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primigenio de hacer realismo en el guetto, con gente que vivía ahí, gente simple y a cara
lavada. Una película de negros, hecha por negros, para conciencia de todos, bastante
alejada del cine blaxplotation, de su entretenimiento ligero y de esa necesidad satírica que
tenía el subgénero por utilizar actores negros (y todo un abanico de estereotipos posibles)
como protagonistas de tramas que originalmente solían ser para personajes blancos. Sin
embargo, lo de Charles Burnett no pretendía ser una oposición radical a ese cine en el que
los afroamericanos hacían de cuenta que eran como James Bond pero vestidos con trajes
brillantes y condimentados con altas dosis de gracia propiciada por la música disco, el
funk, y todo el palo de Motown. Para nada. Killer of Sheeps simplemente y sin buscarlo,
terminó trazando el camino para un cine afroamericano a lente desempañado, franco, con
una importante carga de crítica social pero sin épica ni idealizaciones.
Viéndola hoy en día, la película sirve como registro documental genuino de la vida en el
guetto Watts en California, barrio de negros, calles de tierra y cubierto por un velo de
marginalidad que late desesperado en cada relación, acción y reacción. Killer of Sheeps se
edifica a partir de una serie de retazos de la vida de Stan (Henry Gayle Sandersen), un
padre de familia que labura en un matadero despellejando y achurando corderos, y lleva
impregnado en el ceño la desesperanza de un rutina ardua y sin salida. El trabajo duro
continua en el hogar, sea arreglando una estantería de la cocina, el motor de un auto o
educando a un hijo en el arte de hacerse respetar. La cámara de Burnett se ensimisma en
esos cuerpos, en los rostros, en los silencios y en el tiempo muerto de esa vida ordinaria.
Captura los roces y las peleas del barrio, las injusticias entre el patrón y el trabajador, y por
más amarga que sea la existencia, encuentra en su reverso instantes magistrales donde
bailar junto a tu pareja mientras la voz de Dinah Washington suena de fondo puede ser la
única trinchera para soportar un mundo que cuanto más avanza más se cae a pedazos.