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Reporte de lectura de Razón y valores en la Era científico-tecnológica,

capítulos 3 y 4, por Nicholas Rescher

Magaña Ballesteros Diego


Filosofía, 6to semestre
Filosofía social de la ciencia

3. LA OBJETIVIDAD DE LOS VALORES


3.1. Objetividad y valores: el problema de la validez de los valores.
Se suele considerar que los términos de «objetividad» y de «valores» son
inconciliables en tanto que la aceptación del primero supone el rechazo o
distanciamiento con respecto del segundo, esto es, que la objetividad requiere dejar
de lado los propios valores. Sin embargo, esa consideración pasa por una noción
de los valores como inclinaciones o gustos personales que habrá de ser
replanteada.
Para ser capaces de reunir tanto a la objetividad como a los valores
simplemente habrá que establecer que un valor es un rasgo de algo por lo cual se
tiene una actitud positiva hacia ello. Así, puede decirse que con respecto a la praxis
científica, los valores puede incorporarse si consideramos la objetividad como lo
«objetivamente válido».
El tipo de animales que somos nos coloca en la disposición de estar
constantemente valorando cosas, situaciones, etc. llevándonos muchas veces a
valoraciones personales que sólo nos benefician a nosotros mismos. No obstante,
la racionalidad, asimismo propia del hombre, nos exige una actitud crítica con
respecto de esas valoraciones, de modo que, en tanto no desliguemos la razón de
nuestros juicios valorativos, será posible realizar valoraciones de manera
impersonal y universal.
3.2. La deliberación racional acerca de los valores: racionalidad de medios y
racionalidad de fines.
Contrario a lo establecido por el autor de la Ética a Nicómaco, existen dos clases de
juicios deliberativos: los de «deliberación cognitiva» con respecto de materias de
información y los de «deliberación evaluativa» con respecto de asuntos de valores.
Si bien el primer tipo de deliberación puede llevar a una persona específica a elegir
la ciencia como su vocación, las deliberaciones del segundo tipo son las que atañen
propiamente a la labor científica.
Así, vemos que los valores no son ajenos a la ciencia, sino que la ciencia se
encuentra actuando siempre bajo ciertos valores, pues la investigación que realiza
un científico específico habrá sido, en condiciones normales, elegida por él mismo,
de modo que el científico la calificó como una investigación válida. Por otro lado, el
desarrollo mismo de las investigaciones científicas se encuentra supeditado a los
valores unánimemente aceptados como directrices de la ejercicio científico, tales
como son la veracidad y la misma objetividad.
3.3. Racionalidad evaluativa: la evaluación racional de fines y de su aplicación.
Para David Hume, las motivaciones que nos llevan a emprender ciertas acciones o
a preferir ciertas cosas pueden ser identificadas de manera general bajo el rótulo de
«pasiones». Estas pasiones constituyen el principal motor de nuestro actuar, y lo
más importante es que operan fuera de los límites de la razón, que se encarga sólo
de establecer las descripciones de los estados de las cosas del mundo y las
relaciones causales entre los fenómenos.
Frente a esta propuesta de «racionalidad inferencial», se contrapone la
«racionalidad evaluativa» que tiene, a su vez, una salida doble con la «racionalidad
de medios», encargada del establecimiento de las acciones más eficientes para la
consecución de cierto fin sobre bases empíricas, y la «racionalidad de fines» que
se asegura de la legitimación de los fines establecidos según valores objetivamente
universales.
De modo que la racionalidad evaluativa debe encargarse de generar un
concilio, una mediación entre la eficiencia de los medios y la legitimación de los fines
desde una perspectiva enteramente objetiva. Así, la racionalidad plena se alcanzará
cuando exista la adecuación de los medios indicados para los fines idóneos, dando
forma a la racionalidad evaluativa, y cuando ésta, a su vez, concilie y entre en juego
con la racionalidad inferencial.
3.4. La valoración sujeta a la razón: la racionalidad de fines y las necesidades
humanas.
A pesar de los variados intereses que pueden llegar a tener las personas, aún en
circunstancias muy similares, es necesario poder establecer un ámbito de
justificación con alcance universal, que legitime una inclinación, decisión o acción
personal como válida.
Ahora bien, en términos de las necesidades humanas, considerando no
exclusivamente las fisiológicas como el alimento y la protección, sino también la
necesidad de afecto, de conocimiento, etc., podemos decir que existen ciertos
bienes que constituyen el fin principal e intrínseco del ser humano, que es el
«florecimiento», por ponerlo en términos aristotélicos. Tanto los bienes múltiples
como este último, son catalogados como tal desde una desideratio de cobertura
universal.
Los impulsos o motivaciones personales no constituyen propiamente razones
que puedan legitimar el actuar racional y objetivamente válido. El hombre es,
además de un homo sapiens, un auténtico homo aestimans, por lo que produce
siempre juicios de valor con respecto de lo que le rodea; de lo que se trata es de
dirigir esa condición natural del hombre bajo la guía de la razón, de modo que esas
motivaciones personales estén universalmente dirigidas hacia la realización del
bien.
3.5. Objetividad de los valores: la valoración no es un asunto de pura
subjetividad.
Proponer ciertos fines como deseables y ciertos medios como los adecuados para
la consecución de dicho fin es un acto regularmente motivado por preferencias o
gustos personales, pero ello no constituye una justificación legítima. Tal elección de
fines y medios deben estar motivados por lo que nos parezca objetivamente bueno,
esto es, deseable para todos.
Tanto la evaluación de fines como la evaluación de medios deben estar
sujetas a criterios sólidos y coherentes entre sí, que tengan como objetivo máximo
promover las acciones que ayuden a nuestro crecimiento personal, pero no sólo al
nuestro sino al de todos nosotros, los seres humanos. Es así que la racionalidad de
fines y la racionalidad de medios cobran todo su valor, puesto que constituyen en
conjunto la facultad humana valorar los medios y los fines desde estándares
objetivamente válidos y universalmente deseables.
3.6. La objetividad de los valores en la ciencia y la tecnología
Para lograr un análisis consistente del papel que juegan los valores en el quehacer
científico, es necesario desglosar dicha participación en los distintos formatos en
que se presenta:
a) Objetivos de la ciencia. Por lo general, la ciencia valora como
deseables ciertos objetivos que se piensan como invariablemente deseables,
hablamos de las pretensiones de brindar descripciones fiables de los
fenómenos del mundo, de aportar explicaciones sólidas de los mismos y, la
labor científica que cada vez cobra mayor fuerza, el control de la naturaleza.
b) Valores de la ciencia en cuanto teoría. Dentro de la labor
propiamente científica, el científico se impone criterios de aceptación y
rechazo de una teoría, dentro de los cuales podemos señalar la coherencia,
la solidez, capacidad de demostración, entre otros. Estos criterios son
seleccionados mediante un criterio universal de objetividad científica que
determina el valor de la teoría científica.
c) Valores de la ciencia en cuanto proceso de producción. A lo
largo del desarrollo de la actividad científica, el científico rige su actuar de
acuerdo a ciertas normas y principios que garanticen la veracidad, honradez,
coherencia, etc., de su trabajo, de modo que esos principio constituyen
valores que el científico ha de respetar si quiere mantenerse en los
lineamientos de la actividad objetiva y racional.
d) Valores de la ciencia en cuanto aplicación. En primer lugar,
podemos decir que otra forma de valorar el trabajo científico se da en virtud
de su aplicación para la resolución de problemáticas humanas, de modo que
un trabajo científico será valioso si contribuye a alcanzar las metas humanas
del bienestar, de la salud, etc. Por otro lado, entra en este aspecto la
racionalidad de fines en tanto que es necesario asegurarse que las
aplicaciones que persigue la labor científica son deseables; se debe
cuestionar si la clonación es un fin deseable, si lo es la bomba atómica, entre
otros ejemplos.

4. EL LIMITADO CAMPO DE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA


4.1. La cuestión de los límites en la ciencia y la tecnología.
La ciencia y la tecnología son complementos de un mismo esfuerzo por conocer y
modificar el mundo que habitamos de la forma más óptima. La ciencia provee el
conocimiento del mundo que la tecnología requiere para llevar a cabo su papel
transformador, mientras que los avances científicos no serían posibles si no se
contara con la capacidad instrumental de la tecnología que permite que la ciencia
llegue cada vez más lejos.
De ahí que podamos pensar que las limitaciones de la ciencia y la tecnología
sean más bien prácticas en vez de teóricas; de lo que depende el avance en ambos
campos mencionados es de los recursos con que se cuente para trabajar, no de las
capacidades humanas, que no muestran hasta ahora señal de agotamiento. Sin
embargo, otro factor a considerar, si bien de manera más general, es el tema de la
finitud humana, en el sentido de que cualquier investigación o labor científico-
tecnológica que se emprenda.
4.2. El conocimiento: un bien humano entre otros.
Existe una cierta tendencia a establecer el conocimiento científico como la cima de
pirámide de diversos tipos de conocimientos que no hacen sino servir como
escalones para alcanzar el peldaño de la ciencia. Lo cierto es que hay que
reconocer a la ciencia como un bien humano, es cierto, pero no podemos de
ninguna forma presentarlo como el único de valor o como el de mayor valor, pues
existen muchos otras actividades que constituyen bienes humanos. Aun así, se
puede reconocer que el conocimiento científico puede ser una herramienta muy útil
para la consecución de otros bienes en tanto que facilita el conocimiento que la
consecución de un determinado bien requiera.
4.3. El conocimiento científico como una forma de conocer.
Así como en el terreno de los bienes humanos, la ciencia constituye sólo un tipo
específico de conocimiento que no debe intentar proclamarse como el único de
valor. Existen una gran cantidad de acontecimientos que no pueden ser abarcados
por la ciencia, y que no tienen que serlo, ya que existen numerosas fuentes alternas
de conocimiento que se dedican al estudio de esos fenómenos que escapan a la
vista de la ciencia o que la ciencia no puede entender con toda claridad.
Un punto importante a señalar al respecto es que esa limitación del
conocimiento científico no constituye una deficiencia del mismo. El que la ciencia no
sea omnipotente no habla de una falta de capacidad de esta disciplina, sino que es
el requisito primario de toda disciplina que se proponga fines y objetivos específicos.
4.4. La índole autónoma de la ciencia.
Por otro lado, cabe destacar que si bien la ciencia debe reconocer sus propios
límites en cuanto al campo que con sus estudios puede abarcar, se debe reconocer,
asimismo, que la ciencia cuenta con una característica de suma importancia y en la
que, esta vez, no tiene rival: hablamos de la autonomía.
La ciencia es capaz de darse a sí misma sus métodos de estudio, sus
procedimientos, en general, es capaz de prescribir las normas de toda su praxis.
Pero eso no es todo, ya que es al mismo tiempo de capaz de aportar las
correcciones, revisiones y demás formas de comportamiento crítico con respecto de
sus propias tesis, por lo que es válido afirmas que la ciencia es capaz de darse
forma a sí misma y luego de realizar las modificaciones pertinentes que permitan el
progreso en su desarrollo según los valores de la verdad, la objetividad y la
legitimidad.
4.5. El progreso tecnológico y el problema de la complejidad.
Es una opinión comúnmente aceptada la de que uno de los rasgos más
determinantes del progreso científico-tecnológico es el hecho de que facilita
nuestras vidas en tanto que constantemente nos brinda opciones más eficientes
para la realización de ciertas labores tanto cotidianas como especializadas. Ahora
bien, sin tener la necesidad de rebatir dicho argumento, sería sumamente
enriquecedor poner sobre la mesa el argumento contrario.
Así, nos es lícito pensar que ese continuo avance, sobre todo en el campo
tecnológico, supone una forma de complejizar nuestra vida cotidiana, pues las
infinitas opciones que ahora tenemos para elegir la forma en que queremos llevar a
cabo alguna acción resultan incluso abrumadoras. El principal «problema», por
tanto, reside en el exceso de información que recibimos y la forma tan acelerada en
que lo hacemos. Asimismo habría que considerar que la complejidad que la
tecnología trae a nuestra vida es una consecuencia de la propia complejidad del
desarrollo tecnológico que, en términos de operación de los sistemas tecnológicos
o de la predicción e incluso de detección de errores en los mismos, parece avanzar
a un paso más apresurado que los científicos encargados de dicho desarrollo.
4.6. La tecnología y la solución del problema de la complejidad.
Así, hay que constatar que la complejidad relacionada con el avance tecno-científico
no se agota en las implicaciones para nuestro día a día, sino que este problema
encuentra su raíz en la lógica misma con la que el desarrollo de la tecnología
avanza.
Las aplicaciones de los avances científicos facilitan la resolución de ciertos
problemas, pero podríamos decir que su éxito provoca que su campo de acción se
acreciente cada vez más, por lo que al tiempo que resuelve un problema, se
descubren dos más que se pretende pueden ser resueltos con la aplicación de los
más modernos procedimientos tecnológicos. Tenemos como resultado que esa
complejidad operativa y funcional intrínseca del desarrollo tecnológico tiene
alcances cada vez más y más incontrolables.

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