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A dónde van a parar los medicamentos viejos

Antes de verter al lavamanos un jarabe para la tos que ya expiró, o botar


a la basura el empaque de cartón de un antihipertensivo, hay que pensar
en el daño que ese acto podría hacer al medioambiente y posiblemente a
la salud de cualquier persona.

Si los medicamentos no se descartan correctamente es posible


contaminar las fuentes hídricas, donde peces y otros animales pueden
consumirlos. Incluso esa agua puede usarse en el riego de verduras y
frutas. Dejarlos en el suelo o tirarlos a la basura también es peligroso
pues “en ninguno de esos casos hay control sobre a dónde va a parar”,
dice Diego Vergara, experto en el tema. (Vea: Xenoturbella: la especie
que por 60 años tuvo en vilo a la ciencia)

No tomar las debidas precauciones puede causar bioacumulación, es


decir, lo que pasa “cuando un ser vivo como un pez o una vaca consume
una sustancia, pero no la digiere sino que la acumula en su organismo”,
explica Vergara. De esta forma, el remedio que se quería desechar
regresa al hogar en algún alimento servido en su propio plato.

Vergara es el coordinador técnico de una campaña en Colombia que busca


enseñar a disponer de estos residuos de manera apropiada. La lidera
Punto azul, una organización sin ánimo de lucro en la que participan 232
laboratorios farmacéuticos. El programa consiste en colocar contenedores
donde la gente puede llevar los medicamentos viejos para evitar que los
boten a la basura.

En el caso de los antibióticos, el mayor riesgo de no disponer bien de


estos residuos es generar resistencia bacteriana, un fenómeno mediante
el cual las bacterias mutan y se hacen resistentes, de manera que los
antibióticos dejan de tener efecto contra ellas. Se trata de un gran
problema global. En 2014, la Organización Mundial de la Salud (OMS)
emitió un informe en el que señala que el problema ya no es una
predicción del futuro sino una situación actual en el mundo, con el
potencial de afectar a cualquiera sin importar la edad o la región. “Es una
gran amenaza de salud pública”, señala el informe.

La revista The Economist le dedicó recientemente su portada y señaló que


las infecciones intrahospitalarias ofrecen el ejemplo más cercano. “Una
cirugía electiva como un reemplazo de cadera o una cesárea rutinaria
podría ser un riesgo”. En la medida en que la gente consume antibióticos
sin necesitarlos, o en alimentos con residuos, se incrementa la posibilidad
de desarrollar dicha resistencia.
Peces con prozac

Desde hace un par de décadas hay evidencia científica de que los ríos
están contaminados por medicamentos desechados por el lavamanos o el
inodoro. Aunque no muchos estudios dan cuenta de este fenómeno, los
que hay son suficientes para encender las alarmas. (Vea: Google predice
su futuro para generar conciencia)

En un análisis hecho en 2007 por la Agencia de Protección de


Medioambiente de Estados Unidos (EPA, por sus siglas en inglés),
aparecieron rastros de píldoras anticonceptivas, antidepresivos,
calmantes, hormonas, antihipertensivos y antibióticos en el 80% de las
muestras de agua de diferentes ríos de ese país. Otro estudio realizado
un año después encontró residuos de calmantes en los ríos de Nueva York,
y de ibuprofeno y naproxeno en los de Washington, mientras que en los
del sur de California predominaban los ansiolíticos.

Asimismo, se ha observado que los animales ingieren estos desechos y


los acumulan en su organismo. En 2013, investigadores de la Universidad
de Umea en Suecia examinaron a un tipo de pez conocido como perca en
las aguas del río Fyris, cerca de Upsala, y encontraron en su tejido
muscular una gran concentración de un antidepresivo. También se han
encontrado residuos de otros antidepresivos en el cerebro de peces
recogidos en ríos de Iowa y Colorado, Estados Unidos, según un estudio
publicado en la revista Environmental Science and Technology.

Además, los científicos han podido establecer que aun pequeñas dosis de
estos residuos pueden afectar el organismo de dichos animales. En un
posterior trabajo,investigadores suecos expusieron a los peces a
diferentes concentraciones del mismo medicamento y encontraron que su
comportamiento cambiaba. Los que recibieron mayor concentración se
volvieron menos sociales, más activos y de comer rápido, características
que podrían llevarlos a ser presa fácil de depredadores.

En otro trabajo publicado en 2010 por la revista Hormones and Behaviour


se observó que los peces machos expuestos a residuos de hormonas se
comportan como hembras y aunque son aptos para reproducirse ellas no
los escogen para aparearse.

Algunos dudan de que este tipo de exposición tenga efectos nocivos en


los seres humanos porque creen que las concentraciones de estos
residuos son bajas. Además, aseguran que los medicamentos por lo
general ya pudieron ser metabolizados. Sin embargo, está demostrado
que en el caso de medicamentos viejos el peligro se mantiene porque “son
productos con un principio activo”, dice Jorge Enrique Trujillo, director de
Punto Azul.

Los medicamentos vencen cada cinco años en promedio. Cuando expiran,


el fabricante no asegura que su principio activo tenga la misma eficacia,
pero eso no significa que sean inofensivos. Como demostró un estudio
reportado en 2014 por la cadena de noticias CNN, ocho drogas de
prescripción expiradas entre 28 y 40 años atrás todavía tenían su
componente activo.

La adulteración: el otro riesgo

Otro peligro de tirar medicamentos viejos sin cuidado es que estos


desechos lleguen a manos criminales para ser objeto de falsificación y
adulteración. Aunque suena a una trama de suspenso de Hollywood es un
problema real. Estas personas toman los empaques y hacen fórmulas
rústicas de medicamentos con polvo de ladrillo y otros materiales, los
vuelven a empacar y los venden como si fueran originales. En otros casos
simplemente alteran la fecha de vencimiento y así, medicamentos viejos
vuelven a circular como nuevos. “Anualmente hay pérdidas de hasta 70
millones de dólares por falsificación y adulteración de medicamentos”,
señala Vergara.

En diciembre de 2015, la Policía colombiana capturó a 34 personas que


vendían de manera irregular medicamentos procedentes de Venezuela
que entraban al país por Cúcuta, donde se les cambiaba la etiqueta para
que parecieran originales. Eran drogas falsas para enfermedades raras y
durante 14 años esta banda distribuyó medicinas que no servían para lo
que supuestamente debían atacar y por lo tanto mucha gente nunca
recibió el tratamiento indicado.

Por todas estas razones en muchos países hoy existe una reglamentación
muy clara para disponer de estos residuos, del estilo de la existente para
las baterías y pilas o los empaques de plaguicidas. Colombia no es la
excepción y desde 2009 una resolución del Ministerio de Ambiente
establece cómo hay que manejar los medicamentos vencidos,
deteriorados o parcialmente consumidos.

En este punto, los consumidores tienen una gran responsabilidad “porque


son parte de la cadena”, dice Vergara. El principal deber es revisar el
botiquín casero periódicamente y en caso de tener medicamentos viejos
llevarlos a sitios especializados. El resto está a cargo de Punto Azul que
tiene ya 965 contenedores en varias ciudades de Colombia, incluida San
Andrés y Providencia. En Bogotá hay 403 puntos ubicados en farmacias y
cadenas de almacenes de gran superficie. (Vea: cómo ubicar un punto
azul).

Los medicamentos recolectados se llevan a un centro de acopio donde son


clasificados y luego incinerados de manera controlada. Otros se usan
como combustible calorífico. En el primer año de la campaña se
recogieron 5,5 toneladas de medicamento, lo que equivale a tres
furgones. “Hoy solo en Bogotá se recogen 48 toneladas, ocho veces más
que el primer año”, dice Vergara. En la historia de la campaña han logrado
recoger 265 toneladas en todo el país.

Trujillo sabe que hay potencial para más. Se sabe por ejemplo que en las
ciudades ya se conoce más este problema que en el campo, por lo que
habrá que llevar el tema a las zonas rurales. Este año el programa
empezará en Amazonas y Chocó. “La meta es lograr 5.000 contenedores
en el territorio colombiano”, dice. Este programa es el más avanzado en
América Latina, y ayudar a que tenga éxito no solo es importante sino
una responsabilidad que cada cual debe asumir con su salud y la del
planeta.

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