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VIF, VIOLENCIA CONYUGAL, SU IMPACTO EN LA FAMILIA Y

DIRECTRICES PARA EL TRABAJO CLÍNICO.

Docente:

Paula Solvervicens
INTRODUCCIÓN

La Organización Mundial de la Salud (OMS) señala a la violencia contra la mujer

como una pandemia la cual requiere un abordaje interdisciplinario de carácter urgente.

Dentro del conjunto de conceptos relacionados al tema de la Violencia Intrafamiliar existen

diversos tipos de prácticas o categorías, pero será la Violencia Conyugal aquella que será

abordará con puntualidad en el presente trabajo de investigación. Para ello abordaremos su

conceptualización y las diversas formas de maltrato que puede implicar; como se genera el

ciclo de violencia; el impacto que significa a nivel social y familiar; los efectos que provoca

en algunos de los integrantes del conjunto familiar; y las implicancias y desafíos que surgen

de esta temática en cuanto a usos y términos legales.

Además abordaremos aquellas prácticas clínicas enfocadas en el trabajo sistémico

familiar que serán necesarias conocer para tener a disposición a la hora de realizar nuestro

futuro trabajo como psicoterapeutas.

Consideramos que este tema requiere gran atención, ya que posee estrecha relación

con temas de salud pública y el derecho de las mujeres a vivir una vida sin violencia.
La violencia es un concepto cuya definición es controversial ya que involucra diversos

factores dentro de sí, y como señala Garrido & Martínez (2006) en las distintas sociedades no

ha existido acuerdo para la definición de dicho término; siendo las divergencias aún mayores

cuando se intenta definir "violencia familiar" (también llamada violencia doméstica o

intrafamiliar). Surgiendo diversas interrogantes respecto a lo que podría ser considerado

violencia familiar, como qué actos involucra, qué papel juega la sociedad, o si es digna de

atención la intencionalidad del acto para considerarse violencia.

Ahora bien, en Chile, la ley 19.325 es la que se utiliza en el ámbito legal para

conceptualizar lo que será entendido como “violencia intrafamiliar”, y en el artículo 1°

expresa: "Se entenderá por acto de violencia intrafamiliar, todo maltrato que afecte la salud

física o psíquica de quien, aun siendo mayor de edad, tenga respecto del ofensor la calidad de

ascendiente, cónyuge o conviviente o, siendo menor de edad o discapacitado, tenga a su

respecto la calidad de descendiente, adoptado, pupilo, colateral consanguíneo hasta cuarto

grado inclusive, o esté bajo cuidado o dependencia de cualquiera de los integrantes del grupo

familiar que vive bajo un mismo techo." Quedando bajo el amparo de dicho término, las

siguientes categorías: Maltrato infantil, distinguiendo el maltrato físico, emocional, abandono

y negligencia, y el abuso sexual, como formas de maltrato dentro de ésta; Violencia

Conyugal, distinguiendo la violencia física, emocional, y sexual como formas de maltrato

conyugal; y Maltrato al Adulto Mayor, distinguiendo el abuso físico, abuso psicológico y

emocional, abuso financiero o explotación, abuso sexual, abuso de medicamentos, abandono

activo, y abandono pasivo, como categorías al interior de ésta.


Violencia Conyugal

La Violencia Conyugal constituye una de las modalidades más frecuentes y relevantes

de las categorías de violencia intrafamiliar, ésta puede ser definida como: “un fenómeno

social que ocurre en un grupo familiar, sea este el resultado de una unión consensual o legal,

y que consiste en el uso de medios instrumentales por parte del cónyuge o pareja para

intimidar psicológicamente o anular física, intelectual y moralmente a su pareja, con el objeto

de disciplinar según su arbitrio y necesidad la vida familiar" (Duque, Rodriguez, & weinstein,

1990). Según Almonacid, Daroch, Mena, Palma, Razeto, & Zamora, E. (1996). Pueden

diferenciarse al interior de ésta diversos tipos de Violencia, estos son: Maltrato hacia la

mujer, siendo uno de los casos más frecuentes de la violencia doméstica, variando su

intensidad desde el insulto al homicidio; Violencia recíproca o cruzada, donde existe una

simetría en los ataques, paridad de fuerzas físicas y psicológicas en ambos miembros de la

pareja; y Maltrato hacia el hombre, donde solo el 2% de los casos corresponden a este tipo de

abuso. En la actualidad según la subsecretaría de prevención del delito, constituyente del

Ministerio del Interior, las denuncias por VIF, han aumentado desde 95.484 en el año 2005,

ha 116.876 denuncias en el 2016, se advierte en el estudio que este aumento no sólo se debe a

un aumento en los índices de violencia, debido a que podría existir una mayor tendencia a

denunciar este tipo de delitos.

El ciclo de la violencia

La violencia conyugal se da de manera cíclica. “Este ciclo se da en tres fases: una

primera fase de acumulación de tensión, una segunda fase de explosión o episodio agudo de

golpes, y una tercera fase llamada “luna de miel” o “calma amante”.” (Almonacid, et al,

1996). En la primera fase ocurren incidentes de menor agresión, sin embargo éstos van
creando un clima de temor en la mujer, algunas conductas por parte de la pareja son gritar o

enojarse fácilmente. Ante esto la mujer tiende a racionalizar y negar la conducta de su pareja,

justificando su actuar. Por otra parte su estado emocional es débil, por lo que puede fluctuar

en estados depresivos y ansiosos, sin embargo no busca ayuda.

En la segunda fase las tensiones creadas son expresadas a través de golpes, empujones

o maltrato psicológico a mayor escala. En esta fase hay una pérdida de control por ambas

partes, en el caso de la mujer experimenta incertidumbre, ya que cualquier palabra o acto

podría provocar ser golpeada nuevamente. Por otra parte la mujer experimenta incredulidad

respecto de lo que está pasando generando un colapso emocional que la lleva a paralizarse,

impidiendo que reaccione buscando la ayuda necesaria. Ante lo impredecible de la relación,

suele haber un distanciamiento de la pareja, lo que muchas veces lleva a la mujer a buscar

ayuda profesional, irse de casa, aislarse e inclusive el suicidio.

La tercera fase se genera inmediatamente después del episodio de violencia aguda,

siguiendo con un periodo de calma relativa. Por parte del hombre hay muestras de excesivo

cariño y aparente arrepentimiento, prometiendo no volver a repetir la situación de violencia.

Ante esto la mujer muchas veces se retracta de las medidas tomadas para poner límites con su

pareja, por otra parte la ambivalencia afectiva provoca en la mujer malestar y distorsión de la

realidad llevándola a la culpabilidad.

La teoría del ciclo de la violencia muestra la razón por la cual muchas mujeres se

quedan atrapadas en dicha relación violenta, aguantando inclusive por años maltratos de

diversa índole.
Efectos de la violencia conyugal

La situación de violencia que se vive al interior de la familia genera diferentes

consecuencias negativas, ya sea a corto o largo plazo, a continuación se refieren en más

detalle dichos efectos.

Efectos sobre la familia

La familia es concebida como un aspecto fundamental en el desarrollo de los

individuos que la constituyen. Al interior del grupo familiar cada uno de sus miembros va

desarrollándose emocional, física y psicológicamente, lo cual requiere un ambiente de

protección, seguridad, y afecto para su adecuado funcionamiento. Si este ambiente no es

favorable y encontramos un espacio de violencia y temor los individuos de la familia podrían

presentar problemas y trastornos producto de dichas experiencias, así por ejemplo, al existir

violencia al interior de ésta, podemos encontrar mujeres con baja autoestima y temor

constante a ser agredidas; por otro lado, en niños y adolescentes víctimas o testigos de

violencia se pueden presentar dificultades en las relaciones interpersonales, trastornos de

conducta escolar, dificultades de aprendizaje, y mayores probabilidades de repetir estas

conductas violentas en un futuro con sus propios cónyuges e hijos (Almonacid, et al, 1996).

Efectos en la Mujer Víctima

Según la investigación de Plazaola-Castaño y Ruiz (2004), las mujeres que sufren

violencia conyugal pueden llegar a padecer un 60% más enfermedades físicas que las que no

son víctimas de tal violencia. Estas enfermedades abarcan desde dolores reumáticos, como

cervicalgia o lumbalgia crónicas y artritis, hasta complicaciones cardiovasculares, como

infarto de miocardio y angina de pecho, e incluyen síntomas neurológicos recurrentes, como


balbuceo y tartamudeo incipientes, pérdida de audición, problemas visuales, cefaleas y

migrañas, también resulta común que aparezca fibromialgia. Otras enfermedades importantes

derivadas son los trastornos gastrointestinales y de las vías urinarias: colon irritable, úlcera de

estómago, el reflujo gástrico, la dispepsia, el estreñimiento, la diarrea, la pérdida de apetito y

el dolor abdominal, infecciones renales, de vejiga y del tracto urinario. En el caso de la salud

sexual y reproductiva, se ha encontrado que las víctimas de maltrato tienen un riesgo 2 veces

mayor de tener una enfermedad de transmisión sexual que quienes no han sufrido violencia

doméstica. Además, el maltrato en la relación de pareja puede interferir en la negociación y la

decisión sobre la anticoncepción y el uso de condones, como muestra la asociación

encontrada entre la violencia doméstica y los embarazos no deseados y abortos voluntarios.

Los procesos de salud psíquica estudiados abarcan desde el consumo de determinadas

sustancias y baja autoestima hasta trastornos de ansiedad, depresión y el trastorno por estrés

postraumático.(Plazaola-Castaño & Ruiz, 2004)

A pesar de que en el 2% de los casos registrados de violencia conyugal la víctima

resulte ser varón, no existen estudios significativos que describen las consecuencias físicas

y/o psicológicas que ellos presentan tras vivir en contexto de violencia.

Efectos en el niño

Como ya se mencionó, la familia es considerada como el primer núcleo protector del

niño, siendo el ente responsable de garantizar las condiciones para que éste logre un

desarrollo físico y psíquico pleno, en armonía con su medio y sociedad. No obstante, ha sido

objeto de interés el hecho de que sea justamente la institución familiar el escenario donde se

presenta el mayor número de conductas que afectan directa o indirectamente a los niños de

manera negativa. Por ello se hace de relevante el estudio de variables tales como la violencia
al interior de la familia, específicamente la violencia conyugal y cómo ésta repercute en el

niño y su desarrollo (De Vargas, Ropero, Amar, & Amarís, 2003)

Diversos autores han coincidido al referir la existencia de una estrecha asociación entre la

violencia de pareja y el maltrato infantil (Edleson 1999; Appel y Holden 1998; Janoff-

Bulman & Frieze 1983; Perloff 1983). En este sentido se puede establecer que el ejercicio de

la violencia doméstica siempre afectará a los niños en mayor o menor medida, tanto como

víctimas directas o como testigos. Por lo que la exposición a la violencia, aun cuando ésta no

es ejercida directamente sobre el menor, está considerada como una forma más de abuso o

maltrato infantil, donde sus consecuencias pueden llegar incluso a ser tan traumáticas para el

niño como lo son el ser víctima de abusos físicos o sexuales (Jaffe & Wilson, 1986; Hughes,

Parkinson, & Vargo, 1989).

La relación de pareja basada en la violencia se relaciona a su vez, con una mala calidad en las

relaciones paterno-filial. Ya que entre ambos progenitores suele existir escasa comunicación,

llevando esto al desacuerdo en la forma de la crianza, siendo la pauta educativa resultante

deficitaria e inconsistente, incluso contradictoria. Los padres agresivos tienen interacciones

agitadas, son más intransigentes e irritables con sus hijos, a los que suelen tratar con

disciplina severa. Las madres, por otro lado, suelen tener un comportamiento diferente

cuando están a solas con sus hijos que cuando está su pareja, tendiendo en muchas ocasiones

a la sobreprotección (Aguilar, 2009)

Atenciano (2009) señala, además, que en los menores expuestos a violencia de género se

pueden presentar dos tipos de problemas. Por un lado, los “internalizados” como ansiedad,

depresión y baja autoestima y por otro los “externalizados” como agresión y problemas de

conducta.

Wolak (1998) señala también que las alteraciones detectadas en los menores víctimas o

testigos de la violencia de género ,afectan a diferentes áreas (física, emocional, cognitiva,


conductual y social). Entre los efectos y/o alteraciones más repetidas en estos menores se

encuentran: el retraso en el crecimiento, problemas con el sueño y la alimentación, problemas

con habilidades motoras o síntomas psicosomáticos (a nivel físico), ansiedad, ira, depresión,

aislamiento, baja autoestima o estrés post-traumático (a nivel emocional), retraso del

lenguaje, del desarrollo o escolar (a nivel cognitivo), agresión, rabietas, desinhibiciones,

inmadurez, delincuencia, déficit de atención, hiperactividad o toxicodependencias (a nivel

conductual), escasas habilidades sociales, rechazo, introspección, retraimiento y falta de

empatía o agresividad (a nivel social).

Implicancias y directrices clínicas con relación a la ley 19.325

Como manifiesta Demicheli & Clavijo (2002), la ley 19.325 establece distintas sanciones

para quienes incurran en este tipo de actos violentos; como, por ejemplo, multas en dinero,

trabajo a favor de la comunidad, prisión en cualquiera de sus grados, o asistencia obligatoria

a determinados programas terapéuticos o de orientación familiar. Sin embargo, todas estas

sanciones (incluida la última de éstas) finalmente operan como acciones punitivas, que

representan una noción de control social y no opciones de ayuda psicoterapéutica.

En relación al maltrato que la violencia en el hogar tiene en el menor, las pautas son

las mismas ligadas a las respuestas institucionales; las reacciones más inmediatas ante estas

situaciones han constituido respuestas dirigidas a combatir la manifestación más evidente del

maltrato: provisión de lugares alternativos de cuidado para el niño, sanción penal del

maltratador/abusador, educación de los padres para que adquieran habilidades parentales, etc.

Dejando sin cubrir una parte fundamental de las necesidades de la víctima.; lo que al aspecto

interno y la configuración vincular del niño, se refiere. Obviando que las vivencias de

vulneración que experimenta el niño trae como consecuencia un daño en los vínculos, que
dejará una huella en la configuración del mundo interno y relacional de éste (Rodriguez,

2011).

Desafios

Uno de los mayores desafíos que posee la legislación Chilena hoy es lograr un trabajo

efectivo y de una agencia inmediata para reducir consecuencias tanto en las posibles víctimas

como victimarios. Existen hoy mecanismos que resguardan la integridad de las víctimas, los

cuales no logran responder con la totalidad de las demandas, pero el trabajo con victimarios

es escaso por no decir inexistente, se ha comprobado que el enfoque punitivo en los

victimarios no garantiza la disminución en la reincidencia. El plan de gobierno posee ciertas

incoherencias por un lado propone en su plan de acción, atención especializada tanto para

víctimas como victimarios, pero en su oferta de servicios públicos escasamente logra cumplir

con atención para las víctimas desde su propuesta , Es por esto que proponemos como desafío

una atención diseñada para victimarios, en la quinta región existen privados que se encargan

del trabajo con victimarios, como es el caso de “Fundación Honra”. Si bien esto es un

precedente, lo ideal sería contar con un programa regularizado tanto en sus métodos como en

su instauración a nivel país para el trabajo con victimarios. Otro punto que posee gran

relevancia es la prevención, ya que existirían diferentes organizaciones a nivel país que

proponen campañas psicoeducativas con el fin de lograr la disminución en la VIF, pero por el

aumento de las denuncias no podemos garantizar que estas sean efectivas, por ende un

análisis comparativo entre campañas efectivas internacionales, y las utilizadas en Chile

podría significar un efecto significativo en esta área. El desafío principal por conclusión es

que a través de mecanismos concretos se pueda reducir la violencia en nuestro país, dejando

atrás el secretismo que la envuelve, y dando paso a nuevas y mejores formas de

relacionarnos, las cuales beneficien a la comunidad en vez de deteriorarla. Pero no sin antes

reparar a la sociedad actual, quien se encuentra repercutida en todos sus sectores por las
consecuencias de la normalización de la violencia y su mal uso entendida como mecanismo

regular en las relaciones interpersonales transversalmente.

Propuesta de abordaje de tratamiento desde la psicoterapia familiar

Según Ibaceta (2011) para realizar un tratamiento desde la psicoterapia sistémica

familiar es importante distinguir en el diagnóstico de la primera evaluación relacional los

siguientes aspectos. Primero, quién es el consultante (ella, él, ambos) y la razón de la

consulta; así se pueden dividir en tres casos principales: a) podría trabajarse con ambos juntos

si llega la pareja a consultar y el caso se trata de violencia episódica. b) puede trabajarse de

manera individual si llega alguno de los dos por separado señalando que necesita ayuda

decidir si continuar o no una relación que incluye violencia. O c) si llega alguno de los dos

por separado y tiene deseos de mantener la relación, depende del tipo de violencia ocurrida

para evaluar si se decide trabajar en conjunto o por separado. Es importante destacar que

antes de realizar una terapia conjunta se debe contar con el relato de ambas partes, con el fin

de determinar el patrón que mantiene la violencia.

Segundo, cómo se constituye la consulta, si es de forma espontánea, como una

derivación, o con una orden judicial. Y tercero, en cualquiera de las situaciones descritas

anteriormente no se deben realizar indicaciones de forma inmediata sino que acordar un

proceso de evaluación. Se debe, además, determinar la gravedad, el riesgo y la urgencia de la

intervención, pues es la protección de la víctima es prioridad al momento de tratar con casos

de violencia.

Para poder trabajar en una terapia conjunta se requiere que los síntomas de la

violencia sean leves y no signifiquen daños profundos en la construcción del sí mismo; que

no existan psicopatologías graves notorias en alguno de los cónyuges; que la violencia haya

iniciado hace poco, sea ocasional, leve y mayoritariamente psicológica; que ambos entiendan
el problema como tal para que exista una motivación al cambio además de empatía por el

sufrimiento del otro; que no exista un proceso judicial.


Conclusion

La violencia intrafamiliar es un problema contingente que va en aumento y cuyo impacto

tiene repercusiones con alcance no sólo en los que le vivencian sino que en quienes le

espectan y en última instancia a nivel social, constituyéndose como un desafío para el

gobierno y sus políticas, además de como un desafío apremiante para el área de la salud

psicológica.
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