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Internet está siendo la gran plataforma de difusión de las EBM, y son incontables las
comunidades virtuales, blogs y webs donde los modificados muestran sus “proezas”
corporales, se apoyan mutuamente, opinan sobre sus modificaciones y se animan a
seguirlas practicando. Esta difusión está a la vez, afianzando a los modificados como
comunidad, y que la estigmatización que acompaña a estas prácticas corporales vaya
desapareciendo, o vaya siendo absorbida poco a poco por la imaginería urbana
occidental.
En esta sociedad actual, donde la filosofía y la estética de los extremos son referentes a
tener muy en cuenta, el cuerpo también es llevado al límite, la identidad se vuelve
líquida, y la piel maleable, sin límites, ni si quiera el dolor importa para frenar la
experimentación con el propio cuerpo.
Establecer que modificaciones se pueden considerar “extremas” y cuales no, es un
debate abierto tanto entre los profesionales de la modificación como entre los adeptos a
estas prácticas. Se puede argumentar analizando la reversibilidad de las mismas, el
grado de dolor que pueden provocar, el impacto visual que provoca en la sociedad
(repulsa, espectacularidad, “freak”), el colectivo que las adopta (no es lo mismo un
piercing facial transdermal llevado por un adolescente que lo lleva por motivos
meramente estéticos, que un piercing genital utilizado para proporcionar placer-dolor de
un integrante de la comunidad sadomasoquista) o la complejidad y dificultad de la
técnica modificadora en sí misma.
Una de las cuestiones que prevalece es experimentar al máximo con maneras de superar
las barreras del propio cuerpo. Un cuerpo que se concibe como un lienzo en blanco que
poder transformar, El cuerpo es visto como un templo, pero no como inviolable, sino
como mutable y un soporte ideal para expresarse y experimentar. La disciplina y el
autocontrol son dos categorías que se han atribuido recientemente a la acción de
modificarse y de tomar la decisión sobre ello (3). Es uno de los discursos que más se
repite como argumento de porqué un individuo se realiza una modificación. Esta
narrativa está íntimamente relacionada con la creencia o suposición de que el tatuaje
puede actuar espiritualmente, emocionalmente y físicamente y que tiene cierto poder de
refuerzo de la identidad.
Podríamos decir que estas personas, como colectivo, han definiendo las bases de lo que
consideraremos como una subcultura. Y utilizamos el termino subcultura, recordando a
Hebdige, porque la gran mayoría de estas personas provienen del mundo del tatuaje y
del piercing.
Veremos que un buen número de estos individuos son profesionales o
“coleccionistas”(5), se modifican extremamente en un afán por diferenciarse del tattoo y
piercing “normalizado” (y toda subcultura, como señala Hebdige, sufre este proceso) es
decir, de la modificación corporal menos extrema que comprende el hacerse un tatuaje o
un piercing en un lugar convencional. Analizaremos en el capítulo 3 que se entiende por
convencional o extremo, para considerar cuando hablamos de modificación extrema con
propiedad.
Es de destacar una serie de publicaciones que sí versan de manera específica sobre las
modificaciones corporales relacionadas con la cultura del tatuaje y el piercing. Las
obras de Victoria Pitts, Favazza, Margo DeMello, V. Vale, Shannon Larrat, Daniel
Wojcik. Maureen Mercury o Patricia Sharpe entre muchos otros dedican sus páginas a
estudios sobre la subcultura de la modificación extrema, sobre las personas que la
practican, sus argumentos, sus motivaciones y la relación que establecen con sus
cuerpos modificados ( cuerpo nuevo versus cuerpo antiguo, el cuerpo es un elemento
maleable, mutable que puede ser sometido a cambios a gusto y decisión del
“propietario”).
Gran parte de estos estudios se preocupan por encontrar las causas, las razones que
empujan a estos individuos a tomar la decisión de transformar de manera tan radical sus
cuerpo. Desde motivaciones ligadas a la religión o a la espiritualidad, herederas de las
corrientes New Age de finales del siglo XX (6), y otras propuestas pseudo espirituales
que se fueron poniendo de moda en el mundo occidental durante el período de
postguerras hasta la el fin de la guerra fría, a los que hay que sumar motivaciones de
tipo estético (estar a la moda tatuándose, pues estrellas famosas de los medios de
comunicación de masa como futbolistas, cantantes y artistas se tatúan profusamente), el
placer sexual (éste motivación estaría más ligada al piercing y otras modificaciones
corporales extremas), la motivación política (culturas de resistencia, rebeldía hacia la
“normalización” y control del cuerpo ejercido por los gobiernos occidentales), y por
último las motivaciones ligadas a la pertenencia a un colectivo (entornos artísticos,
subculturas urbanas, pandillas) y/o la diferenciación con otros grupos rivales.
Ésta última motivación viene muy ligada a una de las razones, que quizás vertebra todas
las demás, que es la identidad. En estos estudios e investigaciones los individuos
entrevistados argumentan que su decisión ayudaba a definir su identidad, encontrarla o
rehacerla mediante estas prácticas corporales. Algunos manifiestan no estar de acuerdo
o a gusto con su cuerpo por diferentes motivos, como el haber sido víctimas de abusos,
la indefinición sexual o tener una personalidad frágil o combativa.
El individuo no sólo tiene esta presión personal, sino que puede estar siendo
influenciado por algún colectivo que comparta la idea de la modificación como un
mecanismo de reafirmar la identidad. Esta presión recibida puede lleva a que esta
persona se “afilie” o sienta empatía con dicho grupo y acabe modificándose. Muchas de
estas personas (seguimos haciendo referencia a los estudios con base en los EEUU)
hablan de una catarsis experimentada al entrar en contacto con grupos de S&M, y
demás colectivos en las cuales las modificaciones corporales son un elemento de
cohesión, definición y evolución. La comunidad gay y lésbica de la costa oeste
norteamericana es una de las más activas, y las modificaciones que practicaban servían
tanto para identificarse entre miembros (tatuajes simbólicos y piercings en determinadas
partes del cuerpo les identificaban como miembros o simpatizantes del colectivo) como
para mostrar a la sociedad un proyecto corporal que pretendía comunicar de manera
simbólica su identidad personal, ligada a la identidad de grupo.
Dicho punto es relevante, pues tanto los profesionales(7) como los individuos
modificados hablan de la “piel privada” y la “piel pública”. Es la parte pública, la
expuesta a la sociedad, la que determina la relación del cuerpo del individuo con su
parte privada, y cómo éste encuentra mecanismos simbólicos, como la modificación,
para inscribir ambas en estos dos ámbitos, el público y el privado.
El que durante gran parte del siglo XX, el tatuaje, el piercing y otras disciplinas
corporales “no comunes” (luego veremos que la mayoría son importadas de culturas
ancestrales, ajenas a la cultura occidental) fueran objeto de prohibición o etiquetadas
como “desviadas” venía argumentado a que éstas eran llevadas a cabo por colectivos
marginales (marineros, prostitutas, presidiaros, moteros, pandilleros y mafias). El
proceso de trasladar estas prácticas a la “piel pública” también fue llevado a cabo por
colectivos o individuos fuera del ámbito normalizado de la sociedad, como lo eran las
comunidades gays, S&M y New Age de finales de los 70, pioneras en realizar este tipo
de prácticas (estando alejadas de los grupos marginales citados anteriormente, anteriores
al llamado “renacimiento del tatuaje”(8)).
Estos grupos importaron y reciclaron ancestrales modos de modificación corporal, como
los tatuajes, perforaciones y modificaciones corporales de origen primitivo y tribal en
partes no habituales del cuerpo (genitales, labios, nariz) y con materiales no corrientes
(hueso, madera, etc), a las que añadieron otras prácticas herederas del faquirismo y
tradiciones de los indios americanos y de multitud de tribus africanas (rituales o-kee-pa,
suspensiones corporales, escarificaciones, branding, etc).
El cuerpo se transforma en un cuerpo nuevo, cuerpo que simboliza el dejar atrás uno
antiguo y anclado a la normalización y control occidentales, que se percibe falto de
libertad y expresión, sin “alma” (9). La tradición corporal propia de las religiones
monoteístas desprovee a la persona de todo poder sobre el cuerpo, pues éste pertenece a
Dios, y ha de mantenerse puro y prístino, inviolable e intocable. Esta concepción
platónica del cuerpo ha sido la asumida durante siglos por las cultura occidental, para la
que el cuerpo ha de ser perfecto, puro, prístino, delgado, joven e idealizado.
Argumentos que han sido defendidos por las políticas corporales llevadas a cabo por los
estamentos de poder, incorporando al día a día toda una serie de mecanismo de orden,
control, higiene y comportamientos.
Hay autores, como Sabrina Cipolleta (10), que argumentan como este proceso de
modificación radical del cuerpo es también una construcción de la identidad, a tal nivel,
que no sólo afecta al individuo sino también a su entorno, y a la manera en que
interactúan ambos. Se produce en el modificado una discrepancia entre su yo del
presente –el yo aceptado-, y el yo deseado –idealizado-. Este yo ideal nunca se
consigue pues es eso, un ideal, lo que para muchos autores puede estar detrás de la
adicción que muchos individuos generan a estas prácticas (o patologías psiquiátricas
como las neurosis), y lo que lleva a una persona a convertirse en “coleccionista” de
modificaciones corporales (no sólo extremas, pues aquí podríamos incluir también a la
adicción a las cirugías plásticas estéticas).
Es por tanto, indispensable conocer cuales son los mecanismos que hacen posible la
construcción de una nueva identidad personal y social. Y todos los factores que se irán
exponiendo son considerados relevantes para averiguar la manera en que la
modificación corporal, extrema en el caso que nos ocupa, está siendo aceptada por la
sociedad contemporánea, pues esa aceptación es vital para que el individuo pueda
desarrollar su nuevo yo y afianzar su nueva identidad.
Sin duda los medios de comunicación actuales, y sobre todo internet, se están
convirtiendo en el escenario donde la carne privada se expone a lo social, se cosifica y
se objetiviza. Una vez el cuerpo se convierte en objeto (y esto lo hace constantemente la
publicidad, la moda, los cuerpos de las estrellas mediáticas de moda) adquiere las
características de una simulación, una herramienta para la construcción idealizada, una
superficie cambiante, maleable, que puede ser llevada al límite por las motivaciones que
se estudiarán.
Los autores consultados se ponen de acuerdo en bautizar esta época (de los 70 a los 90)
como “el renacimiento del tatuaje” (the tattoo renaissance), que también afectará al
piercing posteriormente.
La práctica y difusión de este tipo de disciplinas corporales comienza a hacerse palpable
a través de publicaciones especializadas y magazines, tan importantes como Body Play
Magazine y Modern Primitives Quarterly del padre de la modificación corporal Fakir
Mussafar (12), que asentó las bases de uno de los movimientos más importantes en la
evolución y cohesión de la modificación corporal extrema, como es el del movimiento
de los llamados Modernos Primitivos o Neoprimitivos.
El cuerpo (sobre todo el femenino, que utilizará la modificación corporal extrema como
un vehículo para protestar contra los símbolos patriarcales de control corporal, propios
de las sociedades occidentales) es obligado a mantenerse en condiciones óptimas, sano,
armonioso, completo, equilibrado, puro, prístino, joven y eterno. Cualquier factor que
violente estas cualidades tan alabadas por la sociedad occidental se interpretará como
una disrupción y como un recuerdo de los “horrores corporales” (y por ende sociales)
del pasado: enfermedades desfigurativas, amputaciones traumáticas provocadas por los
desastres de la guerra, malformaciones de nacimiento, descontrol en la natalidad,
accidentes laborales y otras monstruosidades espectaculares (el fenómeno del freak, el
monstruo humano que era exhibido en ferias decimonónicas da paso al temor a lo
diferente, al cuerpo descompensado, desbordado, asimétrico, ominoso. Cuerpos que se
han de controlar).
El movimiento de los Nuevos Primitivos, el cual se definirá en detalle en mi
investigación, tiene también como principal motivación la reivindicación del cuerpo
como propio (el cuerpo occidental no pertenece a su “anfitrión” en su totalidad),
apropiándose de él, rehaciendo y rediseñando su límite con la sociedad, que es la piel.
Puede parecer que estos individuos persiguen una suerte de mortificación, similar a la
que mártires, santos y atormentados ya practicaban en los albores de la civilización
moderna, generalmente relacionada con valores espirituales y religiosos. Ya en los
grandes mitos cosmogónicos la mutilación aparece como un acto inherente de
comunicación entre humanos y divinidades. Desde las mutilaciones propias del
judeocristianismo (flagelaciones, torturas, estigmas) hasta los radicales ayunos de las
sectas tibetanas, el cuerpo sufriente, se convertirá en salvoconducto hacia la gloria.
Dioses, profetas, mártires, santos y pecadores, en su camino hacia la divinidad, la
iluminación o la trascendencia sufrieron un sin nombre de mortificaciones,
amputaciones, torturas, flagelaciones y sacrificios corporales (16).
Porque el sacrificio corporal es tan importante para las religiones y su relación con sus
seguidores? ¿A qué propósitos sirve? ¿Porqué no se percibe como tal, sino más bien
como un sacrificio divino? ¿Porqué infligen dolor, o permiten que se lo inflijan otros?
Los actos de automutilación ,sobre todo los relacionados con los NSSI (Non Suicidal
Sefl-Injury), en personas mentalmente desequilibradas, pueden ser argumentadas por
ellas mismas como un proceso de misticismo. Entienden sus cuerpos como un
microcosmos que forma parte de una entidad más vasta y poderosa (que es la que les
provoca esa desazón que les lleva a autolesionarse) y la automutilación se convierte en
un acto consciente para reinstaurar ese orden cósmico interior (17).
La identificación con un héroe o un mártir por parte de una persona con psicosis
(Favazza, 2011), por ejemplo, puede hacerle sentir que se tiene el control, y que ese
mundo que percibe hostil, puede ser controlado mediante la mutilación corporal.
La automutilación, para este tipo de personas inestables, puede entenderse como una
reminiscencia del sacrificio ritual. El sacrificio es asimilado como un acto religioso o
espiritual llevado a cabo para protegerse uno de la violencia, o de defender al grupo de
pertenencia de ésta, restaurar un equilibrio o recobrar la armonía perdidas (Girard,
1977). El acto se sublima cuando se acaba el proceso, la experiencia “recoloca” al
individuo en su emplazamiento vital y social.
Sin embargo, en la mayoría de casos, estos actos no tienen ninguna transcendencia. Su
significación se reduce al micro nivel, a lo más personal e íntimo, y para nada afecta al
orden cosmogónico o planetario real, y las experiencias sólo son compartidas y vividas
por los escasos miembros de estas comunidades. El derramamiento de sangre, en la
sociedad contemporánea, ya no abra canales entre el hombre y sus dioses.
Entendida como una desviación (Matza, 1981) este tipo de automutilaciones extremas
se corresponden con el desorden del síndrome dismórfico corporal (Bayne, 2005) o
Body Integrity Identity Disorder (19). Se define como una rara pero imperativa
condición emocional con la cual la persona desea amputarse algún miembro para
poderse sentir completo. El que le “sobra” le hace infeliz y le causa un grave perjuicio a
nivel personal, llegando a imaginar e idear maneras de hacerlo desaparecer.
En el caso que nos ocupa, puede subyacer esa voluntad de hacer desaparecer un
miembro sano, con la intención de sentirse completo, pero las motivaciones que hay
detrás de estas prácticas tan radicales y reversibles para los colectivos que se estudian
subyacen en la sexualidad extrema y en la experimentación corporal sin límite. Y es por
ello que este tipo de prácticas no pueden compararse con la automutilación deliberada
vinculada a diversos transtornos de tipo psiquiátrico, si bien, por estar fuera de los
convencionalismos (y por implicar actividades de carácter pseudoquirúrgico no
practicados en centros normalizados para ello) liminan con conductas desviadas que
esconden detrás voluntades de autosuperación, control del cuerpo y grandes dosis de
narcisismo, y realizar cosas que los demás no pueden hacer.
El faquirismo se incluiría dentro de esta última categoría, pues el fakir muestra sus
habilidades para aguantar el dolor extremo de las mutilaciones y torturas autoinfligidas.
El sentirse excepcional por ello, y exhibirlo, cosa que se viene haciendo desde las freak
exhibitions victorianas (Tromp, 2008) , convierte en espectacular el acto de modificarse
extremamente.
Lo que para el individuo que lleva a cabo esta práctica es una liberación, un reencuentro
con su cuerpo, una definición sexual, una protesta cultural o el seguimiento de una
moda, puede ser un verdadero shock para el resto de la sociedad. La modificación
corporal extrema, llevada a cabo por numerosas personas en todo el mundo (muchas de
ellas famosas en los medios de comunicación como la televisión o internet y son
etiquetadas como “raros” o “fenómenos” – el fallecido hombre gato o Stalking Cat,
Enigma, María Cristerna-) es percibida como una forma desviada de concebir el cuerpo,
pues la exuberancia y la exageración es de tal magnitud que resulta desconcertante y
hasta violenta a los ojos de las normas corporales establecidas.
Históricamente la sociedad occidental ha arrastrado una relación de tormento y temor al
cuerpo, alimentada por siglos de lucha estética entre el orden y el caos, la proporción y
la exageración, lo clásico y lo barroco, lo bello y lo ominoso. El desarrollo del gusto
estético ha estado al servicio de las políticas corporales de normalización y control, el
gusto por la moda, como concepto nacido en el s. XVIII, contribuyó a estandarizar los
cuerpos, presentarlos a la sociedad de manera que ocultaran todo aquello que podía
poner en peligro la estabilidad (higiene, ropas especializadas, perfumes, ornamentos,
atuendos que marcaban la clase social, etc) tan duramente conseguida por occidente tras
siglos de luchas de clases.
El cuerpo se convierte en carta de presentación, en una imagen fugaz que debe dar la
máxima información posible en sólo un vistazo, y que para que sea aceptada debe estar
estandarizada y controlada (o será considerada diferente y amenazante) como si de un
documento corpóreo de identidad se tratara.
Bibliografia
Jeffreys, S.“‘Body Art’ and Social Status: Cutting, Tattoing and Piercing from a Feminist Perspective”.
Feminism & Psychology.,10, 2000, pp.400-429.
Larratt, S. Meet Tommy. An Exploration of Private Body Modification and Play. 2012
Le Breton, D.: La Sociología del Cuerpo. Buenos Aires, Nueva Visión, 2002.
Mascia-Lees, F.E. y Sharpe, P. Tattoo, Torture, Mutilation and Adornment. The denaturalization of the
body in culture and text. Nueva York. State University on New York Press. 1992.
Tromp, V. Victorian freaks: the social context of freakery in Britain. The Ohio State University. 2008