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Sin duda alguna, cuando tocamos en tema universitario, a muchos nos suena y
resuena el término “académico”, usado ligeramente como una pánace que involucra
el quehacer de la universidad. Esa generalidad abstracta que aparenta tener sentido,
se usa como muletilla para sostener el quehacer universitario, en una suerte de venda
que tiende a mantener el estado de las cosas y, de esa manera, evitar ver que la
Universidad está a punto de involucionar por falta del impulso sinérgico propio de una
Utopía institucional acorde con las nuevas condiciones emergentes en el planeta,
incluido el universo. La intención de esta presentación es mostrar la necesidad de la
utopía como energía sinérgica que no solo reoriente sino organice y refuncionalice
aquel quehacer “académico” tan referenciado en la universidad. La UMSS logra
configurar un constructo utópico completando de manera inconsciente y parcial, en
plazos naturales, o por mera “alineación de los astros”. Estas características son
entendibles toda vez que el siglo XX, paradigmáticamente, estaba configurado de esa
manera, sin embargo, ese período inicial de la empírea positivista del Siglo XXI plantea
nuevos desafíos no solo en los planos sociales y políticos, que eran el fuerte del siglo
XX; el pensamiento involucra más esferas del quehacer de la sociedad, la humanidad
el planeta incluido, el universo. De alguna manera, el antropocentrismo ya sucumbió
y en la actualidad se hace necesario entender que la sobrevivencia de la especie no
será posible si no somos capaces de entender que los otros también existen y son
imprescindibles; que no somos los únicos seres vivos en el planeta y el universo; que
nuestra superioridad esta cuestionada y por lo tanto nuestros privilegios no son tales
(la naturaleza se impone con las llamadas catástrofes). Debemos entender que somos
parte de un meso y macro sistemas y, como microorganismos, debemos interactuar
aportando a la homeostasis al organismo planetario y universal. A partir de estas
nuevas constataciones, las instituciones humanas debemos reconfigurar los
constructos utópicos que nos permitan encontrar rumbos que orienten y funcionalicen
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Docente titular de la Facultad de Humanidades y Cs. de la Educación
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el quehacer específico. La universidad debe lograr establecer una nueva UTOPÍA,
pero de manera consciente e intencional, dirigida a darle contenido y sentido al ya tan
versado “quehacer académico” e institucional”.
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solución de los problemas globales y a la creación de un régimen social justo, sino
como medio de esclavización del hombre, medio hostil a la cultura. Así pues, en el
marco de la conciencia burguesa, la idea de la utopía llega a su autonegación lógica,
aunque en dicha conciencia, además de las antiutopías pesimistas, existen también
las pseudo-optimistas utopías tecnocráticas. Al mismo tiempo, adoptando la forma de
novela de ciencia ficción, la utopía puede desempeñar hasta cierto grado la función
de pronóstico de las relaciones sociales. (recuperado de
http://www.filosofia.org/enc/ros/utopia.htm).
Desde esta falta de realidad se explica la connotación negativa que acompaña el uso
actual de este término. Cuando se hacen propuestas de cambios, en cualquier
institución, si se dice que esas propuestas son utópicas, eso implica siempre una
descalificación.
El ser humano es por naturaleza un "ser social" y, por lo mismo, un "ser utópico “. Las
utopías han provocado revoluciones con el fin de impulsar a las personas hacia él.
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Qué contienen las utopías
Función. Suelen desempeñar una función crítica, porque denuncian las injusticias
del orden social vigente, y una función constructiva, pues ofrecen alternativas e
ilustran sobre el modo de llevarlas a cabo.
Objetivo. Las utopías pretenden idear instituciones que conduzcan a una sociedad
perfecta.
Carácter global. Las utopías son descripciones de cómo funcionarían ciertos ideales
en caso de que fueran realizados. De ahí que presenten con detalle propuestas claras
de planificación social, las reglas de convivencia, las instituciones, etc.
A partir de estas características, podemos llegar a una definición: una utopía social
es un modelo ideal de sociedad alternativo al existente, que presenta los valores e
instituciones necesarios para llevar a la práctica una concepción de persona y una
idea de la vida buena y feliz. Pretende lograr así una orientación para el cambio
social y la transformación de la realidad. (recuperado de
https://www.acfilosofia.org/materialesmn/filosofia-y-ciudadania-3013/filosofia-moral-
y-politica-democracia-ciudadania/723-utopias-y-distopias).
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Cómo entender las utopías después del siglo XX
La experiencia histórica. En la misma línea, pero desde otra perspectiva, los críticos
indican que la mayor parte de los intentos históricos de aplicar las ideas utópicas a la
realidad han acabado perjudicando precisamente a aquellos a los que tenían que
haber beneficiado, porque han producido regímenes dictatoriales y peores
condiciones de libertad e igualdad.
Finalmente, el realismo político manifiesta que poner en práctica las utopías, con sus
fuertes dosis de planificación, exige recurrir a la violencia y conduce a una sociedad
"cerrada" donde es imposible vivir con libertad. Unos pocos toman el poder y se
convierten en la nueva clase social privilegiada, pues para alcanzar la utopía es
necesario eliminar cualquier oposición.
En el Siglo XX, las utopías tenían una fuerte carga social toda vez que apuntaban a la
imaginación de sociedades más justas, esta perspectiva al influjo de la emergencia de
las sociedades complejas parece estar desapareciendo. Se puede sostener
considerando algunos acontecimientos:
Los intentos de realizar una sociedad igualitaria desde una planificación estatal
han desembocado en regímenes totalitarios o en sociedades fuertemente
burocratizadas.
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También la ideología del mercado, que a menudo se ha presentado como la
única utopía realizable, se muestra impotente para hacer frente a una situación
donde la mayor parte del planeta se encuentra en condiciones de extrema
pobreza o de miseria absoluta.
Para cerrar esta parte, es bueno puntualizar que se debe tomar en cuenta dos
componentes esenciales en la formulación o construcción de utopías.
Queda claro que no debemos cometer el error de negarle a la utopía el papel que le
corresponde, porque creamos que ya se ha realizado o que nunca se podrá realizar.
Ambos extremos están equivocados. Como dice Marcuse, no se trata de convertir el
pensamiento utópico en una teoría científica que debe cumplirse, porque entonces
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apagamos toda iniciativa e innovación social; se trata de abrir caminos desde la
utopía, descubriendo nuevas posibilidades de lo real. Este es el papel de la utopía.
*Un núcleo ético universal. Cualquier sociedad, para ser justa, ha de satisfacer
unos mínimos que constituyen la ética cívica e incluyen los valores de libertad,
igualdad y solidaridad; los derechos humanos, el respeto al medio ambiente y,
finalmente, una actitud de diálogo.
*El contenido utópico. Para cumplir su papel, las utopías deben incluir también
propuestas concretas acerca de cómo organizar la sociedad y la vida en común.
Las utopías deben incluir aspectos imaginativos sobre los planes de vida, el papel
del trabajo, de la economía, de la sociedad civil, etc.
Ambos momentos deben conjugarse para que la utopía pueda cumplir su función
básica: ayudarnos a superar lo existente. Por eso, ser utópico es ser realista, puesto
que es intentar descubrir nuevas posibilidades de lo real.
Lo que sigue es una radiografía de toma rápida para identificar el núcleo ético de la
Utopía Universitaria.
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¡Tomemos el cielo por asalto! ¡Seamos realistas, pidamos lo imposible! Permite
situar a los estudiantes y a través de ellos a las instituciones universitarias del
mundo, en un nuevo quehacer ético; vincula la lucha política en torno de las
clases obreras.
c) Los hechos revolucionarios del 1965 al 1970. La emergencia de las acciones
guerrilleras de Ñancahuazú y Teoponte, respectivamente, son claves para
entender el compromiso ético de los universitarios y las universidades con las
acciones políticas expresadas en acciones armadas.
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La gestión de Tonchy Marinkowich pasó intrascedente y estaba caracterizada por la
funcionalidad cotidiana, en los primeros momentos con resabios políticos partidarios
y nostalgias revolucionarias no efectivizadas de algunos de sus miembros. No hay que
perder de vista que el Congreso coincide con una contradicción ideológica expresada
en el pacto MIR-ADN, elemento que iba a favorecer al realismo político, como
alternativa.
El siguiente período, de Alberto Rodríguez, advertida seguramente de esta situación,
de manera empírica, pretende “hacer academia” incorporando a la universidad en el
modelo gerencial empresarial, situación que sin duda no encuentra resonancia porque
este contenido se aleja del núcleo ético del Utópico Institucional.
La gestión de Augusto Argandoña se caracteriza por una falta de capacidad de gestión
a falta de comprensión del Utópico institucional y sus contenidos establecidos en el
estatuto y las normas administrativas. Intenta dar continuidad al modelo heredado,
opta por la compra de los dirigentes docentes, estudiantes y administrativos
(prebenda), situación que le garantiza mantener el cargo por cuatro años sin más que
hacer. Este es el periodo de mayor evidencia en el sinsentido institucional.
En las gestiones de Franz Vargas y Lucio Gonzales, lo único que se tiene es una
funcionalidad rutinaria intrascendente, caracterizada por mantener el grupo, el
esquema, ya no en doctrina ni ideología, sino esencialmente de beneficio personal y
particular. La universidad se convertía en fuente laboral con buenos réditos
económicos.
De las gestiones de Juan Ríos, se pueden identificar dos momentos. El primero sin
muchas diferencias que las gestiones de Vargas y Gonzales, la toma del poder es
para asegurar beneficios traducidos en réditos económicos del “otro grupo de poder”
que igual que el anterior, en una sociedad de beneficios personales. La diferencia es
que se utiliza los gremios para accionar la gestión institucional, toda vez que Ríos
pasa a ser Rector sin ninguna trayectoria en gestión ni de carrera o facultad. Se asiste
al sometimiento del cogobierno y de los gremios y, para mantener estas condiciones,
emergen de la mano de algunos viejos prebendales y los “mercenarios políticos” que
ofrecen sus servicios con “evidencias” para quitarse del camino a cualquier opositor o
adversario. El segundo período está caracterizado, más bien, por un distanciamiento
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mayor de los dos pilares que siguen sosteniendo la Utopía institucional, la Autonomía
y el Cogobierno. A estas alturas, queda absolutamente claro que ni el núcleo ético
universal ni el cinturón del contenido utópico ya son parte de la actividad en la UMSS,
toda vez que se incorpora la judializacion de los actos académicos y políticos como
instrumento de amedrentamiento y sometimiento para sostenerse en el poder.
Como las utopías deben incluir aspectos imaginativos sobre los aspectos funcionales
e institucionales, me permito lanzar agunas ideas.
Desde La perspectiva macro institucional, está claro que existe una necesidad sentida
y demandada por el cambio de la UTOPÍA INSTITUCIONAL sostenida en la
complejidad, la transdisciplinariedad y fundamentalmente en la BIOÉTICA. Se debe
configurar el nuevo modelo educativo sostenida en la perspectiva del aprendizaje
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situado, esto equivale a decir que debemos pasar del modelo circunscrito a la actividad
funcional, cuya acción transmisionista hace inocuo cualquier aprendizaje significativo.
La universidad ya no debe ser el centro de trasmisión de información; debe
resignificarse en función a un nuevo objeto de pertinencia coherente con la posibilidad
de aprender. Busquemos acercarnos más al desarrollo de habilidades y competencias
para aprender a aprender.
El “ser estudiante”, de la misma manera que “ser docente”, debe cambiar solo que en
diferente nivel. Está claro que el “estudiante” debe modificar su representación social,
toda vez que conlleva una condición de subordinación y dependencia que ya no
coincide con el período ni el nivel de complejidad en las que nos encontramos. Si
afirmamos en el nivel macro, que debemos pasar del modelo centrado en la
enseñanza a uno centrado en el aprendizaje, debe estar claro que el rol y la función
del docente y del estudiante deben cambiar. Ese cambio debe apuntar a pasar del
“SER” AL SUJETO DE APRENDIZAJE. Este nuevo categórico debe estar a la par del
núcleo BIOÉTICO del UTÓPICO INSTITUCIONAL. Entender a este sujeto de
aprendizaje es entender que la relación vertical de dependencia da paso a la relación
de sujetos en la misma valía, pero con diferencias en el saber y no así en la capacidad
de producir conocimiento.
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Finalmente, en nivel micro o específico, la incorporación de actividades de innovación
con su consecuente acompañamiento de la investigación acción se constituye en la
herramienta básica que funcionaliza y refuncionaliza el quehacer en el aula. Lo
anterior se entiende como parte del nuevo instrumental del profesional docente
vinculado a las condiciones macro y meso descritas en párrafos anteriores. En
definitiva, estamos frente a un gran desafío: el de cambiar el quehacer de la
universidad sostenida en una NUEVA UTOPÍA que esté acorde a la BIOÉTICA, que
vaya más allá de la mirada sociocéntrica y androcéntrica, dando un valor mayor al
SUJETO DE APRENDIZAJE que, a diferencia del “estudiante” y el “docente”, son
subversivos en sí mismos. Este retorno del sujeto subversivo estripado por el individuo
y ciudadano, sintoniza coherentemente con la complejidad de la sociedad en la
posmodernidad. En otras palabras, la “educación universitaria” ya no debe pasar por
lo social ni lo regional; debe ser humana y planetaria, por lo que debemos dar cabida
al SUJETO BIOÉTICO como expresión de la NUEVA UTOPÍA UNIVERSITARIA.
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