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Novo, M., Arce, R., y Seijo, D. (2003). Delimitación conceptual: Sesgo vs. error. En M. Novo y Arce, R. (Eds.

),
Jueces: Formación de juicios y sentencias (pp. 67-89) Granada: Grupo Editorial Universitario. ISBN: 84-8491-300-
7.

DELIMITACIÓN CONCEPTUAL: SESGO VS. ERROR

Autores: Mercedes Novo, Ramón Arce y Dolroes Seijo

1. Aproximación al concepto de error


Una vez delimitado el concepto de heurístico, intentaremos acercarnos al concepto
de error. De la revisión de la literatura al respecto se deduce una cierta confusión
terminológica, por el uso indiscriminado de conceptos, y por la pluralidad de acepciones
tanto en los trabajos originales como en sus traducciones. A continuación intentaremos
dilucidar tales diferencias.

1.1. Perspectiva histórica

Daremos unas pequeñas pinceladas históricas sobre el concepto de error, con la

pretensión de perfilar su recorrido. Dicho término aparece en la literatura psicológica a

finales del siglo XIX, de la mano de James Sully quien, alrededor del año 1881, realiza el

primer intento sistemático de clasificar el espectro del error y de búsqueda de principios

comunes explicativos. Años más tarde, la conocida obra de Münsterberg (1908) “On the

Witness Stand: Essays on Psychology and Crime”, supone un acercamiento a la

evaluación de la exactitud de los testigos presenciales. Sin embargo, serán Wertheimer,

Köhler y Koffka, gestaltistas, los primeros autores en formular una teoría comprobable

acerca de los mecanismos del error.

En conexión con el concepto de error se encuentra el concepto de esquema


planteado originariamente por Bartlett en 1932, en “Remembering: A Study in
Experimental and Social Psychology”. Este autor define el esquema como una estructura
mental inconsciente, compuesta por conocimiento previo. Se conecta con el concepto de
error porque el esquema no reproduce las experiencias pasadas sino que las reconstruye,
generando errores sistemáticos en el recuerdo.

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Jueces: Formación de juicios y sentencias (pp. 67-89) Granada: Grupo Editorial Universitario. ISBN: 84-8491-300-
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Con la llegada del conductismo el estudio del error quedó desterrado durante casi
veinte años, hasta la segunda guerra mundial, con el advenimiento de la corriente del
procesamiento de la información. Reason (1990) diferencia dos variantes en esta
aproximación: la tradición de la ciencia natural y la tradición de la ciencia cognitiva.
Dentro de la primera variante destacan los trabajos de la psicología experimental sobre
atención y memoria. De la tradición de la ciencia cognitiva resaltaremos el resurgimiento
del concepto de esquema bartlettiano, a través de variantes modernas del concepto de
esquema (Fiske y Taylor, 1984; Hastie, 1981; Taylor y Crocker, 1981) y el declive de las
teorías normativas. Durante la década de los años cincuenta y sesenta la investigación
psicológica sobre la toma de decisiones y formación de juicios, era de carácter
marcadamente racionalista. Hervert Simon en Carnegie-Mellon, Wason y Johnson-Laird
en Bretaña y Tversky y Kahneman, dos israelitas afincados en Estados Unidos,
abanderaron la ruptura de esta concepción racionalista. Wason y cols. encuentran que las
mayoría de las personas cometen errores en tareas de razonamiento (Evans, 1983;
Johnson-Laird y Wason, 1977; Wason y Johnson-Laird, 1972). Concretamente, Tversky y
Kahneman (1974/1986) constatan como el hombre no emite juicios basándose en
principios bayesianos, antes bien, utiliza un número limitado de heurísticos que reducen la
complejidad de la evaluación de probabilidades y de la predicción de valores, y que
conllevan la asunción de mayores riesgos.

Desde la perspectiva del juicio social, el estudio del error aparece como un “hot
topic”, como una herramienta indispensable para la comprensión de los procesos que
subyacen a la formación de juicios. Como señala Evans (1984) “aunque es importante
saber que las personas razonan adecuadamente o toman buenas decisiones en algunos
contextos, resulta de mayor trascendencia ... conocer su tendencia al error” (p. 1500-1501).
Más específicamente, la psicología del juicio social acoge en los últimos años el estudio
del error, de tal manera que ha llegado a considerarse un “hot topic” en la literatura, como
instrumento indispensable para estudiar la formación de juicios (Funder, 1987).

1.2. Concepto y tipos de error


Al definir el concepto de error se hace necesario delimitar su significado bajo el
baluarte de una definición de carácter técnico, no evaluativo como si se tratase de una

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acepción más ingenua o cotidiana. Previamente hemos de hacer referencia al confuso


marco conceptual que se percibe en la literatura, el uso, en ocasiones explícito y en otras
implícito, de conceptos en relación de sinonimia, entre ellos los conceptos de error, bias,
fault, fallacy, failure, mistake, lapses, slip, traps, flaws, shortcomings, etc. Esta pluralidad
de conceptos responde en ocasiones a diferentes recursos lingüísticos. Por ello, hemos
intentado ordenar este marco conceptual, haciendo mención de algunas definiciones que
han explicitado las particularidades de cada concepto.

Desde los primeros trabajos el concepto de error aparece estrechamente ligado al


concepto de heurístico, tanto desde la óptica de la resolución de problemas, del estudio del
razonamiento y de la formación de juicios. Tal y como hemos señalado previamente,
Tversky y Kahneman (1971, 1973, 1974/1986) y Kahneman y Tversky (1972, 1973)
ponen de manifiesto como los individuos aplican una serie de principios heurísticos
cuando evalúan probabilidades o predicen valores. Estos autores utilizan el concepto de
error sistemático y de sesgo (bias) al referirse a los efectos/consecuencias de los
heurísticos, suponiendo una delimitación del concepto genérico de error a su carácter
sistemático.

Diversos autores han mostrado la necesidad de una delimitación más explícita con
respecto a conceptos afines. Funder (1987) establece diferencias entre el concepto de error
y mistake1. El error se refiere a estímulos artificiales que representan desviaciones con
respecto a un modelo normativo. No es intrínsicamente interesante, pero puede ser
altamente informativo acerca de si el modelo representa exactamente el proceso de juicio.
Sin embargo, el mistake, tiene que ver con estímulos reales, no de laboratorio. En
consecuencia, resulta relativamente más sencillo detectar un error, dado que la naturaleza
del estímulo es conocida; no ocurre lo mismo con el mistake, que responde a un criterio
localizado en el mundo real.

Otras definiciones, contrariamente a la anterior, tienen menos implicaciones


ecológicas. Reason (1990, p. 9) subraya que el concepto de error “deberá utilizarse como
un término genérico que englobe todas las ocasiones en que una secuencia planificada

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Por las particularidades lingüísticas de cada concepto hemos preferido mantener las denominaciones
originales.

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física o mental no consigue su resultado intencionado, así como cuando estos fracasos no
se puedan atribuir al azar”. La intención se presenta como una condición sine qua non,
excluyendo el factor azar. Pero además, este autor distingue dos tipos de error: slips/lapses
y mistakes. Se refiere al primer tipo como errores que resultan de algún fracaso en la fase
de ejecución y/o almacenamiento, con independencia de si son adecuados o no, para
alcanzar un determinado resultado. Los mistakes se refieren a “fallos en los procesos de
inferencia y formación de juicios relacionados con la selección de un objetivo o con la
especificación del medio usado para conseguirlo, independientemente de que las acciones
estén o no de acuerdo con el plan”. Esta tipología de errores está ligada a distintos estadios
o mecanismos cognitivos, los lapses tienen lugar durante la fase de almacenamiento; los
slips durante la ejecución y los mistakes durante la planificación.

Uno de los modelos más recientes del error, que comentaremos por su particular
relación con los heurísticos y sesgos, es el Generic Error-Modelling System (Reason,
1990) que recibe influencias de otros modelos cognitivos (Rasmussen, 1986; Rouse,
1981), e intenta integrar dos áreas de investigación del error: slips y lapses que son debidos
a fallos en la ejecución o en el almacenamiento y mistakes, que son fallos debidos a la
planificación. En realidad, este modelo amplía la dicotomía slip-mistake considerando dos
tipos de mistakes, basados en normas y basados en el conocimiento. Los mistakes, basados
en el conocimiento, tienen su origen en la racionalidad limitada del hombre y en la
inexactitud del modelo mental del espacio problema. Éstos últimos centran nuestra
atención por su estrecha relación con el concepto de heurístico.

Reason (1990) sitúa en el nivel de conocimiento diversos canales o rutas que


mediatizan el error. En primer lugar, la selectividad. Existe abundante evidencia de que
una importante fuente de razonamiento erróneo se encuentra en el proceso de selección de
la información de la tarea. Los mistakes se producirán si se presta atención a características
erróneas o incorrectas. La exactitud en el razonamiento depende de si el individuo
proporciona más atención a lo lógicamente importante que a lo psicológicamente saliente.
En segundo lugar, el sesgo de confirmación, que tiene sus raíces en lo que Bartlett
denominó “effort after meaning”, es decir la tendencia a confirmar las hipótesis formadas
inicialmente. En tercer lugar, el “out of sight out of mind”, que se deriva del heurístico de
disponibilidad (Kahneman et al., 1982) que otorga mayor peso a la información más

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accesible o disponible. En cuarto lugar, la sobreconfianza en la exactitud del propio


conocimiento (Koriat, Lichtenstein y Fischhoff, 1980). En quinto lugar, la correlación
ilusoria, o impresión errónea de que dos variables o eventos no relacionados mantienen
una relación (Chapman y Chapman, 1967). Estas rutas se estructuran en base a estrategias
heurísticas y sesgos.

Otros autores, aunque de forma minoritaria, utilizan el término de “fallacy”. Este


es el caso de Scholz (1991), quien define el concepto de falacia como el resultado de un
proceso cognitivo que, sobre la base de información representada en la memoria, lleva a
una conclusión o decisión errónea. Una falacia consiste en la aplicación de un modelo
inadecuado que puede llevar a una solución desviada en lugar de a una solución formal del
modelo existente, o también en la aplicación de normas de inferencia que resultan
sistemáticamente en una solución incorrecta o inadecuada.

2. El concepto de sesgo. Diferencias con el concepto de error


El concepto de sesgo, es entendido comúnmente como sinónimo de oblicuidad o
torcimiento. El incremento de campos de investigación2 en los que el concepto de sesgo
(bias/biases) está siendo aplicado, dificulta adicionalmente la búsqueda de un significado
unitario para este concepto.

Keren (1990, p. 526) define el concepto de sesgo como ”una desviación respecto a
una respuesta normativa correcta, que implica la asunción de la existencia de una única
respuesta correcta”. Fiske y Taylor (1984, 1991) van más allá y dirimen las diferencias
entre ambos conceptos. Para estos autores, la definición de error vendría a coincidir con la
planteada por Keren, refiriéndose a una desviación respecto a una regla normativa,
mientras que el sesgo implicaría una distorsión no circunstancial sino sistemática.

2 Una revisión bibliométrica del manual Psicología Social (1994): sesgo anticipado, atribucional,
cognitivo, de anormalidad, de distinguibilidad, de perseverancia, de positividad, de vivacidad, de
respuesta, endogrupal, pollyana.
En “Introducción a la Psicología Social” (1990): sesgo atribucional, sesgo en la cognición social, sesgo
del falso consenso, sesgo favorable al yo, etc...

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En la investigación sobre formación de juicios, el concepto de sesgo se ha usado


intercambiablemente con el concepto de error a lo largo de la literatura (Kruglanski y
Azjen, 1983), dado que desde la perspectiva más convencional, el sesgo, como tendencia a
desviarse sistemáticamente de un criterio aceptado de validez, conlleva error. Desde los
trabajos de Kahneman y Tversky (1972, 1973) y Tversky y Kahneman (1971, 1973,
1974/1986), podría hablarse de una cierta equivalencia entre el concepto de error
sistemático y sesgo. Sin embargo, Kruglanski y Azjen (1983) conscientes de la necesidad
de una diferenciación, rompen con esta perspectiva convencional. En primer lugar,
entienden el concepto de error, definido subjetivamente, como un tipo de experiencia que
el individuo debería seguir al encontrar una inconsistencia entre una hipótesis, conclusión
o inferencia dada y una creencia firmemente establecida. El concepto de sesgo, lo definen
como una preferencia subjetivamente fundada por alcanzar una conclusión o realizar una
inferencia, en relación a otras alternativas posibles. En principio, es posible generar una
serie de hipótesis alternativas consistentes con la evidencia disponible, la decisión de
detener ese proceso cognitivo-generativo en un punto determinado, obedece a la influencia
de factores como la disponibilidad y a las motivaciones epistemológicas que varían de un
individuo a otro. Es por ello que estos autores mantienen que todo el conocimiento puede
estar sesgado, pero el sesgo no resulta necesariamente en error, sino que puede llevar a
inferencias claramente adaptativas. Considerando las distintas fuentes de sesgo
enumeradas en la literatura, motivacionales o cognitivas, las inferencias no resultan
erróneas, sino que en la mayoría de las ocasiones son apropiadas.

Esta es la diferenciación que nosotros consideramos más acertada, debido a que


reduce la ambigüedad existente. Por tanto, y por las propias limitaciones que nuestro
trabajo conlleva, asumiremos en lo sucesivo el concepto de sesgo planteado por
Kruglanski y Azjen (1983). El concepto de error queda excluido del planteamiento, dado
que por su naturaleza, en el estudio de las decisiones judiciales y formación de juicios, no
es susceptible de detección y análisis.

No obstante, el concepto de sesgo, parece omnipresente en las actuales teorías de

toma de decisiones, de hecho, se basan en los resultados de la investigación concernientes


a los sesgos de juicio. Como mantiene Plous (1993), la razón de centrarse en el estudio de

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los sesgos se debe a que revelan los procesos subyacentes. Ello no significa que las

personas generalmente tomen decisiones o emitan juicios de poca calidad, sino que el

estudio de los sesgos se muestra más revelador de la intimidad de estos procesos.

2.1. Tipos de sesgos


Los sesgos que afectan a los juicios humanos pueden clasificarse siguiendo a Ross
(1977) y a Kruglanski y Azjen (1983) en sesgos cognitivos y motivacionales. Los sesgos
motivacionales se caracterizan por una tendencia a formar y sostener creencias que
conforman las necesidades del individuo, optando por aquellas inferencias agradables o
congruentes con sus necesidades. En consecuencia, los sesgos estarían directamente
relacionados con la importancia de las necesidades a cubrir.

Pero, ¿qué ocurre cuando no se producen distorsiones de origen motivacional? En


ausencia de este tipo de distorsiones se asume que los juicios humanos están sometidos a
sesgos de tipo cognitivo. A diferencia de los sesgos motivacionales, que constituyen
tendencias muy irracionales, los sesgos cognitivos originan limitaciones en las estrategias
de procesamiento de la información. Estas estrategias cognitivas se cree dirigen la atención
hacia cierta información e hipótesis, lo que conduce a desestimar o descartar información o
hipótesis alternativas, que aunque relevantes para el juicio en cuestión, no tienen cabida en
la estrategia del procesamiento de la información (Nisbett y Ross, 1980).

2.1.1. Sesgos motivacionales

2.1.1.1. Autoprotección y autoensalzamiento


La motivación para la autoprotección o autoensalzamiento se manifiesta en la
tendencia de los individuos de atribuir sus éxitos a factores internos y los fracasos a
factores externos, pero no sólo en la atribución de éxitos y fracasos, sino también en otro
tipo de áreas, como la atribución a sí mismo o al grupo de referencia. Algunos
investigadores han intentado explicar esta tendencia basándose en factores informacionales
en contraposición a los motivacionales, de tal manera que las personas tienden a creer en
aquella información consistente con sus expectativas (Arce, Fariña y Novo, en prensa);

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Azjen y Fishbein, 1975; Fariña y otros, 1996). Sin embargo, otros autores, controlando las
diferencias informacionales, han constatado la existencia de este sesgo (Miller, 1976; Ross
y Sicoly, 1979).

2.1.1.2. Atribución egocéntrica y falso consenso


La atribución egocéntrica (Greenwald, 1980; Heider, 1958) o el falso consenso
(Ross, 1977) son ejemplos de sesgo hacia el autoensalzamiento y defensa. El sesgo
egocéntrico se refiere a sobrevalorar la contribución de uno a un logro respecto a los demás
(Ross, 1981). “Consiste en autoatribuirse más responsabilidad para resultados producidos
conjuntamente con otros” (Fiske y Taylor, 1991, p. 82). Además en las tareas de recuerdo
los sujetos recuperan también en mayor medida su propia contribución (Ross y Sicoly,
1979).

En la literatura encontramos diversas explicaciones para el sesgo egocéntrico


(Fiske y Taylor, 1991; Ross, 1981; Ross y Sicoly, 1979). Una primera explicación se
centra en la codificación y recuperación selectiva de la información, de tal manera que el
sujeto atiende más a sus propias acciones y pensamientos, codificándose dicha información
en mayor medida. La información sobre uno mismo se analiza más detalladamente o
pueden estar influyendo expectativas previas y/o factores motivacionales como la
autoestima. Ello implica que el sujeto parte cuando actúa, de unas expectativas previas
sobre los objetivos que intenta alcanzar y las acciones que va a realizar. Echebarría (1994)
mantiene que además durante la puesta en marcha de dichos planes, el sujeto centra
fundamentalmente su atención sobre sus acciones, provocando que éstas sean procesadas
con más intensidad. La segunda explicación posible se refiere al mayor acceso a los
propios pensamientos y estrategias. Finalmente, una tercera explicación acude al sesgo de
disponibilidad de la información sobre uno mismo que tendría consecuencias sobre el
juicio y la atribución.

Por su parte, el falso consenso, induce a percibir las propias elecciones


conductuales y juicios como relativamente comunes y apropiadas a las circunstancias, al
tiempo que el sujeto entiende las respuestas alternativas como no-comunes, desviadas e
inapropiadas (Ross, 1977). El falso consenso se refiere a la tendencia de los sujetos a

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sobrestimar la medida en que sus expectativas y juicios son compartidos por otras personas
(Harvey y Weary, 1984; Kelley y Michela, 1980; Nisbett, Borgida, Crandall y Reed, 1982;
Nisbett y Ross, 1980). Una explicación posible del falso consenso (Ross, 1981) vendría del
hecho de que en la vida cotidiana tendemos a interaccionar con personas con puntos de
vista similares a los nuestros.

Fiske y Taylor (1991) señalan la existencia de una serie de contextos que


estimularían la aparición de este tipo de sesgo, tales como las situaciones amenazantes que
incrementarían el falso consenso; en contextos intergrupales sería más acusado en las
minorías; en temas relevantes para el sujeto y también cuando se percibe que la conducta
se debió en gran medida a factores situacionales, reduciéndose cuando se percibe ésta
estuvo sujeta a factores disposicionales. Por otro lado, parece existir evidencia de que
cuando se presentan frecuencias o tasa base, se ignora la información de consenso (Fiske y
Taylor, 1991; Kassin, 1979; Nisbett, Borgida, Crandall y Reed, 1982).

El falso consenso puede apreciarse en las sentencias, de tal manera que cuando los

jueces se rigen por su propia percepción de consenso, exageran el grado en que sus

sentencias son aceptadas (Fitzmaurice y Pease, 1986). Los jueces, como deduce Ashworth

(1984) de su estudio piloto, se sienten capaces de identificar la opinión pública y además la

entienden como coincidente con la propia. De este mismo trabajo, el autor informa que la

mayoría de los jueces no consideran la distancia social con respecto al acusado como un

handicap. Cuando Wilkins (1983) entrevistaba a un juez, preguntándole acerca de su

falibilidad, éste respondió que distinguiría una sentencia errónea, cuando casi todas las

personas de “la galería pública” así la considerasen. Desde nuestro contexto judicial, se

constata la presencia de falso consenso en un estudio de archivo de sentencias penales

(Novo, 2000); un 19.6% de dichas sentencias refieren falso consenso, modulando éste

diferencias significativas en la actividad cognitiva que implementan los decisores, así

como en la no formulación de las circunstancias agravantes. Más concretamente, esta

asociación se encuentra en un 79.8% de las sentencias; es decir, de este sesgo se valen para
rebatir la existencia de agravantes (Novo, 2000).

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2.1.1.3. Relevancia hedónica y control efectivo


Decimos que existe relevancia hedónica cuando la conducta del actor tiene
consecuencias que afectan, positiva o negativamente, a las personas que realizan la
atribución. Cuanto mayor es la relevancia hedónica de la acción para el perceptor, más
probable es que éste realice una inferencia correspondiente (Jones y de Charms, 1957) y de
que formule un juicio extremo de la otra persona, bien en sentido positivo o negativo
(Chaikin y Cooper, 1973). De acuerdo con Jones y Davis (1965) y Jones y de Charms
(1957) la relevancia hedónica incrementa la atribución de la conducta del actor a factores
internos. Así, cualquier sesgo está motivado por el deseo del observador de tener un
control potencial sobre los resultados positivos o negativos de la conducta del actor
(Kruglanski y Azjen,1983).

Otra fuerza motivadora subyacente a la atribución causal que fue identificada por
Kelley (1972) es el deseo de mantener un control efectivo sobre la situación. El control
efectivo puede sesgar a los individuos a atribuir eventos a factores controlables en lugar de
a otros que escapan a su control. Esto puede llevar a preferir explicaciones basadas en
factores internos (Berscheid, Graziano, Monson y Dermer, 1976; Miller, Norman y
Wright, 1978).

2.1.1.4. Creencia en un mundo justo


El “error fundamental de atribución”, que consiste en la tendencia a sobreestimar la
importancia de los factores disposicionales y subestimar la importancia de los factores
situacionales o ambientales (Ross, 1977), podría considerarse como un error general dentro
del cual se incluiría un tipo particular que es la creencia en un mundo justo (Echebarrría,
1994). Dicha creencia se define como la necesidad de los individuos de creer que viven en
un mundo justo, donde las personas obtienen aquello que se merecen. Permite al sujeto
confrontarse con su ambiente físico y social como si fuese estable y ordenado. En ausencia
de tales creencias, resultaría difícil al individuo implicarse en metas a largo plazo o incluso
en la conducta social cotidiana. Por esta razón, porque resulta adaptativa, las personas
somos reacias a cambiarla (Lerner, 1970).

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En lo que se refiere a las decisiones judiciales, este tipo de creencias se puede


traducir, teniendo en cuenta las diferencias individuales, en sentencias más severas para los
acusados o incluso en quantum de sentencia más lenil, cuando se mantiene la creencia de
que la víctima se merece o ha provocado los hechos (Wrightsman y cols., 1994).

2.1.1.5. La ilusión de control


Esta creencia fue documentada empíricamente por Ellen Langer (1975), aunque
previamente otros autores como Goffman (1967) y Henslin (1967) habían presentado
cierto soporte observacional, proveniente del estudio de la práctica de los jugadores en el
lanzamiento de dados.

Langer (1975) define la ilusión de control como la tendencia a sobreestimar el


grado de controlabilidad percibida. Langer y Roth (1975) constatan como los sujetos creen
por ejemplo poder predecir y controlar el resultado del lanzamiento de una moneda. La
explicación que aporta Ellen Langer señala que las personas son o están motivadas para
controlar su ambiente. La mayoría de los científicos sociales están de acuerdo en que existe
una motivación para dirigir/controlar el ambiente que nos rodea, en palabras de la autora,
lo más difícil de un problema, es que uno se sienta capaz de resolverlo. Además, existe otra
razón que explica la no discriminación entre eventos controlables y no controlables. Así,
los factores de azar y destreza, se encuentran fuertemente asociados en la experiencia de
las personas, resultando a veces difícil de discriminar, porque existe un elemento de azar
en cada situación de destreza, y porque existe un elemento de destreza en cada situación de
azar (Langer y Roth, 1975).

2.1.1.6. Evitación de daño físico


Walster (1966) sugiere la existencia de un sesgo motivado por la necesidad de
evitación de las desgracias accidentales y, como consecuencia, en la posibilidad de
controlar nuestro destino. En este sentido, si una persona considera que un accidente fue
motivado por causas ajenas al propio individuo, entonces creerá que podría hallarse en una
situación similar. Con la intención de obviar tal inferencia no deseable, se prefiere culpar al

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causante del accidente. La necesidad de responsabilizar de un accidente a quién lo causó,


en vez de a las circunstancias, aumenta con la severidad de las consecuencias.

2.1.1.7. El sesgo confirmatorio-conductual


El sesgo confirmatorio consiste en promover nuestras propias conductas para
inducir otras que confirmen nuestros esquemas acerca de otras personas (Snyder, Tanke y
Berscheid, 1977). La tendencia confirmatoria puede realizarse por medio de distintas
estrategias (Sherman y Skov, 1986), procurando únicamente información para las hipótesis
relevantes en cuestión, reuniendo información y sesgando su interpretación de tal forma
que la hipótesis aparezca como cierta, o buscando información que conduzca a pensar que
la hipótesis es verdadera en mayor medida de lo que realmente es. En este sentido, Hastie
(1981) señala el mayor recuerdo de aquella información procesada congruente con
nuestras propias concepciones anteriores, pudiendo servir como guía los juicios causales
en situaciones ambiguas.

La profecía autocumplida es un sesgo confirmatorio conductual, que podemos

definir siguiendo a Hilton y Darley (1991) como la combinación, en determinadas

situaciones, de las metas que el que percibe busca y la interacción con ciertas expectativas,

que conlleva a que el perceptor realice ciertas tácticas, que provoquen la confirmación

conductual de sus expectativas.

2.1.2. Sesgos cognitivos


Los sesgos cognitivos tienen su origen en las limitaciones de los seres humanos
para atender y procesar la información, y como acontece con los sesgos motivacionales, la
idea de un sesgo cognitivo implica la existencia de juicios que se desvían sistemáticamente
de normas aceptadas o estándar. Siguiendo a Kruglanski y Azjen (1983) podemos
diferenciar tres grandes fuentes de sesgos en la atribución y en la predicción: la saliencia y
la utilidad de la información, las ideas o teorías preconcebidas sobre personas o eventos, y
los fenómenos de anclaje y ajuste.

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2.1.2.1. Saliencia y disponibilidad


El nexo entre atribución causal y saliencia fue propuesto primeramente por Heider
(1958), aunque definitivamente documentado en una revisión seminal por Taylor y Fiske
(1978), en la que discuten evidencia proveniente también de sus propios estudios.

Cuando realizamos inferencias tendemos a depositar nuestros juicios en


información disponible y saliente. Cuanto más disponible es una información, parecerá
más probable o más frecuente; cuanto más saliente sea, será más probable que aparezca
como causal (Plous, 1993).

En ocasiones el observador puede realizar inferencias acerca de la conducta de un


actor, mediadas por el sesgo de muestreo. Esto es, un observador frente a una conducta
atípica del actor puede derivar conclusiones erróneas acerca de sus disposiciones
personales. No nos detendremos más en este sesgo, puesto que ha sido comentado
previamente en relación al heurístico que lo genera, el heurístico de representatividad,
únicamente recordar que existe evidencia de que los individuos no suelen ser conscientes
de este sesgo (Nisbett y Ross, 1980).

Otra fuente potencial de sesgo se relaciona con la atención y la percepción


selectiva. Taylor y Fiske (1975) integran evidencia de un cierto número de aportaciones,
para proponer que se busca una explicación de la conducta única, suficiente y saliente, y
que las atribuciones causales resultan con frecuencia modeladas por estímulos muy
salientes. Aunque toda la información relevante puede ser accesible para los observadores,
pueden centrarse selectivamente en aquellas características de la situación que son
perceptualmente salientes, pudiendo representarse exageradamente en posteriores
explicaciones causales (Arkin y Duval, 1975; Duval y Wicklund, 1972; McArthur y Post,
1977).

El “error fundamental de atribución” supone sobreestimar la importancia de los


factores disposicionales y subestimar la importancia de los factores situacionales o
ambientales al explicar una conducta, también se conoce con el nombre de efecto Jones-
Harris, en referencia a estos autores. Jones y Harris (1967) llevaron a cabo un experimento

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Novo, M., Arce, R., y Seijo, D. (2003). Delimitación conceptual: Sesgo vs. error. En M. Novo y Arce, R. (Eds.),
Jueces: Formación de juicios y sentencias (pp. 67-89) Granada: Grupo Editorial Universitario. ISBN: 84-8491-300-
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en el que pusieron de manifiesto la escasa importancia de la situación, incluso en la


condición de no elección para el individuo, y la importancia excesiva de la disposición
personal. Con posterioridad, otros trabajos informan de la existencia de este error
atribucional (p.e. Bierbrauer, 1973; Jones y Nisbett, 1972; Lopes, 1982; Ross, 1977).

El “error fundamental de atribución” vendría explicado, para algunos autores, por


un proceso de carácter perceptivo, de tal manera que el actor atraería y absorbería la
atención del observador, quien sobreestimaría la importancia causal del actor en
detrimento de otros factores situacionales menos salientes (Fiske y Taylor, 1991). Otra
explicación tendría que ver con la norma social de internalidad, según la cual las
atribuciones internas se evalúan más favorablemente que las externas; este error no se
produciría siempre, sino que dependería de las demandas que se formulan al sujeto: cuando
se pide que se forme una impresión general del sujeto-estímulo, que compare personas o
realice predicciones de su conducta (Papastamou, 1989). Ambas explicaciones gozan de
apoyatura en mecanismos cognitivos, basados en la heurística (Sherman y Corty, 1984).
Por una parte, si la conducta del actor es saliente, las causas vinculadas al actor serán muy
asequibles y prominentes en las explicaciones (Moore y cols. 1979); por otra parte, las
causas disposicionales de la conducta se considerarán representativas en la explicación de
la misma, debido a que las teorías implícitas de las personas conceden una importancia
excesiva a dichas causas. Otros autores ofrecen explicaciones de carácter social y cultural
(Echebarría, 1991). A pesar de que se ha argumentando que el error fundamental de
atribución no es tan fundamental como originariamente se sospechaba (Harvey, Town y
Yarkin, 1981; Quatrone, 1982; Tetlock, 1985) parece evidente que quienes observan una
conducta negativa, sobreatribuyen frecuentemente ésta a factores disposicionales
(actitudes, habilidades, rasgos de personalidad) mientras el actor tiende a explicar su
conducta en relación a factores situacionales (Kruglanski y Azjen,1983).

El efecto del “error fundamental” sobre las sentencias llevaría a una consideración
insuficiente de las presiones situacionales (Fitzmaurice y Pease, 1986). Con independencia
del sentido legal que se le deba conceder a las sentencias judiciales, cuando se afirma que
el acusado es autor material y responsable de los hechos que se le imputan, parece ser
cierto que la ley formula que el sujeto es el responsable principal de sus actos (Garrido,
1994). En este sentido, Ashworth (1984) señala que muchos de los jueces que componían

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Novo, M., Arce, R., y Seijo, D. (2003). Delimitación conceptual: Sesgo vs. error. En M. Novo y Arce, R. (Eds.),
Jueces: Formación de juicios y sentencias (pp. 67-89) Granada: Grupo Editorial Universitario. ISBN: 84-8491-300-
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su muestra, creen que los factores que inhiben a la mayor parte de las personas de cometer
crímenes, son las creencias morales y el miedo al estigma social. Asimismo éstos
argumentan que la razón por la que existe un número desproporcionado de personas en
prisión pertenecientes a un grupo socioeconómico desfavorecido, es porque tienden a
cometer más crímenes, y esto es atribuido por algunos jueces a inteligencia inferior y a
estándares morales más laxos.

Finalmente, como sesgo cognitivo se encuentra el recuerdo selectivo. Como señala

Tversky y Kahneman (1973) una persona emplea el heurístico de disponibilidad cuando

estima una frecuencia o categoría mediante la facilidad con que le vienen a la mente

ejemplos o asociaciones. La disponibilidad es un indicio útil para evaluar la frecuencia o

probabilidad, puesto que los ejemplos de categorías más frecuentes se alcanzan mejor y

más rápido que los menos frecuentes. Sus juicios están influenciados por la facilidad con

que se recuperan los ejemplos. No obstante, el recuerdo selectivo no implica que el sujeto

no pueda recuperar información disonante, sino que no la utiliza en la formación de

eventos (Arce, Fariña y Vila, 1994,1995; Bekerian y Dennet, 1988).

En el ámbito de las decisiones judiciales se ha evidenciado el impacto de este sesgo

cognitivo. Así, la saliencia y la disponibilidad está presente en un 9% del total de

sentencias penales analizadas en un estudio de archivo (Fariña, Arce y Novo, 2003). A este

respecto, no es posible establecer una relación significativa con el veredicto alcanzado,

aunque en lo que se refiere a la actividad cognitiva se acompaña de un mayor número de

pensamientos a favor del acusado (Fariña y otros, 2003).

2.1.2.2. Preconcepciones
La existencia de preconcepciones que guían el uso de la información en la
predicción y explicación de eventos, sensibilizan a las personas hacia ciertas hipótesis e
información y predisponen a ignorar ideas intuitivas acerca de un evento o conducta a
considerar (Azjen, 1977; Bar-Hillel, 1980; Kelley, 1972; Nisbett y Wilson, 1977).

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Novo, M., Arce, R., y Seijo, D. (2003). Delimitación conceptual: Sesgo vs. error. En M. Novo y Arce, R. (Eds.),
Jueces: Formación de juicios y sentencias (pp. 67-89) Granada: Grupo Editorial Universitario. ISBN: 84-8491-300-
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En primer lugar, hablaremos de la covariación presumida. Desde los trabajos de


Asch (1946), en la formación de impresiones se ha evidenciado que nuestra comprensión
intuitiva de las relaciones entre variables puede ejercer influencia sobre nuestros juicios.
Kelley (1972) describe el esquema de emparejamiento y el esquema de grupo para
representar las ideas preconcebidas relativas acerca de la covariación entre eventos. Un
ejemplo de covariación entre rasgos de personalidad o conductas, que puede llevar a
sesgos y errores, es la correlación ilusoria (Chapman y Chapman, 1967, 1969) que consiste
en la impresión errónea de que dos variables no relacionadas, mantienen una relación. El
fenómeno de la correlación ilusoria, como hemos visto anteriormente, viene explicado por
los heurísticos de representatividad y disponibilidad.

En segundo lugar, otra fuente de sesgo cognitivo es el heurístico de


representatividad propuesto por Kahneman y Tversky (1973). Como hemos visto
anteriormente, cuando los sujetos se enfrentan a la tarea de evaluar la probabilidad de un
hecho como la pertenencia de un objeto A a una clase B, el origen de un hecho A en un
proceso B, o viceversa, suelen utilizar este heurístico. A pesar de que proporciona una
solución rápida, conlleva sesgos, en consecuencia, se pueden ignorar las probabilidades
previas, el tamaño de la muestra; se puede manejar un falso concepto de azar o de
regresión, prestar poca atención a las consideraciones del valor predictivo o confiar
injustificadamente en la predicción mediada por este heurístico.

En tercer lugar, la clasificación de Kruglanski y Azjen (1983) describe las teorías


causales. La existencia de las mismas, que relacionan la conducta y los factores de
influencia o predisposición, ha sido considerada por muchos investigadores (e.g. Azjen,
1977; Kelley, 1972; Tversky y Kahneman, 1980). El esquema causal supone una
preconcepción acerca de cómo interactúan dos o más causas para producir un efecto
(Kelley y Michela, 1980). Dos son los esquemas causales descritos por Kelley (1972), tal y
como hemos señalado en un capítulo previo: causas múltiples necesarias y causas
múltiples suficientes. Mientras este autor resalta la función economizadora de este tipo de
esquemas, Kahneman y Tversky (1973) enfatizan su carácter de fuente potencial de sesgos
de juicio.

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Novo, M., Arce, R., y Seijo, D. (2003). Delimitación conceptual: Sesgo vs. error. En M. Novo y Arce, R. (Eds.),
Jueces: Formación de juicios y sentencias (pp. 67-89) Granada: Grupo Editorial Universitario. ISBN: 84-8491-300-
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Este sesgo cognitivo también se evidencia en las decisiones judiciales de expertos.


Así, su impacto se aprecia en un 16% de las sentencias penales analizadas, siguiéndose de
una estrategia de integración de la información, es decir, conteniendo argumentos a favor y
en contra del acusado (Fariña, Arce y Novo, 2003).

2.1.2.3. Anclaje y ajuste


La última gran fuente de sesgo viene de la mano del heurístico de anclaje y ajuste.
La saliencia, la disponibilidad o las ideas preconcebidas pueden guiar la selección de la
hipótesis inicial, pero una vez formada ésta, sirve como un ancla (Tversky y Kahneman,
1974/1986) y por tanto limita el movimiento, o como un set cognitivo (Azjen, Dalto y
Blyth, 1979) que guía la interpretación de nueva información (Arce, 1989; Fariña, Arce y
Novo, 2002; Higgins, Rhodes y Jhones, 1977; Kaplan, 1982; Snyder y Cantor, 1979; Srull
y Wyer, 1979). No haremos más hincapié en este heurístico, puesto que ha sido abordado
más detenidamente en el capítulo anterior.

2.2. Conclusión
A lo largo de este capítulo hemos delimitado el marco conceptual del sesgo y del
error, así como las diversas acepciones teórico-empíricas que la literatura proporciona,
desde la óptica del hombre como perdedor de información. En adelante, siguiendo la
diferenciación de Ross (1977) y Kruglanski y Azjen (1983) excluiremos, como ya
hemos anticipado en páginas previas, el término de error. Por el contrario, hablaremos
de estrategias heurísticas como instrumentos o atajos cognitivo-motivacionales que el
individuo pone en funcionamiento cuando resuelve problemas, forma un juicio o toma
una decisión. Como hemos podido apreciar, el heurístico es una herramienta humana
que difiere del algoritmo por limitaciones cognitivas del sujeto (atención, memoria y
recuperación de la información). Reiteramos lo planteado por Kruglanski y Azjen
(1983) en el sentido de que todo el conocimiento puede estar sesgado
“heurísticamente”, pero no tiene necesariamente porqué resultar en un error, sino en
inferencias, juicios o decisiones claramente adaptativas o apropiadas.

2.3. Referencias bibliográficas

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