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"Un problema de deseo"

Por Omar Sarrás Jadue*


Entrevista con el científico chileno Humberto Maturana

"La conservación no es por la Tierra, es por nosotros, la biodiversidad es importante por


nuestro bienestar fisiológico, psíquico, relacional, estético, es un problema de deseo, de
estar bien", dice Humberto Maturana, pionero de la "biología del conocimiento"

SANTIAGO DE CHILE.- Para el científico chileno Humberto Maturana, 72 años, los seres vivos
son máquinas, que se distinguen de otras por su capacidad de "autoproducirse". Esta teoría
-que él denominó "autopoiesis"- cautivó a muchos filósofos, psicólogos y ambientalistas en
el mundo, interesados en explorar la esencia de la vida desde la "biología del conocimiento".

Doctor en biología por la Universidad de Harvard, Premio Nacional de Ciencias en 1974 y


galardonado en Estados Unidos y Europa, Maturana ha explorado los recovecos del ser
humano, a través del análisis de las emociones, del amor, la amistad, el poder, la educación
y la importancia del lenguaje.

Autor de "De Máquinas y Seres Vivos" y "El Árbol del conocimiento. Las Bases Biológicas del
Conocer Humano", Maturana sigue fascinado con los misterios de la vida, que intenta
descifrar cada día en su despacho del Laboratorio de Biología de la Universidad de Chile, en
Santiago, donde dialogó en exclusiva con Tierramérica.

P: Usted concibe a los seres vivos como unidades cerradas que se autoproducen. ¿Cómo se
entiende esto?

R: Lo vivo tiene que ver primariamente con la conservación, no con el cambio. Los seres
vivos son sistemas moleculares, redes de elaboración y transformación de moléculas. La
organización, los procesos, no cambian; lo que cambia son las moléculas particulares, los
componentes que entran en los procesos. A esto que se modifica lo llamo estructura. Por
ejemplo, alguien enferma y enflaquece, pierde moléculas; luego se mejora, recupera su
peso, su musculatura. Allí han ocurrido una serie de cambios estructurales, pero se ha
conservado la organización, el vivir. Los seres vivos son máquinas que se definen por su
organización, por sus procesos de conservación y que se distinguen de las otras máquinas
por su capacidad de autoproducirse.

P: Descartes dijo algo parecido, que los seres vivos eran lo mismo que los autómatas, eran
muñecos sin emociones. Según su comprensión mecanicista de la vida, ¿los seres vivos
tienen emociones?
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R: Por supuesto, todos los animales tienen emociones.

P: Pero, ¿cómo se explicarían esas emociones que quizás los harían diferentes de una
máquina?

R: Te voy a hablar de una máquina que tiene emociones: el automóvil.

P: ¿El automóvil tiene emociones?

R: Claro, tú pones primera y tienes un auto potente. Dices, "¡qué potente es este auto en
primera!; ¡es agresivo, porque apenas tocas el acelerador ruuuumm parte!

P: ¿Pero eso no es metafórico?

R: En cierta manera, pero más que metafórico es isofórico, es decir que hace referencia a
una cosa de la misma clase. Pones quinta y vas a una alta velocidad, el auto está tranquilo,
fluido, sereno. ¿Qué es lo que pasa allí? Cada vez que haces un cambio, cambia la
configuración interna del automóvil y ese automóvil hace cosas distintas. Las emociones
corresponden precisamente a eso; desde el punto de vista biológico son cambios internos de
configuración que transforman la reactividad del ser vivo, de modo que ese ser vivo en el
espacio relacional es distinto.

P: ¿Qué sería lo específico de una emoción humana?

R: El ser humano puede realizar una mirada sobre su emocionar, puede reflexionar porque
tiene el lenguaje. Pero el animal, que Descartes trata tan negativamente como autómata, no
tiene cómo hacer esa mirada reflexiva.

P: ¿Entonces la emoción del animal es como la del auto?

R: Es como tu emoción cuando no te das cuenta de ella. Por ejemplo, si tienes un hijo, que
explota en su pena, pero no sabe exactamente qué le pasa y tú le dices: "tienes pena, eso
es lo que te pasa". En esa conversación el niño empieza a tratar lo que le pasa como pena, y
ahí aparece la mirada reflexiva. Un perrito que está triste no tiene cómo hacer esa mirada
reflexiva; se comporta triste, pero no tiene cómo decirte "estoy triste", como te lo dice tu
hijo.

P: Una concepción mecanicista como la suya parece difuminar la oposición entre naturaleza
y cultura. Pero haciendo esta distinción, ¿cómo es la relación del hombre de la ciudad actual
con la naturaleza?
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R: La naturaleza para el ser humano de la ciudad actual es el artificio cultural donde vive,
ése es su mundo natural. Para un niño que crece en la ciudad -con automóviles, aviones,
radios-, ése es su mundo natural. Igual que para el niño que nacía en África con leones,
rinocerontes, pájaros, ése era su mundo natural. Esta ciudad artificial también es parte de la
naturaleza.

P: ¿Pero hay alguna diferencia?

R: No hay diferencia para el niño que crece en la ciudad, porque ese niño te va a distinguir
las distintas marcas de automóvil como el niño en el campo te distingue los diversos tipos
de pájaros.

P: ¿Esta distancia con el resto de especies tiene alguna consecuencia en la forma cómo el
hombre percibe y se relaciona con ese mundo?

R: Ciertamente, resulta que lo que no se ve, no se ve. Si el niño vive toda su vida de niño a
adulto en la ciudad, el mundo que está fuera de la ciudad no va a ser parte de su universo,
de su nicho ecológico. El espacio que ocupa un ser vivo en el medio es su nicho, allí entra
todo lo que lo afecta y ningún ser vivo ve más allá de su nicho.

P: Usted ha dicho que nuestras decisiones sobre el medio ambiente pueden causar o la
recuperación del espacio de la biosfera o la transformación del planeta en una luna habitada
por seres humanos que viven en cápsulas, producen químicamente sus alimentos y donde
no hay lugar para otras formas de vida. Pero esto no necesariamente va a ocurrir.

R: No, no necesariamente, mientras más rápido se incremente la conciencia ecológica más


potente va a ser, y así nos llevará a tomar medidas drásticas, que supondrán dificultades
para muchos, pero que a la larga conservarán el espacio donde los seres humanos podamos
vivir. Si no, o nos extinguimos o nos transformamos estrictamente en seres que viven en un
mundo artificial, que será entonces el mundo natural. ¿Qué es lo que queremos? Porque la
conservación es un problema de deseo, de estética, de estar bien; éste no es en principio un
tema de argumentación racional.

P: Estudiando la vida, ¿ha encontrado usted un orden en el mundo? ¿hay una racionalidad
que le sea inherente?

R: No hay una racionalidad en el mundo, no hay finalidad en él. Sólo hay un conjunto de
interacciones. El mundo va a la deriva. A la Tierra no le va a importar para nada que se
extinga la vida, no sería el primer planeta que se muere. Insisto: la conservación no es por la

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Tierra, no es por la biosfera, es por nosotros. La biodiversidad es importante por nuestro
bienestar fisiológico, psíquico, relacional, estético. El gran don de los seres humanos es que
podemos crear tecnología, pero también podemos detenerla, desenchufar las máquinas
cuando dejan de adecuarse a lo que queremos; es un problema de deseo.

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