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La semiótica rusa

nos podrá indicar qué lugar es el que hay que tomar como referencia: si el
ambiente doméstico, el ceremonial. El analista debe, por consiguiente,
informarse sobre estos tres tipos de variantes a la hora de analizar las
características de la SE teniendo en cuenta que, por lo general, están
mutuamente implicadas.
Por lo demás, son varios los factores que determinan, según Civ’jan,
la estrategia del comportamiento de los participantes en una situación de
etiqueta:

La estrategia del comportamiento de los participantes en la SE está determinada


fundamentalmente por cuatro condiciones: el ECD de los participantes, sus
características complementarias, la cantidad de los participantes y la característi­
ca de SE (se da por supuesto que los participantes dominan el equipo de compor­
tamientos de etiqueta que se les ha prescrito). Si se obtiene una información
suficiente desde los cuatro puntos, entonces la elección de los comportamientos es
relativamente sencilla y puede suponerse que las tareas de la SE se realizarán de
manera correcta y satisfactoria. De todos modos, los participantes en la SE pueden
o no saber algo sobre el partner o poseer informaciones incompletas y disparata­
das (ésto puede suceder, por ejemplo, si alguien va a dar con un grupo desconoci­
do, donde tampoco nadie le conoce; evidentemente, en el ECD tan sólo el sexo es
fácilmente determinable, pero, debido a las características de la moda actual,
también aquí se pueden dar algunas complicaciones. Cuando se desconoce el
ECD, lo que determina la estrategia del comportamiento son, automáticamente,
las características complementarias y, antes que nada, lo que se puede extraer de
la impresión exterior, que se produce por el aspecto, las maneras, el vestir,
etcétera. Según el espíritu de observación o las facultades analíticas del partici­
pante, las características complementarias pueden garantizarle una elección justa
(por ejemplo, la identificación de la persona deseada), pero también pueden
confundirle y, por tanto, ponerlo en una situación embarazosa o ridicula (en el
mejor de los casos) [...] Véase, por ejemplo, los numerosos cuentos humorísticos
donde A antepone el impresionante portero de librea con galones al dueño de
aspecto modesto; véase también la situación inversa en un cuento de G. Chesterton,
donde los dueños se ven obligados a cambiar el color de su frac para no ser
confundidos con los sirvientes. La incapacidad para orientarse en una determina­
da situación conduce a menudo a errores de “incorrección”: véanse, por ejemplo,
las diferentes versiones de la fábula de Ivanushka el tonto, que llora en las bodas
y baila en los funerales.83

83. SdC: 183.

201
En pos del signo

Civ’jan analiza una serie de comportamientos equivocados a causa de


una información deficiente recibida por los participantes y, en general,
por una evaluación equivocada del interlocutor ya sea por falta de
información, ya en forma deliberada. Según sean las distintas opiniones
que los interlocutores tengan uno respecto del otro, así será el CE.
C iv’jan propone una matriz que refleja la recíproca estimación o evalua­
ción de los p a r t n e r s :

1) A/=/, a/=/
2) A/=/, a/+/
3) A/=/, a/-/
4) A/+/, a/=/
5) A/+/, a/+/
6) A/+/, a/-/
7) A/-/, a/=/
8) A/-/, a/+/
9) A/-/, a/-/84

En donde el signo = denota una “valoración exacta”, el signo +


denota “exageración”) y, finalmente el signo - equivale a “disminu­
ción”. Al respecto, dice Civ’jan:

La elección equivocada de los comportamientos de etiqueta puede explicarse por


una información insuficiente recibida por los participantes, aunada a su incapaci­
dad de extraer de dicha información las noticias esenciales [...] y, por último, por
la incapacidad de traducir correctamente el lenguaje de los hechos a lenguaje de
etiqueta [...] Para salir de esta situación cabe la posibilidad de utilizar un conjunto
estandarizado de comportamientos neutrales [...] con un radio amplio de aplica­
ción. La utilización de estas fórmulas neutrales [buenos días, adiós, gracias, de
nada, perdón, etc.] en cualquier SE no será un error, pero puede caracterizar
distintamente al participante que las utilice: en algunos casos se le estimará como
“demasiado cortés” [...], en otros como “demasiado seco” [...].85

84. SdC: 185 y ss.


85. SdC: 184.

202
L a semiótica rusa

Por tanto, dice Civ’jan, la elección del comportamiento de etiqueta es


bastante compleja y depende de muchos factores que pueden entrar en
contradicción entre sí. De cualquier modo, el individuo tiene que elaborar
la información en el menor tiempo posible y de esta manera seleccionar el
comportamiento a seguir.
Viene enseguida el análisis de las “fórmulas verbales” que se usan en
una situación de etiqueta. Para ello, Civ’jan divide las fórmulas o expre­
siones verbales que forman parte del CE según la función y según la
importancia de los participantes. Según la función, las fórmulas verbales
pueden ser:

a) Fórmulas de saludo.
b) Fórmulas de despedida.
c) Fórmulas introductivas o divisorias.

En cambio, según la importancia de los participantes, son clasificadas


en:

a) Fórmulas para dirigirse a superiores.


b) Fórmulas para dirigirse a inferiores.
c) Fórmulas para dirigirse a iguales.86

La última parte del ensayo está dedicada a los otros elementos de los
comportamientos de etiqueta: los kinemas, especialmente los gestos,87 y
los accesorios.88 La conclusión que saca es ésta:

El análisis del lenguaje de cortesía - e l conjunto de los instrumentos, las reglas de


combinación de los signos, las reglas sobre el uso de los comportamientos de
etiqueta- antes que nada han de basarse sobre material concreto. El conjunto de
las SE homogéneas, descritas de manera idéntica (por ejemplo, el saludo-despedi­
da) llevará a establecer las reglas de su construcción, lo que más tarde brindará la

86. SdC: 186.


87. SdC: 190.
88. SdC: 192.

203
En pos del signo

posibilidad de elaborar una gramática generadora del lenguaje de etiqueta. Esta­


blecer dichas reglas, sobre todo para las conversaciones denominadas “munda­
nas” con un mínimo contenido, en algunos casi nulo, es relativamente sencillo.
Es conveniente empezar desde un amplio experimento de la investigación de las
SE de masas, haciendo uso de encuestas estadísticas y prestando particular
atención a los datos lingüísticos. Sobre esta base es posible establecer los principa­
les tipos de SE y CE (este último dependiente de la SE y de sus participantes), lo
que en el futuro puede llevar a plantear el problema de la tipología de los sistemas
de etiqueta como una de las tareas principales y esenciales de la investigación
semiótica, problema tanto más importante cuanto que es, al mismo tiempo,
investigación de las estructuras sociales, etc. Además, las relaciones sociales en el
interior de una determinada sociedad son puestas a la luz sobre un material nuevo,
que además se encuentra en un nivel inconsciente, lo que garantiza una mayor
objetividad de las conclusiones obtenidas.89

Como el lector puede ver, este modelo ejemplar de análisis semiótico


de situaciones rituales es muy sugerente: se trata de un verdadero pro­
yecto de eso que llamamos “semiótica de la cultura” cuya metodología
consiste en diferenciar, clasificar y analizar comportamientos para dedu­
cir las leyes, la gramática, de este tipo de lenguajes.

89. SdC: 193 y ss.

204
IX
LA SEMIÓTICA BARTHESIANA

R oland B arthes

Al principio de la década de los sesenta, Roland Barthes se puso al frente


de un grupo de gente joven, escritores preocupados a la vez por buscarle
nuevos senderos a la crítica que por desentrañar las distintas
estructuraciones de la cultura occidental. En este grupo nació un movi­
miento al que se conoció como “formalismo francés” o “Nouvelle
Critique”. Fue famoso el escrito en que Raymond Picard, haciendo uso
de un estilo panfletero, se lanzaba contra esta Nouvelle critique llamán­
dola nouvelle imposture 1 y dando pie a Roland Barthes a hacer una
preciosa exposición de ella en Crítica y verdad} En todo caso, este
movimiento iría evolucionando conceptualmente, entre tumbos y vueltas,
hasta desembocar, por lo que hace a la semiótica, en la muy avanzada
propuesta hecha por Algirdas Julien Greimas. De esta larga reflexión sólo
tocaremos de pasada algunos momentos estelares para detenemos, así
sea sólo un poco, en la semiótica greimasiana.
Roland Barthes quizás rehusaría el papel que este libro le atribuye de
cabeza de escuela de una corriente entre cuyos logros se cuenta el haber
desarrollado un proyecto de semiótica. El Barthes maduro, en vísperas
de cumplir sesenta años, en una conferencia pronunciada en Italia y
publicada por Le Monde el 7 de junio de 1974, traza los principales
momentos de este proceso. Porque es la mejor, la más clara y concisa
historia que de este movimiento conozco, y porque incluye un lúcido
autoanálisis que nos permite apreciar las etapas de su evolución; voy a1

1. Raymond Picard, Nouvelle critique ou nouvelle imposture, Paris, J. J. Pauvert, colección “Libertes”,
1965.
2. Buenos Aires, Siglo XXI, 1972.

205
E n pos del signo

reproducir aquí los párrafos que para este asunto considero más pertinen­
tes:

No represento a la semiología ni al estructuralismo: ningún hombre puede


representar una idea, una creencia, un símbolo [...] por una parte, mi mayor
aspiración es ser asociado al cuerpo de los semiólogos; mi mayor aspiración es
poder responder junto con ellos a los que los atacan: espiritualistas, vitalistas,
historicistas, espontaneístas, antiformalistas, arqueomarxistas, etcétera [...] Pero,
por otra parte, la semiología no es para mí una causa; no es para mí una ciencia,
una disciplina, una escuela, un movimiento con el que identifico mi propia
persona [...] ¿Qué es, entonces, para mí, la semiología? Es una aventura, es decir,
lo que me adviene, lo que me viene del significante [...] Esta aventura se me ha
presentado en tres momentos.
El primer momento fue de deslumbramiento. El lenguaje, o para ser más
preciso, el discurso, ha sido el objeto constante de mi trabajo, ya desde mi primer
libro, es decir, desde El grado cero de la escritura. En 1956 yo había reunido una
especie de material mítico de la sociedad de consumo, que entregué a la revista de
Nadeau, Les Lettres Nouvelles, bajo el nombre de Mitologías; fue entonces
cuando leí por primera vez a Saussure, y tras haberlo leído quedé deslumbrado por
esta esperanza: suministrar por fin a la denuncia de los mitos pequeñoburgueses,
que nunca hacía sino, por así decirlo, proclamarse sobre la marcha, el medio para
desarrollarse científicamente. Este medio era la semiología o análisis concreto de
los procesos de sentido gracias a los cuales la burguesía convierte su cultura
histórica de clase en cultura universal: la semiología se me apareció entonces, por
su porvenir, su programa y sus tareas, como el método fundamental de la crítica
ideológica. Expresé ese deslumbramiento y esa esperanza en el postfacio de
Mitologías, texto que quizás haya envejecido científicamente, pero que es un texto
eufórico, porque infundía seguridad al compromiso intelectual, proporcionándole
un instrumento de análisis, y responsabilizaba al estudio del sentido asignándole
un alcance político.
La semiología ha evolucionado desde 1956, su historia se ha enajenado en
cierta medida, pero sigo convencido de que toda crítica ideológica, si quiere
escapar a la pura reafirmación de su necesidad, no puede ser más que semiológica:
el análisis del contenido semiológico de la semiología, como pretendía la estu­
diante que acabo de mencionar, no podría llevarse a cabo sino por los caminos
semiológicos.
El segundo momento fue el de la ciencia, o por lo menos el de la cientificidad. De
1957 a 1963 trabajé en el análisis de un objeto altamente significativo: la ropa de
moda. El objetivo de este trabajo era muy personal, ascético, si puedo decirlo así.
Se trataba de construir minuciosamente la gramática de una lengua conocida pero
que no había sido analizada hasta entonces. Me importaba poco que la exposición
de ese trabajo resultara ingrata; lo que importaba para mi placer era hacerlo,
operarlo.

206
L a semiótica barthesiana

Al mismo tiempo intentaba concebir cierta enseñanza de la semiología (con los


Elementos de semiología).
A mi alrededor la ciencia semiológica se elaboraba según el origen, el movi­
miento y la independencia propia de cada investigador (pienso sobre todo en mis
amigos Greimas y Eco); se produjeron conjunciones con los grandes predecesores,
como Jakobson y Benveniste, e investigadores más jóvenes, como Bremond y
Metz: se creó una Asociación y una Revista Internacional de Semiología.
En lo que a mí respecta, lo que dominaba ese período de mi trabajo era no tanto
el proyecto de poner los fundamentos de la semiología como ciencia cuanto el
placer de ejercitar una sistemática : en la actividad de la clasificación hay una
especie de embragues creativa, que fue la de los grandes clasificadores como Sade
y Fourier. En su fase científica la semiología me deparó esa embriaguez: yo
reconstituía, yo confeccionaba (dando un sentido elevado a esta expresión) siste­
mas, juegos. NO me gustaba escribir libros si no era por placer. El placer del
sistema reemplazaba para mi el Superyo de la Ciencia: era preparar ya la tercera
fase de esta aventura. Por fin, indiferente a la ciencia indiferente (adiafórica,
como decía Nietzche), entré por placer en el significante, en el texto.
El tercer momento es, en efecto, el del texto. En tomo a mí se tejían discursos,
que desplazaban los prejuicios, inquietaban evidencias, proponían nuevos con­
ceptos: Propp, descubierto a partir de Lévi-Strauss, permitía vincular seriamente
la semiología con un objeto literario, el relato; Julia Kristeva, remodelando
profundamente el paisaje psicológico, me brindaba personal y principalmente los
conceptos nuevos de paragramatismo e intertextual idad; Derrida desplazaba
vigorosamente la noción misma de signo al postular el retroceso de los significa­
dos, el descubrimiento de las estructuras; Foucault acentuaba el proceso del signo
asignándole un lugar histórico pasado; Lacan nos proporcionaba una teoría
acabada de la escisión del sujeto, sin la cual la ciencia está condenada a permane­
cer ciega y muda acerca del lugar donde se habla; Tel Quel, por fin, esbozaba el
intento, renovador todavía hoy, de situar nuevamente el conjunto de estas muta­
ciones en el campo marxista del materialismo dialéctico. Para mí, este período se
inscribe en conjunto entre la Introducción al análisis estructural del relato (1966)
y S/Z (1970). El segundo trabajo negaba, en cierta medida, el primero, mediante el
abandono del modelo estructural y el recurso a la práctica del texto infinitamente
diferente.3

En sus comienzos, el grupo estaba muy cerca del formalismo ruso,


aunque sus conceptos y aun su formulación fueran saussureanos: esta

3. Las citas de los trabajos de Barthes las haremos por Roland Barthes, La aventura semiológica, Barcelona,
Planeta-De Agostini, 1994, pp. 10-12. Se trata de una práctica recopilación de los principales escritos de
Roland Barthes sobre semiótica. En lo sucesivo, citaremos esta obra simplemente como La aventura.

207
En pos del signo

tradición barthesiana de la semiótica es, de hecho, una excelente síntesis


de ambas tradiciones, la saussureana y la formalista. Poco a poco, sin
embargo, el formalismo francés fue cobrando originalidad a partir, sobre
todo, de un ampliado concepto de texto y de lenguaje: la cultura, toda
cultura, está hecha por un sinnúmero de sistemas de significación que se
expresan por medio de textos de la más diversa índole cuyo funciona­
miento es análogo al del más importante de ellos: la lengua. Para Barthes,
un texto no es otra cosa que una manifestación de un lenguaje: “el texto
es el afloramiento mismo de la lengua”, dice en la lección inaugural de la
cátedra de semiología literaria en el College de France hablando de los
textos cifrados en la lengua natural.
Roland Barthes nació en Cherburg el 12 de noviembre de 1915.
Fueron sus padres el subteniente de navio Luis Barthes y Henriette
Binger. Aún no cumplía el año cuando, el 26 de octubre de 1916, murió
su padre en un combate naval en el Mar del Norte. De 1916 a 1924 su
madre se traslada a Bayonne con sus suegros los Barthes y en la escuela
del lugar realiza Roland Barthes sus primeros estudios. En 1924 la familia
emigra definitivamente a París, cerca de los abuelos matemos. A partir de
entonces, las vacaciones escolares serán en Bayonne con los abuelos
Barthes. De 1924 a 1930, Roland prosigue sus estudios en el Liceo
Montaigne y de 1930 a 1934 en el Liceo Louis-le-Grand. El 10 de mayo
de ese año (1934) alterna sus enfermedades pulmonares, con convalecen­
cias en lugares montañosos, con sus estudios: Barthes se gradúa en letras
clásicas en la Sorbona.
Desde 1937 empieza su vida magisterial que alterna con sus estadías
en hospitales y convalecencias en la montaña de que se libera, finalmente,
en 1948, fecha a partir de la cual Roland Barthes entra de lleno en la
actividad académica. En efecto, entre 1948 y 1949, Barthes trabaja como
auxiliar de bibliotecario y luego como profesor en el Instituto Francés de
Bucarest amén de asistente extranjero adjunto en la Universidad de
Bucarest. De 1949 a 1950, Barthes coincide con Greimas en la Universi­
dad de Alejandría en Egipto: allí Barthes funge como asistente extranjero
adjunto. En lo sucesivo, los caminos de ambos semiotistas se cruzarán a
menudo cuando no irán paralelos. De 1950 al 1952, trabaja en el servicio
de enseñanza de la Dirección General de Relaciones Culturales. De 1952

208
La semiótica barthesiana

a 1954, pasante de investigaciones en lexicología del CNRS (Centro


Nacional de Investigación Científica). De 1954 a 1955, funge como
consejero literario de Éditions L ’Arche. De 1955 a 1959, investigador
adjunto, en el área de sociología del CNRS. De 1960 a 1962, jefe de
trabajos en la sexta sección de L ’Ecole Pratique des Hautes Études, en la
sección de ciencias económicas y sociales. En 1962 funge como director
de estudios de L ’Ecole Pratique des Hautes Études en un área llamada
“Sociología de los signos, símbolos y representaciones” . En 1976 pasa a
ocupar la cátedra de semiología lingüística en el célebre Colegio de
Francia, institución fundada desde 1529. Allí, el 7 de enero de 1977 dicta
su lección inaugural.4 Al salir del Colegio de Francia, precisamente, el 25
de febrero de 1980 Roland Barthes es atropellado por una camioneta, un
símbolo sobresaliente de la cultura que él, irónicamente, había trabajado
tanto por desentrañar. Muere el 26 de marzo de 1980 en un hospital
parisino. La versión que del accidente da Le Monde el 27 de marzo de
1980 es diferente:

En el momento del accidente, Roland Barthes salía de un almuerzo que había


reunido, alrededor de Frangois Miterrand y Jack Lang, responsable del partido
socialista, a un cierto número de artistas e intelectuales, entre los que se contaban
Jacques Berque, Danielle Delorme, el compositor Pierre Henry, Rolf Lieberman y
Luis Néel, premio Nobel.5

4. Publicada al año siguiente por Éditions du Seuil bajo el título de Legón inaugúrale de la chaire de
sémiologie littéraire du College de France. Para la edición en español, véase Roland Barthes, El placer
del texto y lección inaugural de la cátedra de semiología literaria del College de France, M éxico,
1982, pp. 111-150.
5. Para una bibliografía de y sobre Roland Barthes puede verse el volumen titulado Roland Barthes par
Roland Barthes (Paris, Éditions du Seuil, 1975). Cito por la traducción italiana Barthes di Roland
Barthes que ofrece en las páginas 208-210 una bibliografía tanto de Barthes como sobre Barthes de
1942 a 1974. Para completar esa bibliografía, el lector puede acudir a Le grain de la voix. Entretiens
1962-1980, publicada en 1981, al año siguiente de la muerte de Barthes, por Éditions du Seuil; este
importante libro, aparecido en español en Editorial Siglo XXI (México, 1983) bajo el título de El grano
de la voz. Entrevistas 1962-1980, trae no sólo una bibliografía actualizada sino un par de páginas con
las fechas más importantes en la vida de Roland Barthes. Es una especie de semblanza espiritual del
escritor que, com o se puede ver desde el título, adopta la forma de una colección de entrevistas de
distintas épocas, que entre 1962-1980 habían aparecido en diversos periódicos y revistas. Yo mismo, en
1982, publiqué en la revista Deslinde (Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de
N uevo León, Núm. 1, Vol. I, pp. 14-21), bajo el título de “En tomo al pensamiento barthesiano”, un
pequeño e incompleto inventario bibliográfico de la obra de Barthes. La anterior cita de Le Monde está
tomada de El grano de la voz: 374.

209
En pos del signo

El antecedente más inmediato de la semiótica francesa fue conocido


como análisis estructural del relato. Su formulación más autorizada se
remonta a Roland Barthes y fue publicada en el número 8 de la revista
Communications.6 Para Barthes, un relato puede estar cifrado tanto en el
lenguaje articulado -la s lenguas- como por otros tipos de lenguajes: la
imagen fija o móvil, el gesto o “la combinación ordenada de todas estas
substancias”. El relato, para Barthes,

está presente en el mito, la leyenda, la fábula, el cuento, la novela, la epopeya, la


historia, la tragedia, el drama, la comedia, la pantomima, el cuadro pintado
(piénsese en la Ursula de Carpaccio), el vitral, el cine, las tiras cómicas, las
noticias policiales, la conversación. Además, en estas formas casi infinitas, el
relato está presente en todos los tiempos, en todos los lugares, en todas las
sociedades; el relato comienza con la historia misma de la humanidad; no hay ni
ha habido jamás en parte alguna un pueblo sin relatos; todas las clases, todos los
grupos humanos, tienen sus relatos y muy a menudo estos relatos son saboreados
en común por hombres de cultura diversa e incluso opuesta: el relato se burla de la
buena y de la mala literatura: internacional, transhistórico, transcultural, el relato
está allí, como la vida.7

Barthes admite la posibilidad de muchos puntos de vista desde los


cuales se puede hablar del relato; a saber puntos de vista como histórico,
psicológico, sociológico, etnológico, estético, etc. Sin embargo, dice,
tanto los formalistas rusos como Propp y Lévi-Strauss han puesto de
manifiesto que todo relato tiene una estructura a partir de la cual se
produce el sentido: cada relato es, pues, un sistema semiótico. El análisis

6. La m etodología del análisis estructural del relato fue expuesta por Roland Barthes tanto en un escrito
largo titulado, precisamente, “Introducción al análisis estructural de los relatos” aparecida en el
mencionado volumen 8 de Comunicaciones cuyo título es, precisamente, Análisis estructural del relato.
De esta obra circulan varias ediciones en español: la más antigua es la Editorial Tiempo Contemporáneo,
Buenos Aires, 1970; en 1982, Premiá Editora publicó en M éxico otra edición en la que agrega un
artículo de Umberto Eco titulado “James Bond: una combinación narrativa”. Finalmente, está la ya
arriba citada bajo la abreviación La aventura. Hay, empero, una versión abreviada del análisis estructural
del relato: se trata de una conferencia. En español, conozco dos ediciones de ella: la primera, bajo el
título “El análisis estructural del relato. A propósito de Hechos 10-11”, aparece en Roland Barthes,
Paul Beauchamp, Hemy Bouillard, Joseph Courtés, Edgard Haulotte, Xavier Léon-Dufour, Louis Marin,
Paul Ricoeur, Antoine Vergote, Exégesisy hermenéutica, Madrid, Ed. Cristiandad, 1976. La segunda,
en La aventura : 281-307.
7. La aventura: p. 163.

210
L a semiótica barthesiana

estructural del relato consiste en el desciframiento de ese sistema: tiene


por objetivo el cómo del sentido a partir de la identificación y análisis de
la estructura del relato.
El análisis estructural del relato es transfrástico. Sin embargo, la
lengua natural es punto de referencia obligado para estudio de cualquier
sistema semiótico de índole no verbal.

Jakobson y Lévi-Strauss -d ice Barthes- han hecho notar que la humanidad podía
definirse por el poder de crear sistemas secundarios, “desmultiplicadores” (he­
rramientas que sirven para fabricar otras herramientas, doble articulación del
lenguaje, tabú del incesto que permite el entrecruzamiento de las familias) y el
lingüista soviético Ivanov supone que los lenguajes artificiales sólo han podido ser
adquiridos después del lenguaje natural [...].8

Barthes, por tanto, postula como hipótesis la homología entre lo que


pasa en las lenguas naturales y lo que pasa en los sistemas de significación
no verbales. Todo relato, tiene varios niveles de sentido que el análisis
tiene que empezar por poner de manifiesto. Entre esos niveles hay una
relación jerárquica: ningún nivel puede producir sentido por sí sólo, sólo
adquiere sentido cuando se le integra en el conjunto. En un texto verbal,
por ejemplo, hay un nivel fonético, otro fonológico, otro gramatical y
otro contextual: sólo puesto en relación con los demás niveles, cada uno
de ellos produce sentido. Dicho de otra manera: “el relato es una gran
frase, así como toda frase constatativa es, en cierto modo, el esbozo de
un pequeño relato”.9 En el análisis estructural del relato, según Barthes,
hay tres niveles de descripción: el nivel de las funciones, el nivel de las
acciones y el nivel de la narración.
El primer paso de la descripción, en efecto, consiste en dividir el texto
en segmentos, en unidades mínimas. Barthes utiliza la terminología de
Hjelmslev y llama “clases” a cada una de esas unidades mínimas de
texto. Según el lingüista danés, “el objeto que se somete a análisis se
llamará clase”;10 y a una “clase de clases” le llama jerarquía. Barthes

8. La aventura: 167
9. Ibid. pág. 13.
10. Op. cit., p. 49.

211
En pos del signo

alterna el nombre de “clase” con el de “lexía” o unidad de lectura. Cada


una de esas unidades son tenidas por Barthes como unidades funcionales.
Este es su supuesto en este primer nivel. ¿Todo, en un relato, es funcio­
nal? Todo, hasta el menor detalle, ¿tiene un sentido? ¿Puede el relato ser
íntegramente dividido en unidades funcionales? -pregunta Barthes. Y
responde con un rotundo sí. Como veremos inmediatamente, hay sin
duda muchos tipos de funciones, pues hay muchos tipos de correlacio­
nes, lo que no significa que un relato deje jamás de estar compuesto de
funciones: todo, en diverso grado, significa algo en él.
Entre esos distintos tipos de funciones está, por ejemplo, la función
narrativa: en un fragmento de texto, un código podrá, en efecto, tener
una función narrativa. En 1969, a propósito de una reunión sobre analistas
de textos bíblicos, Barthes presentó una ponencia sobre análisis estructu­
ral basado en el relato de la visita que hace Pedro a un centurión romano
(Hech. 10-11)." La unidad de lectura “subió Pedro a la azotea”, además
de ser un código topográfico, es una unidad funcional: tiene, en efecto,
una función narrativa pues sirve para justificar el que Pedro no oiga la
llamada de los emisarios que lo buscan y poder así introducir la adverten­
cia del episodio del ángel.
Otro ejemplo usado por Barthes es el de James Bond: supongamos,
dice, que Bond está de guardia en su oficina del Servicio Secreto, que
suena el teléfono y que una unidad de relato narra lo que sigue así:
“Bond levantó uno de los cuatro auriculares”. El vocablo “cuatro”,
dice Barthes, constituye por sí solo una unidad funcional, pues remite a
un concepto necesario al conjunto de la historia: el de una alta técnica
burocrática. Funciona como decorador del relato. En este caso, dice
Barthes, la unidad narrativa no es la unidad lingüística - la palabra “cua­
tro”-: la unidad narrativa es el valor connotado por la palabra “cuatro”.
Hay varios niveles en estas unidades funcionales que se relacionan entre
sí según una gramática del discurso muy distinta de las gramáticas
ffásticas.
El segundo nivel de descripción es el de los personajes denominado
también nivel de las acciones, ya que los personajes son definidos por su1

11. Véase la referencia más arriba.

212
L a semiótica barthesiana

participación en las acciones. Barthes, en efecto, adopta el concepto


proppeano de personaje: los personajes del análisis son una tipología
simple fundada en la unidad de las acciones que el relato les impone. El
personaje es un “participante” que, por tanto, se define por su participa­
ción en una esfera de las acciones siendo esas esferas poco numerosas,
típicas, clasificables. De la misma manera asume el concepto de sujeto.
El tercer nivel de la descripción del relato, decía, es el nivel de la
narración. La narración se mueve gracias a una gran función de intercam­
bio que va de un dador a un destinatario, pues no puede haber relato sin
narrador y sin oyente o lector. Aquí no se trata de ponerse en el lugar del
narrador para escudriñar sus motivos; ni se trata de estudiar los efectos
que la narración produce en el lector. De lo que se trata es de describir el
código a través del cual se otorga significado al narrador y al lector a lo
largo del relato.
Las disposiciones operativas más importantes en el análisis estructu­
ral del relato son, pues, las siguientes: distribución del significante mate­
rial en unidades manejables de lectura. “Se trata, dice Barthes, de una
especie de cuadriculación del texto, que proporciona los fragmentos del
enunciado sobre los que se va a trabajar”. El significante material no
necesariamente es un texto verbal: puede ser el relieve en una fachada
(como en el caso de las fachadas de la catedral de Morelia) o lo que sea.
La segunda operación que el analista debe hacer con el texto consiste
en un inventario de los códigos citados en él. Para Barthes, un texto está
constituido por una gran cantidad de citas a códigos. Barthes entiende
por código “un número indefinido de unidades que guardan entre sí una
relación muy tenue fundada en la asociación sin recurrir para nada a una
organización lógico-taxonómica”.12 El inventario tiene como objetivo
apreciar las posibilidades de lectura de un texto. Para Barthes un código
es el punto de partida de una serie de significantes; o, si se quiere, es una
cita que, por el hecho de serlo es punto de partida de otros significantes.
Es que, como se sabe, en cuestión de lenguaje existen las tradiciones, los
lenguajes dentro de las lenguas, las especializaciones de ciertos vocablos
que remiten invariablemente a un ámbito determinado de la cultura: cada

12. Greimas/Courtés, Semiótica, tomo I, pp. 57 y ss. Véase referencia en la bibliografía.

213
En pos del signo

palabra arrastra otras palabras, las evoca. La localización de un código y,


en general, el inventario de códigos en el análisis de un texto es, al fin de
cuentas, un inventario de los universos que allí son convocados. Un
código es, como decía, un punto de partida hacia otros significantes hacia
donde el vocablo evocador nos hace partir.
La tercera operación que el analista debe practicar en el texto es
denominada “coordinación” y consiste en establecer las correlaciones
de las funciones acotadas, con frecuencia separadas, superpuestas, entre­
mezcladas o incluso trenzadas, pues un texto (del latín fóxtws=tejido) es,
efectivamente, un tejido de correlatos que pueden estar separados entre
sí por la inserción de otros correlatos pertenecientes a otros conjuntos.
Barthes distingue dos grandes tipos de correlaciones en los textos: las
internas y las externas. En las primeras, como es obvio, el elemento
correlativo se encuentra en el mismo texto; en las correlaciones externas,
en cambio, el término inicial se encuentra en el texto y su correlato está
fuera: puede remitir a una totalidad global o, incluso, puede remitir a
otros textos en lo que Julia Kristeva llama la intertextualidad.
Barthes aplicó este tipo de análisis tanto a textos narrativos cifrados
en lenguaje verbal como a textos de la cultura cifrados en otro tipo de
lenguajes. Entre los primeros está el ya citado análisis que hace texto
lucano del centurión romano y, desde luego, el que practica a Sarracine,
una novela corta de Balzac, que publica bajo el nombre de S/Z. Entre los
segundos, está su análisis al Sistema de la moda y sus Mitologías.
Los postulados de este análisis semiótico habían sido ya publicados
en un trabajo célebre que apareció en el número 4 de la misma revista
Communications con el nombre de Recherches semiologiques que cons­
tituyen, en buena medida, la teoría semiótica de Barthes. El relato, para
Barthes, es un habla de un lenguaje, consistente en una estructura hecha
de todos los relatos del mundo habidos y por haber. O como se imagina
en el Sistema de la moda : un vestido sin fin tejido de todas las maneras
posibles según las revistas de la moda. Cada texto -verbal o no verbal-
por los que se expresa una cultura es el habla que remite a sistemas
semióticos que el analista tiene que identificar y aprender a leer.
En conclusión, para Barthes, el hombre es un ser semiótico, produc­
tor y consumidor de signos, que funciona a signos, los crea, se aferra a

214
L a semiótica barthesiana

ellos, los endurece y, frecuentemente, los convierte en ritos: su conjunto


constituye la cultura. Con respecto a ella, el hombre contemporáneo está
tratando de descubrir sus alfabetos: está aprendiendo a leer. El esfuerzo
de Barthes por desentrañar sistemáticamente la cultura contemporánea,
de buscar afanosam ente instrum entos de análisis en el seno del
estructuralismo, lo hace acuñar los principios de lo que será la semiótica
francesa de la que es el verdadero padre.

Ju l i a K r is t e v a

Otro de los miembros del grupo publicó en 1978 un libro titulado


Semiótica, en donde expone los resultados de sus investigaciones y
formula los fundamentos de la semiótica como disciplina científica. Lo
que el análisis semiótico realiza, según Kristeva, es actualizar los distin­
tos tipos de lenguajes para extraer sus modelos. Julia Kristeva entiende,
como todos los formalistas franceses, que la vida social de cualquier
comunidad -econom ía, costumbres, arte, etc.- es considerada como un
sistema significativo estructurado como un lenguaje, de manera que toda
práctica puede ser científicamente estudiada como un modelo secundario
en relación a la lengua natural a la que modela y por la que es modelada.
Por tanto, para Kristeva, la semiótica consiste en una producción de
modelos. Como se ve, más que de semiótica, Kristeva prefiere hablar de
un nivel semiótico que consiste en una axiomatización de los sistemas
significativos. La semiótica planteada por Kristeva descansa en una
sólida reflexión tanto sobre la propuesta saussureana como sobre los
posibles objetos de la semiótica. La idea de texto que maneja, por
ejemplo, es significativa: texto es lo que se deja leer.
Su Semiótica consta, como decía, de dos tomos. En el primero de
ellos explora y construye los fundamentos de la disciplina. Si la semiótica
fuera la magna ciencia de los signos que propone Saussure, entonces la
lengua no puede ser asumida como referente absoluto. En el esquema
saussureano, dice Kristeva, la semiótica vendría siendo más bien una
parte de la lingüística. Al concebir la semiótica como una producción de
modelos, Kristeva la imagina como una “ciencia crítica y/o crítica de la

215
En pos del signo

ciencia”. Sin embargo, la semiótica imaginada por Kristeva pasa pronto


de las lenguas naturales a otras prácticas semióticas:

En la actualidad -d ice ella- la semiótica se orienta hacia el estudio de la


“magia”, de las adivinaciones, de la poesía, de los textos “sagrados”, de los
ritos, de la religión, de la música y de la pintura rituales, para descubrir en sus
estructuras dimensiones que obstruye el lenguaje de la comunicación denotativa.
En este quehacer, supera las fronteras del discurso europeo y se ocupa de los
complejos semióticos de las demás civilizaciones, intentando escapar así a una
tradición cultural cargada de idealismo y mecanicismo. Esta ampliación de la
esfera de acción de la semiótica plantea el problema del instrumento que dará
acceso a las prácticas semióticas cuyas leyes no son las del lenguaje denotativo. La
semiótica busca esas herramientas en los formalismos matemáticos y en la
tradición cultural de las civilizaciones lejanas. Prepara así los modelos que un día
servirán a las estructuras de las civilizaciones que han alcanzado discursos
altamente semiotizados (India, China).13

Desde luego, entre esas civilizaciones con discursos altamente


semiotizados están las americanas, como la nuestra. Los textos que la
semiótica de Kristeva prevé son, desde luego, los llamados literarios, los
gestos y textos como la moda, explorada específicamente por Barthes.

A lgirdas J ulien G reimas

Formado en la escuela barthesiana y miembro del llamado grupo Tel


quel, por el nombre de la revista en que aparecieron los más importantes
de sus trabajos, el lituano francés Algirdas Julien Greimas ha desarrolla­
do, al cobijo del grupo, una de las más importantes corrientes semióticas
que se ha extendido, sobre todo por Francia, Italia y la América hispano­
hablante, en estos últimos veinte años; en el análisis semiótico de los
' textos ha conquistado territorios como el de la exégesis bíblicajNacido
en Tuía, Lituania, en 1917, Greimas llegó por primera vez a Francia, muy
joven aún, para terminar, en Grenoble, sus estudios que había empezado,
tanto a nivel escolar como universitario, en Kaunas, Lituania. En Grenoble,

13. Semiótica, tomo 1, pp. 55 y ss. Ver bibliografía.

216
La semiótica barthesiana

pues, de 1936 a 1939, llevó al cabo estudios de licenciatura en letras y


estudios de dialectología franco-provenzal.
Sin embargo, la guerra le hace interrumpir sus estudios: regresa a
Lituania en 1939 y hace su servicio militar. En 1944, al final de la guerra,
vuelve a Francia y se instala en París en donde encuentra un grupo
entusiasta en un fervor intelectual en que ve las posibilidades de construir
su porvenir. Al principio, crece a la sombra de Charles Bruneau trabajan­
do en la Sorbona con otros jóvenes en un ambicioso proyecto lexicológico.
En 1948 obtiene su doctorado en Letras con la tesis La Mode en 1830.
Essai de description du vocabulaire vestimentaire d ’aprés les jounaux
de mode de l ’époque y, desde el año siguiente hasta 1962 se desempeña
como profesor universitario en Alejandría, Ankara, Estambul, Poitiers y
París, de nuevo. En Estambul y Ankara desarrolla los primeros bosquejos
de una semántica estructural. En efecto, de 1949 a 1958, Greimas se
desempeña en Alejandría como maitre de conferences', en 1956 publica
en el número 3 de Le Frangais moderne un trabajo bajo el título de
“L ’actualité du saussurisme”; de 1958 a 1962 se desempeña como
profesor en la Universidad de Ankara y, desde 1960, de forma simultá­
nea, en la de Estambul.
En 1960, participa en B e s a ro n , con otros lingüistas, en la fundación,
en esa universidad, de la Sociedad de Estudios Lingüísticos Franceses, la
SELF, que sería determinante para el desarrollo de los estudios lingüísticos
en Francia.
Su regreso a Francia tiene lugar en 1962 cuando es nombrado profe­
sor de lingüística francesa en la Universidad de Poitiers donde permanece
hasta 1965. Este año es elegido director de estudios de L ’Ecole Pratique
des Hautes Études, la institución que albergaba por entonces a los
estructuralistas franceses de mayor reputación mundial: Claude Lévi-
Strauss, Roland Barthes, Jacques Bertin, Fernand Braudel, Georges
Friedman, etc.
El año siguiente, 1966, es un buen año para él: sale su libro Semántica
estructural, como resultados de esas incursiones por la semántica estruc­
tural, y Prácticas y lenguajes gestuales, obra que publica al año siguiente
en Larousse, que lo coloca por fin en la ruta de la semiótica a la que da un
fácil salto desde la semántica; funda, con Roland Barthes, J. Dubois,

217
En ro s DEL SIGNO

Bernard Pottier y Bernard Quemada, la revista Langages; en este mismo


año, tiene lugar la creación de la Asociación Internacional de Semiótica
de la que Greimas es el secretario general; finalmente, ese año se crea,
igualmente, el grupo de investigaciones semio-lingüísticas E.P.H.E.
Los años siguientes serán fecundos en libros y, en algunos casos, en la
creación de instituciones para la investigación semiótica. En 1970, en
efecto, aparece publicado por Éditions du Seuil el primer volumen de Du
sens. Essais sémiotiques y tiene lugar la creación del Centro Intemazionale
di semiótica e di lingüistica d ’Urbino del cual Greimas será el director
durante el primer año. A partir de entonces, durante la década de los
setenta, aparecen una serie de ensayos suyos en que los análisis semióticos
de los textos narrativos pasan a otros tipos de discursos, como el
discurso jurídico, el historiográfico, etc.
En 1972, Larousse le publica sus Essais de sémiotique poétique ; en
1976, ahora en Éditions du Seuil, aparece publicado tanto el libro
Maupassant. La sémiotique du texte: exercises pratiques como Semiotique
et sciences sociales', en 1978 tiene lugar la creación tanto de la Asocia­
ción para el desarrollo de la semiótica como de Actes sémiotiques.
Síntoma y expresión del magno edificio construido sobre el suelo de la
semiótica es el excelente, aunque complejo, diccionario de semiótica que
apareció por primera vez en francés, en 1979, en las prensas de la
Librairie Hachette, bajo el título de Semiotique. Dictionnaire raisonné
de la théorie de langage, obra que firma junto Joseph Courtés. En el
mismo 1979, aparece Introduction á Vanalyse du discours et sciences
sociales, en que Greimas aparece como editor al lado de Éric Landowski;
en 1983, aparece E. du Seuil Du sens II. Essais sémiotiques', en 1985
aparece en Presses universitaires de France, el libro Des Dieux et des
hommes. Etudes de mythologie lithuanienne traducción al francés de una
obra que había aparecido en Chicago, en 1979. En 1985, aparece en
Hachette el segundo tomo del diccionario de semiótica, suyo y de
Courtés, bajo el título de Sémiotique. Dictionnaire raisonné de la théorie
du langage, II. Compléments, débats, propositions. En 1987, en P.
Fanlac, aparece De VImperfection. En unión de Jacques Fontanille,
publica en 1991, en Éditions du Seuil, Sémiotique des passions. Des
états de choses aux états d ’áme. Finalmente, Ed. Larousse le publica en

218
L a semiótica barthesiana

1992, el año de su muerte, el Dictionnaire du moyen frangais del cual es


autor en compañía de T. M. Keane. Como diría Paul Ricoeur en Nouveaux
actes sémiotiques :

él recorre todo lo que tiene la forma de discurso, todo significado articulado en


una estructura. Es el proyecto de una semiótica general que cubre todo el espacio
discursivo. Que incluye, por tanto, toda acción, individual o social, toda pasión
revestida bajo la apariencia de texto, todo lo que pretende tener sentido.1415

La s e m ió t ic a g r e im a s ia n a

La semiótica greimasiana es la más desarrollada en la línea de la semiótica


francesa. Por otro lado, es Greimas quien más ha desarrollado no sólo las
líneas semióticas trazadas por Barthes sino las intuiciones de Saussure,
Propp y Lévi-Strauss, entre otrosjPara el acercamiento a la semiótica
greimasiana voy a proceder por círculos: primero haré un bosquejo muy
general, luego propondré las principales nociones en que sustenta esa
semiótica y, finalmente, haré una exposición más detallada de cómo
proceden algunos de sus análisis, lo que se proponen y lo que, finalmente,
pueden lograr. La semiótica greimasiana consiste, en efecto, tanto en una
teoría de la significación como en una serie de procedimientos de análisis.
Su objetivo no radica sólo en la descripción de la comunicación sino que
se interesa positivamente en los mecanismos de la significación.
Empezaré advirtiendo que la semiótica greimasiana comenzó dedica­
da al relato y que de allí pasó a otros tipos textuales como los textos de
índole discursiva y hasta los no verbalizados. Es significativa la afirma­
ción que aparece en Análisis semiótico de los textos. Introducción,
teoría y práctica 15 según la cual “todo texto presenta un componente

14. Presses de l’Université de Limoges et du Limousin, sin fecha, p. 45.


15. Bajo la autoría del Grupo de Entrevemes, Madrid, Ed. Cristiandad, 1982. En lo que sigue, mencionaremos
este libro simplemente como Análisis y a sus autores como GdE. En la exposición de la metodología de
análisis de la semiótica greimasiana me he apoyado sobre todo en esta obra. He utilizado, además, de J.
Courtés, Introducción a la semiótica narrativa y discursiva, citada en la bibliografía; los dos tomos del
diccionario de semiótica de A. J. Greimas y J. Courtés, Semiótica. Diccionario razonado de la teoría
del lenguaje; el Diccionario del teatro, dramaturgia, estética, semiología, de Patrice Pavis, Barcelona,
Paidós, 1990; el Diccionario de términos literarios de Victoria Ayuso de Vicente, Consuelo García
Gallarín y Sagrario Solano Santos, Madrid, AKAL, 1990.

219
En pos del signo

narrativo y puede ser objeto de análisis narrativo; los relatos propiamente


dichos no son más que una clase particular en la que los estados y los
cambios están atribuidos a personajes individualizados” .16
Por tanto, aunque muchos de los análisis practicados por los
greimasianos tengan por objeto textos verbalizados y, más específicamente,
relatos, la semiótica greimasiana es aplicable no sólo a cualquier tipo de
relato, sea de índole verbal o no, sino, como se ha dicho, a cualquier clase
de texto. Por tanto, a un relato, desde luego; pero también a un sermón,
una lección de filosofía, un discurso político, un complejo arquitectónico,
una fachada o una pintura, por ejemplo.

C a t e g o r ía s y l ó g ic a

En general, los mecanismos de análisis de la semiótica greimasiana


descansan en la descomposicióm de los distintos elementos de que consta
un texto sea de índole verbal o no. Emplea conceptos como narratividad,
descripción, figura, tema, actante, estructura profunda, estructura super­
ficial, isotopía, isomorfismo. Por lo general, la semiótica greimasiana
asume que en todo texto se pueden distinguir el plano de la manifestación
del plano de la inmanencia.
El plano de la manifestación es el plano del texto tal cual se presenta
al lector: personajes que hacen, no hacen, buscan, pierden, alcanzan,
evolucionan; es, en resumidas cuentas, el plano de todo lo que acaece y
podemos ver en la superficie del texto. Como el análisis semiótico es un
análisis inmanente cuyo objetivo es buscar las condiciones internas de la
significación, no se ocupa, en primera instancia, del plano de la manifes­
tación. El análisis semiótico consiste en poner en evidencia el dispositivo
productor del sentido.
El plano de la inmanencia es el plano de lo que sucede en el “inte­
rior” del texto y a causa del cual sucede todo lo que sucede en el plano de
la manifestación. El plano de la inmanencia está compuesto por dos tipos
de estructuras: una estructuras superficiales y una estructuras profundas.

16. Op. cit., p. 24.

220
L a semiótica barthesiana

En las estructuras superficiales, la semiótica greimasiana prácticamente


asume los dos más antiguos y básicos componentes de los textos: la
narratividad y la descripción, estructuras cronológicas y estructuras es­
paciales, conviviendo juntas y conformando las apariencias del texto. Las
estructuras profundas también son de dos tipos: relaciones clasificadoras
de los valores de sentido, por una parte, y, por otra, operaciones de tipo
lógico que organizan el paso de un valor a otro.
Puesto que, como se ha dicho, las estructuras superficiales, son
narrativas y descriptivas, en el análisis se trata de ver cuáles son cada una
de estas estructuras. Así, pues, las narrativas se estructuran en enuncia­
dos -d e acción o de estado- mientras que las descriptivas giran en tomo
a las figuras y conforman lo que los greimasianos llaman “conjuntos
figurativos” . Los papeles descriptivos de los personajes de un relato, por
ejemplo, desembocan en papeles temáticos.
Las estructuras profundas, por su parte, se construyen en torno al
concepto de isotopía.17 Isotopía es, en resumidas cuentas, la redundancia
o iteración de rasgos mínimos a lo largo de una cadena sintagmática que
permite aclarar y eliminar las ambigüedades del texto. La isotopía suele
ser definida como un plano común que hace posible la coherencia de un
dicho o, en palabras de Greimas, como “un conjunto de categorías
semánticas redundantes que permiten la lectura uniforme de una histo­
ria”. Si la isotopía es, como decía, una forma de redundancia,18 de hecho
se manifiesta en una serie de pequeñas marcas marginales que indican las
circunstancias de la acción.
Puesto que estamos en las estructuras profundas en donde se gesta el
significado, cabría preguntarse ¿cuáles son las unidades mínimas de
significado? El análisis semiótico a este nivel va en busca, efectivamente,
de las unidades mínimas de significado. Llega, así, a los semas y clasemas.19
Se trata de una descomposición de las figuras -d e que hablaremos luego-

17. Para una exposición del concepto de isotopía puede verse Helena Beristáin, Diccionario de Retórica y
Poética, tercera edición, M éxico, Porrúa, 1992, pp. 285 y ss.; véase, desde luego, A. J. Greimas / J.
Courtés, Semiótica, citada en la bibliografía; y, obviamente, el mencionado Análisis... del GdE. Una
lectura especialmente útil sobre este respecto es Lector infabula de Umberto Eco, pp. 131 y ss.
18. A. J. Greimas, Du sens, Op. cit., p. 188.
19. Véase la Introducción a la semiótica narrativa... de J. Courtés, pp. 44 y ss.

221
E n pos del signo

de la misma manera como se descompone un fonema en rasgos distinti­


vos: una figura lexemática, por tanto, se descompone en sus sememas y
cada uno de éstos en sus semas correspondientes.20 Todo esto viene a
desembocar o más bien está edificado en el cuadrado semiótico que es
como el resorte que mueve al resto de las piezas en un proceso de
significación. Es la clave de todo lo que sucede en los niveles superiores
del texto.

F ig u r a s y a c t a n t e s

En efecto, las estructuras descriptivas están configuradas en tomo, prin­


cipalmente, a las figuras. Las figuras son las unidades de contenido. El
análisis de figuras consistirá en determinar el valor de las figuras que
aparecen en el texto: qué figuras hacen la función de sujeto, qué figuras
hacen la función de objeto; cuáles de destinador o de destinatario y
cuáles, en fin, de ayudante o de oponente. La semiótica greimasiana
clasifica, en efecto, a los protagonistas de los textos según seis funciones
constantes que llama actantes. Greimas admite seis actantes o constantes
funcionales en los relatos: en primer lugar, el objeto de una petición, un
deseo o una búsqueda; al sujeto corresponde el objeto que es el término
de la petición, búsqueda o deseo del sujeto; la siguiente pareja de actantes
está constituida por el destinador que es el que envía el objeto y el
destinatario que recibe este objeto; finalmente están el adyuvante que,
como su nombre lo indica, ayuda al sujeto en su búsqueda, y el oponente
que se opone a ello.
Como se puede ver, el concepto de actante es uno de los más
importantes del proyecto semiótico de Greimas. Cabe decir aquí que el
origen del concepto de actante se remonta, en buena medida, a las
investigaciones de Propp, ya reseñadas. El actante es una constante: una
función que puede ser cumplida por actores de la más variada índole: una
bruja, un ogro, un lobo, por ejemplo, tienen la misma función actancial en
los cuentos a que se refiere Propp. Un ejemplo que al Grupo de Entrevemes

20. GdE, Análisis..., p. 143.

222
L a semiótica barthesiana

gusta mucho para explicar el concepto de actante es éste. Al entrar a una


catedral gótica, dicen, amén de la majestuosidad del espacio que obliga a
levantar la mirada al cielo, lo primero que impacta al visitante es el
equilibrio del conjunto. Parecería como si las bóvedas en ojiva lucharan
con las paredes y quisieran empujarlas hacia afuera y, sin embargo, las
paredes se mantienen verticales. ¿Por qué? Al salir al exterior encontra­
mos la respuesta: constatamos que hay unos arbotantes que contraba­
lancean el empuje de las bóvedas; como si las paredes, por tanto,
estuvieran siendo empujadas hacia afuera por las bóvedas y hacia adentro
por los contrafuertes con dos fuerzas que al contrarrestarse recíproca­
mente permiten a las paredes permanecer verticales. La función que
desempeñan los arbotantes es, pues, mantener el equilibrio de la cons­
trucción y hacer que las bóvedas no tumben las paredes. Si, por el
contrario, la catedral no fuera gótica sino románica, podríamos apreciar
cómo la función que desempeñan los arbotantes es desempeñada por
poderosos contrafuertes apoyados a los muros.
Empleando la terminología greimasiana, tendríamos a dos “actores”,
arbotantes y contrafuertes, diferentes que desempeñan, sin embargo, la
misma función: estamos, pues, ante un actante. Un actante contrabalancea
las bóvedas y este actante se viste de distinta manera según esté en una
catedral gótica o en una románica: la función es la misma, la apariencia es
distinta.
Este concepto permite al analista abstraer: entre la gran cantidad de
variantes como se dan en los textos de diferente especie, el analista sabe
que, empero, las funciones son muy pocas y puede dedicarse a ver cómo
se relacionan entre sí y de qué manera están revestidas en el texto. Pese a
que ya Propp había trabajado, como se ha dicho, con un concepto muy
cercano al de actante, el término “actante” fue propuesto por primera
vez por L. Tesniére en 1959 en sus Éléments de sintaxe structural21para
designar los sustantivos y sus equivalentes. De allí lo tomó Greimas “para
indicar el ente que participa en el proceso expresado por el verbo, como
si fuese el personaje de la acción” .22 Para L. Tesniére, citado por

21. Paris, Klincksieck, 1959, p. 102.


22. Giorgio Raimondo Cardona, Diccionario de lingüística , Barcelona, Ariel, 1991, ad loe.

223
En pos del signo

Greimas,23 “los actantes son los seres o las cosas que, por cualquier
razón y de una manera u otra-incluso a título de simples figurantes y del
modo más pasivo- participan en el proceso”.
Los actantes, según Greimas, son, como se ha dicho, el objeto,
sujeto, destinador, destinatario, oponente y adyuvante. Sus relaciones
forman lo que se llama el “modelo actancial” .(He aquí cómo el ya
referido Diccionario de términos literarios*organiza las tres parejas de
actantes según la propuesta de Greimas:

1. Sujeto y objeto:
El sujeto es la persona, animal personificado o cosa con intención de conseguir lo
que se ha propuesto. El objeto es la aspiración del sujeto, lo que suscita interés;
puede ser la riqueza, la sabiduría, el amor, la felicidad, el aumento de sueldo.
2. Destinador y destinatario:
El destinador o dador suele ser una abstracción: la sociedad, el destino, el tiempo,
etc., aunque puede encamar a una persona. El destinatario suele coincidir con el
sujeto, desea siempre algo o a alguien.
3. Adyuvante y oponente
Inciden en la relación surgida entre el sujeto y el objeto, también determinan las
aventuras y los obstáculos que ha de recuperar el sujeto.24

Sin embargo, para Greimas el actante actúa y está a nivel del texto.
Por tanto, más que a nivel de personajes, los actantes hay que buscarlos
en el nivel ffástico pues el actante es, de hecho, el “ente que participa en
el proceso expresado por el verbo, como si fuese el personaje de la
acción”.25 En general, pues, es el “sujeto, animado o inanimado, que
participa en la acción verbal” .26 Según esto, en la frase “Juan no pudo
comprar la casa que tanto anhelaba” tanto “Juan” como “casa” hacen
las veces de actante con respecto al verbo “comprar”: el primero como
sujeto y el segundo como objeto. Para que el lector vea cuál es el nivel del
actante reproducimos el siguiente cuadro:

23. A. J. Greimas / J. Courtés. Semiótica, diccionario razonado de la teoría del lenguaje, tomo I, Madrid,
Gredos, 1982, ad loe.
24. María Victoria Ayuso de Vicente / Consuelo García Gallarín / Sagrario Solano Santos, Diccionario de
términos literarios, Madrid, Ed. AKAL, 1990, ad loe.
25. Giorgio Raimondo Cardona, Diccionario de lingüistica, Barcelona, Ariel, 1991, ad loe.
26. Ramón Cerdá (coordinador). Diccionario de lingüística, México, rei, 1991, ad loe.

224
La semiótica barthesiana

NIVEL SISTEMA DEL NIVEL


TEXTUAL PERSONAJE DE
EXISTENCIA

NIVEL IV Intérpretes Personaje


Representación perceptible
ESTRUCTURA

NIVEL III Actores Estruc. discursiva


SUPERFICIAL Superf. Textual Motivos, temas
de la intriga
NIVEL II Actantes Roles
Estruc. narrativa
ESTRUCTURA
Sint, del relat. Lógica de acciones

NIVEL I Operadores Estructuras


PROFUNDA lógicos elementales de la
Estruc. lógica significación

En efecto, para explicar la relación que hay entre los diferentes


niveles de existencia de un personaje en un texto se puede echar mano de
la elemental y conocida distinción aplicada por Greimas a los relatos
entre estructura superficial y estructura profunda. En la estructura super­
ficial constaría, a su vez, de dos niveles: el nivel IV o nivel de la
representación (por ejemplo en una representación teatral) en donde cada
personaje está representado por un intérprete y su nivel de existencia es el
personaje perceptible.
El segundo nivel de la estructura superficial es el nivel III, nivel de la
superficie textual, en donde los personajes son los actores o personajes
que en la construcción actancial greimasiana son

una concreta y definida materialización de la función sintáctica, o sea, del actante.


Se puede identificar con cualquier ser capaz de ser responsable de acciones
(animales, personas, ideologías, etc.), y el actor puede ser más de una categoría
actancial (un mismo personaje puede ser sujeto y beneficiario a la vez del

225
En pos del signo

proceso), o desdoblarse en varios actores (el oponente se resuelve en varias


personas y/o convenciones sociales, etc.).27

Bajo la estructura superficial subyace la estructura profunda a la que,


a su vez, corresponden dos niveles: el nivel II o nivel de la sintaxis del
relato, y el nivel I o nivel de la estructura lógica. El nivel de la sintaxis del
relato el personaje correspondiente es el actante. Los actantes son entida­
des generales, no antropomórficas y no figurativas; además, “tienen sólo
una existencia teórica y lógica en el sistema lógico de la acción o de la
narratividad”.28 En cambio, el nivel I es el nivel de las estructuras
elementales de la significación: “las relaciones de contrariedad, contra­
dicción e implicación entre diferentes universos de sentido forman el
cuadro lógico”.29 Un actante es representado por varios actores.
El concepto de actante tiene una mayor extensión en semiótica
literaria que el término personaje al cual substituye en la terminología
greimasiana y que el dramatis personae de V. Propp: “pues no sólo
comprende los seres humanos, sino también a los animales, los objetos o
los conceptos”.30 Si bien L. Tesniére es el inventor del término “actante”,
han sido las investigaciones de V. Propp las que han dado con la
categoría. Las siete funciones a que reduce los innumerables personajes
de los cuentos fantásticos que él analiza se comportan, de una manera o
de otra, como los actantes de Greimas. Para Propp estas funciones son
las siete siguientes: héroe, princesa, mandador, agresor, falso héroe,
auxiliar y donante. Ya hemos dicho que Greimas reconoce los seis
actantes que hemos mencionado arriba: sujeto, objeto, destinador, desti­
natario, oponente y ayudante. El francés E. Souriau, en su obra Les
200 000 situations dramatiques31 intentó darles un carácter más abstrac­
to a las funciones del relato fantástico propuestas por Propp y las redujo

27. Angelo Márchese / Joaquín Forradellas, D ic c io n a r io d e r e tó r ic a , c r ít ic a y te r m in o lo g ía lite r a r ia ,


tercera edición, Barcelona, Ariel, 1991, a d lo e .
28. Patrice Pavis, D ic c i o n a r i o d e l te a tr o . D r a m a tu r g ia , e s té tic a , s e m i o lo g ía , Barcelona-Buenos Aires-
México, Paidós, 1990, p. 16.
29. I b id .
30. S e m ió tic a , I, O p. c it., a d loe.
31. Paris, Flammarion, 1950.

226
La semiótica barthesiana

a seis: filosofía, mundo, Dios, humanidad, materia y espíritu. He aquí, en


un cuadro, las tres propuestas. Souriau, como puede verse, toma ejem­
plos de la filosofía escolástica:

PROPP GREIMAS SOURIAU

héroe sujeto filosofía

princesa objeto mundo

mandador destinador Dios

destinatario humanidad

agresor oponente materia

falso héroe

auxiliar ayudante espíritu

donante

Greimas distingue entre los actantes de la comunicación o de la


enunciación y los actantes de la narración o del enunciado. Los actantes de
la enunciación son: el narrador y el narratario, el interlocutor y el
interlocutario. Participan en el diálogo que es tenido como una estructura
de interlocución de segundo grado. Los actantes del enunciado, en
cambio, son sujeto/objeto, destinador/destinatario. Distingue, igualmen­
te, entre los actantes sintácticos inscritos en un programa narrativo, tales
como el sujeto de estado y el sujeto de hacer, y los actantes funcionales o
sintagmáticos que comprenden los roles actanciales de un recorrido
narrativo determinado.32
El análisis descriptivo se hace sobre los mismos elementos que el
análisis narrativo aunque no sobre los rasgos narrativos sino los demás

32. S e m ió tic a , O p. c it., tomo I, a d lo e.

227
En pos del signo

rasgos. Con las figuras pasa lo que con los lexemas como pueden
llamarse a las palabras como las trae un diccionario. Todo lexema se
compone de semas o unidades mínimas de significación. En cada lexema,
cada acepción de diccionario constituye un semema o itinerario semémico.
Las figuras funcionan de manera parecida a un lexema. De hecho, a una
figura en abstracto se le puede llamar figura lexemática. Sin embargo, los
itinerarios lexemáticos que se desgajan de cada figura son referidos
siempre a un núcleo estable: una figura lexemática, por tanto, es una
organización virtual de sentido como un lexema en abstracto lo es: una
figura es virtualmente, por tanto, un repertorio; sin embargo, una figura
ya en un texto (en un sintagma) es una figura realizada, actualizada.
La virtualidad de las figuras es asunto de la lengua, su realización, en
cambio, remite a una situación en el discurso. Aquí nos interesa enfatizar,
sobre todo, este segundo aspecto. Este tipo de análisis, en efecto, puede
valer, como se ha dicho, para un tipo de discurso como el de una fachada
de una catedral cifrada, sobre todo, en categorías topológicas. La rela­
ción entre los enunciados es, por lo general, de tipo paratáctico. En los
relatos propiamente dichos, en cambio, tenemos no un solo enunciado
sino secuencias de enunciados: un texto está constituido por una o varias
series de frases. Entonces se dan, por tanto, cadenas o redes de figuras.
Sucede, pues, en las figuras lo que con los lexemas: un tema descriptivo
consta de un núcleo estable que sirve de enlace a varios conjuntos
figurativos. Cada conjunto figurativo es un papel temático. Un conjunto
figurativo se descompone, a su vez, en semas. Los semas de un texto se
encuentran en mutua relación. Estas relaciones pueden ser de: contrarie­
dad, contradicción o presuposición.
Las operaciones, en fin, de las que hablamos arriba como el último
nivel, el más profundo del análisis semiótico, se nos presentan como el
paso de un valor a otro. Es decir, como una serie de operaciones. A una
relación de contradicción, por ejemplo, corresponde una operación de
negación, a una relación de presuposición, una operación de selección.
En el análisis greimasiano el resumen de estas relaciones se suele repre­
sentar en el llamado “cuadrado semiótico”. He aquí un esquema de los
diferentes tipos de análisis que se suelen practicar en la semiótica
greimasiana:

228
L a semiótica barthesiana

Plano de la manifestación
En los textos hay dos planos:
Plano de la inmanencia

Componente Narrativo que regula la


sucesión y encadenamiento de los
estados y los cambios.

PLANO N iv e l s u p e r fic ia l

Componente Descriptivo que regula


el encadenamiento de las figuras y
los efectos de sentido.
DE

LA
Trama de relaciones que clasifica los
valores de sentido según sus relacio­
nes.
INMANENCIA N iv e l pro fu n d o

Sistema de operaciones que determi­


na el paso de un valor a otro.
\

Como el lector puede ver, el análisis semiótico es una especie de


gramática transfrástica. Parte del supuesto de que hay una gramática del
relato, si se quiere, una gramática del texto según la cual se relacionan
entre sí los distintos elementos de que se compone un relato o un texto:
los actores del presunto relato, por ejemplo, no comparecen porque sí, ni
se comportan como se comportan según su capricho, sino que al hacerlo
están siguiendo unas reglas, las reglas de esa gramática del relato. Esa

229
En pos del signo

gramática viene siendo, finalmente, el sistema que hay detrás del proceso,
según la célebre frase de Hjelmslev. Y es precisamente por ello, porque
hay un sistema, porque hay unas reglas de funcionamiento del relato y del
texto en general por lo que cabe detectar un sentido en él. El sentido de
un texto es “lo que dice” ese texto.33
El relieve de la transfiguración de la fachada de la catedral de Valla­
dolid, al que nos referiremos más adelante, por ejemplo, es texto en el
que Moisés y Elias son actores que no pueden estar ni arriba ni abajo de
donde están; ni pueden hacer otra cosa distinta de lo que están haciendo:
conversar. Ese texto, pues, tiene su gramática que regula el comporta­
miento de cada uno de los actores que intervienen en él. En donde arriba,
abajo, izquierda, derecha, una nube, un ángel, un cayado, un libro, una
llave, son parte de un léxico. Y hay, desde luego, una gramática. Asumi­
da, en efecto, como un texto en el que hay un emisor, un receptor y un
mensaje, en la fachada de la catedral de Morelia tiene lugar un conjunto
de selecciones, por ejemplo: la nube debe ir sólo con ciertos elementos y
no con otros, algunos elementos hacen la función de nexo, etc.
La semiótica greimasiana tiene como objetivo explorar las condicio­
nes del significado de un texto, como el recién mencionado, para llegar
hasta las raíces del sentido; hurgar en las entrañas de un texto, ponerlo al
revés, para ver qué es lo que hay debajo del sentido. La semiótica
greimasiana se interesa primariamente por el funcionamiento del texto.
No interesa en un principio el sentido o los sentidos: no interesa qué dice
este texto, ni quien es el que habla en el texto, sino cómo este texto dice
lo que dice. El análisis semiótico no tiene tampoco como objetivo decir
cuál es el verdadero sentido del texto, ni se propone tampoco encontrar
un sentido nuevo e inédito. El análisis semiótico supone que lo que este
texto dice, es decir su sentido, ya es de alguna manera conocido. El
análisis lo que hace es descubrir el mecanismo que produce el sentido:
qué es lo que hace posible el significado que manifiestan los textos con
los que nos topamos, qué sistema organizado y cómo funciona, qué tosca

33. Conviene advertir que el vocablo “sentido” es ambiguo en la terminología de la lingüística. A este
respecto, existe, por ejemplo, la terminología propuesta por Eugenio Coseriu.

230
La semiótica barthesiana

o delicada armazón, qué reglas rigen la aparición del sentido. Estas son
las cuestiones que se propone contestar la semiótica. De esta manera, la
semiótica escudriña las posibilidades del sentido que tiene un texto y,
desde luego, qué sentidos puede y no puede producir. Al hacerlo, se
puede completar, precisar y aun corregir el sentido obvio. En efecto, al
ser puesto en evidencia por el análisis semiótico el mecanismo productor
del sentido, se excluyen los sentidos que ese mecanismo no puede
producir y proporciona numerosos datos que permiten fundar el conteni­
do del texto.34
Por las mismas razones, la semiótica al estilo greimasiano toma un
texto en su estado actual. Por tanto no interesan directamente al análisis
semiótico cómo se generó ese texto, ni su historia, autor o época de
composición, por ejemplo. En el análisis semiótico se toma al texto tal
cual está: se interesa en el mecanismo tal cual está funcionando. Hay un
discutible presupuesto que está detrás de esta actitud. A saber: que el
espíritu humano funciona siempre de la misma manera sin importar
época, mentalidad o cultura; que el espíritu humano obedece siempre a la
misma lógica. Cualquiera que haya estudiado la historia de la lógica sabe,
sin embargo, que no todos los niveles de la lógica forman parte de la
“naturaleza” humana; que hay niveles de la lógica de índole histórica y
cultural. Sin embargo, los niveles de lógica a donde aspira a llegar el
análisis semiótico son los mismos en el espíritu humano.
Por otro lado, cabe decir que el análisis semiótico es un acto de
lectura: por tanto, entre mayor sea la capacidad de leer por parte del
lector, más completa será la lectura. Estrictamente hablando, el sentido
no pertenece sólo al texto: surge en el encuentro entre el lector y el texto.
Si bien el análisis impide que el lector se desvíe proponiendo sentidos
arbitrarios que no corresponden a lo que el texto quiere significar, no
exime al lector de cierta capacitación mínima, indispensable a la lectura,
como conocer la cultura y el estilo de la época, que condicionan la
significación y, por ello, la comprensión del texto mismo. Pese a ello,
Greimas solía proclamar como principio fundamental del análisis semiótico

34. Cfr. A nálisis: 16-19.

231
En pos del signo

el que “fuera del texto no hay salvación”. Lo que cuenta es lo que el


texto dice no lo que se encuentra fuera de él.
L a semiótica se atiene a una lógica binaria según la cual pensamos
únicamente por oposición. Es principio básico del análisis semiótico,
tomado del estructuralismo, que no existe sentido más que en la diferen­
cia. Como lo hemos ya señalado, la semiótica greimasiana es deudora,
como muchas otras de las metodologías de análisis del discurso, de la
fonología praguense. El rojo se define por su relación con los demás
colores del espectro, la vida adquiere sentido en relación con la muerte, la
prohibición da sentido al permiso, la riqueza a la pobreza, etc. En cierta
medida, la invención de la fonología está a la base de esta propuesta de
semiótica. Para entender, por tanto, la generación del sentido desde la
perspectiva semiótica, bien haría estudiar cuidadosamente las reglas
propuestas por Trubetzkoy en sus Principios de fonología.35
Otro de los supuestos básicos de la semiótica greimasiana, relaciona­
do con el anterior, por otro lado, consiste en sostener que todo texto está
edificado sobre una o dos oposiciones fundamentales que son las que
determinan su estructuración. Son los principios lógicos universales a
que nos referíamos arriba.
Finalmente, la propuesta semiótica de Greimas sostiene que hay una
estructura profunda y una estructura superficial. Ya la gramática
generativo-transformacional ha trabajado mucho sobre este esquema,
que tanto arraigo tiene en la tradición lingüística.36 La estructura superfi­
cial es el nivel de la actuación y está siempre determinado por una lógica
a blanco y negro que descansa sobre una axiología rudimentaria: el lugar
donde brota y donde se justifica la ideología. Es decir, de esas oposicio­
nes fundamentales que se dan en el fondo, se deriva por qué los actores,
en la superficie de un relato y/o de un cuadro de Rubens, se comportan
como se comportan: de estas oposiciones fundamentales se produce el
sentido. Estas oposiciones fundamentales son, por tanto, el resorte últi­
mo del texto que mueve a todos los otros mecanismos. Como ya he

35. En español, puede verse la edición de Ed. Cincel, Madrid, 1973.


36. En su Lingüística cartesiana , Noam Chomsky traza las principales líneas de esta tradición y en
Estructuras sintácticas muestra sus posibilidades para explicar el proceso del habla.

232
La semiótica barthesiana

dicho, el análisis semiótico tiene como objetivo “bucear”, yendo de la


superficie a las profundidades del texto, para dar con este resorte último
que determina todo lo que sucede en los demás niveles del texto y es, en
resumidas cuentas, el que hace mover a todos los demás mecanismos.
El análisis semiótico, por tanto, se convierte en un acto de desmontaje:
quitar cada uno de esos mecanismos que están más arriba hasta dar con el
mecanismo que lo mueve todo, estas oposiciones fundamentales. Pero
este desmontaje debe ser hecho con un cuidado estratigráfico como el del
arqueólogo que registra acuciosamente el lugar y nivel en que cada pieza
fue encontrada y las otras piezas con que se hallaba. La organización de
estas oposiciones fundamentales, tal cual la propone la semiótica
greimasiana es, como lo hemos mencionado, de índole lógica y desembo­
ca en el ya mencionado cuadrado semiótico. En palabras del Grupo de
Entrevemes,

El cuadrado semiótico debe ser entendido como un mecanismo, es decir, como un


conjunto organizado de relaciones, capaz de dar razón de las articulaciones del
significado. Gracias a ese “instrumento” podremos evaluar y ordenar todos los
elementos cuyas relaciones rigen la manifestación del sentido de un texto. La
aplicación del cuadrado semiótico a un texto debe permitimos identificar las
oposiciones y las relaciones pertinentes para ese texto y descubrir cómo se verifica
el funcionamiento de esas oposiciones y relaciones. En otras palabras, la aplica­
ción del cuadrado semiótico debe hacer posible representar, para un texto dado, la
forma del sentido.37

E l análisis en acción

Como ya dije, en el proyecto de semiótica propuesto por Greimas el


análisis va siempre de arriba hacia abajo, de lo que se ve a lo que no se ve,
con las categorías arriba esbozadas se puede ir al desmontaje. Como es
obvio, lo que se desmonta es un sistema semiótico o texto. Por tanto, en
un acto de análisis semiótico lo que tenemos frente a nosotros es un texto
asumido como sistema semiótico. Desde luego, las maquinarias que
producen el sentido no constan sólo de las “piezas grandes” a que aquí

37. A n álisis: 162.

233
E n pos del signo

nos hemos referido. Están hechas de pequeñas piececitas, a veces minús­


culas, que requieren de “agudeza visual” por parte del analista, para
distinguirlas. Los dos tomos del Diccionario de semiótica de Greimas/
Courtés, varias veces mencionado, nos dan una idea de lo complejo que
puede ser un mecanismo productor de significación. Por lo demás, al
documentar los pasos del análisis semiótico al estilo greimasiano, por
obvias razones de pertinencia textual, no lo hacemos frente a un texto.
Remitimos al lector, por tanto, ya a Maupassant. La sémiotique du texte:
exercices pratiques, ya a Análisis del Grupo de Entrevernes. Los ejem­
plos están tomados, por lo general, de estas obras.
Como en el ejemplo del desmontaje de un reloj, ejemplo muy aprecia­
do por el Grupo de Entrevernes, el análisis semiótico se propone no sólo
descubrir qué es lo que hace que las manecillas se muevan de la manera
que se mueven, sino cómo se transmite el movimiento hacia ellas. En los
antiguos relojes, empezamos por las manecillas y llegamos hasta la
cuerda; en los actuales relojes de cuarzo, hasta la batería. El análisis
semiótico debe mostrar cómo la energía de la batería, por ejemplo, llega
de esa manera hasta las manecillas. Una poca energía, en principio
amorfa, va asumiendo una forma precisa a través de un mecanismo. Los
mecanismos de un sistema semiótico determinan y dan forma al rudimen­
tario principio lógico que sustenta la construcción. Éste es, como ya
decía, otro de los principios básicos de la semiótica greimasiana.
Como advertí al comienzo, estoy dando vueltas de lo general a los
pormenores de cada uno de los niveles, del bosque a los árboles. Volva­
mos, pues, a los dos niveles, ya mencionados, que hay en todo texto no
importa cual sea la “substancia”. Recordemos, además, que es el nivel
profundo el que nos da razón del comportamiento de los actores en el
nivel superficial. Y empecemos, como debe ser en el análisis semiótico
por la superficie. Como el nivel superficial consta, según se ha dicho ya
también, de un componente narrativo y un componente descriptivo,
veamos con más detalle de qué consta cada uno de ellos, ya que la teoría
del texto ha trabajado poco sobre estas dos estructuras fundamentales de
los textos.
El componente narrativo, el más superficial de los dos, es el que
regula la sucesión y encadenamiento de los estados y transformaciones.

234
La semiótica barthesiana

Se llama narratividad, en semiótica, al fenómeno de la sucesión de


estados y transformaciones. Por eso decíamos que en todos los textos
hay un nivel narrativo. Siempre hay una búsqueda, un caminar hacia
adelante o hacia atrás: hay, en fin, movimiento. Un estado se enuncia por
medio de los verbos “ser” (estar) o “tener” : el protagonista está alegre,
es esto o aquello. Un cambio se enuncia por medio del verbo “hacer” (o
un verbo de acción): el protagonista compra algo precioso, por ejemplo.
Es decir, tiene algo que no tenía. Vayamos, pues, al

A nálisis en el componente narrativo

Tenemos un texto hecho de lo que sea y nos proponemos analizarlo.


Como hemos quedado, empezamos por lo que tenemos más a la vista: es
decir por la superficie y, en concreto, por el componente narrativo. El
componente narrativo nos muestra la parte más movible de un texto, es el
lugar del comportamiento de los actores del texto. Los personajes reali­
zan una serie de acciones que los hace, por tanto, pasar de un estado a
otro; sufrir transformaciones en el sentido ya dicho.
Si, como se ha dicho, es la diferencia la que engendra el sentido, el
análisis semiótico se resume en reconocer y describir las diferencias que
van apareciendo en la sucesión de los textos. Los personajes, en efecto,
evolucionan a lo largo del relato: el personaje A tiene a X y luego, al final,
lo pierde. El personaje A tiene a X, es un estado; el personaje A no tiene
a X, es otro estado. La evolución de un personaje en un texto cualquiera
consiste, por tanto, en una serie de diferencias, en el paso de una serie de
estados de dicho personaje.
Si analizáramos un texto desde el punto de vista de la narratividad, se
podría decir que consiste en una sucesión de estados y de cambios de
esos estados: en palabras de esta semiótica, se trataría de una sucesión de
estados y transformaciones. Un estado A se transforma en un estado B
que, a su vez, se transforma en un estado C y así sucesivamente hasta el
estado final. La narratividad de un texto, pues, consiste en la sucesión de
estados y de cambios que se manifiestan en el discurso. Esta sucesión
-y a lo hemos dicho- es la responsable de la producción del sentido.

235
En pos del signo

Analizar un texto desde el punto de vista de la narratividad, consiste


en dos cosas: 1) identificar los estados y los cambios que ese texto tiene.
2) Una vez identificados los estados y los cambios que constituyen el
programa narrativo de un texto, hay que representar rigurosamente las
divergencias; es decir, las diferencias que los estados y cambios dejan ver
bajo el modo de la sucesión. Todo texto, sea cual sea su índole, tiene un
componente narrativo y puede ser objeto de un análisis narrativo. Lo que
pasa es que en los relatos -propiamente tales- son una clase particular de
textos en la que los estados y cambios se atribuyen a personajes
individualizados.38

Los ESTADOS Y LOS CAMBIOS

Siendo, como es, tan importante el papel que para la narratividad desem­
peñan los estados y los cambios hay que detenemos un poco en ellos.
Como ya dijimos más arriba, un estado se enuncia por medio de los
verbos “ser”, “estar” y “tener” que son llamados, por ello, “verbos de
estado” : el personaje A “es” un ignorante, “está” oprimido por una
gran pena o “tiene” mucho dinero.
Un cambio, por el contrario, se enuncia mediante un verbo de acción
(tipo “hacer”) como: comprar, vender, encontrar, etc. Por lo general,
son los verbos considerados como “transitivos” por la antigua gramáti­
ca. Hacer el análisis narrativo de un texto, analizar su narratividad,
equivale a hacer un inventario tanto de los enunciados de “estado” como
de los de “acción” : clasificar los enunciados de estado y los de acción
que hay en el texto sujeto a análisis.
Una característica de este tipo de análisis, como ya dijimos, es que se
trata de análisis transfrástico. Por tanto, los enunciados de estado y de
acción que contiene un texto no coinciden exactamente con las frases del
texto. Hay también aquí, se puede decir, dos niveles: las frases u oracio­
nes con que se topa el lector del texto constituyen lo que hemos llamado
el nivel de la manifestación. Es el nivel de la gramática tradicional, el nivel
frástico. Este nivel de manifestación se contrapone al “nivel construido”

38. A n á lisis : pp. 23 y ss.

236
L a semiótica barthesiana

en el que se disponen los elementos que pertenecen a la gramática


narrativa: los enunciados tanto de estado como los de acción pertenecen
al nivel construido. Es decir, las configuraciones que interesan a la
semiótica son de índole translingüística. Sucede como en los mitos: un
mitologema es siempre una configuración translingüística.

E l sujeto y el objeto

Un enunciado de estado expresa, en realidad, la relación entre un sujeto


(S) y un objeto (O). Ambos son funciones (actantes o papeles actanciales):
no se trata de la relación de una persona con una cosa. El papel de sujeto
puede ser desempeñado por una cosa y viceversa: en el ya referido caso
de las muros góticos que hacen las veces de sujeto, mientras que el objeto
es una abstracción, la verticalidad. La relación sujeto/objeto es perma­
nente y recíprocamente se implican: no existe sujeto sin objeto, como no
existe padre sin hijo. Por otro lado, todo objeto se define por su relación
con el sujeto y viceversa.
El análisis procede haciendo un inventario, de tipo transffástico, de
las diferentes situaciones que se van dando en la relación entre sujeto y
objeto. De hecho sólo se dan dos posibilidades: o bien el sujeto “tiene”
al objeto o el sujeto “no tiene” al objeto. Al primer caso se le llama
relación de unión, al segundo, relación de desunión y se representan de la
misma manera que en la teoría de conjuntos.
En otras palabras, para analizar la narratividad de un texto, Greimas
utiliza el mismo lenguaje simbólico de la teoría de conjuntos. Como he
dicho, estos son los únicos dos tipos de enunciados de estado posibles.
Un cambio es definido en el seno de la semiótica greimasiana como
“el paso de una forma de estado a otra” . Hay dos formas de cambio y
solamente dos: cambio por unión y cambio por desunión. En el primer
caso, primero el sujeto “no tiene” el objeto y luego el sujeto “tiene” al
objeto: pasa de no tenerlo a tenerlo. Es decir: el sujeto adquiere el objeto.
En el segundo caso, en cambio, primero el sujeto tiene al objeto y luego
el sujeto no tiene al objeto. Es decir, el sujeto pierde el objeto. Que el
sujeto adquiera o pierda al objeto son, como decía, las únicas dos formas
de cambio. Desde luego, en texto puede haber varios sujetos y varios

237
En pos del signo

objetos y son también varias las posibilidades de combinación entre estas


formas de cambio.

E l programa narrativo

La semiótica greimasiana llama programa narrativo (PN) a la sucesión de


estados y cambios que se encadenan a partir de una relación S-0 y de su
transform ación. Todo relato consta de al m enos un program a
narrativo.¿Por qué llamarlo programa narrativo? ¿Por qué no llamar a esa
sucesión de estados y cambios simplemente “secuencia narrativa”? Se le
llama “programa narrativo”, según los greimasianos, porque el análisis
semiótico parte del supuesto, como ya hemos dicho, de que este encade­
namiento de estados y cambios, no se realiza al azar sino que tiene una
lógica: apunta siempre hacia una dirección buscada. El describir la orga­
nización del PN permite dar cuenta de ese encadenamiento regulado.
Desde luego, los otros análisis permitirán descubrir cual es esa lógica que
rige el programa narrativo y qué es lo que se propone.
De hecho, en un texto puede haber varios cambios y en rigor cada
uno de ellos aglutina un programa narrativo. Es decir, el programa
narrativo principal siempre se ramifica en programas narrativos secunda­
rios. Sucede como en un filme: hay un perno, una acción sin la cual el
protagonista no hubiera hecho lo que hace y el filme no hubiera sido este
filme. Es el perno nuclear de la trama. Por tanto, esos cambios y esos
programas narrativos colaterales no son igualmente importantes. En
la práctica, el programa narrativo se basa en el cambio principal. En el
ejemplo que se ha venido mencionando el relato se centra en el programa
narrativo de derroche del oro.

E l concepto de realización

Se llama “realización” a toda actuación de un realizador que provoca un


cambio de estado. En el ejemplo que nos ocupa, el programa narrativo se
realiza mediante el paso de una unión a una desunión: es el relato de una
pérdida. La realización presupone un realizador al que se le da el nombre
de “sujeto agente”. El sujeto agente tampoco es un personaje, es una

238
La semiótica barthesiana

función.La semiótica greimasiana de la narratividad distingue dos tipos


de sujeto: el sujeto de estado y el sujeto de acción o sujeto agente.
El sujeto de estado es, simplemente, el sujeto de una relación de
unión o de desunión con respecto a un objeto. El sujeto agente, en
cambio, es el sujeto de una realización: también se le conoce como sujeto
de acción. La relación del sujeto agente con la acción define el enunciado
de acción. Se trata, como se ve, de formulaciones generales en tomo a
actantes y papeles actanciales.

La capacidad

Es uno de los conceptos más importantes del análisis greimasiano. Para


que sujeto agente pueda llevar a cabo la realización del cambio debe ser
capaz de hacerlo. Se llama capacidad, pues, a las condiciones necesarias
que debe tener el sujeto agente para realizar el cambio. En el texto de
Daudet, por ejemplo, el amigo que roba al hombre del cerebro de oro
posee el conocimiento del secreto: el saber es un elemento de su capaci­
dad, una condición necesaria para realizar el robo.
Greimas reduce a cuatro elementos la capacidad del sujeto: el deber-
hacer, el querer-hacer, el poder-hacer, el saber-hacer. La adquisición de
capacidad por parte del sujeto puede constituir un programa narrativo
subordinado al programa principal. A partir de estos elementos se da la
cualificación (modalización) de cada uno de los enunciados de acción.39
Este es, a grandes rasgos, el análisis narrativo. Como se ve, sólo tiene
en cuenta una parte de los elementos constitutivos de un texto: el
componente narrativo. Lo que hemos hecho hasta aquí es explicar el
metalenguaje de la gramática narrativa. Su finalidad es señalar las dife­
rencias (responsables del sentido percibido en la lectura) en la sucesión
de los estados y de los cambios: describir la narratividad del texto. Para
ello se desmonta (analiza) el texto en enunciados de estado (ser o tener) y
en enunciado de acción (hacer).
El análisis de la narratividad de un texto, a partir de esta rudimentaria
herramienta, desemboca en aplicaciones más complejas que las mencio­

39. Cfi. A n á lisis : pp. 43 y ss.

239
En pos del signo

nadas hasta ahora como ejemplos: se puede dar el desdoblamiento tanto


de los enunciados de estado como de los programas narrativos. Puede ser
que varios sujetos pretendan un mismo objeto, en ese caso entra el
concepto de oponente o antisujeto, del cual ya hemos hablado.40

A nálisis en el componente descriptivo

El análisis del componente narrativo ha puesto de manifiesto una red de


relaciones y actuaciones capaz de engendrar la organización narrativa del
discurso: la forma narrativa abstracta. Esta forma narrativa abstracta se
va cargando de contenidos específicos que varían de texto a texto. Las
formas narrativas por su carácter actancial pueden ser revestidas por
distintos actores. Aunque el análisis narrativo pertenece propiamente al
estudio del significado, no lo agota: hay que examinar también las formas
descriptivas generadas por el componente descriptivo.
La tarea del análisis descriptivo se ejerce sobre los mismos elementos
que la del análisis narrativo, pero toma aspectos que el análisis narrativo
dejó de lado. Las unidades del análisis descriptivo, como se ha dicho, son
las figuras. Las figuras, pues, son unidades de contenido que sirven para
calificar, para de alguna manera dar cuerpo a los papeles actanciales y a
las funciones que éstos cumplen.
Hay varias maneras de considerar las figuras: como figuras lexemáticas
basadas en lexemas que, para efectos del análisis, equivalen a las palabras
tal cual aparecen en el diccionario; las figuras en el discurgo^por ejemplo,
el" vocablo “cabeza” podría ser considerado como una figura. Es, desde
luego, una figura simple definida como “parte del cuerpo que contiene el
cerebro y en la que se encuentran la mayor parte de los órganos de los
sentidos”. Puede aparecer en enunciados como:

1. Le golpearon en la cabeza (cabeza en sentido del diccionario: anatómico).


2. N o ha sentado cabeza (cabeza como sede del cerebro, símbolo de la inteligencia,
de la mente: mental).
3. Les dieron una torta por cabeza (cabeza como individuo: numérico).41

40. Análisis: pp. 93 y ss.


41. Análisis: 11

240
La semiótica barthesiana

Este tipo de figuras se basan en un núcleo estable, como sucede en los


diccionarios, a partir del cual se derivan los tres itinerarios semémicos ya
mencionados. Hay, pues, una figura lexemática que funciona como orga­
nización virtual de sentido. En el discurso aparecen como una red de
figuras lexemáticas ligadas entre sí. A esa red de figuras se le llama
conjunto figurativo. Las redes de figuras que exhibe un texto contribuyen
a definir a los personajes de que se trata el relato: los personajes son
definidos principalmente por las figuras si se reducen los conjuntos
figurativos a papeles descriptivos denominados papeles temáticos para
distinguirlos de los papeles actuantes que definen la posición que tiene el
actor dentro de un programa narrativo. En esto consiste, a muy grandes
rasgos, el análisis nivel superficial de un relato.42
Pues bien, el componente descriptivo regula en un texto las figuras y
los demás componentes de sentido. Aunque de las figuras ya hemos
hablado mucho arriba, regresamos para ahondar en el tema para ver
cómo funcionan en un texto y cómo las puede identificar un analista. En
semiótica, en efecto, se llama figura a un elemento relativamente
reconocible en la lectura: “libro”, “casa”, “ventana”, “el cumpleaños
del padre”, etc. Se trata de pequeñas unidades de contenido que se
identifican como tales sin importar de dónde les viene el principio de
unidad. Cuando asumimos, por ejemplo, “el cumpleaños del padre”
como una figura del mismo nivel descriptivo que “libro” es que atribui­
mos a ese sintagma como una unidad objetivable.
Estos elementos de contenido pueden reconocerse en la lectura:
pertenecen a la “memoria discursiva” del lector. Las figuras están
dispuestas en recorridos figurativos. Nuestra memoria de lector juega al
estilo de un diccionario de figuras. Es el nivel virtual de la figura: el texto
que se analiza, sin embargo, hace un uso particular de la figura. Para
encontrar este uso particular hay que rastrear la figura a lo largo del
texto. Por ejemplo, la figura “ventana” puede tener varios usos en el
texto: una ventana que se abre para recibir una serenata, una ventana que
se cierra para que no se cuele el aire frío, una ventana entreabierta por la

42. A nálisis: pp. 116 y ss.

241
En pos del signo

que se espía, una ventana por la que el protagonista recibe una orden
secreta, etc. Todos estos usos de la figura “ventana”, dentro de un texto,
constituyen un recorrido figurativo que es el que permite precisar el
contenido de la figura: la manera como el texto la utiliza e interpreta.43
Como se ha dicho, el componente descriptivo también incluye los
valores temáticos. La forma de los recorridos figurativos es propia de
cada texto: el análisis semiótico tiene como finalidad, precisamente,
poner de manifiesto esa singularidad. En semiótica se trata de ver qué es
lo que hace el texto con las figuras, cómo las clasifica y ordena, y en
determinar en nombre de qué se ordenan así estas figuras para constituir
estos recorridos figurativos y no otros. Ello da pie a la función clasificante
y contextual de las figuras. Se trata por tanto de buscar los valores
temáticos que asumen los recorridos figurativos.
Como se ha dicho, todas estas operaciones son aplicables a textos no
verbales. Así, en la fachada central de la catedral de Valladolid, el
“ángel” es una figura que, por tanto, hace su recorrido: unos ángeles
sirven para configurar el cielo, otros ángeles desempeñan el papel de
sirvientes, otros ángeles forman un coro, otros ángeles son soldados,
otros son cargadores, etc. Esto es lo que hace el texto con esta figura: así
la clasifica y ordena. ¿Por qué? Las respuestas -q u e hay que analizar
cuidadosamente- son varias.
Si como se ha dicho, en el nivel profundo hay también dos planos en
que se organizan los elementos: una red de relaciones que nos permite
clasificar los valores de sentido y un sistema de operaciones que organiza
el paso de un valor a otro, hemos dado con el secreto del sentido del
texto, qué quiere y qué no quiere, qué considera bueno y qué malo.
Hemos dado, pues, con las reglas del juego vigentes en el texto.44 Y, una
vez que se ha hecho esto, el juego se ha acabado: el análisis semiótico ha
terminado porque se ha puesto de manifiesto el mecanismo que produce
el sentido del texto.

43. Cfr. Análisis: pp. 111 y ss.


44. Análisis: pp. 155 y ss.

242
X
LA SEMIÓTICA ITALIANA

U mberto E co y su tratado de semiótica general

Cuando se habla de semiótica italiana, el nombre que primero se viene a


la mente es el de Umberto Eco. Conviene, entonces, hacer una aclaración
inicial: por una parte, la semiótica italiana, tal cual se da en la actualidad,
no es sino una filial de la semiótica francesa de la más pura tradición
barthesiana. Hay muchas razones que apoyan esta afirmación; mas por la
naturaleza de este libro no las discutiremos. Por otra parte, Umberto Eco
brilla con luz propia: en muchos aspectos rebasa la reflexión francesa y es
como una síntesis de la moderna semiótica contemporánea.
Nacido en Alessandria (Piamonte) en 1932, Umberto Eco se doctoró
en filosofía por la Universidad de Turin con la tesis II problema estético
in Tomasso d 'Aquino, publicada en 1956. Su arribo a la semiótica fue a
través de su temprano interés por la estética como se ve ya en su tesis
doctoral. No sólo fecundo escritor, Umberto Eco ha desarrollado una
amplia labor magisterial en Italia, América Latina y Nueva York. Desde
que en 1967 publicó sus Appunti per una semiología de delle
comunicazioni visive (Milán, Bompiani, 1967), se ocupó de la cuestión
del carácter icónico de la cultura; y al año siguiente, se vuelve a ocupar de
la cuestión en La struttura assente (Milán, Bompiani, 1968); como lo
hará, tres años más adelante, en Le forme del contenuto (Milán, Bompiani,
1971) y en II segno (Milán, Isedi, 1973). Toda esta trayectoria de
investigación llega a su punto de madurez en su libro cumbre sobre
semiótica: Tratado general de semiótica publicado en 1976, original­
mente en inglés, bajo el nombre de “teoría semiótica” .

243
En pos del signo

El Tratado es, en efecto, una especie de “Summa semiótica ” de la


obra de Eco bajo el epígrafe de Pascal: “que no se diga que yo no he
dicho nada nuevo: la distribución de los contenidos es nueva”.
Empieza el libro con una magna introducción cuyo título es de por sí
significativo: “Hacia una lógica de la cultura”. En esta introducción,
muy ordenada como todo el resto del libro, se plantea Eco los límites y
fines de una teoría semiótica. Tras discutir el status epistemológico de la
semiótica, Eco traza el espectro del universo semiótico. El nivel más bajo
lo constituyen una serie de signos naturales como el estímulo, la señal y la
información física. El nivel más alto lo constituye la cultura tenida por
Eco como un fenómeno semiótico. En este magno espectro del signo se
mueve la semiótica. El umbral inferior del signo está constituido por dos
tipos de supuestos signos:

a) Fenómenos físicos que proceden de una fuente natural y b) comportamientos


humanos emitidos inconscientemente por los emisores.
Podemos inferir -dice E co- la presencia del fuego por el humo, la caída de la
lluvia por un charco, el paso de un animal por una huella sobre la arena, etc.
Todos esos son casos de inferencia y en nuestra vida cotidiana abundan los actos
de inferencia de ese tipo.1

Es el nivel mínimo del extenso objeto de la semiótica: los signos


naturales en la medida en que proceden de una fuente natural. Eco los
considera como signos por el conocido hecho de que “existe una con­
vención que plantea una correlación codificada entre la expresión (el
fenómeno percibido) y un contenido (su causa y su efecto posible). Un
fenómeno -d ic e - puede ser el significante de su propia causa o de su
propio efecto”.12
Es el caso de la inferencia como acto de semiosis. La tesis de Eco es:
“existen inferencias que deben reconocerse como actos semiósicos”. No
es casual, dice Eco, que la filosofía clásica haya asociado con tanta
frecuencia significación e inferencia. Y cita el Leviatán (1,3) de Hobbes
que llega a definir un signo como el antecedente evidente de un conse­

1. Pág. 48.
2. Pág. 49.

244
La semiótica italiana

cuente o el consecuente de un antecedente. O como dice W olff en su


Ontología (952): un signo es “un ente del cual se infiere la presencia o la
existencia pasada y futura de otro ente”. Un segundo tipo de signos, dice
Eco, “es aquel en que un ser humano realiza actos que cualquier otro
percibe como artificios señalatorios, que revelan alguna otra cosa, aun
cuando el emisor no sea consciente de las propiedades reveladoras de su
propio comportamiento”.
Eco pone como ejemplos tanto el caso de las diferentes maneras de
gesticular que tiene un alemán, un italiano, un chino o un hebreo; como
las diferentes maneras de hablar: “esos comportamientos parecen capa­
ces de significar, aunque quien los emite no sea consciente de significar
gracias a ellos”.3

Si tanto los fenómenos de origen no humano como los de origen humano -dice
E co-, pero no intencionales, pueden considerarse signos, en ese caso la semiótica
ha invadido un territorio situado más allá de un umbral frecuentemente fetichizado:
el umbral que separa los signos de las ‘cosas' y los signos naturales de los
artificiales [...] En realidad, si cualquier cosa puede entenderse como signo, con
tal de que exista una convención que permita a dicha cosa cualquiera representar
a cualquiera otra, y si las respuestas de comportamiento no se provocan por
convención, en ese caso los estímulos no pueden considerarse como signos [...]
Decir que los estímulos no son signos no equivale a decir que el enfoque semiótico
no deba referirse también a los estímulos. La semiótica se refiere a funciones, pero
una función semiótica representa, como veremos, la correlación entre dos fruitivos
que, fuera de dicha correlación, no son por sí mismos fenómenos semióticos. No
obstante, en la medida en que están en correlación mutua, pasan a serlo y, por esa
razón, merecen la atención del semiólogo. De modo, que puede ocurrir que se
cataloguen ciertos fenómenos entre los estímulos, y que resulte que aquellos en
algún aspecto o capacidad funcionan como signos para alguien.4

Lo mismo pasa con las señales: “el objeto específico de la teoría de la


información no son los signos, sino unidades de transmisión que pueden
computarse cuantitativamente, e independientemente de su significado
posible; dichas unidades se denominan señales, pero no signos”. Las

3. Pág. 50.
4. Op. cit:. 53-55

245
E n pos del signo

señales, si bien no carecen de valor para la semiótica, forman parte, en


calidad de rasgos, del significante: constituyen el umbral inferior de la
semiótica.
El umbral superior de la semiótica, como decía, está constituido por
la cultura. Parte Eco de tres fenómenos culturales elementales que son
más comunmente aceptados en el concepto de “cultura” : “a) la produc­
ción y el uso de objetos que transforman la relación hombre-naturaleza;
b) las relaciones de parentesco como núcleo primario de relaciones
sociales interinstitucionalizadas; c) el intercambio de bienes económi­
c o s” .
Dichos fenómenos no son sólo constitutivos de cualquier cultura
(junto con la aparición del lenguaje verbal articulado), sino que, además,
son objetos de estudios semioantropológicos que muestran que “la
cultura por entero es un fenómeno de significación y de comunicación y
que humanidad y sociedad existen sólo cuando se establecen relaciones
de significación y procesos de comunicación.

Frente a esos tres fenómenos podemos formular dos tipos de hipótesis: una más
radical y otra aparentemente más moderada.
Esas dos hipótesis son: i) la cultura por entero debe estudiarse como fenómeno
semiótico; ii) todos los aspectos de la cultura pueden estudiarse como contenidos
de una actividad semiótica.

La primera hipótesis suele circular en sus dos formas más extremas:


“la cultura es sólo comunicación” y “la cultura no es otra cosa que un
sistema de significaciones estructuradas”. Eco reduce a una sola ambas
formulaciones: “la cultura por entero debería estudiarse como un fenó­
meno de comunicación basado en sistemas de significación” .
Eco revisa por separado cada uno de los fenómenos fundamentales
que definen una cultura, a) Para que “la producción de instrumentos de
uso” -p o r ejemplo que un ser vivo use una piedra para romper una nuez-
se convierta en fenómeno cultural se requiere un ser pensante que: i)
establezca una nueva función de la piedra independientemente de si la
piedra ha sido transformada o no; ii) denomine a la piedra como ‘piedra
que sirve para algo'; iii) esté en condiciones de reconocer la piedra o una
piedra igual, ‘la piedra que responde a la función F y lleva el nombre Y'.

246
La semiótica italiana

Tras mostrar que tanto el intercambio de bienes como el intercambio


de parientes tienen un carácter semiótico, Eco concluye que la cultura es
un fenómeno semiótico. Por tanto, la hipótesis de que “la cultura por
entero debe estudiarse como fenómeno semiótico” hace de la semiótica
una teoría general de la cultura.

Pero reducir la cultura entera a un problema semiótico no equivale a reducir el


conjunto de la vida material a puros fenómenos mentales. Considerar la cultura en
su globalidad sub especie semiótica no quiere decir tampoco que la cultura en su
totalidad sea sólo comunicación y significación, sino que quiere decir que la
cultura en su conjunto puede comprenderse mejor, si se la aborda desde un punto
de vista semiótico. En resumen, quiere decir que los objetos, los comportamientos
y los valores funcionan como tales porque obedecen a leyes semióticas.5

A la misma conclusión llega tras explorar la hipótesis llamada por él


moderada. A saber: “todos los aspectos de la cultura pueden estudiarse
como contenidos de una actividad semiótica”. Repasada con atención,
dice, esta hipótesis sugiere que los sistemas de significados están organi­
zados en estructuras que siguen las mismas reglas semióticas descubier­
tas por los sistemas de significantes.

En otras palabras -d ice Eco-, “automóvil” no es sólo una entidad semántica


desde el momento en que va relacionada con el significante /automóvil/; lo es
también desde el momento en que queda sistematizada en un eje de oposiciones
con otras unidades semánticas como “carro”, “bicicleta” o “pie”.

Por tanto, concluye, todas las cosas que la semiótica no puede


estudiar de otro modo entran dentro de su dominio por lo menos al nivel
de una semántica estructural: “Un automóvil (entendido como objeto
físico concreto) indica cierta posición social y adquiere un valor simbóli­
co indudable” ; eso sucede no sólo cuando “automóvil” aparece como
una clase abstracta, como contenido de un significante verbal o pictográfico
sino cuando el automóvil se presenta como objeto: “El objeto //automó­
vil// se convierte en el significante de una unidad semántica que no sólo es

5. Op. cit.: 65.

247
E n pos del signo

el automóvil sino que puede ser, por ejemplo, “velocidad”, “convenien­


cia”, “riqueza” ...” .
En consecuencia, dice Eco, “la cultura puede estudiarse íntegramen­
te desde el punto de vista semiótico”. Con un razonamiento muy hecho a
la manera de la antigua filosofía escolástica, Eco ha deslindado tanto el
objeto material de la semiótica como su objeto formal. Ha marcado tanto
el límite inferior como el superior del universo estudiado por la semiótica.
Falta un tercer umbral: el epistemológico. Depende de la definición
de la propia disciplina en función de la pureza teórica.

En resumen -d ice E co- se trata de decir si la semiótica constituye la teoría


abstracta de la competencia de un productor ideal de signos o si es el estudio de
fenómenos sociales sujetos a cambios y reestructuraciones. Por tanto, si la semiótica
se parece más a un cristal o a una red móvil e intrincada de competencias
transitorias y parciales. En otros términos vamos a preguntamos si el objeto de la
semiótica se asemeja más a la superficie del mar, donde a pesar del continuo
movimiento de las moléculas de agua y los flujos de las corrientes submarinas, se
establece una especie de comportamiento medio que llamamos “el mar” o bien a
un paisaje cuidadosamente ordenado, en el que, sin embargo, la acción humana
interpreta continuamente la forma de las instalaciones, de las construcciones, de
las culturas, de las canalizaciones, etc.

Eco en su Tratado asume la segunda hipótesis: la semiótica se parece


a un paisaje cuidadosamente ordenado, en el que, sin embargo, cuya
apariencia es cambiada continuamente por la intervención humana. Si la
semiótica se parece a eso, entonces

la investigación semiótica no se parece a la navegación, en la que la estela del


barco desaparece tan pronto como ha pasado la nave, sino a las exploraciones por
tierra, en las que las huellas de los vehículos y de los pasos, y los senderos trazados
para atravesar el bosque, intervienen para modificar el propio paisaje y desde ese
momento forman parte integrante de él, como variaciones ecológicas.6

Definido el carácter de la semiótica, Eco se dedica a construir su


herramienta: aproxima los conceptos de “significación y comunica­

6. Leer página 68.

248
L a semiótica italiana

ción”, repasa las “teorías de los códigos” y desemboca en una “teoría


de la producción de signos”, la teoría semiótica, propiamente dicha:
tipos de trabajo semiótico, juicios semióticos versus juicios factuales, el
problema de una tipología de los signos, crítica del iconismo, tipología de
los modos de producción de signos, el texto estético como ejemplo de
invención, el trabajo retórico, ideología y conmutación de código.
El Tratado termina hablando del “sujeto de la semiótica”, el sujeto
humano en cuanto actor de la práctica semiótica. Dicho sujeto es deno­
minado “semiosis” entendida por Eco como “el proceso por el que los
individuos empíricos comunican y por el que los sistemas de significación
hacen posibles los procesos de comunicación. Los sujetos empíricos,
desde el punto de vista semiótico, sólo pueden identificarse como mani­
festaciones de ese doble aspecto de la semiosis”.7

S e m ió t ic a d e l a n a r r a t iv id a d : l e c t o r in f a b u la

Lector in fabula es una especie de continuación de Obra abierta publica­


da en 1962. Obra abierta había retomado no sólo diversos estilos de
investigación entonces en boga -desde el análisis del lenguaje hasta la
teoría de la inform ación- para “identificar una serie de comportamientos
observables en muy distintas zonas del arte contemporáneo: en la pintura
informal, en la nueva música, en la narrativa, en la poesía, en el cine, e
incluso en ciertas manifestaciones de la televisión”.8El problema que allí
se planteaba Eco era:

¿Cómo una obra de arte podía postular, por un lado, una libre intervención
interpretativa por parte de sus destinatarios y, por otro, exhibir, unas característi­
cas estructurales que estimulaban y al mismo tiempo regulaban el orden de sus
interpretaciones? Como supe más tarde, ese tipo de estudio correspondía a la
pragmática del texto o, al menos, a lo que en la actualidad se denomina pragmá­
tica del texto; abordaba un aspecto, el de la actividad cooperativa, en virtud de la
cual el destinatario extrae del texto lo que el texto no dice (sino que presupone,
promete, entraña e implica lógicamente), llena espacios vacíos, conecta lo que

7. Pág. 478.
8. Así se lee en la cuarta de forros de la edición mencionada en la bibliografía.

249
E n pos del signo

aparece en el texto con el tejido de la intertextualidad, de donde ese texto ha


surgido y donde habrá de valorarse: movimientos cooperativos que, como más
tarde ha mostrado Barthes, producen no sólo el placer, sino también, en casos
privilegiados, el goce del texto.9

Y sí: en Obra abierta Eco se dedica a determinar qué aspecto del


texto estimula y al mismo tiempo regula la libertad interpretativa del
lector. Lector in fabula continúa la reflexión “sobre la mecánica de la
cooperación interpretativa del texto” . Está, pues, dentro de la línea de
las semióticas textuales: parte de ellas y las supone para reflexionar sobre
los mecanismos del lector basado en un cuento de Alphonse Aliáis, Un
Drame bien parisién. La investigación pasó por varios centros universi­
tarios -S an Diego, Bolonia, Nueva Y ork- antes de aterrizar en el Centro
di Semiótica de Urbino, el de Greimas, para tomar forma definitiva en
Yale, en 1977.
En resumidas cuentas, Lector in fabula es una teoría de la lectura en
la que Eco echa mano tanto de la pragmática, como de la lingüística del
texto y hasta de la semiótica greimasiana para desentrañar el papel del
lector101y, en resumidas cuentas, desarrollar una semiótica de los textos;
o, si se quiere, una semiótica de la narratividad.
Para llevarlo a cabo, Eco procede ordenadamente y denota, de nuevo,
una mente escolástica; empieza desarrollando tres nociones: la noción de
texto, los fundamentos semiósicos de la cooperación texto-lector y el
concepto de “lector modelo”. “Un texto -dice E co - tal como aparece
en su superficie (o manifestación) lingüística, representa una cadena de
artificios expresivos que el destinatario debe actualizar [...] En la medida
en que debe ser actualizado, un texto está incompleto” .11
El concepto de “lector modelo” está construido sobre el concepto
chomskyano del hablante modelo. Por tanto, en el concepto de compe­
tencia. La primera ley por la que se guía el lector modelo dice que “la
competencia del destinatario no coincide necesariamente con la del

9. L e c to r .., O p. cit.: 13 y s.
10. Cap. I
11. Leer pp. 74-76.

250
La semiótica italiana

emisor” . Por otro lado, el texto postula la cooperación del lector como
condición de su actualización. Eso se ve muy bien en la comunicación
cara a cara en la que intervienen infinitas formas de reforzamiento
extralingüístico e infinitos procedimientos de redundancia y feed back
(retroalimentación) que se apuntalan mutuamente. Esto revela, dirá Eco,
que la comunicación nunca es algo meramente lingüístico, sino que
siempre se trata de una actividad semiótica en amplio sentido, en la que
confluyen varios sistemas de signos que se complementan entre sí.
¿Pero qué ocurre en un texto escrito? Un texto escrito deberá prever
un Lector Modelo capaz de cooperar en la actualización de la manera
prevista por el autor y de moverse interpretativamente, igual que el autor
se ha movido generativamente.
Ante la pregunta de ¿qué es lo que garantiza la cooperación textual
frente a la extensa gama de interpretaciones posibles? Eco propone,
entonces, un concepto generativo y móvil de texto sobre el que hace
descansar su lector modelo: “un texto es un producto cuya suerte
interpretativa debe formar parte de su propio mecanismo generativo.
Generar un texto significa aplicar una estrategia que incluya las previsio­
nes de los movimientos del otro; como ocurre, por lo demás, en toda
estrategia” .12
El funcionamiento del lector modelo tiene, sin embargo, niveles de
cooperación textual y, por consiguiente, límites.13 En su análisis de las
estrategias y mecanismos de la lectura, pues, Eco llega al texto. Su
aproximación conceptual es muy cercana a la greimasiana: un texto tiene
estructuras discursivas (estructuras de la trama) y estructuras narrativas
(estructuras de la fabula). Es aquí donde pone a funcionar su lector
modelo: es un lector in fabula que tiene que realizar una serie de
previsiones y paseos inferenciales, detectar las diferentes estructuras de
mundos posibles en el texto e identificar tanto sus estructuras actanciales
como las ideológicas.14

12. Pág. 79.


13. Leer pp. 96-97.
14 Leer pp. 318 y ss.

251
En pos del signo

S e m ió t ic a d e l a v id a c o t id ia n a : l a e s t r a t e g ia d e l a il u s ió n

En boca del mismo Eco, he aquí los propósitos de este libro:

Los textos de esta recopilación giran todos más o menos en tomo a discursos que
no son necesariamente verbales ni necesariamente emitidos como tales o entendi­
dos como tales. He tratado de poner en práctica lo que Barthes llama el “olfato
semiológico”, esa capacidad que todos deberíamos tener de captar un sentido allí
donde estaríamos tentados de ver solo hechos, de identificar unos mensajes allí
donde sería más cómodo reconocer sólo cosas. Pero no quisiera que se viera en
estos artículos unos ejercicios de semiótica. ¡Por el amor de Dios! Lo que entiendo
hoy por semiótica se encuentra expuesto en otros libros míos. Es cierto que un
semiótico, cuando escribe en un periódico, adopta una mirada particularmente
ejercitada, pero eso es todo.

Eco ha practicado otra especie de ejercicio semiótico a través de la


novela: recoger las huellas de épocas o culturas especialmente sensibles
al signo y crear pequeños modelos para echarlas a funcionar. Así, En
nombre de la Rosa es una reconstrucción de todos los mecanismos de
significación del medioevo, una especie de semiótica de la cultura medie­
val; como El péndulo de Foucault se ocupa en los mismos términos del
hebraísmo postbíblico.

G il l o D o rfles

Es una de las figuras más prestigiosas de la crítica de arte. Profesor de


estética en la Universidad de Milán, ha incursionado en sus numerosos
libros en una serie de temas relacionados con la crítica y análisis de la
obra de arte. Aunque conoce la semiótica, su preocupación, sin embargo,
no es semiótica como puede verse en una simple enumeración de sus
principales obras: La arquitectura moderna,15 El devenir del arte,161 7
Ultimas tendencias del arte hoy,11 Símbolo, comunicación y consumo,18

15. Milán, Garzanti, 1954.


16. Turin, Einaudi, 1959.
17. Milán, Feltrinelli, 1961.
18. Einaudi, Turin, 1962.

252
L a semiótica italiana

El diseño industrial y su estética ,19 Nuevos ritos, nuevos mitos,20 El


kitsch,21 Las oscilaciones del gusto 2223Introducción al diseño industrial
(Turin, Einaudi, 1972) El devenir de la crítica.22
Como se ve, Dorfles ha dedicado su obra principalmente al análisis de
la obra de arte. Por tanto, cuando se interesa en semiótica, lo hace desde
esta perspectiva: una semiótica de las artes visuales.
La semiótica de las artes visuales como la pintura, la escultura o la
arquitectura debe ser considerada en su conjunto, según él, como una
semiótica de la obra de arte, a secas, con todas las limitaciones y
consecuencias que tiene esta expresión; y no debe ser considerada como
una semiótica de la visualidad a secas. A diferencia, por ejemplo, de lo
que sucede en el caso del lenguaje verbal, donde el análisis se dirige en
primer lugar al medio peculiar de este lenguaje, que es la palabra, y no
sólo a la obra de arte literaria o poética, de la cual este lenguaje se vale;
en el caso de las artes visuales se tratará siempre de una obra en sí
concluida, con sus precisas características de carga estética.
Más aún, Dorfles está convencido de que ciertos análisis que desde el
punto de vista semiótico se han hecho a textos verbalizados no son
aplicables al lenguaje visual. Dorfles se une a la postura adoptada por
Hubert Damisch en el primer congreso internacional de semiótica cele­
brado en Milán, en 1974. Y concluye que para realizar el proyecto de
estudiar la obra como sistema de signos, según sostiene Damisch, es
preciso determinar desde el principio el significado de los términos
“sistema” y “signo”. En efecto, para aclarar si la pintura puede ser
analizada en términos de sistema, no hay que entender necesariamente el
vocablo “sistema” como “sistema de signos”. Al contrario, quizás más
bien en la posible disyunción entre signo y sistema se pueda percibir
desde una perspectiva más creativa y pertinente la problemática del
signo.

19. Bolonia, Cappelli, 1963,


20. Turin, Einaudi, 1965.
21. Milán, Mazzotta, 1968.
22. Turin, Einaudi, 1970.
23. Turin, Einaudi, 1976.

253
En pos del signo

Sin embargo, en Símbolo, comunicación y consumo Dorfles hace una


serie de análisis que, estrictamente hablando, son catalogables como
semiótica. En ella, Dorfles empieza analizando la relación básica entre la
comunicación y el consumo de la publicidad. En la segunda parte,
titulada comunicación artística y comunicación crítica” analiza el cambio
sufrido por la cultura contemporánea con la comercialización del arte:

Mientras el arte fue inseparable de la vida social, religiosa, cultural -lo s ritos y los
mitos-; mientras reflejó la imposición técnica y científica de la civilización a la
que pertenecía; mientras la artesanía fue arte y técnica a la vez; mientras la
mecanización no sacó el alma a las cosas y no sacó el arte a los objetos, el hombre
no sintió la necesidad de especular en tomo a esos dos principios (arte y psicolo­
gía)-

E milio G arroni

También llega a interesarse en semiótica por formación profesional en


estética. En efecto, en 1968 publica un libro significativamente titulado
Semiótica y estética24 que corregido vino a desembocar en su Proyecto
de semiótica.2425 Garroni trata en ambos de explorar las intuiciones formu­
ladas por Hjelmslev.
En Proyecto, Garroni trata de explorar, explícitamente, “la legitimi­
dad y la utilidad de un enfoque semiótico de los problemas del arte y de la
estética, desde un punto de vista claramente cultural” en el ámbito de la
cultura estética contemporánea.
El libro tiene tres partes. La primera de ellas trata de indicar los
problemas teóricos y técnicos de un enfoque semiótico generalizado
aplicado, por tanto, a los lenguajes no verbales “En una palabra, se
formulan algunas hipótesis teóricas y teórico-aplicativas provisionales
con una referencia constante a la experiencia artística concreta (por
ejemplo, los lenguajes del cine y de la arquitectura) con el doble objeto de
poner de manifiesto la posibilidad de aquellas hipótesis” .

24. Ver bibliografía.


25. Ver bibliografía.

254
L a semiótica italiana

Partiendo de Hjelmslev, en la segunda parte delinea lo que se entiende


por semiótica general, en sus presupuestos, métodos y objetivos. En
especial, se intenta definir la noción de lenguajes no verbales. En la
tercera parte, finalmente, se intenta dar respuesta al problema de la
interrelación de modelos formales homogéneos y heterogéneos.

255
XI
LAS FACHADAS DE LA CATEDRAL DE MORELIA.
UN ENSAYO DE SEMIÓTICA

Advertencia

Nos proponemos, en este y el siguiente capítulo, ensayar, desde la


perspectiva de la semiótica, tanto el análisis de un texto iconográfico, las
fachadas de la catedral de Morelia, la antigua Valladolid, en Michoacán,
como penetrar en las estructuras de autoridad entre los antiguos purépechas
según aparece descrita en los primeros capítulos de la tercera parte de La
relación de Michoacán} El objetivo de esta tercera parte es mostrar
algunas de las posibilidades del análisis semiótico cuya historia, concep­
tos y metodologías nos hemos ocupado de recoger. Ya se conocen, de
antemano, las dificultades de toda práctica que vaya precedida de teorías.
Aquí suele valer aquello de que “del dicho al hecho hay mucho trecho”.
Por lo demás, no se trata de poner en práctica un método especial sino de
analizar estos textos desde el punto de vista de la semiótica. Desde luego,
como ya se ha visto, el análisis semiótico de cualquier sistema depende
mucho del analista. Las que siguen, por tanto, son sólo una propuesta de
lectura.

C o n s id e r a n d o s

Al analizar las fachadas de la catedral de Morelia como un texto hay que


hacer varias consideraciones previas. La primera de ellas tiene que ver,1

1. Utilizo la edición de Francisco Miranda publicada en la colección Cien de M éxico de la SEP, M éxico,
1988.

257
En pos del signo

desde luego, con el hecho elemental de asumir el conjunto de fachadas


como un texto. Ahora bien, un texto es un tejido formado por las
relaciones entre varios elementos que engendra un sentido. Un texto es,
como ya hemos dicho, un sistema semiótico en el que las relaciones entre
los diversos elementos constitutivos están organizadas de tal manera que
engendran sentido.
Por tanto, al analizar las fachadas de la catedral de Morelia como
sistema semiótico, hemos de identificar los distintos elementos de que se
comjgonen y. establecer las relaciones que hay entre ellos./Un sistema
semiótico es un lenguaje y todo' lenguaje eóhstá'fle’unidades léxicas y de
un conjunto de reglas que rigen sus posibilidades de combmaciónJAnali-
zaremos, por tanto, los diferentes elementos que constituyen las fachadas
de la catedral de Morelia, tanto en su calidad de unidades léxicas como
por su capacidad sintáctica, es decir su valencia o combinabilidad con
otros elementos en orden a formar un sintagma.
En segundo lugar, hemos de decir que cuando aquí hablamos de
semiótica o de “hacer semiótica”, o de realizar el “análisis semiótico”
de un determinado texto, sea verbal o no, lo hacemos en un sentido bien
concreto: el análisis semiótico no es un simple acto de lectura sino un
acto de exploración de las raíces, condiciones y mecanismos de la
significación. Cómo está hecho el texto para que pueda decir lo que dice.
Desde luego, al explorar el mecanismo de un texto será posible percibir el
tipo de significaciones de que ese texto es capaz. Como ya dijimos antes,
nos interesa principalmente el cómo del texto: cómo este texto, sea cual
sea, dice lo que dice; explorar su mecanismo. En términos de Hjelmslev,
el cómo este texto dice lo que dice es la forma del contenido. Nos
interesa, pues, la forma del contenido, no la substancia del contenido, el
qué del texto.2
Hay, como se sabe, muchas maneras de entender lo que es “hacer
semiótica” . Si consultamos algunos de los diferentes proyectos de
semiótica que por aquí han desfilado, aunque sea apenas pergeñados, y
que en resumidas cuentas equivalen a otras tantas maneras de “hacer

2. Véase Grupo de Cnlrevemcs, Análisis semiótico de los textos, Madrid, Cristiandad, 1982.

258
L as fachadas de la C atedral de M orelia

semiótica”, veremos que, pese a ello, el análisis semiótico siempre tiene


como objeto dar con la forma del contenido, según la terminología
anterior. Un simple repaso de ellos nos indica que la semiótica se interesa
en el cómo de la significación y que “hacer semiótica” es un acto de
desmontaje y análisis, en sentido estricto del término.
Un texto, en tercer lugar, no sólo presupone una lengua sino que uno
o varios lenguajes: en el interior de una lengua se crean lenguajes que son
las tradiciones particulares de funcionamiento histórico de esa lengua. En
efecto, en los términos de las tesis del Círculo Lingüístico de Praga, en el
“interior” de una lengua histórica se desarrollan muchos lenguajes o
tradiciones: en ese sentido se habla del lenguaje literario, por ejemplo. La
lengua aporta el léxico y las reglas de combinación sintáctica; el lenguaje
aporta no sólo una serie de especializaciones verbales sino, sobre todo, el
peso de la interpretación, como diría Gadamer.3
--•"En un texto iconográfico, como las fachadas de la catedral de Morelia
tan importante es identificar los diferentes elementos que podríamos
llamar “lingüísticos” como reconstruir el marco hermenéutico de ellos:
qué interpretaciones les ha dado y les da la cultura en la que funcionan;
amén de qué usos les ha atribuido la tradición. Lo primero pertenece a la
lengua, lo segundo, al lenguaje. En un análisis semiótico hay que tenerlos
en cuenta ambos.
Esto significa que, en el análisis semiótico de un relieve como los que
nos ocupan, estamos ante una lengua cuyo léxico está constituido por las
figuras y cuyas reglas de combinación hay que aprender en cada caso.
Asumimos el término “figura” tanto en su acepción ordinaria como en la
acepción que les atribuye la semiótica greimasiana: las figuras de los
iconogramas, en efecto, son figuras del discurso. Piénsese, por ejemplo,
en las figuras de los ángeles en los diferentes relieves que, por lo general,
funcionan como adjetivos de los diferentes sujetos que los presiden: la
figura semiótica del ángel, en efecto, hace las veces de un adjetivo que
califica de celeste al personaje al cual acompaña: el anciano, la virgen de
Guadalupe, etc. Sin embargo, en otros casos, como en el relieve de la

3. Verdad y método, Salamanca, Ed. Sígueme, 1977, pp. 468 y ss., por ejemplo.

259
En pos del signo

adoración de los pastores, los ángeles desempeñan en el conjunto la


función actancial de ayudante que es, por tanto, una función sustantiva.
En cuarto lugar, para el análisis que aquí nos proponemos realizar
hemos de echar mano de una serie de categorías de análisis tomadas, por
lo general, de los análisis greimasianos de textos narrativos,4 y de otras,
relacionadas con la naturaleza topológica del texto que nos ocupa.5 En
las semióticas del espacio, en efecto, el punto de observación más
importante son las relaciones tanto entre los sujetos y los objetos “fabri­
cados”, como entre los objetos mismos. Es en las relaciones donde se
genera el sentido en los textos topológicos.
Por principio de cuentas, nos encontraríamos dentro de lo que la
escuela greimasiana ha llamado semiótica plástica. El término “plásti­
co” no equivale aquí, simplemente, a “pictórico” o “visual” : no se
refiere, por tanto, ni a una técnica de producción, ni a un canal sensorial.
“El discurso plástico tiene su especificidad; posee su forma propia,
realizable tanto por su juego de líneas y de colores como por volúmenes
y luces de un cuerpo en movimiento o un espacio construido” .6 La
semiótica plástica se ha planteado como objeto de estudio

la materialidad del significante de las imágenes y de los espacios construidos [...]


La semiótica plástica procede así de ese mismo rechazo de la necesidad y de la
inmediatez de la lexicalización de los textos visuales que está en el origen
del reconocimiento y de la definición de los sistemas semi-simbólicos.7

Esto equivale a decir, entre otras cosas, que la semiótica plástica ha


roto el principio que había servido de atadura a la semiótica desde la
propuesta saussureana: calcar la herramienta teórica y metodológica que
había cumplido alguna función en el análisis de los fenómenos de signifi­

4. En concreto, nos hemos basado muy especialmente en la síntesis que de la metodología greimasiana ha
hecho el Grupo de Entrevernes y que ha expuesto en el libro A n á lis is s e m i ó tic o d e lo s te x to s.
I n tr o d u c c ió n , te o ría , p r á c t i c a , Madrid, Cristiandad, 1982.
5. Para éstas, nos hemos valido de A. J. Greimas / J. Courtés. S e m ió tic a . D i c c i o n a r i o r a z o n a d o d e la
te o r ía d e l le n g u a je , versión española de Enrique Balón Aguirre, segundo tomo, Madrid, Gredos, 1991.
En lo sucesivo, nos referiremos a él con las siglas S2.
6. S2: 192.
7. S2: 192 s.

260
L as fachadas de la C atedral de M orelia

cación de índole verbal. Por lexicalización debe entenderse aquí, por


tanto, la pretensión de que todo signo debe estar dotado de un doble
plano: el semémico (contenido) y el lexemático (expresión). Ya Umberto
Eco lo ha señalado muy bien en su “Semiología de los mensajes visua­
les” en donde al discutir el concepto de “signo icónico” arremete contra
“el dogma de la doble articulación” catalogando los códigos visuales en:
códigos sin articulación, códigos que sólo cuentan con la segunda articu­
lación (en donde, por tanto, sólo hay descomposición en el nivel expresi­
vo), códigos que sólo cuentan con la primera articulación (en donde sólo
el nivel sintagmático es descomponible), códigos con doble articulación,
códigos con articulaciones móviles.8
Una importante categoría de análisis para el tipo de texto que nos
ocupa es, desde luego, la de “categoría plástica”. El referido diccionario
de Semiótica la define así:

Con categorías plásticas designamos el conjunto de categorías de expresión*


propias de los discursos plásticos. Las primeras investigaciones permiten propo­
ner una clasificación formal que se basa en el análisis de las funciones que ellas
cumplen en el interior del proceso de generación* de los textos plásticos. La
distinción fundamental es aquella entre categorías constitucionales (constituyen­
tes y constituidas, respectivamente cromáticas e eidéticas) y categorías no consti­
tucionales (topológicas).9

En nuestro análisis semiótico de las fachadas de la catedral de Morelia,


por tanto, hemos de emplear una serie de categorías plásticas que, en
efecto, son categorías de expresión. La terminología greimasiana intro­
ducida por este segundo tomo, como se ve, distingue entre las categorías
constitucionales y las categorías no constitucionales. Las primeras son
“las categorías que permiten aprehender una configuración plástica. Dos
subclases de categorías cumplen ese requisito: las categorías cromáticas
de naturaleza constituyente y las categorías eidéticas de naturaleza cons­
tituida”.10

8. C. Metz, Op. cit., pp. 51 y ss.


9. Op. cit., p. 192.
10. Op. cit., p. 55.

261
En pos del signo

En cambio, las categorías no constitucionales son las categorías


topológicas que regulan “la disposición de las configuraciones plásticas
en el espacio bi- y tridimensional. Se dividen en varias subclases, como la
posición y la orientación. En efecto, en los sintagmas de los textos que
configuran las fachadas de la catedral de Morelia hay una serie de
elementos de índole topológica que funcionan tanto como nexos
sintagmáticos que como categorizadores: arriba, abajo, enmedio, a la
derecha, a la izquierda, en efecto, son categorías que indican o bien la
prevalencia de un personaje sobre otro o bien la relación de un sintagma
con otro a manera de palabra-eslabón. El hecho de que Jesús, en el
relieve de la transfiguración, se encuentre “entre” el cielo y la tierra,
flanqueado por “Moisés y Elias” es significativo. Es igualmente signifi­
cativo para estos textos novohispanos el que Santa Rosa de Lima se
encuentre “en la cima” de la “tienda de la transfiguración” que es la
catedral de Morelia.
Por tanto, hemos de decir, en quinto lugar, que un texto como las
fachadas de la catedral de Morelia está estructurado en varios niveles
jerarquizados, que hay que tener en cuenta. Sin embargo, hay que
distinguir los relieves de las estatuas. Los relieves, por una parte, son la
representación gráfica de sendos relatos: detrás de cada relieve hay, pues,
relato. Relato y relieve forman, por tanto, un conjunto semiótico muy
semejante a un emblema sólo que el lema está hecho de imágenes. De
hecho, el sentido primario del relieve parece ser aportado por el relato.
En el relieve de la transfiguración, por ejemplo, parece dominado por la
frase del relato evangélico “ ¡maestro, qué bien se está aquí” !
Por otro lado, los relieves no son sólo producto de un relato verbal
sino parte de un conjunto mayor: un edificio, una casa, que como toda
casa, tiene por función principal servir de abrigo contra los peligros de la
intemperie. La catedral es una casa en donde se está a salvo: es un lugar
seguro. Por tanto, el grito de Pedro semidormido “ ¡maestro, qué bien se
está aquí” ! no es sólo una reminiscencia de un episodio evangélico sino
que está actualizado por su inclusión en un contexto textual diferente. Es
como cuando una frase del lenguaje cotidiano es incrustada en un texto
poético: dice lo mismo, pero al mismo tiempo no dice lo mismo. Lo ha
demostrado Jan Mukarovsky: los textos, al ser incorporados a un nuevo

262
L as fachadas de la C atedral de M orelia

contexto, se colorean de él." Es el caso, por ejemplo, del relieve de la


transfiguración en el conjunto textual de la catedral de Morelia.
Pero además, la catedral no es sólo una casa. Es un lugar sagrado: es,
por una parte, la casa de Dios y, por otra y sobre todo, un lugar de culto
en cuyo interior tienen lugar una serie de ceremonias y se dicen una serie
de palabras: ritos y mitos. Los relieves tienen como palabra explicativa,
las palabras que se pronuncian en las ceremonias. Por ejemplo, el relieve
de la transfiguración cuyo sentido dominante es, como decía, “ ¡maestro,
qué bien se está aquí!”, especifica su “aquí” a partir de las ceremonias y
actos de culto que en esa catedral tienen lugar.
Un relieve, por tanto, no sólo es como la figura de un emblema cuyo
lema es un relato, sino que forma un sintagma con los demás elementos
iconográficos del conjunto, construcción, estatuas y relieves que, a su
vez, constituyen como la figura de un emblema en donde la parte textual
está constituida por las ceremonias. Pero como se puede ver, también
esta parte textual es compleja: consta de ritos y mitos. Desde luego, todo
esto está regido por unos principios lógicos muy elementales en donde
las categorías peligro, no peligro, cielo, no cielo, Dios, no Dios, están a la
base.
Las estatuas de las fachadas de la catedral de Morelia, en cambio,
tienen detrás de sí no un texto bíblico sino el conjunto de las creencias
hagiográficas de la Iglesia Católica. Según ellas, san Pedro y san Pablo
son, entre otras cosas, las columnas de la Iglesia; los cuatro evangelistas
representan la totalidad del evangelio, pues el número cuatro dentro de la
cultura judeocristiana significa la totalidad del orbe, los cuatro puntos
cardinales o confines de la tierra;112 santa Rosa de Lima es el primer fruto
de la Iglesia Americana;13 los sesenta y cuatro santos en las alturas de las

11. Jan Mukarovsky, E s c r ito s d e E s té tic a y S e m ió tic a d e l A r te , O p. c it., pp. 195 y ss.
12. Jean Chevalier / Alain Gheerbrant, D ic c i o n a r i o d e s ím b o lo s , Barcelona, Herder, 1986, pp. 380 y ss.
Véase, también, Donaziano Mollat, “Principe d’interpretazione dell’apocalisse”, en Donaziano Mollat
y otros, L A p o c a l i s s e , Brescia, Paideia, 1967, p. 19.
13. Véase nuestro ensayo “Un texto iconográfico novohispano: las fachadas de la catedral de Valladolid”,
en N elly Sigaut (coordinadora), L a c a te d r a l d e M o r e lia , Zamora, El Colegio de Michoacán, 1991, pp.
98 y ss. Por lo demás, he de advertir al lector que para reconstruir el lenguaje subyacente a estos textos
he de referirme con frecuencia a este ensayo al que citaré, simplemente, como L a c a te d r a l.

263
En pos del signo

torres representan a la Iglesia triunfante, al cielo, son los que triunfaron


por haberse puesto bajo la protección de Dios.
La sintaxis de un texto iconográfico se atiene, como es obvio, a
distintas reglas: es cometido del análisis descubrirlas. Por ejemplo, a las
reglas sintácticas corresponden las ya mencionadas categorías topológicas:
en efecto, como decíamos, en este tipo de textos el estar al centro, arriba,
abajo, a la derecha, junto a, a la izquierda de un elemento es significativo.
Algunos elementos sólo son legibles como partes de un conjunto, otros
en cambio son susceptibles de ser leídos en forma autónoma: la estatua
de un evangelista o de un santo, por ejemplo, sólo adquiere significado en
el conjunto. Un relieve constituye, en cambio, una unidad textual suscep­
tible de ser leída sola aunque, de hecho, forme parte de un texto mayor.
Por lo general, una composición como la que nos ocupa es susceptible de
ser tenida como un tipo de escritura muy especial por plantear la necesi­
dad de una lectura sincrónica en donde todos los elementos significan
simultáneamente: no unos primero que otros, como es el caso de las
escrituras verbales. Por tanto una escritura emblemática, como la que
analizamos, puede ser leída empezando por cualquier parte dado que es
el conjunto el que da el sentido a cada uno de los elementos.
Por supuesto, un tipo de texto como el que conforman las fachadas de
la catedral tiene una sintaxis y, por tanto, una estructura espacial: la
narratividad, por ejemplo, es de tipo paratáctico. El componente descrip­
tivo (discursivo), en cambio, que en el nivel superficial quiere el análisis
greimasiano está constituido por las figuras y los conjuntos figurativos,
según la terminología greimasiana. El cielo, por ejemplo, simbolizado por
la nube en el relieve de la transfiguración, hace allí el papel actancial de
objeto, y está caracterizado semánticamente tanto por la figura de un
anciano de barba, como por la figura de la paloma, la figura de los ángeles
y la figura “arriba” formulada en términos topológicos.
En cuanto al componente narrativo que, como dije arriba, en nuestro
conjunto semiótico es de tipo paratáctico, los enunciados de que se
compone se relacionan entre sí no por razón de sucesión sino de mera
yuxtaposición. Además, así como el análisis semiótico de los relatos, de
corte greimasiano, asume las relaciones sujeto-objeto en enunciados de
tipo transfrástico, así en el nuestro, para efectos del análisis semiótico,

264
L as fachadas de la C atedral de M orelia

cada relieve es asumible como un enunciado de estado del tipo “Jesús se


transfigura”, en el relieve de la transfiguración, que equivale a “Jesús
hijo de Dios (sujeto) obtiene el cielo (objeto)”. Con razón este relieve
está en el centro flanqueado por dos relieves que se pueden enunciar,
respectivamente, en términos actanciales como el anterior: “pastores
judíos (sujeto) adoran a Jesús (objeto)” y “reyes extranjeros (sujeto)
adoran a Jesús (objeto)”. En el relieve de la transfiguración, entonces, las
figuras del anciano barbado, la paloma y los ángeles califican al objeto, el
cielo, simbolizado por la nube.
Como se ha dicho, el análisis semiótico supone que el sentido se
funda en la diferencia; si bien aquí no hay la diferencia que proviene de la
sucesión, sí se da, en cambio, la diferencia que proviene de la simple
comparación estática. Este tipo de diferencia basta para constituir la
narratividad en este tipo de textos: se trata de una narratividad diferente.
Tenemos, por tanto, a nivel superficial de nuestro texto un narrativo y un
componente descriptivo.
A nivel profundo, en cambio, tenemos “una trama de relaciones, que
clasifica los valores de sentido, según las relaciones que éstos mantienen
y un sistema de operaciones que organizan el paso de un valor a otro”.14
Por lo que hace a la “trama de relaciones”, cabe señalar que las figuras
se comportan como los lexemas y que, como ellos, son susceptibles de
descomponerse en sus rasgos mínimos o semas, tal cual sucede con el
fonema que es susceptible de descomponerse en rasgos distintivos. To­
memos, por ejemplo, las figuras del anciano barbado y la paloma que se
encuentran en el relieve de la transfiguración. Desgraciadamente en
semiótica iconográfica no tenemos un diccionario lexemático,15 la des­
composición de una figura lexemática en sus respectivos semas tendría
que hacerse acudiendo al lenguaje iconográfico. El anciano barbado, que
simboliza a Dios padre y que en el sintagma de la transfiguración hace las
veces de una figura que califica al objeto “cielo” simbolizado por la
nube, está compuesto por semas como “Dios”, “hombre”, “anciano”,

14. Ibid., p. 18
15. Quizás Iconographié de l ’Art Chrétien de Luis Réau (siete tomos, París, Presses Universitaires de
France, 1956-1958) pudiera servir para tal efecto.

265
En pos del signo

“padre”, “creación”, “protección”, “Sma. Trinidad” . Por el contra­


rio, la figura de la paloma está compuesta por semas como “Dios”,
“anim al”, “protección”, “espíritu santo”, “creación” “ Sma. Trini­
dad”. Habría aquí unos semas comunes a ambas figuras y otros semas
diferentes. Gracias a sus semas comunes hay una serie de relaciones entre
estas dos figuras.
Como hemos dicho, las figuras son unidades de contenido. Dentro de
la “gramática” del análisis semiótico, hay sustantivos y adjetivos: los
actantes (papeles actanciales y funciones) hacen las veces de sustantivo,
las figuras son los adjetivos. “Arriba”, por ejemplo, significa “divino”,
en el relieve de la transfiguración; “abajo”, en cambio, significa “huma­
no” . Las figuras, pues, hacen las veces de “adjetivos calificativos” en
los sintagmas figurativos en donde los actantes son los sustantivos. En el
relieve de la transfiguración, por ejemplo, los actantes son Jesús (sujeto),
el anciano barbado (destinador), Moisés (ayudante), Elias (ayudante) y
los discípulos (destinatario). Las figuras son la antorcha, el libro, “arri­
ba”, “en medio”, “abajo”, etc. La nube, la paloma y los ángeles son
figuras que forman en conjunto una especie de unidad actancial que
significa “cielo” y en el enunciado de la transfiguración constituyen el
papel actancial de objeto. Sin embargo, individualmente asumidas son
figuras.
En el análisis semiótico de corte greimasiano, en efecto, las figuras
son unidades de contenido definidas por su núcleo permanente cuyas
virtualidades se realizan de formas diversas según los contextos. Cada
figura viene siendo un lexema que, por tanto, admite diversas acepciones
montadas sobre un significado fundamental llamado por los greimasianos
“núcleo estable” : cada una de esas acepciones puede, en el discurso,
desarrollar “itinerarios semémicos” diferentes, pero es el núcleo estable
el que, como se ha dicho, permite relacionar una figura con otra.
Por ejemplo, la figura “ángel”, cuyo “núcleo estable” podría definirse
como “mozo celestial”, se encuentra en diferentes contextos y realiza,
por tanto, en los relieves de la catedral de Morelia, diversos itinerarios
semémicos. En el relieve de la transfiguración hay dos itinerarios semémicos
diferentes: en el primero de ellos, las tres cabezas de ángeles que acom­
pañan al anciano barbado realizan el itinerario de “miembro de la corte

266
L as fachadas de la C atedral de M orelia

celestial”; en el segundo, en cambio, los dos ángeles que flanquean a la


paloma realizan la función de “sirvientes del cielo”. Ambos itinerarios
semémicos reaparecen en el relieve de San José pero en una proporción
diferente: mientras la paloma es flanqueada por sendos pares de cabezas
de angel “miembros de la corte celestial”, San José, con el niño en
brazos, es acompañado de cuatro “sirvientes del cielo” para indicar el
carácter divino del niño. Lo mismo sucede con el relieve de la virgen de
Guadalupe en la fachada oriente, aunque de distinta manera. En cambio,
los relieves que flanquean al de la transfiguración los itinerarios parecen
dividirse: en la adoración de los magos los ángeles sólo sirven para
representar la corte celestial; en la de los pastores, en cambio, vuelven a
ser los mensajeros o sirvientes celestiales que forman un coro y cantan el
“gloria in excelsis Deo”.
En un texto como el relieve de la transfiguración o el conjunto
formado por los relieves, estatuas y símbolos de las fachadas de la
catedral, como hemos dicho, hay una narratividad de tipo estático. La
estructura superficial está constituida por este componente narrativo y el
componente formado por las figuras y los conjuntos figurativos. Enten­
demos por narratividad el “fenómeno de sucesión de estados y de
cambios, manifestado en el discurso y responsable de la producción de
sentido” .16 Empero, a diferencia del relato y de los textos discursivos, los
textos descriptivos y, en general, los textos que tienen una estructura
topológica, por ejemplo las listas, están dotadas de un componente
narrativo de tipo estático en donde las diferencias sólo son perceptibles
en comparaciones estáticas.
Por tanto, en los textos iconográficos como los que aquí nos ocupan
el sentido no se produce por sucesión cronológica de estados y cambios,
sino por la sucesión espacial de los actantes con sus respectivas figuras.
En un texto iconográfico, a no ser que se trate de la reproducción visual
de un relato verbal, no hay programas narrativos. Entre los relieves de la
catedral de Morelia el de la fachada oriente, el de la virgen de Guadalupe,
pese a que incorpora a su vez subrelieves relacionados entre sí de manera

16. Grupo de Entrevernes, Op. cit., p. 24.

267
En pos del signo

cronológica no contiene, propiamente hablando, un programa narrativo.


Los relieves son estáticos: no están organizados por movimiento sino por
posibilidades, por valencias. Es decir, cada conjunto de actantes con su
cortejo de figuras tiene o no la posibilidad de relacionarse con otros
actantes: de las relaciones posibles de unos actantes con otros resulta el
sentido. Por ejemplo, en el relieve de la virgen de Guadalupe, la paloma
con las alas extendidas en actitud de “proteger” o “cubrir” a la virgen; o
el ángel a sus pies en actitud de sostenerla, son sintagmas iconográficos
que, al relacionar actantes, generan sentido.
Todas las representaciones iconográficas que nos ocupan son, como
se ha dicho, partes de un conjunto: son el cuerpo de un conjunto detrás
del cual hay un relato. Ese cuerpo funciona como una “cita” del relato o,
más bien, como figura de un conjunto semiótico respaldado por un texto
o por una tradición iconográfica: un lenguaje dentro de una lengua. Sin
embargo, el sistema semiótico que constituyen no se identifica ni con el
relato ni con el cuerpo solos. Por lo demás, como se ha dicho, el texto
subyacente no siempre es un relato: a veces cuerpo e interpretación ya
tienen tiempo de funcionar juntos ya como símbolo, ya como signo. El
símbolo, como se sabe, es una “representación sensorialmente percepti­
ble de una realidad, en virtud de rasgos que se asocian con ésta por una
concepción socialmente aceptada”;17 por ejemplo, la paloma como sím­
bolo del Espíritu Santo dentro de la iconografía católica. Un signo, en
cambio, se llama al “objeto, fenómeno o acción que, natural o conven­
cionalmente, representa o sustituye a otro objeto, fenómeno o acción” .18
Sin embargo, en los sistemas semióticos iconográficos hay varios
tipos de relación entre cuerpo y texto: en unos casos, como en nuestros
relieves, el texto es subyacente, en otros, como en los emblemas, está
explícito. En el primer caso, el conjunto semiótico recaba su sintaxis del
cuerpo y su sentido, del texto subyacente: el sentido, por tanto, está
fundamentalmente “oculto”. Si el lector no conoce la historia o el mito
que está detrás no puede saber lo que la imagen significa. Este tipo de

17. Diccionario de la RAE, edición 21.


18. Ibid.

268
L as fachadas de la C atedral de M orelia

textos iconográficos, sin embargo, es un ejemplo claro de cómo el


sentido fundamental es “redondeado” sintácticamente por los demás
elementos que integran el conjunto. En el segundo, en cambio, es el lema
o epígrafe textual el que da sentido al conjunto. El sentido, por tanto, es
explícito.
Un relieve o un texto iconográfico como el formado por las fachadas
de la catedral de Morelia es un montaje que consta de una parte visual a la
que podríamos llamar nivel superficial constituida por una serie de
actantes y figuras, en el sentido greimasiano; y una parte ideológica de la
que las figuras recaban no sólo las unidades de sentido o semas, sino su
sentido fundamental y aun su valor icónico. En un análisis semiótico, tan
importante es explorar el primer nivel como el segundo.
En ambos casos, se trata, en relación tanto a las imágenes como a los
textos, de un conjunto nuevo en donde las relaciones de los actantes e
incluso el valor de las figuras es dado, por lo general, ya por el texto
subyacente, ya por una creencia extendida de su función o papel. Las
relaciones son el único tipo de movimiento que tiene lugar en relieves
como los que analizamos.
Empero, cada figura, dentro del análisis semiótico, no es una unidad
indivisible. Al contrario, como se ha dicho, las figuras son susceptibles de
ser descompuestas en sus semas o unidades de significado. En efecto, en
el nivel profundo del análisis es posible ya desmontar los diferentes semas
de que se componen las figuras, ya organizados por clasemas, ya, en fin,
llegar hasta el sistema de operaciones que determina el paso de un valor a
otro. Debe quedar claro, que esos valores son expresados en los relieves
mucho más burdamente que en los relatos verbales. Por lo general, son
de carácter binario y muy abstractos. Por ejemplo, en el relieve de la
transfiguración la figura “arriba” puede descomponerse en los siguientes
semas: divino + celestial + bueno + seguro + sabio + profeta + despierto.
En cambio, “abajo” es susceptible de descomponerse en los semas:
humano + terrenal + malo + dormido.
Hemos señalado arriba, por ejemplo, que la figura lexemática “ángel”
realiza dos itinerarios semémicos. Es decir, se descompone en dos
sememas: “miembro de la corte celestial” y “sirviente del cielo”. El
primer semema, a su vez, puede descomponerse en: espíritu + celestial.

269
En pos del signo

El segundo, en cambio, en: espíritu + celestial + mensajero de Dios +


sirviente.
Finalmente, en el nivel más profundo del análisis semiótico, siempre
hay un elemento articulador de todo el conjunto. Es una estructura
elemental, diferencial y opositiva que consta, por tanto, de*dos términos
simultáneamente presentes que, por lo demás, están relacionados entre
sí. Una estructura, en efecto, se define como “una relación entre dos
términos”. Por eso, para poner en evidencia la forma semiótica tendrán
que usarse parejas de rasgos sémicos, valores mínimos opuestos como
grande vs pequeño o blanco vs negro”.19
En el análisis greimasiano, se llama cuadrado semiótico al esquema
fundamental de tipo sémico que “representa las relaciones principales a
las que necesariamente se someten las unidades de significado para poder
generar su universo semántico capaz de ser manifestado”. En el relieve
de la catedral de Morelia, el cuadrado semiótico es el siguiente:

celestial si s2 terrenal

no terrenal no-s2 no-sl no celestial

no-S

El cuadrado semiótico, empero, tal cual se desprende de nuestro


texto, implica la contraposición de tres juegos de conceptos contrarios:
cielo-tierra, adentro-afuera, seguro-inseguro. En ellos se basa todo el
dinamismo semiótico del texto. Funciona como sigue:

19. Entrevernes, Op. cit., p. 156.


L as fachadas de la C atedral de M orelia

Cielo Tierra
Adentro — — Afuera
Seguro Inseguro

Implicación Implicación

N o tierra No cielo
No afuera - N o adentro
No inseguro N o seguro

En donde si y s2, no-sl y no-s2 representan las unidades mínimas que


organizan el significado clasificando las figuras del texto. En este caso se
trata de la diferencia /celestial/ vs /terrenal/. S significa aquí el eje
semántico como se llama en el análisis greimasiano al denominador
común o “fondo sobre el que destaca una articulación entre dos ras­
gos” .20 La-oposición /celestial/ vs /terrenal/ se percibe en el eje semántico
de la “condición óntica”.

La e s t r u c t u r a e m b l e m á t ic a

La “gramática” de un texto como el que aquí analizamos se atiene, por


tanto, a una especie de gramática universal, muy en boga en el periodo
novohispano, de la cual nos puede dar una idea la gramática del emblema,
sistema semiótico del cual ya hemos hablado más arriba. Para ello,
remitimos al lector tanto a las páginas que preceden como a lo que dice el
mismo Filippo Picinelli en su Mondo simbólico .21 Según hemos visto, un
emblema “es una composición que consta de una figura y un lema, que
además de tener un significado literal, está destinada a representar
alegóricamente un concepto nuestro particular”.

20. Entrevernes, Op. cit., p. 156.


21. Quizás haya que añadir a lo dicho sobre esta obra que ya traducida al latín vino a dar casi enseguida a la
N ueva España y a poblar durante el siglo XVIII muchas de las bibliotecas novohispanas como la del
seminario de Valladolid.

271
En pos del signo

Se trata de un sistema semiótico híbrido compuesto de dos tipos de


lenguajes que confluyen igualmente, aunque de distinta manera, a produ­
cir la significación. Este tipo de estructuras semióticas están muy exten­
didas en la cultura. En el conjunto semiótico al que pertenecen las
fachadas de la catedral de Morelia hay, como hemos señalado, varios
subsistemas semióticos de índole híbrida. Vamos a llamar estructura
emblemática a este tipo de sistemas semióticos híbridos. La estructura
emblemática está a la raíz de los mecanismos de producción de discursos
como el lapidario cuya característica más importante podría definirse
como un “decir más de lo que se enuncia”.
Las estructuras emblemáticas son, pues, estructuras híbridas. Sus
elementos están constituidos por lenguajes de diferente índole que se
apoyan entre sí de tal manera que lo que uno parece callar el otro lo dice
a su modo y viceversa. Es, pues, un sistema en donde la dialéctica callar-
decir se explica porque lo que es silencio en uno de los dos sistemas es
palabra en el otro sistema y viceversa. El emblema, en efecto, es concebi­
do como una pequeña máquina de producir significaciones: es un peque­
ño sistema semiótico que combina la palabra (mito) con la figura (rito) y
que, desde el punto de vista retórico, funciona generalmente como un
exemplum aunque desempeñe funciones epigráficas.
En cuanto al tipo de significación del emblema, Picinelli insiste en que
el funcionamiento semiótico del emblema consiste en que la mente tanto
del que lo ve, como del que lo usa y aun del que lo hace, extrae su
significación de la confluencia de la figura con el lema: la aplicación del
emblema heroico no debe ser deducida de manera inmediata y unilateral
del solo lema. En la concepción filosófica de Picinelli la figura es la
materia y las palabras del lema es su forma. Por tanto, las palabras del
lema deben ser aptas para significar sólo las acciones de la figura dibuja­
da: la significación del conjunto debe ser fácil y graciosa.
Como ya señalé, esta estructura emblemática domina en toda la
composición semiótica a la que pertenecen las fachadas de la catedral de
Morelia. Relieves y estatuas sólo son como las figuras de un magno
emblema cuya parte textual, sus lemas, están conformados por las pala­
bras de los ritos que allí tienen lugar y las palabras de la predicación que
allí se lleva a cabo. Como se ha explicado, además, dentro de este

272
L as fachadas de la C atedral de M orelia

conjunto hay varios subconjuntos también dotados de una estructura


emblemática: por ejemplo las ceremonias que son conjuntos de ritos y
mitos.

L e c t u r a s e m ió t ic a d e l c o n j u n t o

El texto conformado por las tres fachadas de la catedral de Morelia forma


parte de un doble conjunto semiótico jerárquicamente estructurado. En
un primer plano, las fachadas junto con las torres constituyen la parte
ornamental exterior de un edificio. En un segundo plano, ese edificio es
una catedral, un lugar de culto. Por tanto, las fachadas son susceptibles
de ser leídas como texto, como parte exterior de un edificio que tiene,
desde luego, una parte interior correspondiente. Por ser un exterior,
remiten necesariamente a un interior y funcionan como un texto de tipo
retórico cuyo fin es convencer al visitante a entrar. La función textual,
por tanto, es de tipo parenético. Desde el punto de vista discursivo, por
lo demás, las fachadas tienen una función ornamental. Todo este conjun­
to semiótico forma parte de un magno sistema expresivo constituido
además por las ceremonias religiosas que en su interior tienen lugar,
constituidas por ritos y mitos. Representando esto mediante una simbología
estratigráfica, tenemos:

Edificio
Mitos

CATEDRAL< Interiores
41 » CEREMONIAS

Ritos
Fachadas

273
En pos del signo

Las fachadas, por otra parte, conforman un conjunto: la fachada del


frente dominada por Jesús transfigurado; la fachada de la izquierda para
el que entra en catedral, constituida por el relieve de la Virgen de
Guadalupe, María; la fachada de la derecha de quien entra, conformada
por el relieve de San José, esposo de María. El conjunto de los relieves de
las fachadas forma, por tanto, la Sagrada Familia. Independientemente,
pues, de la lectura que pueda desprenderse de cada una de las fachadas en
particular o de todas ellas juntas, el conjunto dice que la catedral de
Morelia es un hogar, el hogar de la Sagrada Familia: el conjunto de
semas, por tanto, apunta hacia el concepto de seguridad como contra­
puesto, desde luego, al de inseguridad. La catedral de M orelia es un lugar
seguro porque es el hogar de la Sagrada Familia. Entrar en la catedral es
entrar en ese hogar y entrar, por tanto, en un lugar seguro. Ese concepto
de seguridad está ligado al “entrar” y, por ende, a un “adentro”:
adentro se está seguro, afuera es un lugar peligroso. La lógica del relieve
de la transfiguración está regida por este conjunto de conceptos opuestos
que forman, como ya se ha dicho, lo que el análisis greimasiano llama el
cuadrado semiótico cuya estructuración hemos mostrado arriba.
Una lectura más detallada del conjunto constituido por las fachadas
nos conducirá a la figura “iglesia”. La fachada principal, como se ha
dicho, está dividida en tres cuerpos y tres calles en cuyo centro está el
relieve de la transfiguración. En ella las figuras arriba, abajo, en medio,
junto, funcionan también como categorías sintagmáticas. Las categorías,
sin embargo, arriba-abajo tienen un valor distinto según estén en la
fachada misma o en un relieve de la fachada. Las estatuas de San Pedro
(izquierda de quien entra) y San Pablo (derecha de quien entra), en el
primer cuerpo de la calle central, están “abajo”, como columnas y
fundamento del edificio de la Iglesia. En los relieves, sin embargo, la
figura “arriba” significa “cielo” y se contrapone a “abajo” que signifi­
ca “tierra”, el lugar de la debilidad humana donde los discípulos no
pueden mantenerse despiertos: “en medio” es el lugar de la transfiguración
entre el cielo y la tierra, el lugar de la catedral.
Leídas a partir de las estatuas, por tanto, las fachadas de la catedral
nos presentan un edificio fuerte y seguro, construido sobre el fundamento
sólido de los apóstoles Pedro, heredero de la antigua casa de Israel el

274
En pos del signo

hechos que allí se representan hubieran sucedido al mismo tiempo. La


sintaxis de los elementos es de índole topológica, no de índole cronológica:
lo que importa son las categorías cielo-tierra y sólo se representa lo que
podríamos llamar figuras dominantes.
Jesús es la figura central de los tres relieves de la fachada principal: el
de la transfiguración dice que Jesús es hijo de Dios; que es capaz de
entrar en el cielo, preludiado en la catedral, cuando él quiera, porque el
cielo es su casa; que está por encima no sólo de Moisés y Elias sino de los
somnolientos discípulos. En los otros dos relieves se nos dice que Jesús
es Dios, digno de ser adorado tanto por los paganos como por los hijos
de Israel. Si el objeto a alcanzar propuesto por estos textos es el “cielo”,
Jesús es alguien que lo ha alcanzado.
El tipo de enunciado que tenemos en los relieves de la fachada
principal es, en la terminología greimasiana, un enunciado de estado y
todos los enunciados de que se compone un texto como el que nos ocupa
están relacionados entre sí por mera yuxtaposición. Si el sujeto es cada
una de las figuras personificables y el objeto es el cielo, tenemos tantos
enunciados como sujetos hay. Para el caso de Jesús, el anciano, la
paloma, los ángeles, Moisés y Elias, los enunciados respectivos son
enunciados de estado de unión. Para el caso de los apóstoles y, desde
luego, para el visitante que llega a la catedral, los enunciados del relieve
se convierten en enunciados de estado de desunión.
Dentro de nuestro texto hay actores que aunque tienen figuras huma­
nas o antropomórficas, asumen de hecho papeles temáticos: Pedro y
Pablo el de columnas; los cuatro evangelistas el del evangelio. En otros
casos los actores desempeñan sólo una función sintagmática: meramente
gramatical y, por tanto, también temática. Juan el bautista es símbolo de
Elias; san Miguel es el jefe del ejército celeste.

276
En pos del signo

hechos que allí se representan hubieran sucedido al mismo tiempo. La


sintaxis de los elementos es de índole topológica, no de índole cronológica:
lo que importa son las categorías cielo-tierra y sólo se representa lo que
podríamos llamar figuras dominantes.
Jesús es la figura central de los tres relieves de la fachada principal: el
de la transfiguración dice que Jesús es hijo de Dios; que es capaz de
entrar en el cielo, preludiado en la catedral, cuando él quiera, porque el
cielo es su casa; que está por encima no sólo de Moisés y Elias sino de los
somnolientos discípulos. En los otros dos relieves se nos dice que Jesús
es Dios, digno de ser adorado tanto por los paganos como por los hijos
de Israel. Si el objeto a alcanzar propuesto por estos textos es el “cielo”,
Jesús es alguien que lo ha alcanzado.
El tipo de enunciado que tenemos en los relieves de la fachada
principal es, en la terminología greimasiana, un enunciado de estado y
todos los enunciados de que se compone un texto como el que nos ocupa
están relacionados entre sí por mera yuxtaposición. Si el sujeto es cada
una de las figuras personificables y el objeto es el cielo, tenemos tantos
enunciados como sujetos hay. Para el caso de Jesús, el anciano, la
paloma, los ángeles, Moisés y Elias, los enunciados respectivos son
enunciados de estado de unión. Para el caso de los apóstoles y, desde
luego, para el visitante que llega a la catedral, los enunciados del relieve
se convierten en enunciados de estado de desunión.
Dentro de nuestro texto hay actores que aunque tienen figuras huma­
nas o antropomórficas, asumen de hecho papeles temáticos: Pedro y
Pablo el de columnas; los cuatro evangelistas el del evangelio. En otros
casos los actores desempeñan sólo una función sintagmática: meramente
gramatical y, por tanto, también temática. Juan el bautista es símbolo de
Elias; san Miguel es el jefe del ejército celeste.

276
XII
LA ESTRUCTURA DE GOBIERNO DEL ANTIGUO REINO
P ’URÉHPECHA SEGÚN LA RELACIÓN DE MICHOACÁN
ENSAYO DE LECTURA SEMIÓTICA

¿ In form e o relato?

Para leer La relación de Michoacán desde las perspectivas de la semiótica,


es necesario, bien se sabe, deslindar, así sea someramente, la naturaleza
textual de este importante documento. Un primer dato nos viene, a este
respecto, por el nombre Relación con que se le conoce. Quizá una ligera
incursión a los tipos textuales de la época nos permita especificar algunas
de las características del género “relación”. Como bien se sabe, a raíz del
“descubrimiento”, conquista y colonización que de estas tierras hicieron
los europeos se multiplicó el uso de un tipo textual que se denominó
“relación” y que significa en el siglo XVI, según el Diccionario de
autoridades, “la narración o informe que se hace de alguna cosa que
sucedió” .1
Los tipos textuales llamados “relaciones” eran informes en forma de
relato. Para precisar la naturaleza textual de las “relaciones”, tomemos
el ejemplo de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España
de Bemal Díaz del Castillo, una obra del siglo XVI como la Relación,
que tiene la ventaja de que entre las etiquetas que su autor le puso está
también la de “relación”. Bemal, en efecto, como dice Walter Mignolo,
no sólo no tiene “una clara posición con respecto a la actividad escriptural

1. Para todo esto véase el artículo de Walter Mignolo “Cartas, crónicas y relaciones del descubrimiento y
la conquista”, en Luis Iñigo Madrigal (coordinador), Historia de la literatura hispanoamericana.
Tomo I. Época colonial, Madrid, Cátedra, 1982, pp. 57 y ss.

277
En pos del signo

que emprende”,2 sino que, de hecho, emplea como sinónimos los térmi­
nos “relación”, “historia” y “crónica” con que designa su obra. Su
misma viuda Teresa Becerra, cuando se trata de recuperar en 1584 el
ejemplar que de su obra había Bemal enviado a España nueve años antes,
la llama “ystoria y coronica” .
En primer lugar, el texto de Bemal ha pasado a la historia de la
literatura con el gafete de “crónica” y, desde luego, su estructura textual
tiene muchas cosas en común, sin duda, con la estructura textual de una
crónica. Sin embargo, no hay tipos textuales puros y menos dentro de la
literatura a que da lugar en el siglo XVI el inusitado espectáculo del
descubrimiento y conquista de América por los europeos; se echa enton­
ces mano del vocablo “crónica”, un término en vías de desaparición,
sacándolo del cementerio de palabras medievales en que yacía también
“an ales” ,

para denominar el informe pasado o la anotación de los acontecimientos del


presente, fuertemente estructurados por la secuencia temporal. Más que relato o
descripción la crónica, en su sentido medieval, es una “lista” organizada sobre
las fechas de los acontecimientos que se desean conservar en la memoria.3

La Historia verdadera tiene, por ejemplo, el apego textual de una


crónica al espacio y al tiempo. Pero como en todo lo relacionado con el
descubrimiento y la conquista, ante lo inusitado de la experiencia, hay
que encontrar formas de expresión heterodoxas. Es una crónica, sí, pero
es mucho más que eso. De allí las fluctuaciones de Bemal en cuanto al
nombre. Por lo demás, he de mencionar que los textos reciben no sólo el
nombre sino sus características textuales de su función social: del para
qué de un texto depende, en gran medida la forma que adopte. Por otro
lado, un tipo textual engendra a otro. Cuando un tipo textual nace, echa
mano de los recursos de tipos textuales afines. Nada raro, entonces, que
entre la tipología textual del español del siglo XVI las crónicas tendieran

2. Op. cit., p. 82.


3. Walter M ignolo, Op. cit. p. 75. Allí mismo, Mignolo cita a Jerónimo de San José quien en su Genio de
la historia , publicada en 1651, llama “corónica” a “la historia difusa de alguna República eclesiástica,
religiosa o seglar ajustada a los años”.

278
L a estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

a la historia: ya no se sujetaban a la austera y rígida estructura del informe


cronológico de tipo paratáctico, sino que se habían deslizado hacia el
pulido discurso salido de la retórica que era la historia.
.. La obra bemaldiana es, pues, también una historia; y ese fue, final­
mente, el nombre que prevalecerá. Don Sebastián de Cobarruvias,4 unos
años antes de que Remón publicara la primera edición de la obra
bemaldiana, recoge la acepción que del vocablo “historia” era usual en
el siglo XVI “es [dice] una narración y exposición de acontecimientos
passados, y en rigor es de aquellas cosas que el autor de la historia vió
por sus propios ojos y da fee de ellas, como testigo de vista, según la
filen a del vocablo ‘istoria, apo tou ‘istorein, quod est spectare vel
cognoscere”.
Este concepto de historia está implícito, como bien se sabe, en las
reclamaciones que hace Bemal a López de Gomara, principalmente, a
Jovio e Illescas. Se trata de una ‘istoria en el sentido que el término
griego tiene, por ejemplo, en Jenofonte: sólo puede escribir historia
quien ha visto o quien se ha informado con rigor en “buenos originales y
autores fidedignos de aquello que narra y escrive”, dice Cobarruvias. Por
una parte, es fácil mostrar que para Bemal crónica e historia ya son
sinónimos. La crónica se ha convertido en historia y alterna con ella no
sólo el nombre sino también las funciones y, desde luego, la índole
textual. Era común en el siglo XVI este intercambio de nombres y de lo
demás entre crónica e historia; tanto, que ambos vocablos vienen a ser
sinónimos en el uso del siglo XVI: se trata de crónicas con ropaje de
historia y viceversa. Así sucede, por ejemplo, con fray Bartolomé de las
Casas: en el emdito prólogo que antecede a su Historia de las Indias,
luego de disertar sobre los motivos que tiene para escribir su obra a la
que llama reiteradamente “historia” concluye: “y así esta corónica
podrá engendrar menos fastidio”.5 De la misma manera que la Historia

4. T e s o r o d e la L e n g u a C a s te lla n a o E s p a ñ o la . P r im e r D ic c i o n a r i o d e la L e n g u a . ( 1 6 1 1 ) , Madrid/
México, Ed. Turner, 1984.
5. N o sabemos exactamente cuáles fueron los vínculos de Bemal con Las Casas. Bemal conoce muy bien
Las Casas pero no sabemos nada del improbable conocimiento que el exobispo de Chiapas hubiera
podido tener de Bemal. El mismo Bemal así lo cree en una carta del soldado cronista al obispo de
Chiapas, fechada el 20 de febrero de 1558, que se conserva entre las cartas y documentos de la

279
En pos del signo

General y Natural de las Indias de Fernández de Oviedo cuenta entre sus


modelos a Plinio y a Cicerón,6 así la Historia verdadera de Bemal recoge
el concepto de historia principalmente de sus contemporáneos, aunque
haya leído a Julio César, en el sentido de “memoria de los hechos
notables del pasado”.7 En efecto, una de las razones principales que da
en su prólogo es “porque haya fama memorable de nuestras conquis­
ta s ” .
Pero la Historia verdadera es llamada reiteradamente relación, como
el texto que nos ocupa. Es cosa sabida, en efecto, que Bemal toma como
modelos los escritores de su época que tratan de la gesta americana. Y,
ciertamente, uno de los modelos que más a la mano tenía era a su capitán
Hernán Cortés cuyas Cartas de relación de la conquista de México
ciertamente le sirvieron de modelo para su obra en más de un aspecto.
Nada raro, entonces, que en algunos de los estratos más antiguos de la
Historia bemaldiana el autor designe su texto con el nombre de “rela­
ción”. Un capítulo importante a este respecto, y que aquí cito a guisa de
ejemplo, es el capítulo CCXII, del cual como se sabe, se conserva una
versión anterior muy cercana al texto remoniano.8 Pues bien, en la
versión más antigua de ese capítulo Bemal se refiere con insistencia a su
obra designándola como “relación”. Véase: “como acabé de sacar en
limpio esta mi relación”, “las heroicas hazañas que hizo el marqués del
Valle en esta relación escribo”, “en el primer capítulo de mi relación”,

Audiencia de Guatemala. En ella el cronista empieza diciendo: “ya creo que V.S. no temá noticia de mí,
porque según veo que escrito tres veces é jamás e abido ninguna respuesta, é tengo que no abrá recibido
ninguna carta”; y, luego de quejarse y solicitar la intervención de Las Casas para que se declare
permanente el puesto que ocupa en el cabildo guatemalteco y otros asuntos y quejas, Bemal dice a fray
Bartolomé: “pues V.S. es padre y defensor destos proves yndios”. Las Casas había regresado de manera
definitiva a España desde 1547 y había renunciado a su obispado en 1551. Sin embargo, no sólo
coinciden en su interés por los indios, sino en su concepto de historia y hasta en la idea que ambos tienen
de lo que debe contener un prólogo. En ese importante prólogo estudiado por Lewis Hanke, Las Casas
ofrece una emdita concepción de lo que se ha entendido por historia.
6. Véase Edmundo O ’Gorman, C u a tr o h is to r ia d o r e s d e I n d ia s , M éxico, Alianza Editorial M exicana /
Consejo Nacional para la cultura y las artes, Col. Los noventa n. 25, 1989, pp. 41-67. Véase, igualmente,
Walter Mignolo, O p. c it., p. 81.
7. W. Mignolo, O p. c it., p. 80.
8. Puede verse, para esto, mi artículo “¿Cuál es el texto auténtico de la H is to r ia v e r d a d e r a V , en R e la c io n e s ,
Vol. XII, Núm. 48, Zamora, El Colegio de Michoacán, pp. 67-87.

280
L a estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

“en blanco nos quedáramos si ahora yo no hiciera esta mi verdadera


relación”, “si en esta mi relación yo hubiera quitado su prez”, “lo cual
hallarán escrito en esta mi relación”. Precisamente, esta es una de las
cosas en que el texto primitivo se diferencia de la versión definitiva de
este capítulo según el manuscrito de Guatemala.9
Que Bemal se haya servido de las obras que sobre el descubrimiento y
conquista circulaban en su tiempo para dar forma y nombre a la suya, lo
da a entender en el esbozo de prólogo con que comienza el manuscrito de
Guatemala. Habla de la costumbre de escribir prólogos que tienen los
“muy afamados cronistas antes que comiencen a escribir sus historias”;
al respecto dice que por no ser latino no escribirá “preámbulo ni prólo­
go” . Es decir, Bemal escribe su obra siguiendo los modelos que tiene a la
vista. Ya se sabe, por otro lado, que la estructura de la obra bemaldiana
le proviene de la Hispania Victrix de López de Gomara: a partir de ella se
convierte en Historia verdadera. Bemal fluctúa entre “relación”, “cró­
nica” e “historia”, porque relaciones, crónicas e historias son los tipos
textuales que hablan de su tema en su tiempo.
El vocablo “relación”, como bien se sabe, se deriva del latín relatio
que, a su vez, viene del verbo referre. Originalmente, significaba “volver
a traer o llevar” . Es decir, “llevar de nuevo”, “llevar una cosa al punto
de partida”, “devolver”; de allí, por tanto, empezó a ser usado en el
sentido de “regresar” y, más tarde, en el sentido de “restituir”, “pa­
gar” . El deslizamiento semántico del vocablo llegó, así, hasta los linderos
de nuestra palabra: el verbo referre, en efecto, tomó el significado de
“replicar”, “responder” y de allí “oponer como réplica”, “exponer” .
Se trata, sin embargo, de un exponer provocado, de un discurso genera­
do por otro discurso del tipo de un requerimiento: referre es exponer
como respuesta a una pregunta, a una acusación o a una solicitud. De allí
pasó, fácilmente, a significar “dar cuenta”, “notificar”, “anunciar ofi­
cialmente” . Y luego, “consignar en”, “transcribir” hasta llegar al sim-

9. N o es difícil mostrar, por lo demás, la dependencia del prologuillo con que em pieza la versión de
Guatemala con respecto al texto primitivo de este capítulo CCXII. Allí también se lee la expresión “esta
mi verdadera y notable relación”.

281
En pos del signo

pie “contar”, “referir de palabra” que dio origen a nuestro vocablo


“relato” pariente muy cercano del término “relación”.
Relatio es, simplemente, la acción del verbo referre. Tiene, por tanto,
un deslizamiento análogo. El vocablo latino tiene dos acepciones que
parecen prevalecer sobre las demás y que serán decisivas en la terminolo­
gía del siglo XVI hispánico cuando, al fragor de la del descubrimiento,
conquista y colonización de América por los españoles, proliferan una
serie de textos a los que se da el nombre de “relaciones” : informar y
relatar. Primero informar y luego relatar. Ambas, como bien se sabe, se
funden en muchos de estos textos que, por ello, son relatos informativos.
Relatio tiene, en efecto, desde muy pronto el sentido de “informe de un
magistrado al senado”.10En este sentido Cicerón dice: relatio illa salutaris
et diligens fuerat consulis (aquel informe saludable y concienzudo había
sido obra del cónsul). Del uso de relatio en el otro sentido dan testimonio
tanto el mismo Cicerón como Quintiliano. Este último, por ejemplo, habla
de la relatio causarum o relatio meritorum en el sentido, respectivamen­
te, de la “exposición de causas” y “exposición de m éritos” . Esta
exposición, empero, tiene la forma de un relato, vocablo por lo demás
emparentado con “relación”.
La acepción que el vocablo “relación” tiene en el siglo XVI es,
simplemente, la de un relato. Cobarruvias define el término como el actus
referendi, sin más. Y, como se ha dicho, el Diccionario de autoridades
registra para el siglo XVI como principal acepción del vocablo “rela­
ción” “narración o informe que se hace de alguna cosa que sucedió”. El
vocablo “relación”, por tanto, se usa en la literatura de conquista del
siglo XVI tanto en el sentido de informe como en el de relato. En el caso
de las Cartas de relación de Cortés, predomina el deber de informar; en
Bemal, en cambio, el placer del relato aunque su fin particular fuera,
precisamente, el de informar adecuadamente.
Empero, el vocablo “relación” y su originante “referir” entraron al
flujo léxico del castellano en un sentido muy distinto al empleado por el

10. Agustín Blánquez Fraile, Diccionario Latino-Español Español-Latino , Barcelona, Ramón Sopeña,
1988, ad loe.

282
L a ESTRUCTURA DE GOBERNO del antiguo reino p ’urhépecha

redactor de La relación de Michoacán : “rechazar, apartar, perseguir” .


Así lo usan tanto Gonzalo de Berceo como El libro de Alexandre. Esto
no obstante, en el momento en que fray Jerónimo de Alcalá redacta La
relación de Michoacán, el vocablo había recuperado las dos principales
funciones que tenía su antepasado latino relatio y que se pueden resumir,
como he dicho, en los verbos “informar” y “relatar” o, en palabras del
Universal Vocabulario en latín y en romance de Alonso Fernández de
Palencia, publicado en Sevilla en 1490," “referir y denunciar” . Ambos
usos del vocablo “referir” estaban firmes ya a principios del siglo XVII y
se encuentran documentados tanto en Cervantes como, en general, en la
literatura de los siglos de oro.
En el mencionado Vocabulario de Fernández de Palencia hay una
acepción más abstracta del vocablo “relación” : “se diz q relación la que
se refiere a alguna cosa, como padre a fijo”.112 La terminología, pues, no
fue fijada de una manera firme sino en el siglo XVI a raíz de textos como
el que ahora nos ocupa.
La obra bemaldiana es, sí, relación, informe oficial; pero Bemal se
hace también cargo de su responsabilidad histórica ante los hechos. En
concreto pregunta: si no hablo yo del papel que tuvimos los soldados en
tan grandes hazañas ¿quién va hablar de ello? ¿Acaso las nubes o los
pájaros que por allí pasaron? La relación, pues, tiene funciones
historiográficas también. En resumidas cuentas, pues, la Historia verda­
dera es, en primera instancia, una “historia” con tintes apologéticos que
para cumplir con sus cometidos asume la responsabilidad de una “cróni­
ca” bajo los ropajes de “relación”, en el sentido tanto de relato como de
informe, de epopeya cortesana en prosa y hasta de novela de caballería;
pero bien pudiera ser al revés. Todo intento de análisis semiótico de uno
de estos textos como la Relación o la Historia verdadera tiene que tener
en cuenta que la lengua se realiza en los textos en la medida de su función
y que, después de todo, no es lo mismo una relación que un relato. La
estructura textual de un informe puede ser cronológica, topoglógica o
mixta, como en nuestro caso; la de un relato es decididamente cronológica.

11. Citado por J. Corominas, Diccionario crítico etimológico, Madrid, Gredos, 1954, tomo 3, p. 489.
12. En Corominas, Op. cit ., p. 869.

283
En pos del signo

L a relación de M ichoacán

Pues bien, La relación de Michoacán tiene todos estos matices textuales.


El redactor, identificado por J. Benedict Warren,13 como fray Jerónimo
de Alcalá, describe así sus propósitos textuales:

Vínome, pues, un deseo natural como a los otros, de querer investigar entre estos
nuevos cristianos: qué era la vida que tenían en su infidelidad, qué era su creencia,
cuáles eran sus costumbres y su gobernación, de dónde vinieron [...] Ya yo tenía
perdida la esperanza de este mi deseo, si no fuera animado por las palabras de
Vuestra Señoría Ilustrísima que, viniendo la primera vez a visitar esta provincia
de Michoacán, me dijo dos o tres veces que por qué no sacaba algo de la
gobernación de esta gente [...] Y por hacerle algún servicio, aunque balbuciendo
de poner la mano para escribir algo por relación de los más viejos y antiguos de
esta provincia, por mostrar a Vuestra Señoría, como en dechado, las costumbres
de esta gente de Michoacán, para Vuestra Señoría los favorezca rigiéndolos por lo
bueno que en su tiempo tenían y apartándoles lo malo que tenían [...] Pues
Ilustrísimo Señor, esta escritura y relación presentan a Vuestra Señoría los viejos
de esta Ciudad de Michoacán y yo también en su nombre, no como autor sino
como intérprete de ellos. En la cual Vuestra Señoría verá que las sentencias van
sacadas al propio, de su estilo de hablar, y yo pienso de ser notado mucho en esto,
mas como fiel intérprete no he querido mudar de su manera de decir, por no
corromper sus sentencias. Y en toda esta interpretación he guardado ésto, si no ha
sido algunas sentencias, y muy pocas, que quedarían faltas y diminutas si no se
añadiese algo; y otras sentencias van declaradas porque las entiendan mejor los
lectores [...] A ésto digo que yo sirvo de intérprete de estos viejos y haga cuenta
que ellos lo cuentan a Vuestra Señoría Ilustrísima y a los lectores, dando relación
de su vida y ceremonias y gobernación y tierra.
Ilustrísimo Señor, Vuestra Señoría me dijo que escribiese de la gobernación de
esta provincia, yo -porque aprovechase a los religiosos que entienden en su
conversión- saqué también: dónde vinieron, sus dioses más principales y las
fiestas que les hacían, lo cual puse en la primera parte; en la segunda parte puse
cómo poblaron y conquistaron esta provincia los antepasados del cazonci', y en la
tercera, la gobernación que tenían entre sí hasta que vinieron los españoles a esta
provincia y hace fin a la muerte del cazonci,14

13. “Fray Jerónimo de Alcalá autor de La relación de MichoacánT\ en Anuario, Escuela de historia de la
Universidad Michoacana, Núm. 2, Morelia, 1977, pp. 139-163.
14. Como se sabe, la Relación fue escrita poco tiempo después del asesinato del último rey de Michoacán, el
cazonci Tangáxoan Tzincicha, por Ñuño de Guzmán.

284
L a estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

Vuestra Señoría haga pues enmendar y corregir y favorezca esta escritura, pues
se empezó en su nombre y por su mandamiento, porque esta lengua y estilo
parezca bien a los lectores y no echen al rincón lo que con mucho trabajo se
tradujo en la nuestra castellana [...] esta escritura y relación.

La Relación de Michoacán es, en efecto, un documento prevalente-


mente informativo, sobre la mitología del pueblo michoacano, elaborado
hacia 1540 a raíz de una explícita petición del virrey Antonio de Mendoza
con ocasión de la primera visita que hace a Michoacán a fines de 1539.
De hecho, el título indica con claridad no sólo las circunstancias en que
fue elaborado el texto sino su contenido: Relación de las ceremonias y
ritos y población y gobernación de los indios de la provincia de
Michoacán hecha al ilustrísimo señor Don Antonio de Mendoza, virrey
y gobernador de esta Nueva España por su majestad, etc. Como se sabe,
la puesta por escrito de este libro “uno de los libros más bellos y
conmovedores de la literatura universal, digno de ser comparado con la
Ilíada, el Poema de Gilgamés o la Geste d ’A rture”.15 Pues bien, como
dice el mismo Le Clézio, “este libro lleva la huella profunda del mundo
indígena del cual salió, de su magia y de su tragedia también. Historia de
un pueblo en agonía, la Relación es un testamento, dictado por los
testigos, los sacerdotes petámuti, según el ritmo de la tradición oral”.16^
Uno de los primeros deberes del análisis semiótico consiste en escla­
recer el proceso comunicativo: quién habla a quien sobre qué asunto, >
mediante qué conducto y qué código.\Ese proceso no es del todo simple
en la Relación. Por lo que sabemos,'"hay por lo menos dos situaciones. En
una primera instancia, en efecto, la Relación es un texto cuyo destinador
son los indios ancianos de M ichoacán y, en especial, don Pedro
Cuinierangari quien, según la misma Relación, fue el informante princi­
pal. El destinatario, en cambio, es tanto el virrey como los lectores. El
mensaje es el texto de la Relación. El contexto o referente es, a decir del
texto mismo,

15. Jean-Marie Le Clézio, La conquista divina de Michoacán, México, FCE, Cuadernos de la Gazeta Núm.
4, 1985, p. 7.
16. Ibid., pp. 7-8.

285
En pos del signo

dónde vinieron, sus dioses más principales y las fiestas que les hacían, lo cual puse
en la primera parte; en la segunda parte puse cómo poblaron y conquistaron esta
provincia los antepasados del cazonci; y en la tercera, la gobernación que tenían
entre sí hasta que vinieron los españoles a esta provincia y hace fin a la muerte del
cazonci.

Según el ya conocido esquema jakobsoniano,17 faltarían por explicitar


tanto el contacto como el código. Aquí es donde entra la función del
redactor que, según ha demostrado J. Benedict Warren, fue el francisca­
no fray Jerónimo de Alcalá.18 Fray Jerónimo de Alcalá no es sólo el
redactor de nuestro texto sino su recopilador y traductor. Está, por tanto,
a la base tanto de lo que Jakobson llama “contacto” como “código”.
Veamos, empero, cómo esto tiene lugar. Jakobson define el “contacto”
como “un canal físico y una conexión psicológica entre destinador y
destinatario, que permite tanto al uno como al otro establecer y mantener
la comunicación”. No cabe duda, pues, que el medio físico en cuestión es
nuestro escrito cuyo autor, en otro sentido, es fray Jerónimo. El esquema
de comunicación, por tanto, se complica. No es lo mismo que si hubieran
sido los ancianos tarascos quienes hubieran escrito el texto y lo hubieran
enviado al virrey. Tanto el fraile como su escrito, pues, sirven de medio
físico para que entren en contacto destinador y destinatario.
Más complicada es la cuestión del “código” . Según Jakobson, en
todo proceso de comunicación verbal se requiere “un código del todo, o
en parte cuando menos, común a destinador y destinatario (o, en otras
palabras, al codificador y al descodificador del mensaje)”. No cabe duda
de que, a este respecto, si tomamos nuestro texto como una traducción
fray Jerónimo es quien aporta el código al texto. Un traductor, en efecto,
es el intermediario de un proceso que consta necesariamente de dos
partes: una parte semasiológica en donde el traductor hace las veces de
lector, y otra onomasiológica en donde el traductor se convierte en una
especie de hablante condicionado, en la medida en que tiene que recons­

17. Hay muchas ediciones del célebre artículo de Roman Jakobson “Lingüística y poética”. Cito aquí por
Roman Jakobson, Ensayos de lingüística general, Obras del pensamiento contemporáneo Núm. 36,
edición de Origen/Planeta, México, 1986, pp. 347-395.
18. Op. cit.

286
L a estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

truir el texto en la lengua de llegada con todos sus contenidos y con todas
sus jerarquías semióticas. La traducción es un proceso que consta de dos
partes en donde el traductor está siempre enmedio. Así:

Fase semasiológica Fase onomasiológica

Traductor lector Traductor hablante

Lengua de entrada ----------- TRADUCTOR Lengua de salida

Si nos atuviéramos, entonces, a la anterior interpretación de la Rela­


ción, tendríamos que el proceso de comunicación que subyace al texto
sería:

REFERENTE
(Origen, mitología y gobierno p’uréhpechas)

DESTINADOR MENSAJE DESTINATARIO


(La comunidad) (La Relación) (El virrey)

CONTACTO
(El traductor y el impreso)

CÓDIGO
(p’uréhpecha traducido al español)

Sin embargo, la Relación no es exactamente una traducción sino un


texto cuya parte más extensa e importante es una traducción, pero cuya
primera (lo que se conservó) y tercera partes tienen como autor no a la
comunidad p ’uréhpecha sino a fray Jerónimo de Alcalá. Señaladamente,
el fragmento de que aquí nos ocupamos, el capítulo I de la tercera parte,

287
En pos del signo

es obra del fraile. El cuadro de elementos del proceso de comunicación


propugnados por Jakobson es, por tanto, distinto al que arriba pergeñamos.

REFERENTE
(Origen, mitología y gobierno p’uréhpechas)

DESTINADOR MENSAJE DESTINATARIO


(Fray Jerónimo) (La Relación) (El virrey)

CONTACTO
(El impreso)

CÓDIGO
(El español)

En la edición de la Relación preparada por Francisco Miranda y


aparecida en la colección Cien de México publicada por la SEP, se usan

tres distintos tipos de letra que corresponden, el primero (redondas normales) al


texto propio del cronista según lo ya explicado, el segundo (negritas) sería lo que
consideramos la traducción de las aportaciones indígenas o médula de nuestro
documento como fuente de la literatura p’uréhpecha y el tercero (cursivas) es la
fiel transcripción, con sus variantes, de las voces en p’uréhpecha.19

N u estro tex to

DE LA GOBERNACIÓN QUE TENÍA Y TIENE ESTA GENTE ENTRE SÍ

Dicho se ha en la primera parte, hablando de la historia del dios Curicaueri:


“Cómo los dioses del cielo le dijeron: cómo había de ser rey y que había de
conquistar toda la tierra y que había de haber uno que estuviese en su lugar que
entendiese en mandar traer leña para los cues, etc.”

19. Página 37.

288
La estructura de gobierno del antiguo reino p ’ urhépecha

Pues decía esta gente que el rey cazonci estaba en lugar de Cnricaueri. Después
del abuelo del cazonci llamado Zizispandaquare todo fue un señorío esta Provin­
cia de Michoacán y así la mandó su padre y él mismo, hasta que vinieron los
españoles.
Pues había un rey y tenía su gobernador y un capitán general en las guerras y
componíase como el mismo cazonci. Tenía puestos cuatro señores muy principa­
les en cuatro fronteras de la Provincia y estaba dividido su reino en cuatro partes.
Tenía puestos por todos los pueblos, caciques que ponía él de su mano y entendían
en hacer traer leña para los cues, con la gente que tenía cada uno en su pueblo, y
de ir con su gente de guerra a las conquistas.
Había otros llamados achaecha, que eran principales que de continuo acompa­
ñaban al cazonci y le tenían palacio; asimismo, lo más del tiempo, estaban los
caciques de la Provincia con el cazonci - a estos caciques llaman ellos
carachacapacha.
Hay otros llamados ocanbecha que tienen encargo de contar la gente y de
hacerlos juntar para las obras públicas y de recoger tributos; éstos tienen cada uno
de ellos un barrio encomendado. Y al principio de la gobernación de don Pedro,
que es ahora gobernador, repartió a cada principal de éstos veinticinco casas. Y
estas casas no cuentan ellos por hogares, ni vecinos, sino cuantos se llegan en una
familia,- que suele haber en alguna casa dos o tres vecinos con sus parientes. Y hay
otras casas que no están en ellas más de marido y mujer, y en otras madre e hija,
y así de esta manera. A estos principales llamados ocanbecha, por este oficio no
les solían mas de leña y alguna sementerilla que le hacían y otros les hacían
cotaras. Y ahora, muchas veces, en achaque del tributo, piden demasiado a la
gente que tienen en cargo y se lo llevan ellos; y estos guardan muchas veces los
tributos de la gente, especialmente oro y plata.
Había otro diputado sobre todos éstos, que eran después del cazonci; éste ahora
recoge los tributos de todos los principales llamados ocanbecha.
Hay otro llamado pirouaqua nandari, que tiene cargo de recoger todas las
mantas que da la gente y algodón para los tributos; y éste todo lo tiene en su casa
y tiene cargo de recoger los petates y esteras de los oficiales, para las necesidades
del común.
Hay otro llamado tareta uaxatati, diputado sobre todos los que tienen cargo de
las sementeras de cazonci, y aquel sabía las sementeras cuyas eran. Este era como
mayordomo mayor diputado sobre todas las sementeras; que otro mayordomo
había sobre cada sementera, el cual la hacía sembrar y deshierbar y coger por
todos los pueblos, para las guerras y ofrendas a sus dioses.
Había otro mayordomo mayor, diputado sobre todos los oficiales de hacer
casas, que eran más de dos mil, otros mil para la renovación de los cues, que
hacían muchas veces. No entendían en otra cosa mas de hacer las casas y cues, que
mandaba el cazonci. Y de éstos hay todavía muchos.

289
E n pos del signo

Había otro llamado cacari, diputado sobre todos los canteros y pedreros,
mayordomo mayor en este oficio, y ellos tenían otros mandoncillos entre sí. De
éstos hay todavía muchos, con uno que los tiene a su cargo.
Había otro llamado quanicoti, cazador mayor diputado sobre todos los de este
oficio. Éstos traían venados y conejos al cazonci. Y otros pajareros había por sí,
que le servían de caza.
Había otro diputado sobre toda la caza de patos y codornices llamado curuhapindr,
éste recogía todas estas dichas aves para los sacrificios de la diosa Xaratanga , que
se sacrificaban en sus fiestas, y después toda esta caza comía el cazonci con los
señores.
Había otro llamado uaruri, diputado sobre todos los pescadores de red que
tenían cargo de traer pescado al cazonci y a todos los señores, que los que tomaban
el pescado no gozaban de ello, mas todo lo traían al cazonci y a los señores, porque
su comida de esta gente todo es de pescado, que las gallinas que tenían no las
comían, mas teníanlas para la pluma de los atavíos de sus dioses. Este dicho uaruri
todavía tiene esta costumbre de recoger el pescado de los pescadores, aunque no
en tanta cantidad como en su tiempo.
Había otro llamado taranta, diputado sobre todos los que pescaban de anzuelo.
Había otro mayordomo mayor llamado cauaspati diputado sobre todo el ají que
se cogía del cazonci, y otros mayordomos sobre todas las semillas, como bledos de
muchas maneras y frijoles y lo demás.
Había otro mayordomo mayor para recibir y guardar toda la miel que traían al
cazonci, de cañas de maís y de abejas.
Había un tabernero diputado para recibir todo el vino que hacían para las
fiestas, de maguey. Ese se llamaba atari.
Había otro llamado cuzuri, pellejero mayor de baldrés, que hacía cotaras de
cuero para el cazonci. Este todavía tiene su oficio.
Había otro llamado usquarecuri, diputado sobre todos los plumajeros que
labraban de pluma los atavíos de sus dioses y hacían los plumajes para bailar.
Todavía hay estos plumajeros. Estos tenían por los pueblos muchos papagayos
grandes colorados y de otros papagayos para la pluma, y otros les traían pluma de
garzas, otros otras maneras de plumas de aves.
Había otro llamado pucuriquari, diputado sobre todos los que guardaban los
montes, que tenían cargo de cortar vigas y hacer tablas y otra madera de los
montes. Y éste tenía sus principales por sí y los otros señores. Todavía le hay aquí
en Michoacán este pururiquari.
Otro que hacía canoas con su gente.
Había otro llamado curinguri, diputado para hacer atambores y atabales para
sus bailes. Y otro sobre todos los carpinteros.
Había otro que era tesorero mayor, diputado para guardar toda la plata y oro
con que hacían las fiestas a sus dioses, y éste tenía diputados otros principales con

290
La estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

gente, que tenían la cuenta de aquellas joyas, que eran rodelas de plata y mitras,
brazaletes de plata, guirnaldas de oro y así otras joyas.
Había otro llamado cherenguequari, diputado para hacer jubones de algodón
para las guerras, con gente que tenía consigo y principales.
Había otro llamado quanicoquari diputado para hacer arcos y flechas para las
guerras, y éste lo guardaba. Y las flechas, como habían menester muchas, que son
de caña, la gente de la ciudad las hacía cada día.
Había otro diputado sobre las rodelas, que las guardaba; y los plumajeros las
labraban de pluma de aves ricas y de papagayos y de garzas blancas.
Había otro mayordomo mayor sobre todo el maíz que traían al cazonci en
mazorcas, y éste lo ponían en sus trojes muy grandes y se llamaba quengue.
Había otro llamado hicharutauandari diputado para hacer canoas. Y otro
llamado paricuti, barquero mayor, que tenía su gente diputada para remar y ahora
todavía lo hay.
Había otro sobre todas las espías de la guerra.
Había otro llamado uaxanoti, diputado sobre todos los mensajeros y correos, los
cuales estaban allí en el patio del cazonci para cuando se ofrecía de enviar alguna
parte. Y ahora sirven éstos de llevar cartas.
Tenían su alférez mayor para la guerra, con otros que llevaban las banderas,
que eran de plumas de aves puestas en unas cañas largas.
Todos estos oficios tenían por sucesión y herencia los que los tenían, que
muerto uno quedaba en su lugar algún hijo suyo o hermano puestos por mano del
cazonci.
Había otro que era guarda de las águilas grandes y pequeñas y otros pájaros,
que tenía más de ochenta águilas reales y otras pequeñas, enjaulas. Y les daban de
comer del común, gallinas. Había otros que tenían el cargo de dar de comer sus
leones y ádives y un tigre y un lobo que tenía. Y cuando eran estos animales
grandes, los flechaban y traían otros pequeños.
Había otro diputado sobre todos los médicos del cazonci.
Había otro diputado sobre todos los que pintaban j icales, llamado uriniatari. El
cual hay todavía.
Otro sobre los pintores llamado chunicha.
Otro diputado sobre todos los olleros.
Otro sobre los que hacen jarros y platos y escudillas, llamados hucaziquari.
Había otro diputado sobre todos los barrenderos de su casa.
Otro diputado sobre todos los que hacían flores y guirnaldas para la cabeza.
Había otro diputado sobre todos sus mercaderes, que le buscaban oro y pluma­
jes y piedras, con rescate.
Andaban con él los valientes hombres, que eran como sus caballeros, llamados
quangariecha, con unos bezotes de oro o de turquesas y sus orejeras de oro.

291
En pos del signo

El fragmento de texto que hemos selecccionado corresponde, como


hemos dicho, al primer tipo. Es un texto redactado por fray Jerónimo de
Alcalá a partir de las informaciones recabadas de los mismos indígenas.
Nuestro fragmento consta de tres partes: la introducción (1 - 3/3), el
cuadro de gobernantes (3/3 - 3/11), el cuadro de empleados administrati­
vos (4 - 42).
La introducción propone de manera directa el sentido de la estructura
gubernamental que en seguida se expone y conecta esta tercera parte con
la primera. De esta introducción se desprende, en efecto, que el cazonci
es un lugarteniente de Curicaueri quien, por acuerdo de los dioses, es rey
y “debe conquistar toda la tierra” . Esta es la obligación del cazonci
quien, por tanto, gobierna no por autoridad propia sino como lugarteniente
de Dios. Para que no olvide que su autoridad es de origen divino, el
cazonci es también sacerdote20 y tiene como función principal “mandar
traer leña para los cues”.
Se trata, por tanto, de una verdadera teocracia. Los cargos y funcio­
nes que se desempeñan en tomo al cazonci adquieren, por esta razón, un
carácter sacro. He aquí la estructura gubernamental, tal cual se despren­
de del texto de que nos ocupamos. Bien mirado, se trata de una repro­
ducción facsimilar de la corte celeste. La superposición que el texto
propone de un esquema administrativo sobre los oficios y los bienes de la
tierra es, a su modo, una manera de proponer la providencia divina.
El texto, como se ve, tiene la estructura de un mosaico relativamente
jerarquizado de personajes que funcionan como cuadros plásticos colo­
cados uno al lado del otro. Si bien hay aquí un “arriba” y un “abajo”,
por una parte, y el supuesto de que la doble misión de la guerra y el culto,
del dios Curicaueri, alcanzan a cada uno de ellos, por otra, cada cuadro
se presenta más bien bajo la estructura sujeto-objeto incrustada, a su vez,
en el esquema destinador-destinatario. Estamos, por tanto, ante un mun­
do de actantes de los que hablaremos luego. En todo caso, la estructura
administrativa reflejada en el texto es piramidal.

20. Véase, por ejemplo, el & 5 del capítulo n i que sigue al nuestro.

292
La estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

CURICAUERI

REY (CAZONCI)
GOBERNADOR CAPITÁN GENERAL
CUATRO SEÑORES DE LAS CUATRO PARTES DEL REINO
CACIQUES PARA CADA PUEBLO
(F = hacer traer leña para los cues ir con su gente de guerra a las conquistas)

LA CORTE DEL CAZONCI: los achaecha (principales que acompañan al cazonci)


los carachacapacha (caciques).
“Andaban con él los valientes hombres, que eran
como sus caballeros, llamados quangariecha, con
unos bezotes de oro o de turquezas y sus orejeras de
oro” (& 42).

ADMINISTRADORES

SUPERRECAUDADOR: está por encima de los ocanbecha y depende directa­


mente de cazonci. “Recoge los tributos de todos los
principales llamados ocanbecha”.

CENSADORES los ocanbecha (principales, encargados, por barrio,


Y RECAUDADORES de contar la gente y de hacerlos juntar para las obras
públicas y de recoger tributos) 25 casas. Sólo perci­
ben, por razón de su cargo, “leña y alguna
sementerilla” y cotaras. A veces se roban los tributos
en oro y plata.

MANTAS Y ALGODÓN: los pirouaqua uandari (recoge toda la manta que da


la gente y algodón para los tributos; recoge, además,
“los petates y esteras de los oficiales, para las necesi­
dades del común”).

SEM EN TER A S DEL CA- el tareta uaxatati (es el encargado de todos los que
ZONCh (M A Y O R D O M O tienen a su cargo sementeras propiedad del cazonci o
MAYOR) mayordomos menores cuya función era hacer “sem­
brar y deshierbar y coger por todos los pueblos, para
las guerras y ofrendas a sus dioses”. El tareta waxatati
tiene una relación exacta de quienes son los que
tienen sementeras del cazonci).

293
En pos del signo

MAYORDOMO DE OFICIA­ Los oficiales de hacer casas eran “más de dos mil,
LES DE HACER CASAS Y otros mil para renovación de cues.
CUES

MAYORDOMO MAYOR DE El mayordomo mayor tenía bajo su mando a “otros


CANTEROS Y PEDREROS mayordomillos entre sí”.

CAZADOR MAYOR DE VE­ Se llamaba quanicoti y controlaba a todos los caza­


NADOS Y CONEJOS dores de venados y conejos para el cazonci, así como
a “otros pajareros”.

CAZADOR MAYOR DE PA­ Se llamaba curuhapindi y controlaba a todos los


TOS Y CODORNICES cazadores de patos y codornices tanto para los sacri­
ficios de la diosa Xaratanga en sus fiestas, como la
comida del cazonci y los señores.

PESCADORES DE RED Se llamaba el uaruri y tenía autoridad “sobre todos


(ENCARGADO DE) los pescadores de red que tenían a su cargo traer
pescado al cazonci y a los señores”.

PESCADORES DE ANZUE­ Se le llamaba tarama y era el encargado de los que


LO (ENCARGADO DE) pescaban con anzuelo.

BARQUERO MAYOR* Se le llamaba paricuti. Tenía a su mando “gente


diputada para remar”.

AJÍ Y OTRAS SEMILLAS Se le llamaba el cauaspati y era el encargado de


(MAYORDOMO MAYOR) concentrar todo el ají y, en general, todas las semillas
como bledos, frijoles y lo demás.

MIEL DE CAÑAS DE MAÍZ Mayordomo mayor encargado de recibir y guardar


Y DE ABEJAS toda la miel de este tipo que se traía para el cazonci.
(MAYORDOMO MAYOR)

VINO DE MAGUEY Se le llamaba atari y se encargaba de recibir todo el


(TABERNERO MAYOR) vino de maguey que se hacía para las fiestas del
cazonci.

TESORERO M A Y O R DE Guardaba toda la plata y el oro de las fiestas de los


ORO Y PLATA* dioses. Se valía de auxiliares.

294
La estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

M AY O R D O M O M A Y O R Se le llamaba quengue y cuidaba todo el maíz en


RESPONSABLE DEL MAÍZ mazorcas que traían al cazonci: lo guardaba en trojes
EN MAZORCAS* muy grandes.

PELLEJERO M AYO R DE Se le llamaba cuzuri y era quien “hacía cotaras de


BALDRÉS cuero para el cazoncf\

ENCARGADO DE PLUMA­ Se le llamaba usquarecuri y era el encargado de


JEROS todos los que labraban de pluma tanto los atavíos de
los dioses como los plumajes para bailar.

ENCARGADO DE GUARDA­ Se le llamaba pucuricuari y era el encargado de los


MONTES que guardaban los montes, cortaban vigas, hacían
tablas y otra madera de los montes.

ENCARGADO DE (*) HA­ Hacía canoas con su gente. Se le llamaba hicharu-


CER CANOAS tauandari.21

HACEDOR DE ATAMBORES Se le llamaba curinguri. Hacía atambores y atabales


Y ATABALES para los bailes.

JEFE DE CARPINTEROS Tenía a su cargo a todos los carpinteros.

JEFE DE MENSAJEROS * Se le llamaba uaxanoti y era el encargado de “todos


los mensajeros y correos, los cuales estaban allí en el
patio del cazonci para cuando se ofrecía de enviar a
alguna parte”.

JEFE DE FABRICANTES DE Se le llamaba cherenguequari y su función era diri-


JUBONES DE ALG O DÓ N gir un grupo de gente y principales para hacer jubo-
PARA LAS GUERRAS nes de algodón para las guerras.

ENCARGADO DE HACER Y Se le llamaba quanicoquari. Encargado de hacer


GUARDAR ARCOS Y FLE- arcos y flechas para las guerras, “y este lo guardaba.
CHAS PARA LA GUERRA Y las flechas, como había menester muchas, que son
de caña, la gente de la ciudad las hacían cada día”.

ENCARGADO DE GUAR­ Su responsabilidad consistía en guardar las rodelas


DAR LAS RODELAS hechas por los plumajeros.

21. Como se puede ver en la Relación, hay dos menciones diferentes del encargado de hacer canoas.

295
En pos del signo

JEFE DE ESPÍAS DE GUE- Su responsabilidad era coordinar a los espías de


RRA guerra.

ALFÉREZ MAYOR PARA Actuaba “con otros que llevaban las banderas, que
LA GUERRA eran de plumas de aves puestas en unas cañas lar­
gas”.22

OFICIOS NO HEREDITARIOS

CUIDADOR DE LOS ANI- Su función consistía en alimentar las águilas, pája-


MALES DEL CAZONCI23 ros, leones, adives, un tigre y un lobo que el cazonci
tenía.

JEFE DE MEDICOS Coordinar los médicos del cazonci.

JEFE DE PINTADORES DE Se le llamaba uraniatari y coordinaba


JICALES a todos los pintadores de jicales.

JEFE DE PINTORES Se le llamaba chunicha.

JEFE DE OLLEROS

JEFE DE ALFAREROS Se le llamaba hucaziquari y coordinaba a todos los


que hacían “jarros, platos y escudillas”

JEFE DE BARRENDEROS

ENCARGADO DE LOS FLO- Coordinaba a todos los que hacían arreglos florales y
REROS guirnaldas para la cabeza.

JEFE DE MERCADERES “Que le buscaban oro y plumajes y piedras, con


rescate.”

22. Llegados a este punto, & 32, la Relación hace la aclaración: “todos estos oficios tenían por sucesión y
herencia los que los tenían, que muerto uno quedaba en su lugar algún hijo suyo o hermano puestos por
mano de cazoncr. Siguen a éstos una serie de oficios menores que, a tenor del texto, ya no serían
hereditarios.
23. En muchos pasajes de la Relación da la impresión de que el informante no habla en general del cazonci
como institución sino de un cazonci determinado.

296
L a estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

P rimera lectura

Si como hemos dicho, las funciones que aquí se mencionan constituyen


una réplica de la vida de Curicaueri, hemos de decir que este tipo de
sociedad con sus elementos es una sociedad sagrada. Hay en ella, en
primer lugar, una corte constituida por el cazonci con su séquito. Hay
luego, un esquema de cuatro lugartenientes del cazonci en las cuatro
fronteras del reino que corresponden, desde luego, a los cuatro puntos
cardinales. El esquema gubernamental que se propone es de tipo piramidal:
cada puesto, cada nivel, cada función, repite el esquema gubernamental
del dios Curicaueri. Por tanto, como hemos dicho, la sociedad aquí
descrita es una réplica del cielo de Curicaueri.
Sin embargo, hay una serie de oficios, de objetos y productos de la
tierra que resultan sacralizados. Entre los oficios sacralizados, unos son
de tipo gubernamental (en los que se ejerce alguna autoridad), otros son
de tipo administrativo (su función de poner orden), otros son de tipo
funcional y otros, en fin, de tipo ornamental (no hacen nada, sólo están
allí para adornar con su presencia la corte). Los de tipo funcional son de
dos clases: administrativos y manufactúrales. Los administrativos, aun­
que siempre se presentan como teniendo la función de coordinar perso­
nas, se trata, por lo general, de personas que deben hacer algo.
La caza y la pesca aparecen privilegiadas en la Relación; lo mismo
puede decirse de las piedras preciosas, el oro, la plata y las plumas de ave.
La caña es un producto ligado con la guerra. El ají, el maíz, el algodón, la
madera, el maguey, la miel de abeja, bledos, frijoles y demás semillas,
aparecen como los frutos privilegiados de la tierra de una sociedad que
alterna las fiestas con las guerras.

C aracterísticas discursivas

El texto está estructurado epigráficamente. La introducción, ya mencio­


nada, hace las veces de epígrafe con respecto al resto del texto y, por
tanto, determina su sentido y, por tanto, su interpretación. El sentido de
todo el texto, en efecto, está determinado por la resolución del consejo
de dioses sobre las funciones reales de Curicaueri.

297
En pos del signo

La estructura que se desprende del texto es la de una pirámide en la


que el índice de privilegio va de arriba a abajo: el arriba, sin embargo, se
determina por la cantidad de gente sobre la cual se gobierna. Así,
Curicaueri está por encima del cazonci y éste lo está por encima de
cualquier funcionario de su reino. En la parte más baja de la pirámide
están los que no tienen a quien mandar.
Por lo demás, nuestro texto es de tipo descriptivo. Por tanto, sus
elementos significativos pueden ser descritos con las categorías de “rol
actancial” y “figura”. En efecto, cada uno de los “funcionarios” de que
consta este catálogo es descrito en términos del rol actancial que desem­
peña dentro del gobierno. Eventualmente, encontramos alguna o algunas
figuras que, como hemos dicho de las figuras, “sirven para calificar, para
de alguna manera dar cuerpo a los papeles actanciales y a las funciones
que éstos cumplen”.24
Se trata, como bien se ve, de una lista de funciones. El tipo textual al
que nos enfrentamos adopta el carácter de una lista. Como en todas las
listas, los elementos están sólo puestos uno al lado del otro. En nuestra
lista, ni siquiera se preserva el espacio que dentro de la estructura
gubernamental tiene cada personaje. El texto, sin embargo, logra expre­
sar bien la impresión de que hay en él una serie de categorías topográficas:
por ejemplo, hay muy bien un “arriba” y un “abajo” de autoridad y de
honor. Arriba está Curicaueri y su lugarteniente cazonci; abajo, una serie
de subordinados organizados jerárquicamente. Y más abajo los indivi­
duos que si bien tienen un lugar en la sociedad de Curicaueri y, por ende,
tienen un puesto social, no tienen a nadie bajo su mando. Del texto, en
efecto, parecen desprenderse dos funciones sociales: una la de mandar a
otro; es decir, la de autoridad. Otra, la de la función: el estar encargado
de algo. En el primer caso, el objeto de la acción implícita es una persona;
en el segundo, es una cosa.
Las funciones, como las referidas por nuestra lista, son acciones
implícitas. La relación entre ellas, sin embargo, es sólo de tipo paratáctico:

24. Grupo de Entrevernes, Análisis semiótico de los textos, Madrid, Cristiandad, 1982, p. 111. En lo
sucesivo, este libro será mencionado simplemente como “Entrevernes”.

298
L a estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

están sólo yuxtapuestas una al lado de la otra. Esa es, por lo demás, la
discursividad propia de las listas. Para un análisis semiótico, hemos de
decir que nuestro texto, en cuanto se trata de una enumeración de
funciones, es en general de tipo descriptivo. Estamos, pues, ante una
taxonomía. En la lingüística de Bloomfield se llama taxonomía a la
descripción y clasificación en listas de los elementos lingüísticos. Las
reglas de combinación serán las que, posteriormente, justifiquen las
construcciones de una lengua. Pues bien, eso es lo que sucede en nuestro
texto: tenemos una descripción y una clasificación mediante una lista;
pero no tenemos formulada explícitamente la combinabilidad social de
los elementos descritos.
En teoría del texto, una descripción es una pintura con palabras.
Describir es pintar con palabras personas, paisajes, cosas, actitudes,
funciones, como en nuestro caso, u otro tipo de “objetos”. Hay, como
dice Barthes25 una fuerte codificación de algunos de los diferentes y más
usuales tipos de descripciones: a la descripción de un lugar se le llama
“topografía”; a la descripción de un personaje se le llama, en cambio,
“prosopografía” o simplemente retrato, si se trata de su físico; si, en
cambio, lo que se describe de una persona es su carácter, el texto
resultante es llamado “etopeya”; a las descripciones de períodos de
tiempo de la duración que sea se les llama “cronografías” . La descrip­
ción de la función de un personaje, en cambio, como sucede en nuestro
caso, no tenía un nombre específico. La función discursiva de la descrip­
ción es formulada por Barthes26 en los siguientes términos:

Junto al eje propiamente cronológico - o diacrónico, o diegético— la narrado


admite un eje aspectual, durativo, formado por una serie flotante de estasis, las
descripciones. Estas descripciones han sido fuertemente codificadas. Hubo prin­
cipalmente: topografías o descripciones de lugares; cronografías o descripciones
de tiempos, de períodos, de edades; prosopografías o retratos. Es conocido el éxito
de estos “trozos” en nuestra literatura extrajudicial.

25. La antigua retórica , B. 2.9.


26. Ibid.

299
En pos del signo

No es el caso de ahondar en las funciones discursivas de la descrip­


ción dado que, en nuestro texto, lo que tenemos es sólo una lista de ellas.
¿Qué forma adoptan las descripciones de nuestra lista? Por lo general, en
nuestro texto cada una de las descripciones son introducidas por una
expresión conectiva en donde se alternan, por lo general, las expresiones
“había otro” y “hay otro”. A esto sigue el nombre del cargo expresado,
generalmente, por la fórmula “llamado ...”. A veces se omite el nombre
y se pasa directamente a la descripción propiamente dicha. Esta es
introducida, por lo general, por la expresión “que tiene a su cargo” o
bien “diputado sobre”. Por lo general, esta última fórmula suele em­
plearse cuando el cargo es de autoridad: “diputado sobre” tiene como
objeto, entonces, una serie de súbditos. Ello, como se ha dicho, crea a lo
largo de nuestro texto la ya mencionada relación semiótica arriba-abajo
como posiciones de autoridad y honor.

H acia un análisis semiótico

Se puede proponer un análisis de nuestro texto desde dos planos diferen­


tes relacionados, sin embargo, uno con el otro. Desde un plano textual y
desde el plano de la realidad referida. El primero, sin embargo, condicio­
nará siempre al segundo. Pivilegiamos, por tanto, el primero. Como
hemos dicho, nuestro texto es predominantemente descriptivo aunque,
en cierto sentido, está precedido de un marco narrativo que corresponde
a lo que hemos catalogado como “introducción” y, como ya se ha
explicado más arriba, está dotado, como todos los textos de una
narratividad en este caso de índole paratáctica.
Por tanto, los diversos procesos que a nivel de superficie tienen lugar
son de índole diversa a los que tienen lugar en los relatos estructurados
en tomo, precisamente, a la sucesión de estados o cambios de estado. De
una manera o de otra, todos los textos avanzan y nuestro texto lo hace,
sin duda. Este proceso de avance es lo que suele ser llam ado
“narratividad” . En nuestro texto, por tanto, hay dos tipos de narratividad:
la primera es la propia de los relatos, y la segunda, abarca la mayor parte
del texto, es la propia de las “listas” de descripciones: llamaremos a la

300
La estructura de gobierno del antiguo reino p ’urhépecha

primera narratividad cronológica y a la segunda narratividad topológica o


descriptiva.
La “teoría” proveniente de la escuela greimasiana, supone que existe
una gramática de la frase, la gramática tradicional, y una gramática
narrativa con un tipo de unidades, reglas de combinación y estructuras
diferentes a las de la gramática de la frase. Lo que interesa al análisis de la
narratividad no es la gramática de las frases o gramática del nivel de la
manifestación, sino la gramática de la narratividad entre cuyos elementos
están los enunciados sean de estado o de acción. En el caso de nuestro
texto la narratividad está constituida por una serie de enunciados de
estado.
Para el análisis del texto que nos ocupa, es muy útil el modelo
actancial, proveniente de la semiótica greimasiana, y, por otra, tener en
cuenta que de acuerdo con el texto el consejo de dioses dio una orden a
Curicaueri que consta de cuatro mandatos:

1. “Cómo había de ser rey”.


2. “Conquistar toda la tierra”.
4. “Había de haber estuviese en su lugar”.
4. “Mandar traer leña para los cues”.

De acuerdo con esto, nuestro texto puede ser enmarcado dentro de


un gran proceso del cual tanto Curicaueri como el cazonci hacen las
veces de sujeto. En realidad, se trata del mismo sujeto: Curicaueri es una
especie de sujeto primario, aunque invisible; el cazonci, es el sujeto
secundario, visible y, por tanto, el sujeto actual del sistema de autoridad.
Su objeto es cumplir con el mandato del dios Curicaueri que, es en
efecto, el destinador. Este objeto consta de dos elementos: la guerra de
conquista, por una parte, y el culto, por la otra. El destinatario es, por
tanto, el mismo cazonci. Cada uno de los funcionarios descritos en la lista
hacen el papel de ayudantes. Estrictamente hablando, los oponentes no
son mencionados de manera explícita en el texto. Sí son, sin embargo,
referidos: los oponentes son, en efecto, los enemigos; es decir, por una
parte, todos aquellos que se oponen a que el cazonci cumpla con el
mandato divino de conquistar toda la tierra. Los enemigos son supuestos

301
En pos del signo

y referidos por el texto. Por otra parte, hay otro tipo de oponentes: los
que dentro de la estructura gubernamental del cazonci quebrantan con
sus pillerías el orden establecido por Curicaueri. El párrafo 5 de nuestro
texto, por ejemplo, habla de los ocanbecha como funcionarios corruptos
que se roban los tributos.
Por tanto, el gobierno es entendido como un servicio a Dios cuyas
dos funciones más importantes son hacer la guerra y mantener el culto.
Tanto la guerra como la vida social - la fiesta, por ejem plo- son tenidas
como acciones culturales. No hay una distinción entre “autoridad civil”
y “autoridad religiosa” : Curicaueri y, por tanto, el cazonci detentan
ambas autoridades.
La estructura gubernamental a que se refiere el pasaje es, fundamen­
talmente, una estructura del pasado aunque lleva superpuesto el esquema
de la autoridad vigente en el momento de escribir el texto. Es decir que
no faltan observaciones sobre las adaptaciones que esa estructura sufrió,
en los casos en que sobrevivió, tras la conquista española. Por ejemplo,
del sistema de mensajería p ’uréhpecha se observa: “y ahora sirven éstos
de llevar cartas” .27 El texto está lleno de “ahoras”.
Si bien nuestro texto es una descripción, hay que decir que se trata de
una descripción muy singular: tiene la forma de una galería de cuadros
yuxtapuestos. En teoría del texto, se suele comparar la descripción a una
pintura con palabras. Describir es pintar con palabras personas, paisajes,
cosas, actitudes, funciones, como en nuestro caso, u otro tipo de “obje­
tos”. Ya Roland Barthes28 ha señalado la fuerte codificación existente en
la antigua retórica de algunos de los más usuales tipos de descripción: la
topografía, la prosopografía, la etopeya, la cronografía. La descripción
de la función de un personaje, en cambio, como sucede en nuestro caso,
no tenía un nombre específico.
No es este el momento de ahondar en las funciones discursivas de la
descripción. Cabe recordar, sí, que lo que tenemos en nuestro texto es
una lista de ellas. ¿Qué forma adoptan las descripciones de nuestra lista?
Por lo general, en nuestro texto cada una de las descripciones son

27. & 30.


28. La antigua retórica , B. 2.9.

302
L a ESTRUCTURA DE GOBERNO del antiguo reino p ’urhépecha

introducidas por una expresión conectiva en donde se alternan, por lo


general, las expresiones “había otro” y “hay otro”. A esto sigue el
nombre del cargo expresado, generalmente, por la fórmula “llamado...”.
A veces se omite el nombre y se pasa directamente a la descripción
propiamente dicha. Ésta es introducida, por lo general, por la expresión
“que tiene a su cargo” o bien “diputado sobre”. Por lo general, esta
última fórmula suele emplearse cuando el cargo es de autoridad: “dipu­
tado sobre” tiene como objeto, entonces, una serie de súbditos. Ello,
como se ha dicho, crea a lo largo de nuestro texto la ya mencionada
relación semiótica arriba-abajo como posiciones de autoridad y honor.
Como ya dije, es posible proponer un análisis de nuestro texto desde
dos planos diferentes subordinados uno al otro: un plano textual y el
plano de la realidad referida en donde el primero condicionará siempre al
segundo. Privilegiaremos, por tanto, el primero. Pues bien, para explorar
el nivel real de autoridad, hay que tener en cuenta que, por tratarse de un
libro sagrado, el nivel textual determina al nivel real: de allí la situación de
un sujeto desdoblado. En este nivel real, nuestro análisis se interesa por
los personajes. El texto que nos ocupa no es sólo una lista: es una lista
que describe una red de personajes que tienen contraídas una serie de
relaciones tanto horizontales como verticales. Es una lista, además, en
donde se dan dos tipos de situaciones bien diferentes: por un lado, es una
lista en donde hay un “arriba” y un “abajo”, bien marcados, en los
niveles superiores. Por tanto, Curicaueri tiene que ser mencionado
“primero” y cazonci, “después”. Sin embargo, en ciertos niveles infe­
riores, el orden no tiene ninguna importancia y, de hecho, el texto
muestra varios casos notables de desorden.
Por lo demás, estas relaciones tienen como conector a veces una
acción o un objeto: cazar, pescar, alimentar, recolectar, fabricar algo,
hacer que alguien haga algo; pero también algún objeto. Las relaciones
cuyos conectores están constituidos por una acción son, por lo general,
de dos tipos: causativas y efectivas. Las primeras pueden llamarse rela­
ciones de autoridad. Las segundas relaciones de vasallaje o de servicio.
El texto que analizamos se refiere, preponderantemente, a relaciones de
autoridad: se trata de relaciones verticales en donde un individuo manda
hacer algo a otro o controla sus actividades. Sin embargo, a ciertos

303
En pos del signo

niveles la autoridad es de tipo vertical con respecto a los niveles inferio­


res: es el caso concreto de la autoridad de Curicaueri y del cazonci. En
todos los demás casos, la autoridad abarca alguno o todos los aspectos
de la vida real, pero se en da en forma de una red limitada. La apariencia
gráfica, por tanto, de la autoridad descrita por nuestro texto toma el
aspecto de una pirámide cuya base está constituida por una serie de redes
de alcance limitado. Esa autoridad viene de Dios, pasa intacta al cazonci.
Pero a nivel inmediatamente inferior al cazonci una parte de la autoridad
se divide en varios polos (los caciques) y otra se conserva única.
Si uno quisiera decir una palabra sobre la lógica que mueve todo este
sistema, habría que decir que el concepto fundamental que aquí subyace
es el de obediencia. Toda la autoridad de la que aquí se habla, es
formulada en términos de un gran acto de obediencia a una determina­
ción tomada por el consejo de dioses. Obediencia y desobediencia, pues,
son los extremos de esta conducta que, por su misma naturaleza, se
convierten en vida y muerte. Toda la vida purépecha, en efecto, está
concebida como un magno acto de obediencia. Los enemigos, por tanto,
son quienes no obedecen el decreto de los dioses: su castigo es la muerte.
Hay un orden de cosas establecido por los dioses: respetarlo es obedecer
a los dioses, respetarlo es vivir; quebrantar el orden social querido por los
dioses es desobedecerlos y, por tanto, morir.

304
BIBLIOGRAFÍA

El propósito de esta bibliografía es no sólo ofrecer las fichas completas


de los libros de que se habla en esta introducción a la historia de la
semiótica sino proporcionar un apoyo bibliográfico para quien se interne
en estos dominios. El lector notará la tendencia de esta obra por la
semiótica literaria la más desarrollada.

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Este libro se terminó de imprimir el mes de marzo de 1995,
en los talleres de Ediciones de la Noche.
La edición consta de 1 000 ejemplares.
Se hizo bajo el cuidado del Departamento de Publicaciones
de
El Colegio de Michoacán.
Cuidado de la edición:
Jaime Domínguez Avila
Auxiliar de edición:
Manuel Ayala
Composición tipográfica:
Rosa María Manzo Mora
Dibujos:
Miguel Ángel López Escobar

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