
En El 18 bmmario de Luis Bonaparte, Marx form uló su famoso co­
m entario de que los grandes hechos ocurren dos veces, la prim era co­
mo tragedia, la segunda como farsa. A unque el gran terro r de la revo­
lución rusa no fue u n a farsa, sí tuvo las características de una
reposición, de una puesta en escena basada en un m odelo anterior.
Es posible que, como sugiere el biógrafo ruso de Stalin, el terrorjaco-
bino realm ente le haya servido de m odelo a Stalin: ciertam ente el tér­
mino “enem igos del pueblo” que parece haber sido introducido por
Stalin en el discurso soviético con relación a las grandes purgas tenía
antecedentes revolucionarios franceses.42 Desde ese punto de vista, se
hace más fácil com prender el porqué de esa barroca escenografía de
denuncias que crecían exponencialm ente y galopante suspicacia po-
FINALIZAR LA REVOLUCION 215

m atar enem igos políticos. De hecho, es ten tad o r ir más allá y sugerir
que, al p o n er en escena un terror (que, según la secuencia revolucio­
naria clásica debe p reced er a Term idor, no seguirlo) Stalin puede
h ab er sentido que refutaba definitivam ente la acusación de Trotskv
de que su gobierno había llevado a un “term idor soviético”.43 ¿Quién
podría decir que Stalin era un revolucionario term idoriano, un trai­
d o r a la revolución tras un despliegue de te rro r revolucionario que
sobrepasaba incluso al de la Revolución francesa?

¿Cuál fue el legado de la revolución rusa? H asta el fin de 1991


se po d ía decir que el sistem a soviético lo era. Las ban d eras rojas y
los estandartes que proclam aban “¡Lenin vive! ¡Lenin está con no­
sotros!” estuvieron allí hasta últim o m om ento. El g o b ern an te Par­
tido C om unista era un legado de la revolución; tam bién lo eran
las granjas colectivas, los planes q u in q u en ales y septenales, la cró­
nica escasez de bienes de consum o, el aislam iento cultural, el gu­
lag, la división del m u n d o en bandos “socialista” y “capitalista” y la
aseveración de que la U nión Soviética era la “co n d u cto ra de las
fuerzas progresistas de la h u m a n id a d ”. A unque el régim en y la so­
ciedad va n o eran revolucionarios, la revolución co n tin u ó siendo
la p ied ra fu n d am en tal de la tradición nacional soviética, foco de
patriotism o, m ateria a ser ap ren d id a p o r los niños en las escuelas
y motivo de celebración en el arte público soviético.
La U nión Soviética tam bién dejó un com plejo legado in te rn a ­
cional. Fue la gran revolución del siglo xx, el sím bolo del socialis­
m o, el antiim perialism o y el rechazo al viejo o rd en de E uropa. Pa­
ra bien o para mal, los m ovim ientos socialistas y com unistas del
siglo XX h an vivido a su som bra, así com o los m ovim ientos de libe­
ración tercerm u n d istas de la p o sg u erra. La g u e rra fría fue p arte
del legado de la revolución rusa, así com o un tributo retrospecti­
vo a su p erd u rab le valor sim bólico. La revolución rusa rep resen tó
para algunos la esperanza de liberarse de la opresión, p ara otros la
pesadilla de la posibilidad de un triunfo m undial del com unism o
ateo. La revolución rusa estableció u n a definición de socialism o
basada en la tom a del p o d e r del estado y su em pleo com o h e rra ­
m ienta de transform ación social y económ ica.
Las revoluciones tienen dos vidas. En la prim era, se las conside-
i 1
216 SHEÍLA FITZPATRICJC

la segunda, dejan de ser parte dei presente y se desplazan a la histo­


ria y la leyenda nacional. Devenir en parte de la historia no significa/
el total alejam iento de la política, como se ve en el ejemplo de la re-r
volución francesa que, a dos siglos de ocurrida, aún es piedra de to­
que en el debate político francés. Pero im pone cierta distancia; y, en
lo que respecta a los historiadores, perm ite mayor imparcialidad v de­
sapego en los juicios. Para la década de 1990, ya hacía tiempo que la
revolución rusa debía haber sido transferida del presente a la historia,.
pero la esperada transferencia se dem oraba. En O ccidente, a pesar
de la persistencia de actitudes propias de la guerra fría, los historiado­
res, aunque no los políticos, habían decidido hasta cierto punto que
la revolución rusa pertenecía a la historia. Sin embargo, en la U nión
Soviética, la interpretación de la revolución rusa siguió siendo un te­
ma cargado de consecuencias políticas hasta la era de Gorbachov y,
en cierto modo, incluso más allá de ésta. Con el derrum be de la
Unión Soviética, la revolución rusa no se h u ndió grácilm ente en la
historia. Fue arrojada allí — ”al basurero de la historia”, según la frase
de Trotsky— con un ánim o de vehem ente repudio nacional.
Este repudio, que equivalía a un deseo de olvidar no sólo la re­
volución rusa, sino toda la era soviética, dejó un extraño vacío en la
conciencia histórica rusa. Pronto, en el tono de la jerem iada de Pe­
ter Chaadaev sobre la no entidad de Rusia un siglo y medio antes, se
elevó un coro de lam entos referidos a la fatal inferioridad histórica
de Rusia, su atraso y su exclusión de la civilización. Para los rusos de
fines del siglo XX, ex ciudadanos soviéticos, parecía que lo que se ha­
bía perdido con el descrédito del mito de la revolución no era tanto
la creencia en el socialismo como la confianza en el significado de
Rusia para el m undo. La revolución le dio a Rusia un sentido, un des­
tino histórico. A través de la revolución, Rusia se convirtió en pione­
ra, dirigente internacional, m odelo e inspiración para “las fuerzas
progresistas de todo el m u n d o ”. Ahora, al parecer de un día para
otro, todo eso desapareció. La fiesta había term inado; tras setenta y
cuatro años, Rusia había caído desde “la vanguardia de la historia” a
su antigua posición de postrado atraso. Fue un m om ento doloroso
para Rusia y para la revolución rusa cuando se reveló que “el futuro
de la hum anidad progresista” era, en realidad, el pasado.
N o ta s

Introducción

1 La expresión “revolución ru sa” n u n ca se usó en Rusia. La fo rm a ad o p ­


tad a en la U nión Soviética era “revolución de o c tu b re ” o sim plem ente
“o c tu b re ”. El térm in o postsoviético favorito parece ser “la revolución bol­
chevique” o aveces “el putsch bolchevique .
^ Las fechas an teriores al cam bio de calendario de 1918 se dan en el esti­
lo antiguo, que en 1917 iba trece días p o r detrás del ca len d ario occiden­
tal que Rusia adoptó en 1918.
3 C rane B rin to n , The Anatomy of fovolutian (ed. rev.; N ueva C ork, 196o)
[Anatomía de la revolución, México, F ondo de C ultura E conóm ica, 196o .
ID
E n la revolución francesa, el 9 de T erm id o r (27 de ju b o de 1 /94) era la 00
fecha del calendario revolucionario en que cayó R obespierre. La pala ra tO CO
“te rm id o r” se em plea para sintetizar tanto el fin del te rro r revolucionario
com o el de la fase h eroica de la revolución.
4 Véase infra, cap. 6, p. 166.
5 Mis op in io n es acerca del te rro r de estado tienen u n a considerable d eu ­
d a con el artícu lo de Colin Lucas, “R evolutionär)' V iolence, the People
a n d the T e rro r”, incluido en K. B aker (ed.), The Poli ti cal Culture of Serrar
(O xford, 1994)-. „.
6 El n o m b re del p artido cam bió de partido laborista social-dem ocratico
ruso (bolchevique) a partido com unista (bolchevique) ruso (después, de
la U n ió n Soviética) en 1918. Los térm inos “bolchevique" y “com unista
eran intercam biables en la década d e 1920, p ero com unista fue el term i­
no habitual en la de 1930.
7 Adam B. Ulam , ‘T h e H istorical Role o f M arxism ”, en su 7 he Neiohace oj
Soviet Totalitarianism (C am bridge, Mass., 1963), p. 3o. ^
s “Las g ran d es p u rg as” es u n térm in o occidental, no soviético. P or m u ­
chos años n o existió u n a fo rm a pública aceptable de referirse al episodio
e n Rusia, pues oficialm ente éste nunca ocurrió; en las conversaciones pri­
vadas se lo m en cio n aba en fom a oblicua com o “1937”. La confusión ter­
m inológica en tre “p u rg as” ) “grandes purgas” proviene del em pleo sovié­
tico de un eufem ism o: cuando el te rro r finalizó con u n sem irrepudio en

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