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Facultad de Psicología
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Altemir Juan Martín
INDICE
Resumen…………………………………………………...……………………...4
Introducción……………………………………….…...………………….…….…4
Antecedentes………………………………………..…………………..….….….6
o Desde Freud……………………………………………………….…….19
o Con Lacan……………………………………………….………………..21
Metodología…………………………………………..…………………………..38
Hipótesis y objetivos…………………..…………………………………….......38
Método…………………………………………………………………...………..39
Diseño……………………………………………………………………………..39
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Viñeta clínica…..………………………………......................……………..….41
o Segunda intervención……………………………………………………49
o En adicciones…………………………………….…………….…………62
o Movimiento………………………………………..………………………63
Conclusiones……………………………………………………………………..73
Bibliografía…………………………………………………………..….………..75
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ABSTRACT
INTRODUCCION:
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posición se ubicaría este Acompañante para generar efectos que vayan en la línea
de un tratamiento para un sujeto que se sostengan más allá del dispositivo
analítico tradicional. Se planteará entonces el siguiente ordenamiento lógico para
la tesina:
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Antecedentes
El acompañamiento terapéutico
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Producto de una experiencia de pasantía y elaboración clínica en el dispositivo de acompañamiento de Hummus, institución de la
localidad de Chivilcoy.
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autonomía; cómo se acompaña: a través del uso de la técnica.” (p. 179). Esto será
en tanto se considere a la locura como aquello “accesible a la palabra y al gesto,
cuando están construidos de un modo acompañante; si se restituye el derecho a la
palabra, se puede restituir lo humano que ha sido destituido, de cuya caída ella es
manifestación.” (p. 180). La autora ubicará que esto es sin juicio crítico, así como
indicará también que el acompañante opera por su presencia como aquel testigo
que permite a los demás empezar a verse. A partir de ese estar allí, el
acompañante “fisura la naturalización de la patología dentro del círculo familiar. Se
ve lo que habitualmente no es visible (…) provocando leves reflejos y, con ellos,
imperceptibles movimientos de apertura” (p. 187).
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Será entonces, siguiendo a Kuras y Resnizky (2011), parte del trabajo del
acompañante el dimensionar la demanda de acompañamiento terapéutico, en
tanto habrá que apuntar a “La construcción de la dimensión simbólica de la
demanda es un trabajo en transferencia, para ser más explícitas, diríamos, del
vínculo transferencial.” (p. 80). Apuntarán, en un texto anterior (Kuras y Resnizky,
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desde un nombre: no es alguien más en una serie, sino que adquiere un contorno
particular en la economía libidinal del paciente” (p. 108). El autor afirmará que un
alejamiento de parte del acompañante del lugar de semejante, para acercarse a
una posición de autoridad asimétrica, puede obstaculizar el vínculo al punto de
impedir el trabajo. Sostendrá entonces “la posibilidad del acompañante de
prestarse a este semblante de semejante” (p. 109), en función de favorecer el
trabajo. Indicará también que el acompañante no debe “responder a la amistad
con amistad” (pág. 109-110), haciendo un paralelismo con la conocida
recomendación de Lacan respecto de la transferencia indicado no responder al
amor con amor, en función de no perder capacidad operativa. Rossi remarcará,
finalmente, que el acompañante debe ir regulando de alguna manera una
distancia, cuyo establecimiento se define caso por caso, en un trabajo que cada
acompañante hace en forma artesanal (p. 115).
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decir, que pueda configurarse su campo específico” (p. 29). Desde aquí situarán al
acompañante prestando su palabra al “palabrerío cotidiano”, pero con una
escucha que no se preste a la atención flotante ni invite a la asociación libre. Estos
autores ubicarán que este diálogo encontrará sus límites en las coordenadas
establecidas por el analista, empero aclararán que “esto no quiere decir que no
puedan darse efectos de interpretación, o efectos transferenciales, a partir de una
intervención del acompañante terapéutico, sin que esta sea su intención.” (p. 150).
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cualquiera. (…) Aunque queda claro que al hacer estas cosas el acompañante no
interviene de igual manera que el analista en el dispositivo analítico, puede por su
parte sostener su posición en un proyecto terapéutico que se hilvane al discurso
analítico, a su ética” (p. 94).
DESDE FREUD
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CON LACAN
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distinguido firmemente del estatuto del hacer” (Lacan, 2012, p. 376). El estatuto
del acto fallido como logrado da cuenta del estatuto ético brindado al inconsciente,
rompiendo con la tradición de un inconsciente entendido en términos ontológicos.
A su vez, esta lectura del lenguaje no entendido en términos de referencia a un
referente aparece ya en un Freud temprano, en la carta 69 de 1897, en la cual cae
la teoría de una escena de seducción infantil que haya acontecido objetivamente
como etiología de la neurosis, debido a que Freud se encuentra con “…la
intelección cierta de que en lo inconsciente no existe un signo de realidad, de
suerte que no se puede distinguir la verdad de la ficción investida con afecto”
(Freud, 1982, p. 301-302). Ya desde este momento temprano de la elaboración
freudiana se puede dar cuenta de la caída de una supuesta realidad objetiva a la
que se pueda alcanzar. La palabra del analizante da cuenta, entonces, de otra
cosa: Lo que Lacan retomará en su escrito Función y campo de la palabra en
psicoanálisis (1953), al referir que el psicoanálisis no tiene sino un médium y este
es “la palabra del paciente" (Lacan, 2008, p. 237), en tanto toda palabra llama a
una respuesta. Desde el lenguaje en su función de evocación y no de
comunicación, es desde donde está ubicado para Lacan el lenguaje, yendo más
allá de la ilusión del sentido compartido, entendiéndolo no como una mera
representación de una realidad compartida. Este fundamento que apunta a no
abrochar sentido en los dichos del sujeto, es por lo que advertirá “si el
psicoanalista ignora que así sucede en la función de la palabra, no experimentará
sino más fuertemente su llamado, y si es el vacío el que primeramente se hace oír,
es en sí mismo donde lo experimentará y será más allá de la palabra donde
buscará una realidad que colme ese vacío (…) Llega a analizar el comportamiento
del sujeto para encontrar en él lo que no dice” (Lacan, 2008, p. 241). Por lo tanto
el arte del analista consistirá en “suspender las certidumbres del sujeto, hasta que
se consuman sus últimos espejismos” (Lacan, 2008, p. 244).
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ahí donde radica el secreto del análisis. Lacan dirá, en el texto La agresividad en
psicoanálisis (1948), de la posición del analista que este debe “ofrecer al dialogo
un personaje tan despojado como sea posible de características individuales: nos
borramos, salimos del campo donde podría percibirse este interés” (Lacan, 2008,
pp. 111-112), en función de “evitar una emboscada, que oculta ya esa llamada,
marcada por el patetismo eterno de la fe, que el enfermo nos dirige” (Lacan, 2008,
pp. 112). Como ubica Umérez al indicar que la posición del analista radica en “no
responder, allí donde se presentifica una demanda en términos de amor” (Umérez
y colab., 2007, p. 153), es decir, frente a la falsa situación que propone el sujeto.
Esto se debe responder de otra manera, sino “haciendo semblante de algo que
hará silencio, donde el analizante intenta encontrar algún término que dé cuenta
de su ser.” (Umérez y colab., 2007, p. 153) En tanto en la lectura que realiza
Rabinovich en su libro Sexualidad y significante, el lugar fundamental del analista
es el del “oyente, el A, y su responsabilidad implica tener presente que, desde allí,
reconoce o cancela al sujeto.”(Rabinovich, 1986, p. 22). Sostendrá que el silencio
analítico es una forma de la negatividad simbólica que permite la puntuación.
Desde ahí, la acción de la interpretación debe apuntar a que “el sujeto llegue a
ser, dando así respuesta a la pregunta del sujeto acerca de su destino, es decir,
de lo que su vida significa.”(Rabinovich, 1986, p. 22). La autora se servirá de esto
para señalar el ordenamiento de esta primera clínica lacaniana en torno al
reconocimiento. Es pertinente no elidir ya entonces la cuestión de que es sólo en
encuentros precisos donde se puede decir que hubo analista, porque el
psicoanalizante se produjo allí. No siempre ocurre, y en esto reside gran parte de
lo imposible de la práctica del psicoanálisis. Estas intervenciones apuntan a la
emergencia del sujeto, a que alguien –el analizante, o el acompañado en lo que
será propuesto posteriormente en este trabajo– pueda reconocerse como sujeto
de las mismas. Apuntan a que el sujeto hacia un decir menos tonto, aquel que le
concierna y del que ya no pueda desentenderse. Lacan se ocupará
específicamente de separar a los analistas de una supuesta vía correctiva
respecto de la realidad, en el ya mencionado escrito El psicoanálisis y sus
relaciones con la realidad, afirmando que el analista “lejos de ser la medida de la
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La cursiva no se encuentra en el texto original
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decir. Para que acto del analista como operación vaya a acto del analizante que
pase por la experiencia del inconsciente. En un texto llamado Observación sobre
el informe de Daniel Lagache, dice Lacan respecto de la transmisión y la ética: “Se
anuncia una ética convertida en silencio por la avenida no del espanto sino del
deseo. Y la cuestión es saber cómo la vía de la charla palabrera del psicoanálisis
conduce hacia allá”. (Lacan, 1988a, p. 663). He aquí donde radica lo esencial de la
experiencia del psicoanálisis.
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sentido” (Umérez y colab., 2007, p. 144). Esta cuestión referida a la topología será
abordada en mayor profundidad en el apartado posterior.
MARCO TEÓRICO
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signo de amor y el amor fusional, aquel que no se puede traicionar. Desde ese
lugar se dice que el amor es reciproco y hay relación sexual, con los estragos que
produce esto ya que opera en términos de esencialidades que encastran, con la
fuerza de un concepto universalizante. En los primeros tiempos del análisis, el
analista se prestará entonces a quedar confundido con el Otro primordial hasta
tanto se haga lugar a que la demanda de amor se convierta en demanda de
análisis, como construcción en transferencia a través de su manejo. Es desde esta
posición que el analista se podrá ubicar para conmover esta posición desde un
otro Otro, para que el Otro previo del sujeto pueda llegar a quedar interpelado en
su fijeza. El sujeto quedará afectado como consecuencia del límite a la demanda
de amor pero sin rechazarla, dado que será alojada vía la transferencia del
analista. Se tratará de abrir espacio a la espera para que haya un efecto que dé
lugar a afectos. Y así es que se podrá hablar de un sujeto afectado. Este tiempo
de transición que parte de la imagen especular se orienta a conmover y corromper
los sentidos coagulados. De este modo la imagen especular quedará afectada por
lo inespecularizable, en la medida en que lo no reconocido de sí se vaya
incluyendo a través de los movimientos en análisis. Se tratará de que las
operaciones del psicoanalista incidan en la posición objetalizada del analizante
propiciando sucesivos desprendimientos. Los mismos podrán producirse a partir
de la inclusión del objeto, el objeto a como primera traducción subjetiva de la
angustia. En este seminario Lacan se preguntará respecto de aquel sujeto
arrasado en esa fijeza significante, haciendo relación con ese Otro que se replica
en otros, desconociendo la no relación sexual: ¿cómo poder interpelar entonces
desde la posición analítica eso que lo deja al sujeto pegado al Otro?; ¿cómo pasar
de la lógica fálico-castrado a la lógica de la sexuación?. Es en función de
intervenciones que apunten a producir el pasaje de “no quiero saber nada de eso”
a que el sujeto “quiera saber”, que se tendrá que producir un equívoco en la
imagen especular, esa imagen se tendrá que equivocar hasta que pueda advenir
un acontecimiento de decir, para que pueda aparecer un nuevo ser en el sujeto, es
decir, pasar del signo de amor al signo de sujeto. El analista debe orientar el
trabajo para conmover este simbólico previo como condición para que el sujeto
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pueda llegar a verse ahí. Interpelar esta reciprocidad para que dé lugar al goce del
Otro que no es signo de amor. Es un trayecto con distintos puntos de inflexión, en
donde lo mismo de siempre, las viejas palabras, se tocan de un modo diferente.
Desprendiéndose de objetos (que taponan la falta/vacío), para poder llegar al
calce de un propio objeto y a partir de ahí un S1 inventado que funcione como
amo para sí. Se debe volver a las “viejas palabras” de otro modo, adquiriendo otra
potencia que obstaculice hacer Uno desde el bloque de la fusión para propiciar
mayor dificultad hasta advenir al punto de embarazo3 donde el sujeto ya no
pueda desentenderse de sus dichos que le conciernen. El decir como
acontecimiento que orientará la escritura de Hay de lo Uno en singular, en la
soledad del hablante que permitirá hacer su propia apuesta. Recién después de
esto será posible hacer lazo desde la no relación, bajo las condiciones del
encuentro que hace verdadero lazo. Sobre las condiciones del análisis, Lacan
(1992) referirá que con “estas necedades vamos a hacer el análisis, y entramos en
el nuevo sujeto que es el del inconsciente…” (p. 31) dado que “…justamente en la
medida en que nuestro hombre consienta en no pensar, podremos (…) sacar
algunas consecuencias de los dichos: dichos de los que no cabe desdecirse,
según las reglas del juego. De allí surge un decir que no llega siempre hasta poder
existir al dicho. A causa de lo que le ocurre al dicho como consecuencia. Esta es
la prueba donde, en el análisis de quienquiera, por necio que sea, puede
alcanzarse algún real” (p. 31).
La posición del analista se lee aquí entonces como otro Otro que incluye la
falta y transmite algo que va a incidir para que el sujeto interpele su Otro previo,
aquel con el que llega a análisis. Sustrayendo signo de amor, del cual está lleno el
sujeto que llega a la consulta, y producir un vacío ahí donde no lo hay,
convocando a la transferencia. Transferencia del analista que aloja convocando al
trabajo de análisis, y de este modo el sujeto es convocado a emitir su propia voz.
La voz del analista para convocar al “tu” del impenetrable subjetivo, para que
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Siguiendo las coordenadas el cuadro matricial de la angustia planteado en la página 88 de la edición de Paidós del seminario 10 de
Lacan.
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pueda emerger, en algún momento, la propia voz. La propia voz que implicará
poder llegar a escucharse, como efecto de una torsión posterior en la posición.
El sujeto que llega demanda la omnipotencia del Otro, -la sostiene a través
del fantasma, como se comentó en el apartado anterior- el objeto que se ha sido
para el deseo de la madre. Será la función del analista tocar eso es para que se
pueda empezar a desprender de lo que tapona el vacío, entendido en tanto
función de la causa en el encuadre del enigma: el no saber qué quiere el Otro.
Esta significación fálica va a estar fuera de él y permite pasar del universal fálico,
esencial, al universal inesencial, único para cada uno y producto de la propia
elaboración. De lo que cada uno se puede servir y lo que sirve para cada uno.
Será entonces tarea de la posición que el analista apunte en su trabajo a lo
irremediable de la división subjetiva. Implica un quiebre respecto del círculo, del
espacio unicentrado del narcisismo. Este es un único orden (así comienza el
trabajo, en esta posición llega el sujeto a las entrevistas preliminares, posición que
remite a un único orden). Entendiendo entonces el espacio unicentrado del
narcisismo como una forma emblemática de llegada al dispositivo, es posible
considerarlo solidario a la noción de la primera imagen especular. No da lugar a
desprendimiento de objeto (en tanto ahí el sujeto ha quedado objetalizado o
presenta un objeto que tapona la falta en el Otro).
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que “”no hay génesis sino de discurso”, argumentando con su abordaje ético y no
óntológico del sujeto que “…el que esta topología converja con nuestra
experiencia hasta el punto de permitirnos articularla, ¿acaso no es algo que puede
justificar lo que, en lo que ofrezco, se sustenta, (…) por no recurrir nunca a
ninguna sustancia, por no referirse nunca a ningún ser, y por estar en ruptura con
cualquier cosa que se enuncie como filosofía? (Lacan, 1992, p. 19). Otro modo de
pensar el lugar del analista es como semblante que vehiculiza lo Real que hace
obstáculo a la relación sexual, de manera que pueda ubicarse para el sujeto la no-
relación.
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padre muerto, como padre vivo que incluye lo triple del nombre del padre: lo real,
lo simbólico y lo imaginario. Lo real queda introducido para así poder tocar al
sujeto, afectarlo. Se tratará de convocar a la homologación al deseo del Otro como
deseo del analista en cada sujeto. Aquello como lo que orienta a que el sujeto se
pueda ir vaciando de ese objeto que se era para el Otro, de esa posición de falo
para el Otro. En otras palabras, que se haga vacío vía el desprendimiento del
lugar de objeto del Otro. De este modo el analista como semblante podrá dar lugar
a un trayecto en el sujeto que permita cernir un goce posible (el cual se
contrapone al goce deslocalizado, también denominado en este seminario como
“el goce que no conviene”)
En el trayecto de un análisis se trata de ubicar que no se trata de la lógica
de tener/no-tener, sino de llegar a hacer con la nada, de poder soportar la falta.
Hacer con nada, es poder incluir la castración como real, como falta, lo que nada
tiene que ver con que el hombre tenga y la mujer no-tenga, es decir, con la
castración imaginaria, dado que en lo Real a la mujer no le falta nada. Llegar a ello
es a partir de la posición del analista como semblante “al menos uno no castrado”
–vale la aclaración, bajo la égida de la castración para todos-, que permite un
modo de salida del abrazo al padre muerto.
Es pertinente introducir entonces la siguiente pregunta, en función de la
viñeta a trabajar en el apartado posterior: ¿A partir de qué señales podría darse
cuenta de que en el análisis hay un analizante en cuestión? Dado que no cualquier
cosa aloja o da lugar a un sujeto afectado. ¿Qué cuestiones se pueden ir ubicando
con la orientación del analista desde la entrada en análisis?
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hasta llegar a producir la reducción del Otro al otro a condición de pasar por ubicar
la falta en el Otro. Todo lo que hacía relación está del lado de la esencialidad del
objeto, en la reciprocidad en la relación sexual. En su reseña del seminario sobre
el acto psicoanalítico, Lacan lo dirá de la siguiente manera “El acto acontece por
un decir, a partir del cual el sujeto cambia. Andar no es un acto sólo porque se
diga “eso anda”, o incluso “andemos”, sino porque hace que “yo llego allí” se
verifique en él” (Lacan, 2012, p. 395). Otro de los movimientos tiene que ver con
poder llegar a hacer lazo “verdaderamente”, lo cual nada tiene que ver con el
signo de amor que hace bloque. El análisis se orienta hacia los movimientos
intrasubjetivos y desde allí el sujeto podrá hacer lazo en lo intersubjetivo. Ese decir
como acontecimiento inaugura un discurso que concierne al sujeto desde donde
el deseante podrá incluirse en el lazo, a donde apunta Lacan cuando en el
seminario “De un Otro al otro”, al decir “Lo que enuncio del sujeto como efecto del
discurso” (Lacan, 2006, p. 43).
Lacan refiere en la primera clase del seminario 22 (de nombre R.S.I.) que el
analista siempre es dos: uno es el que opera, es el semblante que vehiculiza lo
real y otro es el que formaliza la operación4. Un momento tiene que ver con
operar, escuchar, intervenir para que el sujeto advenga analizante. Otro momento
tiene que ver con cómo el analista, o practicante de psicoanálisis, puede llegar a
formalizar los efectos como puntos de inflexión, con la transferencia del analista.
Retomando lo fallido de la metáfora paterna, es por ello que está lo
sintomático compulsivo que no recubre los impasses de la sexualidad femenina,
es decir, no recubre los límites que tienen que ubicarse con la lógica de la
sexuación. El trayecto del análisis tiene que orientarse hacia un cambio en la
economía de goce, sustrayendo goce deslocalizado. Lacan definirá al goce en
este seminario como aquello que “Se reduce aquí a no ser más que una instancia
negativa. El goce es lo que no sirve para nada. Asomo aquí la reserva que implica
el campo del derecho-al-goce. El derecho no es el deber. Nada obliga a nadie a
gozar, salvo el superyó. El superyó es el imperativo del goce: ¡Goza! Justamente
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La referencia se ubicó en la versión crítica del seminario realizada por Rodríguez Ponte utilizada para
funcionamiento interno de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, del año 1989.
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que cada uno puede hacer en relación a la falla estructural, más allá de la propia
estructura.
Hay que tener en cuenta qué intervenciones producen que algo se torne
audible para el sujeto y entonces suceda algo diferente a como venía sucediendo,
provocando sorpresa en el sujeto que puede responder allí desde otro lugar, con
otra visión. Empieza a haber el mencionado plus de gozar. Cuando algo se torna
audible para el sujeto es cuando cierta intervención es adecuada, ya que se ven
sus efectos. Se trata de cómo instaurar algo para que haya un modo de goce para
el sujeto. Lo que se va a producir en un análisis es salir de los sentidos dados a
que el sentido lo dé el objeto, para generar que el deseante cuente con recursos
subjetivos. Esto es con los sucesivos desprendimientos de objeto ya sea donde el
sujeto se ubicaba como falo (objeto) del Otro (el sujeto ubicado taponando la falta
fantasmáticamente) o poniendo objetos que suplen ese lugar de la falta. Cada
desprendimiento de objeto produce un vacío dando lugar a la formación de
sucesivas -i(a)- imagenes, a modo de ir introduciendo el límite a lo ilimitado.
Siempre este trabajo es rodeando la castración, en función de incluir un límite.
Incluirlo lleva tiempo además que el sujeto pueda ser permeable a la falta, y no
quedar llevado a taponar, sino que algo lo interpele, poder pensarse ahí donde no
distingue lo que le viene de él y del Otro. Es con el semblante que se introduce lo
que no en ese goce deslocalizado que causa estragos. Es necesario un goce que
vivifique y no el goce deslocalizado que mortifica. La única libertad posible será,
entonces, con la falta.
Será la dirección de las intervenciones de la función de analista el apuntar al
pasaje de lo necesario como obligado –en tanto las viejas palabras, la compulsión
de repetición sintomática- a un escrito como necesario lógico ubicando lo que para
cada uno es necesario. Esto tiene lugar con sucesivas inflexiones que van
produciendo una torsión. De aquello que parecía puro destino hasta llegar al
sujeto deseante. El analista posibilita que el sujeto se vea, algo del deseo emerge.
Solo desde el deseante se sostiene ese nuevo lugar. El analista aportando
semblante con cuerpo posibilita que se pueda ir produciendo en el sujeto otro
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punto de partida. Orienta lo que para el sujeto podrá quedar interpelado para llegar
a una invención.
Se suspende el sentido de las palabras, de esas viejas palabras. El paso
siguiente es el borramiento donde se produce una articulación entre lo posible y lo
contingente. El tercer momento de esa lógica es la desaparición del sentido
antiguo de los mandatos que le vienen del Otro con lo cual el sujeto habiendo
alojado lo contingente articulado con lo necesario empieza a ser asunto de él y lo
tiene a su disposición como recurso con el que cuenta. Esta articulación lógica de
lo contingente con lo necesario es la condición para que en otro paso pueda llegar
a articularse lo necesario con lo imposible como el verdadero límite efectuado y
entonces contar algo para sí. En este seminario Lacan planteará que es el acto el
que cava un vacío a nivel de la otra satisfacción, la que obstaculiza la relación
sexual como el goce fálico. Esto ocurre como efecto de la operación de al menos
uno que no está castrado. Es a lo que Lacan referirá en al indicar “Esto es lo dicho
en lo tocante al goce, en cuanto sexual. Por un lado, el goce está marcado por ese
agujero que no le deja otra vía más que la del goce fálico. Por el otro, ¿Puede
alcanzarse algo que nos diga cómo lo que hasta ahora no es más que falla,
hiancia en el goce, puede llegar a realizarse?”(Lacan, 1992, p. 16). Al principio es
con el soporte del analista, a través de operaciones del analista para que el sujeto
pueda soportarse, para que pueda aparecer el sujeto. En ese punto, con la
producción de ese vacío, habrá recuperación de goce como plus de gozar. Es otro
estatuto de goce, no el del horror, de la inmediatez del principio del placer “que no
conviene”, sino que es el goce en singular, el necesario para cada uno. El acto da
cuenta de ese plus de gozar. Se puede decir entonces que la otra satisfacción
(referida en el título de la quinta clase del seminario trabajado aquí) no es la baja
de tensión, sino el goce fálico que introduce una medida. El analista como objeto
ofrece otra satisfacción, como objeto disponible cada vez. Tiene que estar
disponible para esa función. En conclusión, el análisis operará, sobre esas viejas
palabras que sostienen la escritura de la estructura en el sentido de la letra
muerta, las cuales en el inconsciente funcionan como concepto universalizante. El
analista será aquel que trabaje en función de cómo ubica el lugar de las “viejas
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Metodología
Hipótesis
La pregunta que se plantea y que guía el recorrido es: ¿Cómo y por qué
pensar para este sujeto un acompañamiento terapéutico orientado por una
perspectiva psicoanalítica?
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con los datos observacionales para corroborarla o no, si no que el soporte será
teórico y en carácter de proposición a la luz de los datos con los que se cuenta.
Objetivo general
Objetivos específicos
- Dar cuenta de las posibilidades y los límites del dispositivo para el caso.
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Diseño
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Viñeta clínica
Primera sesión
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Segunda sesión
Una semana después, durante el relato de otra interna que cuenta sus
diferencias con el psiquiatra de la institución, F interviene indicando “¿Ese
psiquiatra? Es un tipazo…me dijo que vaya a ver a los testigos de Jehová…”
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El efecto de esta primera sesión puede leerse entonces como haber dado
cuenta de la posición de F en tanto parece encontrarse en la pura fusión, atrapado
en un padecer que lo empuja a repetir, donde lo propio le es arrebatado pues
queda en posición de fusión con su Otro, con su(s) padre(s) en él. La pregunta
que empujaría el futuro trabajo es ¿Qué sostiene F con su enojo? La intervención,
entonces, entendida como aquella fuerza que hace obstáculo a lo que pasa
desapercibido, permite dar cuenta, posteriormente, de dónde se puso una fuerza y
qué dejó salir.
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decir: “Es eso”, para permitir que el sujeto tome una distancia con relación a ese
punto. (…) indagar si eso es realmente lo que quería decir para obtener una
explicitación de su posición subjetiva con relación a aquel punto” (p. 74).
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abarrotaban de sentido la vida del sujeto. No es sin el trabajo sobre estos que es
posible un cambio de posición.
Segunda intervención
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Esto será abordado en mayor extensión en el apartado siguiente de lectura de la viñeta, respecto de las posibilidades institucionales para
el tratamiento de F.
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coordinador capta algo de esta cuestión del padre, pero en el punto del horror,
dejándolo ligado al padre de la vida real, y no al padre en F. En un trabajo analítico
será fundamental poder darle el lugar para que hable del padre en él, dado que es
esto lo que puede empezar a equivocar el error. Eso es lo que va a dar lugar a que
se pueda estructurar la angustia: hablar de ese padre en él, de los recuerdos
malos, qué esperaba de su padre y con qué padre hoy puede contar hasta poder
advenir a una versión de un padre en él. Por el momento solo el padecimiento lo
deja esperando del Otro. Esta intervención del coordinador podría sostenerse en
un intento de brindar luz sobre la posición que presenta F respecto de su padre, al
cual recuerda en todos sus momentos malos, y a la vez, pareciera –desde la
dirección que toman las intervenciones del coordinador- que le “dedica” todos sus
desbordes. Tal intervención es, igualmente, riesgosa, si bien efecto de un cálculo
que será corroborado únicamente aprês coup. La potencia de ese enunciado
radica en el significante “también”, el cual implica directamente a F en aquello
dicho. Amerita entonces la pregunta ¿Cómo introduce al coordinador al padre? De
un modo confrontativo, frontal, lo cual no deja de confrontar al sujeto con el horror,
con aquello de lo que él aún no quiere saber. Y de ese modo, es decir, en tanto
sea confrontado de esa manera, es difícil pensar una posibilidad de tratamiento.
Puede criticarse entonces que ello quita la posibilidad de trabajar en base al
enigma, esto es: apelar a una resonancia. Esta resonancia es en relación a algo
que pueda alojar el deseo, que resuene en el sentido de lo que va abriendo de
manera enigmática, no en forma directa. Se trata de que las interpretaciones e
intervenciones del analista encuentren una resonancia en el sujeto, en el modo en
que el sujeto -con esas resonancias- va a ir trabajando. Por otro lado, al
presentarse como intervención muy directa pero en una institución que provee
contención a los internados durante todo el día, no pierde el carácter de apuesta.
Parece no seguir la propuesta de transmitir el decir sin decir, esto es, la posición
del analista que adviene a tal función sólo desde aquel que ha vivido en carne y
palabra propia la experiencia del psicoanálisis, si no que se sostiene desde otro
lugar.
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lado que ocupa cada uno: Cómo puede ir incluyendo en la cotidianeidad, cada
vez, la terceridad que el analista incluye en el contexto acotado de la sesión. Esta
terceridad que el acompañante terapéutico puede ir ofertando desde la vecindad,
a modo de obstaculizar la colisión del sujeto con su Otro que lo enloquece.. El
trabajo se sostendrá entonces en cómo se arma la terceridad allí para F, y qué
lugar puede tener para él esa terceridad. Una forma posible de pensarlo es, como
fue mencionado en el apartado anterior, acompañarlo específicamente en las
horas de ese trabajo en las que se encuentra sólo haciendo una actividad
mecánica, donde aparece lo compulsivo en él, lo insoportable del vacío, cuando
hay algo que se acalla. La presencia de los acompañantes debe ubicarse en
horarios particularmente problemáticos para lo que F llama su soledad: mencionó
entre sus primeras quejas el hecho de que pasaba tardes muy largas, y terminaba
medicándose en grandes cantidades para poder aunque sea dormir una siesta. Es
menester indagar clínicamente con preguntas pertinentes otros horarios en los que
el sujeto se encuentre con estos picos de intolerancia a la soledad, como puede
ser la noche, teniendo en cuenta el dato del drogarse por la tarde para poder
dormir o –al menos- pasarla. Con el establecimiento del tratamiento se definirá si
otros momentos son apropiados para la presencia de un acompañante en tanto F
pueda comenzar a manejarse de otra manera. Esta se presenta como una posible
vía distinta a la internación en INEBA.
Se lee aquí en F como lo principal del padecer el “estoy solo”, que F mismo
nombra como “no poder estar en paz consigo mismo”. Afirma en la primera
reunión que ello es lo único que quiere. El problema con el manejo de la
impulsividad se expresa en el hecho de que cuando se encuentra acompañado
también cae en conductas autodestructivas, lo cual resume al decir “salgo para
hacerme pelota”. Esa búsqueda de compañía aporta más des-borde, porque la
soledad que a él se le presenta, es la soledad del abismo. Esto es, sin poder
contar con el vacío, sin poder contar consigo mismo. Se desprende de esto que la
soledad que F refiere no se conmoverá estructuralmente con la contención de
cuatro paredes y el equipo de salud de la institución (incluyendo acompañantes en
sala de internación y dispositivo de grupo terapéutico) tal como la viñeta lo
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pregunta que arme caso, sino algunos puntos pasados por alto en las sesiones,
que ameritan un trabajo. Un ejemplo de esto es lo referido por F al decir “Yo creo
en las intenciones”, en tanto por más que el objeto que le brinde a alguien sea
valioso, no tiene ningún valor en sí mismo si no fue conseguido con trabajo o
elaboración. Algo coincidente con lo aplastado de su posición. Se tratará de poner
a trabajar esta formulación en función de lo que podrá tornar-se audible para el
sujeto, cosa que no ocurre en el dispositivo.
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En adicciones
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Movimiento
No será sin lo hostil que se podrá producir una torsión en la posición, una
posibilidad de servirse del objeto, en vez de quedar en mera posición objetalizada
de la mirada de este Otro ante el cual el sujeto despliega sus acciones. Este Otro
el cual analista de la institución fuerza en sus interpretaciones apuntando a que es
encarnado por el padre de F. Una interpretación tan forzada pasa de largo detalles
en el discurrir de F, como el momento en que da cuenta de la demanda de
reconocimiento que se pone en juego en su ingesta de pastillas luego de querer
abandonar la carrera. En ese momento no apeló a sus padres, si no a su abuela,
indicando su posición de rapto, más allá de la direccionalidad que el coordinador
del grupo intente asignarle a la Otredad a la que se dirige. En este punto es
pertinente retomar lo Lacan refiere en el seminario 10 “La angustia” sobre lo hostil
domesticado. Se tratará de que el horror rechazado pueda incluirse como lo hostil
domesticado, una inversión de la pulsión de muerte. En el seminario 5 “Las
formaciones del inconsciente” lo entiende como un “huésped, en el sentido
corriente, (…) [que] no es el habitante de la casa, es lo hostil domesticado,
apaciguado, admitido. (…) nunca pasa por los rodeos, las redes, los tamices del
reconocimiento…Ha permanecido (…) menos inhabitual que inhabitado.” (Lacan,
1999, p. 87). No es, entonces, sin las viejas palabras que se realiza este trabajo.
Para que esto se produzca en el sujeto tiene que haber una modulación en el
modo de intervenir del analista, en el modo de conducir el tratamiento. F dice que
rechaza al padre y no puede salir de eso. Lo lleva a decir que rechaza al padre,
pero es un rechazo en el punto en que está unido, en que está fusionado, dado
que no se puede odiar lo que no se ama. Desde esa modulación deberán
sostenerse las intervenciones del dispositivo de analista y acompañantes.
Retomando la posición del acompañante, es pertinente seguir a Prieto (2014),
refiriendo que será el lugar de un acompañante que se sirva de la mirada, en tanto
poder restituirle al sujeto una mirada propia, en lugar de esa mirada determinante
que le viene únicamente del Otro y lo aplasta. Prieto incluso llegará a decir que la
mirada es lo acompañante en sí mismo, entendido como una presencia que
transita “silenciosa e imperceptible, al lado”. La plantea entonces como origen y
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Límites y limitaciones
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Por otro lado, el mismo Pulice (2014) criticará el uso indiscriminado del
recurso de acompañante como “propuesta terapéutica” diseñada a la carta para
ciertas “patologías”. Plantea que esta imposición del dispositivo (a veces en una
función estratégica tan limitada como la de, incluso, rellenar horarios) ha llevado a
una cierta degradación de la función del acompañante –análogamente habitual en
ciertos ámbitos institucionales, como tal vez podría ubicarse en la institución
mencionada en la presente tesina si se hiciera un trabajo de investigación con
mayor tiempo y enfocado en esa institución en particular-, que tiene como una de
sus más indeseables consecuencias la exposición, tanto del acompañante como
del paciente, a situaciones de suma tensión, incluso de riesgo o de maltrato, tal
como a menudo suelen observar (p. 65). Es por eso que no se proponen –
idealmente, y hecha la aclaración anteriormente que en los primeros tiempos de
externación es preciso corroborar los recursos de F para sostener un borde por sí
mismo- muchas horas de acompañamiento, sino la presencia durante momentos
claves del día, como aquellos mencionados por la tarde, cuando la soledad golpea
a F y este debe doparse para que la tarde transcurra. Este dispositivo que se
plantea no será sin los límites institucionales, tal como plantearán Pulice y Rossi
(1994b), indicando que es una práctica supeditada, acotada y subordinada tanto
en la estrategia institucional como en la política de la Obra Social (p. 131). Es
desde esa conjunción que para este caso se ubicará el tratamiento posible, al
decir de Lacan.
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Proponiendo desde aquí una continuidad entre el deseo del analista y el del
acompañante terapéutico, es pertinente aclarar que la formación teórica no
garantiza el deseo. Consiste en un deseo a plasmar, por venir. Un producto de la
propia experiencia por la lógica del dispositivo psicoanalítico. Siguiendo a Lacan
en el Seminario sobre la Ética, al afirmar “Lo que el analista tiene para dar,
contrariamente a la pareja del amor (que da lo que no tiene) es lo que tiene. Y lo
que tiene no es más que su deseo...que es un deseo advertido.” (Lacan, 1988b, p.
358). Un deseo advertido de su fantasma, capaz de asignarle al analista el lugar
de no sujeto, de objeto causa. El analista como objeto ofrece otra satisfacción,
como objeto disponible cada vez. Debe estar disponible para esa función, en tanto
solo desde allí se puede ofertar otro Otro que rompa con lo que demanda el
sujeto. El trabajo de análisis se plantea entonces con variaciones continuas de la
materia y la forma. Se produce una estetización de la forma, a la manera del
sujeto, en su relación con la falla de la estructura. Para que haya una forma
estética, aquella que lleva a una forma de decir. Se apunta a la homologación al
deseo del otro, en tanto convocar vía la transferencia a que el sujeto se
homologue al deseo del analista, en el punto de poder producir un impasse en
relación al acoplamiento que el sujeto tiene al deseo del Otro propio como
indestructible ese deseo al que no puede fallarle. Las intervenciones apuntarán al
cómo convocarlo, y el deseo del analista puede introducirse ahí vía la
transferencia como una potencia que traccione a esa homologación al deseo. Y
ahí se trabajará la inversión de la pulsión de muerte, la “domesticación de lo
hostil”. Esto es así dado que el deseo del Otro es tiene una parte importante de
pulsión de muerte. F presenta esta mortificación de manera notoria en sus dichos.
El deseo del analista, por el contrario, incluye lo vivificante. Se apunta entonces a
poder traccionar hacia la homologación al deseo del analista que va en contra de
lo fijo del nombre del padre. Siguiendo a Lacan en los desarrollos de las primeras
clases del Seminario 20 ubicados en el marco teórico, se puede afirmar que es
con esa conjugación de lo necesario con lo imposible, con aquello que no cesa de
no escribirse, con lo que se llega a un nuevo decir. Así como acompañándolo en lo
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para el dispositivo como para el paciente, es que los autores propondrán una serie
de respuestas. Entre ellas se ubican determinados marcos como el Hospital de
Día, o, en el caso propuesto de la presente tesina, un acompañamiento
terapéutico sostenido en la ética del psicoanálisis.
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Conclusiones
psicoanalista.” (p. 172). Esta cita resume la posición que se intentó ubicar del
acompañante como extracción del analista, en contraposición con algunas
posiciones teóricas revisadas en el marco teórico que ubicaban diferencias
radicales y tajantes, impidiendo puntos de contacto.
El presente trabajo se presenta como un primer intento de descripción de la
relación entre los dispositivos analítico de acompañamiento terapéutico, en
función de demarcar teóricamente puntos de continuidad y ruptura, así como
hipotetizar respecto de la práctica sobre el lugar del acompañamiento sostenido
en tal posición para un determinado paciente. Se espera que sirva al menos
como punto de partida para próximas investigaciones en función de la
formalización del espacio de acompañamiento.
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Bibliografía
Freud, S. (1897) “Carta 69”, en: Obras completas, Vol. I. Año 1982. Buenos
Aires, Ed. Amorrortu.
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