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Los conceptos y métodos de la medicina en la edad media

Antecedentes:

Durante la hegemonía del emperador Constantino el imperio romano se dividió en dos: el


imperio Romano de Oriente y Occidente, pero ya desde el reinado de su predecesor,
Diocleciano (284-305 d.C.), se había implantado la Tetrarquía, que separaba al Imperio en
cuatro regiones, cada una bajo la dirección de una autoridad casi autónoma. Diocleciano
conservó el mando imperial supremo pero cambió la capital de Roma a Milán, aunque él
mismo fijó su residencia en la ciudad de Nicomedia, en Bitinia (hoy Turquía).

Entre los numerosos cambios que realizo Constantino se podrían destacar principalmente:
la fundación de Constantinopla en un territorio ocupado por un pueblo llamado Bizancio y
que se convertiría en la capital del imperio romano en el año 320 d.C, y la adopción y
legalización del cristianismo como religión oficial del estado.

La adopción del cristianismo, que al principio surgió como una secta religiosa
contantemente perseguida hasta que ellos mismos fueron los perseguidos en el momento de
ser legalizada la religión y el número de seguidores aumentar, causó un gran impacto en la
personalidad y comportamiento de las personas quienes no solamente establecieron fuertes
principios morales y éticos basados en las ideas o pensamientos de esta nueva religión que
a su vez se basaba en muchas otras culturas y tradiciones pasadas, sino que también ligadas
a las diferentes crisis políticas y económicas debidas a numerosas hambrunas y miserias de
distintas masas populares, diferentes series de epidemias y enfermedades causaron el
resurgimiento de distintas tradiciones paganas. La plaga de Orosio (125 d.C.), que se
presentó después de la famosa invasión por la langosta que destruyó por completo las
cosechas, costó la vida a más de 1’000. 000 de personas en Numidia y en la costa de África;
la plaga de Antonino (o de Galeno, porque fue la que obligó al famoso médico a abandonar
Roma) que duró de 164 a 180 d.C. y de la que morían miles de personas al día en Roma; la
plaga de Cipriano, de 251 a 266 d.C., posiblemente de sarampión, por su naturaleza
extremadamente contagiosa y la afección frecuente de los ojos; y la plaga de 312 d.C.,
también de sarampión.

Todas estas calamidades propiciaron que los cultos tradicionales a las deidades romanas de
la familia, del hogar, del fuego, del campo, de la profesión y otras más se abandonaran,
junto con la adoración al emperador y que se recuperaran antiguos dioses o se adoptaran
otros nuevos, más poderosos y con mayor capacidad para proporcionar seguridad en este
mundo e inmortalidad en el otro, como Mitra (de Persia), Sarapis (de Alejandría) o Cibeles
(de Asia Menor). Pero todas estas no fueron sino paralelas al cristianismo en quienes las
poblaciones veían una seguridad y apoyo tanto en el lado espiritual como físico, y
garantizaban una mejor vida durante esta o después de la muerte. Entre estas religiones
paralelas al cristianismo debe destacarse otra, el maniqueísmo, de origen persa, que
combinaba elementos de los ritos judaicos, cristianos y de Zoroastro. Según el profeta
Maní, el mundo era el campo de guerra entre la luz y la oscuridad, la bondad y la maldad, el
espíritu y la materia; el hombre poseía ambos, pero para dominar al mal y alcanzar la
inmortalidad debía vivir una vida pura y rechazar todos sus deseos físicos. De no menor
importancia, el culto a Esculapio no sólo se conservó sino que incrementó su prestigio, y
fue la última de las religiones paganas que finalmente sucumbió ante la prevalencia del
cristianismo, ya entrado el siglo IV de nuestra era.

La Medicina según religión cristiana

Con el fin de la cultura Romana, la continuación del cristianismo, los sufrimientos y


temores causados por las epidemias constantes, y con el hecho de no existir tratamientos
efectivos para la época, ocurrió un fuerte apagamiento a los ritos religiosos y por el
contrario un fuerte desapego hacia los pocos avances medicinales que los médicos tenían en
la época. En tiempos de zozobra eso sucede, especialmente con los niños, los enfermos
y los sectores menos cultos de la población. Frente a la miseria y a las catástrofes, la
religión cristiana se presentaba como una oportunidad de salvación para los humildes
y los más desesperados, ya que Cristo aparecía como médico de cuerpos y almas; la
Biblia contiene numerosos relatos de curaciones milagrosas realizadas por Jesús y
algunos santos. El cristianismo incluye los conceptos de caridad y amor al prójimo,
por lo que espera de todos los fieles los mayores esfuerzos para aliviar el sufrimiento
de otros. Esto se hizo evidente en las epidemias que asolaron al Imperio en esos tiempos,
porque los cristianos atendían y cuidaban a los enfermos a pesar del grave peligro que había
de contagio. Además, la religión cristiana combatía las otras formas de medicina que se
ejercían entonces, porque se basaban en prácticas paganas. De esa manera surgió la
medicina religiosa cristiana, en la que el rezo, la unción con aceite sagrado y la curación
por el toque de la mano de un santo eran los principales recursos terapéuticos debido a que
esto generaba mayor confianza y comodidad frente a la poca evolución de la ciencia médica
de aquel tiempo.

Aunque la práctica de medicina religiosa de aquel entonces funcionaba y se basaba mucho


en la caridad y la situación del pueblo no incluía la preocupación por los problemas
médicos o la investigación de las causas de las enfermedades, porque se aceptaba que eran
la voluntad de Dios. En esos tiempos surgieron algunas sectas místico-religiosas, como la
de los esenios, que afirmaban la necesidad de curar las enfermedades exclusivamente por la
fe y la invocación de poderes superiores; la secta de Simón Mago, que combinaba
elementos órficos, pitagóricos y del culto a Esculapio y ofrecía ritos mágicos; la secta de
los neoplatónicos, basada en las doctrinas de Zoroastro y otras aristotélicas antiguas, que
postulaba que el mundo estaba repleto de emanaciones divinas pero que era amenazado por
distintos demonios, que eran los causantes de la enfermedad , y que sólo podían combatirse
en un estado especial de éxtasis; la secta de los gnósticos, que proporcionaba talismanes
como profilácticos, los cuales llevaban diagramas místicos y las palabras Abraxas y
Abracadabra.

La medicina en el imperio bizantino

En el imperio bizantino tanto la iglesia como la ciencia estaban en manos del cristianismo,
que sostuvo el principio de autoridad suprema de las Sagradas Escrituras, no sólo en
asuntos de la fe sino también de la ciencia. Los primeros médicos cristianos incluyeron
autoridades eclesiásticas, como Eusebio, obispo de Roma, y Zenobio, sacerdote de Sidón;
su práctica se basaba en las enseñanzas de Jesús, para quien auxiliar al enfermo era un
deber cristiano. Esta actividad alcanzó gran importancia tanto para el individuo como para
la comunidad, al grado que los obispos eran responsables del cuidado de los pacientes. Los
hospitales públicos aparecieron en muchos sitios: el primero lo fundó san Basilio en el
año 370 d.C., mientras que en el año 400 Fabiola, una dama romana convertida al
cristianismo, fundó en Roma el primero de los grandes nosocomios y la leyenda dice que
salía a la calle a buscar a los desvalidos y leprosos para llevarlos a su institución. En esos
tiempos también la emperatriz Eudoxia construyó hospitales en Jerusalén.

La medicina Árabe

La conservación de muchos de los escritos clásicos griegos, no sólo médicos sino de todas
las ramas de la cultura, durante los siglos en que Europa estuvo sumergida en la Edad
Media, se debió al principio en los nestorianos, quienes huyeron de Alejandría en el año
431, tras haber sido excomulgados por herejes en el Concilio de Éfeso. Primero se
refugiaron en el norte de Mesopotamia y luego siguieron hacia Oriente y algunos llegaron
hasta India y China. Pero principalmente fue un grupo que encontró asilo permanente en
Jundi Shapur, capital de Persia, gracias a la protección del rey Chosroes el Bendito. En ese
tiempo la ciudad era un centro intelectual de primera categoría, que atraía estudiosos de
Persia, Grecia, Alejandría, China, India e Israel. No solo fundaron hicieron de su
escuela de medicina el centro principal de la educación médica en el mundo árabe.

Durante los primeros años los nestorianos tradujeron muchos de los libros clásicos del
griego al sirio, que era el idioma oficial de la Universidad de Jundi Shapur. Cuando
llegaron los árabes, sus eruditos tradujeron todo el material que encontraron a su propio
idioma, de modo que los textos griegos originales podían consultarse tanto en sirio como en
árabe. Una de las primeras traducciones del griego al sirio fue de Hipócrates y Galeno,
realizada por Sergio de Ra's al-'Ayn, un médico y sacerdote que falleció en el año 536. En
el siglo VII se estableció en Jundi Shapur un centro de enseñanza superior conocido como
Academia Hipocrática, que permaneció como la principal institución científica del mundo
árabe por más de un siglo, cuando fue desplazada por la Casa de la Sabiduría, de Bagdad. A
mediados del siglo IX los árabes ya conocían íntegro el Corpus Hipocraticum (juramento
hipocrático o bases de ello), o la obra monumental de Galeno y varios textos de Aristóteles.

La medicina árabe de los siglos transcurridos entre el advenimiento de Mahoma (623) y la


reconquista de Granada por los españoles (1492) ostenta una larga lista de nombres
inmortales. Entre los más famosos se encuentran el persa Abu Bakr Muhannad bn
Zakariyya' al-Rhazi (865-925 d.C.), mejor conocido como Rhazes, autor del libro Kitab al-
Mansuri, que fue traducido por Gerardo de Cremona (1114-1187) con el nombre de Liber
de medicina ad Almansoren y que trata en 10 partes de toda la teoría y la práctica de la
medicina, tal como se conocía entonces. En el texto latino la obra se convirtió en volumen
de consulta obligado durante toda la Edad Media y aún se seguía usando a fines del siglo
XVI. En este libro y en otras publicaciones, Rhazes reitera la teoría hipocrático-
galénica de los humores para explicar la enfermedad, y los tratamientos que
recomienda están dirigidos a la recuperación del equilibrio humoral.

Otro médico persa que alcanzó gran fama fue Abu Ali al-Husayn bn 'Abd Allah Ibn Sina
al-Quanuni (980-1037), mejor conocido como Avicena, quien entre muchos otros libros
escribió el Kitab al-Qanun fi-l-Tibb, que en latín se conoce como Canon medicinae y que
incorpora a Galeno y a Aristóteles a la medicina en forma equilibrada. Este Canon es un
esfuerzo titánico, que contiene más de 1’000.000 de palabras y representa la obra cumbre
de la medicina árabe. Avicena adopta la teoría humoral de la enfermedad, la expone y
la comenta con detalle, sin agregar o cambiar absolutamente nada, pero en forma
dogmática y autoritaria. El Canon se divide en cinco grandes tomos: el primero se refiere
a la teoría de la medicina, el segundo a medicamentos simples, el tercero describe las
enfermedades locales y su tratamiento, el cuarto cubre las enfermedades generales (fiebre,
sarampión, viruela y otros padecimientos epidémicos) y las quirúrgicas, y el quinto explica
con detalle la forma de preparar distintos medicamentos.

También debe mencionarse a Abul-Walid Muhammad bn Ah bn Rusd (1126-1198),


conocido como Averroes, nacido en Córdoba y discípulo de Avenzoar, quien escribió el
Kitab al-Kulliyat al- Tibb, conocido en Occidente como Liber universalis de medicina o
simplemente Colliget, en donde discute los principios generales de la medicina sobre una
base aristotélica, haciendo hincapié en los muchos puntos en los que Aristóteles coincide
con Galeno. Uno de los alumnos de Averroes fue Abu Imram Musa bn Maimún (1135-
1204), el gran Maimónides, también conocido como Rambam (Rabi Moses ben Maimon),
quien se destacó más como filósofo y teólogo que como médico, aunque escribió varios
libros de medicina que tuvieron mucha difusión. Maimónides era un pensador original e
independiente que con frecuencia critica a Galeno y sostiene puntos de vista opuestos a los
clásicos.

Entre los árabes la organización de los servicios sanitarios creció rápidamente. Desde los
tiempos de Harun al-Raschid (en el siglo IX) se fundó un hospital en Bagdad siguiendo el
modelo de Jundi Shapur, y en el siguiente siglo el visir Adu al-Daula fundó otro mayor, en
el que trabajaban 25 médicos y sus discípulos, y que se conservó hasta la destrucción de la
ciudad en 1258; en total, existieron cerca de 34 hospitales en el territorio dominado por el
Islam. No eran únicamente centros asistenciales sino también de enseñanza de la medicina;
al terminar sus estudios, los alumnos debían aprobar un examen que les aplicaban los
médicos mayores. Los hospitales contaban con salas para los enfermos (a veces
especializadas, por ejemplo para heridos, pacientes febriles, enfermos de los ojos) y
otras instalaciones, cocinas y bodegas. De especial interés son las bibliotecas, que
contenían muchos libros de medicina y que estaban en Bagdad, Ispahan, El Cairo, Damasco
y Córdoba; esta última, fundada por el califa al-Hakam II en el año 960, poseía más de 100
mil volúmenes. La práctica de la medicina estaba regulada por la hisba, una oficina
religiosa supervisora de las profesiones y de las costumbres, que también se encargaba
de vigilar a los cirujanos, boticarios y vendedores de perfumes. La cirugía se
consideraba actividad indigna de los médicos y sólo la practicaban miembros de una
clase inferior; la disección anatómica estaba (y sigue estando) absolutamente
prohibida por el Islam, por lo que la anatomía debía aprenderse en los libros. Algunos
de los médicos estaban muy bien remunerados, como Jibril bn Bakht-yashu, favorito de
Harun al-Raschid, quien recibía un honorario mensual equivalente a varios miles de dólares
y una recompensa anual todavía mayor, "por sangrar y purgar al comandante de los Fieles";
también Avicena acumuló una gran fortuna durante su vida.

A mediados del siglo XIII el poderío del Islam empezó a declinar. En 1236 Fernando II de
Castilla conquistó Córdoba y en 1258 Bagdad fue destruida por los mongoles; en los dos
siglos siguientes la civilización árabe fue poco a poco desapareciendo de las tierras
mediterráneas y de Oriente, pero su impacto cultural dejó huellas indelebles sobre todo en
Persia, en el norte de África y en España. La contribución principal de los árabes a la
medicina fue la preservación de las antiguas tradiciones y de los textos griegos, que de
otra manera se hubieran perdido; además, mantuvieron el ejercicio de la medicina
separado de la religión en los tiempos en los que en Europa era un monopolio de los
clérigos. Mientras en los países cristianos la enseñanza de la medicina se limitaba a la
Iglesia, en España, Egipto y Siria la instrucción estaba a cargo de médicos seculares y
se impartía a judíos, árabes, persas y otros súbditos del Islam. Esta enseñanza no era
solamente teórica, sino que también incluía prácticas clínicas. Castiglioni concluye
que los árabes:

“No contribuyeron de manera importante a su evolución [de la medicina] agregando


nuevas observaciones y conceptos, ni abrieron nuevas líneas de estudio médico; pero
en una etapa de grandes problemas en Occidente, fueron los que conservaron la
tradición médica, los que mantuvieron una cultura médica laica, y los intermediarios
de cuyas manos la civilización occidental iba a recuperar un precioso depósito”.

La medicina monástica

Durante el siglo VI, asolado por la guerra entre Bizancio y los bárbaros (godos), así como
por el hambre y la peste, la única institución capaz de proteger a los interesados en el
cultivo y desarrollo de la cultura era la Iglesia católica de Roma. Junto con la filosofía, la
medicina se refugió en monasterios y conventos, dentro de los cuales se encontraban los
escasos hospitales que existían en Occidente. La medicina monástica floreció en Monte
Casino, en donde san Benedicto fundó el hospital de su orden, y cerca de Esquilace, en
donde Casiodoro (490-¿585?), distinguido filósofo y médico hipocrático, estableció un
monasterio y llevó su colección de manuscritos antiguos. Otros centros de práctica y
estudio de la medicina se crearon en Oxford y Cambridge (Inglaterra), en Chartres y
Tours (Francia), en Fulda y St. Gall (Alemania) y en otros sitios más. Los benedictinos
fueron los responsables del establecimiento de las escuelas catedralicias de Carlomagno, en
las que desde sus principios se enseñó la medicina, y que se encontraban en todo el Sacro
Imperio romano. En el año 805, Carlomagno ordenó que la medicina se incluyera en los
programas de estudio de sus escuelas, que entonces sólo constaban del trivium
(aritmética, gramática y música) y del quadrivium (astronomía, geometría, retórica y
dialéctica).

La medicina monástica, que tuvo el mérito de reunir los documentos clásicos y de preservar
las tradiciones antiguas a través de tiempos terribles, declinó hasta casi extinguirse durante
el siglo X. Las causas de su obliteración fueron varias, pero una de ellas fue su éxito. Los
monjes se alejaban cada vez más de sus monasterios para atender la creciente demanda
médica, lo que interfería con sus deberes religiosos, por lo que en los Concilios de Reims
(1131), de Tours (1163) y de París (1212), las actividades médicas de los monjes primero
se restringieron y finalmente se prohibieron.

Cuando los primeros cruzados capturaron Jerusalén en 1099, encontraron un hospital


cristiano que había sido fundado 30 años antes por el hermano Gerardo para auxiliar
a los peregrinos que iban a Tierra Santa; estaba atendido por un grupo pequeño de
monjes que se llamaban a sí mismos "Los Hermanos Pobres del Hospital de San
Juan". Los cruzados les entregaron algunos edificios y el hermano Gerardo
reorganizó a su grupo de monjes corno una orden religiosa regular con el nombre de
Caballeros de San Juan. Cuando Jerusalén cayó en manos de Saladino, los Caballeros se
retiraron a Tiro y después llegaron a Accra, de donde volvieron a salir expulsados por los
ejércitos musulmanes y se establecieron primero en Chipre y después en Rodas. Para
entonces la secta ya había crecido y sólo en Italia tenían siete hospitales; en Rodas la Orden
de San Juan se transformó en un Estado soberano con sus propias leyes, un ejército y un
cuerpo diplomático, y construyó un inmenso hospital cuyas ruinas todavía sorprenden por
su tamaño.

Medicina en Salerno

Desde mediados del siglo IX se tenía noticia de la existencia de una escuela de medicina en
Salerno, un puerto en la bahía de Pestum, cerca de Nápoles. Debido a su clima favorable,
desde mucho antes había sido un sitio favorecido por enfermos y convalecientes lo que
atrajo a los médicos; con el tiempo Salerno se transformó en un centro de excelencia
médica. La leyenda dice que la escuela de medicina fue fundada por Elinus, un judío,
Pontos, un griego, Adala, un árabe, y Salernus, un latino, pero aunque tales
personajes no existieron, lo que sí existió fue la convivencia pacífica de las cuatro
culturas y su integración positiva. La Escuela de Salerno era fundamentalmente
práctica y estaba dedicada al tratamiento de los enfermos, con poco interés en las
teorías y en los libros clásicos. Aunque en el año 820 los benedictinos habían fundado
un hospital en Salerno y los monjes practicaban ahí la medicina, los médicos laicos
poco a poco se fueron librando del control clerical y en el año 1000 la enseñanza de la
medicina era completamente secular; en el siglo XII la escuela desarrolló un currículum
regular, adquirió privilegios reales y donativos, y su fama se extendió por toda Europa. En
1224 Federico II ordenó que para ejercer la medicina en las Dos Sicilias era necesario pasar
un examen dado por los profesores de Salerno.

LA PRÁCTICA DE LA MEDICINA

Hasta fines del siglo XV los conocimientos teóricos en medicina no habían avanzado
mucho más que en la época de Galeno. La teoría humoral de la enfermedad era considerada
como la principal de todas con agregados religiosos y participación prominente de la
astrología. La anatomía estaba empezando a estudiarse no sólo en los textos de Galeno y
Avicena sino también en el cadáver, aunque en esos tiempos muy pocos médicos habían
visto más de una disección en su vida (la autorización oficial para usar disecciones en
enseñanza de la anatomía la hizo el papa Sixto IV (1471-1484) y la confirmó Clemente VII
(1513-1524)). La fisiología del corazón y del aparato digestivo era todavía galénicas, y la
de la reproducción había olvidado las enseñanzas de Sorano. El diagnóstico se basaba sobre
todo en la inspección de la orina, que según con los numerosos tratados y sistemas de
uroscopia en existencia se interpretaba según las capas de sedimento que se distinguían en
el recipiente, ya que cada una correspondía a una zona específica del cuerpo; también la
inspección de la sangre y la del esputo eran importantes para reconocer la enfermedad. con
agregados religiosos y participación prominente de la astrología. La anatomía estaba
empezando a estudiarse no sólo en los textos de Galeno y Avicena sino también en el
cadáver, aunque en esos tiempos muy pocos médicos habían visto más de una disección en
su vida (la autorización oficial para usar disecciones en enseñanza de la anatomía la hizo el
papa Sixto IV (1471-1484) y la confirmó Clemente VII (1513-1524)). La fisiología del
corazón y del aparato digestivo era todavía galénicas, y la de la reproducción había
olvidado las enseñanzas de Sorano. El diagnóstico se basaba sobre todo en la inspección de
la orina, que según con los numerosos tratados y sistemas de uroscopia en existencia se
interpretaba según las capas de sedimento que se distinguían en el recipiente, ya que cada
una correspondía a una zona específica del cuerpo; también la inspección de la sangre y la
del esputo eran importantes para reconocer la enfermedad.

La toma del pulso había caído en desuso, o por lo menos ya no se practicaba con la
acuciosidad con que lo recomendaba Galeno. El tratamiento se basaba en el principio de
contraria contrariis y se reducía a cuatro medidas generales:

1. Sangría: Realizada casi siempre por flebotomía, con la idea de eliminar el humor
excesivo responsable de la discrasia o desequilibrio (plétora) o bien para derivarlo
de un órgano a otro, según se practicara del mismo lado anatómico donde se
localizaba la enfermedad o del lado opuesto, respectivamente. Las indicaciones de
la flebotomía eran muy complicadas, pues incluían no solo el sitio y la técnica sino
también condiciones astrológicas favorables (mes, día y hora), número de sangrados
y cantidad de sangre obtenida en cada operación, que a su vez dependían del
temperamento y la edad del paciente, la estación del año, la localización geográfica,
etc.
2. Dieta: para evitar que a partir de los alimentos se siguiera produciendo el humor
responsable de la discrasia. Desde los tiempos hipocráticos la dieta era uno de los
medios terapéuticos principales, basada en dos principios: restricción alimentaria,
frecuentemente absoluta, aun en casos en los que conducía rápidamente a
desnutrición y a caquexia, y direcciones precisas y voluminosas para la preparación
de los alimentos y bebidas permitidos, que al final eran tisanas, caldos, huevos y
leche.
3. Purga: para facilitar la eliminación del exceso del humor causante de la
enfermedad. Esta medida terapéutica era herencia de una idea egipcia muy antigua,
la del whdw, un principio patológico que se generaría en el intestino y de ahí pasaría
al resto del organismo, produciendo malestar y padecimientos. Quizá ésta sea la
medida terapéutica médica y popular más antigua de todas: identificada como
eficiente desde el siglo XI a.C. en Egipto, todavía tenía vigencia a mediados del
siglo XX. A veces los purgantes eran sustituidos por enemas.
4. Drogas: de muy distintos tipos, obtenidas la mayoría de diversas plantas, a las que
se les atribuían distintas propiedades, muchas veces en forma correcta: digestivas,
laxantes, diuréticas, diaforéticas, analgésicas, etc. La polifarmacia era la regla y con
frecuencia las recetas contenían más de 20 componentes distintos. La preparación
favorita era la teriaca, que se decía había sido inventada por Andrómaco, el médico
de Nerón, basado en un antídoto para los venenos desarrollado por Mitrídates, rey
de Ponto, quien temía que lo envenenaran; la teriaca de Andrómaco tenía 64
sustancias distintas, incluyendo fragmentos de carne de víboras venenosas, y su
preparación era tan complicada que en Venecia en el siglo XV se debía hacer en
presencia de los priores y consejeros de los médicos y los farmacéuticos. Entre sus
componentes la teriaca tenía opio, lo que quizá explica su popularidad; la
preparación tardaba meses en madurar y se usaba en forma líquida y como
ungüento.

Al mismo tiempo que estas medidas terapéuticas también se usaban otras basadas en
poderes sobrenaturales. Los exorcismos eran importantes en el manejo de trastornos
mentales, epilepsia o impotencia; en estos casos el sacerdote sustituía al médico. La
creencia en los poderes curativos de las reliquias era generalizada, y entonces como
ahora se rezaba a santos especiales para el alivio de padecimientos específicos. La
tuberculosis ganglionar cervical ulcerada o escrófula se curaba con el toque de la
mano del rey, tanto en Inglaterra como en Francia, desde el año 1056, cuando
Eduardo el Confesor inició la tradición en Inglaterra, hasta 1824, cuando Carlos X
tocó 121 pacientes que le presentaron Alibert y Dupuytren en París.

Los médicos no practicaban la cirugía, que estaba en manos de los cirujanos y de los
barberos. Los cirujanos no asistían a las universidades, no hablaban latín y eran
considerados gente poco educada y de clase inferior. Muchos eran itinerantes, que
iban de una ciudad a otra operando hernias, cálculos vesicales o cataratas, lo que
requería experiencia y habilidad quirúrgica, o bien curando heridas superficiales,
abriendo abscesos y tratando fracturas. Sus principales competidores eran los
barberos, que además de cortar el cabello vendían ungüentos, sacaban dientes,
aplicaban ventosas, ponían enemas y hacían flebotomías. Los barberos aprendieron
estas cosas en los monasterios, adonde acudían para la tonsura de los frailes; como
éstos, por la ley eclesiástica, debían sangrarse periódicamente, aprovechaban la
presencia de los barberos para matar dos pájaros de un tiro. Los barberos de los
monasterios se conocían como rasor et minutor, lo que significa barbero y
sangrador. Los cirujanos de París formaron la Hermandad de San Cosme en 1365
con dos objetivos: promover su ingreso a la Facultad de Medicina de París e
impedir que los barberos practicaran la cirugía. Al cabo de dos siglos consiguieron
las dos cosas, pero a cambio tuvieron que aceptar los reglamentos de la Facultad,
que los obligaban a estudiar en ella y a pasar un examen para poder ejercer, y
también incorporar a los barberos como miembros de su hermandad. En Inglaterra
los cirujanos y los barberos fueron reunidos en un solo gremio por Enrique VIII, y
así estuvieron hasta 1745, en que se disolvió la unión, pero en 1800 se fundó el Real
Colegio de Cirujanos. En Italia la distinción entre médico y cirujano nunca fue tan
pronunciada, y desde 1349 existen estatutos que se aplican por igual a médicos,
cirujanos y barberos; todos debían registrarse y pasar exámenes en las escuelas de
medicina de las universidades.

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