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A SANTA ISABEL
Y, al fin, en casa de Isabel. Quizá alguna vecina la viese llegar por la ladera.
"¿No es aquélla María, tu pariente?" Quizá Isabel sentiría una súbita necesidad de
salir bajo el emparrado y colocar su mano como visera sobre sus ojos y sonreír luego
con el júbilo del reconocimiento.
—A los poderosos los derriba del trono, a los humildes los ensalza,
a los hambrientos los sacia de bienes, a los ricos los despide sin nada.
Y véase que lo primero que hace María es dar gracias —"Mi alma
glorifica al Señor..."— en un perfecto modo de decir "gracias", que es
reconociendo, al mismo tiempo, la grandeza del Señor y dándole alabanza.
"Mi espíritu está transportado de gozo". ¿Veis cómo era imposible que el
corazón de María guardase tanta alegría para sí? ¿Veis cómo era necesario
dejar al viento aquel júbilo, para que el viento lo llevase sobre los caminos
secos del mundo? ¿Es tan imposible pensar que, en aquel momento, todos
los hombres que existían sobre la tierra debieron sentir un escalofrío de
alegría incomprensible?
Sólo Ella podía decir cómo Dios derrumba los castillos de los
soberbios y arroja a tierra sus sueños de ambición y de mandato. Sólo Ella
podría decir que Dios derriba del trono a los poderosos, sin que ninguna
gloria humana prospere, porque todo en este mundo es fugaz y las criaturas
humanas nacen muertas, nacen con el sello de la muerte, sin que su vida sea
otra cosa que un acercarse, cada vez más, hacia el fin inevitable de la
humana existencia. Y, por contra, cómo Dios busca a los humildes en sus
rincones de silencio y los ensalza, como en aquella parábola de Cristo,
cuando los que se colocan en los últimos puestos son llamados a sentarse en
la cabecera de la mesa de bodas. Hay un admirable reconocimiento de la
justicia humana en los versos del Magnificat: a los ricos, a los que viven
como ricos, a los que no se empobrecen en el amor de Cristo, Dios los
despide sin nada, sin decirles una palabra tan sólo. Y a los pobres, a los que
viven como pobres y acomodan su existencia a las normas de la evangélica
pobreza, Dios los sacia de bienes.
¿Verdad que sólo Ella podía decir tales cosas? Porque sólo Ella
estaba libre de pecado.
Pero aún dice algo María. Nadie como Ella podría hablar, como Ella
lo hace, en nombre de Israel, del pueblo elegido, de la futura cristiandad.
Dios, viene a decir María, ha sabido cumplir su promesa. He aquí que por mi
camino nos manda al Señor, al Mesías, al esperado, al que soñaron ver los
profetas, mientras se morían de ansias y de años en la espera inútil. Este es
el día, como recordará Cristo, que los profetas hubiesen querido ver. ¡Qué
bien sonarían estas palabras en los oídos del Padre! Mejor que los elogios de
todos los ángeles y bienaventurados.
La prueba de José
Misión de José
"Estando él considerando estas cosas, he aquí que un ángel del Señor se la apareció
en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo
que en ella ha sido concebido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le
pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados"(Mt).
La obediencia de José
"Todo esto ha ocurrido para que se cumpliera lo que dijo el Señor por medio del
Profeta: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien llamarán
Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros.
Al despertarse José hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su
esposa. Y, sin que la hubiera conocido, dio ella a luz un hijo; y le puso por nombre
Jesús"(Mt).
Nacimiento en Belén
El censo
"En aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, para que se empadronase
todo el mundo. Este primer empadronamiento fue hecho cuando Quirino era
gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse, cada uno a su ciudad. José, como era de
la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de
David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba
encinta. Y sucedió que, estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo
primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar
para ellos en el aposento"(Lc)
El nacimiento
La llegada a Belén antes del nacimiento no debió ser fácil. No había lugar en una casa
cualquiera para la que va a dar a luz. Es normal inquietarse. Ya están acostumbrados a
caminar con libertad en los planes de Dios; pero José busca hasta que encuentra una
gruta reservada a los animales. Entran. La arregla. Y allí, aquella noche bendita, ve la
luz del mundo el que es la Luz de los hombres.
María está gozosa. El nacimiento fue como una luz que atraviesa un cristal. Sin dolor,
sin menoscabo físico, con el máximo gozo. Y abraza a aquel Niño, pequeño como
todos los niños, sin palabras cuando es la Palabra que viene a este mundo. Y lo besa y
lo envuelve en pañales bordados por Ella misma. José se acerca después del
nacimiento, y también lo adora. El mundo está en la noche, nada sabe de lo que acaba
de ocurrir. Ya se enterará. De momento, inerme en sus manos, necesitado de todo,
llora, respira y vive el que trae al mundo la Vida que no pasa, la victoria sobre las
tinieblas y el pecado.
Los testigos
Dios quiere que haya algunos sean testigos de lo sucedido y, en esta onda de
humildad, se manifiesta a unos que difícilmente podrían ser testigos entre los hombres
por ser incultos y pobres: unos pastores.
Luego que los ángeles se apartaron de ellos hacia el cielo, los pastores se decían unos
a otros: Vayamos hasta Belén, y veamos este hecho que acaba de suceder y que el
Señor nos ha manifestado. Y vinieron presurosos, y encontraron a María y a José y al
niño reclinado en el pesebre. Al verlo, reconocieron las cosas que les habían sido
anunciadas acerca de este niño. Y todos los que escucharon se maravillaron de cuanto
los pastores les habían dicho. María guardaba todas estas cosas ponderándolas en su
corazón.
Y los pastores regresaron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y
visto, según les fue dicho"(Lc).
Luz y alegría
Una nueva lógica acaba de entrar en el mundo. La lógica de un amor tan grande que
se anonada. El Hijo se hace Niño inerme para abrir los caminos divinos de la tierra. Los
pastores son sus testigos y responden con fe a la luz que les viene de fuera. Y los ojos,
acostumbrados a la noche y a la vida sin esperanza, se abren a la luz y a la alegría que
viene del cielo y les llega hasta lo más profundo de sus vidas. María contempla, se
alegra y medita en oración lo que está pasando.
Otras visitas
Oro como rey, incienso como sacerdote y mirra, signo de la inmortalidad. Los Magos
saben mucho acerca de quién es Aquel que buscan. Por eso, emprenden un viaje tan
largo y atraviesan caminos complicados. No importa el cansancio, si de verdad ha
nacido el Rey de los judíos, que viene a salvar al mundo de sus pecados. La estrella es
la luz que camina en la noche. Cuando se oculta se acude a los que guardan la palabra
de Dios. Y se llenan de inmensa alegría al reencontrar la estrella, y más aún, ante el
sol que se les presenta en brazos de su Madre, y le adoran, volverán a su país con la
luz en sus almas.
La purificación en el Templo
La purificación en el Templo
Un hombre llamado Simeón y la profetisa Ana
Había por entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Este hombre, justo y
temeroso de Dios, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba con él.
Había recibido la revelación del Espíritu Santo de que no moriría antes de ver al Cristo
del Señor. Así, vino al Templo movido por el Espíritu. Y al entrar con el niño Jesús sus
padres, para cumplir lo que prescribía la Ley sobre él, lo tomó en sus brazos y bendijo
a Dios diciendo:
porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado ante la faz de todos los
pueblos: luz que ilumine a los gentiles y gloria a tu pueblo Israel. Su padre y su madre
estaban admirados por las cosas que se decían acerca de él.
Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre: Mira, éste ha sido puesto para ruina y
resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción -y a tu misma alma le
traspasará una espada-, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos
corazones.
Vivía entonces una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era de
edad muy avanzada, había vivido con su marido siete años casada, y había
permanecido viuda hasta los ochenta y cuatro años, sin apartarse del Templo,
sirviendo con ayunos y oraciones noche y día. Y llegando aquel momento alababa a
Dios, y hablaba de él a todos los que esperaban la redención de Jerusalén"(Lc).
Signo de contradicción
Jesús será luz de las gentes, luz para los pueblos de toda la tierra. Será gloria de
Israel. Pero también será signo de contradicción. Bandera discutida. Y María escucha
que una espada le atravesará el corazón. Y los corazones de los hombres quedarán al
descubierto hasta lo más íntimo.
Entonces Herodes, al ver que los Magos le habían engañado, se irritó en extremo, y
mandó matar a todos los niños que había en Belén y toda su comarca, de dos años
para abajo, con arreglo al tiempo que cuidadosamente había averiguado de los Magos.
Entonces se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías:
Una voz se oyó en Ramá, llanto y lamento grande:
El olvido de sí
José ha puesto toda su vida al servicio de los planes de Dios. Pero ahora se le va a
pedir que proteja con toda su hombría al Salvador indefenso y a su Madre. Y toma las
decisiones con rapidez; obedece al ángel que le habla en sueños. No discute. No se
queja de tener que abandonar Nazaret, ni de tener que vivir como un exiliado, ni de
tener que aprender lenguas nuevas, ni se lamenta de las muchas incomodidades que
lleva consigo la marcha apresurada. ya sabe moverse en sintonía con la Providencia
divina. Se olvida de sí, se entrega, pone todo su ser en ayudar al Niño inerme. Habla
con María, que secunda totalmente sus decisiones y, sin decir nada a nadie, huyen en
la noche como unos perseguidos.
La muerte rondará a Belén. Los niños asesinados entran en el gozo de Dios sin
conocer los sinsabores de la vida; pero sus madres lloran. El pecado de Herodes lleva
a esas lágrimas inocentes.
Ida a Nazaret
De regreso en Nazaret
En Nazaret transcurrirá lo que llamamos la vida oculta del Señor. Nada saben sus
habitantes de los sucesos ocurridos. Quizá los vecinos preguntaron con curiosidad que
había pasado desde que fueron a Belén a empadronarse. De hecho, ellos regresan a
su pueblo, a su casa de siempre. Se alegran al verlos de nuevo, y ven un matrimonio
con un Niño precioso. Los admiten. José se establece como artesano. Y viven una vida
familia y de trabajo como la de los demás del pueblo, como la mayoría de los hombres.
Cristo santifica el trabajo humano herido por el pecado en el taller de José. Allí,
convierte el trabajo y la vida ordinaria en camino de salvación y de colaboración con
Dios. Allí santifica la vida de familia.
Subida a Jerusalén
El Niño se pierde
"Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y cuando tuvo
doce años, subieron a la fiesta, como era costumbre. Pasados aquellos días, al
regresar, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo advirtiesen sus padres.
Suponiendo que iba en la caravana, hicieron un día de camino buscándolo entre los
parientes y conocidos, y como no lo encontrasen, retornaron a Jerusalén en busca
suya. Y ocurrió que, al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo, sentado en
medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles. Cuantos le oían quedaban
admirados de su sabiduría y de sus respuestas. Al verlo se maravillaron, y le dijo su
madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira cómo tu padre y yo, angustiados, te
buscábamos. Y él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que es necesario que
yo esté en las cosas de mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que les dijo"(Lc).
No convenía que María y José estuviesen presentes en lo que iba a realizar el Niño, ya
adulto ante la Ley. Eran cosas del Padre celestial. Se trata de algo ante los doctores de
la Ley, y Jesús, con mayoría de edad religiosa, puede intervenir, y lo hace: habla,
pregunta, escucha. Los doctores de la Ley se admiran de su sabiduría. Le preguntan y
constatan que su saber va más allá de una lección aprendida de memoria. La
admiración crece. Convenía que Jesús dejase claro en aquellos momentos algo de
interés. Desconocemos el contenido de aquellas conversaciones. Pero un motivo
podemos intuir: Dios quiere que el Unigénito hable en su Templo en un momento
importante en la vida de un israelita.
María y José sufren. No saben nada del motivo de su ausencia. Lo buscan un día con
su noche, otro día y otra noche, enteros. Están extenuados y angustiados, hasta que
acuden al Templo sin saber qué hacer. Allí le encuentran y se admiran. La Madre
manifiesta su angustia, José calla sin saber qué decir. Jesús les explica con seguridad
manifiesta que debe ocuparse de las cosas de su Padre, y se sorprende de su
búsqueda angustiada. María y José saben mucho, pero no lo saben todo; también ellos
deben hacer su peregrinación en la fe que tiene mucho de luz y algo de oscuridad.
La vida de Nazaret