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2 ABR 2005
Ha vuelto a remover las ideas de las artes plásticas con su libro El abuso de la belleza. Es uno de los más
notables filósofos del arte que, en su nueva obra, reflexiona sobre el concepto de la creación plástica en esta
época en la que los artistas tienen libertad total. Autor de títulos como El fin del arte, el estadounidense dará
en Madrid una conferencia en el Instituto de Crédito Oficial el 19 de abril.
"La idea que he estado arte contemporáneo, la belleza es una especie de delito estético.
desarrollando sobre el fin Profesor emérito de la Universidad de Columbia (Nueva York) y
del arte tiene que ver con crítico de arte de The Nation desde hace poco más de dos
una concepción de la décadas, es autor de una serie de libros como El fin del arte
historia del arte como (1984), La transfiguración del lugar común (2002) y La Madonna
una disciplina progresiva. del futuro (2003) y uno de los teóricos más influyentes en Estados
Como la ciencia" Unidos. Acaba de aparecer su último trabajo, El abuso de la belleza
(Paidós).
R. Así es. La concepción de los dadaístas en 1915, en Zúrich, desde donde podían escuchar el bramido de los
cañones, les llevó a decidir que ellos no proveerían de belleza a una sociedad capaz de una guerra como ésa.
Y allí es que surge este grupo de buenos artistas, originales y profundos, que deciden hacer un arte
deliberadamente antiestético. Debieron sentir que hacían algo profundamente significativo al abusar (vejar)
de la belleza. Produjeron un trabajo que expresaba su revulsión, su indignación. Pero desde esa época se ha
estimado que si eres serio como artista lo expresarás rechazando la belleza en tu trabajo. Ésa era la
situación, aunque luego empecé a pensar en ciertos trabajos en los que la belleza estaba asociada con la
guerra.
P. Usted cita como ejemplos casi opuestos Elegía para la República española,
Guernica,
R. Cuando Picasso pintó el Guernica lo hizo como una acusación al Ejército alemán por bombardear esa
localidad vasca. Él quería confrontarlos con una imagen de la atrocidad que habían cometido, un atentado
del que ellos eran responsables. Pero Motherwell, al pintar una elegía, expresaba la tristeza que sintió ante
las esperanzas arruinadas de una sociedad mejor. Las elegías no son confrontaciones sino lamentos. Son
dos trabajos muy distintos. Picasso quería hacer la antítesis de una obra bella. Él era capaz de hacer una
obra hermosa, pero ya como pintor cubista se había apartado de las apariencias para concentrarse en la
estructura interna del mundo, una estructura geométrica. Podía ser intelectualmente bella pero no
físicamente bella.
El arte ha terminado o muerto varias veces a lo largo de la historia. Parece algo cíclico, ¿es acaso una forma
de renovación teórica?
R. La idea que he estado desarrollando desde los años ochenta sobre el fin del arte tiene que ver con una
concepción de la historia del arte como una disciplina progresiva. Eso querría decir que el arte es una
empresa en progresión como lo es la ciencia. En ese ensayo pensé en la pintura histórica, uno de los grandes
logros del siglo XIX en la pintura académica. Al aparecer las imágenes en movimiento, que eran mucho
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que los cuadros al articular una narración, la pintura tuvo que buscar algo que hacer. En el siglo XX
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de definir la pintura. En los años sesenta la
su uso.
definición filosófica del arte se hizo de pronto evidente. Y una vez que descubres lo que es la pintura, la
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investigación termina. Ése fue el fin del arte. No tenía nada que ver con las protestas. Tenía que ver con una
investigación intelectual colectiva de los artistas interesados en el significado del sentido del arte. Eso quiere
decir que todas las posibilidades quedan abiertas después del fin del arte, eso es lo bueno.
R. Me interesa casi todo. Hay ciertos pintores que admiro mucho: Sean Scully, Robert Mangold y Cy
Twombly. Me encanta la pintura abstracta.
P. Una de las más persistentes ideas que han motivado su pensamiento se refiere a aquello que hace
de un objeto cualquiera una obra de arte. ¿Tienen los museos ese papel, el de dictaminar qué es arte y
qué no lo es?
R. Los museos, galerías y hasta en la vida cotidiana puedes elevar un objeto cualquiera a la categoría de obra
de arte. Hace unos días tuvimos en el Central Park de Nueva York esa gran instalación de Christo, The gates.
A la gente no le importaba si era una obra de arte, eran sólo cortinas, pero se sentían seducidos. Y no era
sólo porque lucían bien, quizá el sentido del umbral, que es una forma con un simbolismo muy poderoso.
Caminar a través de umbrales con cortinas te da la sensación de ir cambiando de estado. Creo que esa
instalación tenía un efecto transformador, era más importante participar que simplemente mirarlo. Si
piensas en la belleza como algo que miras, lo consideras una experiencia estética. Pero creo que las puertas
de Christo y Jeanne-Claude ofrecen una experiencia moral. Tienes que atravesar uno a uno esos umbrales
para tener la experiencia, algo más allá de la belleza.
R. El último capítulo de El abuso de la belleza toma la idea de lo sublime. Una idea que fue central en la teoría
estética del siglo XVIII y que surgió porque la gente empezó a pensar que la belleza era algo limitado. Era
sólo un asunto de buen gusto y juicio estético. Mientras tanto buscaban algo más poderoso, algo
sobrecogedor. En el siglo XX la gente también buscó algo más allá de la belleza y la idea de lo sublime fue
revitalizadora. Creo que tiene que ver con la noción de lo infinito, el deseo de una emoción intensa. Pero no
creo que sea algo muy interesante. Las puertas de Christo no eran algo sublime, por ejemplo. Aunque
puedan haber rozado ese logro al envolver el Reichstag de Berlín, gracias al poder simbólico del edificio. Al
envolverlo y desenvolverlo lo hicieron renacer.
R. Una de las cosas que se dicen en el libro apunta a que la belleza es uno de nuestros valores
fundamentales. Es tan importante para la vida como la bondad y la verdad. Pero no creo que la belleza sea
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mirada. Imaginar un mundo sin belleza es como imaginar la vida sin bondad. Es algo que nadie querría vivir.
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