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ARÓSTEGUI – CAP. 3
No es fácil determinar cuando apareció la conciencia. Pero de lo que no hay duda, es que esa situación se
produjo de forma estrechamente paralela en el conjunto de las ciencias sociales. En los setenta del siglo XX,
en América y algo después en Europa, empezó a percibirse una situación de pérdida de seguridad en las
doctrinas y los diagnósticos que habían guiado el desarrollo de la investigación social.
La llamada “crisis de representación” del conjunto de ciencias sociales fue una de las primeras notas que
hicieron ver el panorama cambiante de los años setenta. Se entra en una época de incertidumbres.
CRISIS DE LA HISTORIOGRAFÍA
La crisis de las ciencias sociales, se inscribe, en el contexto de un progresivo agotamiento y descrédito de
algunos “dogmas” intelectuales indiscutidos hasta entonces, de la diversificación de las perspectivas y de la
búsqueda de nuevos fundamentos. Supuso el alejamiento de la investigación social de sus fundamentos
teóricos anteriores y su aproximación a una sensibilidad que valoraba sobre todo el “sujeto” y la acción
social.
El tránsito de la época de plenitud a otra de cierto marasmo, estuvo determinado por la aparición y el
crecimiento de una nueva cultura intelectual, la del posmodernismo, y por el despliegue de lo que ha sido
llamado giro lingüístico en la filosofía y el análisis de la cultura.
LA CRISIS DE LA HISTORIOGRAFÍA
En 1979, Lawrence Stone decía constatar que se estaba produciendo “el regreso a la narrativa”. Vaticinaba
ya también el fin de la una época, aquella que intentó aportar “una explicación coherente y científica de la
evolución del pasado”. El cambio en el panorama de tendencias y hallazgos en el campo de la teoría y de la
investigación social en su conjunto tuvo un impacto en la historiografía al uso que fue determinante. En
definitiva, la época de desarrollo de algunos grandes paradigmas que se desenvolvió entre los años
cuarenta y ochenta, ha dado paso a una época de crisis de paradigmas y de búsqueda de formas nuevas de
investigación y de expresión.
Si bien el problema era muy anterior, en 1988-89 la revista Annales publica sus dos conocidas sobre el “giro
crítico” y que en 1989 también The American Historical Review, publica un foro sobre “la vieja Historia y la
nueva”, donde diversos autores discutían acerca de la historia tradicional, la nueva, fuertemente influida
por el giro lingüístico en la filosofía y las ciencias sociales y la crisis de la historiografía.
La gran historiografía de la segunda posguerra fue desembocando en la dispersión y la desviación casi
narcisista de la escuela de los Annales. Se ha señalado que una crisis en la historiografía no es un suceso
único ni insólito y ello es absolutamente cierto. Las hay, a comienzos del siglo XX, otro momento en los años
treinta y sin remontarnos a comienzos del siglo XIX. Burke, propone que a la pregunta de si la historiografía
en una crisis se responda partiendo de precisiones sobre el término de crisis. Una crisis no es
necesariamente un momento negativo, de retroceso o de hundimiento. Es difícil saber si se atraviesa una
crisis antes de haber salido de ella. Burke piensa que se atraviesa una etapa de agitación y debate que ha
llevado, a muy diversas propuestas de “repensar la historia”. Teniendo en cuenta la gran crisis aparecida
también en el siglo XVII, puede hablarse de una “segunda crisis de la conciencia histórica”. Tiene su origen
en la posmodernidad y el rechazo de la concepción cartesiana de la certeza. No cabe duda de la presencia
de una crisis que tiene un doble origen: 1- la crisis general de los setenta obliga a un replanteamiento de los
instrumentos intelectuales y ello afecta a las historiografías que se practican; 2- el empuje del
posmodernismo y del giro lingüístico hacen aparecer nuevas propuestas de entendimiento de lo histórico.
Noiriel, se ha dedicado a discernir este problema de la crisis. Afirma no “comprender las razones que hacen
que un número cada vez mayor de historiadores hablen de “Crisis” mientras que la historia jamás ha
gozado de un prestigio tan grande como ahora”. Parece de mayor interés su constatación de que existe una
impresión de “desmigajamiento” de fragmentación de la disciplina. La crisis es fundamental, por tanto,
intelectual, que afecta a la fundamentación cognoscitiva de la historiografía y al sentido de su práctica.
En EEUU, fue donde se planteó más agudamente esa propuesta de nueva historiografía seguidora del giro
lingüístico. Mientras que en Alemania, el debate enfrenta más bien a la “historia de la vida cotidiana” de la
microhistoria, ligada a la antropología, con la historia-ciencia social en su versión alemana producto
especialmente de la escuela de Bielefeld, ligada a la historia social americana.
En 1971, Hobsbawm podía decir que era una buena época para ser historiador social. En el momento de
plenitud, la obra de Thompson, representa ya un primer eslabón en la cadena que lleva la consideración
“culturalista” de los movimientos y de la historia social.
A finales del siglo XX, la tendencia global se había manifestado en la construcción de una nueva
historiografía, que coincide, en sus líneas básicas, en la construcción paralela de otras ciencias sociales. La
mayor parte de las nuevas propuestas, los nuevos modelos historiográficos, han producido algunas obras
importantes, pero ninguno ha conseguido la generalidad de cualquiera de los que hubo antes de la crisis.
En el “estado de desorientación presente”, se ha producido un cierto eclecticismo temático y formalista.
Está mucho menos claro que existe un método historiográfico en el que se reconozcan unas comunes ideas.
Sigue faltando el acuerdo.