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EL ENCUENTRO DEL CABALLERO RESFRIADO

El caballero Beltrán de la Zampoña iba cabalgando distraídamente por la llanura .Pensaba de


qué modo podía sonarse la nariz, siendo que tenía la armadura puesta, el yelmo también
puesto y la visera baja.
Francamente, era un problema la retahíla de resfríos que se había pescado ese invierno. Y
todo por culpa de su amada Genoveva, que insistía en pasear de noche por las torres del
castillo para hacerse la romántica.
Beltrán tenía además, una sola armadura y era de verano. Muy hecha a su medida, eso sí,
pero inadecuada para los helados inviernos de Zampoña.
Beltrán no era un caballero rico. Ahora recordaba que, por unas monedas más, su sastre de
armaduras le podría haber hecho al menos un bolsillo donde guardar el pañuelo. La verdad es
que ni pañuelo tenía.
En esos pensamientos estaba, cuando de repente apareció delante de él una bruja horrible y
maléfica, con la cara llena de frunces, bigotes, verrugas y gránulos. (En la Edad Media, ni bien
uno se distraía un poco, aparecían cosas así . O peores.)
Beltrán advirtió de inmediato el peligro que lo amenazaba: ¡Era Arnolfa, la Bruja de los Resfríos
Leves! ¡Una verdadera peste!
Beltrán supo que era Arnolfa porque ni bien apareció, ella dijo: -¡Soy Arnolfa!
A continuación lanzó una carcajada horripilante, mientras las mangas de su vestido sacaba
puñados de aspirinas fosforescentes que desparramaba por el aire. Beltrán sabía que era inútil
tratar de escapar. Nadie se libraba fácilmente de las magias en ese entonces.
-¡Hoy me encontraste en un día pésimo! - aulló Arnolfa - Tan malo que hasta estoy dispuesta a
concederte un deseo. ¡El que quieras!
Beltrán de la Zampoña casi se cae del caballo. ¡Era tan raro que Arnolfa concediera deseos
como que una tarántula hiciera reverencias! Pero después de pensarlo un poco, dijo
sensatamente:
- Quiero un pañuelo.
(En realidad dijo “paduelo”, porque la nariz tapada no le daba para más)
- ¡Es fácil! ¡Es fácil! – palmoteó Arnolfa.
Entonces se arremangó y sacó del escote una varita mágica. Tomó su sombrero y lo sostuvo
dado vuelta. Con la mano derecha empezó a revolver enérgicamente la varita dentro del
sombrero. Toda ella despedía ahora un olor a sopa de eucaliptus
Arnolfa se concentraba y pronunciaba palabras ocultas. Hacía girar los ojos, mientras con los
dedos de los pies echaba poderes hacia todos lados.
- ¡Répete, répete! ¡Snerf, snerf!- recitaba Arnolfa.
Beltrán se impacientó. La semana pasada había visto hacer eso mismo a un mago de circo que
pasaba por Zampoña. Se sentó en un tronco al borde del camino y esperó a que Arnolfa
terminara su rutina. Era peligroso contrariar a las brujas en la Edad Media.
¡Por fin, la horrible Arnolfa remató su magia con un alarido de triunfo!
- ¡Lo tengo!- gritó.
Y del fondo del sombrero sacó un pañuelo. Un pañuelo de lata, que hacía juego con la
armadura de Beltrán. Con todos los bordes calados y las iniciales labradas. Cuadrado y duro
como una rejilla de patio...
Arnolfa estaba malignamente satisfecha.
Beltrán le agradeció el pañuelo como pudo. ¡Eran tan pocas las veces que Arnolfa concedía un
deseo, que más valía no desanimarla!
Después la bruja se desvaneció en el aire con una carcajada de escorpión.
Y Beltrán siguió su camino como antes, con la cara tapada por el yelmo y la nariz por el resfrío.

Ema Wolf, Silencio niños y otros cuentos.

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