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Las primeras aventuras de Aura: El Telar Cósmico
Las primeras aventuras de Aura: El Telar Cósmico
Las primeras aventuras de Aura: El Telar Cósmico
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Las primeras aventuras de Aura: El Telar Cósmico

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About this ebook

Esta primera novela relata la historia de Aura, una niña de doce años que recibe la inesperada noticia de su madre Celeste sobre un viaje de vacaciones a un mundo mágico llamado Admar.
Aura, adicta a la lectura y a los libros de fantasía, ve este viaje como su sueño hecho realidad. Sueño que se frustra en el mismo instante de ingresar a ese mundo, ya que una guerra se desata y convierte aquellas hermosas vacaciones en una constante batalla contra Los Maestros de la Muerte, quienes están cegados por el poder del Maná, energía que compone todas las cosas que forman El Telar Cósmico. A su vez Aura descubrirá la verdadera identidad de su padre y obtendrá poderes propios a la nueva raza a la que pertenecerá.
Acompaña a Aura y a su madre en esta aventura épica y su lucha contra las fuerzas de Dorgan, en un viaje sobre mundos nunca antes vistos y donde encontrarán un cambio radical en sus vidas...
Descubre una nueva fantasía, donde el bien y el mal se convierten en uno solo…
LanguageEspañol
Release dateNov 5, 2016
Las primeras aventuras de Aura: El Telar Cósmico

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    Las primeras aventuras de Aura - Gabriel Ángel Valdés

    Esperanza.

    I

    La Sorpresa de Aura

    Dentro de lo largo de su historia, los habitantes de Bahía Blanca nunca pensaron que una serie de eventos mágicos estaban sucediendo. Se llevaban a cabo con tanta cautela que era imposible que alguien lograra darse cuenta, y solo podían verlos aquellos que tenían cierta complicidad.

    Ubicada en la costa, la gente de Bahía Blanca vive de la pesca y algunos de la artesanía, pero todos con una vida común y silvestre. A lo largo de su historia nunca han sido testigos de grandes eventos, como los que se desencadenarían en los días venideros.

    El sol comenzaba a dar señales de ocultarse en el horizonte. También era la señal para que un grupo de niños de distintas edades se despidieran luego de una ardua tarde de incontables juegos. Una de ellas era Aura. Con sus doce años era una de las más grandes de su vecindario y, junto con Tedi, su mejor amigo y además compañero de escuela, no se despedían de los demás hasta que el último niño era recogido por su madre. Terminado eso, ambos caminaban por la calle rumbo a sus casas.

    Hace ya tres semanas que había finalizado el año escolar. Aura, a pesar de añorar estas vacaciones de verano, nunca dejaba de aprender cualquier cosa que le entregaran los libros. Muchas veces recibía la reprimenda de sus profesores, quienes decían que las vacaciones eran para descansar, pero Aura siempre se las arreglaba para conseguirse algún libro y devorárselo en un par de días. Caso contrario era Tedi, quien detestaba la escuela y obligaba a su amiga para que saliera a divertirse.

    Luego de un tiempo de caminar, Tedi dejó a Aura en la reja de su casa con la promesa de venir a buscarla mañana, pues habían planeado ir junto a otros niños a explorar los roqueríos.

    —Ni se te ocurra llevar alguno de tus libros, porque los voy arrojar al mar —sentenció Tedi. Con vivas carcajadas la niña entró a su casa. Adentro, el exquisito olor de un pastel que cocinaba Celeste, su madre, hizo que Aura saltara de alegría y avivara su hambre. Iba a salir de su casa para invitar a Tedi, pero afuera vio que su amigo se perdió en la lejanía.

    —No te preocupes, hija. Guardaremos un pedazo para Tedi y cuando lo vuelvas a ver se lo entregas —dijo Celeste. Ella era una mujer delgada y un poco más alta de lo común en Bahía Blanca. Era también considerada como la mejor artesana del pueblo, y por lo tanto, no existía metal o piedra que no sufriera una suntuosa belleza al pasar por sus habilidosas manos.

    Aura, al sentarse en la mesa, recibió la reprimenda de su madre diciéndole que fuera a lavarse. En el espejo del baño la niña entendió por qué tanto regaño: la piel blanca de su cara tenía todos los colores de tierra menos el blanco y su pelo oscuro melenado necesitaba con urgencia una batalla con el cepillo.

    Cuando volvió a la mesa su madre ya estaba cortando un pedazo de pastel para entregárselo a la niña. Ella se abalanzó sobre este y en un abrir y cerrar de ojos desapareció de la mesa, ya exigiendo de vuelta un segundo pedazo.

    —Comes como tres niños juntos —dijo entre risas Celeste.

    Al terminar lavaron los platos. Por un lado Celeste se fue a su taller en una de las piezas de la casa, mientras que Aura, con el estómago a punto de explotar, se sumergió en la suya con uno de sus libros. Si no eran de materias escolares, sus ojos absorbían novelas. Las historias que más le gustaba leer eran de mundos mágicos, donde vivieran dragones, magos, caballeros salvando princesas en castillos de cristal o algún otro cuento sobre duendes escondiendo tesoros. El libro de ahora se llamaba El Último Hechicero. Narraba las aventuras de un joven injustamente desterrado del reino donde vive por su malévolo tío, quien además era el rey. Esto lo hizo cuando se enteró de que su sobrino gozaba de las habilidades de hechicero. El rey persigue a toda costa exterminar la raza de los hechiceros, quienes son un peligro para concretar su plan de gobernar a los demás reinos.

    La inmersión en la historia era tanta, que Aura se imagina siempre al lado del protagonista, viviendo la historia como si fuese suya. El tiempo en aquella épica tarea se le desvirtuaba, porque sin saberlo Aura, al levantar la cabeza del libro, observó que ya era de noche. Fue Celeste quien vino a encenderle la lámpara del velador y a darle las buenas noches.

    —Mamá, mañana voy a ir con Tedi y los demás a las rocas —le dijo la niña con tono efusivo, dispuesta a esperar de su madre una respuesta afirmativa.

    —Está bien, hija, pero con cuidado y que no sea en la mañana, porque iremos a ver a tu padre. Por eso tampoco te quedes hasta tan tarde leyendo, no quiero verte mañana bostezando —dicho esto se despidió con un apretado abrazo. Aura se puso su pijama y ya dentro de su cama prosiguió con la lectura, hasta quién sabe qué hora.

    Ф

    Tal y como lo profetizó Celeste, el rostro de su hija reflejaba la fiel copia de alguien que no durmió mucho.

    —Es que hubieras sabido cómo terminaba la historia del joven hechicero mamá, tú tampoco te irías a dormir —se excusaba la niña.

    Ambas llegaron hasta el puesto de los pescadores. Luego de saludar a algunos conocidos, caminaron por un costado hacia una especie de muro que tenía unos calados cuadriculados, donde en cada uno de ellos habían flores y fotografías de personas: en el pueblo lo llamaban El Muro de los Desaparecidos. El padre de Aura, quien respondía al nombre de Dirian, fue pescador en Bahía Blanca y murió antes de que la niña naciera. Solo al cumplir los siete años, Celeste le dijo que cuando su padre un día fue de pesca, de improvisto y sin explicación un temporal azotó las costas, abduciendo a Dirian junto con su barca. Celeste siempre se sorprende por la madurez con la que toma Aura aquella terrible desgracia.

    Las dos depositaron las flores que traían en uno de los calados. En aquel muro se recordaba a todos los pescadores que sufrieron la misma suerte de Dirian, sin poder encontrar una sepultura digna. Aunque Aura siempre consolaba a su madre diciendo que, como pescador, su padre hubiese preferido ser enterrado en su segundo hogar: el mar. Cada vez que la niña pedía a Celeste que le contara cosas de su padre, esta lo hacía con tal devoción que era imposible no detectar su admiración por quien antes fue su esposo. Tampoco ocultaba lo desvalida que se sentía por no disfrutar junto a Dirian todas las cosas que ha hecho Aura: sus primeros pasos, también cuando dijo por primera vez la palabra mamá y el primer día de clases. Más de alguna vez la niña descubría a su madre sumergida entre lágrimas. Sin lugar a dudas, la muerte de Dirian, aunque hayan pasado más de doce años, sigue calando hondo al interior de ambas mujeres.

    Después fueron al centro pesquero a comprar algo para el almuerzo. Aura, aparte a aplaudir las destrezas de su madre al cocinar dulces y pasteles, también lo hacía cuando cocinaba pescado, una delicia culinaria para la niña.

    Cuando terminó de comerlo, Aura pidió permiso para salir de inmediato a juntarse con sus amigos. Tras la afirmación de su madre la niña fue volando a la playa, lugar donde su pandilla se reunía para cualquier incursión.

    —Solo a nosotros tres nos dieron permiso —dijo Tedi al ver a su amiga. Lo acompañan Clara, una niña pelirroja, y Diego, su hermano mayor; claro que Aura superaba a éste último en dos años.

    El trayecto era para los niños intrigante. Cada año en esta fecha la marea bajaba, dejando ver en las rocas todo lo que durante ese tiempo estuvo bajo el agua. Tedi incluso portaba un saco para recoger cualquier cosa que encontrara valiosa. Lo mismo hicieron sus dos amigos. Aura por su parte se reprochaba por haber olvidado su saco.

    —Eso me pasa por comer tanto. Comí tanto pescado que no pude pensar en otra cosa —comentó la niña, sacando carcajadas en los demás.

    Ya en el roquerío, los cuatro niños avanzaron con cautela. Ninguno de ellos podía dejar de admirar todos los tesoros que la pleamar había depositado en las rocas: infinidad de tipos de conchas, cangrejos, estrellas de mar. Tedi le dijo a Aura que él guardaría en su saco lo que a ella le gustara, pero que tenía que ayudarlo a llevar su botín de vuelta. Esto lo dijo al ver la vehemencia con que su amiga agarraba todo lo que estuviera a su paso.

    Pasaron varias horas en esa tarea, donde las risas y los planes de qué iban a hacer para las fiestas de año nuevo adornaban el bello paisaje. Aura les dijo que lo iba a pasar en casa de sus tíos, en el campo. Tedi y los demás dijeron que irían a una comida que se celebraría cerca del centro pesquero, donde podrían ver mejor los fuegos artificiales.

    Ж

    Luego de la ardua faena de recolección, los sacos de todos parecían a punto de romperse si una sola concha más entrara en ellos. No habían notado que el cansancio se apoderó de los niños una vez que se tumbaron en las rocas. Luego admiraron en silencio la tranquilidad del mar, junto con el sonido de la pelea de las olas contra el roquerío. Fue Tedi quien minutos más tarde tomó la palabra, extrañado:

    Ф

    —Hace tres años que venimos a recolectar a este lugar, pero no me acuerdo de ese camino —indicó con la mano hacia su derecha. Según hacían memoria, el camino terminaba en el lugar donde yacían ahora, en una imponente roca que impedía el paso, pero ahora no la encontraban. Tampoco cabía la idea de que la marea se la hubiese tragado, aunque los niños no gastaron tiempo en sacar conclusiones: sólo vieron en eso una nueva incursión que no dudaron en realizar. La única precaución fue dejar los sacos acostados para recogerlos al regreso.

    Ж

    Avanzaron por entre el roquerío. La altura no era considerable y había bastantes rocas por donde asirse. Como era la primera vez que se exploraba la zona, la cantidad de moluscos y conchas eran impactantes para los niños. Necesitarían por lo menos de cinco viajes y diez sacos vacíos para sacar todos los objetos. Continuaron la travesía, el camino torció hacia el interior formando un angosto callejón y al final había lo que todo niño explorador desea descubrir: una cueva.

    Los niños cruzaron miradas cómplices, aunque no ocultaron un cierto miedo; y más aún con la cantidad de historias que Aura les contaba sobre los libros que leía.

    La cueva no era tan profunda. La luz cubría gran parte del interior, expulsando el miedo de Tedi por la oscuridad, por más intento que hizo en disimularlo, vio cómo Clara le devolvía una mirada cómplice. Por su parte Aura sentía como si estuviera en uno de sus libros. Soñaba con develar un portal hacia otro mundo, pero para desgracia de ella, lo único que encontró fue que la cueva terminaba en un muro de piedras arrumbadas de manera piramidal. Fue Clara quien advirtió un orificio en el techo, lo que hizo avivar la aventura.

    Treparon por las piedras. Aura fue la primera en asomar su cabeza por el orificio. El lugar era una pequeña caverna que debía estar a muy pocos metros de la superficie. Esto lo sospecharon por los rayos de luz que surgían de algunas aberturas del techo, lo que posibilitaba la visibilidad.

    Una vez que todos entraron en la caverna, los cuatro niños se separaron para explorarla. Fue Diego quien llamó a sus amigos para ver lo que había descubierto: en uno de los muros alguien había esculpido la frase Viva por siempre Admar.

    —¿Qué será Admar? —preguntó Aura con voz atónita. Se imaginó mil cosas, de las cuales esas mil eran irreales.

    —No lo sé. Puede que el nombre de alguien —respondió Tedi. Al buscar por la caverna, lo único que había eran ramas quemadas, como para hacer una fogata.

    Aura también concluyó que por lo seco del suelo, las crecidas del mar no llegaban hasta la caverna, por lo que este lugar sería un escondite perfecto para quien supiera sobre su existencia. Aura ya se imaginaba viniendo con sus compañeros de escuela para hablar historias sobrenaturales.

    Fue Tedi quien tuvo que sacar a la fuerza a Aura de su onírico trance. Habían dedicado tantas horas a esta aventura, que no se dieron cuenta que la luz se hacía escasa, pronta al ocaso. Así que decidieron volver otro día con la promesa de no revelar a los demás niños sobre la ubicación de este escondite.

    Ф

    El sonido de los platos al romperse con el suelo, dio entender a Aura que su madre sabía algo sobre la frase de la caverna. Celeste escuchó con atención el relato de su hija sobre lo sucedido en la tarde, pero cuando se refirió a la palabra Admar, los platos que lavaba se soltaron de sus manos, ya sabiendo el final de éstos.

    Celeste quiso contener la excitación, pero eso fue imposible. Aura tenía buena intuición, algo raro ocurría, por lo que comenzó un hostigoso interrogatorio a su madre para que le dijera qué significaba Admar. Ella le pidió a su hija que se calmara y tomara asiento; luego la cogió con ambas manos:

    —Hija, hay cosas que yo he vivido… cosas que nunca me atrevería a contar a la gente, por miedo a que no me crean.

    —Pero yo siempre te voy a creer —repuso Aura.

    —Sí, lo sé, hija. A pesar de que tienes doce años, eres una niña muy madura, cosa de la que me siento orgullosa. Faltan pocos días para el Año Nuevo, así que no iremos donde tus tíos a celebrar las fiestas. Nos quedaremos aquí y al otro día de la fiesta te mostraré lo que significa Admar.

    Faltaba una semana para que se cumpliera lo que prometió su madre, lo que para Aura era esperar una eternidad. El reflejo de su impaciencia se apoderó de su estómago, el cual la hacía devorar cualquier comida que se le pusieran por delante.

    Aura tuvo que hacer de todo para que el tiempo pasara más rápido: ayudó a su madre en la fabricación de joyas, leyó cualquier cosa que desfilara por sus ojos, incluso gastaba la mayor cantidad de energía posible jugando con sus amigos, para llegar cansada a su casa y dormir de inmediato.

    Pero por fin llegó la aclamada fiesta de Año Nuevo. Celeste antes mandó un mensaje a su prima, quien hizo la invitación para pasar las fiesta en el campo, excusándose de no poder ir, aludiendo a que Aura contrajo un resfriado. Por suerte para Celeste, todavía quedaban cupos para la cena cerca del Centro Pesquero. Aura y su madre, como era la tradición, se encontraban envueltas en sus clásicos vestidos blancos. Llegaron un poco atrasadas a la hora de la invitación, porque, para extrañeza de Aura, Celeste preparó las maletas.

    —No entiendo por qué tanta ropa mamá —dijo la niña.

    —Ya lo verás.

    La fiesta era en un salón, que se ocupaba de forma habitual para celebrar matrimonios. Tenía cientos de mesas redondas con manteles blancos y delicados decorados de rosas colocadas en floreros de vidrios. Las sillas también eran cubiertas por una tela blanca. Aura y su madre se sentaron junto con la familia de Tedi, compuesta por sus padres y sus hermanas mellizas de tan sólo cinco años.

    Ж

    La cena para todos estuvo deliciosa, y las risas por las anécdotas ocurridas durante el año eran pan de cada mesa. Cuando estaban a punto de ser las doce de la noche, los invitados fueron llamados para que se colocaran en el amplio balcón que daba junto al mar. Pronto empezó el conteo regresivo. Aura notó que su madre no era la misma, con la mirada perdida en el mar. Solo volvió en sí segundos antes, cuando todos gritaron feliz año nuevo. Entonces Celeste abrazó a su hija durante varios segundos.

    —Hija. Estoy muy orgullosa de ti. Nunca cambies y sigue viviendo la vida como lo haces ahora. Feliz año.

    —Feliz año mamá. Yo también estoy orgullosa de ti. Te quiero mucho.

    El estruendo de los fuegos artificiales marcó el comienzo de las celebraciones. Los gritos y los saludos de afecto se apoderaron de todos en el balcón. Aura buscó a Tedi entre la multitud y al encontrarlo se dieron un fraternal abrazo. Juntos admiraron los fuegos, explosiones de diversos colores, y cada vez que creían que habían terminado, una nueva explosión hacía que sus corazones se estremecieran de sorpresa.

    Luego dio paso al baile, el cual, al mando de una orquesta, recorrió la música de todas las edades, siendo la más solicitada la de los jóvenes. Aura y Tedi, más que bailar, giraban en círculos hasta caer mareados, muertos de la risa.

    Cuando transcurrieron varias horas de fiesta. Aura quiso estar con su madre. La había visto bailando, pero ahora se la tragó la tierra.

    Entonces decidió indagar afuera. Las estrellas parecían pintadas en la noche y esto hizo que Aura se distrajera observándolas. Después volvió en sí y durante un tiempo de búsqueda por fin encontró en la playa a Celeste. Cuando estuvo más cerca pudo ver una de las cosas que la marcarían por el resto de su vida: su madre se encontraba hablando con un enano. Su robusto cuerpo se componía por la arena de la playa. Al saber que Aura lo vio, la figura del desconocido se desplomó, quedando sólo su madre frente a un cerro de arena.

    —No te preocupes, hija. Mañana te lo explicaré todo.

    II

    El Comienzo del Viaje

    La bruma mañanera comenzaba a disiparse, dejando ver las suaves olas del mar que, con la ayuda del sol, se fundían creando un brillo relajador. El muelle del pueblo estaba solitario, salvo por la presencia de Aura, Celeste y sus maletas.

    —Pero mamá, todavía no entiendo porque estamos aquí en el muelle el día después del año nuevo, si es sabido por todos que los pescadores no trabajan en esta fecha— dijo la niña, quien no pudo dormir en toda la noche por lo que había presenciado en la playa la noche anterior. Su madre le dijo que para que entendiera debía esperar hasta hoy. Por ahora, el movimiento continuo de sus rodillas era un perfecto síntoma de aburrimiento.

    —Lo que pasa es que estamos esperando un barco especial —explicó por fin Celeste.

    —¿Un barco especial?

    —Sí, hija. Es algo de mi vida que no te he contado… pero mira, ahí viene.

    A lo lejos, por debajo de la línea del horizonte, se podía divisar una mancha de color café aproximándose con cierta rapidez rumbo al muelle. Ya más cerca, Aura vio que la mancha se transformaba en un barco pequeño, cuyo mascarón de proa tenía la figura de un martillo.

    En el momento en que la embarcación se detuvo frente al muelle las cosas perdieron la normalidad. Unas sogas salieron desde dentro del barco y se amarraron al muelle como si una tripulación invisible lo hubiera hecho. Aura apretó la mano de su madre en señal de miedo, aunque el susto más grande se lo llevó cuando de la rampa del barco apareció un enano vestido de marinero. El mismo de la noche anterior, pero ahora de carne y hueso.

    —Como siempre, puntual —dijo Celeste esbozando una sonrisa.

    —A mis doscientos quince años nunca he conocido el atraso —respondió el enano. Luego miró a la niña. —Me imagino que tú debes ser Aura. Tu madre no para de hablarnos de ti y de tus travesuras en las cartas que nos envía. Perdóname por ser tan descortés y no presentarme. Mi nombre es Obuz, quizás el único enano con la valentía de convivir con el mar. Soy hijo de Las Montañas Frías y ahora vengo a buscarlos para ir a Admar. Suban, que no hay tiempo que perder.

    Sin hacer preguntas, aunque tenía muchas, Aura subió desconcertada junto a su madre al barco. Este comenzó a moverse propulsado por una hélice de redondas aspas. Las dos mujeres fueron a la proa admirando la calidez que otorgaba el mar, mientras que Obuz en la popa, dirigía el barco con su timón. Recién en ese momento Aura salió del trance de la impresión de todo lo que sucedía.

    —Mamá, no entiendo nada de lo que está pasando ¿qué es Admar?

    —Admar es un mundo paralelo al nuestro donde reina la magia, hija. Suena muy loco. Verás, hace bastantes años atrás, cuando yo tenía más o menos tu edad, mi padre, pescador en esa época, volvía en su barco después de un arduo día de trabajo. Fue cuando divisó a lo lejos una balsa que yacía oscilante en el mar. Al acercarse, notó que no había personas, sólo un pequeño bulto envuelto en trapos. Subió a la balsa y al tomarlo se llevó el susto más grande de su vida: el pequeño bulto era un fauno recién nacido, mitad hombre mitad cabra, y junto a él estaba esta carta —Celeste sacó de uno de sus bolsillos un papel avejentado, el cual pasó a su hija para que la leyera.

    Ф

    —¡Aura…igual que mi nombre! —exclamó con júbilo al terminar de leer la carta.

    —Sí, hija, cuando la leí ese nombre me marcó bastante, por eso es que te llame así al nacer.

    —Pero qué pasó después con el fauno.

    —¡Ay, hija, siempre tan impaciente! Tu abuelo lo llevó a la casa y con mi madre lo cuidamos como si fuera mi hermano; lo llamamos Dante. Claro que tuvimos que tener cuidado para no levantar sospechas con la demás gente, quienes no entendían por qué comprábamos tanta leche de cabra.

    Al año próximo en la misma fecha, fuimos al muelle como nos lo habían dicho. Ahí apareció este mismo barco que también era navegado por Obuz. En el muelle conocimos a los padres del fauno. Aura, la fauna, nos explicó sobre la existencia de Admar y que en ese momento era presa de la tiranía de un mago y un jefe ogro, quienes sometían a la esclavitud a todos los que se le oponían, quitando a los niños del regazo de sus padres. Por eso tomaron la drástica decisión de enviar a su hijo a nuestro mundo. Por fortuna el conflicto se solucionó.

    Luego al ver cómo nosotros cuidamos a su hijo, los padres de Dante quedaron muy agradecidos e hicieron de su hogar el nuestro. Así que desde ese entonces que siempre los voy a visitar, salvo desde que tú naciste.

    —¿Pero cómo lo hacías para que la demás gente no se diera cuenta cuando tú no estabas? —preguntó Aura.

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