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Universidad Nacional

del Nordeste

Trabajo Práctico Nº3

Facultad de Humanidades

Cátedra: Filosofía Antigua.

Profesora: Carolina Monedutti.

Alumnos:

 Godoy, María Mercedes – Lic. en Filosofía


 Kruzolek, Lucas Joaquín – Lic. en Filosofía
 Lencina, Iván Claudio – Lic. en Filosofía
 Schahovskoy, Danilo Iván – Lic. en Filosofía

Fecha de entrega: viernes 15 de noviembre de 2014.

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1. Notas características del Alma.

Se pueden considerar diferentes notas características del alma a partir del análisis
del segundo discurso de Sócrates en el Fedro:
Doble representación “divina-humana”: es quizá la propiedad fundamental del alma que
pone Platón en boca de su maestro, de la cual se desprenderán a modo de corolarios las
siguientes. Esta noción nos es sugerida ya en el inicio de su disquisición acerca del tema,
señalando, a manera de un preludio, que para comprender la naturaleza del amor es
preciso en primera instancia realizar una suerte de digresión para atender a la “verdad
sobre la naturaleza divina y humana del alma”1. En esta doble representación el par
antagónico que prevalecerá es el de ascendencia divina, cuya propiedad constituye la
verdadera esencia del alma, mientras que lo humano es únicamente circunstancial, fruto
de una encarnación a la manera órfica, es decir, en función de un pecado original que
necesita ser expiado. Cabría más bien hablar una única naturaleza del alma:
ontológicamente superior al mundo material, “incolora, informe, intangible”2, cuya
esencia consiste en ser; aunque asequible a dos momentos: el que le es propio por
naturaleza, en el cual cabalga tras los mismos dioses en el plano ideal, y el que es producto
de su pecado original, en el cual “gravita y tira hacia la tierra”3, viéndose obligadas a
acoplarse a un cuerpo y a someterse al ciclo de reencarnaciones antes de regresar. De
esto se desprenden su inmortalidad, su facultad exclusiva de movimiento, y su
preexistencia al cuerpo.
Por última nota del alma podemos entender su naturaleza tripartita, bien
representada alegóricamente bajo la figura del auriga y sus dos caballos: el uno blanco,
“amante de la gloria con moderación y pundonor, seguidor de la opinión verdadera, […]
dócil a la voz y a la palabra”4, el otro de color negro, “compañero de excesos y
petulancias, […] apenas obediente al látigo y los acicates”5, y finalmente el auriga,
representante de la racionalidad, bajo el cual cae la responsabilidad del dominio de ambos
caballos y de la conducción virtuosa del carro.

2. Facultad del Alma.


La facultad propia del alma es la inteligencia, es decir, la posibilidad de entablar
una relación cognoscitiva con las ideas. Corolario de su misma procedencia ontológica,
las almas, aún en su estado de cristalización humana, pueden, algunas, rebasar el
testimonio de los sentidos y recordar, gracias a la inteligencia o razón, en cierta medida
las ideas puras contempladas en su pasada vida celestial. El correcto entendimiento de
esta facultad se halla fuertemente determinado por un buen conocimiento tanto de la
epistemología platónica como de su ontología.
Acerca de lo que toca a si se encuentra esta facultad presente en todas las almas,
es preciso antes especificar el plano de la realidad en la cual se encuentras. En un
principio, cuando las almas cabalgaban en procesión con los dioses en el mundo superior,
no existía una diferenciación esencial entre las mismas. La discriminación surge a partir

1
PLATÓN. Fedro vv. 245c
2
Ibíd. vv. 247c
3
Ibíd. vv. 247b
4
Ibíd. vv. 253de
5
Ibíd. vv. 253e

Página 2 de 5
de su comportamiento durante su estadía en aquel sitio, y más precisamente con la
magnitud de su contacto con las Ideas. Cuando las almas que pudieron en algún momento
vislumbrar las Ideas son arrastradas por desidia del auriga hacia el mundo terrenal, serán
encarnadas en hombres sabios y virtuosos, que mediante una práctica filosófica y una
rigurosa disciplina podrán recordar, en cierto modo, a las Ideas antes observadas. Si las
almas, en cambio, se preocupaban por sobrepasarse unas a otras y no lograron por esto
entrever a las Ideas, una vez fulminadas sus alas y caídas al mundo material, no podrán,
por más vida virtuosa y ascética que se practique, recordar las Ideas, puesto que nunca las
conocieron.
A partir de esta interpretación puede afirmarse una equivalencia facultativa de las
almas en tanto circulan por el mundo inmaterial, y una posterior diferenciación y
exclusión en el mundo material de acuerdo a su modo de proceder previo a la caída.

3. La oposición cuerpo-alma.

Cuando a lo largo del diálogo Fedro, su Sócrates platónico busca determinar la


naturaleza del alma humana, establece inmediatamente una diferencia irreconciliable
entre lo que a partir de allí se entiende por alma y aquello que nos es conocido por ser
propio y sensible, el cuerpo.
Platón entiende que el cuerpo y el alma son dimensiones o realidades
heterogéneas, y que su discriminación obedece, en un primer momento, a aquello que es
esencial a esta última, es decir su naturaleza inmortal e inmaterial a través de la cual, dice
el autor, da vida a un objeto que, de otro modo, sería inanimado: “Queda, pues,
demostrado, que lo que se mueve por sí mismo es inmortal, y nadie temerá afirmar, que
el poder de moverse por sí mismo es la esencia del alma. En efecto, todo cuerpo, que es
movido por un impulso extraño, es inanimado“.6
A raíz de este principio fundamental el diálogo platónico recorre, a través de la
alegoría del carro alado, las características fundamentales del alma.
Al referirse al alma “perfecta” Platón la describe como aquella que campea
libremente en los cielos, mientras que, cuando ha perdido sus alas, fruto de cualidades
malas como la maldad, y la fealdad, rueda por espacios infinitos hasta que finalmente
debe adherirse a un cuerpo sólido y fijo; a esta unión accidental de alma y cuerpo, se
llamará ser vivo.
Esta concepción dual, dejará entrever dos diferencias esenciales entre ambos
elementos, primeramente en cuanto a su naturaleza, en tanto el alma posee una esencia
inmaterial, espiritual, inmortal, divina, mientras que el cuerpo pertenece a lo carnal, lo
material, lo sensible. De la misma forma, ambos serán opuestos en cuanto a su origen,
puesto que el alma procede del mundo celestial y divino, mientras que el cuerpo, mortal
y corruptible, está atado al mundo sensible y material, y es, por esta razón, pervertible y
vergonzoso.
Sin embargo, esta unión accidental entre cuerpo-alma, engendradora de seres
vivientes, tendrá como consecuencia una oposición aún mayor en lo que respecta a la
finalidad propia del alma, y es que para Platón, el cuerpo es quién aprisiona al alma, y le
impide regresar a su origen primitivo, es así como todos sus aspectos sensitivos y

6
Ibíd. vv. 247e

Página 3 de 5
pasionales se convertirán en los enemigos del alma que busca encontrar la felicidad (que
es, para el autor, solamente posible a través de la contemplación de la verdad que yace en
el mundo inteligible) y por ello, la realización plena del alma se encuentra sujeta a su
purificación a través de la moderación de las pasiones, los desórdenes, y los deseos del
cuerpo.
En conclusión, es el cuerpo la sede de todo lo mortal, sensible, carnal y material,
y por ello corruptible e imperfecto, razón por la cual, su antítesis, el alma, que se reconoce
ajena a quién lo aprisiona, anhela separarse de él y elevarse hacia la perfección que sólo
el mundo divino e ideal pueden concederle:
“Y bien; purificar el alma, ¿no es, como antes decíamos, separarla del cuerpo y
acostumbrarla a encerrarse y recogerse en sí misma, renunciando al comercio con aquél
cuanto sea posible, y viviendo, sea en esta vida, sea en la otra, sola y desprendida del
cuerpo, como quien se desprende de una cadena?”7

3. La Teoría de la Reminiscencia.
La teoría de la reminiscencia defiende la tesis de que el alma vive sin el cuerpo
en el mundo de las Ideas, percibe las distintas Ideas y sus relaciones, se encarna, olvida
dicho conocimiento, y, gracias a la intervención de un maestro, consigue rememorar ese
conocimiento olvidado.
El concepto de "reminiscencia" o es una noción fundamental en la teoría del
conocimiento de Platón. Consiste, entonces, en afirmar que el conocimiento en el hombre
es innato; que el alma del ser humano conoce ya la verdad antes de encarnarse en el
cuerpo, y que la tarea del hombre en la vida es ir recordando todas las cosas que su alma
ya conocía, las cuales, como consecuencia del proceso de encarnación, habían sido
olvidadas. De esta forma, no es posible para el hombre ampliar sus conocimientos, puesto
que éstos se encuentran en él desde su nacimiento, sino tan sólo sacarlos a la luz,
recordarlos. De aquí es que, para Platón, la ciencia es una verdadera reminiscencia de
Ideas inteligibles, preexistentes y conocidas de antemano, y no una adquisición real de
conocimientos o de verdades desconocidas. La ciencia no se adquiere; se reproduce y se
recuerda.
En este camino hacia el recuerdo de la verdad, el ser humano atraviesa por dos
estados principales: la doxa, estado de conocimiento que le lleva a tomar como verdaderas
las cosas que percibe por los sentidos, y la episteme, estado en el que es ya capaz de
aprehender mediante la razón las ideas verdaderas, de las cuales constituyen meras copias
las cosas sensibles.
Por lo tanto, la educación según Platón, debe consistir en alejarse del mundo
sensible y dirigirse hacia el mundo inteligible; es decir, desprendiéndose de los sentidos
y utilizando la razón, mirar en el interior del alma y recordar las ideas conocidas con
anterioridad. La dialéctica es para Platón este ascenso de las cosas sensibles a las
inteligibles.
En el Fedro podemos ver claramente un pasaje que ejemplifica esta teoría, donde
Platón, en boca de Sócrates, intenta explicar la naturaleza del alma humana encarnada en

7
PLATÓN. Fedón. vv. 67cd

Página 4 de 5
el cuerpo y el conocimiento que ella posee, proveniente de un recuerdo y no de un
descubrimiento:
“El alma universal […] cuando es perfecta y alada, campea en lo más alto de los
cielos, y gobierna el orden universal […] Pero cuando no puede seguir a los dioses,
cuando por un extravío funesto, llena del impuro alimento del vicio y del olvido, se
entorpece y pierde sus alas, entonces cae en esta tierra; […] el alma que no ha
vislumbrado la verdad, no puede revestir la forma humana. En efecto, el hombre debe
comprender lo general; es decir, elevarse de la multiplicidad de las sensaciones a la
unidad racional. Esta facultad no es otra cosa que el recuerdo de lo que nuestra alma ha
visto, cuando seguía al alma divina en sus evoluciones, cuando, echando una mirada
desdeñosa sobre lo que nosotros llamamos seres, se elevaba a la contemplación del
verdadero ser.”8

5. Concepción del hombre en Platón

El ser humano expuesto por Platón es, indefectiblemente, un ser compuesto por
una realidad dual.
Una lectura del pasaje del Fedro en el cuál Sócrates expone a su interlocutor el
origen y la naturaleza divinas del alma, y su accidental encarnación en un cuerpo sólido,
evidencia esta escisión fundamental, a partir de la cual el hombre gozará de un alma
perteneciente al mundo de lo inteligible e inmortal, y un cuerpo anclado al mundo
sensible, material y perecedero; ambas dimensiones antitéticas que, al mismo tiempo,
conforman una unidad. Es así que el origen primitivo del alma y su anhelo a retornar a él,
configuran al hombre concebido por Platón, como un ser que debe, para lograr el pleno
desarrollo de su alma, desprenderse del cuerpo como cárcel que lo aprisiona, y de las
cadenas que lo someten a él: sus pasiones, y necesidades carnales.
A su vez, el alma propuesta por el mito del carro alado posee una naturaleza
tripartita: dentro de la cual coexisten un alma concupiscible, un alma irascible, y un alma
racional9, representadas éstas tres, respectivamente, por el caballo rebelde e impulsivo
(encarnando a los deseos del cuerpo), el caballo excelente, y de buena raza (como figura
de los deseos nobles del alma) y el auriga o quien guía el carro (aspecto encargado del
gobierno racional de ambas partes antitéticas).
De esta forma, Platón entiende al hombre como la unión antitética de una realidad
material, anclada al mundo sensible y por tanto corruptible y mortal, y una dimensión
inteligible y divina: un alma tripartita, que, encarnada al cuerpo, busca liberarse y retornar
al mundo del cual descendió y al cual deberá llegar para su plena realización.

8
PLATÓN. Fedro. vv. 246cd
9
Si bien esta clasificación no se explicita en el mito en Fedro, se considera que las figuras empleadas
por Platón y luego denominadas en la República (IV, vv. 440d - 441c) son esenciales para la compresión
de la significación de esta alegoría, y por consiguiente de la concepción de hombre elaborada por el
autor.

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