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revista española de sexología

2007 Nº 139 - 140

SEXORUM SCIENTIA VULGATA:

30 DOCUMENTOS DE LIBRE DIFUSION

Joserra Landa J.G.


SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Agradecimientos:

A Ester, por muchos motivos... Y dos por encima de todos.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

INDICE
0. Prolegómeno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
1. ¿Es normal lo mio? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10
2. La pequeña mirmidona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
3. Menos turbación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18
4. Incitación a la excitación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
5. La química del amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
6. Virguerías . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
7. Promiscuidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35
8. Los monstruos del menstruo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
9. El placer de la inocencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
10. Interruptor erótico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46
11. Historias anticonceptivas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
12. Fallos anticonceptivos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54
13. Emisión y cierre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
14. Buscar y encontrar terapeuta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 62
15. Circunscrito a la circuncisión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
16. El gozo del verbo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70
17. Coito ergo sum . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74
18. Miserias de la revolución sexual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
19. La revolución evolutiva femenina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85
20. De deseada a deseante y de deseante a deseado . . . . . . . . . . . . 89
21. ¡Ya nos vale con la bandera anticonceptiva! . . . . . . . . . . . . . . . 93
22. Besame mucho . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97
23. El test del contoneo glúteo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113
24. ¡Claro que estamos para cuentos! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
25. Intromisiones abusivas de los adultas en la sexualidad infantil 127
26. Dimensión interpersonal del pacto sexual . . . . . . . . . . . . . . . 140
27. La moral del nuevo orden sexual de occidente . . . . . . . . . . . . 151
28. Reflexiones en torno al debate
sobre el matrimonio homosexual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 162
29. Los sexos en el aula ¿juntos o separados? . . . . . . . . . . . . . . . 175
30. Nuestra impotencia con las causas
y las causas de la impotencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185
Notas : . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 195

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0. PROLEGÓMENO

Esta peculiar entrega no se corresponde con un trabajo original. Se


trata de una recopilación de materiales divulgativos diversos que han
aparecido publicados en diferentes medios, que fueron escritos en
diferentes fechas y por diferentes motivos. Casi todos ellos nacieron con
vocación de llegar al gran público (o a pequeños públicos, pero no
especialmente formado). Desde luego quisieron ser ocasionales, breves
y efímeros. Leídos ahora todos juntos –y aunque algunos dejen entrever
un trazo vasto de brocha o haya párrafos repetidos- tienen cierta gracia
y cierta llegada. O a mí me lo parece.

Bastantes de ellos, por unas u otras cosas, han circulado por aquí y
por allá. A veces con mi conocimiento y a veces no. En medios cercanos
y predecibles alguna vez; pero también en medios del todo extraños,
otras. Unas veces sorprendiéndome de su éxito y de su circulación; otras,
avergonzándome de su difusión. Soportados, las más de las veces, por
humildes folios medio ilegibles. Incluso fotocopias de fotocopias.

Así pues lo que aquí presento como Monografía fueron en origen


letras sueltas que no quisieron tener cuerpo alguno. Ramalazos,
brochazos, destellos… Y han acabado juntas, sobre todo, gracias a la
magia –la sencillez y la simplicidad- del “cortar y pegar” de los actuales
procesadores de texto. La presento a caballo entre la desvergüenza y el
recato intelectual. Lo uno por no ofrecer nada nuevo; lo otro, por ofrecer
material muy poco cocinado. A cambio, los ofrezco a la comunidad
sexológica como materiales divulgativos para la libre difusión. Esto es,

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para que puedan ser –si en algo sirven- copiados, fotocopiados,


plagiados, intertextualizados,… o lo que sea. Sin más límite que la de
ofrecerse sin comercio alguno y con la gratuidad de quien hace de buena
fe.

He elegido 30 brochazos de los cuales los primeros 22 son material


muy divulgativo y de fácil lectura que perfectamente puede servir como
material didáctico de apoyo para la chavalería (ESO, FP y Bachiller).
Los cinco siguientes (23 al 27) son material más cocinado que
perfectamente pueden servir para jóvenes suficientemente preparados
(universitarios, mediadores sociales y educadores). Los tres últimos (28
al 30) se escribieron expresamente para gentes con formación
sexológica. Aunque creo que pueden servir a otros, siempre que estén
suficientemente avisados.

Además los primeros 20 se escribieron para la revista VOGUE


(aunque no todos vieron luz). En aquel caso se trataba de divulgación
general con sesgo femenino. El 21 –aunque fue originalmente un artículo
VOGUE publicado con ese mismo título- se amplió para el Kiosco de la
Página Web del Instituto de Sexología. El 22 se publicó en un librito
sobre Educación Sexual que editó el Ayuntamiento de Leganés bajo la
dirección del incombustible Carlos de la Cruz. El 23 y 24 son extractos
de material que ha sido publicado en el Anuario de Sexología de la
AEPS. El 25 fue publicado en un librito editado por FETE
(“Pinceladas”) con motivo del Día de la Mujer y bajo la dirección de la
laboriosa Felicidad Martínez Sola. El 26 y 27 se publicaron en la Revista
“Éxodo” -de orientación cristiana y crítica- dirigida por el admirable
teólogo Benjamín Forcano. Finalmente los tres últimos 27 al 30 se
publicaron en el Boletín de Información Sexológica (BIS) de la
Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología. Ni qué decir que
cada uno de ellos tiene el “sesgo contextual” del espacio en el que vio
luz.

Por razones de procedimiento no siempre se corresponden con fiel


exactitud a cómo aparecieron originalmente publicados. Aunque, en lo
posible, he respetado el formato, el espíritu y el tono. No obstante sí he

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realizado algunas modificaciones –fundamentalmente anotaciones,


correcciones y actualizaciones- expresamente hechas para esta
“recuperación”. Y esto porque he trabajado sobre mis textos originales
y no sobre lo realmente publicado. Uno y otro nunca son lo mismo, pues
lo impreso suele estar sometido a contingencias de oportunidad, de
reclamo, de espacio y de maquetación. Y lo escrito suele permanecer,
cual es el caso, perenne e incólume en el disco del ordenador.

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1. ¿ES NORMAL LO MIO? [1]

¿Es normal tener relaciones todos los días? ¿Es nornmal masturbarse
cuando se tiene pareja? ¿Es normal no alcanzar el clímax al unísono? ¿Es
normal que ella no tenga orgasmos mediante penetración y tengamos que
ayudarnos con la mano? ¿Es normal que él eyacule siempre el primero?
¿Es normal...?. Los profesionales de la Sexología escuchamos a diario
preguntas de este tipo. De hecho podría decirse que la demanda
sexológica más frecuente es: saber si esto o aquello es normal.

A menudo detrás de ésta pregunta aparece nuestra necesidad de


"obtener permiso". Que sea otro quien me autorice mi propia vivencia
erótica. Que desde fuera regulen nuestro encuentro amatorio. Que nos
aclaren si estamos dentro o fuera de los estándares. En sentido contrario,
a veces decimos "esto es anormal" para descalificar aquello que no nos
permitimos, que desconocemos, que no hemos experimentado o que
simplemente no nos gusta.

En ocasiones revela también la necesidad de conocer unas normas


que suponemos existen. Tratamos de resolver nuestros propios miedos
e inseguridades personales a base de conocer - para luego cumplir o
transgredir- supuestas normas, cualesquiera que éstas sean. Tras la
pregunta ¿qué es lo normal? suele esconderse la pregunta ¿cuáles son las
normas?, ¿qué es lo que se supone debo de hacer?. De ese modo, sin
saberlo, recorremos el escaso trecho que hay desde la normalidad hasta
la normatividad.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Si la normatividad pertenece al terreno del "Deber Ser", la Intimidad


pertenece al terreno del "Ser", del “poder Ser” y del "desear Ser". Si
aquélla está hecha de normas y prescripciones, derechos y deberes, ésta
se hace de encuentros y desencuentros, colaboraciones y luchas, ternura
y agresividad, placeres y sinsabores, gratificaciones y sufrimientos,
amores y desamores, comunicaciones y silencios, deseos y frustraciones,
vivencias y sentimientos.

Y puesto que pertenece al territorio de lo privado, -mejor, de lo


íntimo-, la construimos desde nosotros mismos, codo a codo con quienes
la compartimos. La vamos descubriendo a consta de inseguridades y de
complicidades con el otro. Y para recorrer este territorio, he ahí lo
maravilloso, ¡no hay mapas! Para los amantes no hay caminos. Se
hacen… verso a verso, golpe a golpe, paso a paso, roce a roce,… al
andar. O sea, al amar(se).

Ahora bien, existe una demanda social de mapas (de normas, de


criterios, de regulaciones) que ha generado su correspondiente oferta de
etiquetas, de decálogos, de códigos, de fórmulas. Así que unos compran
y otros venden; y al revés, unos venden y otros compran. Unos preguntan
qué es normal y otros contestan desde su normalidad. Poniendo,
proponiendo, exponiendo, imponiendo anormales normas. Desearía no
participar en este mercadeo de "recetas" sobre todo por no colaborar en
el asentamiento de ideas estereotipadas de la sexualidad que no se
corresponden con la riqueza, la diversidad y la complejidad de la
realidad sexual misma.

No vaya a ser que acabemos, cada uno con su cabeza, dudando de


nuestro propio territorio sólo porque no se corresponde con el mapa que
nos habían creado y nos habíamos creído. No vaya a ser que nos
descubramos a nosotros mismos diciendo: "Esto no es como lo imaginé,
luego no es". "Esto no es como tenía que ser, luego no merece la pena".
No vaya a ser que el mapa, no sólo no nos sirva para guiarnos, sino que
encima nos impida caminar o nos sirva directamente al extravío.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Cuando se descubra preguntándose si es normal, contéstese con


sinceridad. Seguro que hallará su propia respuesta. Pero no trate de
exportarla: probablemente su normalidad sólo le sirve a usted.

Cortos

En cuestión de gustos no hay nada escrito. A los Masai les gusta que
las encías y la lengua sean oscuras. A los sirios les encantan los
entrecejos poblados. A los Mongo, que falten las cejas y las pestañas. A
los Ila, los ombligos protuberantes. A los Tiv, las pantorrillas gruesas. A
los Zande y los Ganda los pechos caídos. A los Hotentote, las nalgas
gigantes. A los chinos, los pies pequeños. A los habitantes de Isla de
Pascua, el clítoris grande. A los nativos de las Marquesas, el pubis liso.
A los Venda, los isleños de Truk, los Ponape, los Tonga y los Dahomey,
los labios menores grandes. En cada una de estas culturas hacen lo que
pueden para gustar; y cada una de ellas ha desarrollado trucos y tretas
para ello. Son culturas lejanas que a veces miramos con una mezcla de
compasión, distancia y sorpresa. Por cierto: todos ellos se ríen de
nosotros cuando saben que por aquí nos depilamos, nos tostamos al sol
o nos operamos la cara o los pechos para resultar más atractivos.

Qué cosas. Para los Tonga sudafricanos el beso es un acto


absolutamente repulsivo. Unos respetables padres Tonga jamás
permitirían que sus hijos pequeños viesen películas de besos. Mucho
peor si son largos y apasionados besos con intercambio lingual. Esos
mismos padres no se sentirían tan preocupados si en la película
apareciesen sólamente desnudos y penetraciones. Así mismo en la
cultura Tonga las experiencias bucogenitales tampoco son muy
prestigiadas. La boca les parece demasiado sucia para usarla con los
genitales. Los indios colombianos Kágaba expían sus culpas sexuales
repitiéndolas ante su dios de la sexualidad (Heisei). Y entre los
Vakinankaratra de Madagascar, son las mujeres las que adoptan el papel
social agresivo (confrontaciones, reproches, etc.), mientras que los
hombres adoptan un rol apaciguador.

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2. LA PEQUEÑA MIRMIDONA [2]

En mitología griega Clítoris es un simpático personaje femenino. Se


trata de la hija de un noble enano mirmidón (los mirmidones eran
considerados hormigas convertidas en personas). A pesar de su pequeño
tamaño era tan grande la belleza y la gracia de aquella muchacha que
Zeus acabó prendado de ella y cuenta el mito que el enamorado y
todopoderoso dios tuvo que transformarse al tamaño de una hormiga
para, así, poder cortejarla y amarla.

En anatomía, el clítoris es un pequeño órgano carnoso y eréctil


situado en la parte superior de la vulva femenina. Justo al norte de la
entrada vaginal, por encima del meato urinario y en la conjunción de los
labios menores. A decir verdad esta es su localización en la geografía
femenina humana.

Pero el clítoris no es un privilegio humano. En el resto de las


especies animales en las que los machos tienen pene genital, las hembras
tienen asimismo clítoris. Sin embargo en estas especies (salvo los
chimpancés enanos) el clítoris está situado en el interior de la vagina.
Luego lo exclusivamente humano no es el clítoris mismo, sino su
localización extravaginal. Así pues en nuestra especie la separación
placer/reproducción no es un logro cultural, sino un hecho evolutivo.
Afirmarlo no es sino conocer y aceptar nuestra anatomía.

La particularidad más llamativa del clítoris es la de ser el único


órgano cuya única función es el placer. Por mejor decir: el placer erótico.
Aunque también el dolor, que es su otra cara. El resto de las estructuras

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y órganos pueden o no proporcionarnos placer pero sirven además para


alguna función. El clítoris femenino sin embargo no entiende de
funciones, se dedica sólo y exclusivamente a las sensaciones. Es un
órgano para sensar. Probablemente por ello, aunque también por su
tamaño y discreción, pero sobre todo porque es un cuerpecillo
exclusivamente femenino, ha pasado casi inadvertido, olvidado o incluso
descalificado. Al punto que nuestra cultura ha practicado durante siglos
una ablación clitórica simbólica hecha de silencios, inexperiencias e
ignorancias.

A menudo aprendemos más de nosotros mismos analizando nuestros


errores que verificando nuestros aciertos. Analizar y comprender las
derivas de nuestros errores nos da buena cuenta de prejuicios muy
arraigados de los cuales la sexualidad humana está muy llena. Por
ejemplo, solemos identificar el pene con la vagina. Esta idea es
incorrecta. Si se piensa detenidamente: manifiestamente estúpida.
Puestos a hacer comparaciones (que siempre son malas) el pene es al
hombre lo que el clítoris a la mujer. Y si la puerta –no exclusiva, pero sí
privilegiada- para acceder al orgasmo masculino es el pene, la puerta –no
exclusiva, pero sí privilegiada- para acceder al orgasmo femenino es el
clítoris. Y esto es así porque embriológicamente uno y otro (clítoris y
pene) son órganos que se construyen con el mismo barro, son irrigados
del mismo modo y tienen similares terminaciones nerviosas.

Así y todo, no es exacto pensar en el clítoris como un micropene


femenino. Sospechosamente el error contrario, pensar en el pene como
un macroclítoris masculino es error que nunca suele cometerse. En
cualquier caso uno y otro, pene y clítoris, son órganos eréctiles que
responden al estímulo táctil, que se llenan de sangre con la excitación y
que resultan sumamente sensibles.

Antes de nacer, cuando nos estamos "construyendo" en el interior del


útero materno, hubo un momento en que nuestros genitales no estaban
todavía diferenciados en sentido masculino o femenino. En ese momento
teníamos unas estructuras genitales comunes que servían igualmente para
diseñar los unos o los otros. Contenían, pues, los elementos necesarios

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para construir un pene con escroto o una vulva con clítoris. Conocemos
a estos "anteproyectos genitales" como: tubérculo genital, pliegues
uretrales, eminencias labioescrotales y surco urogenital.

El primero de ellos, el tubérculo genital, dará lugar a los cuerpos


cavernosos y al glande tanto del pene como del clítoris. Los cuerpos
cavernosos, tanto en el clítoris como en el pene, serán los encargados de
aumentar el tamaño y la turgencia de uno y otro frente a la estimulación.
Son quienes hacen de ambos, órganos eréctiles.

Tanto en el glande del pene, como en el glande del clítoris existen


unos receptores sensitivos muy especializados conocidos como
Corpúsculos de Krausse-Finger que transmiten al cerebro un impulso
nervioso capaz de desencadenar el orgasmo. Sin embargo -conviene no
olvidarlo- el orgasmo es una sensación que se produce en el cerebro y no
en los genitales. Para tener orgasmos el único órgano estrictamente
necesario es el cerebro. De hecho hay personas que por accidente o por
mutilación no tienen -o no es funcional- su clítoris o su pene, lo cual no
quiere decir que no puedan disfrutar de orgasmos. Aunque ciertamente
lo tendrán dificultado. Habrán de enseñar a su cerebro para que
desencadene esa peculiar, placentera, intensa y efímera sensación que
conocemos como orgasmo o clímax sin la ayuda de este privilegiado
camino.

Muchas mujeres –sin mutilación clitórica alguna- pretenden esto


mismo: lograr orgasmo sin que su clítoris sea estimulado. No es del todo
imposible, pero si lo que se pretende es la experiencia orgásmica, es
complicarse la existencia.

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Cortos

Solemos creer, pero no. Solemos creer que la reproducción humana


y el placer sexual estaban inexorablemente unidos hasta la invención y
la comercialización de los medios anticonceptivos. No es correcto. Lo
que han conseguido los métodos anticonceptivos -que no es poco- es que
la cópula no sea reproductiva. La naturaleza, muchísimo antes, ya había
hecho un gran esfuerzo evolutivo para separar el placer femenino de su
capacidad reproductiva.

Solemos creer que el coito, la introducción del pene en la vagina, es


la práctica que con mayor probabilidad garantiza el orgasmo tanto
masculino como femenino. No es correcto. La mayoría de las mujeres no
alcanzan el orgasmo solo mediante esta conducta (lo cual no quiere decir
que no puedan experimentar sensaciones muy placenteras con ella). Por
el contrario el coito sí garantiza el orgasmo a la gran mayoría de los
hombres. Podría decirse que la penetración es una práctica que
corresponde fundamentalmente a la sexualidad de logro orgásmico
masculino.

Solemos creer -sobre todo los hombres- que las mujeres se masturban
introduciéndose dedos u objetos en su vagina. No es correcto. La
masturbación femenina suele producirse por estimulación directa o
indirecta del clítoris, acompañada de otras estimulaciones menos
"especializadas" (pechos, muslos, vientre, nalgas, vulva, ano, etc.). No
obstante cada cual usa las técnicas, estrategias o trucos que más le
agraden. Y se trata precisamente de eso: de explorar, de conocer y de
disfrutar.

Serán hienas, pero parecen “hienos”. Las hembras de hiena


manchada tienen un clítoris tan grande y faliforme que parece un pene.
Además -al igual que cualquier otro macho de cualquier otra especie
mamífera- está horadado por la uretra, luego orinan a través de él. Por si

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esto fuera poco tampoco tienen vagina y además su aspecto y su


comportamiento es decididamente “macho”. Con tanto “ladrillo azul” los
zoólogos tuvieron, durante mucho tiempo, grandes dificultades para
reconocerlas como hembras. Pero se preñan y paren. Ahora bien, el canal
del parto es uretral. Y sus partos, sumamente mortales.

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3. MENOS TURBACIÓN [3]

La masturbación ha sido probablemente la práctica erótica más


perseguida en la historia de Occidente. A ello han contribuido dos
grandes errores históricos: uno teológico y otro médico. El teológico se
ha producido por una mala interpretación de la Biblia. El médico por una
mala interpretación de los datos de la realidad. El uno insistió en la idea
de pecado y las consecuencias eternas. El otro, en la idea de enfermedad
y las consecuencias físicas y mentales.

Todavía en la actualidad puede escucharse la expresión Onanismo


para referirse a la masturbación. No tenemos la menor idea de si Onán
se masturbaba o no porque la Biblia no dice absolutamente nada al
respecto. Lo que sí refleja el Antiguo Testamento con toda claridad es
que interrumpía el coito derramando su semen sobre la tierra con el fin
de no fecundar a la fértil viuda de su difunto hermano. Y por ello,
contrariando la ley hebrea que le obligaba a darle hijos a ésta. Este
episodio bíblico, una vez malinterpretado, ha servido de base para la
estigmatización de las prácticas autoeróticas y para asociar a Onán con
el nefando pecado solitario. No entro aquí sobre el juicio moral
vetustotestamentario, pero aclaro que lo que el Génesis dice que Onán
practicaba era un coitus interruptus con eyaculación extravaginal. Hizo
pues justo y exactamente lo que inexorablemente se repite hasta la
saciedad en cualquier cinta pornográfica actual: que el semen se derrame
visiblemente. Exactamente la misma conducta, aunque las motivaciones
no fuesen las mismas.

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El segundo error fue cometido por la Medicina de principios del siglo


XIX y aquí se lo atribuiremos a uno de sus más insignes representantes:
el Dr. Tissot. Este médico francés especialista en enfermedades de los
nervios (psiquiatra diríamos hoy) trabajaba en un manicomio de
Lausana. Allí cayó en la cuenta de que la gran mayoría de sus internos
se masturbaba. Puesto que presuponía que la población "normal" no lo
hacía, concluyó que el "onanismo" era la génesis de todos los males que
él diariamente constataba (locura, alucinaciones, cegueras, melancolía,
etc.). El argumento tuvo éxito y se extendió urbi et orbe.

Si el Sr. Tissot hubiera conocido la frecuencia masturbatoria de la


población "normal", quizás hubiera dedicado sus energías en otra
dirección. Sin embargo los suyos no eran tiempos de estudios
sociológicos sobre prácticas eróticas. Claro que por ser una práctica
privada y ocultada, tampoco hubiera sido fácil la investigación.

Si hubiese experimentado consigo mismo seguramente habría


comprobado que cuanto creía era alucinación. Pero creyéndolo cierto ¡a
ver quién reunía el valor suficiente para exponerse a tales peligros!. Y
aquellos peligros sanitarios y morales fueron tomados por tan graves y
estigmatizadores que se menospreciaron los muchísimos daños que la
cruzada anti-onanista produjo durante todo el siglo XIX y buena parte
del XX.

Como puede imaginarse, al unirse una práctica muy generalizada


pero secreta, con una prohibición muy consensuada y pública, con unas
“probadas” consecuencias tan nocivas, el resultado producido fue: "más
turbación". Así que durante todo el s. XIX fueron generándose: más
turbación científica, más turbación religiosa, más turbación mental y
otras múltiples turbaciones hasta nuestros días. Frente a tanta turbación
recibida, pongamos algo de luz con algunos datos. El primero de ellos:
que hablamos de una conducta del todo inocua. Inocua hoy e inocua en
el siglo XIX. Lo que no es inocuo es la estigmatización, la culpa y la
angustia. Y los que resultan sumamente tóxicos son los constructores de
estigma, los agentes culpabilizadores y los fabricantes de angustia.

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Sabemos que en torno al 97 % de los hombres y el 62 % de las


mujeres la han practicado –con más o menos frecuencia- en alguna
ocasión. La etapa de comienzo en los hombres es casi invariablemente
la pubertad y la adolescencia. Sin embargo muchas mujeres comienzan
su actividad masturbatoria en la juventud o en la época adulta. Desde
luego ellas casi siempre empiezan a tocarse después de que alguien las
haya tocado. Sin embargo ellos suelen venir muy tocados por sí mismos
antes de que alguien les toque.

Los hombres suelen masturbarse estimulando directamente su pene


hasta lograr la eyaculación. Las mujeres suelen estimular su clítoris
acompañándose con frecuencia con otras estimulaciones de la vulva, la
vagina, los senos, los muslos o las nalgas

La representación que solemos tener de la masturbación femenina


supone la introducción de objetos o dedos en la vagina. Por supuesto que
a veces es así. Por muchas razones y una de ellas porque las
representaciones generan realidades. Sin embargo esta representación se
corresponde más con las fantasías masculinas que con las prácticas
femeninas.

En la actualidad sabemos que cualquiera que sea su frecuencia, su


técnica o su finalidad la masturbación no produce absolutamente ningún
efecto nocivo salvo la culpabilidad en aquellas personas que
practicándola la consideran sucia, mala o pecaminosa. Sabemos que en
estas personas lo pernicioso no es la masturbación, sino los fantasmas a
ella asociados cuales son: culpa, estigmatización y angustia. Así pues
evítense tales lacras.

Sabemos así mismo que el autoerotismo es el escenario más habitual


y más eficaz del aprendizaje orgásmico. A tener orgasmos, se aprende.
Y la mayoría de las personas lo aprenden mediante autoexploración
íntima y privada, en la relación de escucha y comunicación que uno
establece con su propio cuerpo.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Por supuesto no puede, -a veces se hace-, concluirse con la fórmula


imperativa: "hay que masturbarse". En el terreno de la sexualidad nada
más nefasto que las exigencias, las obligaciones, las prescripciones y las
normas externas. Si antes inseminamos estigma, culpa y angustia a los
muchos que "sí", no hagamos ahora lo mismo con los pocos que "no".

Cortos

No sólo para darse gusto. Tradicionalmente se ha asociado la


masturbación con la búsnqueda solitaria del placer orgásmico. Sin
embargo muchas personas recurren a la masturbación para otras
finalidades distintas o complementarias a ésta. Entre otras finalidades
reseñamos las siguientes: personas que se masturban para conciliar el
sueño (esto es bastante frecuente); personas que se masturban antes de
realizar una actividad que les provoca estados nerviosos, ansiedad, etc.
(hablar en público, actuar, hacer un examen, reunirse, estudiar, etc.);
personas que se masturban para disminuir o eliminar determinados
dolores (reglas dolorosas, tensión ovárica, migrañas, molestias ulcerosas,
dolor escrotal por sobreexcitación, etc.); hombres que se masturban antes
de tener relaciones coitales con el fin de retrasar la eyaculación; personas
(sobre todo mujeres) que se masturban tras relaciones sexuales "no
eficaces" desde el punto de vista orgásmico; personas que se masturban
para variar estados de ánimo (tras un fuerte enfado, un susto, situaciones
de agobio, tensión, etc.).

Un placer no siempre solitario. La masturbación no siempre es


solitaria. Hay muchas parejas que se masturban mutuamente. Otras se
masturban, cada cual a sí mismo, simultáneamente. En otras se invitan
mutuamente a ser testigos "no-actuantes" de la propia masturbación. En
otras, los dos lo hacen en privado sin que el otro sepa nada de ello. En
otras, solo uno de los dos la practica sin que el otro se entere. Hay
parejas en las que uno se masturba con la colaboración "no exigente" del

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otro, cuando éste no tiene deseos de tener una relación sexual (con este
"truco" resuelven las situaciones en las que uno quiere y el otro no). Hay
parejas en las que la masturbación en presencia del otro es un arma
dañina que se enarbola frente a la no menos dañina arma del "déjame en
paz". Hay parejas que desearían compartir con el otro su masturbación
pero no se atreven a proponerlo. Hay muchas personas que entienden que
la masturbación es el espacio más íntimo y privado, por ello estiman que
ha de pertenecer a lo estrictamente personal y secreto.

En todos los lados cuecen habas. Las conductas autoeróticas están


presentes en todas las culturas y civilizaciones sin excepción. Además
tenemos muchas pruebas de que civilizaciones antiguas también las
conocían y experimentaban. Los griegos por ejemplo podían y solían
masturbase incluso en lugares públicos. Lo hacían, bajo su túnica, en el
propio ágora o en las termas.

Los animales también. La mayor parte de los mamíferos –sobre todo


los machos- se masturban: o bien frotándose contra algo o alguien, o bien
lamiendo sus propios genitales. Los monos, dotados de mano prensil,
pueden además autoestimularse manualmente. Algunos de ellos, los
inteligentes chimpancés por ejemplo, pueden también realizar la única
conducta sexual imposible para un humano: la propia felación. Gracias
a la peculiar estructura de su cadera y de su columna vertebral, y a pesar
del escaso tamaño de su pene, utilizan su propia boca para lamer sus
gemitales.

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4. INCITACIÓN A LA EXCITACIÓN [4]

Clásicamente la Sexología ha considerado la excitación como el


momento de la respuesta sexual humana que sigue al deseo y precede al
orgasmo. Tradicionalmente se ha hablado de fases, así que suele
explicarse: deseo, excitación y orgasmo. En este orden. En rigor no hay
razón alguna para separar el orgasmo de la excitación. Pues el orgasmo
no es más que un momento concreto de la excitación. Especialmente
estimulante y especialmente mitificado. Pero sin entidad psicofisiológica
alguna fuera de la excitación.

La excitación incrementa la receptividad sensorial y propicia las


condiciones tanto fisiológicas como psicológicas necesarias para el
orgasmo: incrementa la propioceptividad y la sensorialidad, incrementa
la euforia y reduce el pudor, produce distorsiones perceptivas,…

De forma muy esquemática la excitación requiere que nuestro


cerebro, en respuesta a estímulos externos o internos, emita una serie de
órdenes coherentes y ordenadas dirigidas a diferentes partes del cuerpo
(sistemas nerviosos central y periférico, corazón y sistema vascular,
aparato respiratorio, sistema muscular, sistema endocrino, epidermis,
aparato genital, etc.). Todos estos sistemas de nuestro cuerpo han de
"escuchar" y “obedecer” estas órdenes informando a su vez al cerebro de
su cumplimiento.

Los resultados más evidentes de la excitación -los que esperamos y


a menudo nos autoexigimos- se producen a nivel genital y son: la
erección (firmeza y aumento de volumen del pene en los homnbres y del

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clítoris de las mujeres) y la lubricación (humedad intravaginal en las


mujeres). Ambas son similares y se producen de similar modo. En ambas
el cerebro ordena la afluencia masiva de sangre a la zona genital. Esta
sangre llena el interior del pene prodciendo turgencia, aumento de
tamaño y variación de su posición original. Esta misma sangre produce
estos mismos efectos en el clítoris. También aumento de la
vascularización de los músculos que rodean la vagina y, mediante un
proceso conocido como exudación, humedad de las paredes vaginales.

Sin embargo, la erección y la lubricación no son los únicos cambios


genitales que la excitación produce (además de otros muchos cambios no
genitales que también ocurren). Son, -eso sí-, a los que más importancia
solemos conceder. De hecho, ninguna mujer suele preocuparse porque
sus labios menores no se engrosen o porque sus labios mayores no se
alisen. Ningún hombre suele preocuparse porque su escroto no se alise
o porque sus testículos no asciendan. Sin embargo estas variaciones
genitales son tan producto de la excitación como la lubricación y la
erección. Es curioso que, incluso nuestra problematización genital, esté
parcelada.

A lo largo de la historia hemos concedido importancia muy distinta


a la erección masculina y a la lubricación femenina. Parece que la
primera es condición sinequanon y la segunda posibilidad circunstancial.
Por ello a menudo se inician relaciones coitales sin lubricación previa
pero muy raramente sin erección previa. Por contra, suelen
desencadenarse situaciones de decepción y angustia cuando falta o se
pierde la turgencia del pene; y sin embargo no genera tanto estrés la
ausencia o pérdida de humedad vaginal.

Por unas u otras razones no siempre nos excitamos. O incluso


excitándonos, no siempre logramos erección o lubricación. O incluso
lográndolas, a menudo éstas pueden no ser constantes y están sujetas a
variaciones e intermitencias durante el desarrollo del juego erótico. Más
aún, inexorablemente, nuestra capacidad de erección y lubricación
cambia con el tiempo y, en general, decrece con la edad.

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Existe la creencia errónea de que la excitación es un proceso


continuado, siempre ascendente que solo sirve como tránsito necesario
para alcanzar el orgasmo. Sin embargo la excitación puede ser
discontinua, aumentar y decrecer en su intensidad y ser en sí misma
gratificante con independencia de que se obtenga o no orgasmo.

A menudo cometemos un fatal error: pretendemos conseguir


respuestas fisiológicas automáticas de excitación sin contar con la
estrecha colaboración de nuestra mente. En este sentido el contexto
emocional, el ambiente físico, las palabras y los tonos, las caricias, el
ritmo, los olores, el humor y las fantasías suelen ser excelentes aliados
de esta complicidad necesaria entre cuerpo y mente. Así mismo ningún
estímulo suele ser más potente activador de la excitación que constatar
la excitación de nuestro partenaire.

Desgenitalizar el cuerpo, recuperar la piel y potenciar la fantasía son


tres buenos trucos para cultivar y desarrollar nuestra perenne capacidad
de excitación. Y recuerde: la excitación está sobre los hombros y no
entre las piernas.

Cortos

La solución es el problema. Parecería lógico pensar que nos


preocupamos de la excitación porque su ausencia se ha convertido en un
problema. Sin embargo la realidad clínica demuestra que suele
convertirse en un problema precisamente porque nos preocupamos de su
ausencia.

Consejos para estropearlo bien estropeado. Si eres hombre y deseas


fracasar en el logro de una erección o si eres mujer y te apetece no
conseguir lubricación sigue las siguientes instrucciones: a) imponte,
fuérzate, ponte como obligación que has de lograrlo (si tu pareja
colabora, mejor); b) insiste en esta obligación de consecución (cuanto

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más insistas, mejor); c) sal de tí misma/o, viaja fuera de tu cuerpo y de


las sensaciones que experimentas (tu pareja puede acompañarte,
pídeselo); d) una vez fuera dedícate a autoobservarte, analiza cómo y por
qué no lo estás logrando (tu pareja también observa: competir en las
observaciones; e) desde esta posición extracorpórea, vuelve a la
instrucción primera y reinicia el ciclo (quien mejor que tu pareja para
acompañarte en este recorrido).

Consultar al sexólogo. Los problemas y dificultades relacionados con


la excitación sexual son frecuentes en las consultas de los sexólogos. Las
más frecuentes son la ausencia, escasez o las pérdidas de erección en los
varones y la ausencia, escasez o pérdidas de lubricación en las mujeres.
Los primeros suelen ser motivos de demanda por sí mismos. Los
segundos suelen estar ocultos detrás de una demanda de falta de orgasmo
o de dolor en el coito.

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5. LA QUÍMICA DEL AMOR [5]

La investigación científica está desvelando secretos que el cerebro


celosamente guardaba y principiamos a comprender los modos en que
este órgano nos gobierna. Sabemos ya, y sabremos en el futuro aún más,
sobre los elementos químicos cerebrales que determinan nuestras
emociones, nuestros comportamientos y nuestras aptitudes. A algunos
todo esto les asusta. Seguramente porque nos sobrevuelan los fantasmas
del monstruo del Dr. Frankenstein. Sin embargo el conocimiento siempre
aporta más oportunidades que riesgos.

Hablaremos pues de química. De química cerebral. Pero nos


centraremos en la química del amor (que no reside en el corazón; sino en
el cerebro). Dedicaremos pues unas breves líneas a los soportes químicos
sobre los que se asientan la atracción, el deseo y el enamoramiento.

Convendría distinguir entre la atracción estética y la atracción erótica


que son atracciones que con frecuencia confundimos y que no siempre
coinciden. El sustrato químico conocido de la atracción erótica lo
constituyen las feromonas. Estas sustancias volátiles que secretamos en
determinadas zonas de nuestro cuerpo (todas ellas de claro de contenido
sexual) pueden ser “captadas” por otras personas a través del olfato. En
rigor no se trata exactamente del olfato, pues el órgano que las reconoce
se llama Organo Vomero-nasal y aunque está situado en la nariz, no
envía señales al córtex cerebral. Lo cual quiere decir que no deja pistas
de conciencia. Hablamos pues de material subliminal que actúa por
debajo de nuestro “darnos cuenta”.

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Durante años hemos creído que el olfato humano había perdido sus
ancestrales capacidades de reconocimiento feromonal que sí
constatábamos en otras especies. Sin embargo se han realizado
experimentos científicos que demuestran que nuestro cerebro, gracias a
la información química que llega por estas vías, es capaz de captar
feromonas clasificándolas como atractivas o repulsivas. Lo cual
condiciona nuestra conducta posterior de acercamiento o alejamiento.
Sin embargo esta información queda alojada en las zonas más recónditas
del cerebro: aquellas con las que no podemos operar racionalmente. No
obstante la conciencia de nuestras inconsciencias (de nuestro yo ciego,
de nuestros ángulos muertos) nos es de gran utilidad en la gestión de
nosotros mismos.

Hay feromonas masculinas y femeninas y, unas y otras, parecen jugar


algún papel en la elección de compañero erótico. Seguramente no es
nada casual que las primeras conductas eróticas (el acercamiento físico,
el abrazo y el beso) sean conductas privilegiadas que permiten “oler sin
comprometerse demasiado”. Y seguramente no es nada casual el éxito
de las discotecas repletas de gente y con la música a todo trapo. Son
condiciones que permiten un acercamiento estrecho que, en otras
condiciones, resultaría agresivo (roces, cercanías, hablar al oído, etc.).

El sustrato químico conocido del deseo erótico son los andrógenos


en general y la testosterona en concreto. Esta hormona está
incorrectamente considerada como exclusivamente masculina. De hecho
es masculinizante y se fabrica en grandes cantidades en los testículos.
Sin embargo, aunque en menores dosis (una décima parte), las mujeres
también la producen en las glándulas suprarrenales y en los ovarios. Al
parecer esta diferencia tiene mucho que ver con los diferentes niveles y
la diferente naturaleza del deseo entre hombres y mujeres. Y con la
diferente tasa de expresión agresiva, ejecutiva, jerárquica y competitiva.
Y esto porque el cerebro, además de participar activamente en su
fabricación (inhibiendo o incrementando su producción) es
especialmente sensible a su influencia. Tiene pues, como cualquier droga
recreativa, efectos psicotrópicos.

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Finalmente el sustrato químico del enamoramiento es la


feniletilamina (FEA). Esta potente droga cerebral es la causante de ese
maravilloso y transitorio estado de enajenación mental del cual todos
tenemos alguna constancia biográfica. Sus síntomas, entre otros, son:
distorsión perceptiva, alteración del pulso, palpitaciones, rubor, brillo
específico de los ojos, laxitud facial (sonrisa bobalicona), sensación de
derretimiento, perturbación de las facultades vocales, abandono de los
modos habituales de juicio y valoración, euforia e incremento del
atrevimiento necesario para abordar al objeto amado.

Son -las feromonas, las hormonas sexuales y la FEA- los pedestales


químicos que soportan esas razones del corazón que la Razón no
comprende. No son el amor mismo; pero sin ellas, el amor no tendría
sostén material. Ni por lo tanto, existencia.

Así pues habrá que aceptar que, finalmente, “todo es química”.


Ahora bien, no es menos cierto que “la química no lo es todo”.
Conozcamos nuestras determinaciones químicas para mejor
trascenderlas, pues la clave de la libertad humana reside en la destreza
para gestionar las órdenes que proceden de “abajo”. De nuestras sentinas
genéticas, neuroquímicas, endocrinas,… por ejemplo.

Cortos

Billete de ida y vuelta. El contacto físico de un cuerpo con otro


puede ejercer poderosos efectos sobre la química del cerebro. Así pues
si es cierto que la química cerebral determina nuestra conducta erótica,
también es cierto que nuestra conducta erótica determina la producción
química en el cerebro. Se trata de un doble juego circular con billete de
ida y vuelta.

Dura poco. Por fortuna esta potente droga cerebral conocida como
FEA tiene una actividad efímera. Finalizada su acción el cerebro produce

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otras sustancias menos transgresoras y menos perturbadoras del normal


desarrollo de la vida y de las relaciones con los demás.

Es una pena, pero no funciona. En virtud de que la testosterona es


producida mayoritariamente por los testículos se ha sugerido la
castración (quirúrgica o química) de los violadores. Con esta medida
desciende su deseo erótico, pero no su anhelo de producir daño o su
necesidad de dominio sexual. Así pues la, que suele ser, raíz del
problema permanece inalterada con esta medida.

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6. VIRGUERÍAS [6]

Vuelven las viejas e interminables discusiones en torno a la


virginidad. Detractores y defensores se enzarzan en sus viejas y estériles
polémicas. Hablemos de ello sin enarbolar bandera alguna.

La virginidad como valor, su exigencia social y la consiguiente


inspección del himen, han propiciado históricamente hechos
profundamente irrespetuosos y crueles con las mujeres. Así: se cercenó
su libertad, se vigiló su intimidad, se examinó su aptitud matrimonial y
se puso su honestidad en manos del azar, el engaño o la hipocresía. En
tanto que, por no virgen podía ser descalificada o repudiada, la muchacha
casadera estaba obligada a demostrar su virginal condición.
Erróneamente se consideró como prueba inequívoca de esta honradez la
presencia de sangre en el primer coito, suponiéndose que esta sangre era
el resultante de la ruptura del himen y suponiéndose que el himen estaba
allí para eso. Parecía que la naturaleza había creado el himen como
“precinto de garantía”. Parecía que la existencia del himen demostraba
la cualidad “natural” y no “cultural” de la virginidad como imperativo
moral. Ay! cuántas cosas que parecían, resultaron no ser.

En la actualidad sabemos que menos de un 30% de mujeres tienen


una pequeña hemorragia en su primer coito. Es muy probable que este
porcentaje fuese mucho mayor antiguamente, puesto que ese primer coito
se producía a una edad mucho más temprana y más cercana a la
menarquia. De hecho durante muchos siglos el primer embarazo fue
frecuentemente adolescente (la Virgen María es un ejemplo bien

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conocido). Sin embargo no es creíble, ni siquiera en aquellos tiempos,


que todas las mujeres tuvieran esa hemorragia en su primera penetración.

Entonces por qué y cómo se mantuvo esa creencia que provocó


durante tantos siglos tantas desconfianzas infundadas en el seno del
matrimonio, tantos odios y recelos e incluso tantos crímenes. La
respuesta se oculta en las sombras de la ignorancia sexual.

El himen es un repliegue membranoso de la mucosa vaginal cuya


función es la protección mecánica de la vagina. La Naturaleza advirtió
[7]
que la apertura vaginal –necesaria para la función reproductora- tenía
un pequeño defecto: podía permitir la entrada de gérmenes nocivos. La
Naturaleza supuso que viviríamos desnudos, por ello inventó esta especie
de “braguita natural” mucho antes de que nosotros inventásemos la ropa
interior. Sin embargo esta “braguita” tenía a su vez otro defecto: llegada
la pubertad dificultaba el flujo menstrual y la posible penetración. Así
pues a esta edad había que diseñar otros mecanismos de defensa más
eficaces que ya dejan de ser mecánicos para ser químicos. Estos son: su
característico PH y la flora vaginal.

Tal es así que, a partir de la aparición de las primeras reglas y la


creación del sistema de defensa química de la vagina, el himen pierde la
razón fisiológica para la que fue creado. Por ello, a partir de este
momento, la naturaleza lo desatiende: no hace esfuerzo alguno para
regenerarlo e inicia un proceso degenerativo que lo torna, cada vez más
residual, menos grueso y menos vascularizado. Así que cuanto más
tiempo lleve este proceso, más fácil se rasga y menos sangra en su
ruptura.

Asociar un hecho moral –la virginidad- con un hecho anatómico –el


himen- fue indudablemente un profundo error. Pero entender la
virginidad como un cáncer del que hay que vacunarse es también otro
error que no remedia el anterior. La virginidad puede entenderse de
modos que no hagan hincapié ni en la mujer, ni en el himen, ni en la
fiscalización externa.

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Sin embargo, posponer las prácticas coitales al marco del


matrimonio, del mayor conocimiento, del compromiso o a cualquier otro
(existe una tendencia a posponerlo al contexto amoroso, a la situación
idónea, a la persona adecuada,…), pertenece al ámbito de lo
estrictamente personal. Sin embargo, contra lo que se ha dicho, este
ejercicio de espera no significa necesariamente represión o puritanismo.
Esperar o posponer no tiene por qué significar pararse y no avanzar.
Todo lo contrario se trata de seguir progresando en el desarrollo erótico.

La virginidad así entendida tiene una indudable ventaja erótica:


propicia una mayor exploración corporal (del propio cuerpo y del cuerpo
ajeno) con el consiguiente aumento de la particular erótica de la pareja.
Pues, esos son los hechos, los jóvenes dejan de investigar –o exploran
menos- cuando empiezan a tener “relaciones sexuales completas”. Creen
que ya lo saben todo y caen en la tentación de “abandonar estos
estudios”.

Cortos

Orfebrería genital. Las virgueras eran mujeres profesionalmente


dedicadas a la reconstrucción del himen femenino. A pesar de sus
escasos recursos técnicos demostraban gran destreza en el ejercicio de
su trabajo del cual dependía la rehabilitación social y moral de las
mujeres casaderas. En castellano se mantiene una antigua expresión para
definir una tarea muy bien hecha o adornada. Decimos: “es una
virguería”. Por cierto, en la actualidad aún se hacen virguerías. Ahora
con recursos quirúrgicos de más alto nivel. Pero el asunto es el mismo:
mantener la presencia de sangre iniciática y dar credibilidad a la gran
quimera.

Trucos y tretas. Programar la celebración de la boda haciéndola


coincidir con el periodo menstrual era una argucia que garantizaba la
presencia de sangre en la noche de bodas. Hoy mediante píldoras, es
perfectamente posible regular la sangre menstrual para que coincida con

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la fecha nupcial. También es posible lo contrario: evitar la sangre


menstrual en tal fecha. En los años sesenta muchas jóvenes
norteafricanas que cursaban estudios universitarios en París y
encontraron allí pareja, descubrieron la sexualidad anal. Ello les permitió
regresar a sus países licenciadas y vírgenes.

No significa nada. El himen puede, o no, romperse con la primera


penetración. Puede, o no, romperse mediante otras prácticas no
necesariamente sexuales. Desde un punto de vista científico que el himen
esté roto, por sí solo, solamente prueba eso: que se ha roto.

La primera vez duele, sobre todo si te lo crees. Se ha asociado el


dolor del primer coito a la ruptura del himen. Es erróneo. Primero, la
primera penetración no ha de ser necesariamente dolorosa. Y segundo,
cuando sí lo es, suele relacionarse con la involuntaria contracción
muscular de la vagina. Por eso “creer que va a doler” y temer tal dolor,
ayuda a que “de verdad, duela”.

Poquita sangre. Actualmente el 50% de las chicas españolas tienen


su primer coito entre los 18 y los 21 años y tienen su primera regla entre
los 12 y los 13. Pasan pues entre 5 y 9 años desde un acontecimiento al
otro. Demasiados años para que el himen sobreviva con las capacidades
hemorrágicas que se le suponen.

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7. PROMISCUIDAD [8]

Promiscuidad significa mezcla, confusión. En nuestros días el hecho


sexual es más que nunca un hecho promiscuo donde todo se mezcla y se
confunde. Jamás hubo tanta información y, sin embargo, jamás se
produjo tal y tanto aturdimiento respecto a lo sexual.

Con frecuencia se utilizan los términos sexo y sexualidad como


sinónimos. Quizás con un matiz diferencial: parece que la sexualidad es
más fina o más humana mientras que el sexo es más grosero o más
animal. Confundir sexo con sexualidad es como confundir persona con
personalidad, carne con carnalidad o razón con racionalidad. Un
despropósito.

Otra confusión no menos grave: la que mezcla el sexo con la erótica,


lo que somos por lo que hacemos. Confundir sexo con erótica es como
confundir la persona con sus hábitos, la cultura con las tradiciones o la
democracia con el sufragio. Un desatino.

Otra bastante frecuente: la que confunde Sexología con problemas


sexuales. Es como confundir el Derecho con los delitos o la Enología con
las borracheras. Un dislate.

El sexo no es algo que se tiene o algo que se hace. El sexo es algo


que se es (y precisamente porque somos: hacemos y tenemos). Somos
hombres y mujeres, por ello tenemos atributos femeninos y masculinos,
y por ello nos comportamos femenina y masculinamente. Sexo es
precisamente eso. Tan sencillo y tan complejo.

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Esta condición: la condición sexual (la condición de ser seres


sexuados no es disyuntiva, sino copulativa (o sea, incluyente). No somos
hombres o mujeres; sino, hombres y mujeres. Pues los sexos no sólo
conviven y coexisten en el mundo, en las plazas, en las fábricas y en las
camas sino que conviven en el interior de cada individuo. Que es,
inexorablemente, intersexual. Cada quien –mucho o poco- es de lo uno
y de lo otro, tiene de lo uno y de lo otro y hace de lo uno y de lo otro.

Ahora bien ¿qué es ser hombre?, ¿qué, ser mujer? Pues precisamente
esa es la pregunta que da sentido a una ciencia llamada Sexología. Se
trata de una disciplina científica que se ocupa de hombres, de mujeres y
de sus relaciones.

Son muchos y muy complejos los mecanismos biológicos,


psicológicos y sociales que nos hacen ser hombres o mujeres. Cuando
todos –sin excepción- son coherentes entre sí, cualquiera de ellos sirve
como referencia (es igual si: los cromosomas, los genitales, el nombre,
el baño público que se frecuenta, etc.). Sin embargo la realidad sexual es
mucho más complicada. Porque lo normal es que –muchos o pocos- haya
incoherencias entre unos y otros niveles de sexuación. Así que no sea tan
fácil el asunto.

Que una persona tenga unos u otros genitales no explica cuál es su


sexo. Tampoco explica su sexualidad (¿será masculina o femenina?,
¿homo o hetero?, ¿tendrá las areolas grandes y oscuras?), ni mucho
menos cómo se desarrollará su peculiar erótica (¿se masturbará?, ¿será
casto?, ¿le gustarán los mordiscos en el cuello?,…)

Cuando la realidad es tan diversa y compleja, el mejor modo de no


entender nada es confundirlo y mezclarlo todo. En esto sí que estoy de
acuerdo con los puritanos: en nuestra cultura impera la promiscuidad.
Diferimos en que, me parece a mí, son ellos quienes más la alientan
impidiendo que circule el conocimiento sexual razonable y razonado.

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Cortos

No hemos avanzado mucho. Durante milenios se ha creído que un


hombre era una persona portadora de un pene. Lo peor es que también
se creyó que una mujer era una persona carente de dicho atributo. Una
barbaridad ¿verdad? Pues en nuestro maravilloso mundo de la alta
tecnología sigue siendo el modo con el cual asignamos el sexo a los a los
neonatos y a los nasciturus (los que van a nacer). Gracias a la ecografía
podemos saber el sexo del feto meses antes del alumbramiento. Si se ve
pene, niño; si no, niña. En esto no estamos nada lejos de nuestros
antepasados cavernícolas. Salvo que ellos tenían que esperar al parto
para llegar a la misma conclusión. Hemos mejorado que sabemos lo
mismo, del mismo modo, pero antes.

Transexuales. Los transexuales son personas cuya identidad sexual


no coincide con su anatomía sexual. Mientras que su cerebro es de un
sexo, su cuerpo es del otro. En la actualidad no es posible alterar su
cerebro para que encuentren su armonía; así que se resuelve esta
contradicción modificando lo que se puede de su cuerpo.

Doping genético. En la alta competición femenina el criterio que se


sigue para discernir el sexo de las competidoras es el cromosómico. Tras
las pertinentes pruebas, si una atleta tiene un cromosoma Y de nada le
valdrá su DNI, llamarse Eva, tener reglas o incluso ser madre. Queda
descalificada como participante de una prueba femenina porque se
considera que posee una especie de ventaja genética. Para participar en
la competición masculina no hay pruebas de sexo. Si las hubiese igual se
romperían algunos mitos. En cualquier caso, y por definición, los
olímpicos siempre llevan ventaja genética. Sin ella, no llegarían a serlo.

Ser lo que se tiene. Suele creerse que somos (sexo) en virtud de lo


que tenemos (atributos sexuales). Según esto si se nos quitase lo que
tenemos cambiaría lo que somos. Durante mucho tiempo se creyó que
esto era cierto al menos durante los primeros años de vida. Hoy sabemos
–después de bastantes tragedias- que ni siquiera en los primeros meses

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de vida puede cambiarse. Somos lo que somos al margen de cuáles


atributos tengamos. Todo lo que podemos hacer es: descubrirlo,
aceptarlo y vivir en armonía con ello. Pues las alternativas son, siempre,
formas del sufrimiento.

Intersexuales. Todos somos intersexuales puesto que en todos


nosotros convive lo masculino y lo femenino. Pero en algunas personas
el asunto es muy manifiesto y chocante. Por ejemplo hay personas con
cromosoma Y (masculino) con pechos y vulva. Las hay con genitales
femeninos (clítoris y vagina), pero testículos interiores. Hay hombres
biológicamente coherentes que son psicológica y socialmente mujeres;
o al revés. Y no estamos hablando de monstruos. Lo auténticamente
monstruoso es la idea de que el sexo es una regla que debemos cumplir.
Lo monstruoso es olvidar que hay personas detrás de cada una de esas
“excepciones a la regla”. También es monstruoso desconocer que, con
más o menos evidencia y conciencia, todos somos una excepción a esa
regla. Y es que esta regla –el sexo- no tiene más que excepciones. Tantas
y tal variadas que las llamamos “diversidades”.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

8. LOS MONSTRUOS DEL MENSTRUO [9]

El término menstruación procede del latín (mens y oestrus); esto es,


celo mensual. La expresión es científicamente desacertada puesto que las
hembras humanas no tienen, desde la noche de los tiempos, periodo de
celo.

El ciclo menstrual humano completo dura aproximadamente 28 días:


esto es, cuatro semanas. Ahora bien esto es sólo un modo de explicarlo.
Hay mujeres con ciclos cortos (por debajo de los 28 días) y mujeres con
ciclos largos (por encima de éstos). Muchas simultanean ciclos largos y
cortos. Decir que el ciclo dura 28 días es una forma de explicarlo, no una
prescripción. Los cuatro o cinco días (pueden ser seis o siete) de
sangrado son una parte –la primera y el segmento más visible- de ese
ciclo.

Una mujer occidental menstrúa más de 400 veces a lo largo de toda


su vida. Esto quiere decir que sumados los días, pasa en torno a cinco
años de su vida en este estado menstruante. Este dato ha servido para
defenestrar y discriminar a las mujeres. Para ello se malignizó la
menstruación como hecho fisiológico y por ende a la mujer como
portadora de tal estigma.

A lo largo de la historia se han asociado innumerables catástrofes y


calamidades al hecho menstrual. Son los monstruos del menstruo. Los
varones los hemos creado y las mujeres los han creído. Hace casi dos
milenios el historiador romano Plinio recopiló por vez primera estos
monstruos dándolos por ciertos. Entre otros escribió que: "el vino nuevo

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se pondrá agrio, las semillas que toque quedarán estériles, los injertos se
secarán, los frutos se marnchitarán y caerán las frutas del árbol bajo el
cual se siente"... "su vista opacará el brillo de los espejos, le quitará el
filo al acero y tersura al marfil". "El enjambre de abejas que pase sobre
ella morirá inmediatamente. El latón y el hierro enmohecerán y emitirán
olores desagradables. El perro que guste esta materia se volverá loco y
su mordedura será venenosa e incurable". Siglos más tarde algunos
teólogos medievales entre los que destacó San Agustín retomaron estas
patrañas. De este modo, a través sobre todo de los púlpitos y los
confesionarios, se extendieron los monstruos de Plinio por la faz de la
Tierra hasta nuestros días.

En los siglos posteriores la Ciencia fue descubriendo que el hierro se


roña por oxidación, que la rabia de los perros es una enfermedad
producida por un virus que se transmite por la saliva, etc., etc. Sin
embargo algunas de estas ideas irracionales han ido sobreviviendo. En
la actualidad es fácil encontrar tres de ellas: a) que la menstruación es
una especie de enfermedad; b) que la sangre menstrual es desagradable,
sucia y peligrosa: una especie de excremento; c) que la mujer debe
cambiar determinadas conductas al presentarse dicho estado (prohibidas
las relaciones eróticas, prohibido el baño, etc.). En menor medida
sobreviven, en estratos socioculturales bajos, algunos de los monstruos
originales del buen Plinio (que se marchitan las flores, que se corta la
leche o la mayonesa, etc.).

Cada cual es muy libre de bañarse, mantener relaciones eróticas o


batir mayonesa cuando y como le parezca. Pero debe de saberse que no
existe contraindicación alguna para hacerlo cuando la mujer tiene la
regla. Salvo los propios prejuicios que cada cual tenga.

Por cierto, al hilo de prejuicios, a veces en la competición por ser


más "progres" o más "regres" no respetamos nuestros propios prejuicios,
nuestros propios temores y nuestros propios límites y acabamos
haciéndonos daño jugando a lo que no queríamos jugar.

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Cortos

No es algo podrido. Aunque los propios científicos hallan caído en


la trampa de sus propios prejuicios (por ejemplo denominando
“menotoxinas” a las feromonas menstruales). Muy al contrario, está
constituida por dos sustancias especialmente maravillosas: sangre y
endometrio. La sangre es nuestro líquido más preciado y valioso. El
endometrio es la piel interna del útero encargada de recibir y nutrir al
futuro ser. ¿Cómo es posible que estas dos sustancias, fuentes
primigenias de vida, puedan producirnos desprecio, asco o aversión? Si
fuésemos justos deberíamos de dedicarles nuestras mejores avenidas y
nuestras más céntricas plazas.

Principio y final. Llamamos menarquia (primer mes) a la primera


regla, que se produce normalmente entre los once y los quince años. La
menarquia nos indica que el ovario de la jovencita comienza su etapa de
ovulaciones mensuales. Llamamos menopausia (pausa del mes) al
periodo en el cual los ovarios femeninos dejan de producir ovulaciones
mensuales. Tanto la menarquia como la menopausia suelen estar
seguidos de periodos de irregularidad ovulatoria.

Tiene mensaje. Salvo excepciones patológicas, la sangre menstrual


es un mensaje corporal que indica dos cosas: a) que hubo ovulación y por
lo tanto es posible ser madre (la mujer que menstrúa es potencialmente
fértil); y b) que esta ovulación no prosperó y por lo tanto no se está, en
este mismo momento, embarazada.

Regla forzada. En la actualidad es posible provocar reglas


"artificialmente". Este procedimiento técnico es conocido como "píldora
del día después" y se usa en casos de ruptura de preservativo, coito
interrumpido ineficaz, violación, etc. Mediante un preparado hormonal
que ha de ingerirse en las 24-48 horas siguientes al eyaculado, se
provoca la caída forzosa del endometrio. Esta técnica impide que el

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embarazo prospere (pues anula la posibilidad de la anidación), antes


siquiera de poder saberse si realmente lo hubo o no.

La revolución secreta. Los tampones y las compresas “mini” han


constituido una auténtica revolución respecto de la vivencia de la regla.
Gracias a ello, muchas mujeres se han permitido normalizar su vida en
estos días sangrantes. A menudo se hace mucho hincapié en la
importancia de los anticonceptivos en la liberación femenina obviándose
injustamente esta otra revolución menos alabada, pero no menos
importante. Bañarse, vestir determinadas ropas, mantener cualquier tipo
de relación sexual, llevar una vida social y laboral normalizada han sido
conquistas femeninas derivadas en gran medida de la desaparición de los
antiguos paños. Y con aquellos, de los antiguos monstruos menstruales.

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9. EL PLACER DE LA INOCENCIA [10]

La sexualidad no es una condición exclusiva de los adultos. Es una


dimensión que nace y muere con nosotros evolucionando a lo largo de
todo nuestro ciclo vital. Asociar sexualidad con reproducción trajo
consigo el constreñimiento de la sexualidad humana a su etapa fértil,
obviando la existencia de la sexualidad infantil.

Desde los primeros meses de vida los bebés se excitan al ser


amamantados, bañados, cambiados, acicalados, acariciados, etc. Esta
excitación se manifiesta, al igual que en los adultos, con una erección del
pene, una erección clitórica o una lubricación vaginal.

Son muchos y muy diversos los modos a través de los cuales los
niños y niñas experimentan su sexualidad: autoestimulaciones corporales
con el fin de propiciarse placer (chuparse, rascarse, mordisquear,
masturbarse, etc.), juegos de autoexploración corporal, juegos de
exploración de los otros cuerpos (jugar a médicos, jugar a desnudarse,
etc.), juegos de adquisición de roles sexuales (jugar a casarse, a papás y
a mamás), investigaciones para la adquisición de la identidad sexual
(mirar o tocar los genitales de los adultos, comparar entre sí los genitales,
preguntar sobre ello), etc.

Los padres suelen, cada vez más, aceptar el hecho de que sus hijos
son sexuales. Sin embargo a menudo no asumen los modos a través de
los cuales sus hijos se manifiestan sexualmente. Con frecuencia escucho:
"ya sé que es normal que lo haga, pero no quiero que se esté tocando".
Es importante saber que negar la sexualidad infantil, no la suprime; solo

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la reprime. Por el contrario y tratando de evitar los temidos traumas


infantiles, muchos padres tienen como única estrategia educativa el
"dejar hacer". Afortunadamente, el papel de los padres no se restringe a
la falaz elección entre reprimir o dejar hacer. Más bien su función en
estos primeros años de vida debería ser acompañar y favorecer el
adecuado desarrollo sexual de sus hijos.

En el primer año de vida el bebé experimenta con su cuerpo, se toca


y lo siente. En esta etapa es muy positivo que los padres fomenten el
contacto piel a piel, la ternura, las atenciones íntimas y la comunicación
corporal con sus hijos.

Conforme vayan creciendo, los pequeños irán adquiriendo su propia


identidad sexual (saberse niño o niña), así como los roles propios de su
sexo. Durante un tiempo los niños estarán centrados en torno a ello (“¿de
mayor seguiré siendo niño?”, “¿tendré hijitos?”, “¡seré un papá con un
camión así grande!”, etc.). Los padres deben colaborar y propiciar esta
adecuación sexual. Así mismo establecen con ellos una vinculación
afectiva que les proporcionará la seguridad indubitable de ser queridos
y aceptados. También es importante satisfacer su curiosidad sexual
(“¿cómo vienen los niños?”, “¿cómo salen de la tripa?”, “¿cómo
entran?”, “¿tendré un pito como el tuyo?”, “¿me saldrán pelos y tetas?”,
etc.). No hay que preocuparse porque las respuestas no sean
técnicamente perfectas: importa más la honestidad que la exactitud; vale
más la confianza que la precisión. Y finalmente, han de favorecerse las
condiciones para que ellos mismos descubran su propia sensualidad
(autodescubrimento de sensaciones gratificantes y placenteras). Para ello
hay que aceptar y promover también la intimidad infantil. Conforme el
tiempo pase, se habrán de socializar sus conductas, puesto que no todo
puede hacerse, ni en todos los lugares, ni en todos los momentos.

Algunos padres temen tocar y mimar demasiado a sus hijos. Suponen


que si lo hacen así pueden hacerlos débiles o dependientes. Sin embargo
las cosas son exactamente al revés. Los niños y niñas más acariciados,
más tocados, más amados crecen más fuertes e independientes y

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establecen unas relaciones más armoniosas con las demás personas en su


etapa adulta.

Cortos

La erótica del bebé comienza antes del nacimiento. Gracias a la


ecografía es posible observar erecciones del pene muchas semanas antes
de producirse el parto. Las erecciones clitóricas y lubricaciones vaginales
no pueden observarse antes del alumbramiento, pero sí pueden
registrarse en las primeras semanas de vida. Muchas niñas tienen una
regla de recién nacidas.

La mayor parte de los bebés aprenden modos de procurarse placer


durante el primer año de vida. Los bebés pueden, y suelen, producirse
placer (incluso orgasmos) a los pocos meses. Es más fácil que las niñas
lo logren mediante frotamiento de sus muslos, por lo cual suelen ser más
precoces. Los niños pueden tardar algunos meses más.

Preocúpese si usted está explicando poco, pero no se preocupe por


explicar demasiado. Todo lo malo que le puede pasar a un niño al que se
le explica "demasiado" es que no lo entienda todo. De hecho en todas las
demás áreas de la vida tampoco lo entiende todo. Lo que los niños
entienden perfectamente es que no entienden muchas cosas. Lo que no
entienden es: no ser atendidos, entendidos o respondidos.

A través del lenguaje sexual vamos conformando la sexualidad. Por


ello, los padres de niñas deben de ser especialmente sensibles a que sus
genitales externos tengan nombres específicos. Especialmente la vulva
(vulvita, potolita), el clítoris (pepita) y el meato (agujerito del pipí), a
menudo quedan en la nebulosa del olvido y la ignorancia. Si no hay
nombre, acaba por no haber realidad.

Recuerde. Cuando un niño no pregunta: no le falta curiosidad, sino


confianza.

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10. EL INTERRUPTOR EROTICO [11]

Nuestro tiempo está recuperando la importancia de la expresión


corporal de los sentimientos y la comunicación íntima a través de la piel.
Ello nos está permitiendo, más que nunca, vivir y expresar nuestra
erótica armónicamente con nuestras necesidades más profundas.

Durante siglos nos han impuesto una sexualidad exclusivamente


reproductiva y genital. Por ello, aún hoy, circunscribimos nuestra
amatoria a la única conducta reproductora: el coito. Intelectualmente
hemos recuperado el placer y la comunicación como elementos eróticos
sustanciales, sin embargo conductualmente seguimos comportándonos
como si fuésemos exclusivamente reproductores. Hasta el punto que
paradójicamente usamos técnicas contraceptivas para seguir
conduciéndonos conceptivamente.

Ahora bien la mujer ya no es, ni está dispuesta a serlo más,


receptáculo pasivo del semen masculino. Aunque seguimos siendo -unas
y otros- sexualmente penetrativos estamos recuperando la piel, el juego
y la fantasía, cultivando la ternura y la comunicación a través del cuerpo
con todas sus posibilidades y todos sus recovecos. Todo ello está
sirviendo para que las relaciones coitales dejen de ser exclusivamente
masculinas y ejecutivas.

No obstante, las interacciones epidérmicas no coitales


(estimulaciones diversas de la piel, paseos sin rumbo a través del cuerpo
del otro, entrecruzamientos corporales, etc.) suelen servirnos -casi
exclusivamente- como prolegómenos necesarios al coito. Hasta el punto

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de que en la mayoría de las parejas, estos juegos son las señales


inequívocas que indican la presencia inmediata del coito. Como si lo uno
llevase inexcusablemente a lo otro.

Estos juegos suelen ser vividos como introducción a lo


"verdaderamente importante": la penetración. Y ello contribuye a que se
produzca un efecto paradójico y frustrante que podría explicarse del
siguiente modo: me niego a lo primero, (aunque pueda estar deseándolo),
cuando no quiero lo segundo. O dicho de otra forma, para no tener que
ir donde no quiero, me quedo sin ir donde sí quiero.

Llamamos a este fenómeno "interruptor erótico". El interruptor es


una regla no hablada que regula el comportamiento erótico de muchas
parejas y según la cual se sobreentiende que existen dos posiciones:
encendido y apagado. Cuando el interruptor está encendido se realiza
"toda" la secuencia de conductas eróticas propias de la pareja. Por el
contrario, cuando está apagado no puede realizarse "ninguna" de ellas.
Cuando una pareja está sometida a la tiranía del interruptor cada uno de
sus miembros está obligado al todo o nada (independientemente de lo
que esté deseando o necesitando). Y cualquier trasgresión a esta regla
suele suponer descalificaciones mutuas ("preparar el horno y no hacer el
pan", "calentarme y dejarme", "para no acabar, mejor no empezar", etc.).

Las parejas reguladas por el "interruptor" suelen tender a creer que


siempre los dos han de ir al mismo lugar, por los mismos caminos y
buscando las mismas cosas. Por lo tanto: o se va, o no se va. Sin
embargo, en pareja, con mucha frecuencia cada uno de los dos quiere a
ir a un lugar distinto, por diferentes caminos a buscar diferentes cosas.

Afortunadamente la comunicación erótica no es una comunicación


binaria (todo o nada), sino que es una comunicación polar: "en
continuo". Esto hace posible que todos los registros eróticos que son más
que "nada" pero menos que "todo", son legítimos, gratificantes,
divertidos, estimulantes, sinérgicos y amorosos.

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Cada pareja ha de encontrar cuáles son sus recursos intermedios


entre el "encendido/apagado" y cuándo le apetece ponerlos en marcha.

Cortos

Malos rollos. La desensibilización corporal, la privación sensorial,


la insatisfacción, la apatía, la mecanización, la rutina, las luchas de poder
intraeróticas, la exigencia de ejecución, la incapacidad de abandono, el
uso depredador del cuerpo del otro, etc. suelen ser enemigos contra los
cuales la pareja, ambos juntos, debe pelear. Si no se pelea, se sucumbe.
Y si pierdes, sufres.

Comunicación corporal. A través del cuerpo comunicamos cosas. En


pareja a menudo descuidamos esta comunicación intercorporal que fluye
a través de: roces corporales y coreografías cotidianas; danzas y paseos
tomados del brazo, la mano o la cintura; atrevimientos furtivos, pellizcos,
mordiscos o chupetones robados; provocaciones, complicidades o
guiños; manos cuidadosamente descuidadas en el cuerpo del otro,
miradas que dicen lo que callan; gestos, tonos o palabras privados, besos,
caricias o abrazos; detalles de limpieza, protección o aviso al otro, etc.

Palabras que no pueden escucharse desde fuera. En el secreto de la


alcoba las parejas que no están reguladas por el interruptor pueden
decirse: "Frótate contra mí, pero sin meter", "Como cuando empezamos:
prohibido de cintura para abajo", "Dame besos y estimúlame los pezones
mientras me masturbo", "Te doy un masaje si luego me lames", "Hazme
una pajita, que hoy estoy muy vaga", "Te presto mi vagina, pero acaba
pronto y no me pidas nada más", "Hoy lavas a mano, que tengo sueño",
"Tendrá que ser con la mano porque no tengo el pito para mucho trajín",
"Hoy como cuando éramos novios y respetábamos tu virginidad", "Unos
besos y nos dormimos", "Te hago lo que quieras si tienes las manos
quietas", "Bien, uno rapidito que tengo prisa".

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Dónde están las llaves. Si el espacio ancestral simbólico de los


sentimientos es el corazón. El lugar –simbólico y real- de las sensaciones
es la piel. Toda ella y cada centímetro cuadrado de su vasta extensión.

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11. HISTORIAS ANTICONCEPTIVAS [12]

El descubrimiento y utilización de métodos anticonceptivos no es,


como suele pensarse, una característica del siglo XX. En este siglo no se
han "inventado", tan solo se han "mejorado" y -eso sí-, se ha
democratizado su conocimiento y su uso. Durante siglos las prácticas y
remedios anticonceptivos fueron celosamente guardados en ámbitos muy
restringidos.

Hace cuatro mil años, las mujeres egipcias de la alta nobleza usaban
una pócima compuesta de excremento de cocodrilo, mucílago
fermentado, miel y natrón que se introducían en la vagina antes del coito.
Podríamos decir que éstas fueron las primeras "cremas espermicidas" de
la Historia.

El Talmud -Biblia de los judíos, con tres milenios de antigüedad-


describe un tampón de lana o algodón que se colocaba alrededor del
cuello del útero de forma similar al utensilio de caucho que actualmente
conocemos como "diafragma".

Siguiendo con los libros sagrados, el Antiguo Testamento recoge


-condenándola- una única práctica anticonceptiva: el coito interrumpido.
En el capítulo 39 del Génesis se describe cómo Onán evitaba embarazar
a su cuñada "derramando su semen en la tierra". Que yo conozca es el
primer testimonio escrito que describe qué es el coitus interruptus.

En la Edad Media, además de los conocidos pesarios, tallos y


ungüentos abortivos que tan profusamente la Iglesia persiguió, se usaron

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otra especie de espermicidas que se obtenían mediante una mezcla de sal


gema y salubre.

Muchísimo antes de que el higienista inglés del siglo XVII les


prestase su apellido (Condom), los primeros preservativos de los que
tenemos constancia fueron egipcios y estaban hechos con vejiga de
cordero. Después romanos y bizantinos los fabricaron con intestinos de
cerdo y cabra. En la actualidad son de látex o incluso de algún polímero
sintético pero la idea de enfundar el pene enhiesto antes de su
introducción tampoco es nueva.

En los tiempos de Cristo, las prostitutas romanas que se exhibían en


los fornix de los grandes anfiteatros (de ahí la expresión fornicar) se
hacían duchas vaginales con vinagre diluido con agua antes de atender
a sus clientes. De este modo modificaban el PH vaginal, dificultando la
movilidad de los espermatozoides.

Hipócrates en el siglo IV antes de Cristo describió la técnica


mediante la cual se podía introducir a través de un tubo de plomo
pequeños anticonceptivos en el interior del útero. De hecho, podríamos
atribuirle a este médico griego la paternidad del DIU si no fuera porque
también han sido descubiertos trozos de marfil o de hueso en el interior
de la cavidad uterina de algunas momias del Alto Egipto.

Resulta curioso comprobar que el único anticonceptivo "moderno"


-del siglo XX- no es sino una vulgar copia del más antiguo de ellos: el
que la propia Naturaleza inventó. Hace bastantes décadas los científicos
estaban buscando un anticonceptivo que fuera absolutamente "natural".
El único momento natural en el que una mujer no puede quedar
embarazada es, precisamente, cuando ya está embarazada. Y ello porque
el cerebro envía órdenes al ovario para que éste deje de ovular mientras
dure este estado (incluso, si hay amamantamiento, algunos meses más).

Siguiendo esta misma lógica del cuerpo, se inventó un producto


hormonal que "engañaba" al cerebro haciéndole creer que había un
embarazo. Así nació el anovulatorio, que con el correr del tiempo y la

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semántica se hizo popular con un pseudónimo: "la píldora". Y, paradojas


del destino, suele tomarse como el menos natural de todos ellos.

Siguiendo esta misma lógica anovulatoria en los últimos años se han


ido incorporando otros preparados hormonales (inyectables, parches
epidérmicos, ampollas subdérmicas, anillos intravaginales, etc.) que
sirven al mismo fin: paralizar la actividad ovulatoria de los ovarios.

Cortos

Achicharrante. Los guerreros sioux permanecían desnudos durante


horas tumbados al sol sobre una roca plana o poniéndose en cuclillas
ante el fuego. Mediante esta achicharrante estratagema conseguían
aumentar la temperatura de sus testículos impidiendo o dificultando la
espermatogénesis (fabricación de espermatozoides) que requiere una
temperatura de 35º.

El DIU de las camellas. Los tuaregs africanos mantienen aún la


costumbre milenaria de introducir pequeños cantos redondeados en el
útero de sus camellas a fin de evitar su gestación en las largas travesías
por el desierto.

Es triste tener que repetirlo. Si invirtiésemos la mitad de la energía


que consumimos debatiendo sobre el aborto en mejorar la eficacia
contraceptiva, dejaríamos de tener una fuente permanente de conflicto
social y nos ahorraríamos un filón de tragedias. El genial médico Soriano
de Efeso ya dijo esto mismo. Es triste tener que repetirlo dos mil
doscientos años después de su muerte.

Antiguos condones. Al parecer el rey Minas de Creta (1.200 A.C.)


utilizaba pulmones de pescado. Después los griegos usaron intestinos de
cabra y los romanos tripas y vejigas de varios animales. Los chinos
utilizaban papel de arroz aceitado. Fallopio (s XVI) recomendaba unos
de lino que se hacía a medida. En el siglo XVIII se extendió su uso con
intestinos de cordero. A finales del s XIX se empezaron a fabricar de

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goma vulcanizada. En el siglo XX se inventó el condón desechable que


hoy es de látex o poliuretano. Hay quien afirma que una pintura rupestre
francesa de hace 12.000 a 15.000 años representa un condón. Yo creo
que son antiguos, pero no tanto.

Medicina egipcia. El papiro de Kahun (o de Petri) nos transmite


conocimiento médico del antiguo Egipto (año 1850 A.C.). En él se
mencionan tampones vaginales fabricados con: estiércol de cocodrilo,
lino y hojas comprimidas (una variante con estiércol de elefante se
utilizaba en la India y África hasta el siglo XI). En este mismo papiro
también se hablaba de ungüentos hechos de: miel, carbonato sódico
natural, agua, vinagre, limón, aceites y soluciones jabonosas. El papiro
de Ebers (1500 AC) hace referencia a un tapón de hilaza: "tómese brotes
de acacia, tritúrese con miel e introdúzcase en la vulva un lienzo
empapado en la maceración". Las actuales esponjas espermicidas tienen
otra química, pero la misma mecánica.

Consejos desaconsejables. En el siglo XVI, el médico Gabriele


Fallopio recomendaba cremas espermicidas a base de una infusión de
hierbas astringentes; y en el s XVIII Giacomo Casanova aconsejaba el
uso de cáscara de un limón como barrera a la entrada del útero. Es cierta
la eficacia espermicida del ácido; pero no menos cierto que es agresivo
para la flora vaginal. Así pues desaconseje el consejo.

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12. FALLOS ANTICONCEPTIVOS [13]

Todas las personas que usan anticonceptivos no desean, por unas u


otras razones, tener hijos en ese momento. Quizás por ello la eficacia se
ha convertido en la prioridad número uno en lo referente a la
anticoncepción. Puede discutirse la conveniencia de anteponer esta
eficacia a otras consideraciones posibles como: inocuidad, precio,
reversibilidad, facilidad de uso, corresponsabilidad, aceptación moral,
etc. Sin embargo la realidad es que a la hora de abordarse temas
contraceptivos la pregunta omnipresente es: “¿Cuál es el más eficaz?”.
Sin embargo –y digan lo que digan quienes se dedican a su venta y
promoción- ninguno es del todo eficaz. Y esto porque la eficacia 100%
no existe. Los fallos son muchos y múltiples: falla la información, fallan
los recursos, fallan los almacenamientos y mantenimientos, fallan los
usos, fallan las personas…

A los métodos contraceptivos les exigimos una cualidad divina: la


infalibilidad. Pero ni uno sólo de ellos alcanza esa gracia. Todos y cada
uno de ellos tiene algún punto débil. Conocer tales fallos ayuda a mejorar
su eficacia. Así que hablemos de ello.

Los puntos débiles del preservativo son: la inadecuada colocación,


la ruptura y el “olvido” intravaginal. El preservativo debe de colocarse
antes de la penetración y además prevenimos su posible ruptura si lo
compramos y guardamos adecuadamente (la cartera o la guantera no son
lugares para que permanezcan durante meses). Debe de evitarse que el
reservorio quede hinchado con aire (manteniéndolo apretado con los
dedos mientras se ajusta al pene), con ello se reduce notablemente la

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posibilidad de ruptura. Además, retirarse antes de la total pérdida de la


erección posteyaculatoria y acompañar con los dedos la maniobra de
extracción del pene para evitar que el preservativo quede en el interior
de la vagina.

Los errores del diafragma suelen ser debidos a la inadecuada


colocación o retirada y a la no utilización de crema espermicida. Así
pues las usuarias del diafragma deben tomarse el tiempo necesario tanto
para colocárselo bien como para luego quitárselo.

Los óvulos vaginales requieren un tiempo para derretirse en el medio


vaginal. La prisa –sobre todo de ellos- suele ser causa de fallos y sustos.
Aprovechar ese tiempo para regalarse mutuamente con caricias y
cariños, mejora no sólo la eficacia, sino el ambiente. Consiste en que los
amantes también se derritan, mientras el óvulo hace lo propio.

Los enemigos ocultos de los anovulatorios orales –las píldoras- son


las afecciones gastrointestinales. Así que diarreas y vómitos sean
responsables de que la gragea ingerida no sea metabolizada. Así mismo
olvidos e irregularidades horarias en su toma reducen su eficacia.

Torceduras, lumbalgias e infecciones reducen la eficacia del DIU a


causa de los anti-inflamatorios que suelen prescribirse en estos casos.
Especialmente cuando estos son orales y de acción sistémica, la usuaria
del DIU debe tener en cuenta que su método reduce su eficacia mientras
esté siguiendo un tratamiento de este tipo.

Los métodos de ritmo (temperatura basal, moco cervical, etc.)


requieren de un profundo y sistematizado conocimiento del cuerpo, de
los ciclos y de las irregularidades personales. Desatender estas últimas
suele ser la razón de errores indeseados.

Ha de evitarse la falsa elección entre coito arriesgado (o


irresponsable) o “nada de nada” o “que sea lo que Dios quiera”.
Afortunadamente hay muchas y gratificantes posibilidades intermedias:

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todas las que la imaginación ofrezca. Y esto gracias a que el resto de


conductas eróticas (exactamente todas -absolutamente todas- las demás)
son, de sí, aconceptivas. Vamos que no pueden producir concepción
alguna.

Y es que dos buenos amantes con buen rollo combinan perfectamente


la responsabilidad y la sensatez con la pasión, con la ternura, con la
complicidad, con el atrevimiento, con la trasgresión, con el
romanticismo, con la fusión, con el placer…

Cortos

¿Eficacia?... depende. La eficacia no sólo depende del método sino


de las personas. En rigor puede decirse que hay parejas que fallan, antes
que métodos que fallan. O dicho en otros términos: el preservativo o el
diafragma de algunas parejas es mucho más seguro que la píldora o el
DIU de otras.

El más habitual de los fallos. La mayor fuente de fallos es común a


todos los métodos anticonceptivos: es la inhabilidad comunicativa en el
marco de la relación erótica. Esto es: no hablar, no entenderse, darlo por
sobreentendido. Saber decir: “esto no” o “así no”; verbalizar de una
manera explícita si se han tomado o no precauciones anticonceptivas y
–sobre todo- tener recursos eróticos diferentes al coito son claves que
aumentan sobremanera la eficacia contraceptiva

Las alternativas no son buenas. Cada vez que se produce un


embarazo en una usuaria de contraceptivos, éste no es bienvenido.
Cualquiera que sea la decisión que se tome–interrupción voluntaria del
embarazo, entrega en adopción o crianza de un niño indeseado- es
virtualmente traumática en algún sentido.

La píldora del día después. Cuando ha existido una práctica coital de


riesgo conceptivo (ruptura u “olvido” intravaginal de un preservativo,

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coito interrumpido ineficaz, coito irresponsable, agresión sexual con


eyaculado intavaginal, etc.) puede recurrirse a la contracepción de
emergencia conocida como la píldora del día después. Por su alto
contenido hormonal no debe usarse como método anticonceptivo, pero
resulta más inocuo que un aborto. La Iglesia no lo acepta pero ha
recurrido a él para evitar embarazos de religiosas violadas en países en
guerra. Lo cual es muy sensato (quiero decir su uso responsable, no su
condena culpabilizadora).

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13. EMISION Y CIERRE [14]

Históricamente nos hemos dotado de una sexualidad


preponderantemente masculina y por lo tanto centrada en el logro. Los
logros sexuales han sido y siguen siendo básicamente dos: los hijos y los
orgasmos. Y ambos anhelos quedan unidos por un hecho efímero: la
eyaculación masculina.

La moral sexual tradicional, enfatizando la reproducción como


justificación exclusiva de toda relación erótica, propugnaba la emisión
espermática del varón (por supuesto en lo más íntimo del interior
femenino). Su tradicional adversario moral, la bandería de la revolución
sexual antipuritana, enfatizando el orgasmo como justificación exclusiva
de toda relación erótica, ha propugnado esta misma emisión asociada
inevitablemente a él.

Unos y otros, aún litigando, han coincidido. Y todo ello ha


propiciado una fuerte presión cultural hacia la eyaculación. Hasta tal
punto que hemos convertido la eyaculación en el objetivo insoslayable
de toda relación amatoria y en el inapelable punto final de todas nuestras
relaciones. En la finalidad y en la finalización.

Ello produce una cierta contradicción. En tanto que el eyaculado es


finalidad y ha de pasar necesariamente, ambos –también la mujer- se
sienten frustrados cuando no ocurre. Paradójicamente, en tanto que el
eyaculado es finalización, ambos –también el hombre- se sienten
frustrados cuando ocurre inadecuadamente (demasiado pronto o
demasiado tarde).

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Lo cierto es que esta eyaculación/final suele propiciar malestar y


desentendimiento entre hombres y mujeres. Sobre todo cuando no
coincide con las expectativas o los ritmos de ambos. Cuando ella queda
insatisfecha o él descontento.

Es cierto que los hombres tras el eyaculado pierden la erección. Y


que, con ella, se esfuma el deseo y la excitación (desde luego ese deseo
y esa excitación). Es cierto que, quien hace unos minutos parecía león se
torna -tras el eyaculado- en gatito. Pero el gatito también puede ser un
gran amante. Y lo que en ningún caso decrece con la secreción de semen
es la ternura, la cortesía, la habilidad o competencia amatoria, ni el
interés por el gozo y el bienestar del otro.

Con mucha frecuencia las mujeres manifiestan quejas del siguiente


tipo: “Como va a lo que va, se va muy rápido” o “parece que corre para
correr(se)”. Contrariamente los hombres suelen quejarse así: “”Es que
necesita un montón de tiempo y yo no aguanto tanto”, “¿por qué su
placer depende de mi erección?”, “me paso la vida tratando de controlar
lo incontrolable y pese a ello no garantizo su goce”.

En tanto que la eyaculación es un fenómeno masculino, son ellos, los


varones, los encargados de controlarla. Ahora bien, mejor si lo hacen
conforme a su propia voluntad. Pues la voluntad ajena se torna en
colonización y tiranía. Pero recuérdese que, en rigor, la eyaculación no
puede controlarse voluntariamente ya que es un reflejo involuntario (un
automatismo que ocurre, alcanzado un determinado umbral excitatorio).
Lo que sí puede regularse conforme a voluntad es el tipo y la intensidad
del estímulo en relación al nivel de la excitación. Así que, si estoy muy
excitado e incremento acumulativamente el estímulo excitatorio, se
activará –alcanzado un determinado umbral- el reflejo eyaculador. Así
pues, antes de –o, mejor, en vez de- alcanzar tal umbral de disparo, uno
debe aprender recursos y ardides eróticos eficaces.

Son muchos los varones que se sienten del todo incapaces de


cualquier control voluntario de su eyaculado. Actualmente se denomina,
inadecuadamente, a este problema como “eyaculación precoz”. El

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problema no es el tiempo (mucho o poco); sino la insatisfacción. De él,


de ella y, las más de las veces, de ambos. Actualmente la sexología
clínica ofrece una terapéutica muy eficaz y breve para resolver este tipo
de demandas.

Puesto que el “tempus” erótico de hombres y mujeres es distinto,


hemos de construir una erótica de pareja armoniosa con los ritmos, los
deseos, las particularidades y las necesidades de cada uno de los dos. Por
ello muchas parejas han aprendido habilidades y recursos amatorios que
les permiten gozar, a ambos, con cierta independencia del momento de
la eyaculación. Esto es, antes, en medio y también después. Pues, incluso
tras la pérdida de la erección, es posible continuar con el juego erótico
y obtener gratificación de él.

Cortos

Diseminadores compulsivos de esperma. La eyaculación es una


potestad estrictamente masculina cuya función biológica es la emisión
de material genético. Quizás por ello se ha dicho –es exagerado, pero no
del todo insensato- que los machos son “diseminadores compulsivos de
esperma”.

Correr para correrse. Casi todos los hombres conocen la experiencia


eyaculatoria a través de la masturbación adolescente. Esta práctica
masturbatoria suele estar orientada a ser lograda con el menor costo
posible. Así que la mayoría lo logra en muy pocos minutos. Es frecuente
que, para ellos, lo importante, mucho más que el recorrido de
sensaciones diversas, sea: alcanzar la meta orgásmica. Algunos se
instalan en este protocolo y son adolescentes perennes. Lo cual les hace
amantes menos competentes.

No es lo mismo. Aunque el estímulo nervioso que los origina es uno,


no es lo mismo el orgasmo que la eyaculación. El orgasmo es una
sensación intensa, efímera y peculiar que se produce en el cerebro. La

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eyaculación es un reflejo (luego no requiere participación cerebral


alguna). En la cultura –o mística- oriental tántrica es frecuente encontrar
varones que, voluntariamente, son capaces de obtener orgasmos sin
emisión espermática alguna.

El manantial del placer. En ocasiones algunas mujeres creen orinarse


cuando alcanzan el orgasmo. Se trata de un fenómeno no tan infrecuente
que suele ser vivido con vergüenza por las mujeres que lo experimentan.
Hasta el punto que algunas evitan el orgasmo para no padecer el
problema. Estas mujeres secretan un líquido producido por las glándulas
parauretrales. Este líquido, en ocasiones abundante y bioquímicamente
similar al líquido prostático, sale al exterior a través de la uretra y el
meato urinario produciendo la sensación de micción. Se ha llamado al
fenómeno como “eyaculación femenina” aunque los tratados orientales,
con poética expresión, lo llamaban “el manantial del placer”.

The End. Por lo general la emisión espermática es, a nuestras


relaciones eróticas, lo que el “The End” es, a las proyecciones
cinematográficas. Tras su aparición se encienden las luces, el público se
incorpora y se acaba la función. Podría ser un descanso, un anuncio o un
simple cambio de escena o de toma.

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14. BUSCAR Y ENCONTRAR TERAPEUTA [15]

¿Cómo saber si se necesita terapia sexual? Y si se necesita ¿cómo


elegir un terapeuta adecuado? A menudo las personas que requieren
atención clínica sexual no saben contestarse a estas preguntas. A veces,
ni siquiera son conscientes de que sus problemas pueden resolverse o
mejorar muy sensiblemente. En multitud de ocasiones dudan de que
alguien pueda ayudarles en la solución de conflictos que van minando
progresivamente su ánimo y su relación. No pueden compartirlos con
nadie; muchas veces, ni con la propia pareja. A veces no pueden siquiera
pensar en ello porque se lastiman íntimamente.

Sin embargo hay muchos padecimientos de naturaleza sexual que se


solucionan gracias a la terapia sexual. Los más frecuentes suelen estar
relacionados con los siguientes aspectos: problemas de deseo, de
excitación, de orgasmo, fobias y temores sexuales, dolor coital, víctimas
de violencia o abuso sexual.

Los problemas de deseo más frecuentes son la ausencia o la


inhibición total o parcial del mismo, algo que puede presentarse tanto en
varones como en mujeres. Aunque sean ellas las que más acudan a las
consultas sexológicas por este motivo. También son habituales las
parejas cuyos deseos sexuales difieren (en el modo y en la frecuencia),
dificultándose la convivencia y el encuentro amoroso.

Los problemas de excitación más generalizados son las denominadas


disfunciones eréctiles de los varones –ausencia o pérdida de erección-,
así como las disfunciones lubricatorias en las mujeres. Respecto al

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orgasmo, la eyaculación precoz (y también la retardada) de los varones


y la falta de orgasmo en las mujeres son las demandas más habituales.

Los dolores en la actividad sexual son más frecuentes en la mujer


que en el hombre (aunque ellos no son del todo ajenos por razones de
deficiente tracción prepucial). Buena parte de los dolores coitales
femeninos son debidos a infecciones (vaginitis, proliferación de
hongos,…) que no requieren terapia sexual. Sin embargo otros se deben
a una deficiente lubricación o a la contracción involuntaria de la
musculatura perivaginal (vaginismo).

Los temores, fobias y ascos sexuales, así como las consecuencias de


abusos y de la violencia sexual, son también moneda corriente en los
consultorios de los terapeutas sexuales. Y también los conflictos
convivenciales (luchas de poder, disarmonía, etc) y los atascos
existenciales (timidez celibataria, egodistonías identitarias,
desorientaciones, etc.).

En la resolución de todas estas demandas –y otras muchas que aquí


omitimos-, la terapia sexual obtiene muy buenos resultados cuando la
elección del terapeuta ha sido la adecuada. Sin embargo ¿cómo acertar
con la elección cuando no se tienen criterios para ello? ¿Cómo elegir
correctamente al profesional en quien confiarse cuando, favorecidos por
la ambigüedad legislativa y la tardía articulación académica, han
aparecido personas que ofrecen servicios sexológicos sin ninguna
formación sexológica?

Es bastante difícil tener probadas referencias de la idoneidad de un


terapeuta sexual. Son muchos los obstáculos. Uno de ellos –y no el
menor-, que las diferentes Administraciones Públicas no hacen –incluso
lo dificultan o lo impiden- sus deberes reguladores. Además las personas
que han seguido un tratamiento de este tipo, aún con éxito, no suelen
comentarlo. Del mismo modo, los que han sido estafados tampoco lo
denuncian. Así pues –y a falta de otros- el único criterio fiable es el
conocimiento fundado de la formación y la experiencia del terapeuta.

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Luego merece la pena invertir en la adecuada elección de éste. Pues dar


con la persona adecuada es el primer éxito terapéutico.

Cortos

Cuanto más tarde, peor. A veces por vergüenza, desconfianza o por


falta de información muchas personas tardan muchos años en solicitar
una ayuda que necesitan. Lo peor es que, por lo general, en la mayor
parte de los problemas sexuales el tiempo de persistencia del problema
disminuye las posibilidades de éxito de la terapia

Intrusos. Sería indispensable que todos los terapeutas sexuales


tuvieran formación en Sexología. Sin embargo, todavía no es así. Y la
Administración tampoco hace nada por remediarlo. Muchos terapeutas
sexuales son psicólogos o médicos sin ninguna formación en Sexología.
Esta circunstancia, no siendo la deseable, es relativamente segura si la
comparamos con los terapeutas sexuales que se escudan bajo esta
denominación sin tener formación reconocida alguna. Ni buena, ni mala.
A los intrusos, los temerarios, los insensatos, etc. conviene evitarlos.

Ser sexólogo. La formación en Sexología en España se ha articulado


a través del Tercer Ciclo Universitario (fundamentalmente masters y
doctorados). Así pues los estudios españoles en Sexología son Estudios
Universitarios de Postgrado y requieren formación universitaria previa.
Así pues en España los títulos no se piden, pero sí se expiden.

No todo son títulos. El éxito en la terapia sexual va a depender en


gran medida de la habilitación profesional y la valía humana del
terapeuta. Convienen exigirlas. Y si no se ve clara, elegir otra opción.
Los profesionales debemos facilitar este derecho mostrando abiertamente
nuestra titulación. Pero no todo es competencia profesional. La terapia
sexual requiere de un clima especial de comprensión, acogimiento,
confianza, cercanía, honestidad e intimidad. El terapeuta ha de saber
crearlo.

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Un sello de calidad. Existe una organización profesional que


garantiza que sus miembros cumplen los requisitos de formación en
Sexología. Se trata de la Asociación Estatal de Profesionales de la
Sexología (AEPS) y es muy fácil encontrarla en Internet. Esto no quiere
decir que los profesionales que no pertenezcan a esta asociación no estén
capacitados. La garantía que este organismo ofrece es que todos sus
miembros sí cumplen escrupulosamente estos criterios de formación en
Sexología. A falta de otras, se trata una autorregulación: de un sello de
calidad.

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15. CIRCUNSCRITO A LA CIRCUNCISIÓN [16]

Casi un tercio de los varones que hoy viven en el mundo están


circuncisados. O mejor, son circuncisos. La extraordinaria extensión de
este fenómeno se produce fundamentalmente por razones de índole
religiosa (los judíos por ejemplo prescriben esta práctica
obligatoriamente a todos los varones, la necesiten o no).

Hoy sabemos que esta costumbre es tan antigua como la civilización.


De hecho han sido descubiertas representaciones egipcias que muestran
ritos de circuncisiones que datan de hace más de cuatro mil años. Así
mismo sabemos que los griegos clásicos la conocían, aunque se resistían
a su práctica, debido a que su ideal de belleza consideraba poco hermoso
el pene circunciso. Por ello, Herodoto aconsejaba seguir el ejemplo
egipcio del siguiente modo: "practican la circuncisión en aras de la
limpieza, pues consideran que es mejor ser limpio que atractivo".

Efectivamente existen razones sanitarias y sexuales que aconsejan la


realización de una intervención quirúrgica en el prepucio para resolver
la fimosis (que es la estrechez del orificio del prepucio que impide la
total emergencia del glande). Si el prepucio no puede retirarse hacia atrás
descubriendo la totalidad del glande después de la pubertad pueden
sobrevenir problemas de higiene y problemas sexuales. En la parte
interior del prepucio se irán acumulando restos de semen y orina que no
podrán ser retirados mediante la correcta limpieza íntima. El semen allí
almacenado sufrirá un proceso de fermentación, dando lugar al
esmegma. La acumulación de esta sustancia es indeseable, además de por
su olor desagradable, por su potencial capacidad infecciosa.

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El pene de los varones circuncisos muestra totalmente el glande


(haya o no erección) porque pierde la funda que el prepucio le
proporciona. Normalmente el glande solo queda a la vista en situación
de excitación erótica. Por ello muchas mujeres sienten que un pene
circunciso resulta estéticamente "agresivo". Otras, sin embargo, lo
consideran más atractivo. Así que, sin darnos cuenta, parece que hemos
heredado las dos grandes tradiciones estéticas prepuciales: la griega que
lo consideraba falto de hermosura y la talmúdica que lo contrario.

Aunque la mayor parte de los varones con fimosis aprenden técnicas


de autoestimulación específicas que les permiten masturbarse
eficazmente, muchos de ellos no logran -o les produce dolor o molestias-
las conductas eróticas de penetración. Y esto porque éstas requieren de
cierta retractibilidad prepucial que estos varones no resuelven hasta pasar
por la mesa de operaciones.

Nuestra experiencia clínica como sexólogos nos indica que con


bastante frecuencia aparecen problemas sexuales derivados de la no
resolución de este problema. O de la tardía resolución del mismo.
Observamos temores, fobias, timidez sexual e incluso algunas
impotencias cuya génesis está relacionada con esta circunstancia. En
estos casos algunos hombres huyen de cualquier acercamiento sexual con
otras personas para no tener que enfrentarse con su fimosis. Otros,
acumulan una experiencia de coitos dolorosos, que a veces producen
eyaculación precoz ya que la mayor brevedad del coito les ahorra
molestias.

Por otro lado, existen autores que afirman que la circuncisión, al


propiciar un contacto continuo y directo entre el glande y la ropa,
decrementa la sensibilidad e incrementa el umbral del disparo orgásmico.
Por todo lo cual, dicen, los varones circuncisos requerirían más
estimulación y tardarían más en alcanzar el orgasmo. Según esto, estos
varones serían amantes menos rápidos. Lo cual puede ser mejor o peor,
según cómo se mire. Bien es cierto que los tiempos piden duración y
demora.

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La intervención quirúrgica no es siempre la única solución para la


fimosis. Si el problema es detectado en la niñez, en muchas ocasiones
puede resolverse progresivamente mediante ejercicios periódicos y
continuados consistentes en retraer el prepucio hasta su límite. Pueden
empezarse a practicar cuando se limpia al bebé. Así mismo, algunos
adolescentes se autorresuelven el problema traccionando hacia atrás el
prepucio hasta el máximo cuando se masturban. Incluso algunos varones
adultos lo resuelven, a las bravas, en sus primeras relaciones coitales. En
muchos de estos casos la colaboración de la mujer, unas veces como
madre y otras como compañera, puede resultar decisiva si se actúa con
un poco de tacto y cariño.

No ha de olvidarse que, se diga lo que se diga, los varones somos


reacios a cualquier intervención –sobre todo agresiva- que afecte a
nuestro pene. Y que esta parte de nuestra geografía nos infunde sumo
respeto y nos conecta con nuestra condición más íntima y vulnerable.

Cortos

También hay modas. Aún en la actualidad existe una gran


controversia sobre la bondad o la universalidad de la operación de
fimosis. En las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta, en USA, se
consideró que, dada la sencillez e inocuidad de la intervención, todos los
niños debían de ser circuncisados. Por esta razón lo están la casi
totalidad de los norteamericanos varones de entre veinticinco y cincuenta
años. Por ejemplo las admiradas figuras de la NBA lucen el
característico glande al descubierto de los circuncisados. Llegados los
ochenta, la moda declinó.

Desde la Edad de Piedra. Se sospecha que la circuncisión es una


costumbre que procede de la Edad de Piedra. De hecho en la mayor parte
de las culturas en las que se lleva a cabo de modo ritual, se practica con
un utensilio de piedra y no con un cuchillo o un bisturí (aunque los
conozcan y los usen para otras finalidades). En las culturas del Pacífico

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se practica la "supercisión" (corte longitudinal del prepucio en su parte


superior). La técnica es diferente pero persigue los mismos fines.

Aproveche la ocasión. Con mucha frecuencia los muchachos de entre


doce y dieciocho años saben que tienen fimosis. Aunque no lo cuenten
en público, íntimamente sí se ven y se tocan. Como aún son menores,
para resolver quirúrgicamente su problema necesitan de la colaboración
de los padres. Pero no se atreven a hablar de ello. Si tiene hijos de esta
edad, y no sabe cómo sacar el tema, aproveche este artículo para que lo
lean.

Higiene íntima. Los varones operados de fimosis tienen menos


dificultades para su higiene íntima: una simple ducha les resuelve los
requerimientos higiénicos de sus genitales. Los varones con prepucio,
han de retirar éste para proceder a la limpieza del glande. Agua y jabón
son suficientes.

Circuncisión y VIH. Si el prepucio desciende dejando libre el glande,


la circuncisión es del todo innecesaria. Excepto lo que tenga de ritual
simbólico. O lo que tenga de profiláctico. Pues hoy sabemos que los
circuncisos tienen menor probabilidad de contagio de VIH. Lo cual en
la Europa rica quizás no sea demasiado importante (el preservativo es
más eficaz), pero en el África pobre puede ser, nunca mejor dicho, una
cuestión vital. Téngase en cuenta que el costo de un preservativo excede
en mucho del presupuesto disponible para la manutención familiar diaria.

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16. EL GOZO DEL VERBO [17]

Hace algunos meses se proyectó un largometraje cuyo título (“Sexo


oral”) jugaba con la polisemia del adjetivo “oral” que -en castellano-
puede entenderse bien como bucal, bien como verbal. Al hilo de esa
misma doblez, exploraremos aquí el sexo oral en tanto que erotismo
hecho de sonidos y significados.

En el Evangelio de Juan se nos dice aquello de que “el Verbo se hizo


Carne y habitó entre nosotros” en referencia al misterio del embarazo de
la virgen María. Sin ánimo sacrílego alguno tomaremos prestadas
aquellas palabras del evangelista para hablar aquí de asuntos mucho más
prosaicos, pero no por ello, banales: el verbo hecho carne y la carne
hecha verbo. Luego de cuando las palabras se tornan en gozo carnal y los
gozos carnales se tornan en palabra.

Durante mucho tiempo el juego amoroso fue ciego por culpa de una
imposición: la oscuridad. Poco a poco se fue haciendo la luz en el
escenario amoroso. Y con ella el color, la forma, la mirada fueron
adquiriendo la extraordinaria importancia que nunca debió perderse. Sin
embargo –aún hoy- el juego amoroso suele ser mudo por otra
imposición: el silencio. Por culpa de él se nos niega –nos negamos- la
voz, la palabra, la explicitación. En fin, las muchas posibilidades del
Verbo.

Si para la mayor parte de los hombres los estímulos visuales son


potentes generadores de deseo y excitación, los estímulos auditivos
suelen desempeñar un importante papel como fuentes de deseo y

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

excitación femeninas. La voz, los tonos, los timbres y las cadencias


verbales despiertan en la imaginación y en la libido femenina ecos
infalibles. Así que los contenidos eróticos -explícitos o implícitos- de las
palabras, las sugerencias, los susurros y las caricias verbales, sean con
demasiada frecuencia un anhelo femenino perennemente insatisfecho.

En pareja: dialogar sobre sexualidad, compartir las fantasías a través


de la palabra, recitar poesías o narraciones eróticas, cantar canciones de
amor en el lecho amoroso,…; en fin, todo lo que signifique seducir a
través del verbo suele mejorar la comunicación, el conocimiento, la
complicidad, la satisfación,… Así mismo exhalar o gemir sin pudor,
emitir gruñidos, grititos o aullidos, permitir que suenen expresiones
entrecortadas o desafiantes, etc., etc. son recursos –estimulaciones
auditivas- con gran potencial erótico. Aunque no se reconozca, ni se
hable de tales hablares.

Sin embargo con frecuencia el pudor, el temor injustificado a lo que


el otro pueda pensar, la autocensura (el otro puede estar deseando lo
mismo y prohibírselo también a sí mismo), la vergüenza a ofrecerlas o
a solicitarlas, la pereza de introducir situaciones novedosas en el juego
amoroso, o la presunción de que estas cuestiones son groseras,
pornógrafas o inadecuadas dificultan enormemente que el amor tenga
sonidos. Con tanto obstáculo, el encuentro amoroso pierde oportunidades
sonoras.

Buceando en la intimidad de muchas parejas he descubierto


formulaciones eróticas verbales que me voy a permitir ejemplificar. Hay
parejas que declaman sus anhelos sexuales (“estás a punto de descubrir
al cromañón encendido arrastrando amoroso a su hembra al interior
lujurioso de su cueva”), Otras que transmiten en directo sus propias
jugadas sexuales (“mi mano avanza por tu flanco derecho acercándose
al área rival donde, completamente solo, espera el cancerbero enhiesto”).
Otras prefieren verbalizar sus sentimientos y sensaciones amorosas
(“llevo deseándote todo el día”, “me derrito por dentro cuando me
abrazas de ese modo” o simplemente “te quiero”). Las hay que solicitan
abiertamente lo que se desean con todo detalle (“penétrame lentamente

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

sujetándote sobre tus fuertes brazos”) o que dirigen o modifican las


acciones del otro (“más despacio mi amor”, “no te tapes la boca”,
“amásame las nalgas”, “muerde más fuerte”, “dime cuánto te gusta que
te penetre”). Otras se susurran divertidas, e incluso pornógrafas,
obscenidades al oído (“me gusta sentir tu verga dura dentro de mi”,
“trátame como a una puta”, “retuércete guarrilla”) o se acarician
verbalmente con palabras dulces o tiernas (“estás tan bonita cuando me
lames”, “sentir tu gozo incrementa mi amor”, “te perdono todo cuando
me tocas así”). Otras han inventado su propio lenguaje íntimo para
nominar sus prácticas eróticas (“ahora dame chupete”, “ponte el casco
de espeleólogo”, “ahora un ‘oh-la-lá’ a dos voces”, “cántame un blues a
capela”) o han bautizado sus cuerpos con palabras propias que solo ellos
entienden (“prepárame un zumito [de ti]”, “riégame con besos húmedos
el nenúfar”, “juega un poco con mi hermanito pequeño”) o han creado
una especie de lenguaje psicótico peculiar que estimula la imaginación
del otro (“refórcate la carordia”, “qué bien me carcinas entre tus
entrearpios”). Y a veces, el sonido ni siquiera tiene fonética, ni
gramática, ni semántica, ni melodía: sólo percusión, voces primitivas,
significados atávicos y arcaicos arcanos.

En sus múltiples modalidades el erotismo verbal puede resultar una


experiencia excitante, divertida, didáctica, cómplice, placentera. Incluso
mística. Un modo de sincerarse o una estrategia para entenderse uno
mismo o para entender al otro. La práctica del sexo verbal es
probablemente una de las posibilidades eróticas más íntimas, más
complicadas, más emocionantes, y más intensas que puedan compartirse
entre dos personas.

Cortos

Acortando distancias. Con alguna frecuencia los amantes se ven


separados por la distancia, lo cual no les impide el gozo del encuentro
amoroso. Contrariando la distancia, y a través de la palabra –escrita o
hablada- establecen su propia cercanía. El teléfono, el mensaje corto o

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

el chat se han convertido así en un recurso erótico. Incluso en una forma


de comercio verbo-carnal.

No necesariamente el silencio es un valor. Con frecuencia vivimos


el silencio como valor. Puede serlo. Pero también lo es el sonido y la
palabra. El silencio sirve en teoría para concentrarnos o para que no nos
oigan; pero en la práctica también puede servir para que nos distraigamos
o para que no nos oigamos. Sin embargo escucharse es una necesidad
humana muy evidente. Sobre todo escucharse íntimamente.

Amor y cine. Como los principios del cine, la erótica de muchas


parejas es rápida, muda y en blanco y negro. A lo largo del siglo XX el
cine se ha naturalizado y la erótica íntima también. Sin embargo en
muchas sábanas se proyectan aún aquellas imágenes rápidas, mudas y
oscuras. Muchas parejas han encendido la luz y recuperado el color y las
formas; también han introducido un ritmo más pausado y humano. Les
falta sólo el sonido. Porque el amor, como el cine, no tiene por qué ser
mudo. Aunque sí pueda ser silencioso.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

17. COITO ERGO SUM [18]

El término coito -del latín co-ire- quiere decir “ir con”, “estar con”,
“vivir con”. Pese a su etimología, en sus usos actuales, suele hacer
referencia al ayuntamiento o la cópula. En castellano los verbos ayuntar
y copular significan a su vez "juntar", "unir". Sin embargo, cuando se
habla de coito suele hacerse referencia a una sola y exclusiva forma de
“ir con”, de “estar con”, de unir o de juntar. Esta es: "penetrar",
"introducir", "meter". Tampoco cualquier cosa en cualquier sitio.
Expresamente: el pene en la vagina.

Tanto es así que cuando el sustantivo "coito" no se acompaña con


adjetivo alguno, se sobreentiende "penetración del pene en la vagina". Y
se da por hecho la erección de este pene y, -cada vez más, aunque no
siempre- la humedad y la receptividad de esa vagina. Incluso, si cabe, se
presupone a un hombre -arriba- penetrando a una mujer -abajo-. Esta no
es exactamente la realidad, pero si es su representación.

El coito intergenital se ha convertido gracias a una larga influencia


eclesiástica en la única conducta erótica legítima. Siempre con una
finalidad (el embarazo) y dentro de un marco (el matrimonio). Sin
embargo no es justo responsabilizar de esta constricción erótica sólo a
las grandes religiones monoteístas. Por ejemplo muchos tratados eróticos
nada sospechosos de resultar eclesiales son una colección más o menos
organizada de diferentes posturas coitales.

En contraposición a esto, algunas corrientes han tratado de


menospreciar o de satanizar esta conducta. Por ejemplo, "la penetración

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

es una violación" fue una consigna feminista poco afortunada aunque


largamente repetida que ha proyectada una alargada sombra de sospecha
y suspicacia.

Todo ello ha dado lugar a la siguiente pugna: o el coito lo es todo (es


la finalidad y es la medida misma de la erótica), o el coito es nada (es
indeseable, es falócrata y ha de evitarse). Así que propendamos: o bien
a un reduccionismo coitalizador de la erótica humana; o bien al
prohibicionismo descoitalizador de ésta. Pero ni lo uno, ni lo otro.

La inserción del pene en el interior de la vagina, esto es un hecho


incontestable, sigue siendo la conducta erótica reina en la mayor parte de
las parejas heterosexuales. Con frecuencia, si no es la única, sí es la
principal. De esta suerte, el resto de comportamientos eróticos, se
convierten: o bien en "sustitutivos" o bien en "aderezadores" y/o
"preparativos" a éste. Hasta el punto que algunas personas piensan del
siguiente modo: "soy un adulto erótico en tanto que practico el coito". O
sea, "coito ergo sum". Lo cual es, seguramente, excesivo y esperpéntico.

Puede ser útil resituar esta conducta en el marco global de la erótica


humana. Solemos distinguir tres dimensiones teleológicas (tres
finalidades) de ésta: la reproductiva, la recreativa y la relacional.

El coito es la única conducta erótica con potencial reproductor. Así


pues, cuando la finalidad erótica es reproductiva, el resto de las
conductas eróticas son cuanto menos ineficaces. Aunque dicho sea de
paso el coito -de sí mismo- tampoco garantiza el embarazo. Pues son
necesarias algunas condiciones más para que el milagro de la vida se
realice.

En concreto se requiere eyaculado intravaginal con una suficiente


carga de espermatozoides vivos, móviles y bien formados. Se requiere
que muchos de éstos alcancen la zona ampular de las Trompas de
Falopio. Se requiere que el ovario extraiga un óvulo maduro alojándolo
en la zona ampular de las Trompas de Falopio (ovulación). Se requiere
que los espermatozoides reconozcan al óvulo y que uno de ellos consiga

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

introducir su carga genética en el interior de él (concepción). Se requiere


que se inicie la división celular y principie el viaje a través de la trompa
hasta el útero. Se requiere que la piel interna del ovario (endometrio) esté
preparada y que el cigoto prenda en sus pliegues (anidación) mientras
continúa su proceso de división celular. A partir de este último suceso se
inicia, propiamente, el embarazo. Que puede –o no- prosperar con éxito.

Desde el punto de vista recreativo el coito suele garantizar el gozo


orgásmico del hombre, pero no necesariamente el de la mujer
(recuérdese que el clítoris está fuera de la vagina). Ahora bien, con
orgasmo o sin él, el coito puede ser gratificante, placentero y divertido
para ambos. Aunque a veces, conviene no olvidarlo, también pueda ser
obsesivo, aburrido, insatisfactorio o doloroso, sobre todo para la mujer.

Finalmente algunos de los requerimientos de la dimensión relacional


sí pueden verse satisfechos con esta conducta, por cuanto que
-comparativamente con otras- permite simbólicamente el sentimiento de
"fusión" ("sentirte dentro de mí", "sentirme dentro de ti", “sentirnos
uno”, "fundirnos en un solo cuerpo"). Las personas no siempre
pretendemos fundirnos con el otro, pero cuando lo deseamos, el coito nos
permite una comunión corpórea especialmente íntima e intensa.

Vamos que el coito da lo que da. Ni tanto, ni tan calvo. Demasiado


pequeño para convertirlo en todo o en completo. Pero demasiado
importante para desdeñarlo.

Cortos

Interrogantes. Analizar el lenguaje nos permite ver qué hay detrás de


éste. Las expresiones "relación sexual completa", "hacer el acto" o
"hacer el amor" hacen referencia, todas ellas, al coito. Pero ¿es
incompleta la relación cuando no se lleva a cabo el coito? Cuando se
produce la inserción del pene en la vagina ?hacemos "el acto sexual" o
"un acto sexual"? El amor ¿se hace o se siente? Y si se hace ¿es

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penetración mediante? En fin que las expresiones que solemos usar son
de una pobreza inaudita.

La primera vez. El coito, el primer coito, se ha convertido en un


ritual de iniciación al estadio adulto. Nuestros jóvenes, más que nunca,
se sienten presionados a su realización. Con frecuencia lo buscan
compulsivamente para autoetiquetarse como "sexualmente adultos". En
esta carrera, transgreden a veces su propio ritmo. Y lo que es más grave,
autoconvertidos en "adultos prematuros" dan por finalizada la etapa de
conocimiento y experimentación del propio cuerpo y del cuerpo de su
pareja. Solemos decir que “abandonan los estudios” amorosos.

Coito reservado. El coito no exigente o "coito reservado" consiste en


la inserción del pene en el interior de la vagina sin que se produzca
eyaculado. Incluso sin que se produzca movimiento pélvico alguno. Lo
peculiar de este comportamiento es que no se pretende el orgasmo
masculino, aunque sí puede darse el femenino. Por lo tanto ni siquiera
requiere la erección del pene.

Otros coitos. El coito interfemoral, también conocido como "coito


anteportas", consiste en la inserción del pene entre los muslos. En el
coito intermamario, el pene se aloja entre los pechos femeninos. También
las axilas, la conjunción en forma cóncava de las manos o los pies, los
glúteos o la región poplítea (parte posterior de la rodilla) pueden
convertirse en alojamientos acogedores y gratificantes para el pene.

Coito interrumpido. En el coito interrumpido o "coitus interruptus"


sí se pretende y se procura la eyaculación masculina, pero ésta se
produce en el exterior de la vagina para lo cual se extrae el pene justo
antes de que se produzca. Tradicionalmente esta conducta se ha usado
como medida contraceptiva. Desde los años sesenta adquirió muy mala
prensa llegando a ser considerada ineficaz e incluso nociva. Lo cierto es
que, más allá de los oblicuos intereses de la industria farmacológica y de
sus lobbies contraceptivos, la conducta es del todo inocua y sumamente
eficaz (siempre que el varón sea responsable y tenga un buen control
eyaculatorio).

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Coitus interruptus y porno. En el mundo del "porno duro" el coitus


interruptus es conducta casi exclusiva y obligada. El fin que se persigue
es que la cámara registre la veracidad del eyaculado. Finalmente el porno
se ha convertido en una obsesiva exaltación de la eyaculación

De película. En las escenas eróticas del cine comercial no es


necesario coger el pene con la mano para alojarlo en el interior de la
vagina, ni es necesario abrir los labios de la vulva. Se pueden dar vueltas
en la cama o cambiar de postura sin que el pene se salga. También las
mujeres alcanzan el orgasmo “sin manos” y sólo mediante el “mete y
saca”. Además ambos se corren a la vez y quedan tendidos, ahítos y
extenuados. Ahora bien en las películas también hay hombres que vuelan
con una capa roja, hay coches que hablan y los protagonistas están secos,
guapos y peinados en mitad de una tempestad. Vamos que no hay que
creerse todo lo que pasa en las películas.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

18. MISERIAS DE LA REVOLUCIÓN SEXUAL [19]

En las últimas décadas se viene produciendo en el mundo occidental


una transformación radical de lo cotidiano conocida como Revolución
Sexual. Erróneamente se ha identificado ésta con la variación de los usos
eróticos privados, con la mayor presencia de lo erótico en los medios
públicos, con el incremento de la permisividad erótica, con la
democratización de la anticoncepción y con la reivindicación de
determinados derechos de naturaleza sexual por parte de algunas
minorías eróticas. Pues bien, aunque lo anterior guarda alguna relación
con la Revolución Sexual, el término se refiere fundamentalmente a la
quiebra del modelo de relaciones entre los dos sexos que se viene
produciendo y que ha dado lugar a la ruptura del milenario "pacto
sexual" por el cual los roles, las ocupaciones laborales y en definitiva lo
que podríamos llamar "guiones de vida" estaban socialmente
determinandos por el sexo. Esto es, por el hecho de ser hombre o mujer.

La mayor aportación del siglo XX al desarrollo de la Cultura es


precisamente esta modificación del marco de reglas en la relación entre
los dos sexos. Tanto en el ámbito público como en el ámbito íntimo.

En sentido positivo, el mayor logro de la Revolución Sexual es el


ingreso de la mujer en el mundo educativo, laboral y político. Sus
avances en su calidad de sujeto político y de individuo erótico. Y en
general, la creciente feminización de nuestra sociedad. En sentido
negativo, la Revolución Sexual nos ha traído: estigmatización,
culpabilización y minusvalorización de lo masculino, emergencia de una

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Guerra de los Sexos artificialmente alimentada, invasión de lo íntimo con


criterios públicos y prescriptiva igualación sexual.

Así pues y aunque se hayan glosado mucho los efectos benéficos de


esta revolución, no todo son luces y ventajas. Hay también sombras e
inconvenientes sobre las que hemos de reflexionar constructivamente.
Sobre ello versan estas líneas.

Esta Revolución –como todas las revoluciones- es obra del


pensamiento crítico. Pero, a su vez, recela de él. Tanto del Pensamiento,
como de la Crítica. Y esto porque se tiende a considerar que tal crítica es
reacción que pretende rescatar y reponer el antiguo régimen sexual. Así
que, también esta revolución como tantas otras, haya reclutado
beligerantes guardianes que fiscalizan y combaten la crítica. Con todo
esto estamos instaurado entre nosotros y nosotras un pensamiento y unas
prácticas parabélicas que propenden a formas simbólicas de aniquilación
del adversario. Es una locura.

Los Sexos no pueden –ni deben- confrontarse. Sino, al revés,


organizarse y en diálogo cooperativo y mutuamente benefactor, ir
organizándose. Sin embargo -en estos momentos y cada vez más- las
relaciones entre los sexos están trufadas de incomunicación, de
desconfianza, de sospecha, de confrontación y de culpabilización. Y
estamos resolviendo con Lucha, Legislación y Código Penal lo que
deberíamos de resolver con Cooperación, Conocimiento y Cultura.

Lo masculino no puede descalificarse, ni estar en estado de


fiscalización y sospecha. Lo masculino es también, como lo femenino,
un valor. Y como tal debe de conocerse, respetarse y valorarse. La
misandria (odio o desprecio a lo masculino) es lacra que debemos, unos
y otras, evitar.

La confusión entre las esferas públicas y privadas es otra lacra que


se nos está yendo de las manos. Nuestra cultura está propiciando por un
lado la irrupción de lo público en lo íntimo (normativización y
reglamentación legal y política de lo íntimo, etc.); y por otro lado,

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

irrupción de lo íntimo en lo público (realitys shows, publicidad de


aspectos íntimos, etc.). Invadir con lógicas públicas lo íntimo y hacer
público lo íntimo es un disparate que debemos de corregir rápido y bien.

La "igualdad sexual" -convertida hoy en axioma y en precepto– debe


ceñirse estrictamente a derechos, obligaciones y oportunidades
universales. Pero nos convendría caer en la cuenta de que nada es “con
independencia del sexo”. Somos cada uno –ellas y ellos- dependientes
de nuestro sexo. Además, cada quien –unos y otras-, dependientes del
otro sexo. Y encima, ambos –hombres y mujeres- ineludiblemente
sexuados e interdependientes. Interdependientes incluso en el interior del
propio individuo (que es intersexual). Y desde luego interdependientes
en nuestras relaciones íntimas y públicas. Podremos renegar de esta
interdependencia, pero nos perseguirá en la plaza política, entre las
sábanas eróticas y en el interior de nuestra propia identidad. Sin que
nadie, nunca, se escape.

Hombres y mujeres somos, por muchas razones, diferentes. El sexo


se dedica precisamente a eso: a que lo seamos. Las diferencias sexuales
entre los sexos -y dentro de cada uno de ellos- son extraordinarias. No
deberíamos de contrariar, contravenir, descalificar, ni desconsiderar tales
diferencias sexuales. Antes al contrario nos iría mejor si las
conociésemos y estudiásemos; si las respetásemos y las promoviésemos.

Cuanto mayor es el conocimiento sobre estas diferencias sexuales,


más evidentes resultan. Algunos quieren ver en estas investigaciones a
los "viejos" fantasmas discriminacionistas. Otros quieren "usar" estos
conocimientos para fundamentar y "resucitar" la discriminación sexual
antifemenina. Sin embargo la discriminación que históricamente ha
sufrido la mujer ha sido causada y sustentada por los prejuicios y la
ignorancia sexual. Por cierto, aunque suela omitirse, prejuicios e
ignorancia tanto de ellos como de ellas. Y sólo el conocimiento racional
y razonable de los sexos y sus interdependencias eliminará tales causas.

Combatir las diferencias sexuales y la diversidad sexual es combatir


el sexo. Y combatir el sexo es dañarnos en lo más íntimo y valioso de

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

nosotros mismos. No aceptar y organizar nuestras diferencias dificulta


sobremanera nuestra convivenncia: la pública y la íntima. Y desde luego
nuestras capacidades sinérgicas (cooperativas y mutuamente benéficas).
Hombres y Mujeres no necesitamos Guerra de los Sexos (en la que
perdemos todos) y sí necesitamos más Convivencia de los Sexos (en la
que todos ganamos).

En el seno de las parejas –que es de lo que tengo más conocimiento


y experiencia- estamos crecientemente extraviándonos. Los unos y las
otras Así que -en parejas heterosexuales-, los hombres tienden, cada vez
más, a tratar a sus mujeres "como si" éstas fueran como ellos. Y por
contra, las mujeres tienden a tratarlos "como si" éstos fueran como ellas.
De este modo unas y otros logran frustrarse y sentirse no entendidos.
Sufren. Y son causa y consecuencia del tal sufrimiento.

Desde luego, los hombres pueden "feminizarse" y las mujeres


"masculinizarse". Unas y otros podemos crecer y perfeccionarnos
dejándonos impregnar por "lo otro". El error se produce cuando tratamos
a "lo otro" como si fuera "lo mismo". Cuando pretendemos colonizarlo.
Cuando hacemos que la medida de “lo igual” sea precisamente “lo
propio”. O cuando –sencillamente- no aceptamos lo que somos. Ni lo
que el otro es.

No obstante algo deberíamos de hacer –en positivo y sin que se


activen sospechas, suspicacias, desconfianzas, ni combates- para que los
hombres se masculinicen y para que las mujeres se feminicen. Y para
que unas y otros vivan armoniosamente consigo mismos/as y con lo otro.
Pues no sé para qué otra cosa mejor podría servirnos el Saber y la
Cultura.

Cortos

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Nada nuevo. Tendemos a pensar que hemos descubierto la erótica


-sus luces y sus sombras- en este siglo. Sin embargo en asunto de amores
no hemos descubierto prácticamente nada. Aunque nos parezca material
recién horneado el orgasmo femenino, la masturbación, los métodos
anticonceptivos, la ternura, el deseo, la pornografía, la prostitución, las
disfunciones sexuales, las enfermedades de transmisión sexual, las
rupturas matrimoniales o la violencia sexual son tan antiguas como el
mundo.

Democratización de los saberes. Otra gran aportación de este siglo


respecto a la esfera sexual, es el incremento del conocimiento científico
-sexológico- y, sobre todo, la mayor democratización de este
conocimiento. Si en el Antiguo Egipto solo tenían conocimientos
anticonceptivos los médicos de los faraones, en la actualidad cualquier
ciudadano medio puede disponer de ellos. Ahora bien, tampoco vayamos
a engañarnos, los anticonceptivos se han universalizado por razones de
consumo. Entonces y ahora, el conocimiento sexual de más alto nivel
sigue permaneciendo en ámbitos restringidos. Incluso la Educación
Sexual más básica sigue siendo una necesidad social y un anhelo humano
todavía no resueltos.

Ellos las quieren igualar a sí mismos. Ellos pretenden que ellas sean
sexualmente más ejecutivas y menos expresivas ("menos parloteo y que
empiece ya"), que apremien y acorten su tiempo erótico ("por qué no va
al grano sin tanto rodeo"), que genitalicen en mayor grado sus afectos
("si tanto me quiere por qué no hacemos el amor más a menudo"), que
separen en mayor medida sus sentimientos de sus sensaciones ("qué tiene
que ver estar triste con tener ganas"), que se centren más y concedan
mayor valor al orgasmo ("ahora no puedes dejarme así, sin correrme").

Y ellas, también. Ellas pretenden que ellos sean menos ejecutivos y


más expresivos ("no pretenderá esto sin que siquiera hallamos hablado
antes"), que extiendan y ralenticen su tiempo erótico ("parece que te
corre prisa"), que corporeicen y verbalicen sus afectos ("acaríciame,

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

dime cosas bonitas"), que enlacen las sensaciones con los sentimientos
("cómo puedes excitarte ahora"), que se centren menos en el orgasmo
("estoy harta de que me preguntes qué tal o si ya he llegado").

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

19. LA REVOLUCIÓN EVOLUTIVA FEMENINA [20]

La década de los sesenta ha sido considerada como la década de la


Revolución Sexual o también como la de la Revolución Femenina (o
feminista). Desde luego que han sido muchos los cambios, sobre todo
respecto a cuestiones legislativas, así como de usos y costumbres que se
han producido, modificando radicalmente las relaciones -sobre todo
públicas- entre los sexos.

Sin embargo, muchísimo antes que ésta, ocurrió una verdadera y


radical Revolución Femenina. Se trata de una revolución filogenética y
por lo tanto pertenece a la historia de nuestra evolución como especie.

Para hablar de ella tenemos que retrotraernos algunos millones de


años cuando ocurrieron en el cuerpo de la mujer tres grandes
modificaciones que cambiaron el curso de la humanidad. Me refiero a:
el embarazo y el parto en bipedestación, la desaparición del celo
femenino y la translocación del clítoris a posición extravaginal.

Pero vayamos por partes. En la noche de los tiempos, la especie


humana se puso de pié y comenzó a caminar sobre sus cuartos traseros
liberando las manos para múltiples funciones. Esto al parecer incrementó
aún más su creciente proceso de corticalización. Hasta aquí estamos
hablando de una revolución humana; luego no estrictamente femenina.
Pero la concreta bipedestación femenina trajo importantes influencias a
la especie. Pues después de un embarazo en permanente y creciente
lucha contra la ley de la gravedad, las mujeres siguieron pariendo crías,
cada vez con mayor volumen craneal, las cuales venían al mundo a

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

través de una estructura ósea angosta: la pelvis. Esto impide grandes


crecimientos intrauterinos; así que las crías humanas nacen
especialmente inmaduras, débiles y desprotegidas. Desde luego
muchísimo más que ninguna otra especie conocida.

En estas condiciones los neonatos sólo tienen posibilidades de


supervivencia si los adultos les protegen y les proveen de todas y cada
una de sus necesidades: desde el alimento al calor, desde la estimulación
interpersonal hasta el vínculo. Durante los primeros años las crías
humanas requieren una inversión enorme de tiempo y energías; y para
este fin es necesaria una importante colaboración de los progenitores que
han de garantizar no sólo la crianza de los pequeños, sino su propia
supervivencia a lo largo de este especial y relativamente largo periodo.

Pero esta aparente debilidad de las crías humanas, se convirtió en el


más potente de nuestros recursos como especie. Estas crías débiles e
inacabadas llegan al mundo con un cerebro exageradamente inmaduro
así que terminaban su proceso de maduración fuera del útero materno y
en pleno contacto con el ambiente, la cultura y la sociedad. Así que este
cerebro se termina en un diálogo complejo con los estímulos ambientales
externos lo cual, gracias a su plasticidad y notable permeabilidad,
incrementa muy notablemente sus competencias.

Pero nos quedan aún otras dos transformaciones que, éstas sí,
ocurrieron estricta y exclusivamente en el cuerpo femenino,
reconfigurando por completo y definitivamente la erótica humana y
haciéndola del todo distinta al resto de las especies mamíferas. Los dos
cambios fundamentales que experimentaron aquellas protomujeres
fueron: sacar el clítoris fuera de la vagina y abandonar el celo
modificando la bioquímica de su deseo.

Empecemos con la externalización del clítoris. Aunque a veces


parece que el clítoris es una invención de la década de los sesenta (como
si nuestras abuelas o las abuelas de nuestras abuelas no hubiesen tenido
tal atributo) el clítoris es un invento evolutivamente lejano. Tanto como
el pene.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Probablemente usted nunca se haya preguntado dónde tiene el clítoris


una perra, una vaca o una ballena. Incluso es probable que haya supuesto
que tales hembras no tienen clítoris. Sin embargo en todas las especies
en las que el macho tiene un pene genital (a veces, por similitud,
llamamos pene a estructuras que no son exactamente genitales), la
hembra de esa especie tiene también clítoris. Es una regla sin ninguna
excepción, pues desde un punto de vista embriológico pene y clítoris son
estructuras similares. Luego si en una especie concreta hay barro
embriológico para modelar penes, lo hay también para modelar clítoris.

Todas las mamíferas (excepto algunas primates) tienen el clítoris


dentro de la vagina. Así pues son hembras de especies en las que placer
y reproducción están anatómicamente unidas. Igual ocurre en todos los
machos mamíferos (incluso los humanos).

Desde entonces, en el cuerpo femenino, cada cosa tiene su sitio y hay


un sitio para cada cosa. Quienes siguen defendiendo la inexorable
conjunción entre placer y reproducción parecen desconocer por completo
la anatomía femenina.

La otra gran modificación tuvo que ver con el deseo femenino. En


todas las especies mamíferas (como siempre, hay que excluir a algunos
primates), el deseo de las hembras está exclusivamente regulado por
hormonas. El celo (el instinto del otro) no depende de estímulos
externos, sino del escenario interno: del momento endocrino. Cuando las
hormonas lo prescriben una vaca, una perra, una gata, una ballena etc.
sienten un impulso que les lleva a buscar compañero y aparearse. A lo
sumo eligen entre pretendientes, cada especie según sus particulares
reglas. Todo esto independientemente de la calidad y la cantidad de sus
posibles donantes genéticos. Una hembra mamífera elige de entre los
pretendientes disponibles, pero no elige su disponibilidad misma.

Por razón de aquella revolución evolutiva el deseo femenino dejó de


ser hormonal para pasar a ser neuronal. Pasó de ser receptivo a ser
proactivo. Pasó de estar determinado por el escenario interno para pasar
a ser influido por los estímulos externos (mediados por el cerebro).

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Desde entonces las hembras humanas no tienen celo. Y aunque es cierto


que no se han liberado del todo de cierta influencia hormonal (que
aumenta su disponibilidad), las hormonas ya no determinan su deseo.

Así que, en nuestra especie, el deseo femenino se cerebralizó y se


masculinizó. Tanto que la nuestra es la única especie conocida en la que
ambos sexos tienen similares niveles de un andrógeno conocido como
DHEA. Desde entonces, como cualquier macho mamífero, una hembra
humana siente deseo –o puede sentirlo- en cualquier momento de su
ciclo hormonal y dependiendo sólo de los estímulos externos que reciba.

Aquellas hembras humanas dejaron de ser hembras. O al menos se


distanciaron espectacularmente del resto de las hembras mamíferas.
Tanto que una mujer no es sexualmente comparable con ninguna otra
hembra de ninguna otra especie. Lo cual no puede afirmarse de un
hombre. Respecto de la cuestión reproductiva podría decirse que los
hombres somos evolutivamente más arcaicos, pues no hay un salto
evolutivo tan grande entre un hombre y cualquier otro macho mamífero.

Por eso me parece a mí que estos cambios evolutivos acaecidos en


el cuerpo de la mujer sí merecen ser llamados y reconocidos como la más
importante Revolución Femenina de todos los tiempos.

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20. DE DESEADA A DESEANTE Y DE DESEANTE A


DESEADO[21]

Por supuesto que no todas, ni del mismo modo, pero las mujeres ya
no son sólo seducidas y deseadas. Por supuesto que no todos, ni del
mismo modo, pero los hombres ya no son sólo seductores y deseantes.
Como estereotipo ya no nos sirve la idea de hombres deseantes y mujeres
deseadas. Como otras muchas cosas, los papeles del deseo están dejando
de ser "unisex". Aunque luego, después de analizado con rigor y
honestidad, el cambio tampoco resulta ser tanto.

Las creadoras e impulsoras de este cambio, como la mayoría de los


cambios en los últimos tiempos, son fundamentalmente las mujeres. Son
muchas las causas que pueden explicarlo: el movimiento feminista como
motor de cambio social y productor de ideas, la conciencia del propio
placer, el reconocimiento de la propia sexualidad femenina sin
dependencias de la sexualidad masculina, el acceso a la formación y al
trabajo, la consecución de una sexualidad no necesariamente
reproductiva, la creencia en las propias y peculiares características
sexuales, etc.

Si antes los fetiches que conjuraban el deseo eran necesariamente


femeninos (miradas, gestos, medias de seda, tacones altos, perfumes,
carmines) ahora pueden del mismo modo serlo masculinos. Algunos ya
(depilación y rasurado, tanga, abdomen plano) son abiertamente
“unisex”.

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Este cambio, la versatilidad de los roles del deseo, está produciendo


una revolución en la gramática de la seducción. Y muchos hombres,
-también mujeres, pero especialmente nosotros- entramos en una
dinámica de confusión y vértigo. En cierto modo estamos asustados, y
lo que es peor: nos asusta estar asustados. Decía un antiguo profesor mío
que quizás deberíamos llevar un cartel al cuello con el lema: “Estamos
en obras. Perdonen las molestias”.

La mujer está dejando de ser exclusivamente el objeto del deseo


masculino para pasar a ser sujeto y protagonista de su propio deseo. El
hombre está dejando de ser exclusivamente el sujeto deseante para pasar
a ser el objeto de deseo. Todos somos ya susceptibles de ser –y jugar a
ser- sujetos y objetos del deseo.

Ahora bien –tampoco vayamos a engañarnos- muchos hombres


convertidos en objeto de deseo no saben muy bien qué hacer con su
propio deseo de desear y tampoco manejan –ni medio bien- las claves del
arte de ser deseable. No saben si aguantar o huir. Incluso, en ocasiones,
se descubren no-deseantes precisamente por deseados.

Por el contrario, muchas mujeres convertidas en sujetos deseantes no


saben muy bien qué hacer con su deseo de ser deseadas y tampoco
manejan –ni medio bien- las claves del arte de ser deseante. No saben si
aguantar o huir. Incluso, en ocasiones, se descubren no-deseables
precisamente por deseantes.

En fin, que no todo son luces. Vamos, que también hay sombras. Y
como suele ser con las sombras, éstas nos persiguen. Al ritmo de nuestro
caminar y pegadas a los talones.

En mi consulta veo con frecuencia hombres que se quejan


sinceramente de la poca iniciativa erótica de sus mujeres. Sin embargo
estos mismos hombres se encogen, se asustan, quedan sobrecogidos y
confusos cuando sus mujeres les sustraen el papel de deseantes y toman
la iniciativa convirtiéndoles en objetos deseables. Del mismo modo, veo
mujeres que se quejan del monopolio del deseo que sus hombres

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

ostentan. Sin embargo estas mismas mujeres se asustan, quedan


sobrecogidas y confusas cuando sus hombres abandonan este papel.

Suele ser, además, que la nueva exigencia femenina se solapa a la


ancestral autoexigencia masculina. Y emerge en ellos, pujante y
punzante, el temor al fracaso y la ansiedad de rendimiento. Que son, el
uno y el otro, estupendos ingredientes para el fracaso. Y es que, conviene
no olvidarlo, los hombres, suelen ser duros; y por ello, frágiles.

Esta revisión de papeles está complicando sobremanera el difícil arte


de seducir y ser seducido. Y dificulta aún más la siempre complicada
comunicación hombre-mujer. ¿Quiere esto decir que se deben de retornar
a los predecibles papeles del régimen erótico anterior? En absoluto. Pero
quizás debamos aceptar las contradicciones que estos cambios generan
en nosotros y en las parejas que construimos. Y las que están por
construir. Y desde ahí, como mínimo reflexionar y ayudarnos en los
nuevos extravíos y en la nueva perplejidad.

De hecho los jóvenes –en principio los principales favorecidos de los


tales cambios- se quejan. Ellas se quejan de que ellos se asustan, se
arrugan o malinterpretan. Ellos se quejan de que no es verdad que ahora
ellas asumen riesgos en la iniciativa del deseo. Que solo es pose político
y que no se traduce en hechos íntimos. Más aún, que cuando resulta ser
cierto –que a veces lo es- suele ser temeridad y produce temor. Así que
ellas temen parecer lobas y ellos temen parecer babosos. Ellas temen
parecer estrechas y ellos temen parecer cortados.

En teoría tanto ellos como ellas pueden ser deseantes pero también
ambos pueden elegir el rol de deseables. Esta opción ahorra los temibles
y dolorosos riesgos del rechazo, del desamor, de la humillación, del
desdeño,...

Porque desear a quien no te desea o a quien no desea tu desear o a


quien no desea tu modo o manera de desearle es, sobretodo, arriesgado.
Más aún si se evidencia. Y más aún en los tiempos que corren que todo
se resuelve en un Juzgado.

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Aunque siempre queda el recurso de lo sutil. So pena de que puede


resultar tan transparente e inmaterial que –como rezaba aquel spot de
compresas-: “ni se note, ni traspase, ni se mueva”.

Finalmente queda la otra jugada –desde luego la más segura, aunque


la más improbable-, la de tratar de ser deseable y confiar en ser
encontrado por el/la deseante adecuada y que sea él/ella quien abra la
jugada del deseo y sus retrueques. Con este asunto hay, hoy, muchas
pistas de baile repletas de danzantes muy deseables; pero vacías de
danzantes (ni siquiera un poco) deseantes. Y pasa lo que pasa: que
cuando todos esperan a que les pidan baile, si nadie lo pide, se baila más
bien poco.

Igual, entre todos, estamos llenando de infamia y difamación al rol


deseante. Sobre todo cuando resulta explícito. Porque va a parecer que
es verdad que el deseo es pernicioso, infame, agresivo o nocivo. Y va a
acabar pareciendo que el deseo no es la fuerza motriz y la razón
explicativa que subyace a casi todo.

Ah, una nota final: los papeles de deseable o deseante son personajes
que jugamos en el complejo y equívoco juego del deseo. Pero el deseo
de ser deseante y el deseo de ser deseable no son roles; son exactamente
eso: deseos. No vaya a ser que acabemos confundiendo deseos con roles
y acabemos complicándolo todo todavía más de lo que está.

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21. ¡YA VALE CON LA BANDERA


ANTICONCEPTIVA! [22]

Los anticonceptivos son, en principio, recursos, utensilios, técnicas,


métodos,... Y en tanto que tales, no habría mucho que decir sobre ellos
fuera de lo estrictamente técnico. Algo así como: son estos, ahí están,
tienen estos usos y posibilidades, estas consecuencias, precios, etc. Pero
detrás –no tan detrás- de los anticonceptivos hay una ideología, una
forma de entender “lo sexual”. Curiosamente aunque se nos ha vendido
la anticoncepción como el paradigma de la modernidad, por detrás de
ella nos encontramos con el viejo e inservible paradigma del “locus
genitalis”

Hablar de anticoncepción, iniciado ya el s. XXI, es hablar de una de


las grandes imposturas del s. XX. En ese siglo recién acabado, la
anticoncepción ha adquirido un simbolismo emancipador y ha sido
bandera de liberación hondeada por todas las fuerzas progresistas. Por el
contrario, las fuerzas conservadoras y reaccionarias, con las grandes
iglesias monoteístas al frente, han hecho de ellos “utensilios del diablo”
y propiciadores de un nuevo y temible “desorden erótico”. De lo segundo
no quiero ocuparme porque ya ha sido suficientemente revisado y tiene
ya difícil -y forzado- sostén argumental. Pero somos aún esclavos
intelectuales de una visión ingenuamente emancipadora de la
anticoncepción.

De hecho aún resuenan en nuestros oídos, como si fuesen verdades


universales, los siguientes lemas: “la anticoncepción es un invento del
siglo XX que ha favorecido la revolución sexual y la revolución

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

feminista”, “la anticoncepción ha liberado a la mujer de las cargas


maternales, propiciando su liberación”, “gracias a los anticonceptivos la
mujer ha logrado separar el placer de la reproducción”, “los
anticonceptivos han permitido que la mujer sea dueña de su propio
cuerpo”, “la anticoncepción ha permitido que mujeres y hombres
disfruten más plenamente de su sexualidad”. Dedicaremos este breve
artículo a desvelar algo sobre esta impostura.

La anticoncepción no es un descubrimiento del siglo XX. El único


anticonceptivo instrumental descubierto en el s XX es el anovulatorio (al
margen de que se presente como píldora, pila, anillo, parche o
inyectable). En cualquier caso se trata de una emulación hormonal del
más eficaz de los “anticonceptivos naturales”: el embarazo. La mujer
(como cualquier otra hembra mamífera), naturalmente y sin inducción
externa alguna, deja de ovular durante el embarazo. Los anovulatorios
no hacen sino “engañar” al cerebro simulando un supuesto embarazo. De
este modo los ovarios paralizan la función ovulatoria. El resto de los
recursos anticonceptivos instrumentales son descubrimientos muy
anteriores al siglo XX. Por ejemplo: el DIU ya era conocido en el
Antiguo Egipcio, aunque su uso se restringiese a las castas gobernantes;
las esponjas con ungüentos espermicidas eran conocidas por las
fornicaria (prostitutas callejeras) de la Roma Clásica; el diafragma, los
preservativos y la esterilización quirúrgica fueron usados en el medioevo
(los castrati vaticanos son un vestigio medieval de esta esterilización
quirúrgica por extirpación gonadal, que también practicaron los marahás
persas y otomanos para sus eunucos); incluso las prácticas abortivas
–tanto por acción mecánica, como química- eran conocidas en la Grecia
Clásica. Así pues el s XX no ha hecho sino mejorar los materiales, la
comercialización y el uso de todas estas técnicas. Por el contrario, sí
hemos incrementado nuestro conocimiento de la sexualidad y de la
reproducción humanas. De hecho los mal llamados “anticonceptivos
naturales” no son sino el resultante de este incremento de conocimiento
de nuestra fisiología, puesto al servicio de la m/paternidad responsable.

Los anticonceptivos no han separado placer de reproducción. Aunque


esta conexión es relativamente cierta en la anatomía masculina

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(evolutivamente más arcaica); la anatomía femenina, desde hace algunos


millones de años, distingue perfectamente la reproducción del placer.
Hasta el punto de que, en los genitales, todo “lo reproductor” (últimos
dos tercios vaginales, útero y trompas) no es sensible. Y todo “lo
sensible” (clítoris, vulva y primer tercio vaginal) no es reproductor.
Además la hembra humana, al contrario de las otras hembras mamíferas
tiene el clítoris (órgano cuya única función conocida es el precisamente
la sensibilidad y el placer) en posición extravaginal. O sea, aconceptiva.
Así mismo, y desde entonces, los mecanismos fisiológicos del deseo
femenino no están sometidos al dictado hormonal con propósito
reproductivo (estro), pues el deseo erótico femenino humano es un
deseo fundamentalmente neuronal.

Los anticonceptivos no han logrado que la mujer sea dueña de su


propio cuerpo. La mujer ha sido dueña de su cuerpo y de su sexualidad
desde la noche de los tiempos. Ahora bien su cuerpo ha sufrido, y sigue
haciéndolo, muchas formas de colonización ajenas a él. A este proceso
de descolonización corporal puede ayudar mucho el conocimiento, la
aceptación y la estima (especialmente el autoconocimiento, la
autoaceptación y la autoestima). Pero, para qué vamos a engañarnos, la
anticoncepción no ha incrementado esto. Muy al contrario han
contribuido a otras formas de colonización cuales puedan ser la
medicalización de la función reproductora y de la responsabilidad
parental.

Los anticonceptivos no han librado a la mujer de la carga maternal.


La maternidad no es, ni ha sido nunca, una carga; sino, al contrario, un
hecho, una posibilidad y un valor. Por supuesto, como todo, con sus
costos y beneficios. Los anticonceptivos y su ideologización sí han
contribuido a problematizar y estigmatizar la concepción. Incluso
semánticamente. Todavía debemos de preguntarnos, ¿por qué “anti”?,
¿cuál es el enemigo?. Resulta curioso, llamativo y descriptivo que allí
donde la apuesta es positiva (maternidad y paternidad responsable, hijos
deseados, etc), la nominación es, y siga siéndolo, negativa.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Los anticonceptivos no han permitido que hombres y mujeres


disfruten más de su sexualidad. De todas cuantas conductas eróticas los
humanos pueden realizar, sólo una es reproductiva: el coito vaginal. La
anticoncepción –y su carga ideológica- han servido para que tengamos
más conducta reproductiva que nunca. De hecho, paradójicamente, han
servido para que la erótica humana sea más coital (luego más como la
Iglesia siempre ha propuesto) que nunca. De hecho los anticonceptivos
–no es culpa de ellos, sino de cómo los usamos y cómo tenemos
amuebladas nuestras cabezas- nos están sirviendo sólo para que
tengamos conducta reproductiva sin consecuencias reproductivas. Para
que tengamos eyaculados intravaginales, pero sin hijos. Eso sí, para que
digamos, gritando como posesos, que la sexualidad no es sólo
reproducción. Pero, de hecho, nos comportemos como si sí.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

22. BESAME MUCHO [23]

1. Erótica y oralidad

A finales del siglo XIX el insigne Sigmund Freud en su intento de


descubrir los orígenes de la sexualidad humana describió tres etapas
evolutivas del erotismo infantil. Estas eran: la etapa oral, la etapa anal y
la etapa genital. Freud, y después sus seguidores, cometieron respecto de
esto dos grandes errores que conviene resolver y revertir. Estos fueron:

a. En primer lugar, Freud no cayó en la cuenta de la existencia de una


cuarta etapa del erotismo infantil: la etapa epidérmica. Esta etapa es,
en realidad, la primera y seguramente la más principal de todas ellas.
Tanto entonces como ahora, los niños nacen con “sed de piel” y
resuelven esta necesidad erótica lo mejor que pueden y les dejan.

b. En segundo lugar, Freud supuso erróneamente que estas tres etapas


eran secuenciales y disyuntivas. En razón de ello estimó que la
evolución hacia la madurez erótica implicaba el abandono de la etapa
anterior al ingresarse en la etapa nueva. Por ello introdujo el
concepto “fijación” que daba cuenta de una cierta detención de este
proceso evolutivo. En último término Freud consideraba que la
genitalidad sería el estado final -maduro y adulto- de la erótica
humana. Con ello no hizo sino contribuir a la “fijación genital” tan
propia de nuestro tiempo. Sin embargo no es justo culparle a él sólo,
ya que este logro cultural tiene muchos padres.

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Hoy podemos afirmar que en la erótica adulta coexisten –o pueden


hacerlo- armoniosamente las cuatro eróticas que evolutivamente van
apareciendo en la infancia: de un lado la olvidada erótica epidérmica; y
de otro las mencionadas eróticas oral, anal y genital. Sabemos además
que el proceso de madurez erótica no es un “traslado” a lo largo de unas
etapas evolutivas disyuntivas; sino un ingreso secuencial que propicia,
inclusivamente, la integración armoniosa de todas ellas en la erótica
adulta. Según esto la oralidad adulta no sería, en absoluto, ni “fijación”,
ni “regresión”, ni ninguna otra forma de infantilismo erótico.

De hecho afirmamos rotundamente que en la erótica adulta están


presentes, con más o menos centralidad, todas estas “eróticas infantiles”.
Y en este marco el beso suele ser, a la erótica oral madura, lo que el coito
a la erótica genital madura; o lo que la caricia es, a la erótica epidérmica
madura. Esto es: gestos eróticos centrales y sumamente frecuentes. Así
que la expresión amatoria de muchas parejas se constituya casi
exclusivamente de estos tres gestos eróticos: besos (de diferentes tipos),
caricias (de diferentes modos y en diferentes zonas) y coitos (en
diferentes posturas). Quedaría ausente la erótica anal (aunque mucho
menos de lo que suele creerse, decirse y aceptarse) abandonada al
ostracismo de lo sucio, lo indeseable, lo silenciado y lo prohibido.

La presencia de la oralidad en la erótica adulta es tan central que ha


creado lenguaje y cultura. De hecho todo nuestro restringido vocabulario
erótico está lleno de incontables referencias orales; y muchos de los
nombres que damos tanto a los genitales como a otras zonas erógenas
(incluso los considerados más groseros) hacen clara referencia al
universo de lo oral. Y muy frecuentemente, a lo comestible. A lo que nos
llevaríamos a la boca.

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2. El valor erótico de la boca

La boca está llena de innumerables receptores sensitivos que


informan a nuestro cerebro de los estímulos recibidos, inundándole así
de cálidas y gratas sensaciones. Así mismo la boca y cada uno de los
elementos que la constituyen –fundamentalmente lengua, labios y
dientes- son magníficos estimuladores con los cuales podemos regalar y
regalarnos de maravillosos momentos de amor y gozo.

Llamamos protuberancias sexuales a los estímulos anatómicos que,


en cada especie, tienen un valor de reclamo erótico. Por ejemplo la
colorida cola del pavo real o la melena del león. En nuestra especie la
boca es una protuberancia sexual. Así que los labios, los dientes o la
lengua resultan potentes estímulos que suscitan –o pueden hacerlo-
atracción, deseo y excitación. Por ello son imagen frecuentemente usada
en publicidad: por su potente capacidad de reclamo. Piénsese en una
boca atractiva provista de blancos dientes enmarcados en carnosos labios
sobre los cuales se desliza, provocativa y cadente, una lengua húmeda.
No tiene mucho que ver con un coche o una bebida,… pero estimula.
¡Vaya si estimula!

En razón de esto, conscientes o no, dedicamos un nada despreciable


esfuerzo en "mejorar" esta protuberancia y, a través de ello, nuestro
potencial atractivo.

Además de su atractivo, la boca –por lo tanto los labios, los dientes


y la lengua- es fuente de estimulaciones eróticas específicas y
sumamente gratas. Así: mordisquearle al amante los lóbulos, los pezones,
los labios o la lengua; morderle la espalda, la nuca, los hombros o las
nalgas; lamerle los genitales, los pechos o los muslos. O también: pasear
la lengua sin prisa por toda la superficie epidérmica amada; acariciar
dulcemente con los labios cada recoveco de su cuerpo; humedecer con
cálida saliva cada uno de sus poros; chupar, besar, susurrar, piropear
cada rincón de su geografía corporal... son, todos ellos, gestos eróticos
sumamente gratos y hechos amatorios con valor propio. No tienen por

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qué ser prolegómenos, ni mucho menos subsidiarios, de otras conductas


también posibles.

3. El instinto de besar

Tendemos a asociar instinto y animalidad; luego a contraponer


instinto y humanidad. Sin embargo lo que hace verdaderamente
peculiares a los humanos es que somos el animal con mayor cantidad y
mayor diversidad de instintos. Y, además, con mayores y mejores
recursos para gestionar esta potencialidad instintiva. También solemos
contraponer instinto a voluntad. Sin embargo una de las peculiaridades
de los humanos es que tenemos la potente capacidad de gestionar,
voluntariamente, nuestros instintos. Pues lo instintivo, si humano, está
sometido a voluntad.

La conducta erótica es en gran medida instintiva. Lo mismo podría


decirse del lenguaje, la bipedestación, la nutrición, la masticación, la
cooperación, la vinculación afectiva o la autoprotección. Ahora bien,
afirmar su original condición instintiva no significa en modo alguno
negar cualidad humana alguna a la erótica, ni mucho menos disminuir la
importancia del proceso de culturización. Pues los humanos –para bien;
pero también para mal- culturizamos y pasamos por potentes filtros de
cognición y cultura todos y cada uno de nuestros instintos. Hasta el punto
que en ocasiones –incluso despatrimonializándonos de un bien- somos
capaces de inhibir, anular o mutilar algunos de ellos.

Con el resto de los mamíferos compartimos mucha oralidad en la


relación materno-filial (que en ocasiones llamamos “la escuelita del
amor”). Así: el reflejo de succión del neonato o el lameteo maternal son
gestos casi invariables en todas las especies mamíferas que garantizan no
solo la nutrición alimenticia, sino la vinculación afectiva. Así mismo el
traslado maternal de los cachorros en casi todas las especies mamíferas
se produce mediante el mismo “mordisco no punzante en la nuca” que
muchos amantes humanos mutuamente se dispensan.

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Por otro lado la boca –especialmente los labios y la lengua- está llena
de receptores sensoriales eróticos y erógenos muy bien conectados con
el “cerebro emocional” y con los centros cerebrales responsables del
deseo y la excitación.

Las feromonas –sustancias volátiles de reconocimiento y


comunicación eróticas- se secretan fundamentalmente en glándulas
sudoríparas y salivares; y el órgano vomero-nasal encargado de la
recepción y decodificación feromonal está ubicado en la nariz, que a su
vez está íntimamente conectada con la boca.

La postura coital prácticamente exclusiva de los mamíferos es el


"coito a tergo"; esto es, con penetración posterior. Sin embargo, algunos
primates –y, entre ellos, los humanos- han dado prioridad a la
penetración de frente ("face to face"). Frecuentemente los antropólogos
han explicado este cambio postural por el anhelo humano de contacto
visual y bucal. Desde luego los sexólogos podemos dar cuenta que
muchas personas “necesitan” (como condición erótica ineludible) el
encuentro interbucal para la celebración del coito. No ya como
prolegómeno o como conclusión, sino como acompañamiento necesario.

Así como la cópula es una conducta que, relativamente, compartimos


con el resto de los mamíferos; el beso es un gesto erótico que,
relativamente, sólo compartimos con los primates.

Ahora bien, aunque es cierto que muchos primates también besan y


se besan (al menos producen contactos interbucales observables con
significación erótica), el beso no tiene en aquellos ni la diversidad, ni la
gramática, ni la significación que ha alcanzado en la especie humana.

Desde este punto de vista podría afirmarse que el beso es


probablemente una de las conductas eróticas más simbólica, más
subjetivizada, más culturizada y más evolucionada de cuantas los
humanos podemos llevar a cabo.

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Dicho así parecería que el beso es, sobre todo, construcción humana
y obra cultural. Sin embargo como suele ocurrir siempre respecto a
cualquier aspecto de la sexualidad humana, las cosas no son tan simples
como nos obstinamos en creer. Como ya hemos dicho la erótica –toda
ella- es en gran medida instintiva Y la oralidad –que es uno de los modos
de la erótica humana- es demasiado ancestral en nuestra especie y está
muy fuertemente anclada en nuestra propia neuroanatomía como para
que pueda explicarse estrictamente en términos de historia y cultura.
Pero en cualquier caso, la erótica humana está demasiado entretejida por
la historia y la cultura humanas como para poderse explicarse al margen
de ellas. Y esto porque las diferentes culturas han reconstruido el anhelo
interbucal humano dotándole de significados. Así que en la actualidad el
beso no es solo un hecho, sino –también- un símbolo; y no es sólo un
gesto, sino –también- un significado; no es solo un instinto, sino
–también- una costumbre.

4. El beso y las culturas

En nuestra cultura, la manifestación amorosa por antonomasia es el


encuentro y la comunión bucal entre los amantes. Esto es, en sus
múltiples formas: el beso. A través del beso no solo sentimos placer y
gozo sino que transmitimos nuestros más íntimos sentimientos y
sensaciones. Así pues la boca es a la vez fuente del propio placer e
instrumento a través del cual gratificamos a nuestro compañero o
compañera de juego amoroso.

El beso es una conducta erótica concreta. Una más entre cientos de


ellas. Pero como iremos viendo una bastante especial. De hecho en
nuestra cultura es la conducta erótica por excelencia: la más frecuente,
la primera que aprendemos en nuestra biografía erótica y la primera que
suele aparecer en cualquier acto erótico entre dos personas.

Su centralidad erótica es tal que en muchas ocasiones el encuentro


erótico no es sino una secuencia de hechos y gestos corporales –con más

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o menos compromiso genital- que “cuelgan” todos ellos de un largo y


continuado beso relativamente ininterrumpido.

Sin embargo aunque lo anterior es bastante cierto y generalizable en


nuestra cultura occidental, no en todas las culturas humanas el beso
ocupa un lugar tan central y preponderante en el encuentro erótico.

Por ejemplo en la cultura somalí, la cewa, la lepcha o la sirionó el


beso es una práctica poco frecuente; y desde luego nada promovida y
bastante censurada. Y entre los Tonga sudafricanos el beso es
considerado como un acto indeseable por absolutamente repulsivo; así
que lo relacionen con el asco (parecido ocurre en nuestra cultura con la
estimulación linguoanal o ha ocurrido no ha mucho con la felación y el
cunnilingus).

Que las culturas estigmaticen determinados comportamientos no


quiere decir que sus integrantes no los realicen. Como suele ocurrir en
todas las civilizaciones humanas –incluida la nuestra- las prescripciones
culturales condicionan pero no determinan la producción erótica de sus
miembros. Así tanto entre los somalíes, como entre los cewa, los lepcha,
los sirionó e incluso entre los Tonga muchos hombres y mujeres
conocen, practican y disfrutan de los besos cuando gozan de la suficiente
intimidad. Pueden no decir que lo hacen; pero sí hacen lo que no dicen.

Si hay una característica universal de la producción erótica humana,


cualquiera que sea el gesto erótico o la cultura en la que se lleve a efecto,
es que se apoya en razones (eróticas) que la razón (cultural) no entiende.
Lo cual ha sido dicho como: el corazón tiene razones que la Razón no
entiende.

A nosotros los occidentales esta visión negativa del beso de algunas


culturas africanas nos resulta, hoy, muy sorprendente porque en nuestro
contexto cultural el beso es una conducta muy entrañable, deseable y
promovida que relacionamos simbólicamente con los afectos en general
y con el amor en concreto (en contraposición con otros gestos eróticos
que suelen ser percibidos como desgajados de toda dimensión afectiva).

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Así mismo relacionamos simbólicamente el beso con lo casto, lo limpio,


lo inocuo y lo auténtico. Razón por lo cual no sólo no censuramos, sino
que promovemos algunos besos. Por ejemplo, el beso infantil (tanto entre
infantes; como entre éstos y los adultos). De hecho en nuestro tiempo es
una de las pocas conductas eróticas promovida en la relación entre
adultos y menores. Y está todavía exenta de la paranoica sospecha
antipederasta.

5. No es oro todo lo que reluce bajo el besar

Hasta hace bien poco las sociedades católicas han visto en el beso
(sobre todo el interlabial; y mucho más el interlingual) motivo de
escándalo público lo cual ha dado lugar a múltiples censuras artísticas o
–peor aún- a articulaciones penales punitivas en los estados
confesionales. Sin embargo -¡qué curioso!- actualmente el beso es la
única conducta erótica abiertamente consentida en los templos católicos
postconciliares. Incluso puede llegar a ser conducta requerida frente al
mismísimo altar en las ceremonias nupciales. Allí los contrayentes, a
instancias del propio oficiante, rubrican simbólicamente su vínculo
amoroso uniendo sus labios en un emocionante, público y aplaudido
beso ritual.

Habría razones para que en nuestra cultura no se promoviese el beso


como la conducta erótica más entrañable y deseable. De hecho el beso
es fuente potencial de algunos peligros imaginados y otros reales.

Algunos de estos peligros imaginados pueden resultar paranoicos.


Por ejemplo, actualmente en algunas sociedades avanzadas
–principalmente angloparlantes- el beso intergeneracional –sobre todo
el beso estrecho que incluye abrazo de un adulto a un niño- está
crecientemente sometido a la sospecha de abuso sexual del menor. Con
ello van produciendo niños, cada vez menos tocados y menos besados
(otro ejemplo de mutilación cultural de un instinto benéfico).

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Todo lo anterior dice más de los temores que de los peligros reales.
Sin embargo desde el punto de vista de las amenazas, el beso no es del
todo inocuo. Por ello habría razones profilácticas para hacer campañas
institucionales contra el beso en general y contra el beso con intercambio
lingual en concreto. Y esto porque, desde un punto de vista estrictamente
sanitario, el beso es una conducta de alto riesgo de transmisión de todo
tipo de gérmenes que puedan transportarse bien a través de la saliva, a
través del aire o, en menor medida, a través de la sangre. Lo cual incluye
infinidad de enfermedades más o menos graves que por razones
absolutamente inexplicables no son clasificadas como Enfermedades de
Transmisión Sexual (ETS). Es curioso comprobar como la clasificación
de las otrora denominadas “enfermedades venéreas” (esto es,
enfermedades relacionadas con la hermosura, el amor y el deleite carnal)
contemplen exclusivamente a aquellas que son propiciadas por contagio
intergenital; excluyéndose expresamente las que se producen por
contacto interbucal. Y esto en una cultura, la nuestra, en la que ningún
otro gesto erótico es más venéreo y venerado que el beso.

Por fortuna, y aunque este peligro realmente exista, nuestra neurosis


sexoprofiláctica no es todavía tan esperpéntica. Aunque el futuro
respecto a esto tampoco parece demasiado alentador.

6. El beso es fuente de gozo

Es bastante probable que la universalidad (digamos la “popularidad


intercultural”) del beso –incluso en las culturas que no lo promueven o
lo proscriben- no se deba exclusivamente a razones de fobias o filias
culturales. Más aún, me parece a mí, que la razón fundamental del éxito
de esta práctica es, precisamente, su cualidad gratificante. Según esto

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besaríamos sobre todo porque la experiencia es, en sí misma, gozosa,


grata, satisfactoria, divertida, simpática, estimulante y excitante. O por
decirlo más claramente: besamos por razones hedónicas. Sin desmerecer
las razones simbólicas.

Aunque “lo hedónico” ha sido históricamente muy desprestigiado en


nuestra cultura y se ha tomado como “antivalor” lo cierto es que
tendríamos que hablar un poco del beso en tanto que experiencia
hedónica. Pero para ello tendríamos que advertir, previamente, de
algunas trampas del idioma. Así convendría aclarar que bajo la etiqueta
“placer” se esconden una multiplicidad de sensaciones diversas, muchas
de las cuales ni siquiera tienen una palabra que las designe. De hecho los
términos: orgasmo, gusto, gustirrinín, gozo, cosquillas, escalofríos, etc,
designan con más o menos rigor sensaciones placenteras. Todas ellas
gratas, pero distintas y diversas.

Por otro lado sabemos que el placer es experiencia sentida, pero ¿qué
sentimos?. El verbo sentir sirve en castellano tanto para las sensaciones
como para los sentimientos. Sin embargo unos y otras pertenecen a
universos diferentes. El latín diferenciaba entre los verbos sentire y
sensare; pero en castellano el verbo “sensar” (que los sexólogos solemos
usar) no existe. Ahora bien entenderíamos mejor lo que nos pasa, si
sintiésemos los sentimientos y sensásemos las sensaciones.

Así pues convendría aclarar que el placer –que es sensación- no se


siente, sino que se sensa; aunque pueda propiciar, de hecho suele
hacerlo, también, que sintamos (sentimientos). Las emociones (como el
amor) son precisamente sensaciones sentidas o, también sentimientos
sensados. Esto es, participan de la doble realidad de los sentimientos y
de las sensaciones.

La experiencia hedónica (esto es, el placer sensado) requiere de unos


soportes neuroanatómicos. De hecho sólo sensamos placer si: a)
previamente a la experiencia placentera, tenemos un muy complicado
sistema neurológico que comunica los receptores exteroceptivos con el
llamado cerebro emocional; b) nuestro cerebro es capaz de producir una

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determinada respuesta fundamentalmente electroquímica (que incluye la


liberación masiva de determinados neurotransmisores); y c) esa respuesta
cerebral es percibida subjetivamente por el cerebro consciente como
“placentera” (de suerte que esta, como cualquier otra percepción
subjetiva, está sometida a toda suerte de filtros cognitivos).

Todo esto incluye mecanismos de recepción, codificación,


decodificación y transmisión de determinados estímulos en determinados
lugares de nuestra geografía corporal que se comunican con
determinados centros de nuestro cerebro. Es éste el encargado de
producir esta respuesta fruto de lo cual tenemos la percepción subjetiva
de placer. Ni qué decir que el beso participa y activa toda esta circuitería.

7. Gramática del beso

Dijimos antes que el beso no es sólo hecho, sino un símbolo; que no


es sólo gesto, sino significado; que no solo instinto, sino costumbre. Con
todo esto lo que ha ido ocurriendo es que la cultura ha ido
“gramaticalizando” el beso de suerte que a través de él se “dicen” cosas
y estas cosas significan razonablemente lo mismo para quien las “dice”
y para quien las “escucha”. Y esto porque se ha ido produciendo una
relación entre significantes y significados de este besar.

Esta gramaticalización del beso ha propiciado así mismo la


existencia de besos sin significación erótica alguna. Esto es, besos
deserotizados. Entre otros muchos: el beso ritual de saludo, el beso de
aceptación de perdón, el beso identitario mafioso, el beso delator de
Judas, el beso de respeto a las reliquias u otras materias sagradas, el beso
humillado de los pies del ensalzado, el beso “aseptizante“ dado al pan
caído, el beso “sanador” del morado o la herida, el beso a la alianza, etc.
Todos ellos son besos con usos y significados anaeróticos.

Otras culturas también han deserotizado otras conductas eróticas para


usarlas, casi siempre con fines rituales, para motivos extraeróticos. Por

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ejemplo los israelitas vetusto testamentarios usaban la


heteroestimulación genital como gesto de confianza y aceptación (casi
como un fuerte apretón de manos actual); los machos dominantes de las
tribus urbanas actuales usan la autopalpación genital como símbolo
ostentoso de poder, de desinterés o de determinación; o los kágaba
colombianos exculpan sus culpas sexuales repitiéndolas (eso sí, sin
lubricidad alguna) ante Heisei, que es su dios de la sexualidad.

Todo esto en cuanto a besos –u otras conductas eróticas- que han


adquirido cierta significación y cierta gramática que sirve a fines no
eróticos. Sin embargo –en el territorio mismo del cual el beso es deudor:
la erótica- hay una multiplicidad de besos distintos con significados
eróticos bien diferentes. El contexto, la duración, la zona anatómica, la
estrechez del lazo y el ingreso en el espacio corporal del otro son, entre
otras, variables que determinan diferentes tipos de beso y diferentes
significados de estos símbolos.

Así un paternal beso en la frente, dice cosas bien distintas que un


casto beso en la mejilla o que un beso lanzado al aire con la palma de la
mano. En absoluto tienen el mismo contenido, ni significación erótica
similar, la huella del beso dejada en una carta o en un espejo, que la de
un beso apenas sostenido en el cuello o la de un largo y juguetón beso en
el lóbulo de la oreja. No comunicamos ni entendemos las mismas cosas
de un furtivo beso labial, de un apasionado beso bucal o de un
interminable y apretado beso con intercambio lingual. Mucho menos
puntuamos del mismo modo un húmedo beso en los pechos, un
encendido beso en los genitales o un inquietante beso anal.

Todos ellos son besos, y todos ellos son distintos. En cualquier caso,
a través de todos ellos, con los unos más y con los otros menos, vamos
escribiendo la historia de nuestros sentimientos y de nuestras sensaciones
más íntimas.

8. Epílogo: curiosidades e ironías orales.

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1. Algunos eruditos aseguran que el secreto encanto de Cleopatra no


estaba en su nariz, sino en su boca. Según esto, el rudo Marco Antonio
quedó fascinado por sus excelsas cualidades como felatriz. En aquel
tiempo los romanos, consideraban la felación como una práctica exótica
que relacionaban con Oriente. De hecho Aristófanes se refería a ella
como "hacer el fenicio". En la España actual se le supone origen
transpirenaico y se conoce como "hacer el francés". En uno y otro caso,
se tiende a considerar como una practica no aborigen. Esto ni fue cierto
en la Roma Clásica, ni es cierto en la España actual. Las bocas y los
penes llevan milenios visitándose.

2. Como ya hacíamos en nuestros primeros años de vida, si pudiésemos


y nos dejasen -aunque fuese simbólicamente-, nos llevaríamos a la boca
todo aquello que nos resultase atrayente y deseable. O por mejor decir,
si fuese posible, nos encantaría llevarnos a la boca a todo aquel o a toda
aquella que nos resulten atractivos y deseables. Seguramente por eso el
vocabulario erótico está lleno de simbolismos orales. Muchas formas de
expresión de la atracción, el deseo y el enamoramiento mencionan
expresamente lo oral. Y en muchas ocasiones la gastronomía y el
erotismo se mezclan. Así: “está muy apetecible”, “está riquísima”, “es
sabrosón”, “está para comérselo”, “está como para chuparse los dedos”,
“le comería a besos”, "a ese culo le daría yo un bocado", etc. Por otro
lado muchos términos con los que designamos las zonas erógenas (desde
los más groseros a los más poéticos) se adentran en el terreno de lo
comestible. Así: nabo, cucurucho, chupete, almeja, chirla, melones,
peras, cántaros de miel, caldito de tu cuerpo, etc. Los primeros padres de
la Iglesia -con Tertuliano al frente- tomándose esta metáfora
gastronómica muy al pie de la letra consideraron la felación como una
forma de antropofagia.

3. La saliva es el mejor y más abundante lubricante corporal. También


es un buen antiséptico. Gracias a ella la lengua adquiere ese peculiar y
gratificante tacto húmedo que resulta al tiempo cálido y fresco. El frescor
suele producirse por evaporación. De hecho soplar sobre la piel
previamente humedecida de saliva produce un simpático escalofrío local.

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4. Los pintalabios, ese subrayado lunar junto a la boca, las cada vez más
cuidadas barbas, etc. son, entre otros muchos, recursos de los cuales nos
hemos dotado para “mejorar” nuestra boca y resultar más atractivos.
Como cualquier otra protuberancia sexual invertir en ella incrementa el
valor de nuestras acciones en el mercado erótico-bursátil.

5. En estos momentos parece que el referente “Salud” tiene mayor


prestigio que el referente “Belleza” y desde luego estos dos tienen mucho
más prestigio que el referente EROS (o erótica). En razón de ello
revestimos de “búsqueda de salud” lo que no es sino “búsqueda de
belleza”. Y disimulamos con belleza lo que es en realidad “anhelo
erótico”. Con ello, y cada vez más, los criterios de salud, de belleza y de
erótica se confunden y se solapan. Hoy en día los retoques quirúgicos de
los labios (perfilados y prótesis silicónicas), los aparatos de ortodoncia,
las prótesis dentales o los blanqueados del esmalte dental son, de hecho,
servicios estéticos bucales al servicio de la atracción erótica dispensados
desde la medicina. Y los odontólogos son hoy más esteticistas que
sanadores.

6. Priorizar criterios de salud, sobre criterios de belleza o cualquiera de


estos sobre criterios eróticos puede resultar gravemente perjudicial para
la salud, el equilibrio y el bienestar eróticos. Las personas en exceso
pulcras, las asépticas o muy sensibilizadas con nuestra coexistencia con
los gérmenes están muy limitadas es sus posibilidades eróticas. Acaban
viendo peligros donde hay oportunidades. Así mismo las personas en
exceso esteticistas también tienen limitado su potencial erótico. Acaban
deconstruyendo el cuerpo en la búsqueda de un ideal estético irreal en
vez de descubrir la belleza y la eroticidad que, en su imperfección, el
cuerpo real encierra. Con frecuencia acaban con tal distorsión perceptiva
que ven feo o repulsivo lo que, de sí, es bello y atractivo.

7. Como ha quedado dicho los humanos disponemos de erótica:


epidérmica, oral, genital y anal. Muchísimos gérmenes –más o menos
patógenos- tienen nuestras mismas aficiones y sienten preferencia
precisamente por la piel, la boca, los genitales y el ano. Con lo cual
gérmenes y erótica van indisolublemente asociados. Afortunadamente

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–no todo iba a ser malo- todo parece indicar que amar y gozar mejoran
sensiblemente nuestro sistema inmunológico.

8. El beso con intercambio lingual es conocido como “beso francés” (el


diccionario juvenil de cualquier instituto también lo conoce como “beso
de tornillo” o “muerdo”). Como ya se ha dicho es considerado repulsivo
en determinadas culturas. En la nuestra se consideró obsceno hasta no
hace mucho. Desde un punto de vista sanitario es el idóneo para el
intercambio de gérmenes. Algunos de ellos patógenos. Pero amar es
compartir. Y no sé por qué los gérmenes habrían de excluirse de este
patrimonio comunal del amor.

9. Como ya se dijo en algunas culturas se considera la boca como algo


sucio. En nuestra cultura los “sucios” son los genitales, mientras que la
boca se tiene por limpia. De hecho, aún hoy, muchas (limpias) bocas
europeas no se permiten ningún (sucio) acercamiento genital. Desde un
punto de vista microbiológico los Tonga sudafricanos están más cerca de
la verdad; pues aunque la saliva sea un buen antiséptico, la boca es
bastante séptica. De hecho, y aunque tradicionalmente sólo se han
considerado enfermedades de transmisión sexual (ETS) a aquéllas cuyo
contagio se produce por interacción genital, muchos gérmenes
contagiosos se valen de los intercambios bucales para saltar de un
individuo a otro. Así que gripes, catarros, faringitis y muchas otras
enfermedades respiratorias podrían ser consideradas ETS por vía
interbucal. Sirva este comentario para desdramatizar los gérmenes y no
para problematizar los besos.

10. La mayor parte de las prostitutas no ofrecen entre sus servicios


eróticos el beso. Mucho menos el beso apretado de bocas abiertas y
esgrima lingual. La razón podría ser profiláctica (se protegen de
infecciones trasmitidas por la boca), pero suele ser, sobre todo,
simbólica: dejan los besos para sus amantes.

11. Puede considerarse el chupete infantil como el primer y único


artefacto erótico que los padres proveen a sus hijos de forma habitual. El
chupete, digámoslo sin pudor, no es más que un "consolador bucal".

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Curiosamente se expende en supermercados y farmacias. Y no se


encuentra en los sexshop. Ni es un producto al que se le aplica el IVA
especial de “artículo de lujo” que sí se aplica a todos los juguetes
eróticos.

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23. EL TEST DEL CONTONEO GLÚTEO [24]

Desde que, en los años ochenta, emergiese con fuerza el uso del
concepto género (crecientemente desligado y desdeñante del sexo) el
milenario dualismo Cultura/Naturaleza (o sus corolarios:
Innato/Aprendido; Mente/Cuerpo; divino/humano; Biología/Psicología,
etc.) se ha robustecido hasta el esperpento.

Se habla ya de una doble realidad del todo disociada: de un lado, el


sexo; del otro, el género. En primera instancia el Sexo sería Biología y
el Género sería Cultura. Aunque luego suele resultar que una realidad
trata de un sexo constreñido y miserabilizado y la otra realidad trata de
un género sobredimensionado y mitificado.

El asunto nos está haciendo perder mucho tiempo y energía,


pero–bien mirado- también puede servirnos al entretenimiento
intelectual. Entiéndase pues éste documento como un juego para la
provocación y el divertimento cognitivo. Se trata del “test del contoneo
glúteo”.

Las pelvis femenina y masculina son distintas. La femenina tiene una


mayor angulación del arco del pubis y tiene así mismo mayores
distancias -relativas y absolutas- entre sus espinas ciáticas. Esto supone
una especialización anatómica funcional y adaptativa para el embarazo,
el parto y -más discutiblemente- para la función centrípeta del coito. La
pelvis masculina es más estrecha y con un arco púbico con diferente
angulación (más agudo). Ello provoca que el ángulo formado por los
respectivos fémures respecto al eje vertical de bipedestación sea

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diferente en hombres y mujeres. Esta diferencia es biológica y por lo


tanto según el modelo sexo/género, es una diferencia sexual. El factor
que la produce es el sexo. Quiero decir ese sexo: o sea, el sexo biológico.
Vamos que no es cuestión de género.

Los femures masculino y femenino también son distintos. El


masculino, por influencia de la testosterona, tarda más en cerrarse y
termina siendo más grande. Esta diferencia ósea explica bastante de las
diferencias sexuales en la altura de los humanos. Se trata de sexo. Quiero
decir ese sexo: o sea, el sexo biológico. Vamos que no es cuestión de
género.

De la diferente distribución de grasas regulada endocrinamente


resulta una distinta geografía somática en los cuerpos masculino y
femenino. Por esta razón las líneas del cuerpo femenino se redondean,
mientras que las del cuerpo masculino se "aristan". Las grasas femeninas
se acumulan en el bajo vientre, nalgas, caderas y pechos, mientras que
las grasas masculinas tienen una distribución menos especializada. Esta
peculiaridad femenina supone sin duda una especialización anatómica
funcional y adaptativa para la gravidez y la lactancia. Nuevamente es
otra diferencia sexual y el factor diferencial es biológico, por lo tanto
desde el punto de vista del modelo sexo/género, la distribución de grasas
es sexo. Quiero decir ese sexo: o sea, el sexo biológico. Vamos que no
es cuestión de género.

De la actuación sinérgica de estas peculiaridades –longitud femoral,


distribución de grasas y ángulo femur/eje longitudinal- se obtiene un
diferente modo de marcha en bipedestación. En el caso femenino
osaremos llamar a este modo de marcha como "contoneo glúteo",
admitiendo que es propio del caminar femenino. El modo de marcha
masculino al que nominaremos como "rigidez glútea", está así mismo
determinado por los mismos elementos, que se manifiestan y construyen
de modo distinto. De momento hablamos de biomecánica y el factor
diferencial de estos dos modos de marcha sigue siendo el sexo. Quiero
decir ese sexo: o sea, el sexo biológico. Vamos que no es cuestión de
género.

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Ahora bien, -y a partir de ahora nos centraremos exclusivamente en


el "contoneo glúteo" femenino- a lo largo de la historia este modo de
marcha femenino ha adquirido un valor simbólico de feminidad: se ha
convertido en un signo con un contenido culturizado. El significante se
torna significado: la carne se hace verbo.

Ha adquirido no solo un significado y una interpretación sino


también un valor -e incluso un precio-. A partir de todo ello, se han
articulado mecanismos y artificios que podemos decir "socioculturales"
para incrementar (a veces también para decrementar) este pendular
contoneo. De este modo, a lo largo de la historia de Occidente, los
tacones, las varillas, los miriñaques o los zagalejos, los ceñidos ropajes,
las fajas, los corsés, la minifalda, la falda caída o los faldones
hiperquinésicos han sido recursos a través de los cuales la cultura -en el
cuerpo de la mujer- se ha dotado de lenguajes, de signos, de significados,
de valores, etc. Puede decirse que se han creado incluso un importante
mercado del "marcado de oscilantes caderas".

Desde el punto de vista del modelo sexo/género las diferencias -que


son culturales- del marcado y marcaje de caderas en virtud de que estás
sean masculinas o femeninas serían diferencias de género. Quiero decir
de ese género: o sea, del género cultural. Vamos que no es cuestión de
sexo. Es ya otra realidad: otro asunto. Aunque no se vea muy bien dónde
y cómo, se ha cruzado el linde. La frontera entre realidades ha sido
traspasada.

Cuando un varón, por cualquier motivo, pretende representar "lo


femenino" dramatiza casi como primer signo corpóreo este contoneo
glúteo. Camina pues, oscilando su cadera hacia un lado y otro. Hacia el
Este y hacia el Oeste, pendularmente. Y puede afirmarse que existe cierta
universalidad transcultural en la decodificación de este signo. Es
relativamente similar en un "show" de un tugurio de carretera en
Arkansas al de una ceremonia ritual en Madagascar o una simulación
bromista en Nueva Guinea. Así pues, puede decirse que esta
identificación signo/mujer se ha convertido en una "representación
cultural de carácter universal". Y esta gramaticalización transcultural es

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de género. Quiero decir de ese género: o sea, del género cultural. Vamos
que no es cuestión de sexo.

Con todos estos datos encima de la mesa podemos ya preguntarnos:


es el contoneo glúteo ¿un contoneo sexual o un contoneo de género?, si
el contoneo lo realiza una mujer sin artificio alguno ¿es un contoneo
sexual o de género?, y si lo realiza un hombre impostando el gesto ¿es
un contoneo sexual o de de género? Si fuese la mujer quien incrementase
tal contoneo a través de tacones y minifaldas o si aprendiese a cruzar sus
pasos “como si pisase una línea” ¿estaría "generizando su
sexocontonear"?

Yo creo que tales preguntas son valiosas y que la curiosidad


escéptica sobre estos asuntos es del todo legítima. Así que busco
respuesta a estas cuestiones. Y para ello me inspiro en los argumentos de
autoridad más frecuentes de uso en las diversas ramas científica. Con
todo ello resulta que: a) del contoneo sexual (quiero decir biológico,
orgánico, material) se ocuparían los investigadores naturales; b) y del
contoneo de género (quiero decir cultural, simbólico, aprendido) se
preocuparían los investigadores sociales.

Pero esto no aclara el papel de la Sexología en el conocimiento del


tal contoneo. Así pues no aclara mi propio papel como sexólogo. ¿Estaré
disciplinarmente emigrando cuando persigo este objeto? Al parecer si.

Tengo por cierto que la propia Sexología –por su condición híbrida-


tampoco ha sabido del todo definirse dentro de esta clasificación entre
ciencias blandas y ciencias duras. Y me resulta evidente que hay una
tradicional y marcada vocación sexológica por los métodos y las
materias de las segundas. Pero ¿cuál sería el papel de la Sexología
respecto al conocimiento del tal contoneo?. Me temo que poco o
ninguno. Y esto porque se presume la Sexología no ha ocuparse de estos
movimientos laterales que las caderas realizan en la marcha, sino de esos
otros movimientos -que llamaremos "antero-posteriores"- que las
caderas, aunque mejor la pelvis, realizan cuando participan en la otra
"marcha". La que suele celebrarse en horizontalidad. Y esta

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representación –este tópico- está muy extendido tanto fuera como dentro
de las fronteras sexológicas.

Lo cierto es que me llena de perplejidad y de inquietud este asunto.


Si el contoneo biológico es un contoneo por sexo, o sea un contoneo
sexual, digo yo que será susceptible de ser abordado por la curiosidad
sexológica. Siempre que la haya. Pero resulta que el propiamente sexual
es el contoneo anteroposterior, del que no cabe duda alguna que sí es,
propiamente, materia sexológica. Tan sexológica que, en este caso, los
sexólogos pueden –y suelen- interesarse tanto por los aspectos duros,
como por los aspectos blandos de tal asunto. Por la biología y por la
cultura de los vaivenes pélvicos.

Me parece a mí que alguna disciplina científica debería de poder


explicar la naturaleza, la génesis, la historia, la significación, etc. del
contoneo glúteo (tanto de sus aspectos blandos, como de sus aspectos
duros) con algún grado de fiabilidad, integración y coherencia. Alguna
rama de la ciencia debería de ofrecer alguna coherencia teórica que
permitiese ordenar con sensatez, rigor y lógica desde la configuración
ósea femoral y las hormonas responsables del almacenamiento graso
glúteo, hasta la significación simbólica de este sinuoso pendular.
Pasando, por ejemplo, por alguna explicación que permitiese entender la
inquietante correlación negativa entre la superficie de tela y el precio de
las minifaldas. Y ya puestos, la tal ciencia quizás podría diferenciar, y si
cabe interconectar, ambos contoneos: el latero-lateral y el
antero-posterior. Pues, una vez metidos en harina, uno adivina
claramente conexiones y relaciones. Esto es, consistencias.

Yo creo que si la tal rama científica no existiese habría que


inventarla. Pues la alternativa sería una ignorancia desgajada de los
misterios contoneantes. A lo que yo personalmente me niego
rotundamente.

Pues bien, comunico con humildad que esta ciencia no hay que
inventarla. Con más o menos éxito de crítica y público está inventada
desde principios de siglo XX. Más aún, que el desconocimiento de su

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existencia es negligente ignorancia. Que puede ser foránea, pero también


autóctona. La tal disciplina, lógicamente, se llama a sí misma Sexología
y se preocupa de “lo sexual” o del “hecho sexual”: o sea, del hecho de
los sexos. De sus diferencias, de sus identidades y de sus relaciones.

Así pues se dedica, entre otras muchas cosas, a desentrañar, a obtener


conocimiento cierto sobre la naturaleza y el significado de estos
oscilantes movimientos de glúteos y caderas.

¿Y de los otros? ¿De los pélvicos? Sí, de los otros, también. Quiero
decir: “no sólo, pero también”.

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24. ¡CLARO QUE ESTAMOS PARA CUENTOS! [25]

Tuve un maestro que -como los grandes clásicos- transmitía sus


conocimientos a través de parábolas, imágenes, metáforas, cuentos, mitos
y leyendas. Discutíamos un día sobre los hombres y las mujeres, sobre
el desuso del concepto sexo y la creciente expansión del concepto
género, cuando en un momento del diálogo, sonrió con picardía y me
dijo:

- “Me temo que no conoces el cuento del Castillo de Babel”.


- Pues no -contesté yo con no menos maliciosa sorna- pero adivino
en el fulgor de su mirada que estoy a punto de hacerlo".

Mi viejo maestro, tras soltarme un pescozón sonriente, respiró dos


bocanadas de paciencia y me relató, más o menos, lo que ahora os
cuento.

ERASE UNA VEZ, en un país muy, muy lejano, que había un


enorme castillo situado sobre una hermosa montaña. En el Castillo de
Babel -ese era su nombre- vivía un rey sabio que gobernaba con justicia
y sabiduría sobre una muchedumbre de vasallos-científicos que con él
habitaban en aquel remoto lugar. El castillo tenía en su cúspide una
magnífica sala regia donde se celebraban las reuniones científicas; y en
sus sótanos, una multitud de laboratorios donde trabajaban, divididos por
clanes, todos y cada uno de los vasallos-cientínficos que allí habitaban.
Que por cierto, eran muchos y muy laboriosos.

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Como fuera que los vasallos-científicos del Castillo de Babel


hablaban diferentes idiomas, no podían entenderse entre sí. Por culpa de
esto a menudo desconfiaban y recelaban cada clan de los otros. Además
muchos pensaban que las materias de los otros –de las que tenían escasa
información- eran de menor importancia. Esto sin contar con los
consabidos celos entre clanes y la competencia por las atenciones del
rey. Vamos, que –sin llegar al desprecio- las relaciones no eran todo lo
cercanas y confiadas que podría imaginarse.

El rey-sabio sin embargo conocía todos los idiomas de todos los


clanes del castillo. Y hablando con unos y con otros se enriquecía de los
conocimientos de cada uno de ellos. De esta forma el rey era, día a día,
más sabio y más admirado por sus súbditos. Y en tanto que era deseo del
rey que cada clan se enriqueciese de los conocimientos de los otros
clanes, una vez a la semana mandaba reunir a los representantes de cada
uno de los clanes en el gran salón regio. Allí, les mostraba, a cada cual
en su propio idioma, los avances científicos que los otros habían
desarrollado. De este modo, todos aprendían -por boca del rey- de los
desarrollos elaborados por los otros clanes.

Un buen día (en realidad era de noche) y estando el rey entretenido


con la reina en sus privados aposentos, se preguntó: "¿dónde está, qué es
y para qué sirve realmente el sexo?". Y no sabiendo encontrar –ni el uno,
ni la otra- buena respuesta, decidieron dar prioridad a la investigación de
estas cuestiones. Así que, en cuanto levantó el día, transmitió esta
cuestión a cada uno de los clanes de vasallos de su castillo para que
hallasen cabal solución.

A la vuelta de muchos y muy laboriosos meses de investigación


llegaron a la cámara real los vasallos del clan genetista y alborozados le
dijeron: "Señor, tenemos tu respuesta. El sexo está inscrito en los
cromosomas y sirve para perpetuar los genes". El rey regalándoles su
enorme sonrisa -que por cierto ocupaba la mayor parte de su inmenso
cuerpo- se sentó presto y comenzó a escuchar lo que los genetistas traían.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Apenas se habían puesto a discutir sobre cromosomas y genes,


cuando invadieron la sala los vasallos del clan endocrino gritando con
júbilo: "Señor, tenemos tu respuesta. El sexo está inscrito en las
hormonas y sirve para diferenciar". El rey, emocionado, pidió orden para
debatir con sosiego estas observaciones. Las de los unos y las de los
otros. Así pues mandó a los endocrinos que se sentaran en su mesa y
retomó como pudo la conversación. Con los unos en idioma genético y
con los otros en idioma endocrino. Era muy complicado el asunto del
multilingüismo, pero el rey ya estaba acostumbrado a ello y lo llevaba
con resignación.

Recién iniciado el debate, planteadas ya las grandes líneas maestras,


la gran puerta del salón regio volvió a abrirse. Eran los vasallos
gamético-gonadales que pertrechados de sonoros megáfonos cantaban en
su críptico idioma: "Oe, oe oe, oe. Ya está. Ya está". Y avanzando a
saltos de alegría, el portavoz gamético-gonadal se acercó al rey y
elevando su chillona vocecilla por encima de griterío vociferó: "Señor,
tenemos tu respuesta. El sexo está inscrito en los gametos y en las
gónadas. Y sirve para reproducirse".

El rey, al que no le gustaban nada ni el caos ni el griterío, trató de


poner orden entre tanto desconcierto. Se puso de pié, alzó los brazos y
con gran esfuerzo de voz pidió silencio para reiniciar el debate. Ordenó
con firmeza a los gamético-gonadales para tomasen asiento en el suelo
-en la mesa no cabía nadie más- y, tras muchos y eternos minutos de
tensión y zozobra, consiguió que se reiniciara el debate con algún orden.
Habló y mandó hablar; escuchó y mandó escuchar. Ora en genetista, ora
en endocrino, ora en gamético. Y vuelta a empezar.

Y bien que lo logró. El asunto empezó a tomar cuerpo. Casi había


logrado entrar en el amable calor teórico, en la inquieta curiosidad y en
la crítica interpelación, cuando… ¡un gran estrépito silenció sus
palabras!. Los goznes se habían vencido y las dos grandes puertas
policromadas del salón regio crujieron bajo las estruendosas pisadas de
los vasallos del clan genital que recitaban a coro: "Campeones,
campeones, oe, oe, oe".

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"¡Basta! -gritó el rey aturdido- ¡no quiero más gritos en esta sala
regia!". "Pero Señor -dijo el más viejo del clan genital alzándose sobre
las maltrechas puertas, primero; y trepando sobre la mesa regia, después-
tenemos tu respuesta: quiero oficialmente comunicarte que el sexo está
y son los genitales. Y sirven para los goces, para sentir y para sensar".

El rey, aturdido, trataba al tiempo de poner orden en su cabeza y en


su salón. Jamás se había producido tanto desorden en la gran sala regia,
ni tanta confusión en su cabeza. A decir verdad no se lo podía creer. Fue
entonces que sintió que alguien tiraba de su capa. Se volvió raudo y
enfadado y oyó claramente el sonido seco e hiriente de su capa
rasgándose. Tras de sí una decena de diminutos neurólogos que, sin dejar
de hacer jirones de su capa, gritaban exultantes: "Señor, tenemos tu
respuesta. El sexo está inscrito en el cerebro y sirve para anhelarse, para
amarse, buscarse y encontrarse".

Confuso y enfurecido, el rey tiró enérgicamente de lo que quedaba


de capa consiguiendo solo rasgarla definitivamente hasta quedarse
apenas con una especie de corbata ridícula colgando sobre su
apesadumbrada espalda. Levantó la vista, colérico y fuera de sí cuando...
¡Sí!, justo… fue precisamente en aquel nublado momento, que vio al
fondo de la sala regia un tumulto ensordecedor del cual sobresalía una
pancarta firmada por los vasallos del clan anátomo-somático que decía:
"El sexo está en la morfología somática y en los caracteres sexuales
secundarios y sirve para la diversidad".

"¡¡¡Basta!!!, "¡¡¡¡Basta!!!, ¡¡¡. ¡¡¡Se acabó!!! -gritó el rey ya


totalmente fuera de sus casillas- ¡No quiero que nadie mencione más la
palabra sexo!. ¡A partir de ahora, queda prohibido el sexo!, ¡queda
oficialmente abolido!, ¡¡¡Me duele la cabeza!!!". ¡¡¡Basta!!!".

Y, claro, tuvo que repetir las mismas palabras en cada uno de los
idiomas de cada uno de los clanes allí reunidos, para que todos
entendiesen y callasen. "Prohibido hablar de sexo" gritó en idioma
genetista, y en idioma endocrino, y en idioma gamético-gonadal, y en
genital, y en neurológico, y en anatomo-somático. Y tanto tuvo que

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

gritar que su dolor de cabeza fue en aumento. Y creció tanto el dolor que
llegó a ser más grande que su enorme cabeza. Llegó a ser un dolor más
grande que la sala entera. ¡Qué digo! El dolor acabó siendo más grande
que el castillo entero. Esto medido objetivamente, porque subjetivamente
al rey le parecía tan inmenso, creciente y oscuro como el universo
mismo.

Y sobrepasado por la pesada carga de aquel dolor, empezó a


derrumbarse mientras se cocía en su propio sudor frío. Y el silencio en
la sala Regia fue haciéndose al mismo tiempo en que el rey caía
quedamente hasta lo más profundo del suelo. Y fue entonces cuando el
silencio lo había invadido todo, que aparecieron los vasallos juristas.
Durante un segundo quedaron parados en el umbral de la gran puerta
desvencijada mirándose entre sí. Su portavoz se hizo sitio y
malinterpretando el silencio como señal de respeto consideró que todos
allí esperaban sus doctas palabras. Así que se aclaró la voz e impostando
el timbre declamó: "Señor, he aquí tu respuesta: El sexo está inscrito en
el registro civil y sirve para clasificar y dar fe".

"¡Se acabó!", "¡Basta! - barruntó el rey desde el suelo en idioma


jurista- he dicho que no quiero oír hablar más de sexo". Y lo repitió de
inmediato en el idioma de los psicólogos, en el de los pedagogos, en el
de los antropólogos y en el de los sociólogos que justo en aquel mismo
momento entraban por la puerta empujándose los unos a los otros.
"¡Basta, he dicho! ¡Oh!, mi cabeza… ¡No quiero oír más la palabra ".

Fue entonces cuando el líder de los pedagogos dijo: "Señor, con su


venia. Nosotros podemos contestar su pregunta sin tener que mencionar
la palabra prohibida". El rey palideció, más no dijo nada. No es que no
quisiera, es que no le quedaban ya ni fuerzas para negarse. Y siguió el
pedagogo: "Las cosas de los hombres y las mujeres están en el género.
Y el género se aprende con la educación. Y sirve para la discriminación".
El rey apretó la frente, pues un doloroso pinchazo hacía un arco voltaico
entre sus plateadas sienes. Justo entonces, el más valiente y rápido de los
psicólogos aprovechó el filón y el silencio y dijo: "Señor, el género es el
autoetiquetaje adquirido; que es una construcción cultural para la

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

identificación individual". Y el antropólogo más viejo, azuzado por los


codazos de sus compañeros, replicó solemne: "El género es un guión
cultural y sirve para prescribir reglas biográficas". Y el representante de
los sociólogos, azuzado por las miradas y los empujones de los de su
clan, clamó como si en ello le fuera la vida: "El género, Señor, son los
papeles sociales y sirve para la organización social".

El rey exhausto, apenas pudo estirar un brazo tembloroso para pulsar


un botón rojo antes de desvanecerse en las oscuras aguas de la
inconsciencia. Y al momento apareció la guardia con sus cascos negros
y sus escudos electrificados. Se desalojó la sala regia en un mismísimo
santiamén. Claro está que hubo huesos quebrados y quedaron bastantes
títeres sin cabeza, pero no vamos a detenernos en eso. El caso es que
-acabados los porrazos, codazos y trompazos- la Sala quedó silenciosa
y vacía. Después, fieles cuidadores retiraron el cuerpo inerme del rey
hasta sus alojamientos. Allí le hicieron beber un brebaje analgésico y le
postraron en su lecho donde permaneció -acostado y delirante- durante
siete largos días con sus inacabables siete noches ahítas de infernales
pesadillas.

Cuando su jaqueca por fin remitió, mandó el rey poner en cada uno
de los laboratorios una inscripción tallada con el siguiente lema: "Me
pregunté por el sexo y conseguí sólo desorden y jaqueca. Queda, pues,
abolido el sexo".

Desde entonces en el Castillo de Babel nunca más nadie se preguntó


qué es, ni dónde está, ni para qué sirve el sexo. Y abolido el sexo, dieron
por bueno que hombres y mujeres eran iguales, inconexos e incorpóreos.

"Y Colorín Colorado este cuento se ha acabado". Sentenció mi


maestro al tiempo que recogía sus papeles en su raída cartera.

.- “¡Pero esto no puede acabar así!” (¡glup!, me di cuenta que estaba


gritando como los vasallos, así que modulé la voz, templé el ánimo
y continué con un susurro inquiriente), “creo que tengo algunas
preguntas que hacerle”.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

.- "Pregunta, si ese es tu deseo" -contestó mi viejo maestro


mostrando algún signo de fatiga-.
.- "¿Qué fue del clan de los sexólogos?, ¿o es que no había sexólogos
en el Castillo de Babel?, ¿qué fue de ellos?, ¿por qué no fueron a la
sala regia?, ¿qué hicieron después?, ¿cómo resolvieron la
prohibición?, ¿qué hicieron con ella?, ¿siguieron investigando sobre
el sexo?".
.- "¡Respira, hombre, que te vas a ahogar! Por supuesto que había un
clan de sexólogos en el Castillo de Babel. Supongo que si no fueron
a la sala regia es porque no tenían todavía una buena respuesta que
dar al rey. En cualquier caso, desde que los guardianes clavaron
aquel cartel prohibitivo en su laboratorio, ya no estudian QUÉ SON
los hombres y mujeres. Se dedican estrictamente a conocer QUÉ
HACEN entre sí los hombres y las mujeres. Especialmente qué
hacen con algunas partes de sus cuerpos. ¿Más preguntas?".
.- "Sí. Alguien se rebelaría a este estado de cosas, ¿qué pasó con él?".
.- “Por supuesto que hubo rebelión. Los científicos, aunque
obedientes, son inquietos y curiosos. Los hubo incluso que se
exiliaron del castillo y continuaron haciéndose la pregunta
primigenia en los mismos términos que el rey la había hecho.
Supongo que tomarían nota de lo que allí se dijo. Pues era de lo suyo
de lo que allí se habló aquel aciago día. Es probable que ya hayan
hallado respuestas… quizás no tienen quien les traduzca".
.- "¿O sea que en el Castillo de Babel se desinteresaron por los
hombres y mujeres? ¿Por sus diferencias y sus identidades?, ¿por sus
encuentros y sus interacciones?
.- "¡Ah, no! No pienses que eran tontos en el Castillo de Babel.
Pasado el tiempo de desconcierto, fueron muchas las investigaciones
sobre el género. Recuerda que el género nunca fue abolido. Además
la reina apoyó la causa del género".
.- "¿Nunca volverán los sexólogos exiliados al castillo de Babel?".
.- "Quizás. Pero tendrían que aprendan idiomas. O crear una especie
de esperanto universal. O esperar a que el rey se olvide del incidente
y les permita el acceso a la sala regia. O aprender a ser felices en el
exilio. Yo que sé… el asunto es que es tarde y estoy cansado”.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Dicho esto, me volvió a sonreír, se despidió con un gesto de


resignación y un lacónico: "Ahora, con tu permiso, me vuelvo a mi
particular exilio". Y se fue con su pausado caminar.

Y yo me quedé largo rato, con mis preguntas, exhalando y expirando


rítmicamente. Por toda compañía: una sorda inquietud y una incipiente
cefalea. De lo segundo me deshice fácil con un analgésico y de lo
primero aún no me he repuesto.

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25. INTROMISIONES ABUSIVAS


DE LOS ADULTOS EN LA SEXUALIDAD INFANTIL [26]

Cabecera

Los últimos tiempos están produciendo muchos escándalos


relacionados con adultos que abusan sexualmente de niños. Se hace
pública la existencia de redes organizadas de pornografía y prostitución
infantil que usan mecanismos complejos y soportes tecnológicamente
avanzados. Nos hacemos conscientes de la existencia de "paraísos
erótico-fiscales" que son el destino de viajes muy bien remunerados para
un público poderoso y pederasta dispuesto a financiarlos. Incluso, en
ámbitos más afines, nos hacemos eco de episodios incestuosos o
escuchamos rumores de abusos producidos en espacios "seguros y
benéficos" como la familia, el colegio, la parroquia, el club de tiempo
libre, etc. ¿Qué está pasando?

Introducción

Vivimos en una cultura en la cual -con un consenso como


probablemente no haya otro-, consideramos a la infancia como el mayor
y más preciado de nuestros bienes. Siendo esto así, nos hemos dotado de
innumerables mecanismos cuya finalidad es precisamente la protección
de este bien que por su propia naturaleza es débil, desprotegido y
dependiente: nuestros niños y niñas. Respecto a la protección de nuestras

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

crías no somos demasiado diferentes de otras especies del reino animal,


ni mucho menos de otras muchas culturas humanas que a lo largo de los
tiempos han sido. Pero sí que diferimos, y muy notablemente, en la
complejidad, la sutileza y la extensión de los posibles daños que somos
capaces de causar a nuestros niños y niñas.

Por lo general, cualquier daño -cuando es causado contra un niño o


niña- suele parecemos especialmente gravoso y execrable. Hasta el punto
que estallan en nuestro interior las más enérgicas reacciones contra el
sujeto o circunstancia causantes del mismo. Es precisamente por causa
de esta respuesta emocional adversa por lo que con suma frecuencia se
eclipsa cualquier evaluación sobre este fenómeno (adultos que
instrumentan sexualmente a niños), resultando que el conocimiento y
análisis sobre el mismo está mediatizado -incluso cegado- por las lógicas
emociones negativas que estas conductas despiertan en nosotros. Y es
precisamente por ello, que tendemos a considerar como las más eficaces,
las medidas más punitivas contra los agresores; como los más adecuados,
los discursos más duros y ejemplarizantes; como más moral y
políticamente correctos, los análisis más cargados de fobia contra estas
conductas; y como más sobresalientes y honestas, las personas y
organizaciones en guerra sin cuartel contra esta lacra y todas las
circunstancias más o menos afines o cercanas.

Sin embargo, -justo al contrario de lo que nuestras emociones suelen


dictamos-, frente al fenómeno de la intromisión adulta en la sexualidad
infantil es importante que las medidas que se tomen estén más centradas
en decrementar -o al menos, en no amplificar- los daños en las víctimas,
que en hacer justicia con -o devolver el daño a- los agresores; que los
discursos sean más pedagógicos que policiales; que el análisis sea
especialmente fino y elaborado, y se realice desde la comprensión
científica del fenómeno, más que en la descalificación moral del mismo;
y que las personas y organizaciones que abordan este fenómeno
extremen su celo en ser parte de la solución, sin convertirse en una parte
más del problema.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

1. Algunos apuntes previos sobre la sexualidad humana [27]

Para entender siquiera mínimamente el fenómeno de la intromisión


invasiva de los adultos en la sexualidad infantil hemos de proponer tres
breves reflexiones previas.

1.1. Dimensiones de la sexualidad humana

Pese a que solemos tener esquemas mentales muy simples sobre


cómo es la sexualidad humana, lo cierto es que ésta es enormemente
compleja y diversa. En la sexualidad humana se mezclan aspectos y
fenómenos de naturaleza biológica, educativa, psicológica, legal, etc.
Concurren aspectos públicos junto a aspectos íntimos. Concurren
seguridades con libertades, derechos con deberes, anhelos con
limitaciones, certezas con misterios. Todo ello da por resultado que
normalmente sabemos más de cómo la sexualidad humana debería de ser,
que de cómo la sexualidad humana -de hecho- es.

No obstante y sin ánimo de simplificar, podemos afirmar que la


sexualidad humana tiene tres dimensiones teleológicas (tres “para qués”
que le dan sentido). Estas son: la dimensión reproductiva, la dimensión
relacional y la dimensión recreativa.

La dimensión reproductiva hace referencia todos aquellos aspectos


relacionados con el hecho de que nuestro modo de reproducción es el
sexual. Por lo tanto concepción, anticoncepción, genitalidad, coitalidad,
parentalidad, etc. son algunos de los elementos nucleares de esta
dimensión.

La dimensión relacional se refiere a todos los aspectos que la


sexualidad tiene de interacción interpersonal, de espacio privilegiado
para la relación entre un "yo" y un "otro". Así pues: sentimientos, amor;
enamoramiento, deseo, vinculación afectiva, compromiso, pareja, etc.
son elementos implicados en esta dimensión.

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Finalmente, la dimensión recreativa hace referencia a todos los


aspectos que la sexualidad tiene de placer, de gozo, de juego, de
diversión, de esparcimiento, de fantasía, etc.

Estas tres dimensiones concurren al unísono y no pueden desgajarse


las unas de las otras sin desgajarse la sexualidad misma. Sin embargo a
lo largo de la historia -la más lejana y la más inmediata también- hemos
preferido o privilegiado unas dimensiones a otras; e incluso hemos
"inventado” una -o varias- sexualidades unidimensionales. '

Por ejemplo durante siglos -sobre todo en la tradición judeocristiana-


sexualidad y reproducción han sido la misma cosa. Ahora bien, ¿qué
pasa cuando la sexualidad es sólo reproducción? Pues que la sexualidad
se transforma en genitalidad; que el cuerpo queda mutilado a sus partes
y funciones conceptivas (cuyos referentes son el pene masculino y la
vagina femenina); que la única conducta erótica legítima es el coito con
eyaculado intravaginal y que al margen de esta conducta, la sexualidad
deja de serlo; y que el único marco relacional legítimo para esta
realización erótica ha de ser el matrimonio (si la sexualidad es para la
producción de hijos se hace necesaria una institución que se
responsabilice de estos).

En sentido contrario, también hemos producido tiempos y


costumbres que también han constreñido unidimensionalmente la
complejidad de la sexualidad humana a sus aspectos recreativos. De esta
suerte la sexualidad se ha reducido al placer ¿Y qué pasa cuando la
sexualidad es sólo placer? Pues que se produce otra reducción
funcionalista: la reducción del placer a una sola de sus manifestaciones:
el orgasmo. Así la sexualidad queda convertida en orgasmicidad (que es
una forma concreta de la genitalidad). El cuerpo queda mutilado a sus
partes y funciones orgásmicas (pene masculino y clítoris femenino). Y
las únicas conductas legítimas son aquellas encaminadas a la
consecución del orgasmo. Y los marcos relacionales para esta realización
estarán más definidos por la complicidad que por el compromiso y serán
más apasionados que apacibles.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Los abanderados de la sexualidad reproductiva han hecho frente a los


abanderados de la sexualidad placentera -y viceversa- produciéndose
innumerables, estériles y aburridas batallas que todavía hoy se
reproducen en determinados medios. Unos y otros comparten una visión
genitalizante y un referente exclusivamente masculino de la sexualidad.

1.2. Sexualidad masculina y sexualidad femenina

Aunque corren tiempos de igualdad en los cuales lo políticamente


correcto es afirmar que los hombres y las mujeres somos iguales, lo
cierto es que no 1o somos. Son muchas nuestras diferencias que ahora no
viene al caso enumerar, pero si daremos dos breves apuntes.

La sexualidad masculina es más ejecutiva y funcional (centrada en


la acción, en la realización y en el logro), más genital, más centrada en
la eyaculación (que sirve igualmente a la concepción y al orgasmo), más
independiente de los afectos, más rápida y se alimenta del deseo de
desear.

La sexualidad femenina es más contextual y procesual (menos


centrada en la acción misma y más centrada en el proceso y en el
contexto de la acción), más centrada en las emociones que en los logros,
más corporal (los genitales no son el todo, sino una parte de ese todo),
más emocional, más lenta y se alimenta del deseo de ser deseada).[28]

1.3. Sexualidad infantil

A menudo partimos de un supuesto erróneo: el de que los niños y


niñas son seres angélicos, incorpóreos y asexuales. Sin embargo los
niños y niñas, desde su nacimiento, son seres sexuados, sexuales y
eróticos. ¿Qué significa esto?

El término sexuación se refiere a la estructura bio-psico-social del


sexo: por lo tanto los niños y niñas son sexuados y están sexuándose

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(como niños o como niñas). El término sexualidad se refiere a la


construcción biográfica, a la vivencia personal del hecho de ser sexuado
(el cómo cada quien subjetivamente vive el ser niño o el ser niña). Así
que los niños/as son sexuales y están sexualizándose en masculino o en
femenino. La érótica es la expresión de la sexualidad (el gesto, la
conducta a través de la cual se expresa la propia sexualidad), así que los
niños y niñas son eróticos y están erotizándose en las múltiples formas
del gesto sexual (la risa seductora, la caricia, la autoestimulación genital,
el descubrimiento del cuerpo y las sensaciones, la búsqueda del placer,
etc.).

Ahora bien, no puede entenderse la sexualidad infantil desde


parámetros adultos. La sexualidad infantil ha de ser entendida desde sí
misma. Cuando la sexualidad infantil se explica desde el referente adulto
se producen dos errores, cada cual más nocivo:
a) el error de negar categóricamente la sexualidad infantil porque no
es como la adulta (por lo tanto extinguir o ningunear cualquier
manifestación sexual, no educar sexualmente, no aceptar sus
singularidades sexuales, etc.);
b) o, aceptando su sexualidad, el error de "reconstruirla" en claves
adultas (proponer modelos adultos, integrar a los niños/as en juegos
sexuales adultos, etc.).

Hasta la llegada de la pubertad, la sexualidad infantil solo tiene dos


dimensiones: la relacional y la recreativa. Esto es, la relación con "los
otros" (sobre todo determinados “otros" muy privilegiados) y la
obtención de placer. Los genitales infantiles son también -aunque no
exclusivamente- una fuente de placer. Ahora bien, normalmente de
autoplacer y no de heteroplacer.

Los niños y niñas son -o pueden serlo- tanto sujetos de acciones


sexuales, como objeto de las mismas. Los niños y niñas pueden -y
suelen- interactuar sexualmente con otros niños o incluso con adultos a
través de la palabra y a través del gesto, incluso en ocasiones
"genitalizan" estas interacciones lo cual no puede dar pie al uso -o abuso-
adulto de su sexualidad infantil. Más aún, los niños y niñas pueden gozar

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

de determinadas interacciones sexuales con otros niños o adultos. Pero


que de hecho gocen sexualmente con un adulto no previene (más bien al
revés) que resulten dañados de esta interacción.

Hay una regla muy sensata en nuestra cultura que regula de forma
general las interacciones sexuales: la de la simetría. Según esta regla las
relaciones sexuales deben de ser simétricas. Como todas las reglas no es
perfecta, ni infalible, ni sirve siempre y en todos los casos. Pero como
criterio general es, a nuestro juicio, bastante funcional y orientador.

1.4. Primeras consecuencias de estas reflexiones

Como se ha podido adivinar al explicarse las dimensiones de la


sexualidad humana, no es casual que el abuso sexual a menores gire en
torno a la instrumentalización genital con propósito de obtención de
placer, ni que en toda acción pederasta suela ser la dimensión recreativa
la que prevalezca, ni que detrás de todo abuso sexual siempre haya una
reducción genitalizante y objetual de la sexualidad. Todo ello no es
casual: al fin y al cabo la pederastia es otro más de los productos
culturales de una construcción unidimensional de la sexualidad.

Respecto a las diferencias entre sexualidad masculina y femenina


puede afirmarse que -pese a las excepciones que siempre ocurren- no son
mujeres las que abusan de los niños. Esto no quiere decir que las mujeres
no interactúen sexualmente con los niños, pero estas interacciones (no
genitales, contextuales, tiernas, etc.) no suelen ser lesivas. Por el
contrario es la sexualidad masculina la que más probablemente "invada"
la sexualidad infantil produciendo lesiones físicas y psíquicas. O dicho
en otros términos, cuanto más "masculina" sea la sexualidad entre un
adulto y un menor (más ejecutiva, más genital, más eyaculativa, menos
afectiva, más rápida y mas deseante de desear), más probablemente esta
interacción resultará un abuso que produzca daño: una intromisión
erótica lesiva.

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2. Abuso sexual a menores

2.1. Aclaración terminológica: pedofilia y pederastia

Resulta importante diferenciar los términos pedofilia (o también


paidofilia) de pederastia, que en ocasiones se usan como sinónimos.

El término pedofilia –o también paidofilia- viene del griego "paidós"


y "philos”. O sea el que ama a los niños. La expresión no tiene sentido
erótico. Así pues es pedófila la persona que se interesa por el bienestar
de los niños. Yo mismo me tengo por ello.

El término pederastia del griego "paidós" y "erastés", sí se refiere a


la naturaleza erótica de este amor (erastés: amante). Así la RAEL define
pederasta como el que comete pederastia. Y pederastia, como abuso
deshonesto cometido contra niños.

Por ejemplo, y confío en que el ejemplo sea definitivo para resolver


el embrollo, el Jesús evangélico fue un claro pedófilo ("Dejad que los
niños se acerquen a mí", en Lucas 18, 16) Y un claro anti-pederasta si así
se interpreta su admonición sobre la escandalización de los niños y "el
fondo del mar con la piedra de molino atada al cuello", en Mateo 18,6 y
en Marcos 9, 42.

En cualquier caso, me parece del todo evidente que una Cultura


sensata y razonable debe de promover la pedofilia y debe de evitar la
pederastia. Más aún, nos conviene cuidar que las intervenciones
antipederastas no resulten antipedófilas. O peor aún que resulten
directamente pedopáticas. Pues, precisamente porque amamos y
cuidamos a los niños, tratamos de evitar –desde luego pretendemos
hacerlo- su explotación sexual. Pero, también y precisamente por lo
mismo, tratamos asimismo de evitar cualquier otro tipo de daño que
pudieran recibir. Incluso el que tuviese como origen el propio combate
con esta lacra.

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2.2. Algunas ideas erróneas sobre el fenómeno del abuso sexual a


menores

a) No es un fenómeno nuevo. La pederastia es tan vieja como la


humanidad misma. En Grecia el deseo explicito por los púberes
(efebos) no recibía castigo penal -aunque no faltaba la crítica moral-,
e incluso se producía una especie de intercambio "quid pro quo"
entre el acceso al conocimiento que dispensaba el maestro y la
disponibilidad erótica que otorgaba el alumno. En Roma la
pederastia era castigada penalmente, pero los amos podían -y solían-
disponer sexualmente de sus "esclavos". A lo largo de todo el
medioevo la pederastia fue perseguida moral y penalmente, sin que
al parecer se lograse su extinción. En el derecho canónico
renacentista existen varios cánones que expresamente se refieren a
los castigos que tanto legos, como monjes o religiosos han de recibir
si cometen sodomía con menores de 16 años.

b) No es un fenómeno creciente. Parece como que en los últimos


tiempos hay más abusos sexuales. Sin embargo, no es verdad. No
hay ningún incremento de los abusos sexuales. Al contrario, el abuso
sexual en España es decreciente en cuanto a su casuística, aunque
creciente en cuanto a su denuncia pública. Lo que está creciendo es
la presencia en el foro público de esta lacra íntima. Y además crece
el interés que esta conducta despierta tanto entre científicos y
profesionales, como entre los políticos y organizaciones sociales,
como entre los medios de comunicación y público en general.

c) No es un fenómeno homosexual. Con frecuencia se asocia


pederastia con homosexualidad o con sodomía (penetración anal). Si
bien es cierto que existen -y han existido siempre- homosexuales que
gustan exclusiva o preferentemente de púberes, lo cierto es que la
mayor parte de los abusos sexuales producidos a menores los
produce un agresor varón heterosexual a una víctima niña.

2.3. Algunas ideas erróneas sobre los pederastas

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a) El pederasta no suele ser un "viejo verde desconocido". Aunque


en el imaginario colectivo, la imagen del abusador sexual de menores
corresponde con un desconocido merodeador de edad madura que
actúa y desaparece ("viejoverde"), lo cierto es que la mayor parte de
los abusos se cometen por personas conocidas de la víctima y de su
familia. En muchos de esos casos, además de conocidas, son
cercanas: amigos, parientes, maestros, sacerdotes, etc. Y en un
número importante de situaciones el abusador convive en el
domicilio familiar (padre, padrastro, abuelo, hermano mayor, etc.).
Es impactante, pero no es algo nuevo. Del conocimiento ancestral de
este hecho procede precisamente el universal tabú del incesto.

b) El pederasta no suele ser un "libertino". La mayor parte de los


abusadores no son "libertinos", ni siquiera liberales. Muy al contrario
suelen ser hombres muy erotófobos. Esto es, personas de moral
sexual externa muy estricta y monolítica, que habitualmente rehuyen
cualquier contexto erótico y que no suelen hablar –ni mucho menos
bromear- sobre temas sexuales.

c) El pederasta no suele ser violento. En el abuso sexual a menores


la violencia física es muy poco frecuente. Por lo general los
mecanismos por los cuales el adulto interrumpe en la sexualidad del
niño o niña, suelen ser: la seducción, el equívoco, el engaño, el
chantaje y la amenaza explícita o velada (infierno, ser expulsado del
grupo, que los demás lo sepan, etc.).

d) El pederasta no es sólo verdugo, sino también víctima. Un


porcentaje estimable de abusadores fueron a su vez víctimas de
abuso cuando fueron niños. Como otras lacras sociales (violencia,
pobreza, abandono, etc.) la pederastia también se alimenta y se
perpetúa de sus propias víctimas.

2.4 Algunas ideas para la reflexión

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a) La intromisión adulta en la sexualidad infantil puede -y suele-


producir daños a corto, medio y largo plazo. Sin ánimo de ser
exhaustivos los daños más frecuentes son: fracaso escolar,
aislamiento social, baja estima, mayor índice de conductas
antisociales (delincuencia, violencia. prostitución, consumo de
drogas, etc.), trastornos sexuales, discapacidad para amar y ser
amado, etc. Y mayor probabilidad -sobre todo entre chicos- de ser un
abusador.

b) El abuso sexual a un menor suele ser más lesivo cuanto más


cercana sea la relación entre víctima y agresor; cuanto más repetitivo
y reiterado sea el abuso; cuanto más tiempo biográfico perdure el
abuso o la posibilidad del mismo; cuanta más participación (y por lo
tanto más culpa) perciba la propia víctima que ha tenido ella misma
en estos sucesos; cuanta más indefensión haya sufrido la víctima; y
cuanto más daños post-abuso se agreguen derivados del propio
conocimiento público de tal abuso (daños de naturaleza policial,
judicial, mediática, familiar, vecinal. escolar, profesional, etc., etc.)

e) No todas las interacciones sexuales entre un adulto y un menor


son necesaria y obligatoriamente lesivas (ni física, ni
psicológicamente). En algunos casos, por múltiples razones que no
vienen al caso, hay personas que fueron sexualmente abusadas y que
sin embargo no quedaron "marcadas". Esto es en sí mismo deseable
(no es deseable que sean abusadas, pero sí es deseable que sufran lo
menos posible por ello). Sin embargo hemos llegado a un punto de
locura tal que, cuando alguien confiesa haber sido objeto de abusos
sin que ello le haya marcado para siempre, suele quedar bajo
sospecha. Así mismo -y cada vez más-, tendemos a establecer
relaciones causales entre cualquier mal que aqueje a alguien abusado
con el abuso que sufrió. Con lo cual a menudo contribuimos a una
mayor victimización de la víctima.

d) Algunas intervenciones preventivas causan a su vez daños en los


niños y niñas. De hecho, las intervenciones de prevención de actos
pederastas hechas indiscriminadamente sobre poblaciones infantiles

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no son inocuas. Pueden causar daños en niños que nunca sufrieron


-ni sufrirán- abuso ninguno o amplificar algunos de los daños que el
abuso -ya producido- ha causado. Además determinadas
intervenciones educativas de sensibilización antipederasta en los
niños producen el efecto nocivo de incrementar la sensación íntima
de abuso (de ser o estar siendo abusados) en interacciones no
abusivas. Estas mismas intervenciones producen en los adultos
cercanos a los niños un exceso de celo para no interactuar
corporalmente con los niños (no tocarles, no besarles, etc.). Que los
niños no sean tocados, besados, amados, etc. produce más daño (más
extenso y más generalizado) que el daño (intenso pero marginal) que
se trata de evitar.

e) Algunas intervenciones de denuncia causan a su vez daños en los


niños y niñas abusados. Aunque los últimos tiempos han
generalizado la idea de que todos los abusos deben denunciarse
judicial y públicamente, con bastante frecuencia esto genera a su vez
mayor daño tanto en las víctimas, como en sus entornos. Hasta el
punto que la supuesta "solución" no hace sino incrementar el
problema. Los daños más habituales provienen de: la extensión de la
sospecha, la curiosidad morbosa, la invasión de lógicas públicas en
espacios íntimos, la “señalización" y estigmatización de la víctima
(como un "sambenito inquisitoria1”), la focalización en la
penalización del agresor por encima de cualquier otra consideración
y la amplificación mediática del daño [29].

f) Los niños más susceptibles de ser sexualmente abusados son: los


niños aislados, los niños más desprotegidos, las víctimas de otras
"agresiones" (desestructuración o abandono familiar, ambientes
alcoholizados, marginalidad, deficiencias físicas y/o psíquicas, etc.)
y -siempre- son niños sin educación sexual ninguna que caen por un
lado en las telas de araña del equívoco, la seducción o el chantaje
que el abusador utiliza, y por otro del sentimiento de culpa, el temor
a ser "marcados", la desorientación y el silencio en el que se ven
crecientemente envueltos.

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g) En asuntos de esta naturaleza el voluntarismo, el sentimentalismo,


el sensacionalismo, el "justicierismo" y el mesianismo estropean más
de lo que arreglan.

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26. DIMENSIÓN INTERPERSONAL


DEL PACTO SEXUAL [30]

I. Tres acotaciones breves para tres dicotomías complejas

¿Somos naturales o somos culturales?, ¿Somos iguales o somos


diferentes?, ¿Somos íntimos o somos públicos? Son tres preguntas que
explícita o implícitamente se producen cuando se aborda este complicado
tema de los hombres, las mujeres y las reglas de juego a las que unos y
otras juegan. En torno a ellas queremos apuntar algunas consideraciones.

A. Natural y Cultural.

Estos conceptos teóricamente irreconciliables se han convertido en


las últimas décadas en conceptos fetiche. La archipresente pregunta ¿tal
o cual cosa es natural o cultural?, ¿innata o aprendida?, es muy
sintomática de un modo de pensamiento dualista en el cual suele
presuponerse que lo uno excluye a lo otro y que hay escasa interacción
entre ambos dominios. Ingenuamente suele intrepretarse lo natural como
lo consustancial mientras que lo cultural sería lo añadido. Suele así
mismo darse por sentado que lo innato es permanente (y a menudo
referencial, incluso divino), mientras que lo aprendido es modificable (en
tanto que humano: arbitrario y caprichoso). Las ciencias que se ocupan
de lo primero son "duras", mientras que "blandas" las que se ocupan de
lo segundo. Lo primero tratamos de descubrirlo, comprenderlo y

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

analizarlo (nos preocupa captar cómo es) mientras que lo segundo


tratamos de reconstruirlo, mejorarlo o educarlo (nos preocupa edificar
cómo debería de ser). Incluso se ha generalizado el uso de la fútil
cantinela: "eso es cultural" (tras lo cual suele ocultarse una cierta
presunción de banalidad). Como si la Cultura fuese una mano de barniz
superficial que puede resolverse con un buen lijado. Como si no fuese el
aire que, desde el nacimiento, respiramos que formatea nuestros tuétanos
neuronales.

En coherencia con esta dicotomía y sus corolarios se ha construido


otro binomio específico para el tema que nos ocupa. Este es: sexo y
género. Según este modelo de nuevo cuño, el sexo es lo natural (lo
animal, lo biológico), mientras que el género es lo cultural (lo
psicosocial, lo aprendido). Ahora bien se produce una curiosa
contradicción. En este caso lo natural (el sexo) no es, como cabía
esperarse, lo referencial que trata de comprenderse y analizarse, sino la
excrecencia a extinguir (v.g., se combate el sexismo, que es el "ismo" del
sexo). Por otro lado, lo cultural (el género) deja de ser barniz coyuntural
(arbitrario y construido) para convertirse en referencia lingüística y
conceptual (v.g., se promueve el género).

Planteada la cuestión en estos términos, tendemos a evitar la


comprensión de lo "natural" del sexo, dedicando todas nuestras energías
a la modificación de lo "cultural" del sexo. Ahora bien, cómo y hacia
dónde reconstruir el sexo -los sexos-, si desconocemos aún qué es y, lo
que es peor, nos despreocupa esta ignorancia.

B. Igualdad - Diferencia.

Esta segunda dicotomía da rumbo (dirección, orientación) a cuantos


análisis se realizan sobre la realidad de los sexos y sus modos de
interacción.

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Como binomio, está presente no sólo en el universo intelectual


feminista (donde es especialmente evidente hasta el punto de que puede
hablarse de un feminismo de la diferencia versus un feminismo de la
igualdad), sino en general en los diferentes acercamientos teóricos o
experimentales en torno al sexo (o los sexos). De hecho podríamos
hablar claramente de "diferencistas" frente a "igualitaristas".

Los "diferencistas" serían quienes subrayando las diferencias


sexuales concluyen que hombres y mujeres difieren. Los "igualitaristas"
serían quienes subrayando las similitudes y comunalidades concluyen
que hombres y mujeres son iguales (aunque no idénticos, según matizan).

Ahora bien, cada uno de estas corrientes nos dirige a resultados


contrarios. Así, mientras que las tesis diferencistas tienden a la
promoción cultural del sexo (el sexo en tanto que diferencia), las tesis
igualitaristas promueven la extinción cultural del sexo. Las primeras
cultivan -comprenden, educan, facilitan- lo masculino y/o lo femenino
como hechos diferenciales; esto es, lo sexuado. Las segundas combaten
-evitan, protegen, previenen- las diferencias sexuales, sugiriendo
modelos asexuales cuyas referencias son: lo neutro (lo andrógino) o bien
lo común (la persona).

C. Público - Intimo

A menudo nosotros echamos en falta el abordaje y la reflexión sobre


esta tercera dicotomía en el análisis de las relaciones Hombre/Mujer. Sin
embargo consideramos que su explicitación permite una mayor
clarificación en el análisis de las mismas.

Parece evidente que existen dos universos relacionales con lógicas


absolutamente diferentes: por un lado el universo de lo público; por otro,
el universo de lo íntimo. Al decir universo de lo público queremos
referirnos a las prescripciones morales, a las articulaciones jurídicas, a
los paradigmas ideológicos, a las articulaciones políticas y a todos

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cuantos elementos de lo humano que promueven que el sujeto (el yo


sexuado en este caso) se comporte con arreglo a otros sujetos (los otros
sexuados que son los "no-yo" y "no-tú"). Al decir universo de lo íntimo
queremos referirnos a las fuerzas intrapsíquicas, a las manifestaciones
del deseo, al terreno de los anhelos y necesidades profundas y a todos
cuantos elementos de lo humano producen que el sujeto sexuado se
comporte con arreglo a sí mismo o con arreglo a determinados "tús"
privilegiados con los cuales comparte algún grado de intimidad.

El universo de lo público es por lo general lógico y coherente, el


"yo" es anecdótico y periférico frente a "lo social", suele regularse desde
parámetros del deber ser y está en alguna medida culturalmente reglado.

El universo de lo íntimo es por lo general analógico y contradictorio,


el "yo" es nuclear y central en relación a un "tú" que es a su vez
"otro-yo-distinto-de-mí" nuclear y central, suele regirse con arreglo a
parametros del desear ser y la influencia cultural está mediada por la
particular dinámica intra e intersubjetiva.

Lo peculiar de nuestro tiempo, a nuestro entender, es el decremento


y la merma de los límites entre ambos universos, de suerte que se
produce invasión de lo público en el territorio de lo íntimo, y de lo
íntimo en el territorio de lo público.

Ejemplos simples pero gráficos de invasiones de lo público en lo


íntimo pueden ser: el orgasmo femenino convertido en derecho (en vez
de en anhelo o en experiencia íntima); la penetración como
manifestación evidente del dominio machista (en vez de como fusión
simbólica); la erótica privada regulada desde los deberes o las normas (es
igual si por: salud, ciencia, política o moral) sustituyendo al íntimo
desear de los amantes.

Ejemplos de invasión de lo íntimo en lo público pueden ser: la


manifestación agresora del deseo erótico que usa mecanismos de
jerarquía social (acoso laboral o académico); la instalación espúria de
mecanismos de excitación, seducción o cortejo en dominios públicos

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(publicidad, política, etc); la movilidad de estatus social, laboral,


académico, etc a través de complicidades o mercadeos eróticos, los
“reality shows” o el “outing”.

II. Las etiquetas de Hombre y Mujer.

Conviene recordar que Hombre y Mujer -los sexos- son dos etiquetas
(dos esquemas cognitivos también) que a lo largo de la historia hemos
ido construyendo. Esto no quiere decir que son "sólo" dos etiquetas, sino
que son "además" dos etiquetas.

En tanto que sustantivos serían en principio las nominaciones


especínficas -humanizaciones- de las etiquetas "macho" y "hembra" que
usamos para el resto del reino animal. Pero cualquiera acordaría que son
"algo más".

Su utilidad radica en que sirven para aprehender con una sola palabra
la compleja amalgama de hechos -a veces coherentes, contradictorios
otras veces- que les subyacen.

Sin embargo son conceptos que ocultan tanto o más que lo que
muestran. Y taxativamente no son: ni lo antagónicos que suele
suponerse, ni lo excluyentes que suele creerse, ni lo complementarios
que pueden parecer.

Aunque los esquemas cognitivos que respecto al sexo manejamos


son dimórficos -finalmente todo queda reducido a hombre y mujer, a
hembra y macho- lo cierto es que el proceso de sexuación se cristaliza en
infinidad de niveles, cada uno de los cuales sí puede ser dimórfico, pero
cuyo resultante es mucho menos dicotómico de lo que solemos creer. De
ahí los conceptos "estados intersexuales", intersexualidad, etc
profusamente usados en sexología.

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Al hablar de estados intersexuales o intersexualidad no nos estamos


refiriendo a monstruosidades de la naturaleza, sino a la multiplicidad,
diversidad y variabilidad de lo sexual. O si se prefiere, a la multiplicidad,
diversidad y variabilidad de lo masculino y de lo femenino. Hasta el
punto de que las diferencias sexuales intrasexuales resultan en ocasiones
tan abismales como las propias diferencias sexuales intersexuales.

En último término, nos precipitamos -como ya lo hacían nuestros


abuelos paleolíticos- en concluir que es mujer el neonato sin pene y
hombre el neonato portador de dicho atributo. Hemos mejorado (si ello
es mejoría) gracias a la técnica ecográfica, adelantando esta clasificación
tres o cuatro meses. En decenas de milenios la misma clasificación
grosera carente de matices, pero algo antes.

III. Hombres, Mujeres: metonimia y dominación.

Hombres y mujeres somos la ciudadanía del mundo. Del actual y de


cualesnquiera otros mundos y culturas que podamos conocer o imaginar.
Sin embargo, es evidente que la ciudadanía femenina ha sido silenciada
o ninguneada.

El hombre, -lo masculino-, cristalizado en determinados clichés de


rígida virilidad han sido referencia exclusiva de socialización. A nuestro
juicio, lo peculiar de lo que conocemos como patriarcado no es solo la
dominación de lo masculino sobre lo femenino -que es como ya se ha
dicho evidente-, sino una forma de monopolio que podemos llamar
falócrata que niega y veta la diversidad de lo sexual. Así pues, el nucleo
de tensión no solo se produce entre lo masculino y lo femenino; sino
entre un determinado modo de expresión de lo masculino y cualesquiera
otras formas de lo masculino también presentes (hombre homosexual,
hombre afeminado, hombre travestido, hombre refinado, hombre pasivo,
hombre sensible, hombre eroménico, etc.).

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

En último término, este monopolio ha servido fundamentalmente a


la negación de lo diverso, de lo distinto. En definitiva para la negación
del sexo; puesto que si la referencia exclusiva es monosexual, el sexo no
existe. Este mecanismo de dominación es del tipo metonímico. Esto es,
una parte del todo sustituye a la totalidad de la que forma parte.

IV. El Pacto Sexual y la Revolución Sexual

Conocemos como Pacto Sexual al marco de regulación social que se


establece en virtud del sexo. Metafóricamente, se presenta como un
acuerdo neolítico entre los sexos en virtud del cual los hombres se
encargan de la caza, la defensa y el dominio extrafamiliar y las mujeres
de la recolección, el cuidado de la progenie y el dominio intrafamiliar.
En lo sustancial este pacto ha permanecido inalterado durante milenios.

El pensamiento feminista ha criticado esta expresión -que presupone


acuerdo, contrato o armonía-, sustituyéndola por el término patriarcado
-del que se deduce dominación, jerarquía y represión de lo femenino-.

Sea Pacto Sexual o Institución Patriarcal, lo cierto es que después de


milenios de existencia este modelo de organización social estructurada
por razón de sexo se resquebraja y se tambalea. Los dominios, las
funciones y tareas, los papeles, el estatus social, etc preasignados en
virtud del sexo están cultural e intelectualmente puestos en entredicho
gracias a lo que se ha dado en llamar la Revolución Sexual, que ha
supuesto (está suponiendo) una quiebra radical de este modelo. La
inercia histórica mantiene (y seguirá manteniendo durante décadas)
algunos datos, hechos y constataciones de que este modelo no está del
todo muerto. Sin embargo, a nuestro juicio, no modifican la tendencia,
que consideramos sin retorno.

Ahora bien esta revolución, como otras, al tiempo que supone una
ruptura con el sistema referencial anterior, produce un tiempo anómico

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

en el cual la cultura no tiene soluciones, ni guiones que anticipen


situaciones o que promuevan posibles respuestas.

V. La importancia de una vocal: androginia y androgenia.

El término Androginia (andros / ginos) es un concepto que hace


referencia a lo masculino y lo femenino. A ambos a la vez. El término
Androgenia (andro / genesis) haría referencia a cualquier mecanismo de
masculinización. La diferencia fonética es poca, mas la diferencia
conceptual es toda.

Actualmente hay un importante acuerdo social e intelectual que


apunta hacia la profilasis androgénica y la promoción androgínica. La
tendencia inequívoca es a la supresión de reglas de juego (leyes,
costumbres, usos, etc) androgénicas y al cultivo -vía educativa- de
personas androgínicas.

A nuestro juicio es un profundo error cualquier esfuerzo


androginizante de los sujetos sexuados. Y esto por dos motivos: uno
práctico y otro teórico. Desde un punto de vista práctico, androginizar
equivale a contrariar el proceso evolutivo de identificación sexual (por
eso no funciona). Desde un punto de vista teórico supone la
desaceptación (nada original desde un punto de vista histórico) del sexo.

Conscientes de ir contracorriente, nuestra propuesta es bien distinta:


por un lado la promoción androgénica y ginogénica de personas
sexuadas (evitando expresamente la androginización de las personas y
promocionando su sexuación); por otro, la articulación de reglas de juego
androgínicas (y por lo tanto no androgénicas, mas tampoco ginogénicas).
Osea, androginizar las reglas, las palabras, las tareas, las profesiones, las
instituciones, etc. pero no a las personas. Con las personas, colaborar a
que su proceso de sexuación, sea el que fuere y con todos los hechos de
diversidad que ello implica, se produzca con la mayor armonía.

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VI. La pareja heterosexual: comunión y conflicto.

Nos gusta definir la pareja como dos subjetividades y una trama de


interacciones. O como dos jugadores y unas reglas de juego.

Las parejas pueden estar constituidas por personas del mismo o


diferente sexo, pero inevitablemente están constituidas por personas
sexuadas. Esta sexuación y sus consecuencias biográficas resultan en
gran medida la razón misma de la constitución de la pareja y el hilo
conductor de la biografía diádica.

La pareja heterosexual es de algún modo el espacio privilegiado del


encuentro - o del desencuentro- entre dos personas sexodiferenciadas. Es
el escenario privilegiado del conflicto intersexual y es a la vez el espacio
donde este conflicto puede diluirse, superarse o sobrellevarse. Es a la vez
el símbolo del pacto privado de los sexos y el marco de la guerra pública
de los sexos. Esta dinámica entre conflicto y reconciliación sexual resulta
definitivamente, el problema permanente e irresoluble, con
independencia del marco cultural donde se produzca.

Desde un punto de vista estrictamente ideal –incluso retórico- la


convivencia homosexual supondría una salida, al menos provisional, a
esta paradoja convivencial. Hombres entre sí y mujeres entre sí,
convivirían con más armonía y menos perplejidad. Sin embargo la
decisión convivencial deviene de la proyección vital del hecho amoroso
(encarar el futuro juntos) y el hecho amoroso está ineludiblemente
condicionado por la orientación sexual del deseo erótico la cual –aunque
nos engañemos con las palabras- no está sujeta a opción, elección,
voluntad, ni a libre albedrío. En fin que nadie nunca elige el sexo de su
conviviente amante.

La pareja heterosexual es por lo tanto un encuentro entre "diferentes


que no pueden dejar de serlo", pero que paradójicamente -pese a la abisal
distancia- insisten en el encuentro. Incluso cuando rompen, ahí están los
datos, tienden a la reincidencia reproduciendo el mismo modelo.

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Desde nuestro punto de vista la mayor dificultad estructural de la


pareja heterosexual en nuestros tiempos es precisamente esta: que ha de
lograrse un contexto convivencial en el que han de caber un
representante de cada uno de los dos sexos, en un marco cultural donde
las referencias han dejado de servir. Así pues la pareja ha de encontrar,
en la intimidad, el acuerdo que como estructura cultural y social no
estamos sabiendo articular.

VII. Sugerencias para la supervivencia.

Esta es la riqueza y la miseria de nuestro tiempo cultural: roto el


marco anterior, hombres y mujeres sobreviven entre un mundo que se
hunde y otro que aún no flota.

Y entre estas dos aguas, nos queda como salvavidas la "trampa


convivencial" de la pareja heterosexual. Cada uno con un representante
de lo otro, recordándonos obstinadamente que se niega a ser "igual" que
nosotros. En relaciones en las que cada vez hay más poder y menos
deseo. Cada vez más facturas pendientes de pago y menos finiquitos
reconciliadores. Cada vez menos regulaciones prescriptivas, pero más
áreas de conflicto.

Así pues, asumamos que son tiempos difíciles y que no tenemos


buenos mapas. Aprendamos a manejar la brújula intersubjetiva,
revisando los prejuicios nuevos a la luz de los errores que sufrimos con
los antiguos.

Aceptemos el sexo como lo que el sexo es sin la pretensión soberbia


(esto lo hemos hecho siempre y no funcionó nunca) de que el sexo sea
como consideramos que ha de ser. Aceptemos las diferencias sexuales
(las intersexuales y las intrasexuales), con la consecuente articulación de
marcos educativos y culturales que propicien y cultiven estas diferencias
sin negarlas o contrariarlas (negar y contrariar la variedad sexual también
lo hemos hecho y tampoco ha funcionado). Y en el marco de lo íntimo,

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impermeabilicémonos de la tiranía de lo público (regular


normativamente lo íntimo desde parámetros públicos también lo hemos
hecho antes y tampoco funcionaba).

Finalmente, construyamos parejas compuestas por dos personas


sexodiferenciadas y unas reglas de juego androgínicas. Y quizás, algún
día, sabremos hacer un mundo androgínico para uso y disfrute de las
personas sexuadas. De hombres y de mujeres. De ellas y ellos.

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27. LA MORAL DEL NUEVO ORDEN SEXUAL DE


OCCIDENTE [31][32]

Toda moral sexual deviene al menos de cuatro fuentes de autoridad:


la Costumbre, la Ley, la Verdad y el Bien; o si se prefiere: los usos, las
normas, el conocimiento y los valores. Como la primera de estas fuentes
es la Costumbre, todo hecho moral asentado en la Cultura tiende a ser
inercial y resistente al cambio. Incluso llegado el caso, reaccionario. Así
mismo todo cambio pretende ser perfectivo y progresista. Incluso llegado
el caso, revolucionario. A todos nos convendría evitar la ingenuidad de
creer que todo cambio es –de sí- benéfico; o que toda conservación es
–de sí- pérfida. O al revés, que toda conservación es valor y toda
transformación, amenaza. Esta tensión entre cambio y persistencia puede
ser conflictiva, pero es benéfica siempre que no sea paralizante.

Desde finales del s. XVIII se vienen produciendo hechos de


transformación de la moral sexual (esto es: cambios en las costumbres,
en las leyes, en los conocimientos y en los valores sexuales) que resultan
ser una ruptura del antiguo Paradigma moral. Muchos de estos hechos
han eclosionado ya en el conocimiento, los valores y las leyes del s. XX
y marcarán ya ineludiblemente las costumbres del s. XXI. Se trata de la
construcción de un Nuevo Orden Sexual que sustituye al Antiguo Orden
Sexual. Precisamente sobre este tránsito versa este artículo, escrito en un
tiempo en el cual el paradigma antiguo se hunde y el nuevo aún no flota.

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Tránsitos matrimoniales

Por ejemplo el año pasado fuimos testigos de un encendido debate


político en torno al matrimonio homosexual. El asunto tenía múltiples
prismas, pero uno subyacía a todos: se trataba de una cuestión de moral
sexual. Básicamente litigaban: progres frente a regres; la regulación
estatal frente a la eclesial; el contrato civil frente al sacramento
religioso,…; pero también el matrimonio erótico (casarse por amor)
frente al matrimonio proletario o progenitor (casarse para producir
progenie). Con apoyos y detracciones finalmente la ley se hizo y hoy
pueden contraer matrimonio civil las personas que aman a personas de
su mismo sexo. Con esta modificación legislativa la institución
matrimonial civil resulta ahora un contracto legal, convivencial,
cooperativo, patrimonial y erótico de ciudadanos con iguales derechos
y obligaciones al margen de su condición sexual. En términos legales ha
prevalecido el principio de igualdad jurídica y en términos morales ha
prevalecido el matrimonio erótico (“si se aman, pueden casarse; y si se
casan, pueden amarse”).

El asunto parece novedoso pero se asienta en un lecho moral


bicentenario. Pues aunque suela creerse que casarse por, y con, amor es
costumbre ancestral, lo cierto es que se trata de un invento del s. XVIII
que sólo ha triunfado en los códices, valores y costumbres del s. XX.

El matrimonio erótico fue durante mucho tiempo un fenómeno


desacostumbrado, heterodoxo y desaconsejable; incluso, inmoral. Desde
luego amoral. Flandrin informa de la existencia de abundante literatura
polémica en torno al matrimonio en la Francia del siglo XVI que ponía
en tela de juicio la institución matrimonial misma y desde luego
ridiculizaba a los casados. Así mismo señala que a los moralistas
medievales y renacentistas les inquietaba muy poco si los esposos
sentían amor el uno por el otro, pues sólo les era exigido el
cumplimiento de sus deberes conyugales (producción de prole). O así
mismo apunta que en los dieciocho catecismos publicados en Francia
entre el Concilio de Trento (1542) y el final del siglo XVIII, sólo

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

encontró uno que prescribiese el amor entre los cónyuges [33] y que esto
ocurría ya muy avanzado el s XVIII. Fue precisamente en aquel tiempo
prerrevolucionario francés que este cambio comenzó a fraguarse e
impregnó los tratados de moral. Por ejemplo el anónimo autor del
Catéchisme de 1785 escribiría: “Sólo de las manos del Amor deberían
recibirse los dones del Himeneo”. Hasta entonces Amor y Matrimonio
caminaron tan separados que la unión amorosa era fundamentalmente
extraconyugal. Y desde luego aconyugal.

Hoy nos parece ortodoxia moral afirmar que el Amor es la razón y


el sostén matrimonial. Incluso en el marco eclesial el matrimonio es:
“comunidad de amor y vida”. Sin embargo el matrimonio de los
enamorados fue una revolución ilustrada de la moral sexual. Fruto de
aquello, y parafraseando aquel catecismo dieciochesco, actualmente
podría afirmarse: “Sólo de las manos del Amor deberían recibirse los
dones del Matrimonio”. Y de este consenso participarían hoy: hombres
y mujeres, progres y regres, religiosos y laicos, jóvenes y mayores,
homos y heteros del mundo occidental.

Aquel tiempo ilustrado también propuso otra reforma de moral


sexual: el matrimonio igualitario (esposos iguales en derechos y
obligaciones). Sin embargo tras la Revolución Burguesa los valores de
igualdad, fraternidad y libertad germinaron más entre los ciudadanos que
entre las ciudadanas. La mujer posrevolucionaria siguió siendo más un
objeto patrimonial que un sujeto político, así que la costumbre siguió
dictando que la esposa fuese una especie de menor que pasaba de la
tutela del padre a la tutela del marido. Esto definía la relación conyugal
en términos de jerarquía y de educación (el esposo era el pater familias
y tenía para sí el deber y el derecho de educar a la esposa; incluso
castigándola). De ese modo, la máxima medieval “mulieres subjectae
sint viris suis” siguió regulando el matrimonio hasta bien entrado el siglo
XX. Incluso sigue haciéndolo hoy inequívocamente en buena parte del
mundo; e implícita y marginalmente, en buena parte de nuestro rincón
occidental.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

La subordinación femenina no operaba igual en todas las facetas


matrimoniales. Había una curiosa y contradictoria excepción: el lecho
conyugal. Allí donde se celebraban los actos per se aptos ad prolis
generationem [34] o allí donde los esposos sese mutuo traduunt et
accipiunt [35], ya desde San Pablo [36], no operaba el principio moral de
jerarquía masculina, sino el principio de mutuo adueñamiento (débito
conyugal). En la horizontal del encuentro carnal, sobre todo a partir del
s. XIII con Alberto el Grande, los esposos sí eran moralmente iguales
(“in hoc, enim, pares sunt”), al menos en tanto que mutuamente
propietarios del cuerpo ajeno. Hoy puede parecernos que no hay más
soberanía corpórea que la propia; luego que nadie es dueño del cuerpo
ajeno. A lo sumo, en el mejor de los casos, usufructuario consentido.

El matrimonio erótico (incluido, ahora, el homosexual) frente al


matrimonio proletario, el matrimonio igualitario frente al matrimonio
patriarcal o el deseo individual libérrimo frente al débito conyugal son
algunos de los cambios morales que han ido ocurriendo en el matrimonio
a lo largo de estos dos últimos siglos. En todos los casos las
transformaciones fueron primero cambios en el marco de los
conocimientos y los valores; luego cambios legales; finalmente, cambios
en las costumbres generales.

El Antiguo Orden Sexual

Se ha llamado Pacto Sexual al marco dimórfico de regulación social


establecido por razón de sexo. Metafóricamente, se presenta como un
acuerdo neolítico [37] entre los sexos en virtud del cual los hombres se
encargarían de la caza, la defensa y el dominio extrafamiliar; y las
mujeres de la recolección, el cuidado de la progenie y el dominio
intrafamiliar. En lo sustancial este modelo de organización social ha
permanecido durante milenios, pues se trata de la piedra angular del
Antiguo Orden Sexual.

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El pensamiento feminista ha criticado esta expresión que presupone


acuerdo, contrato o armonía; sustituyéndola por el término Patriarcado,
del que se deduce dominación, jerarquía y opresión de lo femenino. Sea
Pacto Sexual o Dominación Patriarcal, lo cierto es que este modelo de
organización social estructurada por razón de sexo se resquebraja y se
tambalea. Los dominios, las funciones y tareas, los papeles, el estatus
social, los referentes, los valores, las interacciones, las aptitudes y las
actitudes, etc. preasignados y promovidos en virtud de este sexo
dimórfico, están cultural e intelectualmente puestos en entredicho gracias
a lo que se ha dado en llamar la Revolución Sexual. Esta revolución
incruenta, fundamentalmente animada por los emergentes Movimientos
Feministas, está suponiendo una revisión exhaustiva y una quiebra
radical de aquel milenario modelo.

Ahora bien, con más o menos conciencia, con más o menos tensiones
y con más o menos contradicciones, llevamos dos siglos construyendo
este nuevo Orden Sexual. Una vez surcado este Rubicón Moral resulta
del todo evidente que hombres y mujeres constituyen la ciudadanía del
mundo y que ninguno de los sexos puede arrogarse razón o poder sobre
el otro. Resulta asimismo evidente que la ciudadanía femenina ha sido
sometida, silenciada y ninguneada y que este orden de subordinación
tiene la misma legitimidad moral que la abolida esclavitud; esto es,
ninguna. Y en razón de ello -y con propósito correctivo- parece legítima
la discriminación positiva tendente a que las mujeres sean sujetos
políticos plenos en igualdad de derechos, oportunidades y obligaciones.

En el Antiguo Orden se tenía al sexo por necesariamente dimórfico


y/o dicotómico; así pues sólo se contemplaban dos formas o dos
categorías que determinaban la biografía de los individuos. Parecería que
el sexo era el principio regulador, sin embargo el sexo era -de hecho-
sistemáticamente negado; pues negadas eran la diferencia y la diversidad
sexual que son las primeras derivadas del sexo.

Convendría tomar conocimiento de que el sexo no es responsable de


su desconocimiento o de su inadecuada utilización. Y convendría
discernir que lo indeseable es la determinación biográfica por razón de

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sexo o la injusta discriminación sexual; que no la propia condición


sexuada. Y digo esto porque hemos llamado sexismo a un exceso en el
que el sexo no era causa; sino instrumento. Con ello no hemos sino, aún
más, demonizado al sexo. Pero resulta que el sexo, una vez conocido y
estudiado, resulta ser condición, don y valor; y no invención, lacra o
amenaza. Es motivo para el conocimiento, la consideración y el respeto;
que no para su descalificación o extinción.

Seguramente porque el pensamiento feminista tiene una deriva


comprometida y marcadamente política, su análisis sobre el Antiguo
Orden Sexual se ha centrado en el Poder, la Jerarquía y la Dominación
(invisibilizando el Deseo, la Atracción, el Amor, la Cooperación, etc. que
también estaban; aunque verticalizados). Esto ha contribuido a una
visión maniquea de víctimas y malvados que ni siquiera corresponde con
los hechos históricos.

Este tiempo de tránsito ha renovado una noción laica del Pecado


original heredado y de la culpa retrospectiva. Hay hoy tanta culpa sexual
en la Cultura que con frecuencia hombres buenos se sienten culpables de
su masculinidad o son culpabilizados por ella; o se exculpan por las que
sienten como injustas inculpaciones. Algunos, seguramente menos
buenos, también se exculpan de sus culpas.

También mujeres buenas se sienten culpables de su feminidad o son


culpabilizadas por ella; o se autoinculpan por transigir o por no beligerar
suficientemente. Algunas, seguramente menos buenas, también se
exculpan de inculpar o se inculpan de exculpar.

Perdemos mucho tiempo y mucha energía con tanta culpa inútil e


injusta. Porque en el Antiguo Orden Sexual había más ignorancia que
maldad; y porque en el Nuevo Orden Sexual no se trata de la Guerra de
los Sexos sino de la Convivencia de los Sexos. Así pues mejor nos iría
si no perdiésemos tanto tiempo y energía inútil en culpas, prejuicios,
juicios, denuncias, castigos, distancias, incomprensiones,… que no son
sino excrecencias de aquel Orden.

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Y si hubo Ignorancia Sexual, promovamos el Conocimiento de los


Sexos; y para ello las herramientas son: la investigación, el estudio
comprensivo y la universalización del saber sexual. Y si hubo Guerra
Sexual, promovamos la Convivencia de los Sexos; y para ello las
semillas son: la consideración, el respeto, la interacción y la cooperación
sexual.

Un Nuevo Orden Sexual

Los autores de este texto –pareja heterosexual de sexólogos, colegas,


socios, convivientes, padres y amantes-, tenemos por absolutamente
cierto que éste es el mayor reto que el s. XXI depara a las democracias
occidentales: la culturización de un nuevo Orden Sexual (esto es, un
nuevo orden de convivencia de los sexos). Esto requiere una
reformulación moral que tome el conocimiento, la consideración y la
convivencia entre los sexos –tanto en el dominio público, como en el
íntimo- como valor fundamental y prioritario.

Creemos que necesitamos ir construyendo una nueva Moral Sexual


respetuosa con la Ciencia (no sólo, pero también, sexológica) que
promueva saberes, valores, habilidades y experiencias que permitan a los
hombres y a las mujeres convivir, respetarse, compartirse, entenderse,
arreglarse, etc. con respeto, consideración y valoración a su calidad
-sexualmente diferenciada- de hombres y mujeres. Subrayando además
la aceptación comprensiva de la multiplicidad, diversidad e
intersexualidad de los muchos modos, maneras y peculiaridades de esta
condición de ser hombres y de ser mujeres.

Creemos que éste es precisamente el más preciado de los valores


morales que la Sexología (en tanto que ciencia que estudia los sexos y
sus relaciones) puede ofrecer a la Cultura: el conocimiento, la
consideración y la valoración de la condición sexuada. Lo cual quiere
decir:

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

• conocer, considerar y valorar a los hombres en tanto que hombres;


• conocer, considerar y valorar a las mujeres en tanto que mujeres;
• conocer, considerar y valorar las interacciones, tanto públicas como
íntimas, que unos y otras van tejiendo en tanto que sujetos sexuados,
sexuales y eróticos que -en lo íntimo- suelen hacerse amantes, formar
parejas y procrear; y que -en lo público- constituyen juntos y en
inestable equilibrio -de poderes y complicidades, de deseos y
deberes, de atracciones y temores-, la ciudadanía toda.

Esta Nueva Moral ha de entender que las categorías Hombre y Mujer


no son hechos inalterables, ni designios divinos, sino que son dos
etiquetas que a lo largo de la historia hemos ido construyendo [38]. Que
tras ellas subyace una compleja amalgama de hechos que no son: “o
biológicos o culturales”; sino que son “y biológicos y culturales”; o sea,
biográficos. Y que no son lo antagónicas y lo excluyentes que nos
pudieron parecer en otro tiempo.

Hoy tenemos evidencia científica plena –compartible y estudiable-


de que el proceso de sexuación es un continuum que se cristaliza en
infinidad de niveles cuyo resultante no es dicotómico, sino polar. De ahí
los conceptos estados intersexuales, intersexualidad, etc. profusamente
usados en Sexología desde principios del s. XX y que no hacen relación
a monstruosidades u errores de la naturaleza, sino a la multiplicidad,
diversidad y variabilidad de lo masculino y de lo femenino. Tanto es así
que hoy sabemos que las diferencias sexuales intrasexuales (dentro del
mismo grupo sexual) resultan tantas y tan manifiestas como las propias
diferencias sexuales intersexuales (entre los dos sexos).

Aportaciones Sexológicas para este nuevo Orden Sexual

A lo largo del Pensamiento Occidental han sido siete las nociones


ontológicas del sexo. Estas son:

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

• El sexo como reproducción, de la tesis reproductiva, cuyos ejes


conceptuales son: generación, genitales, cópula, especie, progenie,

• El sexo como erotismo, de la tesis erótica, cuyos ejes conceptuales
son: amores, deseos, atracciones, sentimientos, emociones, …
• El sexo como placer venéreo, de la tesis hedónica, cuyos ejes
conceptuales son: placeres, ludus, recreo, sensualidad, sensaciones,

• El sexo como diferencia, de la tesis sexuante, cuyos ejes
conceptuales son: diferenciación sexual, diversidad,
peculiaridades,…
• El sexo como sepsis, de la tesis (anti)séptica, cuyos ejes conceptuales
son: contaminación, pecado, vicio, enfermedad, exceso, ...
• El sexo como represión, de la tesis (anti)represiva, cuyos ejes
conceptuales son: prohibición, negación, tabú, silencio...
• El sexo como opresión, de la tesis (anti)opresiva, cuyos ejes
conceptuales son: discriminación, violencia, jerarquía, dominación,...

Las cuatro primeras (reproducción, erotismo, placer y diferencia) son


nociones propositivas y guardan relación con la naturaleza misma del
sexo. Las tres últimas son nociones reactivas y no hacen relación alguna
al sexo ni a ninguna de sus características propias, sino a cómo éste se ha
gestionado a lo largo de la Historia del Pensamiento. Sin embargo el
sexo no es: ni sepsis, si represión ni opresión; aunque hayamos logrado
que así parezca.

Así que cualquier moral que se pretenda rigurosa y bienintencionada


debe comprometerse con las cuatro primeras (que son ciertas y
benéficas) y desvincularse de las tres últimas (que no lo son).

Aunque cada una de las siete nace en muy diferentes momentos de


la Historia del Pensamiento Occidental, todas ellas son producciones del
Antiguo Orden Sexual. Si bien una de ellas -la sexuante- resultase ser la
enzima que catalizó el proceso de transformación. Mas hoy podemos ya
hablar de una octava noción de sexo que es ya propia del Nuevo Orden

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Sexual. Se trata del sexo como sinérgia[39] de la tesis sexológica


moderna.

Esta aportación reformula, actualiza e integra armoniosamente las


cuatro tesis sexuales propositivas: la reproductiva, la erótica, la hedónica
y la sexuante. Ahora bien, el eje central de esta tesis sexual ya no es la
reproducción, ni el amor, ni el placer, ni la diferencia, sino el potencial
benéfico de la cooperación entre los sexualmente distintos; o sea, la
sinergia sexual. Desde esta perspectiva, reproducción (mejor,
procreación), amor y placer serían expresiones sinérgicas del sexo que
requieren del encuentro cooperativo entre sujetos sexualmente distintos.
De esta colaboración surge el beneficio mutuo del encuentro entre
diversos. A nuestro juicio, este es el Marco de Conocimiento que el
Nuevo Orden Sexual (el de la Convivencia de los Sexos) estaba
necesitando: pensar el sexo como “encuentro sinérgico de diferentes”, o
como “encuentro entre diferentes que produce sinérgia”.

Esta tesis es especialmente valiosa porque es científicamente más


consistente, teóricamente más elaborada, moralmente más legítima, más
veraz respecto al Hecho Sexual y más comprensiva con la naturaleza de
los Sexos. Además su puesta en circulación produce más bienes y
beneficios (tanto personales, diádicos, sociales, morales, políticos,
intelectuales, etc.) que ninguna otra que hayamos pensado nunca.

Así pues habremos de producir saberes, reglas, valores y usos que


sean coherentes con este principio sinérgico de encuentro y convivencia
intersexual. Con estas semillas obtendremos algún día frutos
(inter)sexuales de Belleza, de Bien, de Verdad y de Riqueza.

No se trata ya sólo de una cuestión científica; sino, también, de una


cuestión moral. De una cuestión de Moral Sexual.

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28. REFLEXIONES EN TORNO AL DEBATE SOBRE EL


MATRIMONIO HOMOSEXUAL [40]

Prolegómeno

Como otrora pasase con las relaciones prematrimoniales, el


adulterio, el divorcio, los contraceptivos, el aborto, las parejas de hecho
o el uso del preservativo; el matrimonio homosexual se ha convertido en
centro del debate político. Con ello la moral sexual -que es también res
publica- queda de nuevo convertida en linde de definición y frontera de
confrontación política. Suele pasar, cuando la res pública se interesa por
una materia sexual, que cabe todo discurso (político, partidario,
mediático, social, legal, sanitario, religioso, moral, etc.) excepto el
discurso genuinamente sexológico. Y esto porque hemos construido una
res pública y un universo intelectual con mucho sexo y ninguna
sexología. También es cierto que los sexólogos no tenemos aquí
verdades definitivas, pero sí algunas claves de conocimiento y reflexión
originales que podemos y debemos ofrecer. He aquí algunas de ellas.

En torno a la modificación legislativa

La Sociedad – aún a regañadientes y excepto su segmento más


reaccionario- ha asumido las uniones, las parejas, la convivencia y la
visibilidad homosexual. Pero el matrimonio legal entre contrayentes del
mismo sexo ha fundido los plomos de los más conservadores que han

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

iniciado una batalla mediática, política y de movilización de masas.


Mucho de este conflicto actual hace relación a la pretensión
conservadora de patrimonializar el término “matrimonio”; luego su
episteme, su ontología, su legitimidad, su legalidad y su carga histórica.
Expresado así, parecería que el debate tiene una enorme carga nominal;
salvo que los términos son también significados, conceptos, epistemes,
cosmogonías,.... Incluso, tratándose cual es el caso de una institución del
Derecho, los términos son además: ley, derechos, obligaciones,
incumplimientos y sanciones.

Desde luego el enfrentamiento hubiese sido del todo distinto si la


innovación legislativa hiciese relación a los derechos civiles de las
uniones homosexuales en equiparación a las culturalmente emergentes
“parejas de hecho”. Excepto que ello hubiese planteado al menos dos
paradojas de imposible solución jurídica. Por un lado cómo legislar sobre
las “parejas de hecho” cuando la primera y más notable característica de
estas uniones privadas es que pretenden expresamente quedar al margen
del Derecho Público (al menos de éste). Por otro lado, esta fórmula
tampoco resolvería el factor discriminador por cuanto que resultaría que
las uniones heterosexuales podrían –potestativamente- serlo bien “de
derecho” o bien “de hecho”; mientras que las homosexuales sólo podrían
ser –prescriptivamente- “de hecho”. O lo que es lo mismo, no podrían
serlo “de derecho”; que es precisamente lo que ya pasaba y se está
tratando de corregir.

Cabría otra posibilidad mucho más compleja y cara: la modificación


de raíz de todo el Derecho Matrimonial y Familiar, readecuándolo a las
cambiantes condiciones sociales y culturales, tanto actuales como
venideras. En cualquier caso el legislador –con más aplauso que
detracción- ha elegido la fórmula políticamente más rentable y
jurídicamente más barata: incluir estas “nuevas” uniones –ahora
públicas- al viejo entramado jurídico.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

En torno al matrimonio

Se ha dicho que matrimonio es precisa y específicamente la unión de


hombre y mujer y así lo define la RAE; así –aunque más crípticamente-
la Constitución Española; y así decenas de diccionarios y constituciones
de otros idiomas y países. En torno a esto, los legalistas debaten si esto
excluye o no las uniones homosexuales puesto que evidentemente los
homosexuales también son hombres o mujeres. Por otro lado, los
constitucionalistas debaten si debe -o no- sobreentenderse un “sólo”
excluyente que de hecho la Constitución no dice. En cualquier caso el
matrimonio es -y sin duda ha sido- una institución públicamente regulada
como sistema reproductor construido en torno a cuatro pilares: una unión
vitalicia heterosexual, una erótica copulatoria, un marco de roles
sexuales estereotipados y una regulación consanguínea de la
comunicación y la sucesión patrimonial. Si bien estos pilares se han ido
debilitando en el tiempo –especialmente el segundo y tercero que
requieren más fiscalización cultural que regulación legal-, los cambios
legislativos o sociales que los han interpelado o modificado han
encontrado siempre la resistencia activa de los conservacionistas
matrimoniales.

El matrimonio es una institución de origen romano, después


cristianizada y luego estatalizada. Por ello el matrimonio es ley: tanto
religiosa como civil; y por ello los valedores de esta institución son
precisamente el Estado y la Iglesia. En lo que tiene de romano, es un
contrato civil; en lo que tiene de católico, un sacramento religioso. Estas
dos vertientes han sido una y la misma o dos distintas según el poder
terrenal y político de la Iglesia, según la separación Estado-Iglesia y
según el propio devenir eclesiástico. Por ejemplo la indisolubilidad
matrimonial es invento renacentista (Concilio de Trento, 1530) que
nunca contó con el plácet protestante; aunque luego resulte que el
católico Tribunal de La Rota disuelva frecuente y protestantemente lo
indisoluble. Aquel matrimonio romano trae consigo su episteme antigua
del locus genitalis en la que el sexo es reproducción y está construido
sobre cuatro ejes (público, normativo, consanguíneo y reproductivista)

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

desde los cuales se regula tanto la convivencia sexual, como la


responsanbilidad parental, la interacción amatoria, los usos de crianza
y los de herencia. Es cierto que en su devenir histórico esta episteme está
intelectual, cultural y socialmente amortiguada; de hecho ni los
colectivos más conservadores negarían hoy el matrimonio de ancianos,
de infértiles o de gentes que por propia voluntad renuncian a la
paternidad o maternidad (aunque si siga negándose o restringiéndose a
determinados colectivos tutelados; por ejemplo: discapacitados o
enfermos psíquicos).

Curiosamente aquella Roma clásica concibió y reguló, al tiempo y


complementariamente, la institución matrimonial y la patrimonial; esto
es, etimológicamente, la carga de la madre y la del padre. Matrimonio y
patrimonio se comunicaban y sostenían mutuamente. Sin embargo nadie
hoy niega los derechos y obligaciones patrimoniales de célibes, mujeres
u homosexuales aduciendo su carácter primigenio y su sentido
etimológico (que fue paternal y patriarcal). El Patrimonio en tanto que
institución jurídica, aunque lo fuese, ya no es asunto de padres. Cabría
interrogarse que, si hemos reconvertido y aceptado que lo patrimonial
sea universal, ¿por qué no dar el mismo tratamiento para lo
matrimonial?

En cualquier caso y pese a su origen romano, desde finales del siglo


XVIII la razón del matrimonio no es ya una razón patrimonial o una
razón parental (aunque sigan siendo estos propósitos teleológicos y
sostén pragmático); sino una razón erótica. A partir de la Ilustración el
matrimonio queda convertido en un contrato –también un sacramento-
del amor. Y habría que subrayar (que suele omitirse) del amor erótico.
Pues, aunque parezca mentira, casarse por motivación erótica es un
invento moderno. De este salto -porque eran indeseables e invisibles,
porque no eran lobby y por razón epistémica- quedaron excluidos los
homosexuales. Podrían amarse, atraerse y desearse; pero a solas y a
escondidas. Lo público les negaba y lo público les era negado. Sin
embargo la razón erótica no puede omitirles; pues sus uniones podrán no
ser reproductivas, pero sí son indiscutiblemente eróticas.

-164-
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En torno a la Pareja

Cualesquiera que hayan sido las condiciones históricas, legales,


culturales y religiosas de la institución matrimonial en sus avatares
históricos lo cierto es que éste requiere de un hecho previo y universal:
la unión par. Esto es: la pareja. La pareja en tanto que sistema diádico de
conjunción, convivencia y cooperación edificadas en torno a cuatro
emociones básicas (atracción, deseo, enamoramiento y encariñamiento)
y una vinculación garantista (el compromiso).

Lo peculiar de la pareja es que no se define por las particularidades


sexuales de sus integrantes, ni por sus propósitos (patrimoniales,
reproductivos, hereditarios, etc.) sino por su imbricación amatoria.
Simplificando, se hacen pareja dos que se aman y se reconocen como
amantes. Y lo público no hace sino dar bienvenida y reconocimiento a
esta apuesta y a esta empresa de naturaleza íntima. La pareja no es una
solución políticamente correcta, sino un hecho cultural universal y un
concepto moderno que trae consigo una episteme nueva comprensiva e
integradora. Esta episteme de la pareja es una episteme sexuante y no
una episteme reproductiva.

La pareja tiene una dimensión íntima y una dimensión pública.


Respecto a lo íntimo, se va trenzando mediante determinados procesos
interindividuales (institución, delimitación, vinculación, finalidad y
proyección al futuro). Respecto a lo público, la pareja se constituye
mediante rituales esponsales de reconocimiento y celebración tornándose
en célula convivencial y económica en un marco contractual de derechos
y obligaciones tanto intradiádicos como extradiádicos. A lo largo de la
historia –y aún ahora- hemos hipertrofiado lo público y hemos
obstaculizado lo íntimo de la pareja; pero nos convendría reconsiderar
y revertir esto.

En torno a lo homosexual

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En relación al encuentro diádico homosexual (su deseabilidad, su


legitimidad y su legalidad), se han mezclado en el debate aspectos que
convendría diferenciar. Por un lado la naturaleza (normal o patológica)
del deseo erótico homosexual; por otro, la aceptación (o desaceptación)
de la visualización normalizada de las parejas homosexuales en tanto que
uniones legítimas; por otro, el marco de derechos y obligaciones civiles
de las parejas homosexuales. Además se han hecho algunas trampas
ignominiosas. Por ejemplo pretender excluir de derechos civiles a
algunos ciudadanos de pleno derecho en razón de supuestas
anormalidades o patologías. A estas alturas del conocimiento afirmar la
condición ordinaria –se trata sólo de uno más de los hechos de diversidad
sexual- del deseo erótico homosexual es de Perogrullo y no merece una
línea en una publicación sexológica. No obstante sí convendrían algunas
aclaraciones adicionales.

Ya he explicado en otro lugar [41] que el proceso de sexuación no


produce personas heterosexuales ni homosexuales; sino hombres y
mujeres ginerastas y andrerastas. También he aclarado que
“homosexual” y “heterosexual” son adjetivos (que no sustantivos)
relacionales que dan cuenta de la coincidencia sexual de un encuentro.
Así pues un beso, una pareja o un deseo sí pueden ser homosexuales u
heterosexuales; pero una persona, no. Así que, aunque digamos “los
homosexuales” o aunque ellos y ellas hayan adquirido esta identidad, lo
cierto es que el uso es incorrecto.

En rigor el debate actual gira sobre la adquisición –o no- de


determinados derechos civiles para hombres andrerastas y mujeres
ginerastas (que son los excluidos) en relación a sus uniones –públicas,
civiles y legales- que sí serían homosexuales.

Dos últimas observaciones. En primer lugar, todavía se confunde


condición y conducta; pero la condición resulta de la sexuación y la
conducta de la voluntad. En segundo lugar, la orientación sexual del
deseo erótico (tanto la ginerasta como la andrerasta) son condiciones
sexuales; así pues ni son opción, ni elección, ni potestad, ni están sujetas
a voluntad alguna. Por más que la corrección política se obstine en

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

afirmarlo. Uno elige su orientación del deseo del mismo modo que elige
su identidad sexual, su fisionomía genital o su producción endocrina: de
ningún modo. Ahora sí, uno elige (por las razones que sean) conducirse
como mejor estime; y en razón de su libérrima voluntad puede incluso
contenerse, abstenerse o, cual es el caso ahora, civilmente casarse.

Más allá de los unos y los otros

El debate planteado en otros términos podría ser valioso y


enriquecidor, movilizador de conocimiento y generador de
reconocimiento; sin embargo aventado por los guardianes de la doctrina
más puritana y reaccionaria ha tomado un sesgo de fundamentalismo
irracional con sabor a Contrarreforma. Por otro lado el discurso del otro
contendiente –una progresía institucionalizada y estatalizada ahora
ensoberbecida por la zafiedad del discurso momificado de sus
adversarios y exultante por los réditos políticos de la añagaza- tampoco
ofrece nada sexológicamente valioso.

La batalla –cuan muñecas rusas- contiene otras batallas. No se trata


sólo de si hombres andrerastas y mujeres ginerastas pueden
matrimoniarse y adoptar (que ya podían hacerlo unipersonalmente) o si
el Estado reconoce sus uniones homosexuales y los derechos y las
obligaciones civiles de ellas derivadas, incorporándolas -cual es el caso-
a la institución matrimonial. No se trata sólo de una batalla entre quienes
cegados por la doctrina religiosa se niegan a la razón civil y quienes
razonables con los derechos civiles se resisten a la reacción doctrinal
contrarreformista. No es sólo una batalla entre derecho canónico y
derecho civil o entre estado laico y estado confesional o entre contrato
y sacramento. No es sólo una batalla entre integración o exclusión de la
única de las minorías eróticas que ha tenido la potencia económica y la
capacidad organizativa de convertirse en lobby político. Se trata además
-y eso nos interesa especialmente- de una lucha entre dos epistemes del
sexo; ambas antiguas, ambas ingenuas y ambas inveraces. La una,
natural (ergo divina) y reproductivista que corresponde a la vieja

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episteme del locus genitalis; la otra, cultural (ergo cívica) y eróticista que
corresponde a la clásica episteme del Eros griego.

En términos epistémicos el debate no es nada moderno –mucho


menos contemporáneo- pues se trata de Aristóteles (aunque retejido por
Tomás de Aquino) frente a Platón.

Ahora bien, dos mil años de conocimiento, doscientos años de


existencia intelectual de los sexos (dos y en plural), cien años de
sexología científica [42] y treinta años de estado aconfesional y
democracia formal deberían de dar para algo más elaborado.

Contra la Contrarreforma…

Como, mayoritariamente, los y las profesionales de la Sexología


procedemos de una extracción política humanista, democrática,
ciudadana, laica y progresista y como además hemos sido demasiadas
veces víctimas de los excesos del fundamentalismo puritano, tendemos
a distanciarnos de los mensajes que de él proceden, incluso a
combatirlos. Especialmente los más groseros, zafios o inmorales, los más
xenófobos o excluyentes y los que fabrican más angustia o culpa.

Los sexólogos sabemos con probada evidencia que la vivencia


armoniosa de la propia identidad y corporeidad, la aceptación
desculpabilizada de los más íntimos deseos y la experiencia sentida de
un encuentro erótico plácido y placentero resultan sumamente
incompatibles con un marco rígido de creencias sexuales puritanas y
fundamentalistas. Así pues, no nos es difícil concluir que la moral sexual
contrarreformista es sumamente inmoral en tanto que socialmente
excluyente, en tanto que científicamente inveraz y en tanto que
humanamente nociva.

Nuestro bagaje sexológico se sobra para concluir que los más


antiguos fabricantes de angustia han satanizado, han combatido, incluso

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han logrado pervertir y trastornar algunas de las más amables


características de nuestra condición sexuada. Así: la risa, la chanza, la
danza, el deseo, la seducción, el cortejo, el cuerpo, la desnudez, el placer,
la autoestimulación, el conocimiento y la práctica de las artes y
habilidades amatorias, la homosexualidad como condición y las
conductas eróticas entre personas del mismo sexo, las relaciones eróticas
pre y postmatrimoniales, las extramaritales y las amaritales, los recursos
contraceptivos y la erótica aconceptiva, la educación sexual, … (y un tan
largo etcétera que resultaría tedioso continuar)…, han sido víctimas
inocentes de la infamia y la insanía puritanas. Esto sin contar con la, aún,
exclusión y desconsideración de la mujer en tanto que sujeto político con
plenos derechos y en tanto que sujeto erótico con plenas capacidades.

Por reacción a todo esto es probable que caigamos en la trampa de


gastar energía intelectual criticando que sean precisamente los
panegiristas de la condición nulípara, abstinente y célibe quienes se
tengan a sí mismos como guardianes del matrimonio entendido como
convivencia intersexual con débito marital copulatorio y fin
reproductivo. O que nos distanciemos, casi con oprobio, de quienes
imponen ortodoxia familiar excluyente tomando como modelo una
familia sumamente heterodoxa resultado de un matrimonio convenido y
no consumado entre un hombre y una niña, él padre putativo y ella madre
virgen anaeróticamente inseminada por un tercero inmaterial. O que les
recordemos, incluso con vesanía, que fuese su propio líder quien
promoviese activamente el abandono familiar y matrimonial entre sus
más directos seguidores. O que nos preguntemos –con más malicia que
curiosidad- por qué los homosexuales sí pueden recibir los otros
sacramentos –incluida la Orden Sacerdotal- siendo que, curiosamente,
el matrimonio es el único sacramento que no requiere intervención
sacerdotal y cuyos oficiantes son los propios contrayentes. Más aún, que
nos persignemos cuando sí promueven el matrimonio en homosexuales,
pero sólo si éste se celebra fuera del amor, de la atracción y del deseo
(pues de gays y lesbianas canónicamente casados con personas del otro
sexo está la historia llena).

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Todo ello puede ser estimulante en razón de viejas deudas históricas,


pero es intelectualmente yermo.

… pero no por ello a favor de esta Reforma.

Los sexólogos nos hemos ido haciendo en la comprensión y la


aceptación de la diferencia y la diversidad (que son –hay que subrayarlo-
claves intersexuales, pero también intrasexuales). Solemos además ser
firmes defensores de la Privacidad y la Intimidad. Nuestro saber pivota
en torno al encuentro entre sexualmente diferentes; y nuestro marco
conceptual está hecho de: Sexuación, Sexualidad, Erótica, Amatoria,
Pareja y Procreación. Así pues sujeto, pareja y familia son instancias de
lo humano donde nos movemos con especial cercanía y tratamos con
especial cuidado. Más obsérvese que hemos dicho Pareja y no
Matrimonio, lo cual no es baladí; pues la Sexología Moderna ya
abandonó el término y su episteme.

El sujeto que nosotros estudiamos es un sujeto sexuado, sexual y


erótico; la pareja que nosotros estudiamos se produce del encuentro de
estos sujetos sexuados, sexuales y eróticos que, precisamente por serlo,
se tornan amantes. Y la familia que nosotros consideramos no es sino
resultado procreativo de este encuentro entre estos sujetos con esta
naturaleza. Recuérdese que Procreación es, en nuestra episteme, un eje
conceptual que dice de la creación, de la creatividad y de la crianza; y
dice bien poco de la consanguineidad; y desde luego ni sustituye, ni
reemplaza, a la anciana Reproducción.

La Sexología Moderna, de la cual somos herederos y ahora artífices,


crece y se desarrolla en una episteme de los sexos. Esta episteme
expresamente supera y se aleja de las epistemes antiguas: reproductiva
y erótica que son ahora quienes premodernamente contienden. Y esto
porque el sexo no es reproducción, ni encuentro erótico, ni tampoco
placer; el sexo es sexuación. Los humanos podemos reproducirnos,
amarnos y gozarnos sólo porque somos sexuados y desde esta condición.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Y por ello mismo nos diferenciamos en hombres y mujeres. Ahora bien


las categorías hombre y mujer no explican ni agotan toda la riquísima
diversidad de las diferencias sexuales; sólo las simplifican. Simplicar lo
complejo puede ser didáctico, pero es empobrecedor. Y lo que es peor,
tomarlo por cierto es engañarse y es mentira.

Los sujetos sexuados -en razón de cómo ha sido su peculiar e


intransferible proceso de sexuación- pueden ser egoándricos (sentirse
hombres) o egogínicos (sentirse mujeres) relativamente al margen de
cómo les eduquen o cómo les alosexen (esto es: qué categorías sexuales
los demás les den). Pueden ser andrerastas (desear hombres) o ginerastas
(desear mujeres); por cierto, aunque algún catedrático muestre con
impudicia su ignorancia, absolutamente al margen de las características
de sus padres y educadores. Pueden ser erásticos (desean ser deseantes)
o eroménicos (desean ser deseados) por complejas razones biográficas
de las cuales aún no tenemos buena cuenta. Pueden tener una respuesta
gonadotrópica de retroalimentación negativa o positiva -con todas las
consecuencias, incluso conductuales, que ello entraña- por hechos
endocrinos ya conocidos que ocurren en la biografía fetal. Pueden tener
penes o clítoris en razón de la presencia y/o actividad de un potente y
específico andrógeno en un momento localizado de su historia prenatal.
Pueden menstruar y/o eyacular, hacer ovogénesis o espermatogénesis,
pueden captar y distribuir sus grasas corporales de unos u otros modos,
pueden tener el cuerpo calloso más o menos denso y grueso y en razón
de ello ser más o menos intuitivos o multitarea, pueden tener más o
menos habilidades para expresar sus sentimientos o para situarse en los
mapas, … y tantas y tantas otras diferencias que nos distinguen…
precisamente por sexuados.

Epílogo

Todos y cada uno de los antedichos hechos de sexuación–y los


cientos que hemos omitido- son hechos de diversidad en los que no hay
expresión patológica o anómala alguna; tan solo rasgos diferenciadores.

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Algunas características sexuales pueden resultar más favorables o


desfavorables, pero no tanto por su propia naturaleza, sino en razón de
“cómo hemos montado el tinglado”. Por ejemplo que las mujeres tengan
un salario menor en iguales condiciones laborales no indica que las
mujeres merezcan menos, sino que la organización salarial tiene este
sesgo misógino. Que gays y lesbianas tengan en el outing una potente
herramienta de chantaje político no les hace más inmorales, pero da
cuenta del estado de la situación, recuerda que las armas se usan cuando
se tienen y corrobora la imperiosa necesidad que tenemos, todos y todas,
de que la intimidad sea mejor protegida contra todo ataque público
(incluso, y muy especialmente, del bienintencionado).

La política y la democracia –por muy deificadas que en nuestro


tiempo estén- no pueden regularlo todo, ni pueden inmiscuirse en todo.
Especialmente lo público no puede colonizar lo íntimo. Antes al
contrario, deberíamos regular lo público para que respete, promueva y
facilite lo íntimo. En este sentido, ni la innovación legislativa ni la
reacción conservadora (ambas con pretensiones reguladoras de lo íntimo
desde instancias públicas) han aportado nada. Al contrario una y otra
promueven activamente la hipertrofia de lo Público mediante el recurso
a los massmedia, la legislación, la politización, la judicialización, el
outing, la escandalización, etc. Aunque contiendan, ambas alimentan la
tiranía del “Gran Hermano”.

En tanto que sexuados estamos construidos con los ladrillos (azules


y rosas) que cada cual tiene y es; y con estos ladrillos cada quien vive su
biografía lo mejor que puede. Si esta innovación legislativa sirviese para
facilitar o desproblematizar biografías, bienvenida sea. Si además el
debate sirviese para promover conocimiento, convivencia, comprensión
y aceptación de ésta y todas las demás minorías eróticas, miel sobre
hojuelas.

Ahora bien si toda esta trifulca sirve sólo para que nos tengamos que
definir sobre la bondad de una de estas dos formas de regulación pública
de lo íntimo (la eclesial o la estatal) quizás debemos refugiarnos en la
perplejidad. Pues se trata de elegir entre lo malo y lo peor. Y aunque sea

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cierto que, tácticamente, lo mejor es enemigo de lo bueno; no es menos


cierto que, conceptualmente, lo peor no hace bueno a lo malo.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

29. LOS SEXOS EN EL AULA


¿JUNTOS O SEPARADOS? [43]

Introducción

Con motivo de los conciertos educativos, la gestión del dinero


público, la gobernación socialdemócrata, el derecho de los padres a la
elección de centro y la reciente publicación de algunos libros de desigual
interés [44], una fugaz estrella ha cruzado la Galaxia Gutemberg: se trata
del debate sobre las bondades y perjuicios de la separación de los sexos
en el aula.

Lo que para unos es retroceso y propósito reaccionario que retrotrae


a modelos instructivos periclitados y ultrarreligiosos, para otros es
vanguardia pedagógica, diversidad educativa, libertad de elección,
mejora en la disciplina dentro del aula y beneficios en el rendimiento
escolar. La propuesta, desde luego, abre un interrogante respecto a un
valor bien afianzado en las democracias occidentales: el principio de la
igualdad educativa con independencia del sexo.

Analizando los argumentos, propuestas y terminologías desplegados,


no es difícil descubrir que no se trata exactamente de un debate
educativo (que lo sería, genuinamente, de educación sexual); sino que es,
fundamentalmente, un debate político (de política sexual) y también un
debate moral (de moral sexual) en los cuales subyacen cuestiones
epistémicas (de epistemología sexual). Así que, la cuestión plantea el
suficiente atractivo sexológico para detenerse en ella.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Una brizna de historia: las aulas, los sexos y el siglo XX

A caballo entre los siglos XIX y XX, la coeducación (ese fue el


término original) fue un anhelo y una reivindicación pedagógica
filofeminista que creció en ambientes intelectuales libertarios. Era
entonces una formulación propositiva que pretendía acabar con los
sesgos discriminadores de la instrucción femenina segregada mediante
el acceso de las mujeres a la formación reglada ordinaria. Se trataba de
que éstas tuviesen acceso normalizado al conocimiento de la Cultura, las
Artes y las Ciencias; y no solo a las Manualidades y al Catecismo como
era costumbre desde el medioevo.

A decir verdad, en aquel tiempo transecular tampoco los hombres


tenían garantizada tal instrucción. Si bien los instruidos eran hombres,
los hombres tampoco estaban instruidos. De hecho los niveles de
analfabetismo eran muy altos en toda Europa; y aún mayores en los
países de fuerte tradición católica y férrea tutela militar (que es el caso
español) especialmente impermeables a la Reforma, la Ilustración y la
Revolución Burguesa.

Aunque con resistencias, el hálito coeducativo creció en toda Europa


al albor de un principio pedagógico en alza: la obligatoriedad y la
universalidad de la Instrucción Pública. En este nuevo marco, las
mujeres pudieron paulatinamente recibir instrucción en los mismos
lugares, con los mismos docentes, sobre las mismas materias y con las
mismas didácticas que los hombres. En España, siete décadas después –y
ya muerto el tirano - comenzó a ser habitual que chicos y chicas
compartiesen, en igualdad de condiciones: docentes, aulas, pupitres,
materias, horarios, tareas y patios [45].

Con la instauración progresiva de este modelo, el original término


“coeducación” fue sustituyéndose por el políticamente neutro “educación

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

mixta”. Si bien, a partir de los años ochenta, el término reemergió con


brío en círculos intelectuales feministas. Pero ya no se trataba tanto de
la integración escolar del colectivo femenino, como de la integración
escolar de la “perspectiva de género”.

Ahora bien, la progresiva incorporación escolar de la mujer - como


docente y como discente- no trajo una feminización o una ginandrización
educativa. Y ello porque la educación mixta no fue tanto hija de aquella
primera coeducación, sino del inexorable proceso de escolarización
universal y obligatoria que los Estados fueron articulando especialmente
tras la Segunda Guerra Mundial. De esta suerte el proceso no se resolvió
en términos sexuales; sino en términos integracionistas. Siendo el de las
mujeres uno más de los colectivos anteriormente excluidos que se
incorporaban a la Escuela. Con diferentes ritmos y discutible éxito, no
sólo mujeres, sino también pobres, torpes, rurales, gentes de otras etnias
y personas con minusvalías fueron teniendo cabida en las aulas.

Parece que es lo mismo, pero no es igual. No es lo mismo


coeducación que universalización y obligatoriedad. Las mujeres fueron
incluidas, pero no por su condición sexual (“en relación a”, “diferente
que” y “en interacción con” los hombres); sino por su condición
excluida. Así que, a estas alturas, no se trate tanto de la incorporación
escolar femenina; sino de la incorporación de la Escuela a la realidad de
los Sexos.

Con el advenimiento de la Monarquía Parlamentaria en España el


proceso coeducativo se incrementó exponencialmente. De lo cual en las
tres últimas décadas, lo común y ordinario –incluso en los centros
religiosos concertados- es que chicos y chicas convivan en el aula.

En este punto, los defensores de la “educación diferenciada” señalan


que la convivencia de los sexos en el aula no puede ser obligatoria, sino
facultativa; y que los centros “separados” tienen derechos plenos de
recibir financiación pública acogiéndose al concierto. Así mismo, loan
y glosan las ventajas escolares –sobre todo disciplinarias y de
rendimiento académico- de esta fórmula homosexual [46].

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Las Tesis Sexuales del Pensamiento Occidental

A lo largo del Pensamiento Occidental han sido siete las nociones


ontológicas del sexo. Luego siete, las respuestas al interrogante ¿qué es
el sexo? Estas son:

• El sexo como reproducción, de la tesis reproductiva, cuyos ejes


conceptuales son: generación, genitales, cópula, especie, progenie,
genes, fecundación, fecundidad, …
• El sexo como erotismo, de la tesis erótica, cuyos ejes conceptuales
son: amores, deseos, atracciones, sentimientos, emociones, …
• El sexo como placer venéreo, de la tesis hedónica, cuyos ejes
conceptuales son: placeres, gozo, ludus, recreo, sensualidad,
sensaciones, excitaciones, satisfacciones, orgasmo, …
• El sexo como diferencia, de la tesis sexuante, cuyos ejes
conceptuales son: diferenciación sexual, diferencias, diversidad,
peculiaridades, intersexualidad, matices, particularidades, …
• El sexo como sepsis, de la tesis anti-séptica, cuyos ejes conceptuales
son: contaminación, pecado, vicio, enfermedad, peligro, exceso, ...
• El sexo como represión, de la tesis anti-represiva, cuyos ejes
conceptuales son: prohibición, negación, tabú, silencio, ...
• El sexo como opresión, de la tesis anti-opresiva, cuyos ejes
conceptuales son: discriminación, violencia, jerarquía, dominación,
sexismo, patriarcado, ...

Las cuatro primeras (reproducción, erotismo, placer y diferencia) son


tesis propositivas que guardan relación con la naturaleza misma del sexo.
Las tres últimas son tesis reactivas (tesis “anti”) que no hacen relación
alguna al sexo ni a ninguna de sus características propias, sino a
fantasmas, excrecencias y parásitos que con él se han relacionado. Pero
el sexo no es, en ningún caso y de ninguna manera: ni sepsis, si represión
ni opresión. Aunque hayamos logrado que así parezca; lo cierto es que:
“puede parecer, pero no es”.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Hoy podemos ya hablar de una octava noción de sexo. Se trata del


sexo como sinergia[47] de la tesis sexológica moderna. Esta aportación
paradigmática radicalmente sexológica, de un lado, reformula, actualiza
e integra armoniosamente las cuatro tesis sexuales propositivas: la
reproductiva, la erótica, la hedónica y la sexuante. De otro, se aleja,
disuelve y deconstruye las tres tesis reactivas. En términos pedagógicos
-y una vez aclarado que el sexo no es ni séptico, ni represivo, ni
opresivo-, no se trata ya de evitar estas lacras periféricas, sino de
promover los valores sexuales nucleares contenidos en las otras cuatro
tesis.

Aunque esta nueva tesis sexual es integradora de las cuatro tesis


propositivas, su eje central ya no es la reproducción, ni el amor, ni el
placer, ni la diferencia, sino el potencial benéfico de la cooperación entre
seres procreantes, amantes, gozantes y diferentes. Pues Reproducción
(mejor, Procreación), Amor, Placer y Diferencia son expresiones
sinérgicas del sexo que requieren del encuentro cooperativo entre sujetos
sexuados.

Debates entrecruzados

Nos encontramos ante un debate donde confluyen diferentes razones


que conviene discernir. Pues se trata, al tiempo, de un debate político
explícito, de un debate moral implícito, de un debate pedagógico
instrumentalizado y de un debate epistémico oculto. Dejaré aquí algunos
apuntes sobre cada una de esas razones.

La razón política. En este debate sobre las bondades o maldades de


las aulas separadas por sexos (y su financiación pública) hay,
lógicamente, mucha razón política. Al punto que resulta un nuevo pulso
entre “progres” y “regres” litigando en torno a lo religioso frente a lo
laico; lo público frente a lo privado; y la (Sagrada) Familia frente al
(Sacrosanto) Estado. Respecto a esta trinidad banderiza, y con la
diversidad que cualquier comunidad contiene, tengo por cierto que el

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

colectivo de profesionales de la Sexología suele tomar posición


mayoritaria del lado de la progresía. Así pues triunfa holgadamente el eje
“laico/público/Estado” sobre el eje “religioso/privado/Familia”. Sin
embargo a la sensibilidad sexológica le corresponde una posición de
difícil encaje en esta ordenación dicotomizada. Pues lo sexológico más
que con lo laico se compromete con lo científico (que puede entenderse
como una forma de laicismo escéptico y racionalista). Más que con lo
público, se alinea con la defensa de lo íntimo (que es una forma
específica de lo privado cuando este hace relación a los irrenunciables
“adentros” de la individualidad y la interindividualidad). Y, finalmente,
en la tensión Familia-Estado, el compromiso sexológico suele tomar la
tangente del Individuo y la Pareja.

La razón moral. En tanto que contencioso moral, el debate está


siendo abanderado por las vanguardias puritanas de uno y otro frente.
Litigan pues, de un lado, el paleopuritanismo antisexualista, atenuado
ahora por las formas políticamente correctas del llamado “neocon”, pero
manteniendo su inconfundible aroma sexofóbico (furibundo vigilante
frente a excitaciones, deseos, amores, atracciones y placeres); de otro el
neopuritanismo antisexista trufado ahora de “perspectiva de género” (en
permanente alerta frente a desigualdades, discriminaciones, opresiones
y objetuaciones). Uno y otro coinciden en su vocación pastoral (por ello
buscan tener posición privilegiada en el discurso educativo) y en su
obsesión por los mass-media y el lenguaje. En los cuales buscan y
encuentran: los unos, obscenidad; los otros, sexismo. En estas
contiendas mojigatas es el sexo el primer y único danificado. Pues lo que
es valor se convierte en rémora o peligro. Así: se previene y no se
promociona; se fiscaliza y no se defiende; se ignora y no se estudia. Ni
que decir que promoción, defensa y estudio del sexo son deberes de
deontología sexológica. Y que la bandería puritana es sexológicamente
inmoral.

La razón epistémica. Si se estudian los fundamentos teóricos


subyacentes en el debate resulta que se trata de la emergencia de una
contienda entre la tesis antiséptica (de los peligros de la carne) y la tesis
antiopresiva (de los peligros de la discriminación). Respecto al sexo

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ambas tesis son falsas y reactivas (incluso reaccionarias). Ambas lo


evitan y se previenen de él. Desde luego no lo buscan, ni lo promueven,
ni lo aprecian, ni lo cultivan, ni lo estudian. Son, definitivamente, tesis
sexofóbicas. Y los y las profesionales de la Sexología no debemos
alimentar tales fobias.

Algunas consideraciones sobre la razón pedagógica

Aceptado que la ciudadanía toda está hecha de los dos sexos (y que
estos conviven e interactúan incluso en el propio individuo, que es –de
si- intersexual), parece del todo sensato que los sexos convivan en las
aulas. Más aún si van a convivir en lo privado y en lo público, en las
familias y en las fábricas, en la cama y en la plaza.

Excepto que, conocido el medio escolar, uno constata que los sexos
apenas conviven. A lo sumo coinciden. Pero apenas cooperan, ni
colaboran, ni coexisten, ni dialogan, ni interactúan. Están, se ven, incluso
se oyen (escucharse, poco); pero no hablan, apenas juegan, no se
mezclan, no se tocan, no se huelen, no se entienden, no se muestran, ...
Pero sí se influyen. ¡Vaya si se influyen!.

La presencia, la cercanía de “lo otro” genera mucho mar de fondo


hecho de materiales implícitos, silenciados, velados, ocultos... que se van
moviendo a expensas de fuerzas de atracción y rechazo, de deseos y
temores, de fantasías y fantasmas, de amores y desamores, de tensiones
y relajaciones, de incitaciones y excitaciones, de rivalidades y alianzas.
Son variables que no solo afectan a los archimencionados rendimiento
escolar y disciplina; sino: a las dinámicas grupales, al liderazgo, a los
procesos evolutivos de maduración y crecimiento, a la definición del
estatus del individuo en el seno del grupo, a la conciencia de sí a través
del yo que los otros me devuelven, a la creación de centros de interés, a
la motivación, a la relación con los docentes, etc, etc. Precisamente sobre
esta influencia incidental y los supuestos perjuicios de ella derivadas
suelen detenerse los defensores de la educación diferenciada.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Tenemos por delante el reto de resolver la paradoja de que la


incorporación de los dos sexos en las aulas jamás ha incorporado al sexo
en éstas. De hecho nuestro actual sistema coeducativo propicia que unos
sexos desexuados crezcan en su mutua ignorancia sin apenas interacción
salvo aquella que sobreviva en lo incidental. Esto es, la interacción, el
contacto y el diálogo intersexual cuando ocurren –que ocurren muy
poco- no lo hacen “gracias al sistema educativo” sino “a pesar de él”. Por
decirlo más claro: la Escuela es hoy más un espacio para la
confrontación y el desconocimiento de los sexos, que para su
conocimiento y convivencia.

La Sexología moderna tienen bastante bien resuelto el eje


“iguales/diferentes”. Así pues, las perpectivas diferenciadoras no le
causan alarma alguna. Por el contrario la disolución de la fórmula “con
independencia del sexo” –que es hoy la prescripción- le produce bastante
bienestar pues abre una ventana de luz, esperanza, oportunidad y
conocimiento. Porque ¿qué ventaja educativa ofrece que seres
ineludiblemente sexuados sean tratados no ya sólo “con independencia
de su sexo”, sino además con desconocimiento, con desinterés, con
temor y con prevención de su sexo? Sin embargo no veo las ventajas de
la propuesta diferenciada que resumo con la fórmula: “sin sexo que les
distraiga, rinden más y son más dóciles” [48]. Tampoco entiendo la
pretensión anafrodisiaca de separar a los sexos. Máxime cuando ni
siquiera es eficaz para evitar atracciones, deseos, enamoramientos y
deleites carnales. A lo sumo se promueve el encuentro –erótico o no-
homosexual. Lo cual tampoco es nefando. Pero si es eso, que no lo creo,
explicítese y reivindíquese como valor.

Colofón

Considero que la sexodiferenciación educativa (fácilmente


descalificable por sexista) puede ofrecer posibilidades. De hecho buena
parte de los educadores sexuales recurren a didácticas segregadoras para
propiciar y potenciar el diálogo intersexual. Y esto, lejos de ser una

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

rémora o un defecto, es un recurso y una oportunidad. Así pues creo que


la segregación sexual si es puntual, si es diferenciada y diferenciadora,
si es didáctica, si es rentable, si tiene pretensión sinérgica (que no
anafrodisiaca) y si procura ginandrización escolar es benéfica.

Ahora bien, sería deseable que -a propósito de este debate-


articulásemos alguna fórmula diferente a las que hoy están sobre la mesa.
Que son, dicho de paso, de muy corto recorrido. Pues parecería que hay
que elegir entre: educación “con independencia del sexo” o educación
con “sexos independientes”. Quizá tengamos ya madurez y conocimiento
suficientes para aceptar las dependencias sexuales, que son muchas.
Desde luego podrían promoverse los valores de la interacción y la
interdependencia. Pues no se trata ya de si las chicas y los chicos
comparten espacios y materias, sino de que interactúen y cooperen para
su mutuo beneficio.

No me resisto a traer aquí las conclusiones de un antiguo trabajo de


investigación [49] realizado con parejas de niños y niñas de cuatro y cinco
años que juegan con un juego de bolitas llamado “Madsen marble-pull
game”[50]. Resumiendo: en las parejas heterosexuales (niño/niña) según
avanzaba el juego, el niño se hacía más cooperativo, la niña más
competitiva y la pareja más eficaz. Es lo que tiene la sinergia: que no hay
que hacer grandes cosas, sino darle ocasión. A veces vale con una tabla,
unas bolitas y un poco de ingenio y ganas. Pues del resto se ocupa ella
misma con sus propiedades emergentes.

La Escuela podría ser un generador de sinergias sexuales (“inter” e


“intrasexuales”). Para ello debería quitarse del vicio de la
“independencia del sexo” sin recurrir a los “sexos independientes”.
Debería promover conocimiento (cultura, ciencia, arte, habilidad,
aptitud, actitud, valores, etc.) con sexos interdependientes y en
interacción. Para ello debería sacar el sexo de debajo de las alfombras,
para ponerlo en la mesa docente, en la silla discente, en el libro
cognoscitivo y en la pizarra didáctica.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Pues el sexo aceptado, conocido, estudiado, considerado y


promovido no es una lacra, ni un problema, ni un peligro, ni una
distracción. Antes al contrario es un valor, una solución, una materia, un
conocimiento, una oportunidad y un rumbo.

Y para este desafío pendiente no son necesarios grandes


requerimientos presupuestarios, organizativos y formativos. Se requiere
cierta formación, cierta disciplina y una Disciplina (por ejemplo una que
estudie y estime a los dos sexos y sus interacciones; o sea, más
Sexología).

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

30. NUESTRA IMPOTENCIA CON LAS CAUSAS Y LAS


CAUSAS DE LA IMPOTENCIA [51]

Médicos contra psicólogos y viceversa

Tradicionalmente -más por desconocimiento idiomático, que por


sarcasmo-, se han clasificado las disfunciones eréctiles en: médicas y/o
psicológicas. Dicho en estos términos estaríamos hablando: o bien de las
disfunciones eréctiles de los propios médicos y psicólogos (por supuesto
varones); o bien de otro tipo de impotencias -conceptuales, clínicas, etc-
de tales profesionales (al margen de su sexo).

Suele argumentarse que tal clasificación se establece por razón de la


diferente naturaleza causal de las tales impotencias. Según esto habría
impotencias de causa médica o causa psicológica (o sea, producidas por
la Medicina o por la Psicología).

Un cierto análisis de este dislate lingüístico -torpe pero divertido-,


permite evidenciar que al clasificarse las impotencias en médicas o
psicológicas de lo que realmente se está hablando es de las
competencias científico-profesionales de médicos y de psicólogos frente
a la "reparanción" de impotencias. O incluso, como luego se verá, de las
propias impotencias etiológicas y conceptuales de unos y otros.

Por debajo de estas torpezas terminológicas, la supuesta discusión


conceptual -por lo menos la manifiesta- se refiere a las causas: es por
tanto una discusión etiológica. Ahora bien, según la supuesta naturaleza

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

de estas causas, las impotencias se clasificarían en: orgánicas y psíquicas


(o también biógenas y psicógenas). Probablemente la insistencia en el
"lapsus linguae", tenga algo que ver con el hecho de que quizás no se
discuta sobre las causas sino sobre los tratamientos. Y por lo tanto se
trate de una discusión de terrenos competenciales y no una discusión de
ideas. En último término quizás se esté hablando de pesetas (pesetas
médicas o pesetas psicológicas)[52]. Pero ahora esto no viene al caso.
Así pues, vayamos a las ideas.

Unos y otros tienden a presuponer que las causas y sobre todo,


después, los tratamientos -que usan de las causas como justificación
instrumental- han de ser: o bien de una o bien de otra categoría, que se
suponen mutuamente excluyentes. Así mismo presuponen que si la
causa es de una categoría, el tratamiento ha de serlo de esta misma
categoría. También presuponen que si un tratamiento es eficaz para una
impotencia concreta, ello demuestra que la causa era de esa misma
naturaleza -psíquica u orgánica-.

Es precisamente por esto que los psicoterapeutas no hacen sino


retroalimentarse de la naturaleza psíquica de las impotencias que tratan
y los farmacoterapeutas no hacen sino retroalimentarse de la naturaleza
orgánica de las impotencias que también tratan.

Solo los protésicoterapeutas pueden permitirse -aunque no lo hacen,


por lo que pudiera pasar- obviar unas causas que les son del todo
indiferentes y ajenas, puesto que los implantes protésicos no “reparan”
sino que sustituyen. Una vez destruidos los cuerpos cavernosos
-condición inexcusable para el alojamiento de la prótesis- el sujeto jamás
tendrá erección (pero tampoco pérdida o ausencia de la misma que es lo
que realmente se quería evitar), y además obtendrá un don divino
probablemente más deseable y excelso: "tenerla dura a voluntad".

La guerra de cifras sobre las causas

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

En los últimos años, sobre todo desde el mundo de la andrología, se


está poniendo de moda presentar porcentajes sobre etiología -psicógena
versus orgánica- de las llamadas disfunciones eréctiles. Según estos
porcentajes, las impotencias por causa orgánica representan el 50%, el
70%, o últimamente, ya, el 90% del total de las ausencias o pérdidas de
las deseadas erecciones varoniles. Frente a estos datos la respuesta
habitual desde el mundo de la sexología y la psicología -en cualquier
caso, desde quienes, con un referente epistémico u otro, utilizan la magia
de las palabras y la experiencia- suele ser la descalificanción de estos
porcentajes o la inversión de las cifras.

Desde el mundo de la investigación -cualquiera que sea la


disciplina-, o bien se conoce la causa de algo o bien se desconoce.
Cuando la investigación es médica, si se conoce la causa, ésta ha de ser
necesariamente orgánica. Cuando se desconoce, se la nombra -usando el
término habitual- como idiopática (o sea desconocida).

Sólo en estos casos, un poco por concesión profesional y otro poco


por la característica discapacidad clínica de los médicos cuando
desconocen la causa (en Medicina, axiomáticamente, el tratamiento
requiere una intervención causal), se supone -y se clasifica- como
psicógena. De este modo las impotencias idiopáticas (las de causas
desconocidas) se tornan, birlibirloque, en psicógenas. Así que el misterio
de la mente crece con el recurso a lo desconocido.

Se trata de una conceptualización que parte de un dualismo


disyuntivo y clasifica por exclusión. Con todo ello, es natural que cuanto
más se investiga, menos idiopatía (o sea, menos desconocimiento); luego
menos psicogenia habrá. Que las cifras aún estén en el 90%, no significa
sino que aún falta un mayor conocimiento biológico de la impotencia.

Ahora bien cuando el conocimiento disipe la idiopatía, desaparecerá


-supongo- la psicogenia de las disfunciones eréctiles. De hecho yo creo
que en dos o tres décadas ya no habrá impotencias psicógenas en los
tratados médicos. Esto en términos conceptuales.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

En términos clínicos -yo creo que aún antes-, las propuestas


psicoterápicas habrán desaparecido por razones de economía clínica y de
protocolización (o sea estandarización) terapéutica. Porque si bien hoy
coexisten tratamientos farmacológicos con tratamientos psicoterápicos
justo por su irregular eficacia, contribuyendo a mantener una manifiesta
desconfianza de los unos para con las estrategias terapéuticas de los
otros, pero también cierta competencia -aunque sea incompetente- entre
unos y otros, en pocos años el mercado de las disfunciones eréctiles será
monopolizado por preparados que están ya en estos momentos en
proceso de investigación clínica [53].

Estos nuevos preparados ingeribles no sólo sustituirán a los


inyectables locales y contingenntes que tantas resistencias ofrecen entre
el público masculino [54], sino que sustituirán a las intervenciones
psicoterápicas (cuanto menos las centradas en el síntoma). No sé cuál
será la eficacia de estos preparados, -ahora mismo desconozco incluso
el principio activo y su acción metabólica- pero en círculos bien
informados se afirma que estos nuevos fármacos resolverán el 80% de
las disfunciones eréctiles. Y curiosamente, el mismo preparado parece
funcionar con bastante independencia de las múltiples biocausas ya
conocidas y aceptadas.

Ahora bien ¿resolverán estos nuevos medicamentos la discusión n


entre causas psíquicas versus causas orgánicas? ¿Desaparecerán
definitivamente las estrategias clínicas que usan como herramienta la
palabra y la experiencia en el universo de las erecciones deseadas y no
logradas?. Yo creo que sí. Sí a las dos.

Pero ahora no me interesa aquí y ahora la competencia profesional,


ni la guerras de mercado, ni los prejuicios clínicos de unos y otros, ni
siquiera el futuro de la terapia sexológica en el tratamiento de las
incompetencias eréctiles. Me interesan más las conceptualizaciones -las
ideas- que subyacen a toda esta tramoya que como ya he dicho no es –de
si- conceptual; pero que sí usa -y abusa- de los conceptos.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Descripciones de los circuitos de la erección

Circuito orgánico

La erección -hasta donde yo sé- es un fenómeno absolutamente


orgánico que puede describirse más o menos del siguiente modo: por una
orden del cerebro –o sea la activación de una serie de neurotransmisores-
que se comunica a larga distancia a través de información
quimioeléctrica –o sea, nerviosa- y de información química –o sea,
hormonal- se produce una modificación hemodinámica genital que afecta
tanto al volumen como a la presión sanguínea, incrementándose el flujo
arterial peneano, que por acción colinérgica relaja la fisiológica
contracción de los cuerpos cavernosos incrementando el volumen, dureza
y posición habitual del pene, lo cual produce una cierta presión interna
sobre las paredes de las venas peneanas que obstaculiza el retorno
venoso, incrementándose la presión sanguínea local y por lo tanto el
empuje sobre las paredes lisas de los cavernosos. Este incremento
hemodinámico, neuronal y oxinógeno hiperactiva los receptores
sensitivos conocidos como corpúsculos de Krausse-Finger que a su vez
informan quimioelectricamente al cerebro que a su vez... (volver al
principio).

Circuito experiencial

Así mismo, la erección, hasta donde yo sé, es un fenómeno


absolutamente experiencial que puede ser descrito más o menos del
siguiente modo: mi mente en un estado de conciencia especial se erotiza
reconstruyéndose a sí misma y abandonándose a las sensaciones y a los
sentimientos, al tiempo mi cuerpo se relaja sensando y sintiendo la
energía erótica que fluye hacia mis genitales de tal suerte que mi pene se
alza turgente, enardeciendo mi mente que, empoderizada por la
conciencia experiencial, se reerotiza y... (volver al principio).

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

Así pues, la disfunción eréctil -tanto cuando no hay erección, como


cuando ésta se pierde en algún momento del juego erótico (normalmente
cuando la penetración se impone)-, se produce porque alguno de estos
dos circuitos se ha roto, o porque no ha entrado en juego.

Finalmente estos dos circuitos, cuando sí funcionan, son el mismo


circuito o al menos circuitos compatibles que se han decodificado de
diferente manera. Sin embargo, cuando fallan son, al parecer, diferentes
circuitos que requieren intervenciones diferentes y mutuamente
excluyentes. En último término nos llevan a unos, y no a los otros, de los
reparadores que reparan erecciones fracasadas. Y cada uno de estos
reparadores, al parecer trabaja no ya con diferentes herramientas, sino
sobre diferentes piezas.

Errores conceptuales a evitar

Bajo mi modesta impresión la guerra de porcentajes y su consecuente


correlato de guerra interprofesional es una auténtica estupidez que gira
en torno a un interés ignorante -profesional y económico- que usa de
cinco errores conceptuales: el dualismo antrópico, el monismo clínico,
el causalismo organicista, la causalidad linealista y la disciplinocentria.

Al decir dualismo antrópico me refiero a esa presunción dualista de


lo humano que presupone ruptura, disyunción e incompatibilidad
ontológica entre lo orgánico y lo psíquico.

Al decir monismo clínico me refiero a esa presunción de coherencia


entre causas (etiología), efectos (sintomatología y patología) y
tratamientos (técnicas y estrategias terapéuticas).

Al decir causalismo organicista me refiero a esa presunción de que


la explicación orgánica es la causa evidente de los efectos que se quieren
tratar. De suerte que una simple descripción orgánica (física, química,

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

biológica, etc.) tiene la cualidad de convertirse en la causa. Así: en


singular y usándose el artículo determinado.

Al decir causalidad linealista me refiero a la presunción clásica de


que la causalidad es siempre y necesariamente lineal, lo que presume una
relación rígida entre las causas y los efectos, de suerte que la causa
siempre antecede al efecto y que este es siempre consecuencia de
aquélla.

Al decir disciplinocentria me refiero al error de arquitectura


cognitiva y académica gracias al cual se produce la presunción de que el
conocimiento puede explicarse desde cada área de conocimiento -por
supuesto la mía en cada caso-, así como a la limitación intelectiva y
formativa que nos impide conocer más allá de nuestra propia formación
académica, por pura ignorancia de lo ajeno.

Por lo tanto:

a) en contra del dualismo antrópico, afirmo que los universos orgánicos


y psíquicos no son disyuntivos, ni se excluyen, sino que al contrario se
complementan. Más aún, que se refieren a lo mismo expresado con
discursos múltiples. Así pues, el conocimiento del correlato orgánico no
excluye el conocimiento de la experiencia subjetiva, ni al revés. Afirmo
que la experiencia subjetiva no es otra cosa que un hecho orgánico.
Como cada hecho orgánico es –o puede serlo, cuando alcanza la
conciencia- una experiencia subjetiva. Por lo tanto, en términos de
erección, lo conozcamos o no, exactamente el 100 % de las impotencias
son orgánicas. Pero así mismo el 100% de las mismas son psíquicas. En
el 100% hay elementos orgánicos -hemodinámicos, neuronales,
endocrinos, etc,- que no han "funcionado" adecuadamente; y así mismo,
en el 100% hay elementos psíquicos (la biografía sexual, la propia
"querencia" de erección, la frustración y el miedo de no tenerla o de
perderla, etc.) que han participado o anticipado este fracaso erectivo.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

b) en contra del monismo clínico afirmo que las causas, los efectos y los
tratamientos no son necesariamente coherentes entre sí, ni participan
necesariamente del mismo universo. Esto es, un hecho indiscutiblemente
orgánico puede producir efectos psíquicos (de hecho todos los efectos
psíquicos -lo conozcamos o no- son la expresión de un hecho orgánico);
y una estrategia psicoterápica, que puede no resultar eficaz para
modificar los efectos psíquicos pretendidos, sí pude incidir sobre las
“causas orgánicas” o producir “consecuencias orgánicas”. Y al revés, en
todas las direcciones posibles. Por ejemplo, una técnica psicoterápica
puede tener efectos analgésicos y ansiolíticos justo porque tiene efectos
a nivel de endorfinas y neurotransmisores, o porque tiene efectos
colinérgicos, aunque quizás no haya mejorado la relación marital que era
lo que se pretendía. Así mismo una inyección intracavernosa de
prostaglandina puede resolver la ansiedad de ejecución o romper el
círculo de la profecía que se autocumple o incrementar la autoestima o
mejorar sustancialmente la identidad masculina antes deficitaria u otros
efectos que no suelen ser los objetivos que quienes las prescriben suelen
pretender. Este mismo tratamiento orgánico probablemente no resuelva
el círculo de alcohol, moléculas grasas adheridas en las paredes de los
vasos, o las insuficiencias insulínicas que cooperan en las ocasionales
crisis eréctiles de hombres en cualquier caso sometidos a una sexualidad
crecientemente ejecutiva y centrada en el logro.

c) en contra del causalismo organicista afirmo que lo orgánico no es


causal. O al menos no es necesariamente causal. Por lo tanto que cuando
se describe que hay “una alteración hemodinámica que hace que el
retorno venoso peneano impide la necesaria presión en los cuerpos
cavernosos”, no se está dando con la causa de esta impotencia sino
estableciendo una descripción orgánica de esta impotencia concreta. O
dicho en términos de constructivismo radical, se está construyendo
-inventando- una realidad, en este caso hemodinámica, y desde luego
diferente, pero no menos fantástica ni más científica, que la siguiente
descripción más "profunda": "la renuencia a la fusión íntima impide que
sus cuerpos cavernosos se relajen". Ahora bien ambas descripciones
-construcciones de la realidad- no son, aunque lo parezcan y lo
pretendan, explicaciones causales; sino intentos descriptivos. Se trata de

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

hipótesis clínicas, que son –o pueden serlo- más o menos útiles o


eficaces para la decisión de la estrategia terapéutica.

d) en contra de la causalidad linealista afirmo que la causalidad humana


no es lineal sino circular. Así pues, que los efectos imaginados pueden
ser las causas que causen y las supuestas causas previas no ser sino
efectos de las -supuestas- consecuencias predichas y anticipadas, que
resultan además las consecuencias resultantes. Por ejemplo el temor a un
nuevo fracaso y la ansiedad de logro -efectos que se hacen causas- puede
incrementar el nivel de catecolaminas en torrente sanguíneo impidiendo
por antagonía simple la relajación de la musculatura lisa (por lo tanto el
incremento de caudal arterial peneano y la recepción hemocavernaria),
incrementando a su vez la frustración y el temor al fracaso.

e) en contra de la disciplinocentria afirmo que la realidad sólo es


unidisciplinar en la cabeza de los científicos unidisciplinarmente
formados (que suelen ser la gran mayoría); pero que esta limitación
simplificadora sólo afecta a la representación de la realidad, no a la
realidad misma. A los mapas, crecientemente estandarizados, y no a los
terrenos, inviolablemente diversos.

Probablemente si unos y otros dedicásemos más tiempo y energías


a permeabilizarnos de lo otro, en vez de defendernos de los otros,
resolveríamos mejor las impotencias eróticas de quienes nos solicitan y
nos pagan. Y resolveríamos además nuestras propias impotencias -las
etiológicas, las terapeúticas y las conceptuales-. Lo cual no es poco.

Por cierto, los sexólogos clínicos -pese a nuestra formación mixta e


interdisciplinar- también, con demasiada frecuencia, solemos desafinar
en este desconcierto.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

NOTAS

[1] .- Este fue el primero de una secuencia de articulitos breves que


apareció publicada –mensualmente- en la revista VOGUE durante los
años 1994 y 1995. Se trataba de divulgación en una revista cuyo tarjet es
mujer emancipada de nivel sociocultural medio-alto. Los siguientes 19
textos o se publicaron o se pensaron para aquella experiencia.
[2] .- Apareció en VOGUE como “La puerta del placer”
[3] .- Apareció en VOGUE con este mismo título
[4] .- Apareció en VOGUE con el título “Gritos y Susurros”.
[5] .- Apareció en VOGUE con este mismo título
[6] .- Apareció en VOGUE con este mismo título
[7] .- Entiéndase este animismo como metáfora. No hay teleología alguna
en la evolución.
[8] .- Apareció en VOGUE con este mismo título
[9] Apareció en VOGUE con el título “Mentiras mensuales”
[10] Apareció en VOGUE con este mismo título
[11] Apareció en VOGUE con el título: “¿Amor programado?, No
gracias”
[12] Apareció en VOGUE con este mismo título
[13] Apareció en VOGUE con el título: “¿Por qué fallan los
anticonceptivos?”.
[14] Apareció en VOGUE con este mismo título
[15] Apareció en VOGUE con el título: “¿Qué me pasa doctor?”
[16] Apareció en VOGUE con el título: “Vía libre”.
[17] Apareció en VOGUE con el título: “Placeres verbales”
[18].- Texto semi-inédito. Se escribió con la lógica VOGUE, pero no
llegó a publicarse. Posteriormente se intertextualizó para colgarse en el
Kiosko de la Página Web del Instituto de Sexología.
[19].- Texto inédito. Aunque se escribió con la lógica VOGUE, no llegó
a publicarse.
[20] .- Texto inédito.
[21] .- Texto inédito. Una primera aproximación o extracto aparece en
el Kiosko de la Página Web del Instituto de Sexología.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

[22] .- Con el título “Ya nos vale con la bandera de la anticoncepción”


se publicó en “Los municipios ante la educación y la atención en
sexualidad: ideas y acciones”. Ayuntamiento de Leganés. 2002.
[23] .- Aunque originalmente fue un articulito que salió en VOGUE con
este mismo título, después creció y se rehizo. Actualmente está colgado
en el Kiosko de la Página Web del Instituto de Sexología.
[24] .- Corresponde a un extracto del artículo:”De la Sexología a la
Generología”. Boletín de Información Sexológica, nº 6. (1994).
[25].- En su versión original dio título al artículo:"El Castillo de Babel:
La construcción de una Sexología del `hacer' y una Generología del
`deber ser'" y lo acompañó como Anexo. Se publicó en el Anuario de
Sexología, nº 2. 1996. Pag: 5-32.
[26] .- Apareció publicada con este mismo título en la Revista Exodo, nº
40. Monográfico sobre Explotación del niño (1997).
[27] .- En este artículo se ha nombrado como Sexualidad lo que debería
haber sido llamado Erótica. Entonces se hizo y aquí se ha respetado. Son
harto debatibles los beneficios divulgativos de esta concesión
divulgativa.
[28].- Por supuesto que todas estas generalidades sirven para explicar
los patrones de las etiquetas "sexualidad masculina" y/o 'sexualidad
femenina", y no para explicar a cada mujer y hombre" concretos. De
hecho hay, por ejemplo, hombres contextuales y mujeres ejecutivas,
hombres centrados en el deseo de ser deseados y mujeres centradas en el
deseo de desear, etc., etc., sin que esto signifique anormalidad ninguna.
[29] .- La publicación de fotos con caras distorsionadas del menor al
tiempo que se muestran sus iniciales, imágenes de sus padres y el portal
en que viven resultaría una bufonada si no fuese tan trágica.
[30] .- Este artículo fue escrito en colaboración con Ester Pérez Opi y
salió publicado en Felicidad Martínez Sola (ed).“Pinceladas”. FETE.
Madrid, 1996. Obra subvencionada por el Instituto de la Mujer.

[31] .- Apareció publicada con este mismo título en la Revista Exodo, nº


82. Monográfico sobre Sexualidad e Iglesia Católica (2006).
[32] .- El título de este artículo parafrasea una obra de Jean Louis
Flandrin (“La moral sexual en Occidente”) que es una excelente

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

investigación bibliográfica de la Francia de los siglos XVI, XVII y


XVIII.
[33] .- Se refiere al Catecismo de la diócesis de Blois (Francia) publicado
en 1778.
[34] .- Los actos en sí mismo adecuados para la generación de la prole
(Codigo Canónico de 1917)
[35] .- [Los esposos] A sí mismos, mutuamente se entregan y se reciben
(Codigo Canónico de 1983)
[36] .- “Tenga cada uno su mujer y cada una tenga su marido. El marido
otorgue lo que es debido a la mujer e igualmente la mujer al marido. La
mujer no es dueña de su propio cuerpo; es el marido; e igualmente el
marido no es dueño de su propio cuerpo, es la mujer” (I Corintios, 7, 2-4)
[37] .- Existen ya indicios paleolíticos de la preexistencia de este modelo
de organización sexual
[38] .- No queremos decir que son “sólo" dos etiquetas, sino que son
“también” y "además" dos etiquetas.
[39] .- La sinérgia puede definirse como el concurso activo y concertado
entre dos o más elementos fruto del cual emergen características
benéficas que ninguno de los elementos primigenios contiene
originalmente y que surgen precisamente de su interacción cooperativa.
[40].- Aparició publicado con este mismo título en Boletín de
Información Sexológica, nº 44 (2005).
[41] .- “Homos y heteros. Aportaciones para una teoría de la sexuación
cerebral”. Revista Española de Sexología nº 97-98.
[42].- Me resulta humillante tener que usar esta redundancia (sexología
científica), pues la sexología o es científica o no es sexológica; sin
embargo la redundancia es aún es necesaria
[43] .- Aparició publicado con este mismo título en Boletín de
Información Sexológica, nº 49 (2006).
[44] .- “Diferentes, iguales, ¿juntos?. Educación diferenciada” de Enric
Vidal. “Educación diferenciada, una opción razonable” de Jose María
Barrio. “Los niños con los niños, las niñas con las niñas” de María
Calvo.
[45] .- Todo, excepto vestuarios y baños, en los cuales la segregación
sexual nunca dejó de existir. Pues la tabuización del cuerpo siempre ha
sido mayor en la Escuela que en la propia Familia.

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SEXORUM SCIENTIA VULGATA Joserra Landa J.G.

[46] .- Aunque ya se use mayoritariamente como sustantivo, lo cierto es


que “homosexual” sólo puede ser un adjetivo. Además, un adjetivo
relacional (como: homogéneo, equidistante, etc.). El término sólo define
la coincidencia sexual entre dos o más actores. Un grupo homosexual es
un grupo constituido por personas del mismo sexo (con independencia
de su orientación). Un grupo constituido por gays y lesbianas no es un
grupo homosexual; es, lógicamente, un grupo heterosexual de hombres
y mujeres cuya orientación es homosexual. La orientación del deseo, el
matrimonio, un grupo, etc. pueden ser homo o heterosexuales; pero una
persona no puede serlo. Sirva esta nota como un dardo.
[47] .- La sinérgia puede definirse como el concurso activo y concertado
entre dos o más elementos fruto del cual emergen características
benéficas que ninguno de los elementos primigenios contiene
originalmente y que surgen precisamente de su interacción cooperativa.
[48] .- Nótese que son argumentos clásicos de la tesis antirrepresiva. El
propio Wilheim Reich hubiese afirmado que el sistema capitalista utiliza
la represión sexual para incrementar la producción y evitar la revolución.
O sea, para hacernos más productivos y más dóciles.
[49] .- E. Maccoby y C. Jacklin. The Psychology of Sex Differences.
Stanford University Press. 1974
[50] .- Se trata de un juego de habilidad manual en el cual hay que –a la
vez- competir y colaborar en pareja
[51] .- Apareció publicado con este mismo título en Boletín de
Información Sexológica, nº 19 (1997).
[52] .-No se trata de nostalgia. Se mencionan las pesetas porque era la
moneda en curso en aquel tiempo en el que el artículo fue publicado.
[53] .- En aquel tiempo no había eclosionado la revolución azul. Que,
finalmente, tampoco llegó a serlo. En cualquier caso no se había
comercializado Viagra; ni mucho menos Uprima, Levitra y Cialis.
[54] .- Se refería al hoy olvidado Caverjet que era –y es- prostaglandina
inyectable de autoaplicación local intracavernosa.

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