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LOSADA, L; “La alta sociedad en la Buenos Aires de la Belle Époque”.

- El eclipse del mundo aristocratico.

El paisaje urbano reflejaba los cambios de la sociedad. A principios del 10, muchos vehículos
en los parques de Palermo los domingos.

Por su parte, la calle Florida también estaba cambiando y se estaba transformando en el punto
de encuentro entre los que tienen y los que desean. Su toque aristocrático se atenuaba.
Tendencias parecidas avanzaban en Mar del Plata y algunas zonas cercanas a Buenos Aires la
elite solia tener casas quintas como en San Isidro. La concurrencia del pueblo, los desalojó asi
que terminaron reuniéndose en sus casas.

Nuevos sitios atraen a la elite: la estancia y el veraneo allí es producto de la belle époque,
incitado por el prestigio de las actividades agropecuarios en e cambio de siglo gracias a sus
adelantos técnicos y tecnológicos y por la remodelación de las estancias que permitió la
posguerra. La estancia permitía descanso y una vida social reducida al núcleo intimo de
familiares y amigos cercanos, lamentándose del regreso a la ciudad cuando legaba marzo.

Las temporadas en Europa también eran ocasiones para cambiar la agitación de Buenos Aires.
Buscaron entornos más relajados cambiando, por ejemplo, Mardel por Capilla del Monte.

Se diluían antiguos ámbitos reservados como el teatro. La asistencia estaba cada vez menos
compuesta por “gente conocida”.

El dinero era la única valla pero había lugares donde se podía decir no como los Clubes: el
Jockey o el Círculo de Armas. Una sociedad movediza como la de Buenos Aires hacia difícil el
objetivo de “cerrado”.

El gesto de cerrarse expresa inseguridad. Parecen marcas de una retirada ante las
transformaciones de las primeras décadas del XX.

- Patricios vs. Advenedizos. La antigüedad como fuente de identidad.

La noción de advenedizos refleja los cambios de Buenos Aires según la óptica de quienes se
sentían amenazados a causa de ellos. Es descalificarlos porque su ascenso social ha sido
vertiginoso. Refleja el carácter de antigüedad familiar y no pertenecer significa no tener status.

Las conductas distinguidas eran patrimonio exclusivo de quienes tenían “abolengo”, que “no se
adquiere con estudios, es la elevación moral, el tacto, la distinción de espíritu y carácter que
producen las diferencias (…)”.

El enriquecimiento súbito podía permitir el abono al Teatro Colon pero no significaba que
tuvieran conocimiento de música lirica.

La antigüedad familiar también era importante por la historia familiar y eso era un capital social
distintivo. Énfasis en la importancia simbólica del tiempo.
Se ve todo desde un lugar diferente al de fines del XIX si tenemos presente que con la
europeización que se había acelerado la alta sociedad se había definido contra su pasado más
que a partir de él. Se comienzan a revalorizar los usos criollos.

El peso que adquirió el origen como símbolo de status se aprecia en un mundo social que cerró
sus fronteras a la “gente conocida” en alusión a familias que reconocían sus raíces antes de las
tres últimas décadas del XIX.

No siempre la alta sociedad se definió como un círculo cerrado o integrado como familias
originarias. Fue posterior y para desmarcarse del crecimiento de las capas medias y pequeña
burguesía. La antigüedad como sinónimo de status apareció para nombrar al patriciado y se
refería a familias protagonistas en las gestas patrias.

La construcción de una tradición para la nación permitió que la alta sociedad también contara
con una. Así, la figura del gaucho se convierte en los primeros años del XX en símbolo de
tradición nacional cuando había sido una representación de la resistencia a la autoridad y
barbarie criolla, favoreció que los humildes orígenes de importantes franjas de la alta sociedad
pudieran enaltecerse: tener orígenes gauchos dejaba de ser signo de ascendencia rudimentaria
para reflejar raíces de la nación. Leopoldo Lugones apuntó que la elite era tal porque reconocía
sus orígenes en los patrones gauchos de estancias en las décadas del XIX.

Se revaloriza a través de la literatura, por ejemplo, Don Segundo Sombra de Ricardo Guiraldes,
miembro de familias tradicionales. En una sociedad criolla y rustica, las formas de operar las
diferenciación pasaron por europeizar estilos de vida y aficiones. Luego, ante el impacto de la
inmigración masiva, la importancia de las tradiciones criollas aumentó.

Esto es en un plano simbólico y no en la práctica y aparecen nuevas referencias sociales.

Se empieza a reviosionar y reconstruir y se rescata a las elites del interior como protagonistas de
las luchas patrias y la adición al régimen del 80 a los momentos fundacionales. De igual modo,
algunas figuras porteñas que eran objeto de controversias cosecharon, en este momento,
prestigio conferido por la antigüedad y condición patricia: es el caso de Mitre.

La construcción de la tradición nacional permitió que los conflictos y disputas quedaran


relegados en la memoria colectiva por una visión mucho más armoniosa de la historia y sus
protagonistas.

La noción de patricio se reservo a grandes estadistas así como a guerreros de la independencia o


a los pioneros del desarrollo económico del país a las que se agrego a figuras de actuación
menor y de orígenes sociales también tardíos. Todos tenían “nombre aristocrático”

En este actor colectivo convivían antiguas familias del interior radicadas en Buenos Aires y
alcanzaron posición nacional recién en el XIX (Uriburu o Roca); porteñas de raigambre colonial
(Martínez de Hoz o Anchorena) y familias fundadas por extranjeros con acumulación de riqueza
también en el XIX (Luro o Santamarina)

La importancia del pasado como marca de status se advierte en que se delineó la imagen de una
elite patricia, con raíces en el suelo e historia argentina que exigió que las mismas fronteras del
pasado se ampliaran por la diversidad de la alta sociedad en cuanto a antigüedades e
importancia histórica.
La idea de patriciado es que, a diferencia de la noción de aristocracia de arista privada, aquella
se fundaba sobre una dimensión pública legítima en sí misma: la identificación de la nación. Lo
importante era qué se había hecho por el país y como en muchos casos coincidía con orígenes
humildes se volvían virtuosas las carencias.

Hacen referencia a la descendencia vasca como la más pura de América. Los vascos no solo se
destacaban por su sangre sino también por lo laborioso e impulsores más destacados del
engrandecimiento económico del país (aristocracia con olor a bosta o aristocracia de tarro
lechero)

Pellegrini condensó ambas dimensiones: primacía del origen Euskadi en la alta sociedad porteña
y su prestigio por su laboriosidad.

La humildad de los orígenes familiares no fue entendida como algo oprobioso. En los gremios
más humildes o en los comercios más modestos estaban los comienzos de los apellidos más
conocidos de la sociedad, hoy del mejor abolengo.

Las construcciones simbólicas del patriciado eran para ocultar las similitudes con esa nueva
clase alta y despreciar al burgués.

La genealogía y la composición de la alta sociedad, sumadas a la movilidad social y la


consolidación de una lógica capitalista que hacía de la riqueza el principal pilar de la posición
social, hacía imposible que se pudiera hablar de aristocracia en Buenos Aires. Poco a poco se va
a construir otra aristocracia. Porque ser patricio podía ser simbólicamente importante pero no lo
era social.

La descalificación era para aquellos que ya habían logrado el buen vestir, dinero, titulo o que
había ingresado a los clubes, no sobre quienes querían acceder y no podían. Ser patricio o tener
abolengo eran cualidades que no podían ocultar la convivencia a la que la alta sociedad se
enfrentaba en muchos escenarios.

Antes de ingresar a la alta sociedad: se los imita y circula por sus espacios gracias a su dinero o
la educación. Eso era lo que molestaba, no el dinero sino la emulación del estilo de vida.

Las tendencias sociales vuelven a manifestarse en aspectos simbólicos. Ciertas identidades que
antes eran propios de la elite también dejan de serlo, como el “niño bien” que para los años
veinte ya englobaba también a los hijos de inmigrantes.

- Eclipse del estilo de vida aristocrático.

En un alto mundo mixturado, donde la convivencia entre aristocracia y burguesía se había ido
profundizando a lo largo del XIX, la aristocratización de la última fue acompañada del
aburguesamiento de la primera.

Las conductas y los preceptos morales se aflojaron también en la posguerra. El eclipse se


condimentó por una creciente influencia cultural de USA porque la aristocracia terrateniente
abrió sus brazos a la fortuna norteamericana, aunque también el sello yankee en Inglaterra fue
en aumento porque para esas familias norteamericanas representaba un logro ser aceptadas en
los ambientes aristocráticos ingleses.
La alta sociedad en Buenos Aires no estuvo ajena a eso. Los códigos de la vida en sociedad
cambiaron: desaparece la tarjeta de invitación porque hay nuevas formas: teléfono permitía
arreglar reuniones sin que los padres supieran y el automóvil favorecía excursiones libres de los
mayores. Nuevos deportes: regata en el Tigre.

Lo que en realidad generó la posguerra fue un repertorio de modas y pasatiempos para que las
libertades personales y la mayor informalidad de las relaciones sociales también se percibieran
de manera más nítida. Nuevas ropas. Y las relaciones entre los sexos hicieron que las
mutaciones fueran radicales.

Cambian las formas de vestir y hablar entre las mujeres. Que los muchachos fueran libertinos
podían llamar la atención pero no porque fueran muy diferentes a los padres durante su
juventud. La diferencia radicaba en un conjunto de pasatiempos; es decir las diferencias no eran
en cuanto a comportamiento sino en cuanto a qué hacían. Afición por tango o jazz, el gusto por
la velocidad, prostitutas y drogas. Todo esto se generalizó después de la posguerra. Cabarets,
boliches de tango, cafés de intelectuales, teatros de revista: todo en la zona céntrica, la noche
porteña tenia aires franceses.

Comienzan a diluirse la separación de sexos para el baño del mar. El pelo corto vio el paso de la
mujer adornada a la liberada. Pero otras tendencias delinearon a la mujer más descontracturada;
los deportes como el tenis o golf; el cigarrillo, licores, sentarse sobre escaleras o mesas en
presencia de hombres.

Es sugestivo que las letras se hayan convertido en la elección de algunas niñas notables e
inconformistas de la sociedad: inclinación por el feminismo: fueron mujeres excepcionales antes
que representativas del mundo que las rodeaba (Victoria Ocampo y Delia del Carril).

Pero para el grueso de las chicas, la trasgresión se limitó a vestirse de determinada manera,
fumar o conducir.

La huella yankee se sintió en la música: jazz, fox- troto o el shimmy acompañados por cambios
en la vestimenta. Otra novedad de la alta sociedad: el tango.

Nuevos pasatiempos de raíz popular: el tango pasa de los burdeles al café y restoranes para
pasar a eventos sociales de la elite, ha colaborado en verlo como expresión cultural y musical.
Pero en el interior de la elite se consideró como una contaminación que desmantelaba el mundo
aristocrático.

El peso del tanguero se advierte en la adopción de giros lunfardos en el lenguaje.

Las contaminaciones culturales eran resultado del progreso. Lo nuevo era la pérdida de lo
distinguido.

- Un grupo de referencia de declinación: la alta sociedad en la Buenos Aires de la


posguerra.

La prensa fue un canal importante para construir el papel de la elite como grupo de referencia.
Mucho interés en la publicidad de la vida privada en las notas sociales, donde no se daba
nombres sino que se remarcaban los apellidos de abolengo. Estas notas sociales daban
visibilidad u singularidad a la alta sociedad. Aparecen revistas paródicas que se burla de esa
elite.

La imagen que parece de la alta sociedad es un círculo ensimismado en su propio mundo y


anacrónico, anclado en convenciones reprimidas y ridículas. Otros actores comienzan a ser
protagonistas.

Los burgueses que van a Mardel lo hacen porque es la playa prestigiada de la elite pero no para
mezclarse con ellos. Sin embargo, el carácter de la edite como grupo de referencia no
desaparece pero también fue cobrando forma e hecho de estar donde estaba la elite o tener las
mismas cosas, no exigía sumarse a ella: la “capacidad de hacerse imitar” se desdibujó aunque
fue un signo de relevancia.

Promediando el 10 se produjeron cambios en el país que desplazaron a las sociedades


tradicionales de poder o de distintas esferas de influencia. La conjugación del triunfo político de
la UCR del 16, la reforma universitaria del 18 y a crisis económica que provoco la guerra afecto
a familias de la alta sociedad que habían tenido gravitación en la política, en el campo
académico y cultural o en la economía, entre ellas, los grandes terratenientes bonaerenses.

- Conclusiones.

Hay que tener en cuenta que la historia de la alta sociedad porteña en el cambio de siglo es
también la historia de su época: revolución de los transportes y comunicación que da como
resultado grandes difusiones culturales.

La alta sociedad alcanzó una riqueza gracias a la prosperidad económica durante la belle époque
y fue en un momento en el que el abanico de consumos se amplió considerablemente. La época
en si misma alentaba el cambio.

En Norteamérica y América Latina la aristocratización fue la forma en que las elites


tradicionales pretendieron guardar su status ante la movilidad social y la aparición de los nuevos
sectores sociales surgidos con el avance de la modernización capitalista.

Buenos Aires tuvo transformaciones estructurales similares a todo el Occidente de la época


(urbanización, movilidad social, inmigración, expansión del consumo) que daba una
indefinición de fronteras sociales y el panorama movedizo que asombraba a los visitantes
foráneos aparecieron porque estos cambios vinieron para acentuar rasgos y tendencias que
Buenos Aires ya tenían antes de estas mutaciones.

A causa de su matriz republicana e igualitaria, en Buenos Aires la distinción solo podía hacerse
sobre pilares culturales y simbólicos: sobre consumos, comportamientos y formas de llevar
adelante la vida social: un estilo de vida.

La belle époque, entonces, estuvo cubierta de ambigüedades: puso fin al provincianismo y a las
carencias de la gran aldea pero la dinámica misma atentaba contra la retención de lugares,
prácticas, conductas y consumos.

¿Los miembros de la elite estuvieron al tanto de los condicionamientos que los rodeaban? ¿La
realidad fue vivida de manera problemática? El proyecto de construir un conjunto social
distinguido fue algo de los intelectuales que insistieron con barnizar a sus pares pero para el
resto fue una oportunidad de conocer.
Sería exagerado pensar en la época con dramatismo. Los consumos, los viajes pudieron ser las
respuestas a los incentivos pero como ninguna práctica ni gesto es inocente, esas conductas, aun
para los más despreocupados, fueron también una manera de marcar su lugar en la sociedad.

La elite porteña del cambio de siglo era un conjunto de gente elegante en sus maneras de
proceder, con un cuidado excesivo en todos los actos cotidianos.

El peligro de los advenedizos es otro signo de éxito de la alta sociedad. El interés de ingresar a
la elite consiguiendo el capital. Logra resguardarse haciendo más rígida y replegada su vida
social en especial en el matrimonio. Otros peligros: imitaciones de estilo de vida posibilitadas
por el crecimiento económico.

El hecho de que la alta sociedad haya sido el faro sociocultural para construir un alto status
muestra que los cambios en su estilo de vida no solo la modificaron en cuanto a su pasado sino
también que afectaron su lugar dentro de la sociedad.

Se va delineando un movimiento gradual. Los peligros no eran por los que querían ingresar sino
aquellos que lograban imitar. Mirando en perspectiva se puede afirmar que de las pretensiones
de ingresar se pasó a los intentos de imitar su estilo de vida y desde allí a aspirar a estar donde
la elite estaba pero ya no a querer ser como ella. Era más fácil acceder a la elite pero ya no tan
necesario como en el siglo anterior.

En el marco de la crisis ganadera de los primeros años veinte, algunas familias terratenientes
desplazan sus capitales hacia la industria y economía urbana. El empresario ganadero,
innovador y progresista del cambio de siglo dejó lugar al retrato de un terrateniente rentista y
parasitario.

Frente a esta situación proliferan evocaciones místicas: la condición gaucha no solo fue un
símbolo de status sino también un tópico central al momento de evocar un mundo perdido y por
ello dorado. Se recreaba una sociedad menos conflictiva.

Hay que tener en cuenta que los cambios sufridos por esta elite eran hijos de un proyecto
político emanado de ese mismo círculo. Para sus intelectuales estaba claro que el refinamiento
de la alta sociedad era tarea por razones privadas pero también públicas: convertir a la elite en
demostración de sociedad que va hacia el progreso. La misma naturaleza de ese proyecto
político y su legitimidad exigía que los frutos de ese progreso se divulgaran en la sociedad. La
invasión democrática que eliminaba distinciones era consecuencia del proyecto político con el
que se habían identificado.

El triunfo de la UCR en el 16 vino acompañado con un desplazamiento del conservadurismo. El


radicalismo había perdido la lógica elitista cambiando las formas de construir el poder. Esto,
además, coincide con una acentuación del conflicto social obrero.

Por otro lado, hay que ser cuidadosos al asociar a la elite porteña con sectores dominantes: la
elite política y la económica eran mundos cercanos pero no se superponían. En la sociedad
argentina hay familias ricas (Anchorena, Santamarina), familias gravitantes por tener miembros
que se habían destacado en la historia política (Mitre) e individuos incluidos en este grupo por
pertenecer a familias tradicionales de la ciudad con roles intelectuales (Cané) se conjugaban
también la diversidad de los orígenes familiares y el diferente grado de poder, riqueza e
influencia: entre los más ricos había familias de origen colonial y otras que se enriquecieron
durante el XIX. Entre las familias gravitantes de la política estaban las que venían del interior
promovidas por el PAN y familias porteñas destacadas antes de los 80. Lo que unía a esta gente
como actor colectivo era el mundo social compartido y las densas redes de parentesco.

Cuando se convierten en oligarquía adquiriendo rasgos de grupo cerrado, estaba atravesando su


ocaso.

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