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20th May 2009 ¿Por qué son así los personajes de Mientras agonizo?
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Mientras agonizo es a la cultura norteamericana lo que el Ulises de Joyce es a la británica: una Odisea en los estrechos
márgenes del camino entre Alabama y Tennessee, un camino lóbrego en un inmenso sinsentido acompañando un féretro con
el que están “recorriendo mundo”.
Pero ¿Cómo es el mundo de Faulkner? Dice André Malraux: "El mundo de Faulkner es un mundo en que el hombre no existe
sino aplastado. No hay "hombre" de Faulkner, ni valores, ni siquiera psicología, a pesar de los monólogos interiores de sus
primeros libros. Pero hay un destino alzado, único, detrás de todos estos seres diferentes y similares, como la muerte detrás
de 'una sala' de incurables... Una fuerza sorda, a veces épica, se desata en él desde que logra confrontar a uno de sus
personajes y lo irreparable. Y quizás lo irreparable es su único tema verdadero, tal vez no se trata jamás para él sino de llegar
a aplastar al hombre. No me extrañaría en absoluto que él pensara a menudo sus escenas antes de imaginar a sus
personajes, que la obra fuera para él, no una historia cuyo desenvolvimiento determina situaciones trágicas, sino más bien, a
la inversa, que ella naciera del drama, de la oposición o del aplastamiento de personajes desconocidos y que la imaginación
no sirviera sino para llevar lógicamente a los personajes a una situación concebida de antemano... No se trata de esa lucha
contra sus propios valores, de esa pasión de fatalidad por la que casi todos los grandes artistas desde Baudelaire a
Nietzsche, semiciego que canta a la luz, expresan el elemento esencial de ellos mismos; se trata de un estado psicológico
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sobre el que reposa casi todo el arte trágico, y que no ha sido estudiado jamás, porque no recurre a la estética: la
fascinación".
Aunque no lo reconociera, en los personajes de Faulkner hay una extraña fascinación por sus antepasados. Durante un
tiempo anduvo cribando en su árbol genealógico que le llevó a remontarse a la historia de la familia hasta doscientos años
atrás, en Inverness, Escocia. Se descubrió descendiente de los Falconers, entre los que no menudearon episodios violentos,
homicidios, crímenes no resueltos, suicidios y duelos. Dice de sí mismo y sus ancestros: “Interesarse por la genealogía en el
siglo XIX es perder el tiempo. Particularmente en América, donde sólo tiene importancia lo que uno puede coger y llevar
encima, y donde todos tenemos antepasados comuns y la única casa de la que podemos decir que con seguridad
procedemos es la prisión londinense de Old Bailey. Y sin embargo el hombre que asegura no interesarse por sus
antepasados es sólo un poco menos vanidoso que aquel que se refiere a ellos con el menor pretexto”
No sabemos si Faulkner heredó de sus antepasados la pasión por el crimen, pero si por relatar los instintos más telúricos en
sus relatos. Nadie en su mundo sabía de su profesión, los habitantes de Oxford, la ciudad donde residió durante largo tiempo,
apenas sabían de aquel ciudadano huraño y esquivo que se ganaba la vida dios sabía cómo. Tampoco despertaba demasiada
curiosidad. En Oxford es difícil encontrar huellas de Faulkner. Sólo un cartel en un callejón, con el título “Faulkner Alley” le
recuerda: allí dejaba atado su caballo. Una ciudad perfecta para que le dejaran en paz: sus libros no se vendían allí, acaso en
el drugstore había algún ejemplar de sus novelas, casi por equivocación... En Oxford “Todo lo que carezca de ilustraciones y
cueste más de cincuenta céntimos no tiene nada que hacer. Él es un buen hombre y quizá consiga, por amistad, vender en el
curso de tres o cuatro años algunos ejemplares de mis libros, sobre todo porque aquí entre la gente corre el rumor de que
soy escritor.”
Son los personajes de Faulkner trasunto de sus propias huídas, que no fueron pocas. Faulkner se cansó de ser un hombre
casado a las pocas semanas de su matrimonio con Estelle, pasó por todos los oficios que un hombre pueda imaginar, trabajó
en guiones que no consideraba dignos de su pluma... No acababa de entender cómo Hemingway había caído tres veces en el
error del matrimonio si con una a él le había bastado. Los únicos momentos de su vida en los que parece volver a creer en
algo terreno fueron sus desfogues últimos con Meta Carpenter, una relación extramatrimonial que se mantuvo incluso
cuando ella se casó con un ricachón judío y volvieron por piernas del palacete que habitaban en Frankfurt, aterrorizados por
la represión nacionalsocialista: Meta volvió a caer en los brazos de Faulkner, al parecer, un tipo con una sensualidad
desbordante para las mujeres. Sus personajes son así, ásperos, sensuales, derrotados pero invencibles, huidizos,
encallecidos por la vida, vacíos de esperanza, insolentes, desagradecidos, ebrios...
La amenaza ronda a los personajes de Faulkner como rondaba su propia vida: empeñó todos su bienes habidos y por venir en
una casa en la que compartir su felicidad con la hermosa Estelle Oldham -la hija de los vecinos con la que jugaba a menudo,
unos cuantos años menor que él- y esa casa rezumaba incertidumbre.
Aún hoy esa casa tiene un aire inquietante, extraño, silencioso, amenazante; lo malo es que incluso las casas en el sur son
reflejo de un tiempo que se empeña en no correr, en detenerse, en morder a quien quiere escapar de allí “Es lo malo de este
país: todas las cosas, incluso el tiempo, todo dura demasiado. Como nuestros ríos, así es nuestra tierra: tenebrosa, lenta,
impetuosa; ella forja la vida de los hombres a su propia imagen lenta, espesa y hostil”. Faulkner bautizó aquella casa con el
nombre de The Rowan Oak (podéis localizar cientos de fotografías en internet de esta casa), después de haber leído el libro
de Frazer, La rama dorada; en el libro hay brujas que la segunda noche de mayo hechizan al ganado y roban la leche, por lo
que había que conjurarse contra ellas con ramas y astillas del Rowan Tree (una especie de serbal) sobre la puerta de la
cuadra de las vacas.
Y por último, el gran compañero de Estelle y Bill, como lo fue de Scott Fitzgerald y Zelda, y de tantos otros escritores que se
perdieron en el crack-up (un apasionante ensayo de Francis Scott Fitzgerald sobre la destrucción del mundo de
entreguerras): el alcohol. Entre Estelle y Bill son frecuentes las escenas de rencor y desorden etílico “póngase un escarabajo
en alcohol, y se obtendrá un escarabeo; póngase a un hombre de Missisippi en alcohol y se obtendrá un caballero”. Acabó
frecuentando burdeles (la leyenda dice que murió borracho en uno de ellos, la versión oficial asegura que murió de una
caída de caballo que acabó por complicarse) El caso es que el descontrol se hizo dueño de su vida: llegó una noche a
dormirse apoyado sobre un radiador, y las quemaduras le dejaron unas secuelas que no acabaron de curarse nunca. Sus
héroes tienen ahí otras batallas que librar:
Incluso el procedimiento que seguía Faulkner para escribir clava de tal manera a los personajes en la tierra que deja escaso
margen a la decisión, a sus palabras. Lo atina con intuición de gran escritor Malraux: parece que Faulkner pensaba primero
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las escenas y luego las poblaba. Los personajes van a la deriva de la escena que deben habitar, nada les pertenece pero ellos
si parecen agarrados a la tierra que sustenta la escena. Son un árbol, una planta más de Yoknapatawpha. En todo caso, son
aves de paso, quizá incluso molesten en un mundo que probablemente existiría mucho mejor sin ellos. Aquí hay otro trasunto
del propio Faulkner, y es que él, asocial hasta la médula, detestaba las visitas. En cierta ocasión, una revista le ofreció 5000
dólares por una entrevista y él les ofreció la misma cantidad si desistían de hacérsela. “ConstituyeConst toda mi ambición
desaparecer de la historia contemporánea como un hombre con intimidad y no ser nadie, salir de ella sin dejar huellas, sin
otros restos que mi obra impresa... Es mi propósito, y para ello no escamotearé esfuerzos, que la suma y la historia de mi vida
se reduzcan, en mi necrología y mi epitafio, a lo siguiente: hizo libros y se murió”. Arisco hasta la médula, tras ganar el Premio
Nobel, rechazó una invitación del presidente John Fitzgerald Kennedy y esposa: a su invitación repuso: “Díganle ustedes que,
a mi edad, uno es demasiado viejo para viajar tan lejos solamente para cenar con unos extraños”. Por eso adoraba vivir en
Oxford, porque nadie le molestaba ni le visitaba: “Me he enterrado adrede en esta pequeña, casi primitiva ciudad ajena al
mundo, para aislarme, para que los periodistas no me adviertan y no se acuerden de mí”. Y tampoco visitaba a nadie, de
hecho, su adorado Thomas Mann, con quien se carteó con cierta frecuencia, vivía no lejos de él, en Hollywood, y nunca fue a
verle.
En cuanto al estilo de la novela, sigue un hilo coral en que cada personaje traba la historia desde su perspectiva como si se
tratara de un ditirambo clásico, un pesonaje que habla y un coro que le contesta. Es un lenguaje rico en imágenes
sensoriales que genera atmósferas de cierta podredumbre vital, algún autor lo ha definido como “miasmático”, pero con una
precisión verbal que nos transporta a donde quiere, cuando quiere y como quiere, como un verdadero maestro. Es capaz de
hacernos sentir la pesada respiración de la noche en el Sur sentados a la luz del candil en el porche de la casa: “La noche era
calurosa, la oscuridad plena del canto de cigarras volantonas... Había luna en aquella noche. En el túnel negro-plata de los
cedros volaban las luciérnagas como cándidos alfilerazos. Los cedros eran negros y afilados y contra el cielo parecían una
silueta de papel; el césped inclinado tenía un brillo mate cual pátina de plata. En algún lugar chillaba un chotacabras,
infatigable, cuyo sonido vibraba lastimoso sobre los insectos... Él podía sentir el olor de la madreselva que subía por la
pendiente de plata, y oía al chotacabras, claro, tierno, quejumbroso, infatigable”. Hay algo de arena movediza en su lenguaje,
que nos atrapa, nos enreda y nos arroja al fondo del texto sin permitirnos respirar; hay una consistencia espesa en su texto
que nos mantiene en vilo y nos desasosiega. Cada personaje tiene su destino heroico en Mientras agonizo: Anse debe llevar a
enterrar a su esposa y el fúnebre cortejo recorrerá “medio mundo” (Alabama y Tenessee, cuarenta millas); la carreta chirría,
Cash se ha roto una pierna, las mulas se pierden en el río... Y Anse sólo piensa en la dentadura postiza que debe conseguir en
cuanto llegue a la ciudad.
El ritmo de la prosa de Faulkner es atemporal, apenas sucede nada, apenas pasa nada, todo parece predeterminado y la lucha
contra el tiempo está perdida de antemano, es imposible, es inútil: “Generación tras generación los hombres despiertan y
gritan de júbilo, luchan, lloran y, de pronto, en un abrir y cerrar de ojos, ya no existen. Qué importa, si yo ante Dios tampoco soy
más que una mota de polvo”.
Leer a Faulkner es leer la crisis de una generación perdida. Se les acabaron las palabras, y algunos herederos llegaron al
silencio más absoluto. Beckett hizo del silencio una profesión teatral, John Cage reflexiona sobre el silencio en una pieza
musical titulada 4’33” en la que el intérprete se sienta ante el piano ese tiempo sin tocar una tecla, Melville había escrito
hacía tiempo su Bartleby, el español Vila-Matas relata en “Suicidios ejemplares” casos de escritores que callaron para
siempre... Faulkner empieza matando las palabras en la boca misma de los personajes. La vida comenzaba a ser un
sinsentido, como acabarían comprobando poco tiempo después, en la Gran Guerra.
Publicado 20th May 2009 por Profesorado excedente de cupo en isla de Antigua y Barbuda
Etiquetas: personajes de Mientras agonizo
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¿ Es el día 3 el próximo encuentro? ¿No hay concurso? Faulkner da mucho juego para ello.
Marigel
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