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Trabajo correspondiente al módulo VI

Masculinidades y su relación con el policonsumo de SPAs


Daniel García

Introducción
En el presente trabajo, pretendo relacionar conceptualmente el sistema
sexo/género con el consumo de múltiples sustancias psicoactivas (alcohol, thc,
pbc, cocaína, psicofármacos), en varones internados en el centro de referencia
nacional de la red drogas “portal amarillo”.
Para este fin, definiré brevemente el sistema sexo/género, para a continuación,
ir analizando con fragmentos clínicos (manteniendo el anonimato), ciertas
actitudes y comportamientos que hacen a la masculinidad dominante, y que se
entremezclan con paisajes de violencia, exclusión, abandono, etc.

Podemos afirmar que, según diversos autores, existe una diferencia entre el
sexo y el género. El sexo se refiere a la diferencia sexual anatómica
(hombre/mujer), mientras que, el género se refiere a los mandatos sociales y
culturales que recaen en hombres y mujeres por el solo echo de ser dicho sexo
y no otro.
En el caso de las mujeres, los mandatos y representaciones sobre lo que es
ser una buena mujer se denomina femineidad, mientras que, en el caso de lo
que es ser un “buen hombre”, hablamos de masculinidad.
A medida que vamos creciendo, introyectamos estas imágenes sobre lo que se
espera de nosotros como hombres o mujeres.
Lo que se espera incluye determinadas prácticas discursivas y
extradiscursivas, posturas corporales, tonos de voz, conductas hacia el sexo
opuesto, roles en la esfera pública y privada, roles en el sistema familiar, en el
sistema económico, etc.
Filósofos contemporáneos al postestructuralismo, influidos por la obra de
Michel Foucault, Deleuze, Guattari, Derrida y otros pensadores, han criticado la
categoría anteriormente expuesta, ya que, por ejemplo, la función anatómica
que define al sexo sería también una construcción anatomopolítica (una forma
de cálculo de las fuerzas corporales prescribiendo un uso que de ninguna
manera es natural). No entraremos en estas miradas, simplemente las
dejaremos planteadas como la existencia de otros discursos sobre el sistema
sexo/género.
En líneas generales, podemos afirmar que la masculinidad históricamente ha
estado ligada a la vida pública, al que “sale afuera a cazar”, mientras que la
mujer, se quedaba en el hogar.
Desde luego, hoy en día la realidad ha cambiado, y el sistema capitalista
neoliberal requiere que todos trabajemos, sin excepción de género, raza o
creencia.
Yendo a ciertos rasgos de la masculinidad que se potencian con el consumo,
encontramos que el hombre que consume va a obtener la sustancia, y en
ocasiones, si su pareja consume, la trae a la casa de ambos.
Vemos también como el imperativo de ser “el más fuerte”, es algo que sucede
muy frecuentemente y que, en el consumo, lleva a los varones a exponerse a
factores de riesgo.
Ser el más fuerte implica, por ejemplo, arreglar los conflictos de manera
violenta, demostrando lo fuerte y rudo que se es. Si la demostración tiene
público, es aún mejor. Además, incluye también entrar en un sistema de
competencia no solo por las mujeres que se tiene, sino también por las
hazañas delictivas que se cometen.
Otra cuestión es la competencia por la cantidad de sustancia que se consume,
la modalidad y el juego de “mirá todo lo que aguanto sin matarme”, un juego
que hay que desarmar frecuentemente en los grupos terapéuticos.
Obviamente, estas situaciones pueden conducir (y lo hacen), a la persona a la
muerte, a manos de un episodio violento o de una sobredosis.
Hoy, por ejemplo, en un grupo terapéutico, varios usuarios relataban lo mal que
les hacía hablar de consumo en el patio. Cuando empezamos a explorar, el
problema empezó a delinearse como en realidad el hablar de consumo es,
frecuentemente, contar anécdotas impresionantes para demostrar lo fuerte y
malo que se es o que se puede llegar a ser.
Se arma así un “campeonato del más fuerte”, donde los participantes
despliegan allí todas sus “potencias” masculinas.
Un usuario, reflexionando sobre la cuestión identitaria y significante del
consumo además del placer biológico, nos decía que, para dejar de consumir,
el necesitaría dejar de ser “el nico” (dicho con una voz potente y gruesa),
cuando caminara por la calle. El desearía ser simplemente Nicolás.
Por último, hay algo que no me deja de sorprender a la hora de trabajar con
hombres que consumen de todo un poco, pero generalmente pasta base. Ese
algo es la idealización de la figura materna, que es colocada en un lugar
supremo y divino, en contraste de un padre que ni si quiera se nombra. Tal
cuestión sin duda nos habla de los roles asignados para cada uno de los sexos,
vinculando los usuarios a la mujer con el cuidado, el cariño y la protección.
Donde están esos padres ¿
Y generalmente están presos, o son consumidores, o simplemente, nunca
fueron padres para estos usuarios. La imagen de hombre de esta manera, la
primer referencia, es muchas veces el abandono, o la violencia
El “macho que aguanta”, desde luego, no se permite empatizar, ni sentir
emoción alguna, lo cual muchas veces interactúa con trastornos de la
personalidad del “grupo b”, y el “antisocial” representa la imagen de hombre
llevada a un extremo mortal. Estos usuarios han llegado a bloquear la
capacidad de sentir afecto, por si mismo o por los demás.
Como conclusión entonces, podemos enunciar que existe una potenciación
mutua entre el consumo y la identidad del “macho”, en el caso de los hombres,
que los expone a riesgos diferentes que a las mujeres.

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