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LA CRISIS DE LA HISTORIOGRAFÍA Y LAS PERSPECTIVAS EN EL CAMBIO DE SIGLO

ARÓSTEGUI – CAP. 3

No es fácil determinar cuando apareció la conciencia. Pero de lo que no hay duda, es que esa situación se
produjo de forma estrechamente paralela en el conjunto de las ciencias sociales. En los setenta del siglo XX,
en América y algo después en Europa, empezó a percibirse una situación de pérdida de seguridad en las
doctrinas y los diagnósticos que habían guiado el desarrollo de la investigación social.
La llamada “crisis de representación” del conjunto de ciencias sociales fue una de las primeras notas que
hicieron ver el panorama cambiante de los años setenta. Se entra en una época de incertidumbres.

CRISIS DE LA HISTORIOGRAFÍA
La crisis de las ciencias sociales, se inscribe, en el contexto de un progresivo agotamiento y descrédito de
algunos “dogmas” intelectuales indiscutidos hasta entonces, de la diversificación de las perspectivas y de la
búsqueda de nuevos fundamentos. Supuso el alejamiento de la investigación social de sus fundamentos
teóricos anteriores y su aproximación a una sensibilidad que valoraba sobre todo el “sujeto” y la acción
social.
El tránsito de la época de plenitud a otra de cierto marasmo, estuvo determinado por la aparición y el
crecimiento de una nueva cultura intelectual, la del posmodernismo, y por el despliegue de lo que ha sido
llamado giro lingüístico en la filosofía y el análisis de la cultura.

POSMODERNISMO, “GIRO LINGÜÍSTICO” E HISTORIOGRAFÍA


El último cuarto del siglo XX, se produjo un debilitamiento de la creencia en la posibilidad de una ciencia del
hombre. Las causas de ello, la crisis general del mundo de la posguerra. Confluyeron, además factores
culturales concretos como la presencia de una nueva concepción en el análisis del lenguaje, el abandono
del enfoque estructuralista, el cambio en las concepciones sobre la acción humana y otros.
El posmodernismo aparece como una actitud intelectual genérica, que empieza a manifestarse tras la crisis
del capitalismo de los años setenta y que cristaliza más en los primeros ochenta.
Las posiciones intelectuales posmodernistas, nacidas de la literatura y el arte, pasaron de inmediato a
constituir el centro de una reflexión filosófica.
La “condición posmoderna” se basa en la negación vigorosa de que el pensamiento racionalista de la
modernidad conduzca al progreso humano, Lyotard, define de entrada el posmodernismo como “la
incredulidad respecto de las metanarraciones”, con lo que se expresa una concepción nueva en torno a la
función de la “gran Historia”. La posmodernidad significaría, el abandono del discurso ideológico y de todas
las formas de representación del mundo que construyó la modernidad europea, el proyecto global
intelectual y cultural que nace en los siglos XVIII y XIX.
El posmodernismo ha sido alimentado de ensayistas de la cultura, filósofos, teóricos de la literatura,
lingüísticos y antropológicos. Representaba la “muerte de la teoría” al tiempo que la de las grandes
concepciones del mundo y de la historia basadas en la “metateoría” o en las “metanarraciones”.
EL GIRO LINGÜÍSTICO
La representación lingüística del mundo trajo a primer plano un fenómeno que es anterior, de carácter
filosófico en su origen, ligado también a la semiótica. Ese fenómeno es el conocido giro lingüístico, otro
gran elemento de la nueva situación que parte de los años setenta. No fue extraño, la definición de nuevas
formas de pensar, la aparición de una apreciación filosófica sobre el “pensamiento débil”.
Por un giro lingüístico, se entiende aquella dirección de la filosofía orientada hacia la atención primordial al
lenguaje, orientada al entendimiento y a la proposición radical de que todos los problemas filosóficos
pueden ser reducidos, transferidos, al problema central de la existencia, estructura y uso del lenguaje: que
hablar del mundo es hablar y comprender mejor los términos en que hablamos de él.
En el origen de esta nueva consideración se encuentra el estructuralismo lingüístico que vino a fundar
Ferdinad de Saussure. Otro gran lingüista, Noam Chomsky. Pero puede que fuera un determinante la obra
de Ludwing Wittgenstein, de donde derivó en buena parte la filosofía analítica de la segunda mitad del siglo
XX.
Su concepción del lenguaje como “representación y comprensión del mundo”. La lengua sería la plasmación
última en todo conocimiento humano, que crea incluso la realidad exterior. Una postura de enorme
relevancia, para la consideración del texto y que, ha trascendido en la práctica el campo completo de las
especulaciones humanísticas y científico-sociales, desde la lingüística y la teoría literaria hasta la psicología.
Una visión que ha llegado a plantear una forma de entendimiento nuevo del texto historiográfico de la
fuente histórica.
El análisis del lenguaje llevará al análisis del discurso y de ahí al de la escritura de la Historia como una
forma particular de tal discurso establecimiento una problemática relación con lo que siempre se consideró
su referente esencial, la fuente histórica. ¿Existe algo que podamos llamar “pasado” fuera del discurso
mismo, fuera del documento lingüístico que se nos presenta? La respuesta del posestructuralismo, que
traduce esencialmente la tradición lingüística, semiótica y filosófica del estructuralismo “textual” es
comúnmente negativa.

POSMODERNISMO y ESCRITURA DE LA HISTORIA


La preocupación por la significación de la Historia como una forma del lenguaje literario escrito, ha dado
lugar en los últimos veinte años y permanece abierto. Esa discusión ha tenido una repercusión decisiva en
ese tipo de teoría.
Para el posmodernismo y para la teoría crítica de la literatura, la Historia no se distinguiría sustancialmente
del relato literario de ficción. Esta tesis tuvo un introductor, Hayden White. La posición de White fue
ampliamente seguida y tiene algunos otros notables difusores.
White, analiza la estructura del lenguaje histórico del siglo XIX buscando sus tropos esenciales, sus
metáforas, sinécdoques y metonimias. La que él considera sería una de las formas del relato porque sería
inútil buscar en el discurso del historiador verdaderos criterios de verdad científica. La elaboración
historiográfica no se diferenciaría de la que prepara un relato de ficción, una novela. La escritura de la
Historia es una forma más de la escritura de ficción.
Para el pensamiento posmodernista, la “evidencia” tiene poco que hacer ante el predominio absoluto de la
interpretación del historiador. El historiador debe abandonar toda ingenua y peligrosa ilusión de contribuir
a un conocimiento “científico”, debe renunciar al intento de explicación y al principio de causalidad, a la
idea de la verdad independiente y del lenguaje como correspondencia con un cierto mundo exterior, todo
ello son reminiscencias de un esencialismo superado.
Contar “una buena historia” y contarla bien, con buen estilo literario, tal es la clave. La significación de la
historiografía es la interpretación.
El deconstruccionismo habla de la necesidad de la de-codificación de todo lenguaje, especialmente el
textual. Implica la indistinción entre realidad y lenguaje: todo lo real, para serlo tiene que estar elaborado
como lenguaje. El texto es un discurso cerrado en sí mismo y no puede tener como referencia una realidad
externa a él. Esta idea acaba con el concepto de documento. Un texto antiguo no es “fuente” para el
conocimiento de una realidad exterior a él, la única realidad es él mismo. El deconstruccionismo afecta a la
idea de “fuente” histórica y derivado de ello, a la posibilidad misma de la transmisión de la imagen
histórica.
El giro lingüístico, la teoría crítica de la literatura y la hermenéutica de la narración han tenido una notable
influencia en la concepción de una nueva historia cultural. Un hito es la obra de Gareth Jones, cuando
desarrolla un análisis de la clase obrera británica a través de su expresión lingüística. El giro de la historia
social hacia la historia cultural de la sociedad en este contexto ha sido un fenómeno de particular
importancia. Otro sentido en la posición posmodernista sobre el significado del lenguaje entendido por una
historiografía preocupada por la expresión discursiva de grandes movimientos históricos. El caso de la
“mediación”, hablado por Gabrielle Spiegel. El pasado no se presenta ni en la forma transparente que el
positivismo pensaba, ni el mismo pasado deja de ser una metáfora. El pasado sólo puede ser captado “en la
forma mediata preservada ante nosotros en el lenguaje”. El lenguaje en ese vehículo, inextricablemente
unido a lo que transporta. La mediación es la operación por el cual se puede intentar discernir la relación
entre realidad y lenguaje.
El posmodernismo vino a dar una especial y nuevo relieve a las interpretaciones hermenéuticas del discurso
histórico, basadas en el análisis del relato. Para Jorn Rüssen, el grado exacto en que este complejo de las
actitudes posmodernistas ha afectado a la historiografía. Significaría el abandono de dos características
ideas modernas sobre la Historia: la de que ésta abarca todo el desarrollo temporal y la de que su curso es
el progreso de la racionalidad. El posmodernismo representa también una dimisión, con su rechazo de toda
teoría – especialmente del marxismo- bajo la máscara de una búsqueda de nuevas aproximaciones a lo
humano.
Las posiciones posmodernistas son hoy ya una filosofía, carecen de cualquier posibilidad de orientar una
práctica investigadora y ni siquiera la práctica discursiva. La historiografía no tenía otro remedio que buscar
caminos de renovación en la investigación misma.

LA CRISIS DE LA CIENCIA SOCIALES Y DE LA HISTORIOGRAFÍA


Desde mediados de los años ochenta, empezó a ser frecuente la mención a una crisis de las ciencias
sociales. Era una crisis que, había venido precedida de importantes movimientos. La búsqueda de nuevas
“formas de representación” de la vida social y cultural en las ciencias sociales había comenzado, al principio
de aquella década.
En 1986, los antropólogos George Marcus y Michael Fischer, dirían que las ciencias sociales se encontraban
ante una crisis de representación, la cuestión clave, era la pérdida de las “específicas visiones totales” y, lo
que era objeto de profunda revisión era el “estilo paradigmático en el cual habían sido presentadas”, el
“estilo paradigmático general de organizar las investigaciones”.
Esta época coincide claramente con el fin de los “treinta gloriosos” de los que ha hablado Hobsbawm. Fue
la antropología la primera de ellas que dio la señal de un cambio importante, pero también fue, la primera
en encontrar una auténtica recomposición de su campo y sus enfoques.
El referente histórico de esta ciencia, el estudio de los pueblos “primitivos”, había cambiado enormemente
en una situación en la que la descolonización era uno de los grandes parámetros históricos del momento. La
antropología se planteó muy tempranamente los problemas de la representación simbólica, de la
textualidad y de la naturaleza de la descripción y de la explicación.
En la economía, la crisis del keynesianismo marcó un profundo cambio de rumbo, como la del conductismo
en la psicología.
Las grandes crisis sociales, políticas e ideológicas de finales de los años setenta del siglo XX, los
“sesentayochos”, el progresivo agotamiento de la metodología marxista, la aparición y auge del
posmodernismo, el callejón sin salida del cuantitativismo se encuentran en el origen de ello. En el caso
concreto de la historiografía, debe añadirse el auge expansivo de otras ciencias sociales muy relacionadas
con ella, la sociología, la antropología y el “nuevo historicismo” literario. Además, la decadencia de la
escuela de los Annales.

LA CRISIS DE LA HISTORIOGRAFÍA
En 1979, Lawrence Stone decía constatar que se estaba produciendo “el regreso a la narrativa”. Vaticinaba
ya también el fin de la una época, aquella que intentó aportar “una explicación coherente y científica de la
evolución del pasado”. El cambio en el panorama de tendencias y hallazgos en el campo de la teoría y de la
investigación social en su conjunto tuvo un impacto en la historiografía al uso que fue determinante. En
definitiva, la época de desarrollo de algunos grandes paradigmas que se desenvolvió entre los años
cuarenta y ochenta, ha dado paso a una época de crisis de paradigmas y de búsqueda de formas nuevas de
investigación y de expresión.
Si bien el problema era muy anterior, en 1988-89 la revista Annales publica sus dos conocidas sobre el “giro
crítico” y que en 1989 también The American Historical Review, publica un foro sobre “la vieja Historia y la
nueva”, donde diversos autores discutían acerca de la historia tradicional, la nueva, fuertemente influida
por el giro lingüístico en la filosofía y las ciencias sociales y la crisis de la historiografía.
La gran historiografía de la segunda posguerra fue desembocando en la dispersión y la desviación casi
narcisista de la escuela de los Annales. Se ha señalado que una crisis en la historiografía no es un suceso
único ni insólito y ello es absolutamente cierto. Las hay, a comienzos del siglo XX, otro momento en los años
treinta y sin remontarnos a comienzos del siglo XIX. Burke, propone que a la pregunta de si la historiografía
en una crisis se responda partiendo de precisiones sobre el término de crisis. Una crisis no es
necesariamente un momento negativo, de retroceso o de hundimiento. Es difícil saber si se atraviesa una
crisis antes de haber salido de ella. Burke piensa que se atraviesa una etapa de agitación y debate que ha
llevado, a muy diversas propuestas de “repensar la historia”. Teniendo en cuenta la gran crisis aparecida
también en el siglo XVII, puede hablarse de una “segunda crisis de la conciencia histórica”. Tiene su origen
en la posmodernidad y el rechazo de la concepción cartesiana de la certeza. No cabe duda de la presencia
de una crisis que tiene un doble origen: 1- la crisis general de los setenta obliga a un replanteamiento de los
instrumentos intelectuales y ello afecta a las historiografías que se practican; 2- el empuje del
posmodernismo y del giro lingüístico hacen aparecer nuevas propuestas de entendimiento de lo histórico.
Noiriel, se ha dedicado a discernir este problema de la crisis. Afirma no “comprender las razones que hacen
que un número cada vez mayor de historiadores hablen de “Crisis” mientras que la historia jamás ha
gozado de un prestigio tan grande como ahora”. Parece de mayor interés su constatación de que existe una
impresión de “desmigajamiento” de fragmentación de la disciplina. La crisis es fundamental, por tanto,
intelectual, que afecta a la fundamentación cognoscitiva de la historiografía y al sentido de su práctica.
En EEUU, fue donde se planteó más agudamente esa propuesta de nueva historiografía seguidora del giro
lingüístico. Mientras que en Alemania, el debate enfrenta más bien a la “historia de la vida cotidiana” de la
microhistoria, ligada a la antropología, con la historia-ciencia social en su versión alemana producto
especialmente de la escuela de Bielefeld, ligada a la historia social americana.
En 1971, Hobsbawm podía decir que era una buena época para ser historiador social. En el momento de
plenitud, la obra de Thompson, representa ya un primer eslabón en la cadena que lleva la consideración
“culturalista” de los movimientos y de la historia social.
A finales del siglo XX, la tendencia global se había manifestado en la construcción de una nueva
historiografía, que coincide, en sus líneas básicas, en la construcción paralela de otras ciencias sociales. La
mayor parte de las nuevas propuestas, los nuevos modelos historiográficos, han producido algunas obras
importantes, pero ninguno ha conseguido la generalidad de cualquiera de los que hubo antes de la crisis.
En el “estado de desorientación presente”, se ha producido un cierto eclecticismo temático y formalista.
Está mucho menos claro que existe un método historiográfico en el que se reconozcan unas comunes ideas.
Sigue faltando el acuerdo.

LAS CONSECUENCIAS DE LA CRISIS Y LA REACCIÓN ANTE ELLA


La crisis ha producido en el mundo de la historiografía dos tipos de realidades: una, la devaluación de los
anteriores fundamentos de la práctica específica del historiador produciendo búsquedas por caminos
externos a la propia historiografía: la recepción de la problemática posmodernista. Otra, la respuesta a la
crisis desde el propio seno de la historiografía y sus propios instrumentos, que ha procurado la aparición de
propuestas de “nuevas” concepciones y campos de estudio historiográficos. Tres de esas respuestas han
obtenido una entidad apreciable, las de microhistoria, la de la historia sociocultural y la de historia
socioestructural. La mayor fuerza en la exploración cultural, del mundo del símbolo, el lenguaje y la
representación. La microhistoria ha recogido una importante influencia antropológica.
La crisis de la historiografía es una de las más importantes inflexiones en la historia de la disciplina y en la
historia del pensamiento sobre la disciplina que se han presentado, sólo comparable con la época de la
construcción de una “ciencia de la Historia”. Es posible que uno de los rasgos de la crisis de la historiografía
sea precisamente la “superabundancia” de la producción historiográfica.
Noiriel, establece que el problema de la crisis tiene que ver ya no es el oficio lo que preocupara
fundamentalmente a los historiadores. Lo que importa ahora es la escritura.
LOS INTENTOS RENOVADORES

¿Nuevos “modelos” de historiografía?


El gran giro o viraje de los años setenta, rompió una cierta trayectoria de la historiografía pero propició el
nacimiento de muchas nuevas direcciones. La crisis fue simultánea de una notable renovación.
Un cambio de modelo historiográfico no es necesariamente un cambio paradigmático.
En la época central de esplendor historiográfico del siglo XX se impuso por lo general el gran modelo de la
historia estructural. Lo histórico, la acción y el cambio se buscaban en las estructuras sociales y el sujeto
histórico, o el agente, era siempre un colectivo. Predominó la visión “holista” en el objeto y la explicación
histórica. Era común a la historiografía marxista, cuantitativista y annaliste. Progresivamente el acento fue
desplazándose, al llegar al último cuarto de siglo, hacia la exploración del sujeto-actor, el actor individual o
individualizante, y lo histórico pasó a buscarse más en las propias decisiones y acciones que en sus
resultados estructurales.
Una de las trayectorias que más se han señalado es la de la “vuelta al sujeto” y al análisis historiográfico. Un
modelo

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