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CAPITULO 10
1165. Pero junto con esto miraba que todas estas obras
inefables habían de costarle a su mismo Hijo los dolores,
ignominias, afrentas y tormentos de su pasión y al fin
muerte de cruz tan dura y amarga, y todo lo había de
padecer en la humanidad que de ella había recibido; y
que tanto número de los hijos de Adán, por quienes lo
padecía, le serían ingratos y perderían el copioso fruto
de su redención. Esta ciencia llenaba de amargura
dolorosa el candidísimo corazón de la piadosa Madre,
pero, como era estampa viva y proporcionada a su Hijo
santísimo, todos estos movimientos y operaciones cabían
a un tiempo en su magnánimo y dilatado pecho. Y no por
esto se turbó ni alteró, ni faltó al consuelo y enseñanza
de las mujeres santas que la asistían, sino que, sin perder
la alteza de las inteligencias que recibía, descendía en
lo exterior a instruirlas y confortarlas con saludables
consejos y palabras de vida eterna. ¡Oh admirable
maestra y ejemplar más que humano a quien imitemos!
Verdad es que nuestro caudal, en comparación de aquel
piélago de gracia y luz, es imperceptible. Pero también
es verdad que nuestras penalidades y dolores en
comparación de aquellos son casi aparentes y nada, pues
ella padeció sola más que todos juntos los hijos de Adán.
Y con todo eso, ni por su imitación y amor, ni por nuestro
bien eterno, sabemos padecer con paciencia la menor
adversidad que nos sucede. Todas nos conturban, alteran
y les ponemos mala cara, soltamos las pasiones,
resistimos con ira y nos impacientamos con tristeza,
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está limpio no tiene que lavarse más de los pies (Jn 13,
10). Esto dijo Cristo Señor nuestro, porque los discípulos,
fuera de Judas Iscariotes, estaban justificados y limpios
de pecado con su doctrina y sólo necesitaban lavar las
imperfecciones y culpas leves o veniales para llegar a la
comunión con mayor decencia y disposición, como se
requiere para recibir sus divinos efectos y conseguir más
abundante gracia y con mayor plenitud y eficacia, que
para esto impiden mucho los pecados veniales,
distracciones y tibieza en recibirla. Con esto se lavó San
Pedro y obedecieron los demás llenos de asombro y
lágrimas, porque todos iban recibiendo con este lavatorio
nueva luz y dones de la gracia.
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despreciado y malogrado.
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