Вы находитесь на странице: 1из 2

Hiram Calogero.

Fotografías a pincel

¿Por dónde comenzar cuando está todo por hacer? Esta pregunta es quizás el primer desafío que surge al
momento de poner en valor figuras tan olvidadas como la de Hiram G. Calogero. Podemos intentar recuperar
datos biográficos, restablecer sus vínculos con instituciones y colegas, concentrarnos en analizar formalmente
su obra. O bien preguntarnos por los motivos que condujeron a su olvido.

Sobre Calogero podemos decir que nació en Córdoba el 5 de agosto de 1885, que era hijo de inmigrantes
italianos radicados en esa ciudad dese 1879. Que desde muy joven se estableció en Rosario donde se recibió
de Contador Público en la Escuela Superior Nacional de Comercio; institución en la que ocuparía
posteriormente los cargos de profesor y de director. Podemos agregar que pertenecía a la Orden Masónica
Universal, que alcanzó el grado 33 del Rito Escocés Antiguo y llegó a ocupar el cargo de Gran Diputado del
Supremo Consejo para la República Argentina. También qué fue contador y Ministro de Hacienda y Obras
Publicas durante la intervención Nacional en San Juan entre 1921 y 1923; fundador de la Universidad Popular
de Rosario, miembro de la Comisión Investigadora de Finanzas y gerente del banco de la Provincia de Santa
Fe.

¿Por qué todos estos datos? Porque es la primera -sino la única- información que surge al rastrear su nombre
en archivos públicos, catálogos de bibliotecas o sitios de internet. Ahora bien, una investigación más larga y
exhaustiva nos permite agregar que Hiram G. Calogero fue también miembro fundador de la Sociedad
Argentina de Artistas Plásticos en Rosario y fundador del primer Fotoclub de la misma ciudad, promotor de
la Federación Argentina de Fotografía, presidente de la Peña fotográfica Rosarina, coautor de la técnica de
gelozobromia, editor del único libro sobre procedimientos pigmentarios en fotografía en Argentina y
colaborador de varias revistas especializadas del país. Más aún, Calogero fue ganador y jurado de un sinfín de
salones y premios fotográficos nacionales e internacionales y es el único argentino que integra la colección de
la reconocida Sociedad Francesa de Fotografía. ¿Cómo es posible entonces su omisión en las páginas de
nuestra historia?

Hiram G. Calogero era un artista que hacía uso de la fotografía para producir sus imágenes. Especializado en
la técnica del bromoleo, su figura se inscribe en la tradición de los denominados fotógrafos pictoralistas,
movimiento que basaba sus premisas en el principio de que una fotografía debía ser juzgada con los mismos
parámetros que se juzgaba a cualquier otro tipo de imágenes artísticas, como el grabado, la pintura o el dibujo.
En oposición a los avances tecnológicos y la cada vez mayor fidelidad del registro de la cámara, el pictoralismo
sostenía que la imagen fotográfica se había vuelto excesivamente real. Esto hacía necesario apelar a la
intervención personal del artista, ya que a la imagen no se la juzgaba en términos de verosimilitud sino a partir
de los valores estéticos de aquel entonces. En ese sentido, se recurría a los llamados procedimientos de arte
o procedimientos pigmentarios, que consistían en sustituir las sales de plata por pigmentos que puedan ser
aplicados con pincel y permita dicha intervención personal. Calogero fue pionero en este tipo de técnicas, su
libro Procedimientos de arte en fotografía, editado por la revista Correo Fotográfico Sudamericano en 1942
es el resultado de veinte años de investigación y se convirtió rápidamente en un manual de consulta
recurrente. Además del bromoleo, aparece en detalle el proceso de gelozobromia, técnica que inventó en
coautoría con Ottorino D'Accierno, su maestro desde joven. Dado los requerimientos espaciales que estas
técnicas demandaban, Calogero, junto con sus colegas rosarinos Chapel y Lacassín alquilaron un espacio de
taller al que llamaron CACHALAC, un nombre formado por las primeras letras de los tres apellidos. Allí también
daban clases a sus alumnos y realizaban algunas sesiones de desnudos, aunque la mayoría de las fotografías
de Calogero eran tomadas en los alrededores de su casa de Achiras, en las sierras cordobesas, lugar donde
falleció en 1957.
El paisaje, la naturaleza y el desnudo han sido los temas centrales que el pictoralismo supo atender. Este
movimiento tuvo su esplendor en Estados Unidos y Europa hacia finales de siglo XIX y comienzos del siglo XX.
En oposición al pictoralismo, surgió pronto el llamado purismo fotográfico, una concepción estética basada
en la premisa de que la fotografía tenía su propio carácter intrínseco. Para los defensores de esta corriente,
el valor de una imagen fotográfica dependía exclusivamente de la fidelidad a este carácter. Desde una
perspectiva histórica, esta oposición puede entenderse como la necesidad moderna de constituir a la
fotografía como un campo disciplinar autónomo. Sin embargo, lo que parece un conflicto lejano sigue
teniendo sus consecuencias en la actualidad. Mientras que la predilección por el purismo en los países
desarrollados no supuso el borramiento de su pasado, en Argentina el proceso fue diferente: alzadas las
banderas de la fotografía purista, fotógrafos e historiadores emprendieron la tarea de desacreditar al
pictoralismo reduciéndolo a una ‘absoluta sumisión de las reglas de la pintura tradicional’1, repitiendo hasta
el hartazgo cronologías importadas que tildaban a dicha producción como un ‘atraso’ para el desarrollo de la
verdadera fotografía. En su afán esencialista, la historiografía local se encargó de relegar a un segundo plano
–cuando no a omitirlo por completo- toda practica fotográfica que implique una intervención previa o
posterior a la toma y no se limite al uso directo de la cámara fotográfica. 2

Si bien con el correr del tiempo el pictoralismo fue sufriendo una serie de transformaciones hasta convertirse
en esa línea estética que solemos reconocer bajo la categoría genérica de fotoclubismo, caracterizada por la
crítica como anacrónica e ingenua3; lejos de omitir su existencia es necesario repensar su lugar en nuestra
historia. En ese sentido, destacamos en el espíritu del movimiento su voluntad de experimentación, la
supremacía de los resultados por encima de los métodos utilizados y la actitud reticente a aceptar de forma
tácita los limites aparentes del medio4. Estos valores, que fueron continuados luego por las vanguardias
históricas y que han trascendido al arte contemporáneo, son pasibles de ser reconocidos en la obra de Hiram
G. Calogero. Sus fotografías son testimonio de un interés por explorar las potencialidades de una nueva
herramienta artística y su relación con otras disciplinas. No es menor el gesto desprejuiciado de quienes
adquirieron estas piezas creyendo que en ellas había algún valor que ameritaba conservarlas. A diferencia del
resto de sus compañeros, cuyas obras continuaron el inexorable destino de la basura, Calogero logró
sobrevivir al olvido. Esta exhibición debe ser entendida como un homenaje tanto a quienes conservaron su
memoria, como a sus amigos ausentes, cuyas imágenes no han llegado hasta nosotros.

Francisco Medail

Hiram Calogero. Fotografías a Pincel


Museo Histórico Provincial Dr. Julio Marc
Rosario. Santa Fe. Julio – agosto 2018

1 Facio, Sara. La fotografía en Argentina desde 1840 a nuestros días. Buenos Aires: La Azotea, 2009, p. 45
2
Este problema no se reduce solo al pictoralismo, sino que puede extenderse a otras producciones. De allí la falta de
interés que tuvieron para los investigadores del siglo pasado los collages de la Revista Caras y Caretas o las fotografías
escenificadas de las fotonovelas de George Friedman.
3 Gonzalez, Valeria. La fotografía en Argentina, 1940-2010. Buenos Aires: Ediciones ArteXArte, 2010, p. 49
4 Fontcuberta, Joan. Estética Fotográfica. Barcelona: Gustavo Gili, 2003, p.

Вам также может понравиться