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Propuesta metodológica para la investigación y estudio de las ciencias

humanas, en especial el derecho


Como bien sabemos el método científico abrió una brecha muy grande entre lo que
conocemos como Ciencias Humanas y Sociales, hoy conocidas como “ciencias
blandas” y las Ciencias Matemático-Experimentales u Objetivas, hoy designadas
como “ciencias duras”. La matematización del mundo llevada a cabo por Descartes
y Galileo sumieron a la filosofía, el derecho y las otras ciencias humanas de la época
en un parangón conceptual que podemos decir que no fue resuelto hasta la
aparición de las Geisteswissenschaften o “Ciencias del Espíritu” en las que el
filósofo y sociólogo alemán Wilhelm Dilthey clasificó las disciplinas anteriormente
mencionadas, separando metodológicamente su forma de investigación de la física,
química, astronomía, medicina teórica y la biología. Desde este punto de vista, es
imprescindible mirar el mundo bajo el prisma de los diferentes ángulos de la
realidad, es decir, de la hermenéutica que subyace en las distintas ciencias para
hallar el “hecho evidente, claro y distinto”1. He aquí, lo que afirmaba Dilthey al
respeto:
Cada ciencia positiva particular tiene que habérselas con una parte del
contenido de esa realidad. El objeto de la jurisprudencia, de la ética, de la
economía, ¿no es el mismo hacer humano desde distintos puntos de vista?
Cada una de estas teorías tiene que habérselas con una parte, un aspecto
determinado, una relación de la actividad del hombre y de la sociedad.

Y aquí aparece la significación reformadora de la filosofía de la realidad


respeto de las ciencias positivas. (Dilthey, 1994, pág. 92)

Aquí aparece un factor que es claramente diferenciador en el propósito y en el objeto


entre estos dos tipos de ciencias: el hombre. No es posible comprender al hombre
desde un punto de vista univoco. Tal como lo comprendió la visión marxista del
derecho, que veía en todos, una absoluta igualdad económica, social y política,
negando de plano las diferencias físicas del ser, el esfuerzo personal en la
consecución del bienestar, entre muchos otros puntos que resulta crucial considerar
cuando se analizan fenómenos políticos y sociales. Otro ejemplo, es el dogmatismo
espiritualista de la visión religiosa (ya sea esta cristiana, musulmana, oriental,
satanista, etc.), que pone al hombre sin determinar su cosmovisión en una condición
similar a la del marxismo, es decir, sujeto al destino prescrito por la divinidad y en
una completa división social y económica con sus congéneres. Es aquí, donde hay
que considerar en el estudio e investigación del derecho y las demás ciencias
sociales lo que Dilthey, Merleau-Ponty y otros fenomenólogos llamaron
Weltanschauung o “concepción del mundo”. Hemos de comprender el derecho,

1
Similitud realizada con el procedimiento cartesiano para hallar “la idea más clara, evidente y distinta”.
llámese natural o positivo bajo el orden de las ideas operantes en el sistema del
tiempo, es decir, en la antigüedad prevaleció el derecho natural, en el medioevo el
derecho divino, en la modernidad surgieron conceptos como: el derecho positivo,
los derechos humanos, la justicia social, la ética individual, entre otros. Hoy en día
incluso podemos hablar del derecho posmoderno. El derecho nace como un medio
para regular las relaciones de los hombres, es por esto, que hay que considerar
cada una de ellas algo “singular”, “contextual” dentro del espectro de sucesos que
acaecen en nuestra realidad. La ley escrita llámese constitución, sentencia, código,
decreto, etc., es la positivización de las relaciones y obligaciones prescritas en ese
“algo” que las personas llaman “ley divina” o que los pensadores denominan “ley
natural”.
El sentido de la ley debe ser hallado en su contexto y en las relaciones cotidianas
entre los hombres mismos. Lo que busca el jurista y el trabajador social en su
acercamiento y su accionar hacia la comunidad es, en el caso del abogado, el fiscal
y el juez aproximarse lo que más se pueda a un justo veredicto que reestablezca el
orden en cualquiera de los distintos campos de la interacción humana, y en el del
trabajador social intervenir y obtener la información necesaria para gestionar los
recursos que mejoren la calidad de vida de las comunidades. Para Aristóteles la
ciudad siempre “fue”, es decir, siempre hubo una comunidad o sociedad de
personas que convivían juntos por diferentes motivos o circunstancias. Escuchemos
las palabras del estagirita:
Si observamos que toda ciudad es una cierta comunidad y que toda
comunidad se ajusta por causa de algún bien -porque todos hacen las
cosas que hacen por causa de lo que ser bueno les parece-, claramente
se echa de ver que todas sus comunidades pretenden algún bien, y muy
señaladamente aquella, que es la más principal de todas, y que comprende
en sí todas las demás, pretenderá el bien más principal de todos. Ésta es
la ciudad y la comunidad civil. (Pol. 1252a)

Desde la antigüedad se nos ofrece la hoja de ruta que debería seguir el orden social
y la causa de la unión social. Aristóteles señala la necesidad de los distintos roles
dentro de la sociedad y la importancia de que cada uno cumpliera su función. La
función de cada uno es la que lleva la ciudad hacia el sumo bien. Cuando
estudiamos las diferentes clases y tipo de relaciones y contratos, es necesario
hacerlo a la luz de su época y del derecho que los gobierna. Ejemplo: la familia en
la sociedad griega del siglo V estaba compuesta por padres e hijos. Del mismo
modo, que la familia formaba parte del barrio, y este a su vez de la ciudad. Esta
relación señala una unidad y un vínculo armónico entre el todo y las partes. Sin
embargo, el avance de la ciencia al igual que el derecho forman parte de la
evolución, y es por esto, que estamos obligados día a día a replantear argumentos
y situaciones que plantean escisiones y rupturas sociales, para que la ley y el
derecho giren en torno al bien y a la justicia social.
La existencia de distintos tipos de relaciones hace que la jurisprudencia tenga que
disponer de un ordenamiento jurídico más completo que pueda satisfacer las
necesidades y las pretensiones del pueblo, además, de dirimir las diferencias y los
conflictos que acaecen bajo el seno de la sociedad. Las costumbres sociales y los
hábitos dieron origen al establecimiento de cánones que fueron institucionalizados
por los miembros de determinada sociedad hasta hacer parte de los usos legales
jurídicamente autorizados.
Para conocer cómo hemos llegado hasta este punto en el desarrollo de las ideas
políticas es preciso rastrear las primeras bases del contractualismo clásico que
hunde sus raíces en las propuestas políticas de Hobbes, Locke, Rousseau y Kant.
La lectura e interpretación de sus textos nos permiten determinar los principios y
fundamentos epistémicos y cognitivos de nuestra Carta Magna y los códigos que
reglamentan las distintas facetas de la vida pública del país. Dada nuestra condición
de país colonizado no contamos con un desarrollo jurisprudencial propio. La historia
nos demuestra el diálogo e intercambio cultural que hubo entre Europa, Asia, África
y algunas islas del Pacífico, antes de que el continente americano abriera sus
puertas al mundo. Encontramos muchos ejemplos en este punto: desde la
interacción y mutua transformación del derecho romano, el derecho judío y el del
norte de África hasta el intercambio durante el gobierno de Atartük, entre el derecho
turco y los ordenamientos jurídicos de varios países europeos -particularmente el
suizo y el alemán-, pasando por la influencia estadounidense en la construcción y
cambio del derecho constitucional japonés de postguerra, la interacción de los
sistemas jurídicos de los países de la Unión Europea, el continuo intercambio entre
estos y el derecho comunitario y la construcción del derecho estadounidense a partir
del diálogo con el derecho inglés (Bonilla Maldonado, 2009, pp. 11-12). Como es el
caso de América Latina nos acontece lo dicho por Hegel:
Para agregar algo más a la pretensión de enseñar cómo debe ser el
mundo, señalemos que, de todos modos, la filosofía llega siempre
demasiado tarde. En cuanto pensamiento del mundo, aparece en el tiempo
sólo después de que la realidad ha consumado su proceso de formación y
se halla ya lista y terminada. Lo que enseña el concepto lo muestra con la
misma necesidad la historia: sólo en la madurez de la realidad aparece lo
ideal frente a lo real y erige a este mismo mundo, aprehendido en su
sustancia, en la figura de un reino intelectual. Cuando la filosofía pinta con
sus tonos grises, ya ha envejecido una figura de la vida que sus penumbras
no pueden rejuvenecer, sino solo conocer; el búho de Minerva sólo alza su
vuelo en el ocaso. (Hegel, 1999, pp. 62-63)

La diferencia cultural entre Europa y América Latina ha significado un avance lento


en la asimilación y apropiación de estas “Ciencias del Espíritu” en nuestro medio.
Además, del boom de la creciente tecnocracia que socava la importancia de la
filosofía, el derecho, la política, la ética para que sigamos teniendo existencia y
significado como personas en una sociedad cada vez más injusta, insensible y
excluyente. La razón que nos impele a persistir en la búsqueda de bases cognitivas
más evidentes para el derecho es la de una certeza lo más cercana posible a los
conceptos de justicia y equidad.
Una de las relaciones sobre las que debe indagar todo programa jurídico o social
es la tríada sociedad-política-justicia. Términos inseparables por cuanto en ellos
está basado el equilibrio, la estabilidad y la unidad de cualquier comunidad. Hay que
aclarar que el orden de estos tres factores no altera el producto de la actividad
política, que es el bienestar ciudadano, lo que por supuesto redunda en justicia
social.
Ahora bien, es imprescindible recordar en esta propuesta metodológica que las
fuentes de nuestro derecho tienen tres orígenes principales no podemos olvidar: la
primera, es la que deviene de la escuela de la exégesis, la segunda, proviene del
conceptualismo alemán, que imperaron en la construcción teórica del derecho tanto
en Europa como en Latinoamérica a finales del siglo XIX y principios del XX según
Agudelo A. (2011), la tercera y última la encontramos en el derecho norteamericano
(que maduró con la discusión Hart - Dworkin). Y es esta última discusión sobre la
que aun gravita la discusión sobre lo que realmente es la ley y lo que debemos
entender por ley. Estamos hablando de la diferencia entre un juicio enunciativo y un
juicio normativo. García Maynez enuncia el problema de la siguiente forma:
El tema central del debate, en lo que toca al genus proximum del derecho,
es la determinación del carácter normativo o enunciativo de sus preceptos.
Todo el mundo reconoce que estos se refieren a la actividad humana; pero
las opiniones se separan apenas se pretende establecer la esencia de los
mismos. ¿Son las reglas jurídicas expresión de auténticos deberes, o
simples exigencias desprovistas de obligatoriedad? ¿Deriva su validez de
la voluntad del legislador o es, por el contrario, independiente de ella? Y si
se acepta que el derecho es un conjunto de prescripciones: ¿en qué se
distinguen éstas de los imperativos morales, los principios religiosos y, en
una palabra, los demás preceptos que rigen nuestro comportamiento?
(García Maynez, 2002., pág. 3)

Pero, antes de continuar con el desarrollo de nuestro argumento hay que establecer
los sentidos en que suele usarse la palabra norma: uno amplio y otro estricto: lato
sensu se aplica a toda regla de comportamiento, obligatoria o no; stricto sensu
corresponde a la que impone deberes o confiere derechos2. Las reglas prácticas
cuyo cumplimiento es potestativo se llaman reglas técnicas. A las que tienen
carácter obligatorio o son atributivas de facultades les damos el nombre de normas.
Estas imponen deberes o conceden derechos, mientras los juicios enunciativos se
refieren siempre, como su denominación lo indica, a lo que es. Las reglas prácticas
de cumplimiento potestativo prescriben determinados medios, con vista a la
realización de ciertos fines. Si digo, por ejemplo, que para ir de un punto a otro por
el camino más corto es necesario seguir la línea recta, formularé una regla técnica.
Si afirmo: “debes honrar a tus padres”, expresaré una norma.

2
Las cursivas son mías.
Los juicios enunciativos se dividen en verdaderos y falsos. En relación con las
normas no se habla de verdad o falsedad, sino de validez o invalidez.
Las verdades expresadas por aquellos pueden ser contingentes o necesarias.
Vérites de fait3 llamaba Leibniz a las primeras, vérites de raison4, a las segundas.
Si afirmo: “hace calor”, enunciaré algo verdadero, pero contingente, ya que más
tarde puede hacer frío. Si afirmo, en cambio, que la distancia más corta entre dos
puntos es la línea recta, expresaré algo que es cierto en todo tiempo y no puede ser
de otro modo.
Las verdades empíricas a que alude el autor de la Monadología son los juicios
sintéticos a posteriori de que hablaba Kant, y las necesarias coinciden con las
proposiciones analíticas y sintéticas a priori del pensador de Köenigsberg.
Siguiendo con Kant, hay que mencionar en este trabajo que la fundamentación que
hizo de los motivos que nos llevan a realizar es vital para que conozcamos en que
tramo de las decisiones humanas se unen los caminos entre la moral (ética) y el
derecho. En su Fundamentación de la metafísica de las costumbres inicia un
recorrido desde el conocimiento moral vulgar que tiene toda persona hasta
determinar filosóficamente cuáles son los resortes empíricos o las motivaciones
externas de nuestros actos; en este trayecto halla la primera del imperativo
categórico: “yo no debo obrar nunca más que de modo que pueda querer que mi
máxima deba convertirse en ley universal […]” (Kant, 2004, pág. 28). El segundo
escalón va de la filosofía moral popular a la metafísica de las costumbres: aquí, el
filósofo alemán comenta la diferencia entre imperativos hipotéticos e imperativos
categóricos, relevantes para conocer los móviles emotivos e intelectuales en las
decisiones humanas. Este recorrido presupone una analítica de las acciones lo que
desemboca en una mejor elaboración del imperativo: “El imperativo categórico es,
pues, único, y es como sigue: obra sólo según una máxima tal que puedas querer
al mismo tiempo que se torne ley universal” (pág. 43); lo que lleva a Kant a enunciar
tres principios esenciales en esta parte:
1) La autonomía de la voluntad como principio supremo de la moralidad.
2) La heteronomía de la voluntad como origen de todos los principios ilegítimos
de la moralidad.
3) División de todos los principios posibles de la moralidad, según el supuesto
concepto fundamental de la heteronomía.
El último paso en este caminar va de la metafísica de las costumbres a la crítica de
la razón práctica. Acá, es cuando logra dilucidar cómo la libertad se convierte en
ese elemento clave para explicar la dinámica de la autonomía de la voluntad como
centro del bien y la realización humana.

3
Fr. Verdad de hecho
4
Fr. Verdad de razón
Bibliografía
Alviar García, H. (Coord.). (2011). Perspectivas contemporáneas en la investigación
jurídica. Bogotá: Nomos impresores
Aristóteles. (1985). Política. Vol. I. (traducción de Pedro Simón Abril). Barcelona:
Ediciones Orbis, S.A.
Bonilla Maldonado, D. (ed.). (2009). Teoría del derecho y trasplantes jurídicos.
Bogotá: Siglo del Hombre Editores, Universidad de los Andes, Pontificia
Universidad Javeriana
Dilthey, W. (1994). Teoría de las concepciones del mundo. Barcelona: Ediciones
Altaya
García Maynez, E. (2002). Introducción al estudio del derecho. México: Editorial
Porrúa S.A.
Hegel, G. W. F. (1999). Principios de la filosofía del derecho. 2.ª ed. Barcelona:
Edhasa
Kant, Manuel. (2004). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. México:
Editorial Porrúa S.A.

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