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Como Revolución Comunera, Rebelión Comunera o Revolución de los Comuneros se

conoce a la serie de levantamientos populares que se produjeron tanto en España como en


América del Sur contra los abusos del Poder Real en perjuicio del pueblo.

Estas revoluciones sostenían la idea de que el Poder del Rey no puede estar por encima de
la voluntad popular, y la máxima frase que engloba el ideal comunero fue esbozada por el
entonces Obispo y Gobernador del Paraguay, Fray Bernardino de Cárdenas en Asunción,
durante la Segunda Revolución de los Comuneros en Paraguay: VOX POPULI, VOX DEI;
La Voz del Pueblo es la Voz de Dios

Antecedentes

Las Revoluciones de los Comuneros paraguayos, liderados por el panameño José de


Antequera y el nacido en Asunción, Fernando Mompox son considerados como antecesores
a los movimientos independentistas de América del Sur. El precedente principal fue el de la
Guerra de las Comunidades de Castilla, con la insurreción de ciudades como Toledo, Ávila,
Madrid, Segovia y Valladolid, entre otras, donde dirigentes como Padilla y Bravo hicieron
frente al Emperador Carlos V en 1521, la Revolución de los Comuneros no surgió sino
unos años después en América

Primera Revolución Comunera

En 1537, a raíz de la muerte del Primer Adelantado del Río de la Plata, don Pedro de
Mendoza, la corona dictó la Real Cédula del 12 de septiembre de 1537, que determinaba
que, en caso de la muerte de Ayolas, quedaría a cargo un gobernador elegido por el voto de
los habitantes. Ésta Real Cédula sería utilizada indefinidamente por Asunción, capital del
Paraguay para elegir a sus gobernantes. Es así, que una vez arribado el Segundo Adelantado
del Río de la Plata, don Alvar Núñez Cabeza de Vaca, y luego de un breve período de
mandato, el mismo es depuesto, arrestado y enviado a España en una nave llamada
"Comuneros", siendo reelegido Domingo Martínez de Irala por voto popular, siguiendo las
reglas de la Real Cédula del 12 de septiembre de 1537.

Segunda Revolución Comunera

Artículo principal: Segunda revolución comunera del Paraguay.

Aquel espíritu emancipista despierta en la América Guaranítica de los años 1600 en una
prolongada revolución acaudillada por el fray Bernardino de Cárdenas-fraile franciscano y
en ese entonces Obispo de Asunción-, que se enfrentó a la Compañía de Jesús con su
ejército de indios siendo finalmente expulsado de las Misiones en el año 1650. El fray de
Cárdenas más tarde diría: "...Ellos levantaron la voz que suele ser la de Dios, la del pueblo
entero... VOX POPULI, VOX DEI..."

Luego de poco más de medio siglo de tensa calma, específicamente en el año 1717, la
población asuncena se convierte en la primera colonia en reclamar la ilegalidad del
mandato de un gobernador. Diego de los Reyes Balmaceda, cuyo nombramiento
contrariaba la ley que prohibía nombrar gobernadores a los vecinos de los pueblos que
habían de gobernar, amparado en la anormalidad, actúo arbitrariamente apresando a
destacados ciudadanos, urdiendo tramas conspiratorias para respaldar sus abusos. Estos
maltratos llegaron a oídos de la Audiencia de Charcas, que dispuso la apertura de un
proceso. El juez García Miranda, ordenó la libertad bajo fianza de los aprehendidos, pero
sorprendentemente Reyes Balmaceda no sólo no liberó a los detenidos sino que los castigó
con apremio, como así también sin causa alguna, arremetió contra la comunidad de indios
payaguáes, habitantes pacíficos de las cercanías de la Asunción. Al tener conocimiento de
estos nuevos hechos, el Juez García Miranda reconociendo su impotencia en la dirección
del proceso, renuncia a la comisión otorgádale. La Audiencia intima a Reyes, ordenándole
entregar su: "...dispensa de naturaleza en el término de una hora y de no ser así será
depuesto...". Pero Reyes no claudica, desoye la voz popular e insulta al Cabildo y a la
propia Audiencia. La Audiencia de Charcas envió como jurisprudito a José de Antequera y
Castro, un reconocido abogado criollo nacido en Panamá. Antequera probó los cargos
contra Reyes de Balmaceda y este quedó destituido. Asimismo quedó Antequera como
gobernador. Los Asunceños, esta vez con su gobernador Antequera a la cabeza, formularon
una serie de cargos contra los jesuítas y se enfrentaron a los mismos. Los jesuítas
recurrieron entonces al virrey del Perú, quien depuso en el mando a Reyes de Balmaceda
por un corto periodo para luego reemplazarlo por Baltazar García Ross. Los asunceños se
levantaron contra esta medida arbitraría que además desobedecía la disposición de la
Audiencia de Charcas. Además de Antequera los principales comuneros fueron: Juan de
Mena, Fray Miguel de Vargas Machuca, Miguel de Garay y Francisco Roxas de Aranda.
Mientras el virrey del Perú amparaba a los jesuítas, la Audiencia de Charcas estaba del lado
de Antequera y los asunceños. García Ross con un ejército de indios intentó penetrar a la
provincia pero los asunceños armados y con Antequera a la cabeza se lo impidieron; los
derrotaron en el Tebicuary. Los Jesuítas fueron expulsados del Paraguay. El nuevo virrey
del Perú, Marquéz de Castelfuerte envió al Paraguay a Mauricio de Zavala, a quien encargó
apresar a Antequera y nombrar un nuevo gobernador. Una vez en Paraguay Zavala nombró
gobernador a Martín de Barúa, mientras tanto Antequera fue hasta la Audiencia y
posteriormente al Perú, donde fue procesado. Seis años duró el proceso que culminó con la
condena a muerte de Antequera y Juan de Mena, otro caudillo de la revolución. Fernando
de Mómpox, quien había compartido celda con Antequera en la cárcel limeña, decidió ir a
Paraguay para continuar con la obra de Antequera, escapó de la cárcel y luego de haber
pasado por Chile y Argentina, llegó al Paraguay. Una vez aquí Mómpox organizó un
ejército de comuneros. El gobernador Barúa debía ser reemplazado en 1730 por Martín de
Barúa, pero los comuneros se alzaron y lo impidieron, a partir de allí pasó a gobernar una
junta con un comunero a la cabeza, José Luis Bareiro. Pero Bareiro traicionó la causa y
entregó preso a Mómpox; a esto siguió un periodo de Anarquía. El movimiento comunero
fueron definitivamente aplastados en 1735 por un ejército de indios y soldados del Plata
comandados nuevamente por Zavala. La represión fue durísima, los principales comuneros
fueron ejecutados y sus miembros repartidos por diversos puntos. Otros fueron desterrados
o confinados. Las viviendas de los comuneros fueron echadas por los suelos y sus tierras
sembradas de sal. Se prohibió en la provincia hablar del tema y que nunca más se reuniese
junta o común.

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