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UNIDAD II INTELIGENCIA Y RACIONALIDAD PRÁCTICA

Razón, prudencia y buena acción


Introducción

En esta sesión explicaremos la participación esencial de la inteligencia o entendimiento en la


determinación de las acciones buenas tras el logro de la felicidad. Para Aristóteles y Santo
Tomás el fin último de la vida humana es la búsqueda del bien supremo a través de sus
acciones. Por ende todos queremos lograr la felicidad. Sin embargo existen para las personas
diversos caminos asociados al logro de la felicidad, a saber: el dinero , los bienes materiales, el
placer , el honor ,el poder , la fama. Procuraremos demostrar que todos ellos no son formas
auténticas y verdaderas que lleven a la realización de la felicidad pues atentan contra la
dignidad moral y el valor intrínseco de la persona humana. También expondremos que
efectivamente es el entendimiento quien nos guía al logro de la verdadera felicidad .Es la
virtud de la prudencia (virtud rectora por excelencia, base de las otras virtudes) la base para el
logro de un sabiduría práctica necesaria para determinar los medios y las acciones adecuadas
que contribuyen al perfeccionamiento moral , la excelencia de la persona y el logro del bien
supremo : la felicidad.
I. La vida buena

1.1 El fin último del hombre

Todo agente obra en vistas de un fin ,de un objetivo, y si no hay un fin no se


hace nada.

El fin es el “para qué” de nuestras acciones, el término de nuestra


intención.

El fin existe, en cierto modo, antes de hacerse realidad, pues está en


nuestra mente y en nuestra intención y así orienta nuestra acción y nos
atrae. El fin es el bien que se quiere alcanzar.

Fin: es lo que se quiere por sí mismo y no en vistas de otra cosa. Por


ejemplo: el placer, la salud, conocer la verdad, una persona.

Medio: es lo que se quiere para conseguir otra cosa. Por ejemplo: la


medicina, para conseguir la salud; un dulce, para deleitarse; el estudio, para
conocer la verdad de algo.

Cada acción que realizamos tiene su finalidad, pero la vida de la persona


humana es unitaria, unos fines implican a otros, de manera que toda
nuestra vida se orienta, definitiva, hacia un único fin: la felicidad.

“Todos los hombres quieren ser felices”. Todos están de acuerdo en


reconocer esta evidencia. ¿Pero qué es la felicidad? En este punto ya
encontramos las más diversas opiniones. ¿Hay algo objetivo que se pueda
decir de la felicidad?, ¿podemos identificarla?

Lo primero que se puede decir de la felicidad es que es un fin, que en la vida


del hombre constituye una finalidad buscada en vistas de sí misma; sin
embargo, no es cualquier fin, sino el fin último de toda vida humana:
“todos los hombres quieren ser felices”, de tal manera que ninguno puede
no querer ser feliz.

La felicidad es aquello en vistas de lo cual uno hace todo lo que hace.

 Si es un ‘fin’, se trata de un bien buscado por sí mismo y no en vistas de


otra cosa, no como un medio para algo más.

 Si es ‘último’ no puede haber algo por encima de eso, no puede dejar


‘algo más que desear”. Un bien que le satisfaga a uno sólo parcialmente
no puede ser. “Esto implica que lo que sea la felicidad debe tratarse de
un bien capaz de satisfacer los más profundos anhelos humanos.
 En consecuencia, la felicidad trae la paz, la plenitud de la vida.

 Aunque todos estén de acuerdo en que la felicidad es un fin último, ya


no hay consenso respecto “al contenido” de la felicidad.

 ¿Qué es ser feliz? En la actualidad la respuesta más común es que “para


cada uno, la felicidad es algo distinto”, que depende de “su verdad”, de
su manera de ver las cosas, de aquello que le dé satisfacción.

 Por lo tanto, no debe hablarse de la felicidad como algo único y lo


mismo para todos – así piensa la mayoría -, sino que cualquier cosa
puede ser la felicidad del hombre si éste lo siente así.

Esta manera de pensar es errónea por varios motivos:

Ya hemos visto que no es cierto que “cada uno tenga su verdad”, sino que
debemos buscar “la verdad” respecto del hombre y de su fin último.

Aunque “cada persona es un mundo”, sin embargo, todos los seres


humanos compartimos la misma naturaleza, por eso pertenecemos todos a
la misma especie. Por este motivo, podemos decir que hay cosas que a
todos los hombres nos hacen bien y otras que a todos nos hacen mal,
porque no corresponden a nuestra naturaleza.

Por ejemplo, lanzarnos por la ventana de un décimo piso sin ningún tipo de
seguridad o algo para planear, a todos los hombres nos hace mal, pues
cualquiera que lo haga terminará reventado contra el suelo; en cambio,
esta misma acción no hace mal a las aves, porque ellas están hechas para
volar.

Por lo tanto, podemos afirmar que teniendo una misma naturaleza hay
cosas que a todos nos perfeccionan y otras que a todos nos dañan. Con este
criterio ya podemos, al menos, descartar algunas cosas o actividades que no
pueden ser la verdadera felicidad, para nadie, porque nos dañan siempre, y
por el contrario, la felicidad siempre es buena, es el bien del hombre.

Sabiendo esto, veamos qué piensa la gente que es la felicidad: la asocia con
eldinero , los bienes materiales, la fama ,el poder , las virtudes morales , el
amor verdadero y Dios .Todas las “cosas nombradas” son buenas, no puede
decirse que el dinero o el poder sean esencialmente malos, son cosas
necesarias para la vida. Pero el hecho de que sean buenas, no las convierte
automáticamente en “el fin último” de la vida, aquello que nos dará la
plenitud .Si examinamos cada una de ellas ya se puede ir descartando
“posibilidades”: hay cosas que de suyo no pueden llenarnos, porque no son
el bien adecuado a nuestra naturaleza; algunas ni siquiera son verdaderos
“fines”.

El dinero y las riquezas son, de suyo, meros “medios” para otra cosa. El
dinero es un instrumento para adquirir ciertos bienes materiales, y las
riquezas (casa, comida, vestido, transporte, etc.), también son
esencialmente “medios” para mantener la vida propia y la convivencia
social. Por ejemplo, si queremos una casa es para protegernos de las
amenazas e incomodidades del medio ambiente, y tal protección la
queremos para poder vivir humanamente. Por tanto, vale más la vida que la
casa (lo mismo puede decirse del dinero y de todos los bienes materiales,
existen “como medios” para la vida): la felicidad no puede estar en los
bienes materiales, porque la felicidad es un “fin” y no un “medio”.

Algo muy parecido se puede decir del poder y de la autoridad. El poder


existe como “medio” para llevar a la sociedad al bien común. Pero,
entonces, importa más el bien común que el poder. Hay que agregar que el
poder quita la paz, porque los que lo tienen siempre deben temer ser
atacados por sus enemigos, pero la felicidad no puede existir sin paz.
Realmente el poder puede ser de gran utilidad para hacer cosas buenas,
pero no puede ser por sí mismo la felicidad que busca el ser humano.

Respecto al dinero, las riquezas y el poder se puede decir que son, de suyo,
medios; y. que por eso mismo pueden usarse bien o usarse mal. ¿Qué
sucede si alguno pone alguna de estas cosas como fin de su vida? Que se
engaña a sí mismo: cree que encontrará la felicidad que busca (porque
poseer estas cosas produce un cierta alegría momentánea), pero se
encontrará siempre insatisfecho, hastiado con lo que ya tiene y deseando
tener más, para volver a sentirse hastiado. No son estas cosas la verdadera
felicidad del ser humano.

El honor es consideración y benevolencia debida a quienes obran bien, el


honor es el título para recibir la admiración por parte de otros. La fama es la
admiración hacia alguien que ha hecho obras grandes y extraordinarias y
que han sido conocidas por muchos; la fama es una especie de honor
grande y muy difundido. Hace notar Aristóteles que estas cosas, aunque
son ciertos fines (queremos el honor y la fama porque es propio del hombre
ser social), sin embargo, son dimensiones muy externas de la persona y
muy cambiantes: el honor y la fama dependen más de los demás que de
uno mismo, y puede ser merecida o inmerecida, y los hombres cambian de
opinión continuamente y, muchas veces, sin fundamento.
Parece que la verdadera felicidad debe ser algo estable, que dependa más
de nosotros que de los demás, y esto no es propio del honor y la fama. Más
radicalmente: el honor y la fama son el pago que se da a quien tiene ciertos
méritos (buen obrar, grandes acciones heroicas, cualidades sobresalientes
en el deporte, la música, etc.): resulta, entonces, que son más valiosos
dichos “méritos” que el honor y fama que se tributa por ellos. Por
consiguiente, honor y fama podrán dar ciertas satisfacciones, pero no
pueden dar la felicidad verdadera. Los que ponen su felicidad en ellos se
hacen esclavos de la opinión ajena y están condenados a sufrir mucho y
absurdamente.

1.2 ¿Da lo mismo cualquier cosa?

El placer es un bien que confunde a la mayoría. Dice Aristóteles que es


propio del “vulgo” poner su felicidad en el placer. El placer es un cierto fin,
en el sentido que el hombre lo busca por sí mismo. Por ejemplo, si nos
comemos un pastel porque es agradable, a nadie se el ocurre preguntar
“¿por qué quieres sentir agrado?”.

Ahora bien, el placer es la respuesta del cuerpo frente a los bienes


sensibles: el placer es el estímulo propio de los animales irracionales, lo que
los mueve a actuar. Pero el hombre se distingue de los demás animales
porque posee razón, y su alma espiritual no puede quedar satisfecha con
los placeres sensibles.

El anhelo más profundo del ser humano no es el placer, porque la vida


según el placer es propia de las bestias. Quien vive para el deleite sensible
(por ejemplo, trabajar lo mínimo y divertirse al máximo), termina
necesariamente hastiado de su vida, puesto que el placer nunca da lo que
promete: promete la felicidad, da un deleite momentáneo, y deja una
profunda sensación de insatisfacción.

Quien vive para el placer se hace esclavo de éste, vive en busca de más
placer sin poder ser feliz nunca, porque no encuentra ningún sentido a las
cosas y cualquier dificultad lo derrumba. El placer no puede ser la felicidad
verdadera porque no es la perfección propia del ser humano.

Las virtudes morales son “fuerzas interiores”, implican el pleno desarrollo


de nuestras facultades racionales. En este sentido son un verdadero fin, y
las acciones virtuosas dan verdadera alegría puesto que lo acercan a la
perfección de su ser.

Las virtudes disponen al hombre para actuar bien, lo disponen para alcanzar
la felicidad. Sin embargo, justamente porque son “disposiciones” para la
felicidad, no son el fin radicalmente último, no son el propósito definitivo
de nuestra vida, sino la preparación adecuada para lograr la felicidad que
buscamos.

1.3 ¿Qué es ser feliz?

Todos los hombres anhelan amar y ser amados, el amor es el impulso que
mueve al hombre a buscar la felicidad, es el gozo en la persona que
amamos y que nos ama.

El ser humano está hecho para dar y recibir un amor desinteresado, y por
eso las verdaderas amistades y los verdaderos amores (aquellos en que se
quiere realmente el bien del otro) dan al hombre una alegría mucho más
profunda y estable que lo que pueden dar cualquier placer, cualquier bien,
fama o gloria de este mundo.

Sin embargo, puesto que ningún hombre es perfecto, incluso en las


amistades más sinceras y en los matrimonios mejor avenidos hay
dificultades, de alguna manera el otro nos “decepciona” o nos “incomoda”,
y debe ser así porque – por muy buena que sea- ninguna criatura es el Bien
infinito. Habrá que decir, por tanto, que el amor verdadero es propio de
una vida feliz, pero que no es todo el bien que el ser humano busca”.

La felicidad que el ser humano anhela es el Bien infinito, es Dios mismo. ¿El
motivo? Porque el ser humano posee un alma espiritual, y el espíritu sólo
queda satisfecho con todo el Bien y toda la Verdad, no con algún bien
parcial o una verdad limitada. Dios es el Bien infinito y la Verdad más
profunda de todas las cosas, por tanto, es la felicidad del hombre.

El hombre anhela a Dios incluso cuando no crea en Él o no quiera aceptarlo.


II. ¿Cómo ser feliz?

1.1 Generalidades

“Para los vivientes vivir es ser” dice Aristóteles. Esto significa que ser feliz es
lo mismo que vivir feliz. La felicidad es vida, pero no cualquiera, sino la vida
plena y perfecta. La vida feliz es la vida buena, la vida llevada hasta su
completa culminación. La ser feliz es, por consiguiente, ir haciendo de
nuestra vida una obra bien hecha. Si ser feliz es vida, la felicidad no consiste
en una “inmovilidad” carente de contenido y de proyecciones, sino en la
más intensa y gozosa actividad, no del cuerpo, sino del alma.

¿Cuál es la perfección del alma humana, su obra propia? Entender la verdad


y amar el bien, pero no cualquier verdad, sino la Verdad Última de todo y
no cualquier bien, sino el Bien Supremo, fuente de todo otro bien y
perfección. La vida plena del alma está en la actividad más perfecta
respecto al ser más perfecto: conocer y amar a Dios.

¿Cómo alcanzar y poseer a Dios?

Dios no es un ser material, no se puede tener como se tiene una


fortuna, un vestido o un instrumento. Dios es Espíritu. Todo lo espiritual se
debe poseer internamente, mediante los actos del espíritu: ENTENDER Y
AMAR

CONTEMPLACIÓN

 Así se llama el acto por el cual alguien conoce (por su


entendimiento) y ama (con su voluntad) a Dios. Por tanto, el acto
de más perfecta felicidad se llama: contemplación.

 Esta puede ser de dos tipos: imperfecta o perfecta. La


contemplación perfecta de Dios, por la cual se le conoce en su
esencia, tal cual es, ha sido llamada CONTEMPLACIÓN BEATÍFICA
1.2 Desde dentro

El camino de la felicidad no está fuera, sino dentro. En su esencia, el camino


de la felicidad no está en las circunstancias o en las posesiones exteriores,
sino en las acciones interiores.

“…hacer de nuestra propia interioridad un recinto conquistado, apropiado a


base de lealtades, coherencia, convencimientos, aciertos; de tal forma, que
nuestro interior se convierta para nosotros en un lugar luminoso y seguro,
capaz de arrojar luz y seguridad sobre lo que aún está oscuro o es incierto”.
(Martí, García, Miguel Ángel, Serlo todo).

El éxito de nuestra vida no está en el tener, o en unas circunstancias


propicias, sino en alcanzar la plenitud de nuestro propio ser, hasta hacer de
él una realidad enriquecida por sus propias perfecciones. (ibid.)

“He aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y


deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste”.
(San Agustín ,Confesiones, 10, 27, 38).

"Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que
descanse en ti" (Confesiones I, 1, 1).
1.3 La razón indica el camino

¿Es posible esta felicidad perfecta mientras vivimos en el tiempo?

Sto. Tomás distingue entre felicidad temporal y felicidad eterna. En efecto,


nuestra condición de seres en el tiempo hace imposible por ahora gozar de
una felicidad perfecta. “En esta vida se puede tener alguna participación de
la bienaventuranza, pero no se puede tener la bienaventuranza perfecta y
verdadera”.

(Suma Teológica, I-IIa, q. 5, a. 3). Incluso los que encuentran mayores gozos
en esta vida, sienten también un cansancio o aburrimiento debido a la
incapacidad de perseverar mucho tiempo en una misma condición o
estado. Puede servirnos de ejemplo el hecho de que necesitemos descansar
a diario, o el estar sometidos a cambiantes estados de ánimo que impiden
la paz absoluta de nuestro espíritu.

La presencia inevitable de la enfermedad, el dolor, la injusticia y la muerte


prueban de manera palpable que, en esta vida presente, no es posible una
felicidad absolutamente perfecta.

En esta vida sometida al tiempo y al espacio, la felicidad posible es un


camino hacia la felicidad perfecta: es la consecución de la virtud.

¿Qué es la virtud? Hábito bueno, disposición estable y adquirida que


perfecciona las facultades humanas para hacer el bien.

Toda virtud implica “vivir en conformidad con la recta razón”; esto significa:
actuar de acuerdo con el bien que la razón recta me presenta. El que va
viviendo de acuerdo con la recta razón, adquiere la virtud, sobre todo la
Sabiduría y la virtud moral.

Vivir de acuerdo a la recta razón es lo mismo que vivir de acuerdo a la


verdad: la verdad acerca de uno mismo y de los demás hombres, la verdad
acerca del Universo y la verdad de Dios. Esto es así porque el objeto propio
de la razón es la verdad. El ámbito de nuestros juicios que dirige nuestros
actos se llama “razón práctica” y para que la razón práctica se “recta” es
preciso que se guíe por la verdad, de lo contrario es una razón oscurecida y
errada, que llevará al hombre por el camino del mal y de la infelicidad.

Por ejemplo, la razón me muestra que la dignidad de la persona humana


implica un respeto especial por su vida. Esto es una verdad evidente: la vida
humana merece respeto. Por tanto, quien mata a una persona inocente
(por ejemplo, un niño) comete una profunda injusticia, atenta contra la
verdad del valor de la vida de ese niño, altera el orden y la armonía del
cosmos, y no sólo hace el mal, sino que se hace malo. Matar una vida
inocente es actuar contra la verdad de la vida humana, y por tanto, contra
el bien, y esto es lo mismo que actuar contra la recta razón.

El hombre, mediante su razón, puede dejarse guiar por la verdad en su


actuar de cada día. Esa razón recta (dirigida conforme a la verdad) nos
muestra como debemos “actuar” conforme a la verdad. Por eso, en la razón
del hombre se encuentra la ley moral y los juicios de la conciencia.

1.4 Lo más grande es siempre un don

Si la felicidad perfecta no es posible en este mundo, sí es posible después


de esta vida, pero no para las fuerzas humanas, sino para el Poder de Dios.

La felicidad del hombre está en contemplar a Dios, pero es muy distinto


conocer a Dios por sus efectos (por ejemplo, a través de la contemplación
de las maravillas del Universo o del misterio del espíritu), que conocer a
Dios tal cual es, en su mismo Ser.

Es una diferencia análoga a conocer a Pedro porque siento los pasos de una
persona en el jardín (en este caso sólo conozco los efectos de Pedro: el
ruido de sus pasos) que conocer a Pedro porque lo estoy viendo y
conversando con él (en este caso lo conozco tal cual es, como Pedro). Algo
parecido pasa con el conocimiento de Dios.

La razón humana, con sus solas fuerzas, puede conocer que Dios existe, que
el Universo sólo se explica si existe el Ser Subsistente, la Inteligencia que
todo lo gobierna y lo ordena, la Bondad Suprema que atrae todo hacia sí;
ser eterno, inmutable, infinito, que todo lo mantiene en la existencia,
presente en todas partes y en todos los espíritus y, sin embargo, distinto y
superior a todos ellos…omnisciente, omnipotente, inefable… y más cosas

Pero reconocer todo esto de Dios, no es todavía conocer a Dios en persona,


tal cual es, no es lo mismo que hablar con Dios y entrar en la intimidad de
su Vida. Esto sucede incluso cuando queremos conocer a una persona
humana: puedo sentir los ruidos de sus pasos en el jardín, o puedo conocer
el orden que tiene en su habitación, puedo incluso verla… pero no puedo
conocer sus pensamientos íntimos, sus gustos, sus proyectos, sus
decisiones, sus sentimientos si esa persona no me los cuenta; mientras no
me comunique su interior, este permanecerá cerrado para mí.

La razón humana con sus solas fuerzas no puede conocer perfectamente a


Dios (y si no lo puede conocer perfectamente tampoco puede amarle
absolutamente porque solo se ama lo que se conoce), y esto sucede por
dos razones fundamentales: Porque Dios es Espíritu, es Persona (por la fe
sabemos que, más exactamente, son tres Personas), y como a toda
persona, no podemos conocerla en su Ser si Él mismo no quiere
comunicárnoslo.

Porque el Ser divino es inmenso e infinito y supera infinitamente toda


capacidad humana de conocimiento. Pretender que el hombre puede, con
su sola capacidad humana, conocer el Ser divino, es más impensable que
pretender meter todo el océano en un hoyito en la arena. Es decir, el ser
humano, por su sola capacidad, no puede ver “cara a cara” a Dios, ni en
esta vida presente ni en ninguna otra.

Nos encontramos con una paradoja: el hombre por naturaleza está llamado
a la felicidad perfecta, a la contemplación perfecta de Dios y, sin embargo,
su naturaleza no es capaz de llegar por sí sola a este nivel de perfección
¿Cómo resolvemos esta contradicción? Para ser fieles a la verdad, se debe
decir que la respuesta no la tiene la razón, sino la fe: el hombre no puede
elevarse por sí mismo hasta Dios, pero Dios sí puede levantar al hombre,
porque Él es todo poderoso…y la fe nos enseña que Él lo ha hecho así.

Este es el sentido de la revelación y de la Encarnación: Dios desciende hasta


el hombre, le habla, se abaja hasta tomar la naturaleza humana (Jesús) para
hacer al hombre capaz de elevarse hasta Dios. Lo que el ser humano no
puede, Dios lo puede, y como ha creado al hombre para darle la felicidad,
quiere dársela, quiere darse al hombre. El único obstáculo es el hombre
mismo, que muchas veces no quiere a Dios…

III. El discernimiento del hombre prudente:

3.1 El dilema interior

Aunque nuestra razón pueda mostrarnos dónde está la verdadera felicidad


y cuál es el camino a seguir, todos los hombres nos encontramos con un
extraño dilema: sabiendo el bien que debemos hacer, sabiendo qué es lo
bueno, preferimos lo malo. Por ejemplo, un hombre diabético sabe que si
quiere conservar su vida debe hacer un régimen muy estricto y no pasarse
en el azúcar. Ese hombre quiere conservar su salud y su vida, pero en el
momento de la acción, come lo que no debe comer y le da un coma
diabético. ¿Qué ha pasado en este caso?, ¿es que no amaba su vida? Sí,
pero el deseo de darse un gusto (un pastel, por ejemplo) era tan grande
que prefirió arriesgar su vida antes que dejar el pastel. ¿Qué ha pasado?
Cada uno podría multiplicar los ejemplos. Esta extraña y frecuente
incoherencia vital, tiene tres fuentes de explicación: la ignorancia, las
pasiones y la malicia

a) La ignorancia: a veces podemos actuar mal porque no sabemos que


nuestra acción es mala.

Por ejemplo: si el hombre diabético no supiera que lo que está


comiendo tiene azúcar, o un hombre de cultura maya que pensara
que hace bien ofreciendo sacrificios humanos.
Si esta ignorancia es invencible (es decir, no hay posibilidad de salir
de ella), el hombre que hace lo malo por ignorancia no es culpable
(aunque no por eso la acción se vuelve buena).
Pero la ignorancia puede ser vencible, y sin embargo no vencerla por
no querer esforzarse o por no querer salir de la ignorancia para
poder obrar mal sin remordimiento. Entonces, la acción mala,
aunque haya ignorancia, es culpable.

b) Las pasiones: las emociones, los sentimientos, los instintos muchas


veces nos impulsan a hacer cosas contrarias a lo que dice nuestra
razón. Por ejemplo: un joven que está decidido a estudiar para el
examen y sacar bien su asignatura, pero que, en vez de estudiar, se
va a una fiesta, convencido por sus compañeros (que malamente se
pueden llamar “amigos”).

¿Qué ha pasado? Que el deseo de la fiesta ha nublado la razón y


debilitado la voluntad de ese joven, y se ha dejado vencer por la tentación.
En este caso, el joven es culpable de su mala elección, porque él era libre de
elegir lo contario, sin embargo, puede decirse que actúo por cierta
debilidad, y es como un enfermo digno de compasión.

c) La malicia: puede haber casos en que un hombre actúe por deseo de


hacer el mal, porque encuentra en ello cierta complacencia .Por
ejemplo: uno que robe porque no quiere trabajar y le parece
“lógico” vivir de lo ajeno; uno que se decida a traficar droga para
enriquecerse sin considerar el daño que hace. En este caso, ya no se
trata de acciones malas por debilidad, sino con plena y consciente
decisión. Tales acciones son profundamente culpables, pero no
dejan de ser contradictorias, porque el que las realiza se incapacita
radicalmente para ser feliz.
3.2 Limpieza de corazón

Para que nuestra razón pueda reconocer el bien que debo hacer en cada
momento, y nuestra voluntad pueda decidirse por ese bien, se requiere
“limpieza de corazón”.

Ésta significa amar a Dios sobre todas las cosas y todas las demás cosas por
amor de Dios. ¿Por qué esto se llama “limpieza” o “pureza” de corazón?
Porque Dios el único Ser digno de ser amado por sí mismo y sobre todas las
cosas y personas.

Tener el corazón limpio significa saber (con profunda convicción) cuál es la


verdadera felicidad (Dios) y amarla de tal manera que todo lo demás nos
parezca secundario con respecto a ella.

Esto no significa que el “limpio de corazón” no ame las cosas y las personas,
sino que las ama “ordenadamente”, es decir, cada cosa como debe ser
amada, sin poner en ninguna su fin último y su felicidad absoluta.

¿Por qué se requiere esta limpieza para tener una recta razón y una
voluntad firme para el bien?

Muy simple: porque solo el que ama la verdad y el bien como debe ser (y
por tanto, ama a Dios más que nada) se encuentra “libre” de la esclavitud
de las pasiones y éstas no le ciegan ni le arrastran. Y evidentemente sólo
quien tiene un corazón limpio no puede amar lo malo porque lo malo es lo
que lo aleja de Dios.

3.3 El juicio prudente en las acciones concretas

Los hombres no nacemos con el corazón limpio, sino que debemos ir


adquiriendo esta limpieza. ¿Cómo? Pidiéndola a quien la puede dar: Dios
mismo, dedicando tiempo a la sabiduría (la reflexión y contemplación de las
cosas divinas) y haciendo ejercicio de virtudes, ejercicios de buen obrar.
Estos medios van purificando al hombre de sus amores desordenados y lo
van haciendo virtuoso, lo encaminan hacia la felicidad verdadera.

En sesiones anteriores se ha estudiado lo que es la ley moral y la conciencia.


Todos estos aspectos pertenecen al ámbito de la razón práctica, que es la
razón misma en cuanto capaz de descubrir qué hacer para actuar bien y
evitar el mal obrar. Nuestras acciones son los “medios” que nos permiten
encaminarnos hacia la felicidad. El que actúa bien, virtuosamente, se va
convirtiendo en bueno, el que actúa mal, se va haciendo malo. Existe una
virtud que perfecciona a la razón práctica para que pueda ejercer
adecuadamente su propia función: la virtud de la prudencia.
La virtud de la prudencia dispone al hombre para discernir con facilidad y
prontitud cuál es el bien que debo hacer aquí y ahora (en cada situación
concreta) y el mal que debo evitar. Nos capacita para juzgar las acciones a
realizar en conformidad con la razón recta. Es, por tanto, la virtud que nos
dispone a encontrar los medios adecuados (las acciones buenas) en orden a
nuestro fin último (la felicidad)

Aunque la prudencia requiere cierta experiencia y sagacidad, la prudencia


no es astucia. La astucia es la “corrupción” de la prudencia: es la
inteligencia del que sabe encontrar los medios adecuados para actuar
respecto a fines desordenados (y por tanto, para actuar mal). Por ejemplo:
astuto es el que sabe copiar en las pruebas sin que lo pille nunca el
profesor; puede llamarse astuto, pero no prudente.

La prudencia ejerce su influjo tanto en las elecciones simples de cada día


como en las más complejas decisiones de gobierno.

Por ejemplo:

Un joven estudioso y esforzado está rindiendo un examen


muy difícil en una asignatura que le resulta especialmente
compleja; de repente y sin buscarlo, se encuentra con la
oportunidad de copiar, sin ser pillado, al alumno más
capaz del curso. Este joven es prudente y aunque sabe
que no será pillado, no se plantea la opción de copiar,
sino que inmediatamente decide seguir respondiendo su
examen con lo que él sabe ¿Por qué? Porque entiende
perfectamente que copiar es un engaño para el profesor
y para sí mismo, y no quiere hacerse “tramposo” y
“mentiroso”. Ha escogido con verdadera.

Un transeúnte ve incendiarse una casa y se da cuenta que


hay un niño gritando en el segundo piso. Ese hombre ve
la posibilidad de salvarlo pero también ve que arriesga su
vida, sin embargo juzga que ese niño necesita ayuda y él
puede dársela, y sin pensarlo demasiado se decide a
entrar. Su elección ha sido prudente, pues ha elegido el
bien. Si ese hombre fuera cobarde hubiese juzgado que
no debía entrar porque la acción era arriesgada (a pesar
de que viese que había posibilidad real de salvar al niño).
Ese juicio “no debo entrar porque arriesgo mi vida” no es
propiamente prudente, sino más bien, un juicio erróneo,
movido por el temor.
La persona prudente no es la que nunca arriesga nada y no se mete en
empresas aventuradas. El verdadero prudente es el que sabe discernir con
claridad cuándo debe actuar de una manera y cuándo de otra, cuándo debe
arriesgar, incluso la propia vida, para actuar bien o evitar el mal, y cuándo
no debe arriesgarse, cuándo debe dar y cuándo debe quitar, etc.

La prudencia nos permite discernir la acción que debemos realizar de


acuerdo con la circunstancias que se nos presentan, el lugar y el momento
oportuno para hacerla, etc. En otros términos, la prudencia es la “guía” de
todas las demás virtudes morales, de tal modo que sin prudencia, aunque
tengamos buena intención, no podemos actuar bien ni ser verdaderamente
virtuosos, porque no acertaremos con la acción verdaderamente buena,
sino que nos engañaremos a nosotros mismos con un juicio falso, movido
por las pasiones o la malicia, o una ignorancia culpable.

No hay virtudes morales sin prudencia, pero tampoco hay prudencia sin
las demás virtudes morales. Existe una íntima relación entre ellas. Compete
a la virtud moral ordenar adecuadamente las pasiones, por tanto, si no hay
virtud, las pasiones están desordenadas y ciegan o nublan a la razón
impidiendo el juicio prudencial en la acción concreta.

Resumen

Cada acción que realizamos tiene su finalidad, pero la vida de la persona


humana es unitaria, unos fines implican a otros, de manera que toda
nuestra vida se orienta, definitiva, hacia un único fin: la felicidad.

La felicidad es aquello en vistas de lo cual uno hace todo lo que hace.

– Si es un ‘fin’, se trata de un bien buscado por sí mismo y no en vistas de


otra cosa, no como un medio para algo más.

– si es ‘último’ no puede haber algo por encima de eso, no puede dejar


‘algo más que desear”. Un bien que le satisfaga a uno sólo parcialmente
no puede ser .“Esto implica que lo que sea la felicidad debe tratarse de
un bien capaz de satisfacer los más profundos anhelos humanos.

La personas asocian la felicidad con diversos fines y medios : la asocia con


el dinero , los bienes materiales, la fama ,el poder , las virtudes morales , el
amor verdadero y Dios .Todas las “cosas nombradas” son buenas, no puede
decirse que el dinero o el poder sean esencialmente malos, son cosas
necesarias para la vida. Pero el hecho de que sean buenas, no las convierte
automáticamente en “el fin último” de la vida, aquello que nos dará la
plenitud.

Las virtudes morales son “fuerzas interiores”, implican el pleno desarrollo


de nuestras facultades racionales. En este sentido son un verdadero fin, y
las acciones virtuosas dan verdadera alegría puesto que lo acercan a la
perfección de su ser. Las virtudes disponen al hombre para actuar bien, lo
disponen para alcanzar la felicidad.

Todos los hombres anhelan amar y ser amados, el amor es el impulso que
mueve al hombre a buscar la felicidad, es el gozo en la persona que
amamos y que nos ama. El ser humano está hecho para dar y recibir un
amor desinteresado, y por eso las verdaderas amistades y los verdaderos
amores (aquellos en que se quiere realmente el bien del otro) dan al
hombre una alegría mucho más profunda y estable que lo que pueden dar
cualquier placer, cualquier bien, fama o gloria de este mundo.

La prudencia nos permite discernir la acción que debemos realizar de


acuerdo con las circunstancias que se nos presentan. En otros términos, la
prudencia es la “guía” de todas las demás virtudes morales, de tal modo
que sin prudencia, aunque tengamos buena intención, no podremos lograr
la auténtica felicidad para la persona humana.

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